Pugio
Desarrollo
Una daga celtibérica de hermosa factura pudo ser el modelo del pugio, el corto puñal ornamental que llevabn los soldados romanos de la época de Augusto . No podremos saberlo nunca con certeza, pero bien pudo ocurrir así: frente a las ruinas de lo que fue Numancia, los legionarios de Escipión , tantas veces frustrados ante sus laderas, se reparten el magro botín capturado. Los despojos de una ciudad celtíbera, en verdad, no suelen resultar espectaculares: gruesos mantos de lana, caballos, sólo en ocasiones plata. Pero hay algo que a los veteranos soldados romanos les llama la atención: unos cortos puñales de elaborada, esmerada y rica construcción, con una empuñadura característica por su forma, que además a veces viene decorada con hilos de oro y plata. Muchos procuran hacerse con uno de ellos como recuerdo de su victoria, y con él regresan a Roma . Andando el tiempo, su forma se irá haciendo más y más popular hasta que el puñal celtibérico, con leves modificaciones, se convierta en el pugio, el puñal por excelencia de las legiones romanas del Alto Imperio. En realidad no podemos asegurar que el puñal del legionario romano de época de Augusto sea heredero directo del puñal celtibérico que en jerga arqueológica denominamos como "de empuñadura dobleglobular", y la razón fundamental para ello es en principio el largo tiempo que separa las producciones celtibéricas características del s. II a.C. de los puñales romanos del período augústeo, hacia el cambio de Era.
Sin embargo, las similitudes estructurales y formales de ambos tipos de puñal en la empuñadura y en la vaina son tan estrechas, y ambos elementos son de construcción tan compleja, que pocos investigadores ponen en duda tal vinculación porque la repetición casual parece imposible. Aunque se ha propuesto que simplemente no conocemos los puñales romanos republicanos que enlazarían ambos períodos, la explicación más sencilla pudiera ser que los puñales dobleglobulares celtibéricos, que en Iberia probablemente continuaron produciéndose durante el siglo I a.C., en época de las guerras sertorianas y cesarianas, perduraron lo suficiente como para dar origen al pugio romano hacia fines de la República. Por otro lado, desde el punto de vista conceptual, no hay ningún problema: los romanos fueron conocidos ya en la Antigüedad como un pueblo esponja, capaz de absorber las novedades armamentísticas más interesantes producidas por otros pueblos, y de desarrollarlas hasta la perfección. Tal ocurrió con el escudo oval o scutum, con la cota de malla céltica, con la espada hispánica o gladius hispaniensis, probablemente con el pilum, y casi con seguridad con el pugio. La diferencia es que en este último caso se trata de un arma más ornamental que práctica, por lo que el conocido prestigio del armamento de los iberos y celtíberos pudo jugar un papel en su adopción por los soldados latinos. De este modo, quizá el escenario con que abríamos estos párrafos no vaya muy descaminado.
En las tierras de la Meseta Oriental que habitaban pueblos que en sentido genérico llamamos Celtíberos se venían produciendo o importando de regiones vecinas y, al menos desde el siglo V a.C., diversos tipos de puñales. Todos ellos (los llamados de frontón exento, de frontón unitario, de antenas atrofiadas, de Monte Bernorio, etc.) comparten dos rasgos: su pequeño tamaño que los hace poco útiles -o directamente irrelevantes- en el campo de batalla, su cuidada manufactura (con numerosas piezas para fabricar vainas y empuñaduras) y su rica decoración (a menudo con hilos embutidos de cobre, plata y oro). Habitualmente, por ejemplo, estos puñales están diseñados para envainarse sobre la cintura, junto al ombligo, y sólo se decora la parte visible cuando están colocados en tal posición. Hacia el s. III a.C., y a partir de una serie de tipos híbridos, surgió el llamado puñal dobleglobular celtibérico (o en nuestra nomenclatura, Tipo VI) caracterizado por los siguientes elementos: una corta hoja (en torno a 20 cm.) normalmente triangular, pero a veces pistiliforme (término de jerga arqueológica que alude a una hoja ancha en la base, que se estrecha para volver a ensancharse y luego cerrarse en la punta); una vaina de cuero reforzada con un armazón metálico (que además sujeta láminas de bronce repujadas que ocultan el cuero), vaina que se cuelga mediante tres anillas unidas a un tahalí o correa de suspensión que cruza el pecho y pende del hombro; y sobre todo la peculiar empuñadura biglobular que da nombre al tipo.
