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contexto
Agrupar en un capítulo imperios desiguales tiene sentido en ciertos aspectos, si bien, en la mayoría de los sentidos, Alemania y Austria-Hungría estaban más próximas que Rusia o Turquía y Austria-Hungría. En todo caso, razones geográficas que motivaron relaciones, con frecuencia adversas, aconsejan esta ordenación. Los tres Imperios más orientales de Europa y más occidentales de Asia, en el caso del turco y el ruso, estaban declinando a finales del siglo XIX. Después de la Gran Guerra desaparecieron como tales. En el último tercio del siglo pasado Rusia creció al extenderse por Asia central en un proceso que se verá más adelante. El Imperio austriaco había perdido ciertas regiones que formaron parte del Norte de Italia en el transcurso del proceso de unidad de ésta; sin embargo ocupó en 1878 la región turca de Bosnia-Herzegovina y su influencia en los Balcanes fue cada vez mayor. El Imperio otomano se estaba reduciendo cada vez más en Europa. Uno de los elementos más claros en la Europa Oriental de estas décadas será el nacionalismo emergente, vinculado a la idea de soberanía popular. Como consecuencia, habrá nuevas naciones o tensiones constantes. Estas, en muchos casos, fueron azuzadas por los Estados, rivales entre sí, para atraerse a los países nacientes. Lograran o no la independencia en los años que estudiamos, lo evidente es que al cabo de poco tiempo serán esas naciones las herederas de los imperios, enseguida deshechos. Los nacionalismos son la clave para explicar buena parte de los cambios que se producen en la política europea entre 1870 y 1900. La organización nacional, que la Europa del Oeste había fijado prácticamente en su totalidad en 1870, será el caballo de batalla de la historia de la Europa del Este en las últimas décadas del siglo XIX. Las dificultades de separación de sus antiguos dominantes, el mosaico de razas y las implicaciones e intereses del resto de los países hicieron muy difícil encontrar soluciones sencillas y pacíficas a la configuración de un nuevo mapa político. Los conflictos se sucedieron en el período finisecular pero sólo eran un tímido avance de los horrores que estas cuestiones nos depararían a lo largo del siglo XX, sin que se vislumbre su fin cuando éste acaba. En Rusia las nacionalidades (Finlandia, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Caucasia, Armenia, Tartaria y Georgia) llevaron a cabo manifestaciones o sublevaciones, mayores a medida que se acercaba el siglo XX, que fueron reprimidas con dureza. Las nacionalidades del imperio austro-húngaro no habían llegado a la independencia en 1880, aunque los húngaros ya habían obtenido la autonomía y la igualdad de la Monarquía dual. Algunas nacionalidades del Imperio Otomano habían logrado la independencia antes de 1870 (como ya había ocurrido en Grecia en 1830) o la lograrán plenamente en la década siguiente (tal es el caso de Serbia, Rumania y Montenegro en 1878). En el mismo año 1878 Bulgaria aún estaba bajo la soberanía turca, pero había logrado la autonomía y, tras muchas luchas, la independencia legal en 1908.
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En Gran Bretaña, el importante auge experimentado gracias al impulso de la Revolución Industrial se traduce en un incremento del potencial exterior, fundamentalmente basado en el dominio naval y en los favorables vientos económicos. Durantes este periodo, no sólo se mantiene sino que se termina de perfilar un Imperio mundial que permite establecer colonias y factorías en todos los rincones del mundo. El mandato de la reina Victoria permite a Gran Bretaña ejercer el papel de nación hegemónica, algo más alejada de los asuntos europeos pero con una presencia dominante en el comercio mundial.Por su parte, Francia conocerá la implantación de un nuevo régimen imperial tras la aventura napoleónica. El mandato de Napoleón III conocerá fuertes convulsiones internas que no impedirán experimentar una época de esplendor imperial. La proyección exterior del régimen, en especial la aventura italiana, será una de las causas de la derrota militar y la proclamación de la república.Italia y Alemania conocen en esta época su configuración estatal. El auge de las ideas nacionalistas sirve de contexto para la construcción de ambas identidades nacionales. Ambos procesos habrán de solventar serias diferencias -políticas, económicas, culturales, etc- entre los territorios que pasarán a estar unificados. Además, las unificaciones se harán a costa de unidades políticas ya existentes, que no querrán perder su autonomía, en algunos casos, o ceder su control sobre los territorios que dominan. Especialmente perjudicada en ambos procesos de unificación va a resultar Austria, un viejo imperio que pugna por mantenerse en pie.
