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Los años correspondientes al gobierno de Clemente VII fueron muy decisivos en la trayectoria de la corriente protestante, que se afirmaría en Alemania y se extendería con variaciones fuera de ella. Pero inicialmente las repercusiones sociales que originaría el descontrol causado por los planteamientos reformistas de Lutero serían muy peligrosas para la buena marcha de éstos. La rebelión de los caballeros, liderada por Franz Von Sickingen, uno de cuyos objetivos era apoderarse de propiedades eclesiásticas en Renania, constituyó una llamada de atención sobre lo que se avecinaba en el plano temporal, dada la crisis por la que atravesaba la nobleza media alemana y lo tentadoras que resultaban las riquezas acumuladas por la iglesia. Lutero no quiso apoyar esta rebelión, desligándose en 1522 de cualquier vinculación con ella. Más contundente sería su condena de la sublevación de los campesinos alemanes. Una mezcla de aspiraciones económico-sociales y religiosas hicieron temibles para los grupos dominantes y para las autoridades civiles y eclesiásticas estos levantamientos, que se extendieron por amplias zonas del centro y sur de Alemania demandando la disminución de las cargas señoriales, la modificación del diezmo y la libre elección de sus propios ministros religiosos. El levantamiento se radicalizó bajo la dirección de Karlstadt y Tomás Münzer, alcanzando dimensiones apocalípticas de feroz violencia antiseñorial y antieclesiástica. La represión de la revuelta en 1525, como respuesta de los poderes principescos y nobiliarios, no fue menos brutal, incluso superó los excesos de los sublevados. El propio Lutero la apoyó de forma rotunda descalificando con duras expresiones al movimiento campesino. A partir de estos acontecimientos, que se unirían a otras motivaciones que buscaban la continuidad de la ruptura con Roma y una mayor seguridad para la causa, Lutero deslizó sus propuestas iniciales de un aparato eclesiástico libre y montado desde la base, hacia la estatalización de su Iglesia, colocando al soberano como jefe supremo de ella. Los gobernantes y magistrados dirigirían las iglesias locales, serían los responsables de la elección de los pastores, convirtiéndose así en sus garantes y protectores. Ello traería consigo la proliferación y diversidad de las organizaciones eclesiásticas dentro del movimiento protestante, según se pondría de manifiesto a medida que éste fuera extendiéndose. En Alemania, determinados principados junto a otras demarcaciones señoriales y ciudades libres aceptaron pronto las propuestas luteranas, separándose así de la obediencia a Roma. Los dominios del elector de Sajonia, Hesse, Brandeburgo, Nuremberg, Ulm... fueron las primeras circunscripciones en proclamarlas, seguidas de los territorios suizos en los que igualmente triunfarían las tesis protestantes, no ya las estrictamente luteranas sino más bien las variantes que sobre los principios básicos de la ruptura de Lutero se irían produciendo. Zwinglio en Zurich, Oecolampadio en Basilea, Capiton y Martín Bucero en Estraburgo, fueron algunos de los destacados artífices que hicieron avanzar la Reforma en sus ámbitos respectivos al poco tiempo de haberse producido el rompimiento de la Cristiandad. También en Suecia, con claras connotaciones políticas, la ruptura con Roma se llevó a efecto a raíz de que Gustavo Vasa utilizase las ideas luteranas en su lucha por el dominio del territorio sueco. Poco a poco los desarrollos de la Reforma irían ampliando el marco geográfico de estos años iniciales, hasta configurar el mapa de una Europa dividida, fragmentada, por las creencias religiosas y los poderes públicos que las defendían y amparaban por sus propios beneficios socio-políticos.
