En la primera mitad del siglo XVIII, la ingeniería defensiva superó el poder de una artillería demasiado pesada y de poco alcance. Se difundió el bastión, se reforzaron los salientes difíciles de defender y se estudió y aprovechó la geografía en los momentos de las construcciones. La mayoría de los países estaban obsesionados por las fortificaciones, presentes en toda Europa, que obligaban a operaciones de sitio muy costosas y a una guerra de desgaste. Los generales concentraban sus fuerzas sobre las fortalezas y desarrollaban el fuego de escalada, la defensa en profundidad y la agrupación de fuerzas en puntos neurálgicos; de hecho, los fundamentos tácticos y estratégicos únicamente variaron en los años finales. Los sitiados conservaban la iniciativa hasta que los alimentos y la moral de las tropas hacían estragos entre los atacantes. En condiciones normales, la rendición se convertía en un acto formulario y los honores quedaban garantizados para la guarnición defensora de la plaza, ya que las capitulaciones estaban previstas hasta el detalle. A mediados de la centuria, todavía se edificaban fortalezas a lo largo de vías naturales, que servían para las invasiones, en las rutas históricas y en torno a las villas y ciudades importantes o de carácter estratégico. Su posesión era considerada más importante que una victoria campal porque, además de las ventajas en cuanto a alimentos y armas requisados, siempre se utilizaban en las negociaciones diplomáticas. Cuando comenzó a cuestionarse la guerra estática y se propusieron reformas, la organización de las fuerzas defensivas basadas en las fortalezas sufrió cambios trascendentes y tendieron a convertirse en fortines para la protección de arsenales, dejando de ocupar un lugar destacado en la planificación de la guerra. La dependencia de los ejércitos de almacenes fijos influía hasta en la duración de los conflictos y en la disciplina de los soldados. A finales del siglo XVIII la situación no se había modificado demasiado y los anacrónicos métodos de suministros militares dificultaban el movimiento de las tropas, pues la mayoría se localizaba en la frontera, contribuía al mantenimiento de los planes iniciales y condicionaba la marcha. Se extendió la idea de la necesaria construcción de almacenes en todas las posibles direcciones para que los destacamentos se moviesen sin ningún impedimento, pero esto significaba grandes gastos que los gobiernos no estaban dispuestos o no podían asumir y, en consecuencia, los proveedores siguieron siendo un elemento determinante en la planificación castrense. Tales problemas se quisieron superar mediante la propuesta de que los ejércitos vivieran sobre la tierra durante gran parte de la campaña, siempre que la contienda tuviese lugar en un país extranjero. Significaba una vuelta a la guerra de devastación, porque se suponía que los adelantos agrícolas permitirían abastecer a los soldados sin perjuicio para la población civil, si bien a nadie se le ocultaba que no resultaría posible y se temía, según la creencia general, la deserción en masa. Dichas ideas demostraban lo poco que se había avanzado en este sentido y los inconvenientes existentes para el aprovisionamiento de las tropas.
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Fue significativa en la política oriental de Nerón la intervención del ejército romano en el área del Mar Negro. El reino del Bósforo quedó anexionado a Roma. Para la vigilancia del comercio del Mar Negro entre comunidades de sus orillas y con el resto del Mediterráneo se creó una armada de cuarenta naves, la classis Pontica, destinada a proteger ese comercio de las intervenciones de los piratas. Así, incluso las comunidades del área de Crimea comenzaron a sentir los efectos de la presencia romana. Sin duda, esta política era una manifestación más del apoyo de Nerón a las ciudades griegas, las más directamente beneficiadas por la pacificación del Mar Negro al encontrar condiciones de comercio tan favorables como en pleno periodo de la hegemonía ateniense del siglo V a.C. Durante las operaciones militares para consolidar la presencia romana en el Mar Negro, se proyectó el sometimiento de los sármatas y el llevar la frontera romana hasta el mar Caspio. Tal proyecto hubiera contribuido a debilitar uno de los flancos de los partos, el único enemigo serio que Roma tenía en Oriente. Bajo Nerón, Tirídates, hermano del rey parto, había sido entronizado en Armenia en lugar del prorromano Radamisto. Ello motivó un largo enfrentamiento armado por el control de Armenia, el Estado cliente que servía de freno a los partos. El ejército romano dirigido por Cn. Domicio Corbulón, gobernador de Capadocia y de Galacia, con el apoyo de tropas de Siria, volvió a recuperar Armenia por medio de una campaña militar bien dirigida contra las ciudades más importantes: el 58 