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Hasta mediados del siglo IV a.C., pocos griegos dudaban del carácter bárbaro de los macedonios. Pueblo lejano, con lengua propia y dedicado principalmente al pastoreo de sus grandes yeguadas, nadie hubiera pensado que, con el tiempo, se convertiría en señor de Grecia y promotor de su cultura en los más lejanos rincones del mundo, incluso en los aún por entonces desconocidos. En realidad, poco es lo que sabemos de la cultura macedónica antes del reinado de Filipo. Parece, eso sí, que desde muy pronto sus monarcas advirtieron el brillante mundo que se desarrollaba al sur de sus territorios e impulsaron la helenización de su reino. Pero lo cierto es que las colonias, generalmente controladas por Atenas, apenas difundían otra cosa que sus obras artesanales y lo único relativamente helenizado del reino, a niveles más elevados, era la casa real. Los monarcas emitían monedas en estilo griego y su mayor orgullo radicaba en poder ir, como griegos, a las Olimpiadas: en efecto, de toda Macedonia sólo su familia era considerada helénica, por ser, según la leyenda, descendiente de Heracles. Haciendo gala de su pasión por lo griego, algunos reyes intentaron atraer a su corte, con generosas dádivas, a famosos literatos y artistas: Arquelao I (h. 413-399 a.C.), por ejemplo, recibió la visita de Zeuxis, del músico Timoteo de Mileto, del poeta épico Quérilo y de los grandes trágicos Agatón y Eurípides. Pero lo cierto es que tales contactos no debieron de superar el nivel de un esnobismo cortesano. Filipo II, decidido a intervenir en Grecia, sintió desde muy pronto la necesidad de ahondar en esta política helenizadora. Atrajo a Aristóteles para que, desde el 342 a.C., se ocupase de la educación de su hijo Alejandro, que entonces tenía catorce años de edad; y no contento con albergar al historiador Teopompo (quien escribiría una historia de su reinado, Historia Filípica, desgraciadamente perdida), utilizó los servicios del orador Pitón de Bizancio, discípulo de Isócrates, y aceptó los servicios de personajes como Nearco y Eumenes de Cardia, destinados a ganar fama en las campañas de su hijo. También en el campo de las artes hizo lo posible Filipo por dar de sí una imagen helénica, sobre todo a raíz de su victoria definitiva sobre atenienses y tebanos en Queronea (338 a.C.). Quien ya era indiscutible señor de los destinos de Grecia veía sin duda -como Roma más tarde- que la helenización era no sólo el paso necesario hacia un nivel cultural superior, sino además una herramienta política para eliminar resquemores. La expansión macedonia fue realizada de modo inteligente, habiendo aprendido de intentonas anteriores. Durante la segunda mitad del siglo V a.C. alternó su apoyo ahora a Atenas, ahora a Esparta, ganando el control sobre la zona al este del río Axiós. Poco después Perdicas II promueve el sinecismo de Olinto y extiende la influencia de Macedonia sobre Calcidia, tradicional área de influencia de Atenas. Durante el siglo IV los Argéadas intervienen en las pugnas entre Atenas, Esparta y Tebas, poniendo a punto su extraordinario ejército. El gran paso lo dará Filipo II, quien supo desarrollar una inteligente política, con la que pudo unificar Macedonia y el Egeo septentrional, dejando a Tesalia sujeta mediante un protectorado. Con respecto a las poleis del sur, precariamente unidas en ligas, primero utilizó la diplomacia y más tarde la guerra, venciendo en Queronea (338 a.C.) En Corinto, Filipo dirigió la creación de una liga panhelénica cuyo objetivo era lograr la unidad de las ciudades griegas y reanudar la lucha contra los persas, para así liberar a las poleis de Asia sometidas a su dominio. Preparado el ataque a los persas, el asesinato de Filipo en el teatro de Aigai dejó el trono en manos de su hijo, Alejandro III, más conocido como Magno o el Grande. Al heredar Alejandro el trono macedonio dejado por su padre contaba con un excelente punto de partida para alcanzar su máximo objetivo: la conquista de Asia, pues ya Grecia había sido unificada. En la primavera del año 334 a.C. Alejandro partía de Macedonia, avanzando hacia Tracia y alcanzando las costas de Asia Menor, donde se produjo el primer enfrentamiento con los persas en la batalla de Gránico. La victoria permitió al macedonio continuar su avance hacia Lidia, ocupando las ciudades de Mileto y Halicarnaso. Las regiones de Caria y Frigia