Epígrafes
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Epígrafes Tomando como criterio las divisiones temáticas que acostumbramos reconocer en los tratados misceláneos europeos, podemos afirmar que el Chilam Balam de Chumayel contiene apartados sobre historia, cronología, astronomía, genealogía, teología, cosmogonía, series de profecías e interrogatorios de carácter iniciático. Para una mejor comprensión del texto, hemos tomado la determinación, común a todos los editores del manuscrito, de fraccionarlo a medida que van diferenciándose los asuntos, y de añadir títulos alusivos que creemos no distorsionan el sentido ni interrumpen la natural continuidad de las anotaciones. Pensamos firmemente que al viejo h-men y h-miats Juan José Hoil no le hubiera resultado chocante o sacrílega esta manera de proceder. Veamos pues la razón de los distintos epígrafes: El capítulo primero trata de los orígenes de las tribus, de los antepasados fundadores de la sociedad -seres míticos, seguramente divinizados y a los que se rendía culto-, de las antiguas migraciones y de los acontecimientos históricos que llegan hasta la época en que se inicia la decadencia de Chichén Itzá. Hay una referencia inicial al aspecto del universo, que pretende delimitar el escenario en que se van a desarrollar los hechos posteriores. El aire arcaico de todo el fragmento le confiere gran importancia arqueológica, como la tiene también el párrafo que menciona la misteriosa y fundamental figura de Hunac Ceel Cauich, uno de los principales jefes en las luchas que mantuvieron los reinos septentrionales de la península de Yucatán durante el período Postclásico Medio y aun después.
Hemos llamado a esta parte Crónica de los antepasados, porque suponemos que el objetivo del compilador fue establecer la memoria de los antiguos gobernantes de la región. Su extensión llega desde la página 1 (no se olvide que falta la primera hoja del manuscrito original) hasta la página 12. El capítulo segundo es una oscura profecía con resonancias históricas, pues el escriba se extiende en una amarga lamentación sobre la pasada o inminente dominación de los cristianos. Es conveniente advertir ahora que el concepto del tiempo para los mayas precolombinos difiere sensiblemente del que prevaleció en el Viejo Mundo. En sus anuncios y admoniciones los profetas indígenas confunden de forma natural el tiempo pretérito con el tiempo futuro, ya que lo que una vez sucedió volverá a suceder, y el porvenir no es otra cosa que la llegada de los mismos signos causantes de los acontecimientos que ocurrieron en algún remoto rincón de la historia cíclica. El período Katún Once Ahau (es decir, uno de los lapsos de 7.200 días identificado porque terminaba en una fecha 11 Ahau del calendario adivinatorio perpetuo de 260 días) es el que contempló el arribo de los españoles; pero ese mismo período particular regresaba en la cuenta eterna de los días cada 256 años occidentales aproximadamente, y siempre lo hacía con su misma carga de bondades o desgracias. Hemos titulado esta parte Lamentaciones en un katún Once Ahau. Comprende desde la página 13 a la 15 del manuscrito original, numerado, según hemos advertido antes, por las hojas conservadas.
El capítulo tercero comienza con el recuerdo de la gloria de los reyes primitivos y, como si el redactor hubiera querido forzar el contraste con el momento que vivía, prosigue de inmediato narrando la conquista y sus consecuencias. Es un fragmento lleno de hermosos símbolos y de melancolía, quizá la mejor descripción americana del momento justo del contacto cultural, con un epílogo de poética resignación que se resume en la célebre sentencia: Toda luna, todo año, todo día, todo viento, camina y pasa también. Así toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono. Es decir, la confirmación de que la era de la cultura maya independiente había acabado para siempre; completada en su justa medida, era de razón que cayera en el olvido. Un tipo de fatalismo éste característico de los sabios del Mayab, pero que no obstaculizó los sucesivos levantamientos y rebeliones de la época colonial y de la republicana. Esta parte se titula El final del tiempo antiguo. Podría ser un verdadero kahlay sobre los tsules, lo que quiere decir un memorial o relato indígena acerca de los españoles. Ocupa las páginas 15 a 21 del original maya. El capítulo cuarto trata algunas cuestiones calendáricas y astronómicas. Evidentemente, está inspirado en los almanaques hispánicos, aunque incluye una interesante cuenta de los uinales (meses mayas de veinte días) adaptada al año cristiano. Las observaciones sobre los eclipses son de una deliciosa ingenuidad y, como el autor dice, constan ahí para que sepan los hombres mayas qué es lo que le sucede al sol y a la luna.