d.C., toma Artaxata, la capital, y al año siguiente, Tigranocerta. Por indefiniciones de Nerón o de sus consejeros, Roma optó por volver a la situación inicial de una Armenia cliente y no anexionada como provincia. Roma sólo ponía una condición: que, en reconocimiento de su hegemonía, Tirídates recibiera el poder de Roma. La negativa de éste y los errores militares de otros generales que sucedieron a Corbulón alargaron los enfrentamientos otros siete años. Fue necesario un nuevo nombramiento de Corbulón para dirigir una nueva campaña en la que se volvió a hacer una demostración de fuerza retomando todo el territorio de Armenia, para que Tirídates aceptara la paz y la condición del vencedor de que se dejara coronar en la propia ciudad de Roma de manos de Nerón (año 66 d.C.). El tercer frente de conflictos fronterizos tuvo lugar en Britania. La población sometida, quejosa de los abusos de los gobernadores romanos y viendo que las mejores fuentes de riqueza quedaban en manos de italo-romanos y de indígenas prorromanos, no tuvo ahora escrúpulos en aliarse con otros pueblos fronterizos enemigos de Roma. Así, los silures del área de Gales y los icenos, dirigidos por su reina Búdica, con la colaboración de otros pueblos iniciaron una guerra de guerrillas destinada a expulsar a los romanos de la isla. Camulodunum, Londinium y otras ciudades con presencia significativa de romanos fueron tomadas por las tropas rebeldes que masacraron a varios miles de romanos y simpatizantes. Suetonio Paulino, gobernador de la provincia desde el 59 d.C., organizó una defensa eficaz con la que fue reduciendo sistemáticamente a las tropas rebeldes. La reina Búdica, símbolo de la independencia, se suicidó después de un fracaso militar. La represión romana se dirigió ahora también contra los símbolos religiosos que cohesionaban los sentimientos nacionalistas de la población indígena: así, fueron devastados los centros de culto dirigidos por druidas y localizados en la isla de Mona, actual Anglesey. Este conato independentista fue tan eficazmente resuelto que trajo una paz duradera a la isla, aunque el Imperio no estaba en condiciones de desplazar la frontera más al norte.
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Pronto Abd al-Rahman III no se limitaría a extender su control sobre el territorio de al-Andalus. La debilidad del poder central había tenido efectos desastrosos sobre todo en la frontera occidental, donde el rey Ordoño II de León se había atrevido a lanzar ataques devastadores contra Evora, cuyos habitantes fueron masacrados (913), contra Alange (915) y Talavera (918). En el año 917, Abd al-Rahman III pudo liberarse suficientemente de los problemas internos y encontrar los medios de lanzar una primera expedición contra los cristianos. Siguieron otras expediciones en los años posteriores. La del 917 fue un fracaso, al quedar las tropas musulmanas diezmadas en la plaza de San Esteban de Gormaz, que habían atacado. Las campañas de los años siguientes fueron más exitosas, sobre todo la llamada de Muez, en el 920, dirigida por el soberano mismo, luego la de Pamplona del año 924, en la que Abd al-Rahman III avanzó hasta la capital navarra, se apoderó de ella y la saqueó. La situación en las fronteras había mejorado sensiblemente, pero la amenaza leonesa no había desaparecido. Ramiro II atacó Madrid en el 932, derrotó a un ejército musulmán en Osma en el 933 y se alió con el poderoso gobernador tuyibí de Zaragoza. Abd al-Rahman III intentó restablecer la situación del lado cristiano. Más adelante, tras haber logrado someter a Muhammad b. Hashim en el año 937, organizó un gran ejército bajo su propio liderazgo y se dirigió contra la frontera castellana de León en el año 939. Esta campaña, que el califa quería que fuera decisiva y le había dado por ello el nombre de ghazwat al-qudra (la campaña de la omnipotencia), se hizo famosa con el nombre de Simancas-Alhandega. El objetivo era restablecer la supremacía musulmana sobre la frontera del Duero, más allá de donde los castellanos empezaban a establecer puntos de poblamiento apoyados en particular sobre la fortificación de Simancas, sobre la orilla derecha del río, ocupada desde el año 899. La expedición no logró tomar la fortificación y tras unos días de combate sufrió una grave derrota -cuyas circunstancias suscitan controversias- en agosto del año 939, a manos de una coalición de leoneses y navarros. La caballería musulmana fue masacrada por los cristianos en un foso (al-jandaq, Alhandega). El califa, que tuvo que huir de forma bochornosa, dejando en su campamento un Corán de gran valor que le acompañaba en sus expediciones y su corselete de mallas de oro, achacó este desastre a la poca combatividad e incluso a la traición de parte de sus tropas. Algunas fuentes dejan entender que el yund y la aristocracia militar de la frontera -el gobernador de Huesca y el zanuní (miembro de la familia de los Dhi I-Nun) de Santaver en particular- les habría faltado combatividad e incluso habrían abandonado el combate a causa de la envidia que tenían de los jefes militares saqaliba -esclavos o libertos de origen europeo o eslavo- a los que el califa había empezado a dar puestos de mando importantes. A la vuelta, mandó crucificar a varios oficiales acusados de cobardía, entre los cuales estaba el gobernador muladí de Huesca, Furtun b. Muhammad al-Tawil. El gobernador de Zaragoza, Muhammad b. Hashim, se había hecho prisionero y quedó en manos del rey de León durante dos años. Este humillante fracaso trajo un cambio notable en la política militar del califa, que se abstuvo desde entonces de participar personalmente en las campañas, que, por otro lado, parecen haber sido menos ambiciosas. La derrota no tuvo, de hecho, graves consecuencias territoriales porque los problemas internos paralizaron León y porque el poder cordobés, con su tenacidad, logró mantener una presión lo suficientemente fuerte sobre la frontera, y desplegó un gran esfuerzo para protegerla, fortificando los puntos estratégicos. En el año 940, se edificaron y reforzaron las defensas de Calatilifa y Saktan. En el año 946 el cuartel general de la frontera media, la de Toledo, se estableció en Medinaceli, donde se reforzó una antigua muralla abandonada y se repobló la ciudad. No se constata una falta de confianza generalizada del califa hacia los señores de la frontera. Los Banu Shabrit o los Banu Amrus, parientes del gobernador muladí de Huesca, fueron mantenidos en sus puestos en el gobierno de la ciudad, como los Banu Tuyib en Zaragoza. El califato consolidó, por otro lado, la posición de las otras grandes familias de la región nororiental, en particular los linajes beréberes de las zonas montañosas situados al norte y al este de Toledo, como los Banu Zirwal de la región de Soria, los Banu Dhi I-Nun de Santaver, los Banu Ghazlun de Teruel, los Banu Razin de la Sahla: "dividió el país entre ellos en lotes, renovándoles a ellos y sus sucesores en cada parte y anualmente sus nombramientos con amplias atribuciones (Muqtabis)". El califato siguió dotando al ejército de buenos mandos y de contingentes saqaliba, reclutando un número importante de jóvenes esclavos a los que se daba una educación militar, política. Esta política había empezado ya desde antes de Simancas pero se activó tras el dudoso comportamiento del yund tradicional. Al final del reinado del primer califa de Córdoba, había varios miles de saqaliba.
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¿Cómo sabemos los relatos de la historia azteca? La pregunta puede ser contestada diciendo que las fuentes que informan conviene clasificarlas en dos grandes grupos: las indígenas y las españolas. En cada una de ellas hay que hacer los necesarios distingos. Las indígenas pueden ser prehispánicas o confeccionadas en tiempo de la dominación española, ya con caracteres latinos, pero en lengua náhuatl. Las primeras son las que llamamos códices. Son pictografías con rudimentos de escritura, ya que muchas veces unas imágenes no persiguen ilustrar, sino que pueden ser leídas diciendo las palabras de las figuras. Así una montaña (para lo cual tenían un signo establecido), que en azteca es tepetl, con un águila sobre ella (Quauhtli), será el modo de indicar que se trata del lugar de Quauhtepec. Adiestrados en las escuelas españolas -especialmente por los franciscanos- muchos indios escribieron correctamente en caracteres latinos, usando el sistema establecido por los misioneros de la correspondencia de los sonidos de la lengua azteca con los signos del alfabeto. Aparecen en pleitos -como en el caso de D. Fernando de Alva Ixtlilxochitl, descendiente de los reyes de Texcoco- o para narrar la propia historia de un pueblo (tribu) o de una localidad, como el caso de la llamada Historia Tolteca-chichimeca, de Quauhtinchan, escrita con caracteres latinos y en la que las pictografías son ilustrativas. Las fuentes españolas aún presentan también dos clases: aquéllas que -en menor número- buscan informantes de un modo activo, se hacen escribir los viejos himnos y procuran captar la totalidad de la herencia india, llegando incluso a escribirse en lengua azteca. El ejemplo más característico es el del franciscano Bernardino de Sahagún, con su Historia de las cosas de la Nueva España. E1 segundo tipo es el que tomando informes de los naturales o poniendo en castellano sus antiguas crónicas -sabidas de memoria por los ancianos y antiguos sacerdotes- escribieron historias, como el franciscano fray Toribio de Benavente o Motolinia y el dominico fray Diego Durán. Como vemos, entre las fuentes indígenas y las españolas existe siempre el puente o punto de contacto de las indo-hispanas y las hispano-indias.
