Compartir
Datos principales
Desarrollo
Capítulo XXXV De cómo los de la Puná con sus aliados dieron batalla a los cristianos, en la cual fueron vencidos, y lo que más pasó Estaban juntos más de tres mil y quinientos hombres, todos con sus armas, aguardando a Tumbala, con los otros señores y principales que habían sido muertos como se ha dicho atrás. Como los que huyeron de la refriega se juntaron con ellos, contáronles lo que pasaba y que los españoles habían inhumanamente habídose con los mayores suyos, porque los entregaron en manos de los de Túmbez, que luego descabezaron a todos, y que Tumbala estaba en poder de los cristianos con quien ellos con desesperación de ver tal cosa, habían peleado, y que muchos de sus compañeros quedaban muertos. Esto oído por los isleños, dieron tales gritos y gemidos, que se oían lejos de ellos. Quejábanse de su fortuna y de sus dioses, porque permitían que los cristianos, siendo tan pocos, fuesen poderosos de matar a tantos. Preguntábanse unos a otros, que por qué hacían aquello. Querellábanse de los incas porque teniendo enemigos tan feroces en su tierra, trataban la guerra entre ellos y daban lugar a lo que pasaba. Determinaron de morir en el campo como buenos hombres, o con la muerte de los españoles vengar la que dieron los de Túmbez a sus caciques y principales. Y así mandaron con un súbito furor, que fuesen setecientos flecheros en sus balsas a dar en un navío que estaba en el puerto, y los demás todos determinaron de acercarse a los españoles a tener con ellos su batalla; y así marcharon en sus escuadrones yendo delante sus capitanes y mandones.
Pizarro creyó estar seguro con tener en su poder a Tumbala; mas oyeron presto el estruendo que traían la gente de guerra. Y habían llegado los que iban en las balsas a la nave; mas los que estaban dentro pusieron las velas de tal manera que con ellas se ampararon de los tiros de dardo y flechas. Los demás llegaron a vista de los españoles; de los cuales se habían desmandado tres o cuatro codiciosos a buscar oro entre los muertos; de ellos fueron vistos los dos por los indios y muertos cruelmente. En esto Pizarro animó su gente con palabras de capitán esforzado, como él fue y de ánimo grande, Los caballos fueron puestos en orden; lo mismo los rodeleros aguardaron a los indios, que por tres partes dieron en ellos determinadamente y con gran denuedo; los nuestros se mezclaron entre ellos alanceando con las lanzas y cortando con las espadas en aquellos hombres isleños y sus confederados; tanto que el campo estaba lleno de sangre. Como tantos vieron morir y caer heridos, hostigados y muy espantados volvieron las espaldas, habiendo procurado, lo a ellos posible, de salir con su intención; no hicieron otro daño que herir dos españoles y tres caballos. Los que fueron contra el navío tuvieron la misma fortuna que ellos, sin haber efecto su propósito. Volviéronse acuitándose, pareciéndoles que repugnaba a toda buena razón lo que veían que tan poquitos hombres prevaleciesen contra las millaradas que ellos eran. Teníanlo por gran dislate y así ellos mismos se afligían, llamando bienaventurados a los muertos.
Los que salieron de la batalla, con los más que habían quedado, tomaron por fuerte unas pequeñas sierras que venían a rematarse cerca de donde los españoles estaban. Pizarro mandó curar los heridos y caballos, encargando a todos no se descuidasen, ni ninguno por codicia de oro saliese de su alojamiento. Los indios que estaban en los collados salían algunas veces dando la grita que suelen ellos dar, y tirando muchos dardos y otros tiros, volvían a donde se tenían por seguros. Como Pizarro viese que tantos indios habían muerto y morirían en aquella guerra, doliéndose de la perdición de sus ánimas, pues es notorio iban todos a parar al infierno, con mucha tristeza que de ello sintió, llamando a las lenguas, dijo a Tumbala: "por qué has causado tanto mal, pues por tu causa ha venido el daño en la isla, estando en tu libertad procuraste por todas vías la muerte mía y de todos los cristianos librónos Dios de vuestras asechanzas mandéte prender porque te asegurases, no te quise matar por la dignidad del señorío que tienes, no ha manado de tu voluntad para mandar a los tuyos que dejen las armas y querer nuestra amistad. Si os va bien de querer ser nuestros enemigos, ya lo habéis visto, la experiencia se ha hecho con vuestro daño; creed que de los muertos has de dar a Dios cuenta, que es otro negocio más importante". Y que para que el daño no fuese adelante que, le amonestaba de parte de Dios y requería, enviase mensajeros a mandar a los indios que dejasen las armas y viniesen a sus casas, poblando los pueblos con sus mujeres e hijos.
