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La muerte violenta del Vice Reichsprotektor de Bohemia-Moravia, Reinhardt Heydrich, constituye uno de los episodios más significados de la evolución de la guerra en los países ocupados. Heydrich había nacido en 1904 en el seno de una familia de músicos, y desde muy joven se había sentido atraído por la vida militar. Ingresó primero en los Freikorps creados después de 1918 y, más adelante, en la Marina de guerra. Siendo ya oficial fue expulsado del cuerpo por razones todavía no suficientemente aclaradas. Afiliado al partido nazi, alcanzó el grado de teniente en 1931 y comenzó a dedicarse a las tareas de espionaje e información. Pronto entró a formar parte de las SS organizadas por Himmler y, tras el ascenso de Hitler al poder, fue nombrado jefe de la Gestapo, la policía de seguridad del Estado. Desde este puesto intervino de forma muy activa en la preparación de la purga interna del partido denominada Noche de los cuchillos largos. En 1937 dirigió la operación de espionaje que provocó la represión de Stalin sobre muchos de sus generales, en base a informaciones falsas elaboradas en Berlín que produjeron el debilitamiento del Ejército Rojo. La célebre Kristalnacht, dirigida contra las vidas y propiedades de los judíos en el año 1938 sería otra de sus acciones, que le afirmaban en los elevados puestos que iba escalando dentro del aparato represivo del partido.

Puesta de manifiesto su parcial ascendencia semita, Heydrich trataría por todos los medios de limpiar esta mancha mediante una sistemática y brutal persecución lanzada contra la comunidad hebrea. En 1939, a los treinta y cinco años de edad, fue nombrado jefe del Negociado Central de Seguridad del Reich. Pero su superior, Himmler, se sentía ya para entonces celoso y atemorizado a la vez de su subordinado, por lo que influyó en Hitler para que le apartase de Berlín, nombrándole segunda autoridad en la ocupada Checoslovaquia. Heydrich se convirtió de esta forma en un auténtico virrey, instalado en el castillo de la capital checa a partir del mes de septiembre de 1941. La población comenzaría entonces a sufrir los rigores de una metódica represión dirigida a eliminar a los presuntos enemigos de los intereses del Reich. Ello hizo que a las pocas semanas de su llegada pudiese ser calificado como el carnicero de Praga, debido a la extrema dureza de los métodos empleados. De forma paralela, Heydrich dio muestras de sagacidad y trató de atraerse las voluntades de las clases trabajadoras, fundamentales para el mantenimiento de la producción armamentística, vital para la prosecución de la guerra. Los obreros checos, a los que se pretendía apartar de los postulados resistentes de la burguesía, se vieron así beneficiados de forma manifiesta, tanto en sus condiciones de trabajo como en la general elevación de su nivel de vida.

El protectorado se convirtió en un verdadero paraíso laboral, lo que contribuyó a su pacificación pero inquietó seriamente a las autoridades checas exiliadas en Londres. Estas temían que la población terminase por aceptar la presencia alemana, lo que les privaría de la teórica legitimidad que afirmaban poseer. Ello ponía en peligro la ayuda que Gran Bretaña prestaba al Gobierno de Benes, por lo que éste decidió la necesidad de provocar una represión especialmente dura por parte alemana que hiciese resurgir el espíritu de resistencia de los checos que ahora parecía adormecido. Así, el 28 de diciembre de 1941 dio comienzo la Operación Antropoide, destinada a suprimir a Heydrich, lo que se esperaba sería capaz de desencadenar una brutal acción por parte del ocupante. Los suboficiales checos Kubis y Gabcik fueron de esta forma lanzados en paracaídas a pocos kilómetros de Praga y se pusieron en contacto con la resistencia interior. La fecha del atentado fue fijada para el día 27 de mayo siguiente, y el lugar elegido fue una calle de la capital que era al mismo tiempo la carretera general que la unía con la ciudad alemana de Dresde. Aquella mañana, Heydrich abandonó su casa de campo para dirigirse al aeródromo donde le esperaba un avión que había de conducirle a Berlín. Mostrando de forma ostensible su valor personal, iba en coche abierto y acompañado solamente por su chófer.

Al llegar a la cerrada curva elegida por los atacantes, el vehículo debió aminorar la marcha, momento en que uno de ellos trató de utilizar su propia arma para defenderse, pero otro de los conjurados lanzó entonces una granada sobre el automóvil hiriendo mortalmente a sus ocupantes. Anunciado oficialmente el atentado, las autoridades alemanas ofrecieron elevadas sumas a quienes pudiese informar acerca del paradero de los agresores. Mientras, Heydrich sufría una espantosa agonía después de haber sido sometido a tres operaciones sucesivas. Parecía que solamente la aplicación de penicilina podría salvarle la vida, pero las unidades que se precisaban se hallaban solamente en poder de los británicos, por lo que todas las gestiones realizadas en esta dirección fueron infructuosas. El poderoso personaje murió así el día cuatro de julio en medio de unos sufrimientos que solamente podían ser mitigados mediante el masivo uso de morfina. Para entonces la represión se extendía sobre el país como medida de represalia por los hechos. Más de tres millares de judíos fueron conducidos a las cámaras de gas al mismo tiempo que unos diez mil ciudadanos checos eran detenidos y torturados. De ellos serían ejecutados alrededor de mil trescientos. Los autores del atentado, localizados en el interior de una iglesia ortodoxa, fueron cercados por los alemanes y prefirieron quitarse la vida por si mismos antes que caer en manos de sus enemigos.

El hecho más dramático que se produjo como consecuencia del atentado fue la masacre de la pequeña población de Lídice, situada en las cercanías de Praga. Hitler decidió realizar en ella un castigo ejemplar, una vez que sus habitantes fueron acusados de haber dado cobijo a los resistentes. Así, en la noche del día nueve de junio las tropas alemanas cercaron el pueblo y apresaron a sus habitantes. Los hombres comenzaron a ser ejecutados a la mañana siguiente hasta un total de 171; ni uno de ellos sobrevivió a la matanza. Al mismo tiempo, los edificios del pueblo eran incendiados y arrasados. Lídice debía ser borrada del mapa, y un contingente de prisioneros judíos fue el encargado de realizar la tarea, abriendo fosas para enterrar los cadáveres y removiendo el terreno que había ocupado el pueblo. Las 196 mujeres y los 90 niños encerrados en el gimnasio de una población vecina fueron entonces separados entre sí. Las primeras fueron conducidas al campo de concentración de Ravensbrük, donde cincuenta y tres de ellas acabarían encontrando la muerte. Un número indeterminado de niños fue entregado a familias alemanas carentes de hijos y su rastro se perdió definitivamente. El resto acabó en las cámaras de gas del campo de Chelmno. Lídice había desaparecido físicamente por medio de una de las más vesánicas acciones llevadas a cabo por la barbarie nazi en la Europa ocupada. La resistencia checa se vería muy fortalecida tras los hechos; era el terrible precio que la población había pagado por decisión de quienes se consideraban depositarios de la soberanía nacional.

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