Esta breve sección contiene también el dibujo de un escudo de armas, que viene a ser un mapa de Yucatán por los nombres que lleva, y así cabe pensar que los indígenas otorgaban capacidad descriptiva y geográfica a los escudos que representaban el país: ¡curiosa y atinada manera de interpretar esta clase de alegorías! Denominamos el capítulo Notas calendáricas y astronómicas, se encuentra entre las páginas 21 y 27 del original. El capítulo quinto es de los más notables del manuscrito. Constituye el mejor testimonio que poseemos de las pruebas que debían pasar los dignatarios y jefes políticos de los Estados de Yucatán para obtener la legitimidad en el ejercicio de su cargo. Una serie de acertijos, que el propio texto califica de lenguaje de Suyua (para algunos autores, el enigmático lugar de procedencia de los habitantes del Mayab, aunque suyuá también puede significar simplemente lo que es simbólico o figurado), son propuestos a los altos personajes, que están obligados a descifrar su sentido. Ello les identifica como miembros de los linajes dominantes, conocedores de las claves místicas que se manifestaron en la iniciación o enseñanza para su oficio. Son palabras secretas que probablemente introdujeron los grupos venidos del sur, conquistadores de la península en sucesivas oleadas a partir del siglo VIII, o los mexicanos más tardíos, con el fin de reconocerse entre sí y mantener el predominio sobre la gran mayoría de la población. Claro es que en los albores del siglo XVI tales pruebas formaban parte del ritual de acceso al desempeño de los cargos públicos, mas parece dudoso que todavía conservaran la calidad discriminadora de antaño.
Seguramente perduraron como otros tantos signos de la identidad étnica tradicional, sin que sirvieran ya para discernir abiertamente la limpieza de sangre de los aspirantes. En cualquier caso, el habla de Suyua, las preguntas a los jefes, además de un ejemplo excelente de la literatura de imaginación, revela aspectos muy sugestivos de la organización social de los mayas yucatecos. Hemos llamado a esta sección del Chumayel Palabras del Suyua tan, lo que quiere decir lenguaje figurado, cuestionario de Suyua, o el diálogo secreto de los señores. Comprende las páginas 28 a 42 del manuscrito. El capítulo sexto es un magnífico compendio de las ideas religiosas mayas de los primeros tiempos de la colonia. Consta de dos subdivisiones, claramente separadas por el amanuense indígena, pero que nosotros hemos unido ahora justificados por la similitud del asunto y del estilo expresivo. En la primera se narra la creación del mundo y se profetiza sobre su final; es uno de los fragmentos del libro con sabor más prehispánico, teñido de un turbador esoterismo que parece estar sólo al alcance de los antiguos sumos sacerdotes. En la segunda, que empieza con las palabras Dominus vobiscum, se dibuja el entendimiento de la religión cristiana impuesta a los mayas, y, como era de esperar, resulta una calamitosa amalgama de sorprendentes latines, terminología de la iglesia católica, personajes de la liturgia romana, y creencias tradicionales de Yucatán; es decir, el autor realizó un esfuerzo para conciliar la religión de sus antepasados con la fe extranjera, y lo hizo por el método de sumir sin titubeos los escasos, y deslavazados informes que poseía sobre la doctrina de los frailes en una imagen del cosmos nativo bastante parcial y algo aberrante.
