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Datos principales
Desarrollo
LIBRO II De lo que acaeció en esta provincia desde que vino a ella por Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca el año 1540, hasta la venida del primer obispo D. Frai Pedro de la Torre. CapÍtulo I Cómo salió de Castilla el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca , y discurso de su viaje Suele a veces ser a los hombres tan adversos los sucesos en lo que emprenden, que entendiendo salir de ellos con honra, y acrecentamiento, vienen a dar en lo ínfimo de las miserias e infortunios. De esta manera sucedió a nuestros españoles en la conquista del Río de la Plata, de donde pensaron salir muchos ricos y aprovechados, y fue tan al contrario, que no ha habido alguno que hubiese vuelto remediado a su patria, antes acabaron los más de ellos sus vidas miserablemente, como se ha visto en lo que está referido en el antecedente libro, en el cual hice mención de haberse despachado de Buenos Aires a España la nao Marañona, en que vino Alonso Cabrera, al socorro de los conquistadores de esta provincia, la que llegó a Castilla en tiempo que acababa de venir de la Florida Alvar Núñez; y porque en este libro trataremos de lo que le sucedió, diré brevemente cuanto pueda necesitarse para su perfecta inteligencia. Era este caballero natural de Jerez de la Frontera , y vecino de Sevilla, nieto del Adelantado Pedro de Vera, el que conquistó las Islas de la gran Canaria, y habiendo gastado en esto su patrimonio, por no faltar al servicio de su Monarca, empeñó dos hijos suyos a un Moro por cierta cantidad de dinero, hasta que los Reyes Católicos los desempeñaron.
Estos fueron padre, y tío de este caballero, como lo hizo patente en el Real Consejo. Pasó Alvar Núñez a la Florida por Tesorero de S.M. con el Gobernador Pánfilo de Narváez que fue a aquella conquista con cantidad de españoles, y habiendo perecido con la mayor parte de su gente, la restante quedó en poder de los indios de aquella tierra, gente caribe y cruel, y fueron todos comidos por ellos, excepto Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y un esclavo suyo de nación moreno; y estando los dos en este cautiverio entre tan mala gente, fue el Señor servido darle donde hacer cosas de milagros, como sanar enfermos, dar vista a los ciegos, y lo que es más, llegar a resucitar a un muerto que sólo la acción de tocarlo al tiempo que dijo: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: ¡tan grande era su fe! Con lo que vino a ser tan estimado de los indios, que fue tenido por Santo, y le eligieron por su capitán, trocándole de esclavo en libre y Señor, y viéndose con tal aceptación, determinó atravesar aquella tierra por muchas leguas hasta la Nueva España, donde había ya españoles, y después se fue hasta la ciudad de Méjico al cabo de diez años de peregrinación y cautiverio, sin que en todo este tiempo hubiese perdido la letra dominical, ni la cuenta de los días del calendario, prueba de su gran memoria y cristiandad. Luego se embarcó para Castilla donde llegó este año, y pretendió que S.M. le hiciese merced de la Gobernación del Paraguay con título de Adelantado, lo cual le fue concedido con condición de haberse de obligar a continuar el descubrimiento, población y conquista de esta tierra para lo que se hizo de gente y nombró capitanes, y embarcándose en cinco navíos, se hizo a la vela en el puerto de San Lúcar de Barrameda el año 1540; y navegando por ancho mar, tocó en la gran Canaria y después en Cabo Verde, y prosiguiendo su derrota, llegó a la línea equinoccial, donde tuvo grandes calmas, y refrescando el tiempo, siguió su derrota al austro, hasta montar el Cabo de San Agustín, y llegar a los 28 grados, desde donde prosiguió al leste hasta tomar puerto en la Isla de Santa Catalina donde habiéndose desembarcado pasó revista, y halló que traía setecientos hombres con la gente de mar, entre los que venían varios caballeros hijosdalgo, y personas de calidad, y porque me ha de ser preciso tratar de algunos de ellos en este libro, los nombraré eran: un primo del Adelantado, llamado Pedro de Estopiñan, que comúnmente llamaban Pedro Vacas, Alonso Riquelme de Guzmán, su sobrino; Alonso Fuertes hijo de un veinticuatro de Jerez, Antonio Navarrete, don Martín de Villavicencio, y Francisco Peralta Jerezanos; de la Ciudad de Sevilla, Ruiz Díaz Melgarejo y Francisco de Vergara su hermano; de Toledo , Martín Suárez hermano de Saavedra, hijo del Correo mayor de dicha ciudad, Pedro de Esquivel, y Luis de Cabrera ; de Córdoba , Alonso de Valenzuela, Lope de los Ríos, Pedro de Peralta, Alonso de Angulo, D.