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Los hallazgos arqueológicos realizados hasta el momento no permiten hablar de una ciudad concreta, sino de una zona geográfica, más o menos delimitada por las características que éstos presentan. Es precisamente en la actualidad la arqueología quien puede aportar novedades para revisar lo relacionado con la cultura tartésica. En este sentido el estudio de las estratigrafías de Carmona, Colina de los Quemados, Ategua, Cabezo de San Pedro, Lora del Río, así como de los poblados de Medellín, Riotinto o Carambolo y las necrópolis de Setefilla y Medellín han aumentado las perspectivas de nuevos análisis. El horizonte cultural tartésico arranca del Bronce Final y experimenta una evolución determinada por dos factores, su propio desarrollo interno y la influencia de los pueblos colonizadores del Mediterráneo. En la evolución de este horizonte cultural tartésico, que no es uniforme, podemos distinguir tres grandes fases: 1. Período inicial, con una cronología incierta entre el siglo IX y mediados del siglo VIII a.C., definido por la ausencia de cerámica hecha a torno, que demuestra la falta de contactos directos con el Mediterráneo central y oriental. Algunos autores hablan de este período como fase última del Bronce Final del Suroeste andaluz. 2. Período medio, entre mediados del siglo VIII o un poco antes y los primeros años del siglo VII a.C. Continúa la cerámica hecha a mano, aunque aparecen las primeras piezas a torno, y se documentan las primeras relaciones con la colonización fenicia. 3. Período final, desde los inicios del siglo VII y hasta mediados del siglo VI, etapa en la que se intensifica la influencia colonial fenicia, se generaliza la cerámica a torno, aumenta el comercio de minerales, todo lo cual da como consecuencia la orientalización de la cultura tartésica. Pero junto a elementos de cultura fenicia aparecen en el sur de la Península entre los siglo VIII y VI a.C. piezas griegas, sobre todo de cerámica dentro de yacimientos de filiación fenicia o pertenecientes al ambiente tartésico. Para García y Bellido, Blanco Freijeiro y Blázquez, Tartessos es el resultado del impacto orientalizante (fenicio y griego) sobre las poblaciones indígenas del suroeste peninsular. Para otros investigadores, en lo referente a la cultura material, lo tartésico sería lo indígena y todo lo oriental encontrado en el sur de la Península sería foráneo. En resumen, podemos decir que a comienzos del Bronce Final se produce un cambio en el horizonte cultural de esta zona con la aparición de elementos nuevos. El sur y sureste de la Península presentan una facies cultural característica y propia que se extiende a lo largo del Guadalquivir, Huelva y, con sustanciales diferencias, el sur de Portugal hasta la desembocadura del Tajo, con presencia de nuevos tipos cerámicos entre los que sobresalen la cerámica de retícula bruñida y la geométrica pintada. Tartessos no es el período orientalizante de Andalucía, sino algo más complejo, donde el período orientalizante es sólo una fase.
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Las fuentes de la Historia de la nación chichimeca Determinar la veracidad de una fuente, oral o escrita, es, quizá, la tarea más ardua de la actividad antropológica e histórica. En una fecha tan temprana como el siglo XVI, el jesuita José de Acosta citaba la cuestión en una carta a Juan de Tovar: Holgado de ver y repasarla historia mexicana que VR. me envió... Mas deseo me satisfaga VR. a algunas dudas que a mí se me han ofrecido. La primera es, ¿que certidumbre tiene esta relación o historia? La segunda, ¿cómo pudieron los indios, sin escritura, pues no la usaron, conservar por tanto tiempo la memoria de tantas y tan varias cosas? La tercera, ¿cómo se puede creer que las oraciones o arengas que se refieren en esta historia las hayan hecho los antiguos retóricos que en ella se refieren, pues sin letras no parece posible conservar oraciones largas, y en su género elegantes?61. Ixtlilxochitl debió plantearse preguntas parecidas a las de Acosta, pues un repaso rápido del material utilizado en la Historia invita a suponer que el tetzcocano efectuó una cuidada critica de fuentes. El mismo D. Fernando corrobora esta opinión en la dedicatoria de su Sumaria relación de la historia general de esta Nueva España. He conseguido mi deseo conocer la historia de sus antepasados con mucho trabajo, peregrinación y suma diligencia en juntar las pinturas de las historias y anales, y los cantos con que las observaban; y sobre todo para poderlas entender, juntando y convocando a muchos principales de esta Nueva España, los que tenían fama de conocer y saber las cosas referidas;. y de todos ellos en solos dos hallé entera relación y conocimiento