Con tenacidad y un meticuloso análisis es posible extraer de esa segunda parte datos interesantes para la reconstrucción del panteón anterior a la conquista, por tanto es recomendable pasar por alto los disparatados nombres y hasta párrafos en latín, y ver en el intento de incorporación del lenguaje eclesiástico la auténtica situación de sincretismo que se produjo -y aún subsiste- en América. Queda patente, por último, el deseo de adecuar la nueva religión al simbolismo y al profundo temple místico de la antigua, ocultando tal vez ésta en aquella para preservarla de persecuciones y olvidos. Hemos titulado esta sección Los viejos y los nuevos dioses; comprende las páginas 42 a 53 del manuscrito maya. Sigue a continuación una breve profecía acerca del semblante -o suerte- de un katún Trece Ahau, firmada por el sacerdote Chilam Balam. Así, hemos denominado este capítulo séptimo, entre las páginas 53 y 54 del manuscrito, El katún Trece Ahau. El capítulo octavo es una curiosa muestra de los cantos que podemos llamar reflexivos, donde se ponen de manifiesto, a la manera de los melancólicos poemas del altiplano de México, las dudas sobre la naturaleza y el destino del hombre. En este caso el pretexto son los itzaes, los célebres fundadores o conquistadores de la gran ciudad norteña de Chichén Itzá, los que llenan con sus peripecias históricas las crónicas indígenas tardías, un pueblo misterioso del que todavía se sabe muy poco. Hemos titulado el pasaje Canto triste de los itzaes; se extiende de la página 58 a la 60 del texto maya.
En la página 60 del manuscrito de Chumayel da comienzo otro importantísimo capítulo, el noveno, que hemos llamado El nacimiento del uinal. Es un largo poema de asunto calendárico, que describe la creación a lo largo de los veinte días del mes maya. Como en otros lugares de la obra, se pretende aquí ajustar las creencias occidentales a las del antiguo Yucatán, y a falta de una semana de siete días se emplea la de veinte. Sin embargo, el autor superó con mucho ese modesto objetivo para ofrecernos una perfecta representación del sentido que tenía el tiempo para los yucatecos prehispánicos, pues hace hincapié fundamentalmente en la índole casi viva y actuante de los períodos cronológicos, cargados de señales que determinan los acontecimientos en la tierra y en el cielo. El capítulo décimo tiene una corta introducción con algunos hechos acaecidos entre 1519 y 1692, al estilo de los anales del centro de México -los Anales de Cuauhtitlan, por ejemplo- que hacen ver el paso del tiempo enumerando de corrido fechas y sucesos27. A continuación sigue una profecía para un katún 10 Ahau, que probablemente terminaba hacia el año 1697, aunque la correlación no está clara y puede tratarse de un error del copista28. Por último, se desarrolla la extraña aventura de un personaje llamado Antonio Martínez y Saúl, sobre el cual nadie posee, al parecer, la menor información; las razones de que los sabios mayas incluyeran un episodio tan insólito en sus libros de Chilam Balam (puesto que también hay otras versiones en el Tizimín y en el Maní) son un auténtico enigma.
