Gladius
Desarrollo
"Acostumbrados los macedonios a luchar contra griegos e ilirios, habían visto heridas producidas por jabalinas, flechas y rara vez lanzas; pero cuando vieron los cuerpos mutilados por la espada hispana, con los brazos amputados con hombro y todo, los cuellos seccionados por completo con las cabezas separadas del tronco, las vísceras al aire y otras horribles heridas, se daban cuenta, en una reacción general de pánico, de la clase de armas y de guerreros con los que iban a tener que combatir". Con esta terrible descripción nos cuenta Tito Livio la sensación de angustia con que los macedonios se preparaban, en el año 199 a.C., a combatir a las legiones romanas, pocos años antes vencedoras de Aníbal . Y lo hace enfatizando el terrible efecto del gladius hispaniensis, la espada de origen hispano que había sido adoptada por los romanos algunas décadas antes, según cuentan otros textos del mismo Livio y de Polibio , Claudio Cuadrigario y Aulo Gelio. Está reconocido por los romanos y confirmado por la arqueología, que las legiones fueron adoptando, a lo largo de los siglos de la República, las armas más efectivas de los enemigos con los que tuvieron que medirse, hasta configurar una panoplia típica de infantería pesada que, junto con la rigurosa disciplina y organización táctica, forjaron un ejército que, si no imbatible, era extremadamente tenaz y eficaz en casi todos los terrenos y contra cualquier tipo de enemigo. Si bien era el pilum la principal arma ofensiva del legionario, cuando la lucha llegaba al cuerpo a cuerpo, era la espada la que decidía el combate.
Aunque algunos autores han pensado que la expresión gladius hispaniensis (y no hispalensis o "sevillano" como los duendes de la imprenta se empeñan en imprimir en divertida errata) era más que nada una expresión de calidad que no implicaba origen (como, pasado el tiempo, llegó a serlo acero toledano), la mayoría de los autores modernos coincide con los antiguos en que los romanos tomaron de la panoplia de los pueblos de la península Ibérica un modelo de espada: "los romanos, abandonando las espadas de sus padres, desde las guerras de Aníbal cambiaron sus espadas por las de los iberos" (Suda, fr. 96, polibiánico). Fue durante la Segunda Guerra Púnica , en torno a 218-202 a.C. o algo antes, cuando se produjo la imitación de un tipo que, frente al modelo corto de tipo punzante, era de doble función, tajante y punzante, y capaz de producir las terribles heridas que cuenta Livio. Durante muchas décadas ha sido imposible identificar con precisión tanto la apariencia de la espada romana republicana como la de su prototipo ibérico. El problema era que, hasta hace poco, sólo se conocían los dos extremos de la cadena evolutiva: las espadas ibéricas prerromanas (de muchos y variados tipos) y la romana altoimperial, mientras que faltaban los pasos intermedios. La espada altoimperial, de época de Augusto en adelante, es de los tipos llamados "Pompeya" y "Mainz": tiene hoja muy corta, en torno a los 40-50 cm, con filos rectos y punta aguda y la vaina, de cuero o madera con armazón metálico.
Como no se conocían espadas romanas más antiguas, los arqueólogos han creído por mucho tiempo que el tipo republicano sería muy similar, y así aparecen reconstruidas por los mejores dibujantes. Asumiendo que el gladius hispaniensis sería así, el paso obvio era buscar prototipos hispanos que se ajustaran a un modelo parecido, y así se han venido proponiendo diversas opciones centradas en la falcata, en las espadas llamadas "de frontón", o en las muy cortas espadas celtibéricas de antenas atrofiadas, como los tipos llamados "Arcóbriga" o "Atance". Pero existía una seria dificultad que se ha venido obviando: todas estas espadas cortas son punzantes y, por tanto, se adaptan mal a las descripciones de las fuentes clásicas, que insisten en la doble capacidad, tajante y punzante, del gladius hispaniensis. Sólo en los últimos años se han producido hallazgos que han resuelto el problema. Se ha descubierto por fin una serie de espadas romanas datables a lo largo de los siglos III a.C. en diversos puntos del Mediterráneo, desde Delos en Grecia hasta La Rioja en España, pasando por el Sur de Francia y Eslovenia. Y la sorpresa -relativa- es que estas espadas no son cortas, sino más bien armas de hoja mediana, de entre 60 y 70 cm de longitud y unos 4 cm de anchura, con filos paralelos o muy ligeramente cóncavos ("pistiliformes"), terminados en una punta aguda. La vaina es de cuero, con armazón metálica y sistema de suspensión mediante anillas.