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El hecho de que la intervención ateniense encontrara el apoyo del demos, correlativamente al hecho de que el beneficiario más directo e inmediato del impacto fuera el demos ateniense, plantea el problema de la identificación de este fenómeno con el del imperialismo como concepto general susceptible de aplicarse a realidades concretas. Así, en un famoso articulo de 1954, G.E.M. de Ste.-Croix plantea un problema que ha suscitado gran debate acerca del carácter del imperio ateniense y de si su popularidad permite que se le atribuya el nombre de imperialismo. Sobre la popularidad cabe discutir el problema de las fuentes, siempre contrarias al imperio y a la democracia, pero es difícil negar que era ahí, en el demos, donde se hallaban los posibles elementos colaboracionistas con el poder ateniense. Algunos casos concretos se conocerán mejor dentro de las circunstancias de la guerra, aunque éstas introduzcan, lógicamente, factores de confusión. Aun así, los casos de Lesbos, Melos y Quíos podrán resultar ilustrativos. Más complicado conceptualmente es determinar la legitimidad del uso del término imperialismo. Es cierto que, en el uso habitual del mismo, se hace referencia a un sistema de imposición en el que el dominante encuentra apoyo en aquella parte de la comunidad oprimida que constituye a su vez su clase dominante. Aquí, los dominantes son el demos ateniense, dentro de unas relaciones específicas que constituyen la forma de convivencia de la Atenas del momento, de modo que la alianza se establece igualmente con el demos, que recibe el apoyo de Atenas en su convivencia con sus propios oligarcas. Estos son los que aportan las rentas que constituyen el tributo y es a ellos a quienes se priva de tierras para beneficiar a los clerucos atenienses. La democracia apoyada por Atenas impide que la presión se ejerza tan violentamente por esos oligarcas sobre el demos de las ciudades, como si se tratara de un sistema adecuado a sus intereses. El demos tiene órganos expresivos y el apoyo de la potencia imperialista. De ese modo, las relaciones imperialistas canónicas no parecen encajar en estos sistemas. Ahora bien, la imposición de un tributo del que las ciudades tratan de escapar, las guarniciones establecidas para garantizar la sumisión, la implantación de clerucos y la celebración de juicios en los tribunales atenienses reflejan la violencia de una actuación que evidentemente impide creer que el propio demos sea capaz de controlar la situación como hace el demos ateniense. Ésa es la realidad. El demos de las ciudades sólo controla gracias al apoyo ateniense, pero ello lleva consigo el pago del tributo por parte de los propietarios, lo que hace que las relaciones imperialistas repercutan negativamente en las relaciones sociales, cuando esas mismas relaciones son las que permiten la concordia dentro de la sociedad ateniense. Las relaciones entre demos ateniense y demos de los aliados se hacen así eminentemente desiguales, por más que la democracia ateniense constituya un modelo digno de imitación por todos los pueblos de Grecia, que no accederán plenamente a ella mientras su propia ciudad no sea una ciudad imperialista, por lo que la imagen de la democracia ateniense se convierte, para los demás, en un espejismo, un modelo inalcanzable que, como tal, crea alianza y cohesión pero también, en momentos críticos, se transforma en motivo de discordia.
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A finales del IV Milenio a.C., durante el periodo predinástico, las poblaciones del Valle del Nilo se aglomeran alrededor de dos entidades políticas de carácter monárquico: un reino establecido en el norte, el Bajo Egipto, con capital en Buto, y otro en el sur, el Alto Egipto, cuya capital es Hieracómpolis. El último rey del periodo, Narmer, conquista el Bajo Egipto y unifica el país. Hacia el 2900 a.C. se funda la I Dinastía y se establece una segunda capital en Menfis, para poder controlar mejor el país recién unificado, que ahora abarca desde el Delta del Nilo, en el Mediterráneo, hasta la primera catarata. Los reyes de las primeras dinastías eran de