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Vida cotidiana Fin-d

Desarrollo


En una familia impregnada de un alto sentido de la herencia y la transmisión, no sólo patrimonial sino también genética y social, el hijo se convierte en una especie de tesoro familiar. Es objeto de atenciones y mimos especiales. En él se invierte en su educación, en su salud, en su alimentación. El niño representa el futuro, la pervivencia familiar más allá de la propia existencia.. Es el eslabón de una cadena familiar, considerada desde un punto de vista evolucionista como sucesivas etapas cada una de ellas representadas por un individuo en constante progresión con respecto a sus predecesores. En el hijo se proyecta lo que los padres no tienen y desean; para él y su vida futura se espera lo mejor, mayor calidad de vida, mejores condiciones existenciales. Por eso todo gasto se contempla como una inversión. El hijo no es sólo patrimonio familiar, sino también social. Como individuo, su existencia es importante para el conjunto, unidad mínima de la nación y la raza. Sus funciones adultas las desempeñará no sólo para sí sino también para su país: será ciudadano, soldado, productor y reproductor. Su papel esencial hace que sobre el hijo recaiga no sólo la atención de los padres sino también del Estado y la sociedad, por lo que se impone la existencia de controles y vigilancias ya desde el momento mismo de la procreación y a lo largo de la vida infantil. Estos controles son ejercidos por especialistas -médicos, maestros, jueces-, en cuya potestad puede estar anular las leyes naturales y biológicas para imponer las sociales.

La pérdida de la patria potestad o los internados son soluciones habituales para casos extremos, en los que el Estado, por medio de sus representantes, percibe desatención o carencias en la vida del niño. La procreación se convierte también en un acto de Estado, perdiendo su carácter exclusivamente privado. El peligro de la natalidad decreciente hace que el Estado intervenga para garantizar los nacimientos en las mejores condiciones posibles. Las maternidades en los hospitales sustituyen a los partos en el hogar y los médicos a las vecinas o familiares. El registro de los recién nacidos otorga al Estado un control del individuo desde el mismo momento de su entrada en la vida. Con todo, el tener un hijo se convierte cada vez más en un acto voluntario, lo que implica una valoración de las consecuencias que la paternidad acarrea en el futuro. Los gastos se acrecientan, los niños requieren más atención y cuidados; por ello, cada vez hay una mayor tendencia al control de la concepción, realizado con medios escasos y dotado de un velo de oscuridad. La abstinencia, el "coitus interruptus" por parte de la mujer o del hombre, son las prácticas más frecuentes. Pero también existen otras, de más dudosa eficacia, que los hombres conocen en los burdeles e importan a sus hogares: el lavado femenino, causa de la popularización del bidé. Si todos estos mecanismos, el aborto es la última solución, especialmente en los medios urbanos y entre mujeres casadas. El infanticidio, aun más allá, supone el punto final a un embarazo no deseado entre mujeres de escasos medios -solteras, sirvientas rurales, criadas-, humilladas por un nacimiento que las proscribe socialmente. El interés por la transmisión del patrimonio genético y cultural hace desechar la opción por la adopción en caso de esterilidad en la pareja.

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