cayeron en sus manos. Tras cortar el famoso nudo en Gordión, la Capadocia y Cilicia serán ocupadas antes de producirse una segunda batalla decisiva, la de Issos, donde Alejandro bate al persa Darío de manera contundente. La decisión del monarca macedonio será descender hacia Siria para tomar Tiro y Sidón, sirviendo de cabeza de puente para la conquista de Egipto, donde fundará la famosa Alejandría. Tras visitar el oráculo de Amón, se embarcará en la toma de Mesopotamia, produciéndose la definitiva batalla de Gaugamela, donde Darío será nuevamente derrotado. Susa y Persépolis caerán bajo su dominio, estableciendo el próximo objetivo en las satrapías superiores: Bactriana y Sogdiana. Los territorios más septentrionales del Imperio Persa eran ocupados en el año 328 y desde allí Alejandro descendió hasta la India, alcanzando el Indo. Tras ocho años alejadas de Grecia, las tropas presentan sus primeras muestras de cansancio, por lo que se impone el regreso desde Patala. Alejandro dirigía el cuerpo de ejército por tierra mientras Nearco costeaba con una flota hasta llegar al golfo Pérsico. El rey macedonio llegó otra vez a Persépolis y a Babilonia, donde falleció el 30 de junio de 323 a.C. antes de cumplir los 33 años. Con él moría uno de los grandes genios militares de todos los tiempos. La muerte temprana del monarca cuando aún su esposa persa, Roxana, no ha dado a luz al heredero del trono, plantea serios interrogantes acerca del futuro del reino.
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Llegó entonces a Palmerston por primera vez la responsabilidad de encabezar el Gobierno, al que, siguieron dando consistencia, aunque por breve tiempo, los elementos peelitas. Gladstone siguió al frente de las finanzas y también estuvieron presentes Graham y Sidney Hebert. El Gobierno realizó una activa política exterior de intervención en Extremo Oriente. La segunda guerra china se desarrolló a partir de octubre de 1856, con ocasión del asalto al mercante inglés Arrow en el puerto de Cantón y la detención de doce marineros, acusados de piratería; ello llevó al cónsul británico a plantear exigencias que no fueron atendidas. Las autoridades británicas respaldaron a su representante y una flota inglesa bombardeó la ciudad. Las operaciones se prolongaron, con apoyo francés, durante cuatro años, y terminaron con el tratado de Pekín, por el que los barcos ingleses fueron autorizados a comerciar en el río Yangtsé, se abrían once nuevos puertos chinos al comercio y se legalizaba la importación del opio. Los acontecimientos chinos habían servido, por lo demás, para fortalecer al Gobierno, ya que las críticas en los Comunes (Cobden y Bulwer) habían desembocado en la disolución del Parlamento y en la convocatoria de nuevas elecciones generales, que se celebrarían en abril de 1857. En ellas los liberales aumentaron su hegemonía (367 escaños, frente a 260 de los conservadores, y 27 peelitas), en lo que representó uno de los momentos culminantes de la política de Palmerston. Las tropas británicas también tuvieron que solventar por aquellos años motines en la India, que dificultaron las iniciales operaciones en China. Esta preferencia por las cuestiones de política exterior sería, sin embargo, lo que determinase la caída del ministerio pues, como consecuencia de las presiones francesas, intentó hacer aprobar una legislación sobre la conspiración contra gobiernos extranjeros que fue derrotada en los Comunes, y obligó a Palmerston a la dimisión en febrero de 1858. El Gobierno que le sustituyó, segundo del conde Derby, volvió a contar con Disraeli al frente de las Finanzas, pero era un gabinete que tenía escaso apoyo parlamentario y las medidas de reforma que adoptó (admisión de los judíos al Parlamento y abolición de la calificación de propiedad para ser parlamentario) no le ganaron el apoyo popular, como tampoco consiguió llevar adelante un proyecto de reforma electoral concebido para favorecer a los conservadores, muy perjudicados por la reforma electoral de 1832. Las elecciones de mayo de 1859 dieron un apretado triunfo a los liberales (325 contra 306 conservadores), pero los 23 peelitas elegidos permitieron a Palmerston la formación de su segundo Gobierno en el mes de junio. Era un gabinete en el que aparecían representadas todas las corrientes que apoyaban al liberalismo ya que incorporaba a radicales, peelitas y nacionalistas irlandeses. Incluso