Porque yo prometo de no hacer guerra, ni consentir robo ni que les fuese hecha injuria. Tumbala respondió pocas palabras; que muchos habían dicho de él que era mentiroso, y que veía su tierra gastada y disipada y andar por ella sus enemigos los de Túmbez, cosa lamentable para ellos; mas que por le hacer placer, enviaría a rogar y mandar a los indios, dejasen las armas y viniesen en buena confederación y amistad. Pizarro se alegró, porque deseaba no conquistar derramando sangre. Fueron a los indios mensajeros; mas cuando oyeron lo que Tumbala mandaba, se indignaron contra él, diciendo con grandes fieros, que no tendrían paz con quien tanto mal les había hecho; y fueron y vinieron diversas veces mensajeros, mas no se concluyó nada; de que recibió enojo Pizarro. Mandó a Juan Pizarro, su hermano y a Sebastián de Belalcázar, que fuesen por la isla con alguna gente que hiciesen la guerra a los isleños, pues tan obstinados estaban en su mal propósito. Como lo mandó se hizo; mas los indios se metieron en las ciénagas tembladeras, que hay en estas partes, y por otros lugares fuertes, donde estaban seguros de no recibir daño. Hallaron éstos, que fueron, siete ovejas; matáronlas e hiciéronles cuartos para comer; y habiendo ruinado lo que pudieron de la isla volvieron a juntarse con Pizarro. En este tiempo que andaban en estas barajas los españoles con los de la Puná, llegó Hernando de Soto con caballos y gente de Nicaragua. Fue bien recibido del gobernador ellos y él; no le dio el cargo de general, porque lo usaba Hernando Pizarro, y quitárselo fuera mal contento; mas nombrólo por capitán. Soto encubrió lo que de ello sintió. Como Hernando de Soto llegase con la gente dicha, determinó Pizarro de salir de la Puna, pues tanta rebeldía había en sus naturales, e ir a Túmbez, tierra de sus amigos, y adonde creyó serían bien hospedados y proveídos; porque hasta entonces los de Túmbez debían mucho a los españoles y los españoles no nada a ellos.
Pizarro creyó estar seguro con tener en su poder a Tumbala; mas oyeron presto el estruendo que traían la gente de guerra. Y habían llegado los que iban en las balsas a la nave; mas los que estaban dentro pusieron las velas de tal manera que con ellas se ampararon de los tiros de dardo y flechas. Los demás llegaron a vista de los españoles; de los cuales se habían desmandado tres o cuatro codiciosos a buscar oro entre los muertos; de ellos fueron vistos los dos por los indios y muertos cruelmente. En esto Pizarro animó su gente con palabras de capitán esforzado, como él fue y de ánimo grande, Los caballos fueron puestos en orden; lo mismo los rodeleros aguardaron a los indios, que por tres partes dieron en ellos determinadamente y con gran denuedo; los nuestros se mezclaron entre ellos alanceando con las lanzas y cortando con las espadas en aquellos hombres isleños y sus confederados; tanto que el campo estaba lleno de sangre. Como tantos vieron morir y caer heridos, hostigados y muy espantados volvieron las espaldas, habiendo procurado, lo a ellos posible, de salir con su intención; no hicieron otro daño que herir dos españoles y tres caballos. Los que fueron contra el navío tuvieron la misma fortuna que ellos, sin haber efecto su propósito. Volviéronse acuitándose, pareciéndoles que repugnaba a toda buena razón lo que veían que tan poquitos hombres prevaleciesen contra las millaradas que ellos eran. Teníanlo por gran dislate y así ellos mismos se afligían, llamando bienaventurados a los muertos.