de las pinturas y caracteres y que daban verdadero sentido alegórico y adornados de metáforas y similitudes, son dificilísimos de entender; con cuya ayuda pude después con facilidad conocer todas las pinturas e historias ...por cuya causa no me he querido aprovechar de las historias que tratan de esta materia, por la diversidad y confusión que tienen entre sí los autores que tratan de ellas, por las falsas relaciones y contrarias interpretaciones que se les dieron62. Se pueden extraer varias notas interesantes del texto. En primer lugar, y ello resulta curioso si se recuerda que Ixtlilxochitl estudió en Santa Cruz, el fortín de los misioneros etnógrafos, nuestro cronista desconfía de la información oral. En segundo lugar, el tetzcocano, apoyándose en sus experiencias personales, niega toda validez a las crónicas etnográficas, a las que acusa de contradictorias y falsas. He aquí la posible razón por la cual en el fichero de Ixtlilxochitl faltan autores importantes. Finalmente, de la cita se deduce que D. Fernando sólo se fiaba de los códices pictográficos aztecas. Nos encontramos, pues, ante un historiador serio y consciente que se preocupa mucho por conocer el origen de los datos que maneja. Ahora bien, Ixtlilxochitl necesitaba un gran número de códices precortesianos para redactar sus trabajos históricos, y las pinturas habían sido destruidas. Dejando a un lado el espinoso tema de la destrucción de los antiguos manuscritos indígenas --D. Fernando, dicho sea de paso, imputa el acto al obispo Zumárraga-- cabe preguntar dónde obtuvo nuestro autor los códices que cita. Mi opinión personal es que Ixtlilxochitl reunió su rica colección de documentos, pre y poscortesianos, a partir de tres canales: la familia materna, el trabajo --recuérdese que todas las ocupaciones laborales de Alva se relacionaron con los indios-- y las amistades. Así, por citar un ejemplo, el Códice Chimalpopoca, ese valioso documento que nos permitió fijar el linaje de D. Fernando, lo consiguió el historiador con toda probabilidad durante su estancia en Santa Cruz Tlatelolco, pues sus dos posibles autores, los cuauhtitlanenses Alonso Bejarano y Pedro de Sin Buenaventura, catedrático y rector respectivamente del Imperial Colegio, fueron maestros de Ixtlilxochitl63. ¿Cuántas obras consultó el tetzcocano para la Historia de la nación chichimeca? Aunque en las páginas de la obra se hacen noventa y nueve referencias, este dato nos dice poco o nada. La mayoría de las citas presentan un carácter tan vago y general --cuentan las historias, hállase en las historias, dicen los históricos, etc-- que más parecen recursos literarios que menciones a documentos concretos. En otros casos, Ixtlilxochitl nos da nombres y títulos, pero se trata de referencias tomadas de otros textos. De hecho, si se aplica con rigurosidad la critica literaria a la Historia de la nación chichimeca, la documentación manejada por el tetzcocano se limita a unos pocos títulos. D. Fernando presentó algunos a los Cabildos de Otumba, Cuauhtlacinco y Tetzcoco para que certificaran la importancia y antigüedad de los mismos. He aquí el testimonio del Ayuntamiento de Tetzcoco: El año de 1608 el 7 de noviembre presentó don Fernando de Alva Ixtlilxochitl ante Luis Guerra, teniente de alcalde de Otumba, gobernadores, alcaldes, regidores, principales y naturales, estando todos en el cabildo, una historia de los reyes y señores naturales de esta Nueva España no se trata de la Historia chichimeca que tiene escrita, y las pinturas, cantos y otros papeles y recaudos de donde la sacó ...y habiéndola examinado los de Otumba la aprobaron ...Las historias que presentó eran la 1? Historia y crónica de los reyes tultecas, 2? Crónica de los reyes chichimecas hasta Nezahualcoyotzin, 3? Las ochenta leyes y ordenanzas del gran Nezahualcoyotzin, 4? Historia de los padrones y tributos reales que pagaban las provincias de esta Nueva España, 5? una historia larga que trata de diversas cosas64. Todos estos manuscritos poseen un indiscutible valor Para el conocimiento del señorío de Tetzcoco. Ixtlilxochitl los utilizó exhaustivamente; pero, ¿dónde se encuentran en la actualidad? Algunos, como los padrones reales, se han perdido; otros, por el contrario, se conservan en diferentes centros. Sobresalen entre todos ellos el Códice Xolotl (La Historia de los reyes chichimecas de Ixtlilxochitl) y los mapas Tlotzin, Quinatzin y Tepechpan65. Lo expuesto en los párrafos anteriores se refiere a la parte prehispánica de la obra del tetzcocano. Respecto a las fuentes sobre la Conquista, Ixtlilxochitl, dando un ejemplo admirable de objetividad histórica, cita indistintamente autores castellanos (Cortés, Gómara, Herrera), tetzcocanos, azteca y tlaxcateca (Tadeo de Niza, el Lienzo de Tlaxcala).
