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Datos principales
Desarrollo
Cómo Cortés escribió a su majestad y le envió treinta mil pesos de oro, y cómo estaba entendiendo en la conversión de los naturales e reedificación de México, y de cómo había enviado un capitán que se decía Cristóbal de Olí a pacificar las provincias de Honduras con una buena armada, y se alzó con ella, y dio relación de otras cosas que había pasado en México; y en el navío que iban las cartas de Cortés envió otras cartas muy secretas el contador de su majestad, que se decía Rodrigo de Albornoz, y en ellas decían mucho mal de Cortés y de todos los que con él pasamos y lo que su majestad sobre ello mandó que se proveyese Teniendo ya Cortés en sí la gobernación de la Nueva-España por mandado de su majestad, parecióle sería bien hacerle sabidor cómo estaba entendiendo en la santa conversión de los naturales y la reedificación de la gran ciudad de Tenustitlan, México ; y también le dio relación de cómo había enviado un capitán que se decía Cristóbal de Olí a poblar unas provincias que se nombraron Honduras, y que le dio cinco navíos bien abastecidos, e gran copia de soldados y muchos caballos y tiros, y escopeteros y ballesteros, y todo género de armas, y que gastó muchos millares de pesos de oro en hacer la armada, y que el Cristóbal de Olí se le alzó con ella, y quien le aconsejó que se alzase fue un Diego Velázquez , gobernador de la isla de Cuba, que hizo compañía con él en el armada, y que si su majestad era servido, que tenía determinado de enviar con brevedad otro capitán para que le tome la misma armada o le traiga preso, o ir él en persona por ella: porque, si quedaba sin castigo, se atreverían otros capitanes a se levantar con otras armadas que por fuerza había de enviar a conquistar y poblar otras tierras que están de guerra, e a esta causa suplicaba a su majestad le diese licencia para ello; y también se envió a quejar del Diego Velázquez, no tan solamente de lo del capitán Cristóbal de Olí, sino por las conjuraciones y escándalos, y por sus cartas que enviaba desde la isla de Cuba para que le matasen a Cortés: porque, en saliendo de aquella ciudad de México para ir a conquistar algunos pueblos recios, que se levantaban y hacían conjuraciones los de la parte del Diego Velázquez para le matar y levantarse con la gobernación, y que había hecho justicia de uno de los más culpados; y que este favor les daba el obispo de Burgos, que estaba por presidente de Indias, por ser muy amigo del Diego Velázquez; y escribió cómo le enviaba y servía con treinta mil pesos de oro, y que si no fuera por los bulliciosos y conjuraciones pasadas, que recogiera mucho más oro, y que con el ayuda de Dios, y en la buenaventura de su real majestad, que en todos los navíos que de México fuesen enviaría lo que pudiese; y asimismo escribió a su padre Martín Cortés e a un su deudo, que se decía el licenciado Francisco Núñez, que era relator del real consejo de su majestad, y también escribió a Diego de Ordás , en que les hacía saber todo lo atrás dicho.
Y también dio noticia cómo un Rodrigo de Albornoz, que estaba por contador, que secretamente andaba murmurando en México de Cortés porque no le dio tan buenos indios como él quisiera, y también porque le demandó una cacica, hija del señor de Tezcuco, y no se la quiso dar, porque en aquella sazón la casó con una persona de calidad; y les dio aviso que había sabido que fue secretario en Flandes y que era muy servidor de don Juan Rodríguez de Fonseca , obispo de Burgos, y que era hombre que tenía costumbre de escribir cosas nuevas y aun por cifras, y que por ventura escribiría al obispo, como era presidente de Indias, porque en aquel tiempo no sabíamos que le habían quitado el cargo, cosas contrarias de la verdad: que tuviesen aviso de todo. Y estas cartas envió Cortés duplicadas, porque siempre se temió que el obispo de Burgos, como era presidente, había mandado a Pedro de Isasaga y a Juan López de Recalde, oficiales de la casa de la contratación de Sevilla, que todas las cartas y despachos de Cortés se las enviesen por la posta para saber lo que en ellas iba (porque en aquella sazón su majestad había venido de Flandes y estaba en Castilla) para hacer relación ni a su majestad cesárea; y el obispo de Burgos, por ganar por la mano, antes que nuestros procuradores le diesen las cartas de Cortés. Y aún en aquella sazón no sabíamos en la Nueva-España que habían quitado el cargo al obispo de Burgos, don Juan Rodríguez de Fonseca, de ser presidente de Indias.