Tinis, un lugar que debía estar localizado en la región de Abidos. En estos momentos de la I Dinastía empieza la penetración hacia Nubia, aun como expediciones aisladas. Un buen número de importantes ciudades comienzan a surgir, configurándose los diferentes nomos en los que estaría dividido el reino. La mayoría de estos faraones se entierran en las ciudades del Delta, destacando las necrópolis y pirámides de Gizeh, Abusir, Saqarah y Dashur. Entre el 2150 y el 2100 a.C. tiene lugar el Primer Periodo Intermedio, una época de decadencia. Heracleópolis se convierte en la capital de los faraones de las dinastías IX y X, mientras que el declive del poder central se manifiesta en el surgimiento de capitales de nomos prácticamente independientes.
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El fundador del reino asirio parece ser un tal Puzurassur en el siglo XIX a.C. Las dos ciudades principales del territorio serían Assur como capital comercial y Nínive como centro de la actividad agrícola. En estos años Asiria establece importantes relaciones comerciales con su entorno, especialmente con Anatolia. El nuevo rey Shamshiadad inicia una serie de campañas militares con el fin de asegurar la fluidez del tráfico comercial, convirtiendo a Asiria en una de las principales potencias de la época. A la muerte de este monarca cada uno de los territorios ocupados intentan recuperar su independencia. El renacimiento de Asiria se produce con Assurubalit, aprovechando la decadencia de su vecino Mitanni para intervenir en la política internacional. Será Adad-Nirari I quien inicie un autentico plan de expansión hacia el oeste tomando el reino de Hanigalbat. Salmanasar I alcanza las orillas del río Éufrates e incorpora buena parte del Imperio de Mitanni, ahora en decadencia. La época de máximo esplendor del Reino Medio Asirio se produce en el reinado de Tukulti-Ninurta I, extendiendo las fronteras hacia el norte y el este, llegando a tomar Babilonia, Mari y Eshunna. En el norte el nuevo enemigo serán los hititas. Incluso llegó a realizar campañas al Mediterráneo, consiguiendo botines en las ciudades fenicias. En cinco años Tukulti-Ninurta I se convierte en el monarca más importante de su tiempo. La instalación de un importante contingente de arameos en tierras asirias provocará su decadencia durante algunos siglos hasta que en el siglo IX a.C. se produzca una nueva etapa expansionista gracias al importante papel desempeñado por el ejército, que impondrá una política de terror en las tierras conquistadas. Assurdam será el inaugurador de esta política, restableciendo los límites del Reino Medio y asentando las fronteras para que Assurnasirpal inicie la verdadera expansión que alcanzará el norte de Siria, las ciudades fenicias, Amurru y Damasco. Salmanasar III consolida estos territorios y dirige su atención hacia el norte donde se enfrenta con el reino de Urartu y los estados arameos, conquistando Karkemish y Alepo. Todos los territorios ocupados deben pagar un fuerte tributo al Estado, convirtiéndose ésta en la principal modalidad de financiación estatal. En el siglo VIII a.C. con Tiglat-Pileser III se producen importantes cambios políticos, consolidando una monarquía despótica basada en un fiel funcionariado. La política imperialista continúa tanto por el norte como por el este, cambiando la exclusiva percepción de tributos por la anexión territorial de los estados sometidos. La zona de Tabal y Que en el norte y el país de los caldeos en el sur pasan a manos asirias. Sargón II y Senaquerib amplían los territorios heredados de sus antecesores, acabando definitivamente con el reino de Urartu y alcanzando las fronteras de Elam. La zona de Palestina cae en manos asirias, tomando Jerusalén, Samaria y Gaza, siendo este territorio cabeza de puente para una posterior conquista de Egipto. Asarhadon y Assurbanipal alcanzarán la máxima expansión del Imperio Asirio al llegar a ocupar el Delta del Nilo y su capital Menfis, lo que suponía la sumisión de Egipto. En la zona este, el país de Elam es ocupado, tomando Susa, la capital. Asiria alcanzaba su máximo poder. El babilonio Nabopolasar con ayuda del medo Ciaxares pondrán fin al Imperio Neoasirio en el año 612 a.C. con la caída de Nínive y la toma de Harran dos años después.