Tipológicamente se adaptan mejor que los tipos "Mainz" y "Pompeya" al empleo que describen las fuentes clásicas. Al descubrirse nuevos eslabones en la cadena de tipos de espadas, ya no son válidos los posibles prototipos celtibéricos que se venían barajando. Hoy sólo hay un posible prototipo peninsular para el gladius hispaniensis... que es una verdadera ironía arqueológica. Desde principios de siglo, y hasta no hace tanto, algunos autores españoles han sostenido como un verdadero "timbre de gloria" que los romanos copiaran armas "españolas" (cuando tal concepto ni siquiera existía); incluso se llegó a escribir, a poco de acabada la Guerra Civil, que la espada celtibérica se habría difundido en Roma junto con el "saludo racial (brazo en alto) precursor del nacional". Y sin embargo, el prototipo hispano de la espada romana es una espada peninsular... de origen galo. En efecto, a lo largo del s. IV a.C. se introdujeron en la Península algunas espadas galas del tipo llamado de "La Téne I", de hoja recta, filos paralelos y punta aguda. Dichas espadas tenían una vaina toda de hierro, que se suspendía verticalmente a lo largo de la pierna pendiente de una especie de cinturón, al que se sujetaba por un "puente" de metal. Ahora bien, mientras que a lo largo de los siglos III-II a.C. las espadas de "La Téne II" y "III" fueron evolucionando en la actual Francia hacia hojas cada vez más largas (de hasta un metro), con punta roma, exclusivamente de función tajante, y manteniendo la vaina enteriza metálica, en Iberia el tipo de "La Téne I" se mantuvo con pequeñas modificaciones en la hoja, pero sustituyendo la vaina celta por un tipo más característico del Mediterráneo: vaina de cuero o madera con armazón metálico y suspensión de anillas que se unían a un tahalí o correa de cuero que se colgaba del hombro y cruzaba el pecho. Todos los pasos de la progresiva sustitución de la vaina de hierro por otra de cuero y armazón se han documentado arqueológicamente en la Península Ibérica. Así, en la segunda mitad del s. III a.C. existía en Iberia, y en particular en la Meseta, un tipo de espada derivada del tipo galo de La "Téne I", de unos 60 cm de hoja recta, vaina de armazón metálica y cuero, y suspensión de tahalí y anillas. Ese es el prototipo hispano del gladius hispaniensis de los ejércitos de la República romana.
Aunque algunos autores han pensado que la expresión gladius hispaniensis (y no hispalensis o "sevillano" como los duendes de la imprenta se empeñan en imprimir en divertida errata) era más que nada una expresión de calidad que no implicaba origen (como, pasado el tiempo, llegó a serlo acero toledano), la mayoría de los autores modernos coincide con los antiguos en que los romanos tomaron de la panoplia de los pueblos de la península Ibérica un modelo de espada: "los romanos, abandonando las espadas de sus padres, desde las guerras de Aníbal cambiaron sus espadas por las de los iberos" (Suda, fr. 96, polibiánico). Fue durante la Segunda Guerra Púnica , en torno a 218-202 a.C. o algo antes, cuando se produjo la imitación de un tipo que, frente al modelo corto de tipo punzante, era de doble función, tajante y punzante, y capaz de producir las terribles heridas que cuenta Livio. Durante muchas décadas ha sido imposible identificar con precisión tanto la apariencia de la espada romana republicana como la de su prototipo ibérico. El problema era que, hasta hace poco, sólo se conocían los dos extremos de la cadena evolutiva: las espadas ibéricas prerromanas (de muchos y variados tipos) y la romana altoimperial, mientras que faltaban los pasos intermedios. La espada altoimperial, de época de Augusto en adelante, es de los tipos llamados "Pompeya" y "Mainz": tiene hoja muy corta, en torno a los 40-50 cm, con filos rectos y punta aguda y la vaina, de cuero o madera con armazón metálico.