Hemos unido estos fragmentos bajo el título Sucesos en un katún Diez Ahau. Llenan las páginas 63 a 67 del manuscrito original. En el capítulo decimoprimero encontramos de nuevo los acertijos del lenguaje de Suyua, ahora con un estilo algo más esquemático. Lo hemos titulado Segunda serie de palabras del Suyua tan, y se encuentra entre las páginas 67 y 71 del libro sagrado. El capítulo decimosegundo se abre con una bella exhortación, y pasa en seguida a describir la carga o sino de cuatro períodos katúnicos; posteriormente, y tras el dibujo de una rueda de katunes (los trece lapsos cronológicos que se completan en un día Ahau diferente, sumando en total 93.600 días), se inicia una crónica muy escueta que corre desde el descubrimiento de Chichén Itzá por los que se supone sus primeros pobladores -tal vez los itzaes, en todo caso las gentes de la facies cultural que los arqueólogos han bautizado con el término Puuc-, hasta poco después del fallecimiento del obispo Diego de Landa. Se rememoran a continuación con más detalle algunos hitos de la mitología y la historia de la región. Finalmente, hay otra relación de katunes referidos sobre todo a sucesos ocurridos a los itzaes, que termina a su vez algunos años más tarde de la desaparición del famoso prelado. Una interesantísima nota llama luego nuestra atención: Estoy en 18 de agosto de este año de 1766. Hubo tormenta de viento. Escribo su memoria para que se pueda ver cuántos años después va a haber otra.
Aquí Juan José Hoil expresó con nitidez la idea básica del acontecer cíclico, idea que impregna la imagen maya del mundo en la época precolombina. Termina esta parte del Chumayel con varios apuntes de distintas manos, que muestran cómo se transmitió el manuscrito ya en el siglo XIX y otras particularidades. Ocupa el capítulo, llamado La rueda de los katunes, las páginas 71 a 84 del original. El libro aborda seguidamente, luego de un fragmento histórico en donde se vuelve a mencionar la llegada y el establecimiento de los españoles, los vaticinios para una serie de trece katunes, con fechas cristianas que van de 1560 a 1780. Es un texto ejemplar, que reúne la fuerza de los intérpretes de los dioses, el ímpetu de su oratoria, con multitud de símbolos sagrados y ligeras disquisiciones morales. Las líneas postreras, sin embargo, que describen el juicio final, reflejan la influencia de la religión católica y de muchas fórmulas que le son propias. Hemos titulado este capítulo decimotercero del Chumayel Vaticinios de los trece katunes. Empieza en la página 85 del manuscrito y llega hasta la 103. En las restantes cinco páginas del libro maya se contienen varias profecías con los nombres de otros tantos sacerdotes a cuya boca se atribuyen: Napuc Tun, Ah Kin Chel, Nahau Pech, Natzin Yabun Chan y Chilam Balam. Hemos llamado a este capítulo decimocuarto Las últimas profecías, porque dejan traslucir una profunda nostalgia salpicada con la ira de los que saben inevitable el fin de su tiempo, la postergación de sus creencias y tradiciones, la confusión de las costumbres. Abrumado por la desgracia que se cierne sobre el Mayab, pero tenaz en el clamor frente a los invasores barbados, el compilador del libro escribió la más amarga de las quejas cuando culminaba la prédica de Chilam Balam: ¿Qué profeta, qué sacerdote será el que interprete rectamente las palabras de estas escrituras?
Hemos llamado a esta parte Crónica de los antepasados, porque suponemos que el objetivo del compilador fue establecer la memoria de los antiguos gobernantes de la región. Su extensión llega desde la página 1 (no se olvide que falta la primera hoja del manuscrito original) hasta la página 12. El capítulo segundo es una oscura profecía con resonancias históricas, pues el escriba se extiende en una amarga lamentación sobre la pasada o inminente dominación de los cristianos. Es conveniente advertir ahora que el concepto del tiempo para los mayas precolombinos difiere sensiblemente del que prevaleció en el Viejo Mundo. En sus anuncios y admoniciones los profetas indígenas confunden de forma natural el tiempo pretérito con el tiempo futuro, ya que lo que una vez sucedió volverá a suceder, y el porvenir no es otra cosa que la llegada de los mismos signos causantes de los acontecimientos que ocurrieron en algún remoto rincón de la historia cíclica. El período Katún Once Ahau (es decir, uno de los lapsos de 7.200 días identificado porque terminaba en una fecha 11 Ahau del calendario adivinatorio perpetuo de 260 días) es el que contempló el arribo de los españoles; pero ese mismo período particular regresaba en la cuenta eterna de los días cada 256 años occidentales aproximadamente, y siempre lo hacía con su misma carga de bondades o desgracias. Hemos titulado esta parte Lamentaciones en un katún Once Ahau. Comprende desde la página 13 a la 15 del manuscrito original, numerado, según hemos advertido antes, por las hojas conservadas.