hubo una oferta al librecambista Cobden, que no fue aceptada por éste. La falta de un líder sólido en el partido conservador permitió a Palmerston decidir medidas de reforma en las que, más que a la fuerza de la oposición, tuvo que estar atento a mantener la cohesión de su mayoría parlamentaria. Ese fue el caso con la política de reducción impositiva practicada por Gladstone. Su intento de recortar los derechos sobre el papel planteó, en 1860, una dura pugna con la Cámara de los Lores, que terminó con la derrota de ésta y la reafirmación de la primacía de los Comunes en materia presupuestaria. La política exterior de aquel Gobierno continuó la línea de nacionalismo agresivo iniciada por Palmerston cuando estuvo en el Foreign Office, pero alguna crisis, como la de los ducados daneses de 1864, demostraría la precariedad de los británicos, que previamente habían prometido apoyo a la postura danesa. El agotamiento del periodo parlamentario previsto llevó a unas nuevas elecciones, en julio de 1865, que ratificaron la primacía de los liberales. Sus diputados sumaron 370 escaños, frente a 288 de los conservadores. Palmerston, sin embargo, no pudo sacar partido de la nueva situación ya que falleció en el siguiente mes de octubre. Aunque Gladstone era la estrella ascendente en las filas del liberalismo, la responsabilidad del nuevo Gobierno volvería a recaer en el veterano conde Russell, que formaría el segundo de sus gabinetes (de octubre de 1865 a junio de 1866), manteniendo a Gladstone al frente de las finanzas.
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Con la llegada de Schmidt al poder, la RFA cumplía sus veinticinco primeros años. El nuevo canciller era una persona que tenía fama de ser "macher", es decir, una persona capaz de hacer avanzar las cosas. Su Gobierno, con la colaboración del liberal Genscher, significó estabilidad y previsibilidad y constituyó la coalición más larga de la Historia de la RFA. Sin embargo, le tocó una etapa difícil no sólo por la crisis energética sino también por la resurrección, en 1974-7, del movimiento terrorista. En estas dos cuestiones fue donde mejor nota obtuvo y ésta fue peor, en cambio, en política exterior e interalemana. Es muy posible que la forma de llevar los asuntos de Schmidt fuera mucho mejor que la de Brandt, pero las dificultades eran mayores y por eso los resultados fueron menos espectaculares. En 1974, Alemania pagaba tres veces más por su factura petrolífera y en 1979 seis veces más. El más importante fenómeno nuevo en lo que respecta a la política interior fue la aparición de los verdes, que en 1972 habían votado a Brandt pero que ya no podían ser atraídos por Schmidt. Aunque hubo muchos grupos y tendencias dentro de ellos, sólo en 1978-9 se configuraron como una unidad. En gran medida representaban los valores de la generación más joven que creía en los valores posmaterialistas. En las elecciones de 1980, sólo lograron el 1.5% de los votos, pero representaban un futuro con el que los socialdemócratas debían contar. Por otro lado, la política antiterrorista se tuvo que enfrentar con retos muy importantes durante estos años en Alemania, derivación del pasado inmediato. En 1975, fue secuestrado el dirigente de la CDU de Berlín, Lorenz, que fue liberado a cambio de unos terroristas. La legislación se endureció para poder enfrentarse con estos problemas. En junio de 1976, el Bundestag adoptó enmiendas al código penal que suponían que, por ejemplo, los acusados podían ser excluidos de determinados debates en los juicios a los que fueran sometidos. En 1977, se produjo el secuestro y posterior asesinato de Schleyer, presidente de la patronal alemana; además, fue secuestrado un avión que fue recuperado por los servicios de seguridad. Llegado el año 1980, el terrorismo había sido aniquilado. En la oposición, las posibilidades de relevo fueron modestas. En mayo del año 1976, se presentó Kohl por primera vez. La mayoría del SPD y del FDP pasó, entonces, de 46 a 10 diputados; la CDU obtuvo el 48% del voto, mientras que el SPD quedaba en el 42%. En las elecciones de 1980, es posible que las preferencias de la mayor parte del electorado se dirigieran a una CDU presidida por Schmidt. Pero los democristianos, conscientes de la popularidad de éste, propusieron a Strauss, lo que suponía la práctica imposibilidad de ganar y, en todo caso, la de aliarse con el FDP. Ésta obtuvo más del 