Luis de Rivera; de Castilla la Vieja, el capitán García Rodríguez de Vergara hermano de Fray Domingo de Soto Mayor, confesor de la Serenísima Emperatriz, y el Factor Pedro de Orantes; venía por contador Felipe de Cáceres, madrileño: el capitán Camargo, y Juan Delgado, y el capitán Agustín de Ocampo, de Almodóvar; de Valencia , Jaime Resquín; de Trujillo , Nuño de Chaves, Luis Pérez de Vargas y Herrera, Francisco de Espinola, hijo del alcalde del Castillo de San Lúcar de Barrameda; y de Vizcaya, y Provincia de Guipúzcoa, Martín de Orué de Ochoa y Aguirre, Miguel de Urrutia y Estigarribia. Venía por alcalde mayor Juan Pavón, natural de Badajoz, y por teniente Francisco López el Indiano, natural de Cádiz, sin otros muchos caballeros hijosdalgo y demás gente ordinaria. Halló el Adelantado en esta costa dos españoles de los de la armada de don Pedro, que con la hambre y malos tratamientos de los capitanes de Buenos Aires habían desertado. El uno era de quien se decía, que había comido a su compañero. De esto se informó el Adelantado del estado de la provincia, con lo cual, y con acuerdo de sus capitanes se determinó el ir por tierra desde aquel paraje hasta la Asunción, donde estaban juntos todos los conquistadores; y que los navíos con la gente de mar, y alguna otra impedida con las mujeres prosiguiesen hasta tomar el Río de la Plata, dejando las dos naos más gruesas en San Gabriel; y con este acuerdo envió el Adelantado al Factor Pedro de Orantes a que le descubriese el camino, el cual habiendo salido a los rasos y pinales, halló mucha gente natural con quien trabó amistad.
Y reconocida la tierra, dio vuelta a dar cuenta al Adelantado de lo que había visto, y con su relación se puso en práctica la entrada por esta vía, tomando por un río llamado Irabuco, y llevando por él algunas canoas hasta un puerto, donde desembarcó, y juntos con los que iban por tierra, prosiguió su viaje por unos bosques asperísimos de grandes arboledas, que fue rompiendo con mucho trabajo, y al cabo de 50 días salió a lo alto de la tierra en unos espaciosos campos, que llaman de Tatúa, donde les salieron los indios a recibir, y confirmaron la amistad hecha con orante, sirviendo a los españoles muy gustosos, y proveyéndoles de los víveres necesarios a 500 hombres, los cuales llevaban 20 caballos; y habiendo caminado quince jornadas adelante, llegaron a un río grande, que llaman Iguazú, el cual atravesaron tres veces con mucho trabajo por tener grande corriente. Después de otras seis jornadas llegaron a otro río, que los naturales llaman Latibajiba, donde está un gran pueblo de Guarantes con su cacique principal llamado Abapajé, con cuyo motivo determino el Adelantado armar allí una fragua que llevaba, Para labrar algún rescate, como hachuelas, cuñas, escoplos, cuchillos, anzuelos y agujas, cosas muy apreciables de los indios, para lo cual mandó llevar hasta 16 quintales de fierro repartidos entre los soldados a 4 libras cada uno, de lo que quedaron los indios muy gustosos: y proveída la armada de todo lo necesario, prosiguió su viaje de leste a oeste en demanda del río Ubay, donde fueron bien recibidos por los indios, que estaban poblados a sus riberas.
