Intervino en la campaña de Marruecos y, junto a su primo Francisco Franco, trabajó en los preparativos para el levantamiento militar de julio de 1936. Cuando estalló el conflicto, detentaba el cargo de teniente coronel y coronel, aunque no llegó a mandar sobre ninguna tropa. A comienzos de los cincuenta fue ascendido a teniente general y se puso al frente del Capitanía General de la V Región Militar. Años después ocupó la jefatura de la Casa Militar del Jefe del Estado. Cuando falleció el general Franco, publicó dos obras tituladas "Mis conversaciones privadas con Franco" y "Mi vida junto a Franco".
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En 1939 la política española estaba claramente orientada hacia Italia y Alemania, las dos potencias que habían contribuido a la victoria de Franco en la Guerra Civil. Eran los máximos ejemplos del nuevo sistema autoritario en Europa y constituían una nueva alineación cuya fuerza crecía de forma constante. En marzo de 1939, Franco firmó un tratado de amistad con Alemania en el que se exigía una consulta mutua en caso de ataque a cualquiera de los países y se unió al Pacto Antikomintern, aunque las obligaciones de éste no eran muy concretas. El 8 de mayo, el Gobierno español se retiró oficialmente de la Sociedad de Naciones de Ginebra. Esto no quería decir que el Régimen fuera satélite de las fuerzas del Eje, ya que la política de Franco era una combinación de ideología y pragmatismo, y lo que -a su juicio- era lo mejor para el interés de España. Pocos días antes de los pactos con Alemania, por ejemplo, se firmó un tratado de amistad con Portugal en armonía con la alianza tradicional que mantenía Gran Bretaña con este país. La visita oficial de Serrano Suñer a Roma inmediatamente después del final de la Guerra Civil estaba pensada para demostrar, al menos en parte, un mayor acercamiento del Régimen a Italia que a Alemania, y para reconocer que la contribución italiana al triunfo de los nacionales había sido más importante. Ciano, el yerno de Mussolini y Ministro de Exteriores, devolvió la visita en julio. Las deudas de guerra contraídas con Italia y Alemania eran una carga muy pesada. A Italia se le debían más de 7.000 millones de liras. Pero Mussolini lo redujo generosamente a 5.000 millones con la intención de facilitar la entrada económica de Italia en España. Después de largas y duras negociaciones, se estableció un calendario de pagos que debía empezar a mediados de 1942 (se saldó a tiempo el 30 junio de 1967). El Gobierno de Hitler fue menos generoso. Ya tenía 17 compañías mineras mayoritariamente alemanas en España, fundadas después de haber obligado a Franco a hacer concesiones en 1938, y había dejado clara su intención de establecer una posición económica dominante. Un informe gubernamental que se preparó para Franco decía: "Los alemanes consideran a España como una colonia suya" (citado en Luis Suárez Fernández, Francisco Franco y su tiempo, Madrid, 1984, III, 53). El Régimen español no aceptó más compromisos y procuró bloquear futuras inversiones económicas. La negociación de la deuda se alargó durante los años de la Segunda Guerra Mundial y se hicieron muy pocos pagos antes de que Madrid cancelara unilateralmente la obligación en 1945. En la reunión de julio de 1939 del Consejo Nacional de la FET, en un contexto internacional de creciente tensión, Franco dijo de la política exterior de España que practicaba una hábil prudencia. La firma del pacto nazi-soviético entre Hitler y la Unión Soviética sólo dos semanas después de que Franco hubiera nombrado su primer Gobierno de posguerra, fue una gran sorpresa para Madrid; además contradecía las bases de la política de Franco. El titular del órgano falangista Arriba no fue otro que: "Sorpresa, tremenda sorpresa", pero no tenía palabras para justificarlo. El estallido inminente de la guerra se recibió con cierta decepción, ya que el Gobierno polaco al que iba a atacar Hitler era un Estado católico nacional autoritario que tenía mucho en común con el de Franco. El Generalísimo y otros líderes temían que hubiera otra guerra civil en Europa que abriera las puertas a la Unión Soviética. Sin embargo, Franco consideraba que Polonia era responsable en parte por negarse a