10%, mientras que la CDU se quedó tan sólo en el 44%, el peor resultado desde 1949. Kohl, en adelante, tomó la firme decisión de que el acceso de su partido al poder se haría con el FDP y no contra él. Schmidt no era tan proclive como Brandt a ceder a las tentaciones de un gigantesco "orden de paz europeo" pero creía que la distensión era una obligación moral. Al mismo tiempo, se encontró con la realidad de que los soviéticos con la nueva instalación de misiles practicaban el "decoupling" de la defensa occidental entre Europa y América, lo que suponía un evidente peligro para Alemania. Se consiguió imponer a su partido, mientras estuvo en el poder, pero todavía cuando cayó el Muro de Berlín el SPD estaba a la búsqueda de un consenso interno en esta materia. Por su parte, la RDA, que parece haber ayudado a movimientos terroristas, no perdió la dureza a la hora de evitar que sus súbditos abandonaran sus fronteras. Entre 1966 y 1988 murieron 175 personas intentándolo y en 1975 tenía 6.500 prisioneros políticos. Siempre se negó a una liberalización y, además, insistió en encontrar unas raíces históricas propias. A pesar de ello, hubo varios acuerdos anexos a los suscritos por las dos Alemanias con anterioridad. En gran parte eran de carácter económico y suponían, por ejemplo, la construcción de las autopistas de acceso a Berlín. En diciembre de 1981, Schmidt visitó a Honecker y poco tiempo después de firmar Alemania un contrato por el que proporcionaba nueva tecnología punta a la URSS tuvo lugar la proclamación del estado de sitio en Polonia. Estas actitudes, que Schmidt justificaba en su interés por conseguir la distensión, hicieron que sus choques con los Estados Unidos fueran frecuentes. Tuvo una pésima opinión de Brzezinski al que denomina "señor sabelotodo" en sus memorias. Temía que los Estados Unidos tuvieran una actitud en exceso defensiva frente a la URSS y que olvidaran los intereses europeos. En temas importantes difirió de los norteamericanos como, por ejemplo, respecto a la cuestión de Portugal en donde se empeñó en seguir prestando ayuda a Soares como esperanza democrática. En cambio, como ya sabemos, mantuvo una relación muy estrecha con Giscard. Lo que Schmidt no consiguió fue cambiar el rumbo de su partido, sino que arreció la confrontación con él a medida que pasaba el tiempo. Consiguió apoyo para la "doble decisión" en materia de defensa europea pero el Congreso del SPD de abril de 1982 se caracterizó por su radicalismo. Aprobó, en efecto, un programa que suponía un fuerte incremento del papel del Estado y de los sindicatos en la economía, un impuesto muy considerable sobre las fortunas y el incremento de la deuda pública. Además, en él se acusó a los Estados Unidos de fomentar la carrera de armamentos. En estas condiciones, todo hacía pensar que cualquier candidato democristiano viable acabaría por llegar al poder en un corto plazo.
obra
El primer encargo de importancia tras regresar Rubens a Amberes en 1609 fue el retablo del altar mayor de la iglesia de Santa Walpurgis. Era obligatorio que tuviera la estructura de un tríptico, esquema ya obsoleto en Italia pero de plena actualidad en Flandes. Si bien en el retablo se debían incluir las figuras de algunos santos y episodios de sus vidas, el pintor flamenco las ubicó en las alas exteriores para dedicar todo el espacio central a la erección de la Cruz, el asunto principal que enlazaba con las disposiciones de la Contrarreforma.El boceto preliminar que contemplamos presenta bastantes diferencias con la composición definitiva, para la que Rubens tomó como referencias a Miguel Angel, Tintoretto y Caravaggio. A pesar de encontrarnos ante un tríptico, la composición se establece de manera unitaria al dedicar el ala izquierda a la Virgen, san Juan y las Santas Mujeres y el ala derecha a los santos ladrones, que se duplican en la tabla central. Será aquí donde se concentre toda la tensión e intensidad, creando profundos escorzos y estructurando la escena a través de una marcada diagonal en superficie. En el ala izquierda la tensión se contiene y la Virgen permanece aún en pie, mientras que son las santas mujeres las que presentan mayor intensidad psicológica. En el lateral derecho es el caballo el eje de la escena, así como los escorzos de los ladrones. El resultado es una obra cargada de espiritualidad y de tensión, características que definirán los trabajos de Rubens.