Y pasando adelante muchas jornadas por tierra áspera y montuosa, llegaron al río Pequirí, donde hicieron mansión algunos días, y tornaron a armar la fragua para proveerse de rescates, y atraer a los naturales a que hiciesen como los que traía el adelantado consigo, que le acompañaron y ayudaron en aquel viaje, a quien despidió con agrado, y ellos se volvieron contentos a su tierra. De ahí a poco salió de este asiento, y caminando otras veinte jornadas, bajó al Río del Paraná, treinta leguas más abajo de aquel gran salto de que hablamos en el primer libro: luego se informó altamente de los naturales del sitio donde tenían su asiento los españoles, con cuya relación determinó despachar algunos enfermos e impedidos por el río con el capitán Nuño de Chaves en unas canoas y balsas, con orden que entrasen por el del Paraguay, y caminasen aguas arriba, hasta que se juntasen con él en la Asunción. Y habiendo regalado a los indios con los efectos de la fragua, que hemos dicho, tomó su camino rumbo al oeste hasta el río Mondaí, y cortando por aquella tierra, llegó a la comarca de la sierra de Ibitiruzú, cuyos naturales le salieron a recibir muy obsequiosos, y llegado a los pueblos de Acay, envió sus cartas a Domingo Irala, dándole aviso de su llegada, y de los despachos que traía de S.M. para el gobierno de la provincia, los cuales recibidos y vistos por los capitanes que estaban en la Asunción, determinó luego el general que saliesen al camino a cumplimentarle los capitanes Juan de Ortega, Alonso Cabrera, y Juan de Salazar de Espinosa , cuya diligencia fue puesta en ejecución con general aplauso; y habiéndose encontrado con la solemnidad competente, y conferido con el Adelantado algunas cosas del real servicio, volvieron a dar cuenta al general Domingo de Irala del efecto de su comisión. Luego el Capitán General mandó disponer las cosas para el recibimiento, del cual y de algunas circunstancias que pasaron, se hará mención adelante. Entró el Adelantado en la ciudad el año 1541, con gusto universal de la gente, porque su afabilidad, buena condición y prendas le granjearon el común aprecio, teniéndole todos por hombre de excelente gobierno y prudencia, como se había esperimentado en tan larga y trabajosa jornada, en que anduvo más de 400 leguas sin haber perdido un hombre de su armada, en que fue tan feliz, como desgraciado en las cosas que después acaecieron.