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El fundador del reino asirio parece ser un tal Puzurassur en el siglo XIX a.C. Las dos ciudades principales del territorio serían Assur como capital comercial y Nínive como centro de la actividad agrícola. En estos años Asiria establece importantes relaciones comerciales con su entorno, especialmente con Anatolia. El nuevo rey Shamshiadad inicia una serie de campañas militares con el fin de asegurar la fluidez del tráfico comercial, convirtiendo a Asiria en una de las principales potencias de la época. A la muerte de este monarca cada uno de los territorios ocupados intentan recuperar su independencia. El renacimiento de Asiria se produce con Assurubalit, aprovechando la decadencia de su vecino Mitanni para intervenir en la política internacional. Será Adad-Nirari I quien inicie un autentico plan de expansión hacia el oeste, tomando el reino de Hanigalbat. Salmanasar I alcanza las orillas del río Éufrates e incorpora buena parte del Imperio de Mitanni, ahora en decadencia. La época de máximo esplendor del Reino Medio Asirio se produce en el reinado de Tukulti-Ninurta I, extendiendo las fronteras hacia el norte y el este y llegando a tomar Babilonia, Mari y Eshnunna. En el norte el nuevo enemigo serán los hititas. Incluso llegó a realizar campañas hacia el Mediterráneo, consiguiendo botines en las ciudades fenicias. En cinco años Tukulti-Ninurta I se convierte en el monarca más importante de su tiempo. La instalación de un fuerte contingente de arameos en tierras asirias provocará su decadencia durante algunos siglos, hasta que en el siglo IX a.C. se produzca una nueva etapa expansionista gracias al importante papel desempeñado por el ejército, que impondrá una política de terror en las tierras conquistadas. Assurdam será el inaugurador de esta política, restableciendo los límites del Reino Medio y asentando las fronteras para que Assurnasirpal inicie la verdadera expansión que alcanzará el norte de Siria, las ciudades fenicias, Amurru y Damasco. Salmanasar III consolida estos territorios y dirige su atención hacia el norte donde se enfrenta con el reino de Urartu y los estados arameos, conquistando Karkemish y Alepo. Todos los territorios ocupados deben pagar un fuerte tributo al Estado, convirtiéndose ésta en la principal modalidad de financiación estatal. En el siglo VIII a.C. con Tiglat-Pileser III se producen importantes cambios políticos, consolidándose una monarquía despótica basada en un fiel funcionariado. La política imperialista continúa tanto por el norte como por el este, cambiando la exclusiva percepción de tributos por la anexión territorial de los estados sometidos. La zona de Tabal y Que en el norte y el país de los caldeos en el sur pasan a manos asirias. Sargón II y Senaquerib amplían los territorios heredados de sus antecesores, acabando definitivamente con el reino de Urartu y alcanzando las fronteras de Elam. La zona de Palestina cae en manos asirias, tomando Jerusalén, Samaria y Gaza, siendo este territorio cabeza de puente para una posterior conquista de Egipto. Asarhadon y Assurbanipal alcanzarán la máxima expansión del Imperio Asirio al llegar a ocupar el Delta del Nilo y su capital Menfis, lo que suponía la sumisión de Egipto. En la zona este, el país de Elam es ocupado, tomando Susa, la capital. Asiria alcanzaba su máximo poder. Sin embargo, en el año 612 a.C., el babilonio Nabopolasar con ayuda del medo Ciaxares pondrán fin al Imperio Neoasirio, gracias a la caída de Nínive y la toma de Harran dos años después.