Dejémonos de las cartas de Cortés, y diré que deste envío donde iba el pliego que dicho tengo de Cortés, envió el contador Albornoz, ya por mí memorado, otras cartas a su majestad y al obispo de Burgos y al real consejo de Indias; y lo que en ellas decía por capítulos; hizo saber todas las causas y cosas que de antes había sido acusado Cortés, cuando su real majestad le mandó poner jueces a los caballeros de su real consejo, ya otra vez por mí nombrados en el capítulo que dello habla; cuando por sentencia que sobre ello dieron, nos dieron por muy leales servidores de su majestad; y demás de aquellos capítulos que hubieron acusado a Cortés, ahora de nuevo escribió el Albornoz que Cortés demandaba a todos los caciques de la Nueva-España muchos tejuelos de oro y les mandaba sacar mucho oro de minas; y esto, que les decía Cortés que era para enviar a su real majestad, y se quedaba con todo ello y no lo enviaba a su majestad; y que hizo unas casas muy fortalecidas, y que ha juntado muchas hijas de grandes señores para las casar con soldados españoles, y se las piden hombres honrados por mujeres y que no se las quiere dar, por tenerlas por amigos; y dijo que todos los caciques y principales le tenían en tanta estima como si fuese rey, y que en esta tierra no conocen a otro rey ni señor sino es a Cortés, e como rey llevaba quinto, y que tiene muy grande cantidad de barras de oro atesorado. Y que no ha sentido bien de su persona, si está alzado o será leal para adelante, y que había necesidad que su majestad con brevedad mandase venir a estas partes un caballero con grande Copia de soldados muy bien apercibidos para le quitar el mando y señorío; y escribió otras cosas sobre esta materia.
Quiero dejar de más particularizar lo que iba en las cartas, y diré que fueron a manos del obispo de Burgos, que residía en Toro; y como en aquella sazón estaba en la corte el Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia, ya otras muchas veces por mí nombrados, y todos los procuradores del Diego Velázquez, e con aquella carta de Albornoz les avisó el obispo de Burgos para que nuevamente se quejasen ante su majestad de Cortés de todo lo que de antes le hubieron dado relación, y dijesen que los jueces que puso su majestad se mostraron mucho por la parte de Cortés, y que su majestad fuese servido viese ahora nuevamente lo que escribe el contador su oficial; y para testigo dello hicieron presentación de las cartas que dicho tengo. Pues viendo su majestad las cartas y las palabras y quejas que el Narváez decía muy entonado, porque así hablaba, demandando justicia, creyó que eran verdaderas; y el obispo de Burgos don Juan Rodríguez de Fonseca, que les ayudó con otras muchas cartas de favor; dijo su majestad: "Yo quiero enviar a castigar a Cortés, pues tanto mal dicen de él que hace, aunque más oro envíe; porque más riqueza es hacer justicia que no todos los tesoros que puede enviar"; y mandó proveer que luego despachasen al almirante de Santo Domingo que viniese a costa de Cortés con seiscientos soldados, y si le hallase culpado le cortase la cabeza, y castigase a todos los que fuimos en desbaratar a Pánfilo de Narváez; y porque viniese al almirante le había prometido su majestad el almirantazgo de la Nueva-España, que en aquella sazón traía pleito en la corte sobre él.