llegar a un acuerdo sobre el Corredor polaco. Informó a Mussolini de que estaba dispuesto a hacer mediaciones, si era de alguna utilidad. El 30 de agosto el Ministro de Exteriores francés hizo la misma oferta, pero Mussolini lo vetó argumentando que era demasiado tarde. El 3 de septiembre, cuando Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania, Franco hizo un llamamiento público a todos los partidos para reconsiderar la situación y reanudar las negociaciones. Su llamada a la limitación voluntaria de medios destructivos no se inclinaba claramente a favor de Polonia, aunque el nuevo Ministro de Exteriores español, el coronel Juan Beigbeder, informó a Berlín que no sería posible retomar las negociaciones para un acuerdo cultural hispano-alemán. Al día siguiente, se anunció la neutralidad española y el 6 de septiembre Franco telegrafió al embajador en Roma con instrucciones de que suplicara a Mussolini que intentara lograr la rendición de Polonia lo antes posible para evitar el avance militar soviético hacia Europa. Su posterior condena de la destrucción de Polonia sería contra el dominio soviético no contra la agresión nazi. Sólo el sector más duro del falangismo estaba satisfecho con el estallido de la guerra, porque estaban convencidos de que sería el modo de extender el nuevo orden autoritario. El Régimen tenía la mirada puesta en Roma, más que en Berlín; y Mussolini y sus seguidores estaban igual de interesados en entablar una relación especial con España, a la que veían como un socio y satélite. Mussolini, unido a Hitler por un pacto militar, declaró que Italia era un país no beligerante, pero durante un tiempo pensó en la idea de formar un bloque neutral de países autoritarios del sur de Europa con Italia a la cabeza. Beigbeder le apoyaba y le sugirió a Franco que la asociación de España, Italia, Portugal y quizá alguno de los Estados balcánicos podría reemplazar al Eje Roma-Berlín con un eje Roma-Madrid. Franco se quedó un poco asombrado ante la perspectiva de lo que él llamó un eje sin fuerza y al final, Mussolini terminó por abandonar la idea.
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Entre 1945 y 1946 el Régimen organizó una campaña de prensa y de publicaciones para convencer a la opinión extranjera de que el Gobierno español era esencialmente un sistema de instituciones orgánicas católicas y que nunca había estado comprometido con el Eje, ni había creído en su victoria. Franco no tenía intención alguna de ofrecer un santuario a ninguno de los más destacados líderes del orden hitleriano -aunque algunos de los menos conocidos encontraron refugio en España- a pesar de que un número indeterminado de colaboracionistas franceses y nazis de menor importancia, habían entrado en España durante los últimos días de la guerra. Al más notorio, Pierre Laval, se le repatrió a Francia en julio de 1945. Cuando los aliados exigieron el 3 de septiembre que se evacuaran las fuerzas españolas del distrito de Tánger, se hizo rápidamente. En otoño el presidente español de la organización internacional estudiantil Pax Romana, Joaquín Ruiz Giménez, hizo un viaje por Gran Bretaña y Estados Unidos para encontrarse con los líderes católicos y hacer propaganda del Régimen. Ninguna de estas actividades tuvo mucho efecto. Los archivos que se confiscaron del Tercer Reich contenían pruebas fehacientes de la relación del Régimen con Alemania y los rumores iban más allá de los hechos. En un informe de la inteligencia francesa se aseguraba que unos 100.000 nazis habían encontrado refugio en España, los portavoces soviéticos en Estados Unidos elevaban el número a 200.000 y añadían que se estaban construyendo bombas atómicas en Ocaña, a 70 kilómetros de Madrid, y que había planes para invadir Francia en la primavera de 1946. A medida que las elecciones fueron ratificando el poder de la izquierda, en Europa occidental fue creciendo la antipatía hacia el Régimen español. El 20 de noviembre el embajador de Estados Unidos abandonó Madrid, dejando su puesto en manos del encargado de negocios. Se dice que antes de su partida, Franco o el ex Ministro de Asuntos Exteriores, Lequerica -hay diferentes versiones- le dijo que no se podía pretender que el Gobierno español se tirara por