Estos fueron padre, y tío de este caballero, como lo hizo patente en el Real Consejo. Pasó Alvar Núñez a la Florida por Tesorero de S.M. con el Gobernador Pánfilo de Narváez que fue a aquella conquista con cantidad de españoles, y habiendo perecido con la mayor parte de su gente, la restante quedó en poder de los indios de aquella tierra, gente caribe y cruel, y fueron todos comidos por ellos, excepto Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y un esclavo suyo de nación moreno; y estando los dos en este cautiverio entre tan mala gente, fue el Señor servido darle donde hacer cosas de milagros, como sanar enfermos, dar vista a los ciegos, y lo que es más, llegar a resucitar a un muerto que sólo la acción de tocarlo al tiempo que dijo: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: ¡tan grande era su fe! Con lo que vino a ser tan estimado de los indios, que fue tenido por Santo, y le eligieron por su capitán, trocándole de esclavo en libre y Señor, y viéndose con tal aceptación, determinó atravesar aquella tierra por muchas leguas hasta la Nueva España, donde había ya españoles, y después se fue hasta la ciudad de Méjico al cabo de diez años de peregrinación y cautiverio, sin que en todo este tiempo hubiese perdido la letra dominical, ni la cuenta de los días del calendario, prueba de su gran memoria y cristiandad. Luego se embarcó para Castilla donde llegó este año, y pretendió que S.M. le hiciese merced de la Gobernación del Paraguay con título de Adelantado, lo cual le fue concedido con condición de haberse de obligar a continuar el descubrimiento, población y conquista de esta tierra para lo que se hizo de gente y nombró capitanes, y embarcándose en cinco navíos, se hizo a la vela en el puerto de San Lúcar de Barrameda el año 1540; y navegando por ancho mar, tocó en la gran Canaria y después en Cabo Verde, y prosiguiendo su derrota, llegó a la línea equinoccial, donde tuvo grandes calmas, y refrescando el tiempo, siguió su derrota al austro, hasta montar el Cabo de San Agustín, y llegar a los 28 grados, desde donde prosiguió al leste hasta tomar puerto en la Isla de Santa Catalina donde habiéndose desembarcado pasó revista, y halló que traía setecientos hombres con la gente de mar, entre los que venían varios caballeros hijosdalgo, y personas de calidad, y porque me ha de ser preciso tratar de algunos de ellos en este libro, los nombraré eran: un primo del Adelantado, llamado Pedro de Estopiñan, que comúnmente llamaban Pedro Vacas, Alonso Riquelme de Guzmán, su sobrino; Alonso Fuertes hijo de un veinticuatro de Jerez, Antonio Navarrete, don Martín de Villavicencio, y Francisco Peralta Jerezanos; de la Ciudad de Sevilla, Ruiz Díaz Melgarejo y Francisco de Vergara su hermano; de Toledo , Martín Suárez hermano de Saavedra, hijo del Correo mayor de dicha ciudad, Pedro de Esquivel, y Luis de Cabrera ; de Córdoba , Alonso de Valenzuela, Lope de los Ríos, Pedro de Peralta, Alonso de Angulo, D.
Luis de Rivera; de Castilla la Vieja, el capitán García Rodríguez de Vergara hermano de Fray Domingo de Soto Mayor, confesor de la Serenísima Emperatriz, y el Factor Pedro de Orantes; venía por contador Felipe de Cáceres, madrileño: el capitán Camargo, y Juan Delgado, y el capitán Agustín de Ocampo, de Almodóvar; de Valencia , Jaime Resquín; de Trujillo , Nuño de Chaves, Luis Pérez de Vargas y Herrera, Francisco de Espinola, hijo del alcalde del Castillo de San Lúcar de Barrameda; y de Vizcaya, y Provincia de Guipúzcoa, Martín de Orué de Ochoa y Aguirre, Miguel de Urrutia y Estigarribia. Venía por alcalde mayor Juan Pavón, natural de Badajoz, y por teniente Francisco López el Indiano, natural de Cádiz, sin otros muchos caballeros hijosdalgo y demás gente ordinaria. Halló el Adelantado en esta costa dos españoles de los de la armada de don Pedro, que con la hambre y malos tratamientos de los capitanes de Buenos Aires habían desertado. El uno era de quien se decía, que había comido a su compañero. De esto se informó el Adelantado del estado de la provincia, con lo cual, y con acuerdo de sus capitanes se determinó el ir por tierra desde aquel paraje hasta la Asunción, donde estaban juntos todos los conquistadores; y que los navíos con la gente de mar, y alguna otra impedida con las mujeres prosiguiesen hasta tomar el Río de la Plata, dejando las dos naos más gruesas en San Gabriel; y con este acuerdo envió el Adelantado al Factor Pedro de Orantes a que le descubriese el camino, el cual habiendo salido a los rasos y pinales, halló mucha gente natural con quien trabó amistad.