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Habiendo sido la URSS la primera potencia comunista y la antagonista fundamental de los Estados Unidos, incluso si la Perestroika no hubiera sido el primer paso hacia la segunda revolución rusa y el colapso general del comunismo, habría tenido sentido tratar de ella en el prólogo de este acontecimiento. Pero este acontecimiento crucial en la Historia de la Humanidad debe entenderse como el resultado de un proceso global con vigencia en toda la geografía del mundo. La propia dirección de la antigua URSS vivió muy pendiente de lo que sucedía en el Este de Europa y en China y también quienes estaban al frente de la política en estos países tuvieron muy presente la evolución de la vida política allí. Sólo con la Perestroika se convirtió en posible la democratización de Europa del Este y, sin duda, este acontecimiento repercutió de manera decisiva en la URSS, proporcionando argumentos a la vez a los sectores democratizadores y a los conservadores. En cuanto a China, siempre temerosa, a pesar del reformismo de sus dirigentes, de lo que venía sucediendo en Polonia desde comienzos de la década de los ochenta, tuvo todavía, con ocasión del golpe fallido del verano de 1991, la esperanza del mantenimiento del comunismo en la URSS. La narración de cuanto aconteció en tan distantes partes del globo confirma la íntima relación existente entre todos estos escenarios de un fenómeno cuyo carácter general difícilmente puede ponerse en duda y menos aún su trascendencia.
termino
acepcion
Pileta o estanque, situado en el centro del atrio de las casas romanas. De escasa profundidad, servía para recoger las aguas procedentes de la lluvia que luego iban a parar a un pequeño pozo.
obra
Aunque ignoramos para que iglesia concreta realizó Velázquez esta escena, sí sabemos que se pintó entre enero y agosto de 1623, en el intervalo entre sus dos viajes a Madrid. El tema de la imposición de la casulla a San Ildefonso es muy toledano ya que el santo fue obispo de Toledo, aunque era originario de Sevilla. Gracias a sus escritos en defensa de la virginidad de María, ésta bajó de los cielos y le impuso una preciosa casulla como premio a su amor y fidelidad para que oficiara misa con ella. Sería posible que el joven Velázquez pasara por Toledo al regresar a Sevilla desde la capital de España y contemplara las obras de El Greco, fallecido hacía 9 años. Luis Tristán, discípulo del cretense, continuaba trabajando en la ciudad castellana y bien pudo ser un atractivo más para que Velázquez realizara ese viaje. La influencia de El Greco es significativa en esta obra, si bien se advierten ciertos aspectos velazqueños como la composición en aspa -tradicional en el Barroco- o los rostros de las figuras, vistos como auténticos personajes sevillanos, sobre todo las "santas" del fondo que no prestan atención a a la escena del primer plano. De ellas se ha dicho que podían ser mujeres del entorno del propio pintor. Precisamente la indefinición de esa zona del fondo hace pensar que Velázquez no tuvo el tiempo necesario para acabar su escena. Sin embargo, en la zona principal del lienzo encontramos el detallismo característico de la etapa sevillana y el claroscuro aprendido de las imágenes de Caravaggio, recurriendo a las tonalidades oscuras animadas con el rojo de la casulla. La pintura fue descubierta en el siglo XVIII en el claustro del convento sevillano de San Antonio en un lamentable estado de conservación, por lo que siempre ha pasado un tanto desapercibida por los amantes de lo velazqueño.
termino
acepcion
Hilada de sillares algo voladiza, a veces con moldura, sobre la que se asienta un arco o bóveda.
contexto
Las necesidades educativas para el adoctrinamiento de los indígenas, sumado a las de los colegios y universidades y a las de la misma sociedad colonial, extendieron la imprenta a casi toda Hispanoamérica. En 1703, los jesuitas importaron una para las misiones del Paraguay, donde hicieron obras de carácter doctrinal, algunas de ellas en guaraní. Luego llegó a Habana (1707-20), y Puebla (1714). En la década siguiente, los jesuitas la llevaron a Santa Fe de Bogotá y, en 1754, a Ambato y a Riobamba (Quito), trasladándose luego la primera de ellas al colegio de San Luis en Quito. En Guatemala se instalaron otras cuatro, que se sumaron a la ya existente, conformándose como uno de los grandes centros editoriales, junto con México y Lima. En 1777, empezó a funcionar en Bogotá la imprenta de Antonio Espinosa de los Monteros. Su hijo Diego regentó otra, importada por Antonio Nariño en 1793, en la cual se imprimió la primera traducción de "Los Derechos del Hombre y del ciudadano". También funcionaba en Chile, donde se hicieron algunos folletos religiosos. En el Río de la Plata fue introducida igualmente por los jesuitas. Se instaló en el colegio de Montserrat de Córdoba. Tras la expulsión de la Compañía, estuvo inactiva hasta que fue trasladada a Buenos Aires en 1780. Asimismo, hubo imprentas en Guadalajara, Veracruz, Puerto Rico, Caracas y Montevideo. Aunque la mayor parte de los libros impresos fueron de carácter religioso y filosófico, aumentaron los