la ventana. El 26 de octubre, en un discurso en la Academia de Infantería, Franco proclamó que defendería el Régimen hasta el final. Pero para entonces, el Gobierno británico y el americano habían dejado claro que no habría una intervención militar directa en España por mucha presión diplomática o económica que hubiera. Dentro del país se presentó esta campaña contra el Régimen como esencialmente antiespañola, como una conspiración de la izquierda liberal extranjera para marcar al país con una nueva Leyenda Negra. El papel que jugaron en esta campaña la Unión Soviética y fuerzas comunistas como la Federación Mundial de Sindicatos, se exageró hasta límites insospechados y en cuanto a las potencias occidentales, el propio Franco hablaba de un Superestado masónico, que era el responsable de todos los males de España. Para obtener más apoyo, reanudó sus visitas por el país. A menudo eran viajes agotadores que duraban desde el amanecer hasta la puesta del sol, pero le llevaban personalmente a regiones lejanas donde enormes masas de gente le veían y oían, aunque fueran masas creadas por el Movimiento. No cabe duda de que gran parte de la España moderada se acercó al Régimen durante este periodo de ostracismo. Los grupos sociales más alienados eran, como siempre, los trabajadores industriales y los agricultores desposeídos. La inmensa mayoría de los católicos, que en 1945 era mucho más numerosa que una década atrás, apoyó al Régimen. Aquí se incluía la mayor parte de la población rural del norte y mucha de la clase media urbana. Lo que no está tan claro es hasta qué punto la clase media no católica apoyó activamente a la oposición. En general, el Régimen contó con la misma clase social, los mismo grupos y regiones en que se había apoyado para obtener la victoria militar. La Guerra Civil estaba demasiado reciente y los recuerdos eran demasiado amargos para que se dieran muchos cambios. En enero de 1946 hubo manifestaciones a favor de Franco, dirigidas por el Movimiento, por todo el país. Las condiciones económicas seguían siendo muy duras, aunque no tanto como a principios de los años 40. El tiempo, que había sido relativamente bueno en 1944, empeoró considerablemente en 1945-46 y hubo grandes sequías. Se estaban realizando grandes esfuerzos para construir plantas hidroeléctricas, pero los cortes de electricidad eran muy frecuentes. El racionamiento seguía siendo parte de la vida diaria, del mismo modo que lo era el estraperlo. El Gobierno francés había cerrado su frontera temporalmente en junio de 1945 y lo hizo de forma definitiva el 1 de marzo de 1946. Fue inmediatamente después de la ejecución de Cristino García, uno de los jefes guerrilleros comunistas que era un veterano de la resistencia francesa. En Madrid, el Ministerio de Asuntos Exteriores comentó el significado simbólico que tenía que los franceses cerraran una frontera por la que tantos miles habían huido de Francia durante la guerra. También publicó una larga lista de malas acciones de los franceses, entre las que estaba permitir ataques a los consulados españoles, a los puestos fronterizos e incluso a españoles en Francia. El 4 de marzo un comunicado tripartito firmado por Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos condenaba el Régimen una vez más y exigía la formación de un nuevo gobierno provisional en Madrid. Pero el efecto de este pronunciamiento quedó algo mitigado cuando al día siguiente Churchill hizo su famoso discurso del Telón de Acero en Fulton, Missouri. Para Madrid, esto significaba -como siempre había esperado- que las potencias occidentales estaban empezando a darse cuenta de que existían otros peligros más graves que el Régimen. La condena moral y política del Régimen no era obstáculo para los intereses económicos y estratégicos de quienes lo condenaban, y esto se estaba haciendo más evidente en el caso de Estados Unidos, la potencia que más preocupaba a Franco. Se había anunciado desde Washington que la sufrida España no estaría incluida en la lista general para la exportación de posguerra. Sin embargo, Madrid sí estaba en la lista para el desarrollo de la red de transporte y comunicaciones que estaba dirigiendo el país norteamericano. En la Conferencia Internacional sobre Aviación