obra
Al poco de llegar a Amberes procedente de Italia -donde realizó su segundo aprendizaje- Rubens recibe su primer encargo importante: el retablo de la Erección de la Cruz destinado al altar mayor de la iglesia de Santa Walpurgis. Cornelis van der Geest, un rico e influyente comerciante, encargó la obra, estableciendo una estrecha relación con el pintor. Rubens dijo de Van der Geest con motivo de su muerte: "el mejor de los hombres y uno de mis amigos más antiguos, en quien siempre encontré, desde mi juventud, a un constante patrón".A pesar de que el encargo debía presentar la estructura de un tríptico en el que se incluyeran imágenes de santos y episodios de sus vidas, el pintor flamenco resolvió acertadamente el envite al trasladar estos temas a las alas exteriores para realizar una composición unitaria en las tres tablas, ocupando el espacio central el episodio principal, siguiendo las directrices de la Contrarreforma. Rubens realizó un boceto preparatorio que se conserva en el Museo del Louvre donde encontramos significativas diferencias respecto a la obra definitiva. El maestro flamenco ha tomado como referencia compositiva la Crucifixión de Tintoretto, pero acentuando aún más la diagonal que forma el cuerpo de Cristo. La potente anatomía de los sayones y sus escorzadas posturas están inspiradas en la estatuaria clásica y en Miguel Angel, dos de sus fuentes favoritas. Para el claroscuro debemos buscar la inspiración en Caravaggio, pintor italiano que debió conocer en Roma, aunque no existe documentación que lo asegure. Con estas diversas fuentes, Rubens crea una obra difícilmente superable, en la que la violencia, la tensión y el dramatismo están contenidos de manera espectacular. La composición se organiza con una acentuada diagonal típica del Barroco, que se proyecta desde el fondo del espacio pictórico hasta el plano del espectador, precipitándose hacia ese plano dos de los sayones. Los gestos de tensión se convierten en otro foco de atención, especialmente el rostro de Cristo, inspirado en el Laoconte, estatua helenística muy admirada por Rubens. Los ojos de Jesús se dirigen hacia la parte superior de la escena, concretamente hacia las estatuas de Dios Padre y los ángeles que remataban el retablo original, donde se había estudiado especialmente el efecto que causaría ya que el altar se elevaría por diecinueve escalones, tal y como se observa en lienzo de Anthoon Gheringh. En la actualidad, el retablo se puede contemplar junto al Descendimiento de la cruz en el transepto de la catedral de Amberes.
obra
Entre 1632 y 1646, Rembrandt pinta una serie sobre la Pasión de Cristo para el príncipe Frederik Hendrick, estatúder de los Países Bajos entre 1625 y 1647. Esta obra formaba parte de esa serie y se supone pintada hacia 1633, siendo por tanto de las primeras que realizó. La figura de Cristo en la cruz es iluminada por una potentísima luz que deja en penumbra el resto de la imagen, característica del tenebrismo. Al estar izándose, la cruz forma una diagonal, típica composición barroca. A los pies de Cristo observamos una figura de espaldas que tira de la cruz con todas sus fuerzas, mientras que detrás de la cruz hay varias figuras que empujan, marcándose la tensión y el dinamismo también característicos del Barroco. Tras el grupo aparece montado a caballo el capataz, que dirige la mirada al espectador y viste ropajes orientales. La obra recuerda otra Erección de la Cruz pintada por Rubens en 1610-1611, siendo en ambas escenas la figura de Cristo la auténtica protagonista, destacando su excelente anatomía en tensión y la mirada elevada al cielo. El fondo neutro hace que las figuras adquieran mayor profundidad.
obra
Las fiestas populares estaban de moda entre los miembros de la alta sociedad madrileña de la Ilustración. Las aristócratas se vestían de majas para participar, pasando lo más desapercibidas posible, en las romerías y actividades del pueblo. Este es el motivo por el que se eligieron dos escenas recogiendo festejos madrileños para la decoración del dormitorio de las Infantas en el Palacio de El Pardo: la Pradera de San Isidro y la Ermita de San Isidro que aquí contemplamos. Curiosamente ambas imágenes no se pasaron a cartón, quedándose en boceto, al fallecer Carlos III en diciembre de 1788. Su compañera, la Gallina ciega se puede contemplar de las dos maneras, en boceto y en cartón, ya que Goya tuvo el suficiente tiempo para realizarlo antes de pararse el proyecto por el fallecimiento del monarca. La silueta neoclásica de la ermita del patrón de Madrid preside la composición; a su alrededor se sitúa una gran fila de hombres y mujeres que esperan beber el agua milagrosa de la fuente. En el centro del primer plano conversan unas damas mientras un majo de espaldas sirve agua a una de ellas. Tras este grupo contemplamos a dos embozados y a la derecha se sitúan dos Guardias de Corps, que vigilan para mantener el orden público y la tranquilidad en el festejo. La composición se estructura de forma piramidal, como ya había hecho Goya en otros cartones -la Cometa, por ejemplo- al ser muy del gusto neoclásico. El abocetamiento de la imagen vendría motivado por ser un trabajo preparatorio, en el que se aprecian aires de Velázquez; la pincelada deshecha, el colorido claro y la luz configuran un ambiente especial.