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Concebido como lugar de retiro y de placer, Felipe V, el primer rey Borbón de España, se hizo construir un pequeño Versalles en la localidad segoviana de La Granja de San Ildefonso. Aunque en sus fuentes y jardines trabajaron escultores llegados de Francia, los resultados fueron muy diferentes. Los jardines cuentan con 26 fuentes monumentales realizadas en su mayoría por Frémin y Thierry, utilizando plomo y mármol blanco para su ejecución. Frente al Patio de la Herradura se encuentra el Parterre de la Fama, ocupando el centro de una plaza rectangular, en sintonía con los parterres ingleses de la época. Al fondo de este espacio se levanta la Fuente de la Fama. En medio de un gran pilón circular, se levanta un peñasco de plomo, imitando mármol. En la cúspide encontramos a Pegaso llevando sobre sus alas a la Fama, tocando el clarín. Entre las pezuñas del caballo alado se sitúan dos guerreros vencidos mientras que dos moros yacen en el suelo. El Guadalquivir, el Duero y el Ebro se representan casi al nivel del agua. A espaldas de la Fuente de la Fama se sitúa la Fuente de los Baños de Diana, la última en construirse. En ella se narra la historia de Diana y Acteón. El cuerpo central de la fuente presenta una hornacina donde se encuentra Acteón mientras que Diana se halla sobre la gradería de mármol, ayudada por cinco de sus nifas. La estructura en cuadrícula de esta zona nos lleva a la Fuente de Latona. Está formada por un zócalo de dos cuerpos octogonales, en cuya cima un pedestal circular sostiene a la diosa y a sus hijos mientras que en derredor, ranas y hombres arrojan chorros de agua. La calle Larga nos lleva a la Plazuela de las Ocho Calles donde se encuentra la Fuente de Hércules. En ella, el héroe se yergue bajo un arco, acompañado de trofeos. La Carrera de Caballos está formada por una sucesión de varios estanques entre los que se encuentra la fuente de Neptuno, rodeada de figuras de cefirillos montando tritones. Al final de la Carrera se levanta, majestuosa, la Fuente de Apolo, protagonizada por el dios con su lira, con un poético acompañamiento de dragones, tritones, niños sobre hipocampos, genios y mascarones. La llamada Cascada Nueva se levanta frente a la fachada de Palacio. La Fuente de Anfítrite preside esta zona. En una carroza, formada por una gran concha y tirada por delfines y rodeada de nayades, Anfítitre va en busca de su esposo, Neptuno, el dios del mar. A su lado se erige la Fuente de Eolo, en la que se presenta al dios sentado sobre un peñasco, acompañado de unos niños que simbolizan los vientos. La Fuente de las Tres Gracias cierra esta zona del jardín conocida como la Cascada Nueva. En ella se representan a Eufrosine, Talía y Anglae, hijas de Zeus y Eurymone. Son las representaciones de la afabilidad, la simpatía y la delicadeza. Los dioses que pueblan las fuentes y los bosques de La Granja traen un nuevo mensaje, más cercano al espíritu de un tiempo en el que ya triunfa la sensibilidad del Rococó.
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Hemos comentado anteriormente las dificultades que ofrecen las fuentes de la época, o referidas a ella, para su correcto análisis, si bien son absolutamente imprescindibles para acercarse al conocimiento de la misma. No pretendemos aquí hacer un estudio detallado, sino exclusivamente mencionar con qué tipo de fuentes contamos y cuáles son las más relevantes. Cabe hacer una distinción dentro de ellas: - Fuentes literarias: Nos referimos a ellas en sentido amplio y no con el concepto estricto que hoy podamos tener de literatura. En este punto merece la pena hacer dos distinciones, la primera, respecto de los escritores u obras procedentes de Hispania y aquellos de otros lugares del antiguo Imperio; la segunda, respecto de las obras propiamente históricas, frente a las de otros contenidos, teniendo en cuenta que no siempre una obra de contenido histórico se corresponde con el género literario de la historia, la crónica o la biografía, aunque sea lo más frecuente. Disponemos de diversas fuentes, algunas de las cuales iremos citando a lo largo de este volumen. Además de autores antiguos que hablan puntualmente de los pueblos bárbaros, como puede ser Tácito, por mencionar alguno, hay una serie de escritores bien significativos, aunque sus obras abarcan las primeras épocas de migraciones de los pueblos bárbaros y llegan, en todo caso, hasta la época de asentamiento de los visigodos en Aquitania. Entre éstos, están, sin duda, Ammiano Marcelino, el mayor historiador de época bajoimperial, Sidonio Apolinar, tanto con sus cartas como con sus poemas; Claudiano, que escribió, entre otras, De bello Getico, un poema en hexámetros, de tono épico, además de Laudes Stiliconis o un Panegírico sobre el tercer consulado de Honorio, y Jordanes con su Getica. Más directamente relacionadas con la historia de los siglos V al VII son obras históricas de la envergadura de la Historia Francorum de Gregorio de Tours o la Chronica del pseudo Fredegario. De otra parte, es imprescindible contar con todas las referencias a Hispania que existen en la correspondencia y en la obra del papa Gregorio Magno, así como