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El "compromiso austro-húngaro" de 1867 supuso que las posesiones de los Habsburgo, en este momento con Francisco José a la cabeza, formaran una Monarquía dual. Por una parte, los oficialmente designados como "reinos y tierras representados en el Reichsrath", conocidos como imperio de Austria (Austria, Bohemia, Moravia, Eslovenia, Carniola, Istria y Galitzia). Por otra, el Reino de Hungría (Hungría, Transilvania, Croacia-Eslavonia y Fiume). Ambas Monarquías tendrían en común un monarca, tres ministerios con competencias en ambos Estados (Asuntos Exteriores, Guerra y Hacienda) y el Ejército Imperial y Real con el idioma alemán como lengua de mando. Sin embargo, tanto Austria como Hungría dispusieron de un ejército territorial con idioma de mando en su respectiva lengua. Cada Estado tuvo su propio poder legislativo. El Consejo del Imperio en Austria y la Dieta en Hungría. Cada una de estas instituciones tenían a su vez dos Cámaras diferentes. En el caso de Hungría, el Gobierno debía responder ante la Dieta, mientras que en Austria el ejecutivo no era responsable ante las Cámaras, sino ante el emperador. En todo caso, la competencia de las respectivas instituciones abarcaba lo referente a los ministerios de cada Estado y al ejército territorial. Respecto a los ministerios y ejército comunes, en lo que no dependían directamente del monarca, respondían ante dos Delegaciones de los parlamentos de Viena y Budapest, formada cada una por 60 diputados. Los gastos derivados de estas instituciones eran sufragados en un 70 por 100 por Austria y el resto por Hungría. La Monarquía dual funcionó relativamente bien durante medio siglo. La cohesión del sistema se basó, en primer lugar, en la persona del soberano, Francisco José, que supo despertar un sentimiento de lealtad hasta su muerte en 1916; lealtad que estaba lejos de ser una fórmula retórica. El Ejército Imperial y Real, así como la administración común, reforzaron la unión entre los que participaron en estas actividades, actuando como crisol. Además, este conglomerado de comunidades humanas y tierras que enseguida analizaremos, constituía una unión de intereses económicos. La economía y la sociedad de las diversas partes del Imperio eran muy desiguales. Entre la Bohemia urbana y la elite de Viena y Budapest, por una parte, y las aldeas de Hungría, Galitzia, Transilvania y otras zonas había un abismo no sólo económico sino humano. El abismo que va de la economía de mercado al autoconsumo tribal, de la cultura escrita al analfabetismo, de la riqueza a la pobreza. La división social era aún mayor que la racial y en ocasiones se sobreponía. Los terratenientes húngaros siempre estaban dispuestos a emplear mano de obra rutena, para hacer bajar los salarios de los trabajadores magiares. A pesar de todo, las diversas regiones tenían recursos complementarios. Una red de vías de comunicación, terrestres y fluviales, permitía la fácil relación entre las partes del Imperio, y los puertos de Trieste y Fiume eran una salida común con los países mediterráneos y de ultramar. En el terreno económico, el último tercio del siglo XIX constituyó un período de prosperidad para el conjunto del Imperio. Y buena parte de los habitantes del mismo lo percibían así, por ello deseaban buscar el sistema para su conservación. El acuerdo entre Austria y Hungría suponía un intento de salvar el Imperio sin recurrir a la imposición por la fuerza, un compromiso en suma. En cierta manera, la historia del Imperio austro-húngaro en estos años que van hasta la Gran Guerra es la historia del equilibrio entre sus partes. La propia política exterior, que era uno de los aspectos que justificaban la unión de las Monarquías, vino a ser una de las mayores fuentes de problemas desde 1880. El acrecentamiento del territorio a costa del Imperio turco lo fue en precario y no ayudó a una mayor cohesión sino, más bien, al contrario. Creó conflictos, no sólo entre ambos Estados, Austria y Hungría, sino en el seno de cada uno de ellos. Al pangermanismo del Oeste, correspondía