El capítulo tercero comienza con el recuerdo de la gloria de los reyes primitivos y, como si el redactor hubiera querido forzar el contraste con el momento que vivía, prosigue de inmediato narrando la conquista y sus consecuencias. Es un fragmento lleno de hermosos símbolos y de melancolía, quizá la mejor descripción americana del momento justo del contacto cultural, con un epílogo de poética resignación que se resume en la célebre sentencia: Toda luna, todo año, todo día, todo viento, camina y pasa también. Así toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono. Es decir, la confirmación de que la era de la cultura maya independiente había acabado para siempre; completada en su justa medida, era de razón que cayera en el olvido. Un tipo de fatalismo éste característico de los sabios del Mayab, pero que no obstaculizó los sucesivos levantamientos y rebeliones de la época colonial y de la republicana. Esta parte se titula El final del tiempo antiguo. Podría ser un verdadero kahlay sobre los tsules, lo que quiere decir un memorial o relato indígena acerca de los españoles. Ocupa las páginas 15 a 21 del original maya. El capítulo cuarto trata algunas cuestiones calendáricas y astronómicas. Evidentemente, está inspirado en los almanaques hispánicos, aunque incluye una interesante cuenta de los uinales (meses mayas de veinte días) adaptada al año cristiano. Las observaciones sobre los eclipses son de una deliciosa ingenuidad y, como el autor dice, constan ahí para que sepan los hombres mayas qué es lo que le sucede al sol y a la luna.
Esta breve sección contiene también el dibujo de un escudo de armas, que viene a ser un mapa de Yucatán por los nombres que lleva, y así cabe pensar que los indígenas otorgaban capacidad descriptiva y geográfica a los escudos que representaban el país: ¡curiosa y atinada manera de interpretar esta clase de alegorías! Denominamos el capítulo Notas calendáricas y astronómicas, se encuentra entre las páginas 21 y 27 del original. El capítulo quinto es de los más notables del manuscrito. Constituye el mejor testimonio que poseemos de las pruebas que debían pasar los dignatarios y jefes políticos de los Estados de Yucatán para obtener la legitimidad en el ejercicio de su cargo. Una serie de acertijos, que el propio texto califica de lenguaje de Suyua (para algunos autores, el enigmático lugar de procedencia de los habitantes del Mayab, aunque suyuá también puede significar simplemente lo que es simbólico o figurado), son propuestos a los altos personajes, que están obligados a descifrar su sentido. Ello les identifica como miembros de los linajes dominantes, conocedores de las claves místicas que se manifestaron en la iniciación o enseñanza para su oficio. Son palabras secretas que probablemente introdujeron los grupos venidos del sur, conquistadores de la península en sucesivas oleadas a partir del siglo VIII, o los mexicanos más tardíos, con el fin de reconocerse entre sí y mantener el predominio sobre la gran mayoría de la población. Claro es que en los albores del siglo XVI tales pruebas formaban parte del ritual de acceso al desempeño de los cargos públicos, mas parece dudoso que todavía conservaran la calidad discriminadora de antaño.