profanos y científicos durante la segunda mitad del siglo. El número de publicaciones fue tal que el criollo mexicano Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), catedrático de la universidad de México, en la que se había doctorado, decidió sistematizar la producción sobre su país, redactando la "Bibliotheca Mexicana". Sólo llegó a la letra "C", pero su obra fue continuada por el poblano José Manuel Beristáin con su famosa "Biblioteca Hispanoamérica Septentrional", que hizo a fines de siglo y se publicó en 1816-21. Criollos y españoles afincados en América escribieron sobre todos los géneros literarios. En lírica y épica, sobresalieron el Conde de la Granja, Peralta y Barnuevo, Ruiz de León, Rafael de Landívar y, sobre todo, Sor Juana Inés de la Cruz. En la prosa de fines de siglo, destacó Alonso Carrió de la Vandera (seudónimo de Concolocorvo) con el "Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima", una extraordinaria novela picaresca bajo la apariencia de un libro de viajes. El teatro fue un instrumento de educación popular. Los grandes fastos eran siempre celebrados con representaciones en las plazas mayores de las capitales. Contó con autores como Peralta y Barnuevo, Monforte Vera, Fernández de Castro, Castell dos Rius, etc. Los jesuitas lo utilizaron en sus colegios y en las reducciones del Paraguay, donde se representaban a veces piezas en guaraní. En quechua tenemos la obra "El pobre más rico de Centeno de Osma" y, sobre todo, "Ollantay", hecho sobre una temática precolombina de tipo amoroso, pero a la usanza española y en octosílabos. Contemporáneo suyo parece ser Usca Paucar. Durante el último cuarto de siglo se hicieron numerosos teatros, como el de La Habana (1773-76), La Ranchería de Buenos Aires (1783), Caracas (1784), Montevideo y Bogotá (1793), Guatemala (1794), La Paz (1796) y Santiago de Chile (1802), generalmente protegidos o auspiciados por las autoridades. En ellos se representaron los clásicos del Siglo de Oro, pero también obras criollas como "Los Araucanos" del rioplatense Manuel de Lavardén, autor también de "Siripo" (1789). El sainete fue un género muy cultivado destacando el rioplatense "El amor de la estanciera", el cubano "La mujer impertinente, el marido más paciente y el cortejo subteniente", etc. En México se representaron coloquios, autos sacramentales y los bailes pantomímicos de Juan de Medina, del que se han conservado algunos impresos. No menos notable fue la producción científica, sobre todo jesuita. El Padre Miguel Venegas escribió "Noticia de California", Gumilla el "Orinoco Ilustrado" (1741), y Pedro y Montenegro "Propiedad y virtudes de los árboles y plantas de las misiones y provincia del Tucumán" (1711). Entre los autores más relevantes de fines de la colonia, destacaron el peruano Hipólito Unanúe con su obra "Observaciones sobre el clima de Lima y su influencia en los seres organizados y en especial el hombre" (Lima, 1806); el neogranadino Francisco José de Caldas con el "Semanario del Nuevo Reino de Granada" (1808) en el que vertió sus observaciones físicas y económicas; el mexicano José Ignacio Bertolache, autor de "Observación astronómica del paso de Venus por el disco solar" (1770) y el cubano Antonio Parra con "Peces y crustáceos de la isla de Cuba" (La Habana, 1781). En Medicina, tenemos la obra del jesuita Juan de Esteneiffer "Florilegio general de todas las enfermedades" (México, 1712), la de Bottoni "Evidencia de la circulación de la sangre" (Lima, 1723) y de José Salgado "Cursus mexicanum iuxta sanguinis circulationem" (México, 1727). A ello se añadieron multitud de trabajos mineralogistas, botánicos, zoológicos, etc. relacionados con las expediciones científicas, algunos de ellos por personalidades de la talla de Sessé o Mutis. El interés geográfico fue incentivado por la Corona, que solicitó a los virreyes, en 1741, descripciones de los reinos americanos. Extraordinaria fue el "Theatro Mexicano", hecho por José Antonio de Villaseñor, que se publicó en 1746. En historia, destacaron los jesuitas Salvatierra, Juan de Rivero, Casani, Maroni, Pedro Lozano, y los expulsados Cavo, Clavijero, Juan de Velasco y Juan Ignacio de Molina. Autores notables seglares o religiosos de otras órdenes fueron Mota Padilla, Francisco Vázquez, Francisco Ximénez, Antonio Caulín y José Baños, Francisco Palou, Vicente Carvallo. También se realizó en esta época una labor de recopilación de los confesonarios, gramáticas y catecismos en lenguas indígenas, solicitados por la Corona para enviar a Catalina de Rusia (donde el sabio Pallas pretendía hacer una enciclopedia de todas las lenguas) y que finalmente se quedaron en el Palacio de Oriente de Madrid, donde todavía están.
obra
No hay ninguna forma concreta (ni círculo, ni cuadrado, ni triángulo) que imponga límites al color. Las manchas se desarrollan libremente por la superficie del cuadro, lo mismo que las líneas; nada está encerrado por nada. No hay objetos ni formas reconocibles. Kandinsky, como venía haciendo desde 1910, se ha alejado de la realidad y el cuadro es un paisaje de formas y colores armoniosamente dispuestos, que traducen su visión espiritual.