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Se ha juzgado muy duramente la actuación del Gobierno Casares, acusado de debilidad frente al incremento de la conflictividad y de falta de visión política. Tampoco faltan las proyecciones ucrónicas sobre lo que hubiera sido de la República si Azaña hubiera seguido en la jefatura del Gobierno o le hubiera sucedido Prieto. Algunos analistas estiman que uno u otro hubieran hecho más que el político gallego para amortiguar el deterioro de la autoridad del Estado que condujo al golpe militar de julio y a la guerra. Pero eran precisamente las circunstancias que hicieron inevitable el conflicto las que frustraron estas posibles salidas. La división del socialismo, que impidió la opción de gobierno prietista, era un elemento desestabilizador de gran importancia aunque no tanta, desde luego, como el insurreccionalismo de la derecha, lanzada abiertamente a la destrucción del régimen. Por supuesto, las causas de la guerra de 1936-39 son muy complejas, y aquí no pueden ni esbozarse. Pero el proceso de destrucción de la convivencia civil fue personificado por una serie de agentes, cuya evolución durante la primera mitad de 1936 influyó en el alineamiento definitivo de los dos bandos. Pese a la evidencia del voto anarquista en febrero, la CNT se había mantenido en su línea, llamando a la abstención electoral, y mostró rápidamente su abierta hostilidad al Gobierno burgués del Frente Popular. En esta época, teóricos como Diego Abad de Santillán, Federica Montseny e Isaac Puente contribuyeron a reforzar los contenidos utopistas del anarcosindicalismo, potenciando la fe de las bases en un modelo específico de revolución que llevaría a una sociedad sin clases, estructurada en comunas libertarias. El Pleno Nacional celebrado por la FAI a comienzos de febrero rechazó la política obrera de alianza con la burguesía y se pronunció por el método insurreccional para la conquista de la riqueza social. Pero, por otra parte, se iban imponiendo en los sindicatos cenetistas las tesis favorables a la unión del proletariado. El primero de mayo se reunió en Zaragoza un Congreso Confedera] de la CNT. Los delegados, que representaban a 612.707 afiliados, se pronunciaron por la vía libertaria al comunismo, pero manteniendo las tácticas sindicales y de lucha armada. De la reunión salió una invitación a la UGT para suscribir una alianza revolucionaria cuyo fin sería destruir completamente el régimen político y social vigente, y cuya firma hubiera supuesto la ruptura inmediata del Frente Popular. Pero el socialismo seguía rumbos muy distintos. La definición ante la alianza con los republicanos había aumentado las diferencias entre el sector encabezado por Prieto, que se mostraba partidario de la colaboración, y la izquierda que seguía a Largo Caballero. Este prefería mantenerse al margen de cualquier responsabilidad de gobierno, reforzando el entendimiento entre las organizaciones obreras de la coalición y esperando el momento en que el fracaso de la burguesía republicana facilitara la conquista del Poder por el proletariado. Desde finales de diciembre de 1935 hasta finales de junio de 1936, ambas corrientes sostuvieron una enconada pugna en torno a la elección de una Comisión ejecutiva del PSOE, que sustituyera a la anterior, de mayoría caballerista. Finalmente, la batalla electoral se decidió en favor de los primeros, pero ello no hizo sino enconar las rivalidades en el seno del partido. Por otra parte, los caballeristas conservaban el control de la UGT y de la minoría parlamentaria, así como de la importante Federación Madrileña del PSOE y se apoyaban en las aún más extremistas Juventudes Socialistas. La división en el seno del socialismo, que durante la primavera de 1936 condujo a enfrentamientos violentos entre los miembros de sus fracciones, facilitó las tácticas de aproximación de un PCE sumamente disciplinado, cuyos efectivos crecieron espectacularmente en esos meses. Los comunistas mostraban un firme apoyo al Gobierno republicano, e incluso moderaron su exigencia de una reforma agraria revolucionaria y trataron de evitar la escalada de conflictividad laboral que se produjo a lo largo de la primavera. El PCE llevaba tiempo induciendo la bolchevización de la izquierda socialista, pese al fracaso de su táctica de reconstruir las Alianzas Obreras. El ingreso de su central sindical, la CGTU, en la UGT, en noviembre de 1935, reforzó esta tendencia, que