Seguramente perduraron como otros tantos signos de la identidad étnica tradicional, sin que sirvieran ya para discernir abiertamente la limpieza de sangre de los aspirantes. En cualquier caso, el habla de Suyua, las preguntas a los jefes, además de un ejemplo excelente de la literatura de imaginación, revela aspectos muy sugestivos de la organización social de los mayas yucatecos. Hemos llamado a esta sección del Chumayel Palabras del Suyua tan, lo que quiere decir lenguaje figurado, cuestionario de Suyua, o el diálogo secreto de los señores. Comprende las páginas 28 a 42 del manuscrito. El capítulo sexto es un magnífico compendio de las ideas religiosas mayas de los primeros tiempos de la colonia. Consta de dos subdivisiones, claramente separadas por el amanuense indígena, pero que nosotros hemos unido ahora justificados por la similitud del asunto y del estilo expresivo. En la primera se narra la creación del mundo y se profetiza sobre su final; es uno de los fragmentos del libro con sabor más prehispánico, teñido de un turbador esoterismo que parece estar sólo al alcance de los antiguos sumos sacerdotes. En la segunda, que empieza con las palabras Dominus vobiscum, se dibuja el entendimiento de la religión cristiana impuesta a los mayas, y, como era de esperar, resulta una calamitosa amalgama de sorprendentes latines, terminología de la iglesia católica, personajes de la liturgia romana, y creencias tradicionales de Yucatán; es decir, el autor realizó un esfuerzo para conciliar la religión de sus antepasados con la fe extranjera, y lo hizo por el método de sumir sin titubeos los escasos, y deslavazados informes que poseía sobre la doctrina de los frailes en una imagen del cosmos nativo bastante parcial y algo aberrante.
Con tenacidad y un meticuloso análisis es posible extraer de esa segunda parte datos interesantes para la reconstrucción del panteón anterior a la conquista, por tanto es recomendable pasar por alto los disparatados nombres y hasta párrafos en latín, y ver en el intento de incorporación del lenguaje eclesiástico la auténtica situación de sincretismo que se produjo -y aún subsiste- en América. Queda patente, por último, el deseo de adecuar la nueva religión al simbolismo y al profundo temple místico de la antigua, ocultando tal vez ésta en aquella para preservarla de persecuciones y olvidos. Hemos titulado esta sección Los viejos y los nuevos dioses; comprende las páginas 42 a 53 del manuscrito maya. Sigue a continuación una breve profecía acerca del semblante -o suerte- de un katún Trece Ahau, firmada por el sacerdote Chilam Balam. Así, hemos denominado este capítulo séptimo, entre las páginas 53 y 54 del manuscrito, El katún Trece Ahau. El capítulo octavo es una curiosa muestra de los cantos que podemos llamar reflexivos, donde se ponen de manifiesto, a la manera de los melancólicos poemas del altiplano de México, las dudas sobre la naturaleza y el destino del hombre. En este caso el pretexto son los itzaes, los célebres fundadores o conquistadores de la gran ciudad norteña de Chichén Itzá, los que llenan con sus peripecias históricas las crónicas indígenas tardías, un pueblo misterioso del que todavía se sabe muy poco. Hemos titulado el pasaje Canto triste de los itzaes; se extiende de la página 58 a la 60 del texto maya.
En la página 60 del manuscrito de Chumayel da comienzo otro importantísimo capítulo, el noveno, que hemos llamado El nacimiento del uinal. Es un largo poema de asunto calendárico, que describe la creación a lo largo de los veinte días del mes maya. Como en otros lugares de la obra, se pretende aquí ajustar las creencias occidentales a las del antiguo Yucatán, y a falta de una semana de siete días se emplea la de veinte. Sin embargo, el autor superó con mucho ese modesto objetivo para ofrecernos una perfecta representación del sentido que tenía el tiempo para los yucatecos prehispánicos, pues hace hincapié fundamentalmente en la índole casi viva y actuante de los períodos cronológicos, cargados de señales que determinan los acontecimientos en la tierra y en el cielo. El capítulo décimo tiene una corta introducción con algunos hechos acaecidos entre 1519 y 1692, al estilo de los anales del centro de México -los Anales de Cuauhtitlan, por ejemplo- que hacen ver el paso del tiempo enumerando de corrido fechas y sucesos27. A continuación sigue una profecía para un katún 10 Ahau, que probablemente terminaba hacia el año 1697, aunque la correlación no está clara y puede tratarse de un error del copista28. Por último, se desarrolla la extraña aventura de un personaje llamado Antonio Martínez y Saúl, sobre el cual nadie posee, al parecer, la menor información; las razones de que los sabios mayas incluyeran un episodio tan insólito en sus libros de Chilam Balam (puesto que también hay otras versiones en el Tizimín y en el Maní) son un auténtico enigma.