Pues ya dadas las provisiones, pareció ser el almirante se detuvo ciertos días o no se atrevió a venir, porque no tenía dineros, y asimismo porque le aconsejaron que mirase la buena ventura de Cortés, que con haber traído Narváez toda la armada que trajo le desbarató, y que era aventurar su vida y estado, y no saldría con la demanda, especialmente que no hallarían en Cortés ni en ninguno de sus compañeros culpa ninguna, sino mucha lealtad. Y demás desto, según pareció, dijeron a su majestad que era gran cosa dar el almirantazgo de la Nueva-España por pocos servicios que le podría hacer en aquella jornada que le enviaba. E ya que se andaba apercibiendo el almirante para venir a la Nueva-España, alcanzáronlo a saber los procuradores de Cortés y su padre Martín Cortés y un fraile que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, y como tenían las cartas que les envió Cortés duplicadas, y entendieron por ellas que había trato doble en el contador Albornoz o en otras personas que no estaban muy bien con Cortés, todos juntos se fueron luego al duque de Béjar y le dieron relación de todo lo arriba por mí memorado y le mostraron las cartas de Cortés; y como supo que enviaban tan de repente al almirante con muchos soldados, hubo muy grande sentimiento dello el duque, porque ya estaba concertado de casar a Cortés con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del mismo duque de Béjar; y luego sin más dilación fue delante de su majestad, acompañado con ciertos condes amigos suyos y deudos, y con ellos iba el viejo Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y fray Pedro Melgarejo de Urrea, y cuando llegaron delante del emperador nuestro señor se humillaron e hicieron todo el acatamiento debido, que eran obligados a nuestro rey y señor, y dijo el mismo duque que suplicaba a su majestad que no diese oídos a una carta de un hombre como era el contador Albornoz, que era muy contrario a Cortés, hasta que hubiese otras informaciones de fe y de creer, y que no enviase armada; y más dijo el duque a su majestad, que ¿cómo, siendo tan cristianísimo y recto en hacer justicia, tan deliberadamente enviaba a mandar prender a Cortés y a sus soldados, habiéndole hecho tan buenos y leales servicios, que otros en el mundo no se han hecho, ni aun hallado en ningunas escrituras que hayan hecho otros vasallos a los reyes pasados? Y que ya una vez ha puesto la cabeza por fiadora de Cortés y por todos sus soldados, y que son muy leales y lo serán de aquí adelante, y que ahora la torna a poner de nuevo por fiadora, con todo su estado, con mucho gusto de que siempre nos hallaría muy leales, lo cual su majestad vería adelante; además desto, le mostraron las cartas que Cortés enviaba a su padre Martín Cortés, en que en ellas daba relación por qué causa el contador Albornoz escribía mal contra Cortés, que fue, como dicho tengo, porque no le dio buenos indios, como él los demandaba, y una hija de una cacica muy principal; y más le dijo el duque, que mirase su real majestad cuántas veces le había enviado y servido con mucha cantidad de oro, e dio otros muchos descargos por Cortés.
Y viendo su majestad la justicia clara que Cortés y todos nosotros los conquistadores teníamos, mandó proveer que le viniese a tomar la residencia persona que fuese de calidad y ciencia y temeroso de nuestro señor. En aquella sazón estaba la corte en Toledo, y por teniente de corregidor del conde de Alcaudete un caballero que se decía el licenciado Luis Ponce de León, primo del mismo conde don Martín de Córdoba, que así se llemaba, porque en aquella sazón era corregidor de aquella ciudad; y su majestad mandó llamar a este licenciado Luis Ponce de León, y le mandó que fuese luego a la Nueva-España y tomase residencia a Cortés, y que si en algo fuese culpante de lo que le acusaban, que con rigor de justicia le castigase; y el licenciado Luis Ponce de León dijo que él cumpliría el real mandato, y se comenzó a apercibir para el camino, y no vino con tanta prisa, porque tardó en llegar a la Nueva-España más de dos años Y medio. Y dejarlo he aquí, así a los del bando del gobernador de Cuba, Diego Velázquez que acusaban a Cortés, como al licenciado Luis Ponce de León, que se aderezaba para el viaje, como dicho tengo. Y aunque vaya muy fuera de mi relación y pase adelante, es por lo que ahora diré, que al cabo de dos años alcanzamos a saber todo lo por mí aquí dicho de las cartas de Cortés y del Albornoz; porque lo escribió Martín Cortés de la corte: y para que sepan los curiosos lectores cómo siempre tenía por costumbre el mismo Albornoz de escribir a su majestad lo que no pasó, bien tendrán