comenzó a ser una realidad cuando las juventudes de ambos partidos concluyeron su proceso de acercamiento fusionándose en junio como Juventudes Socialistas Unificadas, puestas bajo la dirección del secretario general de las JJ.SS., Santiago Carrillo. También en la derecha los extremistas ganaban terreno rápidamente. La principal organización conservadora, la CEDA, realizó durante la primavera un nuevo giro, que la llevó a promover el boicot a la vida institucional. La extrema derecha defendía abiertamente la ruptura violenta del orden constitucional. Tras las elecciones, los alfonsinos retomaron con nueva energía su nunca abandonada vía golpista y los carlistas aceleraron la formación de sus milicias con vistas a un levantamiento. Pese a que el Bloque Nacional había mostrado una escasa capacidad de convocatoria, Calvo Sotelo se afirmó como figura parlamentaria de la derecha y, bajo su dirección, los diputados monárquicos convirtieron al Congreso en el marco de duros enfrentamientos dialécticos con la izquierda, que ejercieron un efecto desastroso sobre la dividida opinión pública. Los más beneficiados por la nueva situación fueron, sin embargo, los falangistas. FE había demostrado en las elecciones de febrero, en las que cosechó unos exiguos 45.000 votos en todo el país, que era una fuerza marginal dentro del sistema de partidos. Pero tras el triunfo del Frente Popular recibió una avalancha de afiliaciones de "gentes de orden", asustadas y dispuestas a la acción violenta, que abandonaban los menos operativos partidos conservadores. En pocas semanas, el crecimiento de la organización fascista alteró el equilibrio de la derecha ante la sangría de militantes que sufrieron RE y las Juventudes cedistas: sólo de éstas, se calcula que ingresaron en Falange unos 15.000 afiliados. Seguros de la proximidad de un enfrentamiento civil, los falangistas procedieron a fortalecer su organización ilegal y las milicias, y entraron decididamente, apenas conocidos los resultados electorales, en una espiral de violencia terrorista que encontró rápido eco en la extrema, izquierda. La actividad de los pistoleros de la Primera Línea provocó la respuesta del Gobierno, que a mediados de marzo, tras un atentado fallido contra la vida del dirigente socialista Jiménez de Asúa, encarceló a Primo de Rivera y a otros miembros de la Junta Política de FE, cerró su periódico, Arriba, y prohibió la actuación pública del partido. Pero, desde la clandestinidad, Falange seguiría mostrando una singular capacidad para incrementar el tono del enfrentamiento entre los españoles. La violencia es, sin duda, el rasgo más destacado de la vida nacional entre febrero y julio de 1936 y el que contribuyó de un modo más patente al progreso de la opción golpista de la derecha. Tras el triunfo del Frente Popular se produjo un drástico incremento de las actividades de las milicias políticas de todo signo -alfonsinas, carlistas, falangistas, socialistas, anarquistas, comunistas, de los independentistas catalanes, etc.- constituidas por jóvenes muy radicalizados, uniformados y encuadrados en unidades de carácter paramilitar. Los atentados e incidentes de orden público de todo tipo, en muchas ocasiones en represalia por acciones similares de los adversarios políticos, contribuyeron a sembrar el miedo y el odio entre sectores cada vez más amplios de la población, imposibilitando el normal desarrollo de la vida política. Los atentados fallidos contra los dirigentes socialistas Jiménez de Asúa y Largo Caballero, o las muertes del magistrado Manuel Pedregal, del capitán de Ingenieros Carlos Faraudo, adscrito a la Guardia de Asalto e instructor de las milicias socialistas y del alférez Reyes, atribuidos todos a pistoleros falangistas, provocaron violentas represalias de los activistas juveniles de la izquierda, que alcanzaron tanto a empresarios y militantes de partidos derechistas, como el ex ministro y diputado liberal-demócrata Alfredo Martínez, asesinado en Oviedo el 24 de marzo, como a sedes sociales y periódicos de la oposición, como el diario madrileño La Nación, órgano de Calvo Sotelo, cuya sede fue incendiada por un grupo de extremistas el 13 de marzo. La quema de más de un centenar de iglesias, y el cierre de todos los colegios religiosos, decretado por el Gobierno el 20 de mayo con la excusa de evitar que fueran asaltados, incrementó la ya manifiesta hostilidad del clero hacia el régimen y agudizó en los