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Guerra civil

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A comienzos de 1937 el Comité de no-intervención había ya decidido un plan de control para España pero no pasó mucho tiempo para que se demostrara su ineficacia. En el mes de abril de ese año, gracias al convenio Fagoili, la Italia de Mussolini cedió dos submarinos modernos a la España de Franco que ésta pretendió demostrar que eran, en realidad, dos unidades capturadas a sus adversarios; además, la flota franquista se vio incrementada también por cuatro destructores de inferior calidad. Unas y otras unidades desempeñaron un papel importante en el bloqueo de la zona controlada por la República en el Mediterráneo. Por este procedimiento obviamente Italia violaba el espíritu de la no intervención, pero además ésta resultó inaplicable cuando se intentó que buques de los principales países que formaban parte del comité supervisaran la aplicación de lo pactado. En mayo y junio de ese mismo año dos buques alemanes, el Deutschland y el Leipzig, fueron bombardeados por la aviación republicana, hechos que motivaron respectivamente una brutal respuesta de Alemania y la retirada de la flota alemana y la italiana de las misiones de control. Por esas mismas fechas el relevo en el Gobierno de izquierdas francés de Blum por el radical Chautemps tuvo como consecuencia que aumentaran las dificultades para los aprovisionamientos del Ejército Popular republicano a través de la frontera francesa. Pero no tardaron mucho tiempo en verse también puestos en grave peligro en el mar Mediterráneo.

En efecto, desde agosto de ese mismo año, submarinos (y en algún caso unidades de superficie) italianos fueron empleados para hundir a los mercantes que transportaban armas y aprovisionamientos destinados a la República. Esta ayuda a Franco, que no tiene parangón ni siquiera similar con ninguna de la que recibió la República de otras potencias, llegó a ser tan abrumadora y excesiva que ni siquiera, si hubieran actuado a la vez todos los submarinos de Franco, podía considerarse posible que obtuvieran tantos hundimientos del adversario, ya que incluso ni en los Dardanelos estaban a salvo los buques rusos de camino hacia España. En total se realizaron una veintena de ataques y es más que presumible que su carga, condenada a reposar en el fondo de los mares, fuera pagada con cargo a los recursos de la República. El exceso de la intervención italiana tuvo como consecuencia que la ayuda soviética tuviera que elegir otra ruta pero acabó volviéndose en contra de quienes la habían practicado. En efecto, en el mes de septiembre, bajo presión inglesa, los italianos tuvieron que aceptar una conferencia en la población francesa de Nyon destinada a estudiar los actos de "piratería" en el Mediterráneo. Se decidió en ella que las potencias patrullaran por la totalidad de este mar y se redujo la zona donde lo harían los italianos a tan sólo en el mar Tirreno. El resultado fue que los hundimientos desaparecieron y que Churchill, que había considerado una "vergüenza" que no se dejara patrullar a Italia para comprobar el cumplimiento de lo previsto, ironizó diciendo que desde los tiempos de Julio César una decisión de Roma nunca había tenido tanta importancia en relación con un asunto mediterráneo.

Solucionado, al menos parcialmente, este conflicto así como el abandono del control por parte de italianos y alemanes durante los meses siguientes, incluida la mayor parte de 1938, se discutió principalmente en el Comité de no-intervención la cuestión de la retirada de los extranjeros combatientes en España que Franco no quería o, por lo menos, vinculaba de manera absoluta con su propio reconocimiento como beligerante. Esto hubiera sido dejar en una situación detestable al régimen republicano, más aún de aquella en la que estaba. Durante la guerra la República perdió el puesto que hasta entonces había tenido España de miembro siempre reelecto del Consejo de la Sociedad de Naciones y en el propio convenio de Nyon fueron excluidos los buques españoles pertenecientes a la República, como demostración de que ésta era ya un régimen considerado por una parte de la sociedad internacional como peculiar o poco digno de confianza. Durante los últimos meses del Gobierno de Largo Caballero hubo un intento por parte de los dirigentes de la España del Frente Popular, principalmente inspirados por Araquistain, embajador en París, para superar esta situación. Con una visión de las potencias democráticas o de las fascistas basada en unos criterios puramente economicistas se quiso comprar su neutralidad por el procedimiento de estar dispuestos a cesiones territoriales en Marruecos. También se pensó seriamente en provocar allí una sublevación que hubiera tenido como consecuencia privar a Franco de parte de sus tropas más valiosas.