Y reconocida la tierra, dio vuelta a dar cuenta al Adelantado de lo que había visto, y con su relación se puso en práctica la entrada por esta vía, tomando por un río llamado Irabuco, y llevando por él algunas canoas hasta un puerto, donde desembarcó, y juntos con los que iban por tierra, prosiguió su viaje por unos bosques asperísimos de grandes arboledas, que fue rompiendo con mucho trabajo, y al cabo de 50 días salió a lo alto de la tierra en unos espaciosos campos, que llaman de Tatúa, donde les salieron los indios a recibir, y confirmaron la amistad hecha con orante, sirviendo a los españoles muy gustosos, y proveyéndoles de los víveres necesarios a 500 hombres, los cuales llevaban 20 caballos; y habiendo caminado quince jornadas adelante, llegaron a un río grande, que llaman Iguazú, el cual atravesaron tres veces con mucho trabajo por tener grande corriente. Después de otras seis jornadas llegaron a otro río, que los naturales llaman Latibajiba, donde está un gran pueblo de Guarantes con su cacique principal llamado Abapajé, con cuyo motivo determino el Adelantado armar allí una fragua que llevaba, Para labrar algún rescate, como hachuelas, cuñas, escoplos, cuchillos, anzuelos y agujas, cosas muy apreciables de los indios, para lo cual mandó llevar hasta 16 quintales de fierro repartidos entre los soldados a 4 libras cada uno, de lo que quedaron los indios muy gustosos: y proveída la armada de todo lo necesario, prosiguió su viaje de leste a oeste en demanda del río Ubay, donde fueron bien recibidos por los indios, que estaban poblados a sus riberas.
Y pasando adelante muchas jornadas por tierra áspera y montuosa, llegaron al río Pequirí, donde hicieron mansión algunos días, y tornaron a armar la fragua para proveerse de rescates, y atraer a los naturales a que hiciesen como los que traía el adelantado consigo, que le acompañaron y ayudaron en aquel viaje, a quien despidió con agrado, y ellos se volvieron contentos a su tierra. De ahí a poco salió de este asiento, y caminando otras veinte jornadas, bajó al Río del Paraná, treinta leguas más abajo de aquel gran salto de que hablamos en el primer libro: luego se informó altamente de los naturales del sitio donde tenían su asiento los españoles, con cuya relación determinó despachar algunos enfermos e impedidos por el río con el capitán Nuño de Chaves en unas canoas y balsas, con orden que entrasen por el del Paraguay, y caminasen aguas arriba, hasta que se juntasen con él en la Asunción. Y habiendo regalado a los indios con los efectos de la fragua, que hemos dicho, tomó su camino rumbo al oeste hasta el río Mondaí, y cortando por aquella tierra, llegó a la comarca de la sierra de Ibitiruzú, cuyos naturales le salieron a recibir muy obsequiosos, y llegado a los pueblos de Acay, envió sus cartas a Domingo Irala, dándole aviso de su llegada, y de los despachos que traía de S.M. para el gobierno de la provincia, los cuales recibidos y vistos por los capitanes que estaban en la Asunción, determinó luego el general que saliesen al camino a cumplimentarle los capitanes Juan de Ortega, Alonso Cabrera, y Juan de Salazar de Espinosa , cuya diligencia fue puesta en ejecución con general aplauso; y habiéndose encontrado con la solemnidad competente, y conferido con el Adelantado algunas cosas del real servicio, volvieron a dar cuenta al general Domingo de Irala del efecto de su comisión. Luego el Capitán General mandó disponer las cosas para el recibimiento, del cual y de algunas circunstancias que pasaron, se hará mención adelante. Entró el Adelantado en la ciudad el año 1541, con gusto universal de la gente, porque su afabilidad, buena condición y prendas le granjearon el común aprecio, teniéndole todos por hombre de excelente gobierno y prudencia, como se había esperimentado en tan larga y trabajosa jornada, en que anduvo más de 400 leguas sin haber perdido un hombre de su armada, en que fue tan feliz, como desgraciado en las cosas que después acaecieron.