Los que salieron de la batalla, con los más que habían quedado, tomaron por fuerte unas pequeñas sierras que venían a rematarse cerca de donde los españoles estaban. Pizarro mandó curar los heridos y caballos, encargando a todos no se descuidasen, ni ninguno por codicia de oro saliese de su alojamiento. Los indios que estaban en los collados salían algunas veces dando la grita que suelen ellos dar, y tirando muchos dardos y otros tiros, volvían a donde se tenían por seguros. Como Pizarro viese que tantos indios habían muerto y morirían en aquella guerra, doliéndose de la perdición de sus ánimas, pues es notorio iban todos a parar al infierno, con mucha tristeza que de ello sintió, llamando a las lenguas, dijo a Tumbala: "por qué has causado tanto mal, pues por tu causa ha venido el daño en la isla, estando en tu libertad procuraste por todas vías la muerte mía y de todos los cristianos librónos Dios de vuestras asechanzas mandéte prender porque te asegurases, no te quise matar por la dignidad del señorío que tienes, no ha manado de tu voluntad para mandar a los tuyos que dejen las armas y querer nuestra amistad. Si os va bien de querer ser nuestros enemigos, ya lo habéis visto, la experiencia se ha hecho con vuestro daño; creed que de los muertos has de dar a Dios cuenta, que es otro negocio más importante". Y que para que el daño no fuese adelante que, le amonestaba de parte de Dios y requería, enviase mensajeros a mandar a los indios que dejasen las armas y viniesen a sus casas, poblando los pueblos con sus mujeres e hijos.
Porque yo prometo de no hacer guerra, ni consentir robo ni que les fuese hecha injuria. Tumbala respondió pocas palabras; que muchos habían dicho de él que era mentiroso, y que veía su tierra gastada y disipada y andar por ella sus enemigos los de Túmbez, cosa lamentable para ellos; mas que por le hacer placer, enviaría a rogar y mandar a los indios, dejasen las armas y viniesen en buena confederación y amistad. Pizarro se alegró, porque deseaba no conquistar derramando sangre. Fueron a los indios mensajeros; mas cuando oyeron lo que Tumbala mandaba, se indignaron contra él, diciendo con grandes fieros, que no tendrían paz con quien tanto mal les había hecho; y fueron y vinieron diversas veces mensajeros, mas no se concluyó nada; de que recibió enojo Pizarro. Mandó a Juan Pizarro, su hermano y a Sebastián de Belalcázar, que fuesen por la isla con alguna gente que hiciesen la guerra a los isleños, pues tan obstinados estaban en su mal propósito. Como lo mandó se hizo; mas los indios se metieron en las ciénagas tembladeras, que hay en estas partes, y por otros lugares fuertes, donde estaban seguros de no recibir daño. Hallaron éstos, que fueron, siete ovejas; matáronlas e hiciéronles cuartos para comer; y habiendo ruinado lo que pudieron de la isla volvieron a juntarse con Pizarro. En este tiempo que andaban en estas barajas los españoles con los de la Puná, llegó Hernando de Soto con caballos y gente de Nicaragua. Fue bien recibido del gobernador ellos y él; no le dio el cargo de general, porque lo usaba Hernando Pizarro, y quitárselo fuera mal contento; mas nombrólo por capitán. Soto encubrió lo que de ello sintió. Como Hernando de Soto llegase con la gente dicha, determinó Pizarro de salir de la Puna, pues tanta rebeldía había en sus naturales, e ir a Túmbez, tierra de sus amigos, y adonde creyó serían bien hospedados y proveídos; porque hasta entonces los de Túmbez debían mucho a los españoles y los españoles no nada a ellos.