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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XXXVI Cómo los de Túmbez tuvieron secretos consejos sobre si guardarían la amistad a los cristianos, o si contra ellos se mostrarían enemigos; y de la muerte que dieron a dos españoles, habiendo determinado de matarlos a todos, si pudiesen Habían los principales de Túmbez con muchos de sus indios andado con los españoles en la Puná, donde Francisco Pizarro les había entregado más de trescientas personas, hombres y mujeres, que los de la isla tenían cautivos, consintiendo el daño que hicieron, que fue mucho, sin los estorbar; creyendo que en ellos tendrían amigos fieles para lo de adelante, y ellos mismos en lo público así lo publicaban y decían; mas entendieron que Pizarro con los suyos, de la isla, quería salir para ir derecho a su tierra; temieron el hospedaje de tal gente; parecíales unas veces que sería bien llevar adelante el amistad trabada sin mezcla de engaño, creyendo que habían de señorear la tierra; de los mismos salían pareceres diversos, afirmando que por el inca habían de ser muertos y castigados, los que de ella se hubiesen mostrado favorables, con grandes penas; cuanto más que los españoles no publicaban amistad con igualdad, sino que habían de mandar, señorear exentamente a sus voluntades, y que así se parecía, pues tenían en tan poco sus personas. De manera que, estando en coyuntura los españoles de pasar de la isla a Túmbez, tuvieron congregaciones y juntas ocultas, con recelo de que no fuese aviso a los cristianos de ello; y como lo hubieron pensado y platicado, se vinieron a conformar en procurar la muerte a los españoles con todas sus fuerzas, aunque supiesen sobre el caso perder las vidas.
De esto muy ignorante Pizarro estaba, por la confianza que tenía de la palabra que le habían dado de serle amigo; con lo cual determinaron algunos cristianos de meterse en balsas para salir de Túmbez desde la isla, con parte de los caballos y bagajes, y que los demás fuesen en los navíos por la mar. El capitán Hernando de Soto se metió con dos o tres españoles en una balsa, y en otra entró el capitán Cristóbal de Mena; y uno llamado Hurtado con otro mancebito hermano de Alonso de Toro, se embarcó en otra balsa, y comenzaron de andar estando ya determinados los indios en el propósito dicho. Llegaron primero que ningunos este Hurtado con el otro mozo; hallaron en la costa muchos de los de Túmbez, y con engaño y gran disimulación los llevaban como que los querían llevar a aposentar. Los tristes, como iban descuidados, sin ningún recelo, fueron a do les llevaban, y luego con gran crueldad les fueron sacados los ojos, y estando vivos, los bárbaros les cortaban los miembros, y teniendo unas ollas puestas con gran fuego, los metieron dentro y acabaron de morir en este tormento. Saliendo los agresores con determinación de haber en sus manos al capitán Soto, para hacer lo mismo que hicieron de los otros; y como llegase Soto a la playa, los indios que venían rigiendo la balsa eran naturales del mismo Túmbez, y entendieron lo que había pasado; no lo pudieron disimular, porque son inconstantes; antes con alegría saltaron en tierra, de que Soto se turbó y aun recató que venían a le matar.
Mas como supieron que eran llegados tan pocos cristianos, tornaron a pensar que sería bien dilatar la muerte de los que ya tenían en su puerto hasta que llegasen más. Soto, con los que con él vinieron estuvieron toda aquella noche, sin dormir; y otro día llegó Pizarro con los demás españoles. Los tumbeztinos, como lo vieron a él y a ellos, temieron, aunque eran muchos, de salir a poner en efecto su propósito, y habiendo vuéltoseles la cólera en flema y esfuerzo en cobardía, pensaron de se absentar, sin querer llegar a oír los bufidos de los caballos, deciendo que eran grandes sus pecados, pues sus dioses no solamente los olvidaban y desamparaban, mas ayudaban a los cristianos para que, siendo tan pocos, los superasen estando sus ánimos alebrestados para huir y dejarles la tierra. Y porque conviene para la claridad de mi escritura, concluir en contar las conclusiones y guerras de los dos hermanos Guascar y Atabalipa, dejaré en este estado este suceso, donde con brevedad procuraré concluir lo que dejo y volveré a ello.
De esto muy ignorante Pizarro estaba, por la confianza que tenía de la palabra que le habían dado de serle amigo; con lo cual determinaron algunos cristianos de meterse en balsas para salir de Túmbez desde la isla, con parte de los caballos y bagajes, y que los demás fuesen en los navíos por la mar. El capitán Hernando de Soto se metió con dos o tres españoles en una balsa, y en otra entró el capitán Cristóbal de Mena; y uno llamado Hurtado con otro mancebito hermano de Alonso de Toro, se embarcó en otra balsa, y comenzaron de andar estando ya determinados los indios en el propósito dicho. Llegaron primero que ningunos este Hurtado con el otro mozo; hallaron en la costa muchos de los de Túmbez, y con engaño y gran disimulación los llevaban como que los querían llevar a aposentar. Los tristes, como iban descuidados, sin ningún recelo, fueron a do les llevaban, y luego con gran crueldad les fueron sacados los ojos, y estando vivos, los bárbaros les cortaban los miembros, y teniendo unas ollas puestas con gran fuego, los metieron dentro y acabaron de morir en este tormento. Saliendo los agresores con determinación de haber en sus manos al capitán Soto, para hacer lo mismo que hicieron de los otros; y como llegase Soto a la playa, los indios que venían rigiendo la balsa eran naturales del mismo Túmbez, y entendieron lo que había pasado; no lo pudieron disimular, porque son inconstantes; antes con alegría saltaron en tierra, de que Soto se turbó y aun recató que venían a le matar.
Mas como supieron que eran llegados tan pocos cristianos, tornaron a pensar que sería bien dilatar la muerte de los que ya tenían en su puerto hasta que llegasen más. Soto, con los que con él vinieron estuvieron toda aquella noche, sin dormir; y otro día llegó Pizarro con los demás españoles. Los tumbeztinos, como lo vieron a él y a ellos, temieron, aunque eran muchos, de salir a poner en efecto su propósito, y habiendo vuéltoseles la cólera en flema y esfuerzo en cobardía, pensaron de se absentar, sin querer llegar a oír los bufidos de los caballos, deciendo que eran grandes sus pecados, pues sus dioses no solamente los olvidaban y desamparaban, mas ayudaban a los cristianos para que, siendo tan pocos, los superasen estando sus ánimos alebrestados para huir y dejarles la tierra. Y porque conviene para la claridad de mi escritura, concluir en contar las conclusiones y guerras de los dos hermanos Guascar y Atabalipa, dejaré en este estado este suceso, donde con brevedad procuraré concluir lo que dejo y volveré a ello.