noticia las personas que han estado en la Nueva-España y en la ciudad de México cómo en el tiempo que era virrey don Antonio de Mendoza, que fue muy ilustrísimo varón, digno de gran memoria, que haya santa gloria, y como gobernaba tan justificadamente y con tan recta justicia, el Rodrigo Albornoz no estaba bien con él y escribió a su majestad diciendo mal de su gobernación, y las mismas cartas que envió a la corte volvieron a la Nueva-España a manos del mismo virrey; y como las hubo entendido, y el mal que decía, envió a llamar al Rodrigo de Albornoz, y con palabras muy blandas y de espacio, que así hablaba vagoroso el virrey, le mostró las cartas y le dijo: "Pues que tenéis por costumbre de escribir a su majestad, escribid la verdad, y andad con Dios, para ruin hombre"; y quedó muy avergonzado y corrido el contador. Y como un Gonzalo de Ocampo, ya otras veces por mí nombrado, que fue el que hizo los libelos infamatorios, que otras veces he dicho, como conoció la condición de Albornoz, dijo en su libelo: "Oh fray Zarzapeleto -fray Rodrigo de Albornoz guardaos de él- mas no de feroz -que jamás tuvo secreto-. Un buen predicador me hubo bien avisado -que era mal frecuentador- y raposo muy doblado". Dejemos de hablar desta materia, y diré cómo Cortés, sin saber en aquella sazón cosa de todo lo pasado que en la corte se había tratado contra él, envió una armada contra Cristóbal de Olí a Honduras, y lo que pasó diré adelante.
Y también dio noticia cómo un Rodrigo de Albornoz, que estaba por contador, que secretamente andaba murmurando en México de Cortés porque no le dio tan buenos indios como él quisiera, y también porque le demandó una cacica, hija del señor de Tezcuco, y no se la quiso dar, porque en aquella sazón la casó con una persona de calidad; y les dio aviso que había sabido que fue secretario en Flandes y que era muy servidor de don Juan Rodríguez de Fonseca , obispo de Burgos, y que era hombre que tenía costumbre de escribir cosas nuevas y aun por cifras, y que por ventura escribiría al obispo, como era presidente de Indias, porque en aquel tiempo no sabíamos que le habían quitado el cargo, cosas contrarias de la verdad: que tuviesen aviso de todo. Y estas cartas envió Cortés duplicadas, porque siempre se temió que el obispo de Burgos, como era presidente, había mandado a Pedro de Isasaga y a Juan López de Recalde, oficiales de la casa de la contratación de Sevilla, que todas las cartas y despachos de Cortés se las enviesen por la posta para saber lo que en ellas iba (porque en aquella sazón su majestad había venido de Flandes y estaba en Castilla) para hacer relación ni a su majestad cesárea; y el obispo de Burgos, por ganar por la mano, antes que nuestros procuradores le diesen las cartas de Cortés. Y aún en aquella sazón no sabíamos en la Nueva-España que habían quitado el cargo al obispo de Burgos, don Juan Rodríguez de Fonseca, de ser presidente de Indias.
Dejémonos de las cartas de Cortés, y diré que deste envío donde iba el pliego que dicho tengo de Cortés, envió el contador Albornoz, ya por mí memorado, otras cartas a su majestad y al obispo de Burgos y al real consejo de Indias; y lo que en ellas decía por capítulos; hizo saber todas las causas y cosas que de antes había sido acusado Cortés, cuando su real majestad le mandó poner jueces a los caballeros de su real consejo, ya otra vez por mí nombrados en el capítulo que dello habla; cuando por sentencia que sobre ello dieron, nos dieron por muy leales servidores de su majestad; y demás de aquellos capítulos que hubieron acusado a Cortés, ahora de nuevo escribió el Albornoz que Cortés demandaba a todos los caciques de la Nueva-España muchos tejuelos de oro y les mandaba sacar mucho oro de minas; y esto, que les decía Cortés que era para enviar a su real majestad, y se quedaba con todo ello y no lo enviaba a su majestad; y que hizo unas casas muy fortalecidas, y que ha juntado muchas hijas de grandes señores para las casar con soldados españoles, y se las piden hombres honrados por mujeres y que no se las quiere dar, por tenerlas por amigos; y dijo que todos los caciques y principales le tenían en tanta estima como si fuese rey, y que en esta tierra no conocen a otro rey ni señor sino es a Cortés, e como rey llevaba quinto, y que tiene muy grande cantidad de barras de oro atesorado. Y que no ha sentido bien de su persona, si está alzado o será leal para adelante, y que había necesidad que su majestad con brevedad mandase venir a estas partes un caballero con grande Copia de soldados muy bien apercibidos para le quitar el mando y señorío; y escribió otras cosas sobre esta materia.