de otros papas como Vigilio y, en general, autores como Venancio Fortunato por ejemplo, o corresponsales más o menos ocasionales, de entre los que destacan los pertenecientes a estamentos eclesiásticos. Entre los autores hispanos se cultivó el género literario de la historia, en diversas variantes y estilos. En el siglo VI destaca tanto Orosio con Historiae adversus paganos, que en sus capítulos finales trata de las cuestiopnes relativas a las migraciones bárbaras, hasta los primeros reyes visigodos asentados en la Gallia; como Hidacio, con su escueta Chronica, cuya probable muerte le hizo interrumpir hacia el 468 y que tiene la particularidad de narrar acontecimientos por él vividos en torno al asentamiento de los suevos en la Gallaecia. Igualmente las Historiae visigothorum, sueborum, vandolorum de Isidoro de Sevilla, su Chronica, así como el De viris ilustribus, de género biográfico. La Crónica isidoriana sería continuada por la Crónica mozárabe y otras ya escritas en época medieval, a las que ahora no nos referiremos. En cuanto a De viris illustribus, sería continuada por escritores como Ildefonso de Toledo. La Historia Wambae regis es una obra centrada en un asunto concreto como la rebelión del dux Paulo en la Narbonense contra el rey Wamba, escrita por Julián de Toledo, con un estilo literario cuajado de elementos retóricos y evocaciones e influjos de autores clásicos. Un género literario surgido del de la historia, o mejor aún, de la biografía, bajo el signo del cristianismo, es la hagiografía. Evidentemente con una consideración de los hechos históricos desde la perspectiva de la intervención divina y, en muchos casos, con fines propagandísticos, es, en cambio, una fuente importante de documentación. En el siglo VII se escribe la anónima Vitas sanctorum patrum Emeretensium, la Vita sancti Aemiliani de Braulio de Zaragoza y la Vita Desiderii del rey Sisebuto, piezas realmente imprescindibles, sobre todo la primera, para un acercamiento a los siglos VI y VII. Además de las obras mencionadas, las diferentes producciones escritas -obras dogmáticas, exegéticas, pastorales, poesía, homilías, sermones, etc.- en la Hispania de la Antigüedad tardía ofrecen un cúmulo de informaciones sobre la época, vida, sociedad, la Iglesia, la educación y otros muy diversos aspectos de notabilísimo interés. Tendremos ocasión de mencionar algunas de ellas al hablar del ambiente cultural más adelante. - Fuentes legislativas: Básicamente las leyes y las actas conciliares. La información que ofrecen es, como puede suponerse, inestimable para múltiples aspectos de la vida pública y privada, así como de la organización del Estado e, incluso, son el reflejo de muchas circunstancias históricas concretas que han dejado huella en las leyes. No referiremos a ellas explícitamente al analizar el aparato legislativo, dentro del capítulo de los instrumentos para el poder. - Fuentes epigráficas y numismáticas: Las inscripciones, en los diversos materiales y soportes, son las otras fuentes escritas con que contamos. Muchas de ellas son funerarias y, con independencia de su valor intrínseco, en ocasiones no ofrecen más que datos sobre personas en cuyo epitafio sólo figura cuándo murieron o qué edad tenían y cuál era su nombre. Pero en otras las informaciones son más precisas y valiosas, tanto a nivel prosopográfico, como histórico. Además de las funerarias, las edilicias contribuyen a un conocimiento mucho mayor sobre los espacios para la población, sobre el desarrollo y la evolución de la propia sociedad. Dentro de las inscripciones cabe hablar de dos grupos bien distintos pero significativos e importantes. El primero, los llamados Tituli metrici, una serie de poemas de métrica cuantitativa o rítmica, generalmente epitafios, escritos en piedra, o a modo de inscripciones funerarias; es decir, en ocasiones se conservan dichas inscripciones, pero en otras sólo se han transmitido literariamente, algunos de los cuales nunca han llegado a ser grabados y sólo se han escrito como obra poética. En muchos de estos tituli encontramos una importante documentación sobre personajes, circunstancias y hechos de la época que nos ocupa. El segundo, son las llamadas pizarras visigodas; una serie de textos escritos sobre soporte de pizarra, como material a mano y barato, frente al pergamino, y cómodo, frente a éste o a las tablillas de cera, que, concentradas básicamente en zonas de Ávila, Salamanca y norte de Cáceres, con algunas excepciones, dan información sobre diversas actividades privadas de carácter económico de la sociedad, fundamentalmente rural, además de la constatación de la aplicación del derecho o del nivel cultural y la educación de los siglos VI y VII, como se podrá ver a lo largo de algunos puntos de la exposición. Evidentemente, la numismática ofrece también unas posibilidades de estudio considerables en cuanto a la circulación monetaria y su valor y, paralelamente, a la época de los reyes y distintos momentos de la acuñación. Las fuentes escritas, como ya se ha dicho antes, junto con las fuentes arqueológicas, son la base y el punto de partida para nuestra -para cualquier- aproximación al estudio de la Antigüedad tardía en Hispania.
