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Datos principales


Desarrollo


Encuentro del Renacimiento español y la sabiduría indígena Cuando Francisco Hernández nace en los primeros años del siglo XVI, Europa vivía plenamente el Renacimiento. El hombre de dicho continente llevaba ya varias décadas inmerso en una profunda transformación que amplió grandemente su horizonte en el tiempo y en el espacio. En el tiempo se había producido una vuelta hacia el pasado, hacia las raíces de griegos y romanos. En el espacio se había agrandado de forma insospechada el mundo conocido. En la búsqueda del oriente lejano, un Orbe Nuevo se interpuso y el encuentro con él cambió la historia moderna. Fueron también los primeros años del XVI una época marcada por el Humanismo, movimiento dirigido a rescatar la visión del mundo del hombre grecorromano. Tal visión del mundo buscaba hacer del hombre centro y medida de nuestro universo y valorar a la vez la perspectiva de cada ser humano. Al encontrarse el Viejo y el Nuevo mundos, ambos ámbitos de cultura comenzaron a compartir la historia y las experiencias que el quehacer histórico lleva consigo. Al mismo tiempo que esto sucedía, el Humanismo renacentista entraba en contacto con un Humanismo americano, raíz y principio del moderno indigenismo. Hombres y culturas de América en especial las altas culturas de Mesoamérica y los Andes fueron estudiadas como realidades comparables, y en muchos casos comparadas, con las antiguallas de griegos y romanos. A la luz de estos conceptos podemos entender cómo, al mismo tiempo que se desarrollaba un proceso de catequesis y cristianización de las naciones del Nuevo Mundo, se emprendía una singular tarea abierta a la comprensión integral de la naturaleza y el hombre de América.

Si nos limitamos a la Nueva España, el Humanismo fue vivido desde fecha muy temprana en un centro de estudios establecido en Tlatelolco, uno de los barrios principales de la ciudad de México. Propiciado por las autoridades --el presidente de la Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal, y el primer virrey, Antonio de Mendoza-- y por la Iglesia, particularmente por el obispo Juan de Zumárraga, correspondió a los franciscanos organizar y dirigir ese centro, adjunto a su convento de Santiago. Se le llamó Colegio Imperial de Santa Cruz y fue inaugurado en 1536. Allí, españoles y naturales se dieron a la tarea de comunicarse y conocerse en tres lenguas, castellano, latín y nahuatl o azteca. Muchos de los franciscanos que en Santa Cruz enseñaron eran hombres formados en el espíritu del Humanismo y muchos de los maestros indígenas eran también los más preparados en los calmécac1 mexicas. Esta realidad del nuevo Colegio hizo posible un diálogo abierto y profundo entre la sabiduría mesoamericana y el Renacimiento europeo. Desde nuestra perspectiva actual podemos decir que el microcosmos de Tlatelolco fue el manantial de donde emanó gran parte de las investigaciones más importantes del siglo XVI mexicano, particularmente en el ámbito religioso, lingüístico, filosófico, histórico, antropológico y médico. Inclusive sus alcances llegaron mucho más lejos de lo que se pensó al ser fundado, pues, aunque fue concebido como un ámbito de estudios medios, en verdad se desenvolvió como incipiente universidad y centro de investigaciones humanísticas.

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