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Ya en la campaña de Polonia, unidades especiales -los denominados Einsatzgruppen- habían aniquilado sistemáticamente a la "intelligentsia" polaca, a adversarios escogidos del régimen nacionalsocialista y a los llamados indeseables raciales. Las fuerzas armadas alemanas (Wehrmacht) no habían participado, en su mayoría, en tales matanzas. La situación cambió con el carácter de la nueva guerra en el Este. En primer lugar, desde el primer momento de la planificación, la Wehrmacht fue integrada en los preparativos del exterminio, aunque después de 1945 numerosos oficiales y jefes se negaron a reconocerlo y postularon fuertes discrepancias con la dirección nacionalsocialista. En segundo lugar, los temidos Einsatzgruppen desplegaron entonces su ya bien probada brutalidad, con el fin de aniquilar lo más rápida y eficazmente posible a la mayor masa de "parásitos" judíos. No en último término, el trato dado a los prisioneros soviéticos, tanto en las zonas conquistadas como en Alemania, adonde fueron trasladados como mano de obra barata, se diseñó desde un primer momento para extraerles el máximo rendimiento económico en el menor lapso de tiempo posible, aunque ello les diezmara con rapidez inusitada. Esta política brutal resultó estremecedora. Tanto Alemania como la Unión Soviética fueron, sin duda, los países más afectados por la Segunda Guerra Mundial. La primera perdió poco más de tres millones de soldados (de los cuales una cifra ligeramente superior a un millón como prisioneros de la segunda) y unos tres millones y medio de civiles.

La URSS, por el contrario, hubo de lamentar 20 millones de muertos (incluidos judíos), es decir, casi el 40 por 100 de los 55 millones de víctimas en que se ha estimado el resultado del conflicto. De estos 20 millones, siete se dieron entre la población civil, fallecidos por inanición, epidemias, acciones antiguerrilleras, exterminio, trabajos forzados y operaciones militares. Diez millones de soldados perecieron en combate o víctimas de sus heridas y el resto, unos tres millones más, murieron en campos de prisioneros establecidos por los alemanes. Streit ha calculado que de los 5,7 millones de prisioneros soviéticos un 58 por 100 de los mismos no vivió para contarlo. En comparación, en la Primera Guerra Mundial la tasa de mortalidad había sido del orden del 5,4 por 100 para los prisioneros rusos (superior incluso a los de otras nacionalidades, cifrada en un 3,5 por 100). La decuplicación del porcentaje de prisioneros muertos y el hecho de que casi una tercera parte de las víctimas soviéticas fueran civiles se explica por la aplicación de una política sistemática de exterminio de la población eslava y judía, en consonancia con las ideas raciales propugnadas por el nacionalsocialismo. En relación estricta con la justificación ideológica y económica de la conquista de espacio vital en las inmensas llanuras soviéticas, los alemanes previeron desde el primer momento una explotación desaforada. El 2 de mayo de 1941, tras una primera fase de los trabajos de planificación, las ideas manejadas habían dado como resultado lo siguiente: - La continuación de la guerra sólo sería posible si a partir del año 1941-1942 la Wehrmacht se alimentaba exclusivamente con lo que se extrajera de la Unión Soviética.

- Morirá de hambre, indudablemente, un número indeterminado de millones de seres humanos, si extraemos del país lo que necesitamos. - Lo más importante sería capturar todo lo que fuera posible en oleaginosas y cereales. Las tropas utilizarían la grasa y la carne. Estos resultados no tardaron en ser considerados como mínimos tres semanas más tarde. Una comisión interministerial de expertos y funcionarios determinó -entonces- que sería preciso extraer un mayor volumen de excedentes. Para ello, se reducirían drásticamente las raciones alimenticias. Las consecuencias serían dramáticas: carencia de suministros a las zonas de bosque, incluyendo las que rodeaban los centros industriales de Moscú y Leningrado. Los nacionalsocialistas planeaban, nada menos, que arrumbar la industrialización y la urbanización soviéticas: "Se trata de restablecer la estructura de 1900-1913 e incluso la de 1900-1902". Y en lenguaje burocrático se afirmaba: "No existe interés por parte alemana en el mantenimiento de la capacidad de reproducción de la zona, salvo en el suministro de las tropas que en ella estén estacionadas. La población de la misma, en particular la de las ciudades, tendrá que enfrentarse a sufrimientos y penalidades muy agudos motivados por el hambre. Se tratará de desviarla hacia Siberia. Como no se utilizará transporte por ferrocarril, el problema será grave". En ningún momento cabría establecer planes para prevenir los fallecimientos masivos mediante suministros de alimentos, ya que ello se haría a costa de la posibilidad de abastecimiento del Tercer Reich y en detrimento de su capacidad de enfrentarse a un bloqueo.

Con ello, la estrategia de conquista de Lebensraum llegaba, en la aberrante dictadura nacionalsocialista, a sus últimas conclusiones. Sería erróneo atribuir los resultados sólo a la capacidad de convicción del Führer. La ideología nazi y sus brutalidades raciales inspiraban toda la maquinaria del Estado, incluidas las fuerzas armadas. La necesidad de la lucha contra un enemigo caracterizado como racialmente inferior, como parásito, como subhombre (Untermensch), y la aspiración a conquistar el espacio vital del Este eran objetivos muy difundidos entre la capa directiva del Tercer Reich, que no tuvo dificultades en encontrar funcionarios, militares y policías, es decir a toda una masa decidida a poner en ejecución tales planes El sufrimiento humano que de ello se derivó sería indescriptible. Ciertamente, no sólo para los destinados al exterminio o a ver diezmadas, metódicamente, sus posibilidades de supervivencia. Consecuente con su visión apocalíptica de una existencia basada en la lucha sin cuartel, cuando la ofensiva contra la Unión Soviética empezó a estancarse Hitler dio rienda suelta a sus peculiares concepciones darwinistas. El 27 de noviembre de 194: señalaba: "Si el pueblo alemán no es fuerte y no está dispuesto a realizar sacrificios ni a ofrecer su propia sangre para defender su existencia, que perezca y sea aniquilado por otro más fuerte. No merecería, en efecto, ocupar el puesto que hoy se ha labrado con su esfuerzo".

Con ello, ha indicado Hildebrand, quedaba identificada la contraseña a que se atendría Hitler en la política y conducción de la guerra que terminó inspirando. En su testamento político del 29 de abríl de 1945, firmado la víspera de su suicidio y que es una obra increíblemente torpe pero muy significativa, Hitler rechazaría indignado toda responsabilidad por la tragedia. El judaísmo era el motor único de la devastación que había asolado a tantos pueblos, aunque él no había dejado nunca de manifestar que en tal ocasión no se escaparían los culpables de la muerte por hambre de millones de niños europeos de los pueblos arios, de la muerte de millones de adultos y del fallecimiento de centenares de miles de mujeres y niños en los bombardeos e incendios de las ciudades. Tales culpables pagarían por ello "aunque fuese por medios más humanos" (sic).

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