El año 1938 trajo nuevas incidencias internacionales ninguna de las cuales resultó positiva para la República. En febrero Eden dimitió como secretario del Foreign Office, cuya postura en el seno del partido conservador tenía importantes elementos de similitud con la de Churchill, en cuanto que tenía especialmente en cuenta el factor estratégico y, por tanto, el peligro de que Italia sustituyera a los británicos en el dominio del Mediterráneo. Este cambio fue importante, ya que permitió al "premier" Chamberlain llevar hasta sus últimas consecuencias su política de "apaciguamiento", que venía a ser en última instancia de cesión ante los países fascistas. En abril de ese año, británicos e italianos entablaban contactos que dejaban bien claro que los segundos no abandonarían su apoyo a la España de Franco hasta el final del conflicto. Durante este año siguió habiendo intentos de mediación que, como siempre, tenían como centro Londres, capital de la única gran potencia verdaderamente neutral. Sin embargo, tampoco el Foreign Office estaba en condiciones de intervenir de una manera resolutiva para llevarla a cabo dada la complicada situación internacional. Ya en 1937, Besteiro, enviado por Azaña como representante ante la coronación de Jorge V, no había obtenido esa intervención cuando la situación militar estaba más equilibrada y peores eran las alternativas en el momento en que Franco parecía ya el casi seguro vencedor.

Con respecto a Francia, la vuelta al poder de Blum, en marzo de 1938, mejoró la situación internacional de la República. Es posible que las decisiones estratégicas de Franco en el sentido de dirigir su avance hacia Valencia y no hacia Cataluña estuvieran motivadas por la eventualidad de una invasión francesa. En cualquier caso, el Gobierno Blum duró poco y su sustitución por Daladier, con el muy apaciguador Bonnet en Exteriores, perjudicó de nuevo al régimen republicano. La crisis de Munich, en septiembre de 1938, tuvo un resultado poco satisfactorio para la República española en cuanto que constituyó una nueva cesión ante los países del Eje por parte de las potencias democráticas. El mismo hecho de que Franco, con gran irritación por parte de Mussolini, se declarara neutral ante un eventual conflicto europeo dio la sensación a Francia de que suponía para ella un menor peligro estratégico del que había pensado. En cuanto a Negrín el desenlace de los acontecimientos (ni guerra ni posición firme frente al Eje) le había de resultar necesariamente perjudicial. Munich, además, había tenido como consecuencia facilitar el acercamiento de Alemania e Italia: si podía existir un cierto resquemor entre ambas como consecuencia de la incorporación de Austria a la primera ("Anschluss", a comienzos de año), se desvaneció por el procedimiento de permitir que Mussolini ejerciera un papel de aparente árbitro entre las potencias europeas.

También fue decisivo Munich para la URSS, pues a partir de este momento llegó a la conclusión de que no podía confiar en absoluto en las potencias democráticas. El único momento en que los mecanismos de no intervención parecieron funcionar, aunque tuviera lugar muy tardíamente, fue cuando en el otoño de 1938 se produjo la retirada de los voluntarios internacionales. La verdad es que en esas fechas desempeñaban ya un papel de escasa importancia en las operaciones militares. El círculo de relaciones de la República había ido cerrándose a medida que se multiplicaban sus derrotas militares. Hacía ya un año que los franquistas mantenían relaciones con la Gran Bretaña y a comienzos de 1939 un crucero británico participó en la rendición de la Menorca republicana a Franco. Todavía éste pensaba a comienzos de 1939 en la posibilidad de una intervención francesa en Cataluña, pero no faltaba mucho para que, tras el llamado pacto Jordana-Bérard, la España de Franco y la España republicana establecieran relaciones diplomáticas. En marzo de 1939, Franco se mostró dispuesto a suscribir un nuevo tratado con Alemania de carácter cultural, pero, además y sobre todo, firmó el pacto Antikomintern cuya existencia no se reveló hasta concluido el conflicto. Mientras tanto la Unión Soviética parecía ya mucho más interesada en los problemas de Extremo Oriente que en los españoles, y a fines de 1938 ni siquiera los patéticos llamamientos de Negrín parecían hacerle mucho efecto.