el paneslavismo del Este, posiciones que las potencias europeas procuraron amplificar, en las respectivas comunidades, en beneficio propio, tal como se puede ver en el capítulo dedicado a las Relaciones internacionales. La realidad étnica era verdaderamente compleja. La parte austriaca ofrecía considerable variedad de poblaciones y entrecruzamiento entre ellas. Sólo les unía la historia y una amplia mayoría católica (más de un 80 por 100). Los territorios formaban un gran arco desde los Alpes y el mar Adriático hasta los Cárpatos; en ellos convivían hasta diez etnias diferentes. Entre ellas los alemanes, checos y polacos estaban más consolidadas y tenían preponderancia. En el caso de los alemanes, había un sentimiento de superioridad y temor a las pretensiones del cada vez mayor número de eslavos. Algunas provincias, como la de Salzburgo o los ducados de la Alta y la Baja Austria, estaban pobladas exclusivamente por alemanes, pero esto no era lo habitual. En algunas eran minoría. Por estos años, su número había descendido durante el siglo XIX y era sensiblemente más bajo en las ciudades bohemias. En todo el interior de la cuenca de Bohemia-Moravia, los checos eran ampliamente mayoritarios. En otras, los germanos dominaban, como en el Tirol, Carintia y Estiria, donde también había importantes minorías italiana y eslovena. Los italianos dominaban en el Trentino y éstos se mezclaban con los eslovenos en la provincia de Gorizia. Ambos grupos, italianos y eslovenos, convivían con los croatas en Istria y Dalmacia. En Silesia se mezclaban polacos, checos y alemanes. Galitzia tenía mayoría de población polaca, con una importante minoría rutena, sobre todo al Este. En Bucovina, las poblaciones estaban también muy mezcladas: rutenos, rumanos, alemanes, polacos y húngaros. En el reino de Hungría, los magiares eran más de la mitad de la población. Las poblaciones alemanas, en número aproximado de 2.000.000, se hallaban más agrupadas en bloques compactos en todas las ciudades y algunas zonas rurales. La "magiarización" llevada a cabo desde 1867, supuso la disminución progresiva de la población germana. Los rumanos, unos 3.000.000, eran la mitad de la población en Transilvania y el Banato. En Croacia-Eslavonia los croatas eran mayoría, salvo en alguna zona, entre los ríos Drava y Sava, donde se concentraban los serbios desde el siglo XVIII. El Fiume (Rijeka para los croatas), recibió, en la segunda mitad del siglo XIX, un importante aporte de italianos que se mezclaron con los croatas. Los eslovacos vivían principalmente en las zonas montañosas al noroeste de Hungría y en los valles cercanos al Danubio. Los rutenos, por su parte, ocupaban las zonas septentrionales de los Cárpatos y el valle del río Tisza. Finalmente, los judíos estaban presentes en todas partes, especialmente en las ciudades. Tanto en el conjunto del Imperio como en Austria y Hungría en particular, el problema dominante fue el de las diversas nacionalidades. En el reino de Hungría la clase política estaba dividida en dos tendencias principales. El Partido Liberal, liderado por el conde Kalmán Tisza, discípulo de Francisco Deak y jefe del gobierno entre 1875 y 1890, fue leal al sistema dual y llevó a cabo una "magiarización" progresiva del Estado. Por su parte, el Partido de la independencia de Francisco Kossuth, al que se unieron disidentes del anterior partido, era favorable a la independencia de Hungría, pero sin cambio dinástico. Dentro de la propia Hungría, el Partido Liberal se mostró más abierto a los problemas de las nacionalidades que su principal opositor. Junto a estos dos partidos históricos, aparecieron a finales del siglo XIX el Partido Popular cristiano del conde Zichy, el Partido de los Terratenientes y el Partido Social Demócrata. En todo caso, estas últimas formaciones estuvieron poco representadas en la Dieta. El sistema parlamentario húngaro estaba compuesto por dos Cámaras, la Cámara Alta, formada por miembros