Quiero dejar de más particularizar lo que iba en las cartas, y diré que fueron a manos del obispo de Burgos, que residía en Toro; y como en aquella sazón estaba en la corte el Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia, ya otras muchas veces por mí nombrados, y todos los procuradores del Diego Velázquez, e con aquella carta de Albornoz les avisó el obispo de Burgos para que nuevamente se quejasen ante su majestad de Cortés de todo lo que de antes le hubieron dado relación, y dijesen que los jueces que puso su majestad se mostraron mucho por la parte de Cortés, y que su majestad fuese servido viese ahora nuevamente lo que escribe el contador su oficial; y para testigo dello hicieron presentación de las cartas que dicho tengo. Pues viendo su majestad las cartas y las palabras y quejas que el Narváez decía muy entonado, porque así hablaba, demandando justicia, creyó que eran verdaderas; y el obispo de Burgos don Juan Rodríguez de Fonseca, que les ayudó con otras muchas cartas de favor; dijo su majestad: "Yo quiero enviar a castigar a Cortés, pues tanto mal dicen de él que hace, aunque más oro envíe; porque más riqueza es hacer justicia que no todos los tesoros que puede enviar"; y mandó proveer que luego despachasen al almirante de Santo Domingo que viniese a costa de Cortés con seiscientos soldados, y si le hallase culpado le cortase la cabeza, y castigase a todos los que fuimos en desbaratar a Pánfilo de Narváez; y porque viniese al almirante le había prometido su majestad el almirantazgo de la Nueva-España, que en aquella sazón traía pleito en la corte sobre él.
Pues ya dadas las provisiones, pareció ser el almirante se detuvo ciertos días o no se atrevió a venir, porque no tenía dineros, y asimismo porque le aconsejaron que mirase la buena ventura de Cortés, que con haber traído Narváez toda la armada que trajo le desbarató, y que era aventurar su vida y estado, y no saldría con la demanda, especialmente que no hallarían en Cortés ni en ninguno de sus compañeros culpa ninguna, sino mucha lealtad. Y demás desto, según pareció, dijeron a su majestad que era gran cosa dar el almirantazgo de la Nueva-España por pocos servicios que le podría hacer en aquella jornada que le enviaba. E ya que se andaba apercibiendo el almirante para venir a la Nueva-España, alcanzáronlo a saber los procuradores de Cortés y su padre Martín Cortés y un fraile que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, y como tenían las cartas que les envió Cortés duplicadas, y entendieron por ellas que había trato doble en el contador Albornoz o en otras personas que no estaban muy bien con Cortés, todos juntos se fueron luego al duque de Béjar y le dieron relación de todo lo arriba por mí memorado y le mostraron las cartas de Cortés; y como supo que enviaban tan de repente al almirante con muchos soldados, hubo muy grande sentimiento dello el duque, porque ya estaba concertado de casar a Cortés con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del mismo duque de Béjar; y luego sin más dilación fue delante de su majestad, acompañado con ciertos condes amigos suyos y deudos, y con ellos iba el viejo Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y fray Pedro Melgarejo de Urrea, y cuando llegaron delante del emperador nuestro señor se humillaron e hicieron todo el acatamiento debido, que eran obligados a nuestro rey y señor, y dijo el mismo duque que suplicaba a su majestad que no diese oídos a una carta de un hombre como era el contador Albornoz, que era muy contrario a Cortés, hasta que hubiese otras informaciones de fe y de creer, y que no enviase armada; y más dijo el duque a su majestad, que ¿cómo, siendo tan cristianísimo y recto en hacer justicia, tan deliberadamente enviaba a mandar prender a Cortés y a sus soldados, habiéndole hecho tan buenos y leales servicios, que otros en el mundo no se han hecho, ni aun hallado en ningunas escrituras que hayan hecho otros vasallos a los reyes pasados? Y que ya una vez ha puesto la cabeza por fiadora de Cortés y por todos sus soldados, y que son muy leales y lo serán de aquí adelante, y que ahora la torna a poner de nuevo por fiadora, con todo su estado, con mucho gusto de que siempre nos hallaría muy leales, lo cual su majestad vería adelante; además desto, le mostraron las cartas que Cortés enviaba a su padre Martín Cortés, en que en ellas daba relación por qué causa el contador Albornoz escribía mal contra Cortés, que fue, como dicho tengo, porque no le dio buenos indios, como él los demandaba, y una hija de una cacica muy principal; y más le dijo el duque, que mirase su real majestad cuántas veces le había enviado y servido con mucha cantidad de oro, e dio otros muchos descargos por Cortés.