En definitiva, para los republicanos la derrota militar era paralela a la diplomática. Ahora bien, ¿cuánto y cómo ayudaron cada una de las potencias europeas teóricamente no beligerantes a cada uno de los contrincantes españoles? En el pasado se ha solido mantener que la ayuda recibida por Franco no sólo habría sido abrumadoramente superior sino que, además, por sí sola habría sido la razón explicativa del desenlace del conflicto. En la actualidad, sin embargo, con matices importantes y disparidad de cifras significativas, se tiende a indicar que, en cuanto al monto total de ayuda recibida y respecto de los pagos efectuados, existe una similitud bastante considerable. Es probable que el debate historiográfico de mayor interés sea no tanto el monto de la ayuda como su empleo, su oportunidad y el beneficio obtenido por quien la proporcionaba. En efecto, si se suma, por un lado, el oro y demás metales preciosos vendidos por la República y los préstamos logrados por Franco resultan cantidades similares que, en cada caso, pueden equivaler a algo más de 5.500 millones de pesetas de la época y a un quinto de la renta nacional. Para apreciar lo que significó la ayuda, tanto para el receptor como para quien la enviaba, quizá lo mejor sea referirse por separado a cada uno de los países que participaron en ella. Para los franquistas, la ayuda "más importante, delicada, desinteresada y noble", en palabras de Serrano Suñer, fue la proporcionada por la Italia fascista, que a cambio no recibió casi nada inmediatamente a no ser promesas de amistad y de influencia política.

La ayuda italiana consistió a la vez en material y en colaboración con recursos humanos. Italia entregó a España entre 600 y 700 aviones, dos tercios de los cuales eran cazas, entre 100 y 200 carros, en su totalidad pequeños, y casi 2.000 cañones, además de algunos submarinos y otros buques. El importe de todo este material fue alrededor de 7.500 millones de liras, una cifra que luego en negociaciones con los españoles se vio considerablemente reducida y que no acabaría de pagarse hasta una fecha tan tardía como 1967. Italia dispuso de una compañía destinada a concentrar el comercio con España, denominada SAFNI, pero los intercambios, comparados con los de Alemania, fueron muy escasos. Por si fuera poco, las unidades militares italianas que acudieron a España a fines de 1936 y que actuaron durante la guerra como unidades de choque aunque con resultado muy desigual, denominadas Corpo di Truppe Volontarie, llegaron a ver pasar por sus filas unos 73.000 hombres y otros 5.700 pasaron por la aviación; la cifra máxima de soldados presentes a un tiempo puede haber rondado los 40.000 y en la fase final la oficialidad italiana, en realidad, mandaba en gran parte a combatientes españoles. La ayuda alemana a Franco revistió unas características bastante diferentes. También Alemania proporcionó un número importante de aviones, que puede situarse alrededor de 500, pero probablemente lo más efectivo de su ayuda fue la llamada Legión Cóndor, formada por un centenar y medio de aviones y utilizada como unidad de combate independiente igual que las italianas.

La Legión Cóndor debió tener algo más de 5.000 hombres pero en total debieron pasar por ella casi 20.000, de tal modo que favoreció considerablemente el adiestramiento de la Luftwaffe de Göring. Los alemanes también enviaron instructores para la milicias y equipos artilleros y, en general, material militar sofisticado como torpederas y equipos de señalización. A cambio de esta ayuda, cuyo monto puede haber sido inferior en más de un tercio de la italiana, los alemanes descubrieron en el transcurso de la guerra que podían obtener contrapartidas importantes que, además, les iban a servir para preparar su posible participación en una guerra mundial. A tal efecto crearon una serie de compañías dirigidas precisamente por los inspiradores de su intervención en la guerra civil (HISMA, ROWAK, SOFINDUS), cuya misión principal fue apoderarse del capital de las compañías mineras españolas. Franco opuso cierta resistencia inicial a la penetración del capital alemán, de acuerdo con sus criterios nacionalistas, pero en 1938 acabó cediendo a la presión de los alemanes que agruparon sus participaciones en una compañía denominada Montana. Ya en 1937, desplazando a la Gran Bretaña, Alemania había obtenido de España 1.500.000 toneladas de hierro y cerca de 1.000.000 de toneladas de piritas. En enero de 1939 casi la mitad del comercio de la España franquista se dirigía a Alemania y si ésta hubiera invertido la totalidad de su deuda en nuestro país hubiera cambiado radicalmente su peso entre los países con intereses en España.