católicos el espíritu de "cruzada" que tanta transcendencia alcanzaría durante la guerra civil. En el mundo laboral, el continuo crecimiento del paro y el enfrentamiento entre patronales y sindicatos desencadenó una alta conflictividad. En el campo, la reacción de los propietarios ante la reanudación de la reforma agraria y el alza oficial de los salarios llevó a muchos de ellos a paralizar las labores agrícolas antes de plegarse a las exigencias de contratación de los sindicatos campesinos. Entre el 1° de mayo y el 8 de julio se contabilizaron 192 huelgas agrarias. La respuesta de los jornaleros, entre los que el paro y el pauperismo alcanzaban proporciones alarmantes, fue a veces violenta y dio pie a incidentes sangrientos, como el de Yeste (Albacete), donde a finales de mayo la detención de unos campesinos que pretendían talar árboles en una finca particular condujo a un sangriento enfrentamiento entre la Guardia Civil y los jornaleros, en el que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos asesinados a sangre fría por los agentes. Los dirigentes republicanos se vieron situados entre dos fuegos. El Gobierno actuó con energía al principio, utilizando todos los resortes de la Ley de Orden Público, lo que le permitió encarcelar, por ejemplo, a los dirigentes de la Falange. Pero luego fue desbordado por la conflictividad. No se trataba sólo de falta de voluntad o de ceguera política. Decidirse por instaurar una "dictadura nacional" republicana encabezada por Azaña, como propuso Miguel Maura en junio, habría supuesto clausurar por mucho tiempo el proyecto democrático que representaba la República. Tal efecto se hubiera visto agravado por la previsible resistencia a someterse de los sectores extremistas, que disponían de milicias cada vez mejor organizadas. La lucha armada entre dos bandos, la guerra civil, habría supuesto -como supuso, poco después- el fracaso del proyecto civilista y democratizador de la burguesía liberal republicana, que gobernaba en nombre del Frente Popular. Existía, además, el temor a que un refuerzo de los resortes de autoridad en poder del Ejecutivo terminase conduciendo a la proclamación del estado de excepción, lo que equivaldría a poner el futuro de la República en manos de unas Fuerzas Armadas de fidelidad más que dudosa.
obra
La inflexión del cubismo de Léger en ese momento está más ligada a los principios dinámicos de Delaunay que a los análisis de Braque y Picasso. Común a todos ellos es la construcción del motivo mediante el agregado de puntos de vista diversos que hace que miremos el asunto como a través de un caleidoscopio.
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En los poemas atribuidos a Homero y a Hesíodo se encuentra presente la esclavitud, a través de términos que aluden a la captura o a los servicios domésticos. La situación del sistema de explotación parece bastante diferente a la de las formas de dependencia del mundo micénico tanto como a la de la esclavitud clásica. El crecimiento de los cambios y del comercio fenicio favorece el papel intermediario desempeñado por éste en el tráfico humano que permite el desarrollo de la esclavitud como objeto de la actividad mercantil, pero la base productiva parece centrarse en la presión sobre los campesinos libres, que empiezan a mostrar sus resistencias a través de las formas mentales que aparecen en Hesíodo. Los principales servicios aparecen prestados por mujeres y, en todo caso, pertenecen al ámbito del oikos, lo que sin duda se revela en el hecho de que la terminología dominante sea la relacionada con esta palabra. Sin embargo, en los mismos poemas Garlan observa un proceso de cambio entre "La Ilíada" y "La Odisea", en el sentido de un aumento del número de varones en la segunda realizando funciones serviles en las casas de los reyes y de la sumisión obtenido a través de la rapiña, de acciones de piratas, cada vez más frecuentes a costa de la acción de los héroes guerreros. El mundo de los cambios y de la navegación se impone en la realidad social, del mismo modo que "La Odisea" refleja más el mundo de los navegantes y del oikos que el del campo de batalla. El elemento diferenciador continúa situándose, por tanto, no en los medios de obtención, sino más bien en el sistema de explotación que permite colocar el mundo homérico en el plano de la esclavitud patriarcal, resultado del proceso de configuración del oikos desarrollado a lo largo de los siglos oscuros.