Normalmente, las empuñaduras de armas blancas tienen un engrosamiento muy marcado en su extremo (pomo) para evitar que al golpear la mano resbale con el sudor -y la sangre- y deje caer el arma; a veces, también hay un leve engrosamiento central para mejor asegurar el agarre. En el puñal bilobular ambos engrosamientos tienen el mismo tamaño y forma de disco o glóbulo, de ahí su nombre. Sin embargo, aunque la empuñadura con dos discos es el rasgo inmediatamente más visible, es su estructura lo más significativo. La empuñadura tiene en realidad cinco partes, tres de ellas metálicas; su alma es una lengüeta plana engrosada discoidalmente en el centro y en el pomo; esta lengüeta es prolongación de la propia hoja. Para poder empuñar el arma, a ambos lados se colocan dos cachas de madera, que a su vez se recubren con sendas láminas metálicas solidarias con la cruz y el pomo, que reproducen la forma de la lengüeta (esto es, con dos discos) y que se remachan a las cachas y al alma de la empuñadura. Estas láminas exteriores a menudo van decoradas con chapas circulares en bronce repujado, y con finos hilos de cobre, plata e incluso de oro embutidos mediante técnica de damasquinado en la base de hierro. Los motivos repujados en los discos se han identificado como símbolos astrales de tipo solar. El conjunto (que a veces es aún más complejo estructuralmente) es una delicada obra de artesanía que llama la atención. Lo notable es que el puñal romano que los legionarios usaron desde época de Augusto y sólo hasta fines del s.
I d.C. tenía prácticamente los mismos elementos: hoja pistiliforme casi siempre, vaina de armazón metálico con placas muy decoradas (eso sí, con cuatro anillas de suspensión en lugar de dos), y una estructura de la empuñadura básicamente idéntica a la del puñal celtibérico, aunque con una importante diferencia: el disco (¿quizá solar?) que forma el pomo es sustituido por uno aplanado o en media luna, otro símbolo astral. Estos puñales romanos han aparecido sobre todo, y no es sorprendente dadas las zonas de concentración conocidas de las legiones altoimperiales, a lo largo del limes renano y danubiano. Quizá por la complejidad de su manufactura, su rica decoración y su escasa utilidad militar, no duraron mucho, y en el s. II d.C. desaparecieron, y con ellos el último testimonio de la influencia de la rica tradición armamentística de los pueblos hispánicos prerromanos en las poderosas legiones de la Urbs.
Sin embargo, las similitudes estructurales y formales de ambos tipos de puñal en la empuñadura y en la vaina son tan estrechas, y ambos elementos son de construcción tan compleja, que pocos investigadores ponen en duda tal vinculación porque la repetición casual parece imposible. Aunque se ha propuesto que simplemente no conocemos los puñales romanos republicanos que enlazarían ambos períodos, la explicación más sencilla pudiera ser que los puñales dobleglobulares celtibéricos, que en Iberia probablemente continuaron produciéndose durante el siglo I a.C., en época de las guerras sertorianas y cesarianas, perduraron lo suficiente como para dar origen al pugio romano hacia fines de la República. Por otro lado, desde el punto de vista conceptual, no hay ningún problema: los romanos fueron conocidos ya en la Antigüedad como un pueblo esponja, capaz de absorber las novedades armamentísticas más interesantes producidas por otros pueblos, y de desarrollarlas hasta la perfección. Tal ocurrió con el escudo oval o scutum, con la cota de malla céltica, con la espada hispánica o gladius hispaniensis, probablemente con el pilum, y casi con seguridad con el pugio. La diferencia es que en este último caso se trata de un arma más ornamental que práctica, por lo que el conocido prestigio del armamento de los iberos y celtíberos pudo jugar un papel en su adopción por los soldados latinos. De este modo, quizá el escenario con que abríamos estos párrafos no vaya muy descaminado.