Así como Franco supo obtener considerables ventajas de Mussolini, en cambio no puede decirse lo mismo de los alemanes. Franco contó también con la ayuda de voluntarios portugueses e irlandeses aunque su significación fue mínima respecto del desarrollo de la contienda. En cambio un papel de importancia cabe atribuir a los marroquíes que, sólo de acuerdo con unos criterios estrictamente puristas, pueden ser considerados como extranjeros en la época. La ayuda recibida por el Frente Popular dependió principalmente, como sabemos, de Francia y de la Unión Soviética. Francia pudo entregar unos 300 aviones a la República, pero la ayuda exterior fundamental para ella fue de procedencia soviética. Los rusos adoptaron en su intervención en el conflicto español una actitud muy parecida a la de los alemanes: enviaron material y no personal y exigieron una inmediata contrapartida económica. El número de rusos presentes en la Península sigue siendo una incógnita, pues mientras que Prieto afirma que no hubo más de 500, otros historiadores elevan la cifra hasta 7.000 u 8.000. Da la sensación, sin embargo, que su intervención en las operaciones militares testimonia una capacitación elevada: futuros mariscales como Zhukov o Malinovsky estuvieron presentes en la Península, y en ocasiones, además, combatientes soviéticos participaron en operaciones militares suponiendo un refuerzo considerable al Ejército del Frente Popular, por ejemplo, en el contraataque con carros en Seseña y en los combates aéreos en torno a Madrid.

Da la sensación de que la fragmentación del mando y las disputas de carácter político entre quienes resultaron vencidos en la guerra civil facilitaron considerablemente que la influencia de los asesores militares soviéticos fuera muy grande: durante la batalla del Norte Prieto, ministro de Defensa, no lograba, por ejemplo, que se cumplieran sus órdenes relativas al auxilio de la aviación a aquella zona. Con respecto al material se ha calculado que la URSS entregó a la España del Frente Popular unos 1.000 aviones y un número reducido de torpederos, aparte de una cifra considerable de carros que fueron los de más poderoso blindaje que estuvieron presentes en la guerra española. Este hecho nos pone en contacto con otra cuestión de importancia que ha sido muy discutida respecto de la guerra civil española: se ha dicho que el material de guerra ruso era deficiente, pero esta afirmación no parece corresponder a la realidad, sino que debió ser el mejor material que tenían aunque fuera inferior en calidad al de países como Alemania. Un último aspecto de la presencia rusa en España se refiere a su supuesta o real influencia política. Todo hace pensar que fue superior a la que tuvieron alemanes e italianos en el otro bando en donde, por ejemplo, el embajador Faupel fue cesado por entrometido. Algunos dirigentes rusos en España habían tenido un papel considerable en la URSS en el inmediato pasado: éste puede ser el caso de Ovseenko, un viejo bolchevique que participó en la Revolución de 1917 y que asumió la representación consular en Barcelona.

Parece, sin embargo, que si pudieron tener mayor influencia fueron también más discutidos a lo largo de todo el período bélico y sobre todo en su fase final, como lo testimonian las Memorias de algunos personajes políticos o militares importantes (Prieto o Guarner). Si directamente la URSS no proporcionó un número elevado de combatientes, en cambio organizó las Brigadas Internacionales en beneficio del Frente Popular, cuyos efectivos totales sucesivos pudieron superar los 60.000 hombres pero cuyo momento álgido debió situarse en torno al verano de 1937 con algo más de 40.000. No todos los componentes de las Brigadas eran comunistas aunque este partido fue, de acuerdo con lo escrito por Dolores Ibárruri, el "motor organizativo". Las Brigadas Internacionales constituyeron un excelente procedimiento para Stalin de satisfacer las ansias revolucionarias de la Komintern a la que, sin embargo, Stalin designaba como "lavotchka", es decir, "pandilla de estafadores", y al mismo tiempo hacer olvidar la persecución que se estaba produciendo por aquellos días en Rusia en contra de los seguidores de Trotski y, en general, cualquier tipo de disidencia fuera real o imaginaria (en el Ejército, por ejemplo). Así se explica que en las Brigadas formara parte un buen elenco de la élite dirigente del comunismo mundial, que luego ejerció el poder en los países del Este tras la segunda guerra mundial: un presidente y cuatro futuros ministros de la República Democrática Alemana, un futuro presidente de Hungría, cuatro futuros ministros, polacos, etcétera.