Y viendo su majestad la justicia clara que Cortés y todos nosotros los conquistadores teníamos, mandó proveer que le viniese a tomar la residencia persona que fuese de calidad y ciencia y temeroso de nuestro señor. En aquella sazón estaba la corte en Toledo, y por teniente de corregidor del conde de Alcaudete un caballero que se decía el licenciado Luis Ponce de León, primo del mismo conde don Martín de Córdoba, que así se llemaba, porque en aquella sazón era corregidor de aquella ciudad; y su majestad mandó llamar a este licenciado Luis Ponce de León, y le mandó que fuese luego a la Nueva-España y tomase residencia a Cortés, y que si en algo fuese culpante de lo que le acusaban, que con rigor de justicia le castigase; y el licenciado Luis Ponce de León dijo que él cumpliría el real mandato, y se comenzó a apercibir para el camino, y no vino con tanta prisa, porque tardó en llegar a la Nueva-España más de dos años Y medio. Y dejarlo he aquí, así a los del bando del gobernador de Cuba, Diego Velázquez que acusaban a Cortés, como al licenciado Luis Ponce de León, que se aderezaba para el viaje, como dicho tengo. Y aunque vaya muy fuera de mi relación y pase adelante, es por lo que ahora diré, que al cabo de dos años alcanzamos a saber todo lo por mí aquí dicho de las cartas de Cortés y del Albornoz; porque lo escribió Martín Cortés de la corte: y para que sepan los curiosos lectores cómo siempre tenía por costumbre el mismo Albornoz de escribir a su majestad lo que no pasó, bien tendrán noticia las personas que han estado en la Nueva-España y en la ciudad de México cómo en el tiempo que era virrey don Antonio de Mendoza, que fue muy ilustrísimo varón, digno de gran memoria, que haya santa gloria, y como gobernaba tan justificadamente y con tan recta justicia, el Rodrigo Albornoz no estaba bien con él y escribió a su majestad diciendo mal de su gobernación, y las mismas cartas que envió a la corte volvieron a la Nueva-España a manos del mismo virrey; y como las hubo entendido, y el mal que decía, envió a llamar al Rodrigo de Albornoz, y con palabras muy blandas y de espacio, que así hablaba vagoroso el virrey, le mostró las cartas y le dijo: "Pues que tenéis por costumbre de escribir a su majestad, escribid la verdad, y andad con Dios, para ruin hombre"; y quedó muy avergonzado y corrido el contador. Y como un Gonzalo de Ocampo, ya otras veces por mí nombrado, que fue el que hizo los libelos infamatorios, que otras veces he dicho, como conoció la condición de Albornoz, dijo en su libelo: "Oh fray Zarzapeleto -fray Rodrigo de Albornoz guardaos de él- mas no de feroz -que jamás tuvo secreto-. Un buen predicador me hubo bien avisado -que era mal frecuentador- y raposo muy doblado". Dejemos de hablar desta materia, y diré cómo Cortés, sin saber en aquella sazón cosa de todo lo pasado que en la corte se había tratado contra él, envió una armada contra Cristóbal de Olí a Honduras, y lo que pasó diré adelante.