En las tierras de la Meseta Oriental que habitaban pueblos que en sentido genérico llamamos Celtíberos se venían produciendo o importando de regiones vecinas y, al menos desde el siglo V a.C., diversos tipos de puñales. Todos ellos (los llamados de frontón exento, de frontón unitario, de antenas atrofiadas, de Monte Bernorio, etc.) comparten dos rasgos: su pequeño tamaño que los hace poco útiles -o directamente irrelevantes- en el campo de batalla, su cuidada manufactura (con numerosas piezas para fabricar vainas y empuñaduras) y su rica decoración (a menudo con hilos embutidos de cobre, plata y oro). Habitualmente, por ejemplo, estos puñales están diseñados para envainarse sobre la cintura, junto al ombligo, y sólo se decora la parte visible cuando están colocados en tal posición. Hacia el s. III a.C., y a partir de una serie de tipos híbridos, surgió el llamado puñal dobleglobular celtibérico (o en nuestra nomenclatura, Tipo VI) caracterizado por los siguientes elementos: una corta hoja (en torno a 20 cm.) normalmente triangular, pero a veces pistiliforme (término de jerga arqueológica que alude a una hoja ancha en la base, que se estrecha para volver a ensancharse y luego cerrarse en la punta); una vaina de cuero reforzada con un armazón metálico (que además sujeta láminas de bronce repujadas que ocultan el cuero), vaina que se cuelga mediante tres anillas unidas a un tahalí o correa de suspensión que cruza el pecho y pende del hombro; y sobre todo la peculiar empuñadura biglobular que da nombre al tipo.
Normalmente, las empuñaduras de armas blancas tienen un engrosamiento muy marcado en su extremo (pomo) para evitar que al golpear la mano resbale con el sudor -y la sangre- y deje caer el arma; a veces, también hay un leve engrosamiento central para mejor asegurar el agarre. En el puñal bilobular ambos engrosamientos tienen el mismo tamaño y forma de disco o glóbulo, de ahí su nombre. Sin embargo, aunque la empuñadura con dos discos es el rasgo inmediatamente más visible, es su estructura lo más significativo. La empuñadura tiene en realidad cinco partes, tres de ellas metálicas; su alma es una lengüeta plana engrosada discoidalmente en el centro y en el pomo; esta lengüeta es prolongación de la propia hoja. Para poder empuñar el arma, a ambos lados se colocan dos cachas de madera, que a su vez se recubren con sendas láminas metálicas solidarias con la cruz y el pomo, que reproducen la forma de la lengüeta (esto es, con dos discos) y que se remachan a las cachas y al alma de la empuñadura. Estas láminas exteriores a menudo van decoradas con chapas circulares en bronce repujado, y con finos hilos de cobre, plata e incluso de oro embutidos mediante técnica de damasquinado en la base de hierro. Los motivos repujados en los discos se han identificado como símbolos astrales de tipo solar. El conjunto (que a veces es aún más complejo estructuralmente) es una delicada obra de artesanía que llama la atención. Lo notable es que el puñal romano que los legionarios usaron desde época de Augusto y sólo hasta fines del s.
I d.C. tenía prácticamente los mismos elementos: hoja pistiliforme casi siempre, vaina de armazón metálico con placas muy decoradas (eso sí, con cuatro anillas de suspensión en lugar de dos), y una estructura de la empuñadura básicamente idéntica a la del puñal celtibérico, aunque con una importante diferencia: el disco (¿quizá solar?) que forma el pomo es sustituido por uno aplanado o en media luna, otro símbolo astral. Estos puñales romanos han aparecido sobre todo, y no es sorprendente dadas las zonas de concentración conocidas de las legiones altoimperiales, a lo largo del limes renano y danubiano. Quizá por la complejidad de su manufactura, su rica decoración y su escasa utilidad militar, no duraron mucho, y en el s. II d.C. desaparecieron, y con ellos el último testimonio de la influencia de la rica tradición armamentística de los pueblos hispánicos prerromanos en las poderosas legiones de la Urbs.