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Tal como se ha visto, sólo los alemanes tenían sus carros encuadrados en grandes unidades, capaces de operar en solitario con gran potencia y velocidad y de asaltar todo tipo de obstáculos con la cooperación de los bombarderos en picado. Cuando comenzó la guerra, Alemania disponía de 6 divisiones motorizadas, 4 motorizadas y otras tantas mecanizadas, con un total de 2.400 efectivos. Según describe Priego, "la División blindada alemana (Panzerdivision) estaba integrada por dos Grupos divisionarios de exploración, dos Regimientos de carros, un Regimiento motorizado de cazadores, un Batallón de motoristas, un Regimiento de Artillería, un Grupo de piezas contracarro, un Batallón de Zapadores y un Grupo de Transmisiones, estos últimos también motorizados. El material de carros constaba de tipos ligeros (de cinco a seis toneladas, provistos de ametralladoras), medios (de nueve toneladas, armados también de ametralladoras) y pesados (de unas veinte toneladas, armados de ametralladoras y cañones de 37 a 75 mm.), siendo capaces todos ellos de desarrollar velocidades de 40 a 50 kilómetros por hora en todo terreno". Francia contaba con 7 divisiones motorizadas y 2 mecanizadas, que sumaban 2.285 efectivos. Gran Bretaña disponía tan sólo de 1 división motorizada, con 1.300 efectivos, mientras que Italia podía contar con 1 división acorazada y 2 motorizadas, sumando un total de 1.600 efectivos. De las cifras podría concluirse que la ventaja alemana no era muy grande en cuanto a número de blindados, pero es en la organización, la doctrina y el adiestramiento donde la ventaja del III Reich era inmensa. Y lo fue durante toda la guerra, aunque numéricamente resultara muy rebasado. La superioridad técnica y material de los blindados alemanes sobre los aliados queda expresada en este dato: los norteamericanos estimaban que se necesitaban de 4 a 5 de sus carros para destruir uno de los alemanes. Numéricamente, Berlín estuvo rápidamente en desventaja; ya en 1942 Gran Bretaña fabricó 4.000 blindados más que Alemania. Ese mismo año los EE.UU, construyeron 20.900 más.
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El protagonismo en el nuevo Estado no fue tanto para los falangistas como para las Fuerzas Armadas, que habían iniciado la rebelión del 18 de julio y habían salido victoriosos. Durante la primera fase de la posguerra, el Ejército jugó un papel más destacado que el partido único, ya que tenían puestos de mayor relevancia. No sólo era el apuntalamiento marcial del Estado, sino que controlaba la represión, dirigía la policía, organizaba -a través de nombramientos en la administración- la reconstrucción nacional y el nuevo programa de industrialización e incluso, aportó muchos de los símbolos y claves ideológicas del Régimen a través de la doctrina del caudillaje militar. En 1939 el cuerpo de oficiales del Ejército español era, en gran medida, una creación de Franco. Aunque los generales de más edad ya eran militares antes de la guerra civil, se había forjado un nuevo grupo corporativo durante una de las más duras experiencias militares, que se sentía unido a su Generalísimo y se identificaba con él. Durante la guerra Franco, muy astutamente, había restado importancia a las condecoraciones y los ascensos, haciendo hincapié en la entrega y el sacrificio, de modo que no era extraño encontrar coroneles al mando de divisiones y generales de brigada al mando de cuerpos enteros. Esto había resultado efectivo y se había centrado la atención en el cumplimiento del deber. Pero después de la guerra hubo numerosos ascensos que llevaron a la restitución de los rangos de teniente general y almirante que había abolido la República. Aunque los sueldos seguían siendo bajos, los oficiales disfrutaban de ciertos privilegios, como el acceso a economatos que tenían más oferta y buenos precios. Esto era un gran contraste en un país en el que empezaba a haber escasez. Los hombres que habían estado alistados tenían preferencia en las cuotas de empleo que acababa de anunciar el Gobierno. En general, los militares estaban satisfechos y seguirían siendo el pilar fundamental del Régimen, con pocos casos de disidencia hasta la muerte de Franco. Estaban orgullosos de su victoria aplastante y del lugar de honor que les correspondía en el nuevo sistema. El Ejército de Tierra había llegado a tener 900.000 miembros al final de la guerra civil. El 24 de enero de 1939 Franco decidió reducir las fuerzas de la posguerra a 24 divisiones formadas por 10 cuerpos, uno por cada uno de los ocho distritos militares que existían en el país y dos para el protectorado de Marruecos. En su momento más bajo, a principios de 1940, las fuerzas del Ejército quedaron reducidas a 230.000 hombres más los 20.000 de las tropas de Marruecos. Pero cuando la Segunda Guerra Mundial se empezó a extender, se fomentó el crecimiento de los escasos recursos del nuevo Estado en la medida de sus posibilidades. Por este motivo, los gastos militares acapararon un 40 por ciento o más del presupuesto del Estado durante casi toda la Segunda Guerra Mundial, bajando a un 34 por ciento en 1945. El cuerpo de oficiales, que estaba compuesto por unos 15.500 hombres en 1940, llegó a tener casi 26.000 en 1945. De modo que el viejo quiste que la República había extirpado temporalmente, volvió a aparecer bajo el nuevo régimen. La mayoría de los oficiales que se incorporaron en estos años habían sido alféreces provisionales en tiempos de guerra; 8.937 obtuvieron un nombramiento permanente.