vitalicios, de derecho y hereditarios, y la Cámara Baja, compuesta por mayoría de representantes de Hungría (más del 75 por 100), una menor proporción de representantes de Transilvania, Croacia-Eslavonia y uno por el Fiume, todos elegidos por un sistema censitario. Con los matices señalados, en general, los magiares gobernaban en su beneficio el antiguo reino húngaro (hasta la línea del río Drave) sobre las grandes minorías de rutenos, eslovacos, rumanos y germanos. Al otro lado del Drave, en Croacia, la situación era muy diferente. Los magiares eran una pequeña minoría. La conciencia de nacionalidad en Croacia estaba muy desarrollada en los medios políticos e intelectuales. El "Compromiso" dual fue firmado en febrero de 1867. Habían pasado unos meses, en noviembre del mismo año, cuando hubo que negociar un Compromiso húngaro-croata, que entró en vigor en 1868, por el que Croacia formaría en adelante un reino autónomo, con una Dieta y administración particulares, dentro de la Gran Hungría. No obstante, durante estos años y los que siguieron hasta la Gran Guerra, se extendió cada vez más un movimiento de separación de Hungría y de unión de los "eslavos del sur". Es decir, se trataba de construir un Estado, dentro de la Monarquía de los Habsburgo (más vinculados a Viena), compuesto, al menos, por Croacia, Eslovenia, Serbia y el Fiume. Era una yugoslavización que implicaba a las dos partes de Austria-Hungría y al Imperio turco en la compleja cuestión de los Balcanes. Los propios magiares temían la consolidación eslava y, además de oponerse a una integración de Bosnia-Herzegovina, fomentaban las rivalidades de croatas y serbios. El mismo año de 1868, Francisco Deak presentó en la Dieta húngara la Ley de las Nacionalidades que, con la oposición del Partido de la independencia, legalizaba el uso de las diversas lenguas en las respectivas comunas, ciudades y departamentos, si bien el único idioma oficial común seguiría siendo el húngaro. En Transilvania, el Partido Nacional Rumano reclamó la autonomía desde 1881 y fue prohibido cuando, en 1892, sus líderes se dirigieron a Francisco José como Emperador de Austria y no como Rey de Hungría. En todo caso, como ocurrió con los independentistas eslovacos, fueron una minoría relativa dentro de sus respectivas poblaciones en los años finales del siglo XIX. En Austria, el poder legislativo se confió a un Consejo del Imperio, formado por una Cámara de los Señores, a modo de representación estamental, y la Cámara de los Diputados ("Reichsrath"), cuyos miembros, hasta 1873, eran elegidos por la Dieta de cada provincia y, después de la reforma electoral de 1873, fueron elegidos, por sufragio censitario, mediante un sistema de representación de los diferentes cuerpos sociales (propietarios, comerciantes, población de las ciudades y comunas rurales). Este sistema daba ventajas a la representación de las poblaciones alemana y polaca. La reforma electoral de 1882 permitió una mayor representación, aun dentro del sistema censitario. En 1896 se introduce un sufragio más amplio que se convertiría en universal por la ley de 1906. El nacionalismo más vivo y problemático dentro del Imperio fue el de Bohemia, único pueblo eslavo que estaba urbanizado e industrializado. Durante décadas, la política de los germanos -a través de su posición dominante en los medios urbanos y la administración- fue intentar dominar culturalmente a las otras razas. Los checos, o al menos un influyente sector de las clases medias e intelectuales, se habían revelado contra esta pretensión. Ahora, su intención era utilizar la lengua para frenar la germanización, exigiendo el checo para el trabajo en la administración. Para ello pidieron una autonomía efectiva. A comienzos del dualismo la solución que se intentó fue llegar al trialismo. Es decir, conceder a Bohemia un estatuto semejante al de Hungría. Así lo llegó a proponer el presidente del Consejo austriaco, el conservador conde Karl de Hohenwart, después