Como no se conocían espadas romanas más antiguas, los arqueólogos han creído por mucho tiempo que el tipo republicano sería muy similar, y así aparecen reconstruidas por los mejores dibujantes. Asumiendo que el gladius hispaniensis sería así, el paso obvio era buscar prototipos hispanos que se ajustaran a un modelo parecido, y así se han venido proponiendo diversas opciones centradas en la falcata, en las espadas llamadas "de frontón", o en las muy cortas espadas celtibéricas de antenas atrofiadas, como los tipos llamados "Arcóbriga" o "Atance". Pero existía una seria dificultad que se ha venido obviando: todas estas espadas cortas son punzantes y, por tanto, se adaptan mal a las descripciones de las fuentes clásicas, que insisten en la doble capacidad, tajante y punzante, del gladius hispaniensis. Sólo en los últimos años se han producido hallazgos que han resuelto el problema. Se ha descubierto por fin una serie de espadas romanas datables a lo largo de los siglos III a.C. en diversos puntos del Mediterráneo, desde Delos en Grecia hasta La Rioja en España, pasando por el Sur de Francia y Eslovenia. Y la sorpresa -relativa- es que estas espadas no son cortas, sino más bien armas de hoja mediana, de entre 60 y 70 cm de longitud y unos 4 cm de anchura, con filos paralelos o muy ligeramente cóncavos ("pistiliformes"), terminados en una punta aguda. La vaina es de cuero, con armazón metálica y sistema de suspensión mediante anillas.
Tipológicamente se adaptan mejor que los tipos "Mainz" y "Pompeya" al empleo que describen las fuentes clásicas. Al descubrirse nuevos eslabones en la cadena de tipos de espadas, ya no son válidos los posibles prototipos celtibéricos que se venían barajando. Hoy sólo hay un posible prototipo peninsular para el gladius hispaniensis... que es una verdadera ironía arqueológica. Desde principios de siglo, y hasta no hace tanto, algunos autores españoles han sostenido como un verdadero "timbre de gloria" que los romanos copiaran armas "españolas" (cuando tal concepto ni siquiera existía); incluso se llegó a escribir, a poco de acabada la Guerra Civil, que la espada celtibérica se habría difundido en Roma junto con el "saludo racial (brazo en alto) precursor del nacional". Y sin embargo, el prototipo hispano de la espada romana es una espada peninsular... de origen galo. En efecto, a lo largo del s. IV a.C. se introdujeron en la Península algunas espadas galas del tipo llamado de "La Téne I", de hoja recta, filos paralelos y punta aguda. Dichas espadas tenían una vaina toda de hierro, que se suspendía verticalmente a lo largo de la pierna pendiente de una especie de cinturón, al que se sujetaba por un "puente" de metal. Ahora bien, mientras que a lo largo de los siglos III-II a.C. las espadas de "La Téne II" y "III" fueron evolucionando en la actual Francia hacia hojas cada vez más largas (de hasta un metro), con punta roma, exclusivamente de función tajante, y manteniendo la vaina enteriza metálica, en Iberia el tipo de "La Téne I" se mantuvo con pequeñas modificaciones en la hoja, pero sustituyendo la vaina celta por un tipo más característico del Mediterráneo: vaina de cuero o madera con armazón metálico y suspensión de anillas que se unían a un tahalí o correa de cuero que se colgaba del hombro y cruzaba el pecho. Todos los pasos de la progresiva sustitución de la vaina de hierro por otra de cuero y armazón se han documentado arqueológicamente en la Península Ibérica. Así, en la segunda mitad del s. III a.C. existía en Iberia, y en particular en la Meseta, un tipo de espada derivada del tipo galo de La "Téne I", de unos 60 cm de hoja recta, vaina de armazón metálica y cuero, y suspensión de tahalí y anillas. Ese es el prototipo hispano del gladius hispaniensis de los ejércitos de la República romana.