Mujer y espacios femeninos
Compartir
Datos principales
Rango
Vida cotidiana Fin-d
Desarrollo
Ya quedó dicho que el hogar es un espacio en el que se reconoce el dominio del hombre/padre , si bien las mujeres pueden tener una independencia de actuación que acabe por definir el espacio doméstico como propio. En el seno de la casa familiar, la mujer goza de una relativa seguridad. Sin embargo, es preciso diferenciar entre lo que sucede en el ámbito rural y en el urbano. En el campo, especialmente el francés, estudiado con detalle por Michelle Perrot y Anne Martin-Fugier (Historia de la vida privada, tomo 7, Ariès y Duby, coords.), parece producirse un cierto equilibrio entre los sexos, en el que la mujer ejerce con inteligencia su poder con respecto al control del dinero o mediante las relaciones sociales con iguales. Sin embargo, otros investigadores, también mencionados en el trabajo citado más arriba, han señalado la pervivencia de estructuras tradicionales de dominación sobre la mujer rural, en el que las mujeres son intercambiadas como objetos, maltratadas, a veces obligadas a robar para sobrevivir, sometidas por el miedo al marido. Especialmente difícil es, señalan, la situación de las viudas, objeto especial de las apetencias sexuales de los varones y "sexualmente peligrosas por sus apetitos", que han de vivir apartadas de la comunidad por su impureza simbólica. Igualmente las jóvenes, socialmente expuestas al no estar aun casadas, son objeto de violaciones consentidas por la comunidad como un hecho normal sucedido dentro de un esquema de dominación masculina.
La mujer urbana encuentra, por el contrario, un ámbito mayor -y, por tanto, algo más liberado- en el que desenvolverse. Algunas trabajan fuera del espacio doméstico, mientras que otras, más pudientes, se dedican a administrar el hogar y sus tareas, controlando al servicio y atendiendo a la educación de los hijos. En este caso, la mujer, con el consentimiento del marido, se erige en dueña del hogar, imponiendo patrones de comportamiento ligados a la fe, la moral y los sentimientos. La reproducción es su función más valorada y el hogar su ámbito de desenvolvimiento: la decoración es tarea femenina, así como la limpieza del hogar y el "todo en su sitio" que ha de encontrar el marido a su vuelta a casa, la administración tutelada de los dineros familiares, el mantenimiento de un estatus social expresado por muebles, cortinas, objetos, estancias, etc. No hay espacio libre en el día. La actividad incesante, sistemática y programada, se considera modelo de conducta de la mujer en el hogar. Las mujeres de las clases populares urbanas han de velar, además, por el sostén económico de la familia. Su misión principal es traer al mundo a los hijos, muy numerosos, pues no tienen apenas medios para evitar las concepciones. La prole infantil acompaña a la madre donde quiera que vaya, pues no hay dinero para pagar a una niñera. Ellas mismas los amamantan y los cuidan en sus primeros años de vida. Además, sus funciones hogareñas se complementan con la búsqueda de ingresos extraordinarios, como el lavado de ropas ajenas o las ventas callejeras.
Para cuadrar las cuentas, han de buscar los mejores precios en el mercado, ahorrar, "estirar el dinero". El mantenimiento de las condiciones de vida en la casa también es su tarea. Han de ir por agua, por leña, lavar la ropa, remendarla, etc. La industrialización entra de lleno también en el ámbito doméstico. El trabajo industrial femenino ejercido en el domicilio, fundamentalmente debido a la invención de la máquina de coser, alarga la jornada de muchas mujeres hasta altas horas de la madrugada, dedicadas a coser vestimentas propias y ajenas. Ellas son el sostén económico de la familia , sacrificándose en ocasiones en beneficio del marido o los niños para poder llegar a fin de mes, "renunciando a la carne y el vino, alimentos masculinos, a favor del jefe de familia, y al azúcar en beneficio de los niños" (Perrot, Martin-Fugier, op. cit.).
La mujer urbana encuentra, por el contrario, un ámbito mayor -y, por tanto, algo más liberado- en el que desenvolverse. Algunas trabajan fuera del espacio doméstico, mientras que otras, más pudientes, se dedican a administrar el hogar y sus tareas, controlando al servicio y atendiendo a la educación de los hijos. En este caso, la mujer, con el consentimiento del marido, se erige en dueña del hogar, imponiendo patrones de comportamiento ligados a la fe, la moral y los sentimientos. La reproducción es su función más valorada y el hogar su ámbito de desenvolvimiento: la decoración es tarea femenina, así como la limpieza del hogar y el "todo en su sitio" que ha de encontrar el marido a su vuelta a casa, la administración tutelada de los dineros familiares, el mantenimiento de un estatus social expresado por muebles, cortinas, objetos, estancias, etc. No hay espacio libre en el día. La actividad incesante, sistemática y programada, se considera modelo de conducta de la mujer en el hogar. Las mujeres de las clases populares urbanas han de velar, además, por el sostén económico de la familia. Su misión principal es traer al mundo a los hijos, muy numerosos, pues no tienen apenas medios para evitar las concepciones. La prole infantil acompaña a la madre donde quiera que vaya, pues no hay dinero para pagar a una niñera. Ellas mismas los amamantan y los cuidan en sus primeros años de vida. Además, sus funciones hogareñas se complementan con la búsqueda de ingresos extraordinarios, como el lavado de ropas ajenas o las ventas callejeras.
Para cuadrar las cuentas, han de buscar los mejores precios en el mercado, ahorrar, "estirar el dinero". El mantenimiento de las condiciones de vida en la casa también es su tarea. Han de ir por agua, por leña, lavar la ropa, remendarla, etc. La industrialización entra de lleno también en el ámbito doméstico. El trabajo industrial femenino ejercido en el domicilio, fundamentalmente debido a la invención de la máquina de coser, alarga la jornada de muchas mujeres hasta altas horas de la madrugada, dedicadas a coser vestimentas propias y ajenas. Ellas son el sostén económico de la familia , sacrificándose en ocasiones en beneficio del marido o los niños para poder llegar a fin de mes, "renunciando a la carne y el vino, alimentos masculinos, a favor del jefe de familia, y al azúcar en beneficio de los niños" (Perrot, Martin-Fugier, op. cit.).