de secretas negociaciones con representantes de la Dieta de Bohemia. Los "Viejos Checos", entre los que destacaba F. Palacky (jefe del Partido Nacional Checo en la Dieta de Bohemia) y L. Rieger, no reconocieron más vínculo con Viena que el soberano común y se adhirieron al paneslavismo ruso. La situación se consideró peligrosa tanto por los alemanes de Bohemia, que temían su minoría dentro del posible nuevo Estado, como para el gobierno húngaro, que se inquietaba por las repercusiones del proyecto dentro de las nacionalidades de Hungría. Francisco José renunció a la idea en octubre de 1871 y Hohenwart dimitió del gobierno austriaco. Dentro del nacionalismo checo se produjo una escisión. Los "Viejos Checos", agrupados en torno a Rieger, siguieron favorables a la búsqueda de un acuerdo en los años siguientes. En la mayor parte de este período, durante los años 1879 a 1893, el gobierno estuvo en manos del conde Eduard Taaffe, quien concedió a Bohemia ciertas aspiraciones. Entre ellas, en 1882, convirtió el checo en idioma oficial, si bien en las zonas de mayoría alemana la administración tuvo que ser bilingüe. Los "Jóvenes Checos", liderados por Carlos Kramarj, se mantuvieron en una posición independentista y triunfaron en las elecciones de 1891 en Bohemia. La mayoría de los alemanes de Bohemia intentó oponerse a las reformas. Cuando en 1897 el Gobierno votó una ley que obligaba a los funcionarios de Bohemia a ser bilingües, los alemanes, apoyados por sus homólogos en la Dieta de Viena, plantearon una sistemática obstaculización. Los checos generalmente sabían el alemán, pero no al contrario. Finalmente el Gobierno se limitó a exigir de los funcionarios que conocieran los idiomas hablados de donde ejercían. Algunos alemanes dejaron de mirar hacia Viena para hacerlo hacia Berlín. El movimiento "Los-von-Rom" (separémonos de Roma), organizado en 1897 y dirigido por Georg Schunerer, propugnaba la unión con Alemania. Los polacos de Galitzia, que consiguieron una amplia autonomía administrativa y cultural, lo que incluía el polaco como lengua oficial, plantearon menos problemas en estos años. Buena parte de los diputados polacos apoyó a la mayoría del Gobierno. Dos de ellos, el conde Potocki en 1870-1871 y el conde Badeni, entre 1895 y 1897, llegaron a ser presidentes del Consejo de Ministros de Austria. No obstante, a finales del siglo XIX, se empezaron a escuchar con fuerza las voces que reclamaban mayor unidad con los polacos de Rusia y Prusia. Como señaló el periodista inglés Henry Wickham Steed, la fuerza y la debilidad de la Monarquía dual en el último tercio del siglo XIX era el "equilibrio del descontento". Salvo los magiares, todas las demás nacionalidades tenían algo que esperar. La política del monarca fue precisamente no identificarse nunca con ninguna nacionalidad, mantener el equilibrio.
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El tránsito de una situación de aparente apogeo a otra de crisis y decadencia ocurrió rápidamente en la segunda mitad del siglo XI: "ruina brutal del Imperio", ha escrito Ducellier refiriéndose al periodo 1056-1081, que se observa tanto en los aspectos políticos y militares como en los primeros signos de dependencia económica. Pero los emperadores de la dinastía Comneno consiguieron restaurar la situación y gobernar en el siglo XII sobre un Imperio de territorio más reducido pero todavía poderoso e influyente. La perdida definitiva de casi toda Asia Menor a fines de aquel siglo y la conquista de Constantinopla por los occidentales a comienzos del XIII precipitaron la catástrofe mientras que, pocos decenios después, las expediciones de los mongoles arrasaban la Rusia de Kiev. Sin embargo, en aquella época oscura se consolidaron las fuerzas capaces de restaurar parcialmente el Imperio y, sobre todo, de cimentar la identidad religiosa y cultural griega. Más allá de él, aunque en su órbita de influencia, los pueblos balcánicos alcanzaron la madurez política.