Hemos unido estos fragmentos bajo el título Sucesos en un katún Diez Ahau. Llenan las páginas 63 a 67 del manuscrito original. En el capítulo decimoprimero encontramos de nuevo los acertijos del lenguaje de Suyua, ahora con un estilo algo más esquemático. Lo hemos titulado Segunda serie de palabras del Suyua tan, y se encuentra entre las páginas 67 y 71 del libro sagrado. El capítulo decimosegundo se abre con una bella exhortación, y pasa en seguida a describir la carga o sino de cuatro períodos katúnicos; posteriormente, y tras el dibujo de una rueda de katunes (los trece lapsos cronológicos que se completan en un día Ahau diferente, sumando en total 93.600 días), se inicia una crónica muy escueta que corre desde el descubrimiento de Chichén Itzá por los que se supone sus primeros pobladores -tal vez los itzaes, en todo caso las gentes de la facies cultural que los arqueólogos han bautizado con el término Puuc-, hasta poco después del fallecimiento del obispo Diego de Landa. Se rememoran a continuación con más detalle algunos hitos de la mitología y la historia de la región. Finalmente, hay otra relación de katunes referidos sobre todo a sucesos ocurridos a los itzaes, que termina a su vez algunos años más tarde de la desaparición del famoso prelado. Una interesantísima nota llama luego nuestra atención: Estoy en 18 de agosto de este año de 1766. Hubo tormenta de viento. Escribo su memoria para que se pueda ver cuántos años después va a haber otra.
Aquí Juan José Hoil expresó con nitidez la idea básica del acontecer cíclico, idea que impregna la imagen maya del mundo en la época precolombina. Termina esta parte del Chumayel con varios apuntes de distintas manos, que muestran cómo se transmitió el manuscrito ya en el siglo XIX y otras particularidades. Ocupa el capítulo, llamado La rueda de los katunes, las páginas 71 a 84 del original. El libro aborda seguidamente, luego de un fragmento histórico en donde se vuelve a mencionar la llegada y el establecimiento de los españoles, los vaticinios para una serie de trece katunes, con fechas cristianas que van de 1560 a 1780. Es un texto ejemplar, que reúne la fuerza de los intérpretes de los dioses, el ímpetu de su oratoria, con multitud de símbolos sagrados y ligeras disquisiciones morales. Las líneas postreras, sin embargo, que describen el juicio final, reflejan la influencia de la religión católica y de muchas fórmulas que le son propias. Hemos titulado este capítulo decimotercero del Chumayel Vaticinios de los trece katunes. Empieza en la página 85 del manuscrito y llega hasta la 103. En las restantes cinco páginas del libro maya se contienen varias profecías con los nombres de otros tantos sacerdotes a cuya boca se atribuyen: Napuc Tun, Ah Kin Chel, Nahau Pech, Natzin Yabun Chan y Chilam Balam. Hemos llamado a este capítulo decimocuarto Las últimas profecías, porque dejan traslucir una profunda nostalgia salpicada con la ira de los que saben inevitable el fin de su tiempo, la postergación de sus creencias y tradiciones, la confusión de las costumbres. Abrumado por la desgracia que se cierne sobre el Mayab, pero tenaz en el clamor frente a los invasores barbados, el compilador del libro escribió la más amarga de las quejas cuando culminaba la prédica de Chilam Balam: ¿Qué profeta, qué sacerdote será el que interprete rectamente las palabras de estas escrituras?