El propio Marty, principal organizador de las Brigadas, era una figura importante del comunismo francés, que acabaría abandonando, y había conseguido su fama como organizador de la protesta de la flota de su país contra la intervención militar en la Rusia revolucionaria. Todos los testimonios presentan a las Brigadas como unidades regidas por una extremada disciplina, lo que las hizo convertirse en fuerzas de choque del Ejército republicano y tener un elevado porcentaje de bajas. El ideal que las guiaba era el antifascismo y en muchos casos, además, el deseo de llegar a una revolución mundial, como se demuestra por los muchos exiliados procedentes de Alemania e Italia que militaban en sus filas y por las divisas de sus banderas ("Hoy en España, mañana en Italia"; "Por vuestra libertad y la nuestra"). Prematuros antifascistas, los brigadistas desempeñaron un papel de importancia en sus países respectivos durante la segunda guerra mundial, pero luego solieron padecer las consecuencias de la guerra fría. Esta descripción de la ayuda internacional a cada uno de los dos bandos en la guerra revela la importancia que tuvo para ellos. Sin ella, en última instancia, la guerra no se habría producido porque Franco no hubiera podido franquear el Estrecho de Gibraltar, los sublevados hubieran perdido Mallorca, no habrían detenido el flujo de armas por el Mediterráneo, ni hubieran tenido la superioridad de fuego durante la campaña del Norte o tomado Málaga.

Por su parte, el Frente Popular tampoco habría sido capaz, probablemente, de ofrecer resistencia a la toma de Madrid, emprender la ofensiva de Brunete o atacar atravesando el Ebro. Como ya se ha señalado, es posible que el volumen total de la ayuda fuera semejante en los dos bandos: así parece indicarlo el cómputo del número de aviones y la similitud entre el monto del oro enviado a Rusia y la suma de los préstamos concedidos a Franco por Italia y Alemania. Sin embargo, para Azaña la ayuda rusa fue siempre lenta, problemática e insuficiente. En parte puede deberse a que el Ejército Popular hizo un uso poco eficaz de ella, pero también a que la causa de la España republicana tampoco era tan decisiva para la URSS y las potencias democráticas, por sus especiales características, su división interna y su política de apaciguamiento o no quisieron intervenir en España o lo hicieron con titubeos. Franco recibió una ayuda más generosa (porque era en préstamo), más decidida (era pedida por los propios embajadores) y más arriesgada (porque comprometió a unidades militares propias). La URSS de Stalin no llevó a cabo operaciones como el torpedeo al que sometieron a sus buques los submarinos italianos. Puede que por ella sola y por su monto local la ayuda exterior no explique el resultado de la guerra, pero, en comparación, el fundamental beneficiario de esa intervención exterior fue Franco, aunque fuera sólo por el carácter de sublevado contra un régimen comúnmente aceptado en 1936 y por la continuidad con que la recibió.

En la política internacional del momento quien salió mejor parado de lo sucedido en la guerra fue, por supuesto, Hitler. Aprovechando plenamente la circunstancia de crisis europea consiguió atraerse definitivamente a la Italia fascista, hacer desconfiar a la URSS de Stalin del sistema de seguridad internacional y, sobre todo, en la fiabilidad de los países democráticos, atemorizar a éstos con el peligro de una conflagración general y dejar a Austria y Checoslovaquia inermes por completo. Aunque luego no sería decisivamente peligroso, Franco no era en 1939 un dirigente en que pudieran confiar británicos o franceses. Rusia había recibido al menos una parte de la derrota y después de alzar, con su ayuda, a los comunistas españoles a un puesto de primera importancia en la política nacional los vio caer a la misma velocidad marginados por todos. Italia vengó la derrota de Guadalajara pero había obtenido más supuesta gloria y propaganda que beneficios materiales.

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