Civil que se celebró en Chicago estaba invitado un representante español y, en cambio, no había tomado parte la Unión Soviética. Más adelante, a España se le adjudicó un envío de nuevos aviones Hércules, marcado para naciones amigas. Además, el Departamento de Estado americano ya había informado al Gobierno republicano en el exilio que Washington no podía reconocerlo ya que sólo representaba a uno de los partidos que tomó parte en el conflicto civil, de modo que no era totalmente legítimo. Franco presentó el boicot internacional a la opinión pública española como una cuestión de supervivencia nacional. En las Cortes de mayo de 1946 declaró que la única forma de acallar semejantes campañas sería renunciar a la independencia y la soberanía, o dejar que reinara el anarquismo. La misión de España, aseguró, era encabezar la resistencia anticomunista de toda Europa. El 1 de octubre -la fiesta nacional del Caudillo- en Burgos declaró que "los blancos del comunismo estaban en la zona del Mediterráneo y especialmente España, el reducto de la espiritualidad del mundo. Nuevamente España tiene un papel en el mundo". La presión no disminuyó nada en 1946. En el informe de un subcomité especial del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se decía que el Régimen de Franco era un régimen fascista y consideraba que era una amenaza potencial aunque no de hecho para la paz, a pesar de la debilidad extrema de las fuerzas armadas españolas y la completa inexistencia de actividad terrorista o subversiva más allá de sus fronteras. El 12 de diciembre, la Asamblea General votó por 34 votos a favor y seis en contra, con 13 abstenciones, que no se reconociera diplomáticamente el Régimen español a no ser que se instaurara pronto un gobierno representativo. Esto trajo como consecuencia la retirada del embajador británico, el último representante destacado de la diplomacia internacional en Madrid, aunque ningún Estado occidental rompió relaciones por completo. Anticipándose a esta votación, se organizó una manifestación masiva de varios cientos de miles el 9 de diciembre en la Plaza de Oriente de Madrid, enfrente del Palacio Real -que Franco utilizaba siempre en estas ocasiones- para demostrar el apoyo que había al Régimen. Fue, quizá, la congregación más numerosa de la Historia de España, sólo superada 36 años después con ocasión de la visita del Papa. El único apoyo del exterior que tuvo España durante esta época procedía de algunos gobiernos latinoamericanos, aunque México y algunos más eran enormemente hostiles al Régimen. El 2 de noviembre de 1940 se había inaugurado el Consejo de la Hispanidad, de 74 miembros reclutados del Gobierno, el Ejército y la Falange para fomentar relaciones más estrechas con los países de Latinoamérica. Desde 1944 en adelante, los contactos culturales y diplomáticos adquirieron mayor relevancia a la vista del creciente ostracismo internacional. El nuevo Gobierno argentino de Juan Perón fue el que más ayuda prestó al Régimen español sobre todo en los años cruciales de 1946-48. El líder del nuevo social-nacionalismo argentino que quería ser totalmente independiente, veía el sistema español como un primo lejano con problemas y objetivos internacionales muy similares. Se saltó la veda de las Naciones Unidas y nombró un nuevo embajador en Madrid para dejar claro que al menos un país próspero y con capacidad de exportar bienes estaba dispuesto a colaborar con España. En 1948 las importaciones de Argentina suponían al menos un 25 por ciento de todos los productos que entraban en España y durante dos años garantizaron alimentos de primera necesidad para una población hambrienta. Aunque la ayuda de Argentina bajó mucho durante 1949, debido a sus propios problemas económicos cada vez más agudos, durante dos años fue casi indispensable. La asistencia que prestó Latinoamérica empezó a dar frutos cuando un grupo de representantes latinoamericanos trabajó en Estados Unidos para acabar con la política del ostracismo. Mientras tanto, el Consejo de la Hispanidad se reorganizó en 1946 y se le cambió el nombre por Instituto de Cultura Hispánica, así como la doctrina de la Hispanidad en la que ahora se incluiría la cooperación de ambos hemisferios con Estados Unidos.