En el centro de Europa surgen como nuevos Estados: Polonia, Bohemia y Hungría. Los dos primeros, hasta su consolidación, recorrerán en la plenitud medieval un difícil camino obstaculizado por la inestabilidad interna y la intervención germana, pero de esta última derivarían importantísimas consecuencias políticas, socioeconómicas, culturales... para ambos. Efectivamente, el Imperio tratará de cortar los grandes intentos de organización eslava en la zona oriental de sus fronteras. En un juego de fuerzas, sabrá apoyar unas veces a Polonia, otras a Bohemia, según su conveniencia, para evitar la creación en la Europa Central de un gran poder que se le opusiera. Pero la querella de las investiduras posibilitaría a estos países el ejercicio de una cierta autonomía, puesto que su ayuda sería requerida por los emperadores en su enfrentamiento con el Papado y lograrían así reafirmarse como poderes independientes. Junto a estos dos países eslavos, en el corazón de Europa, los húngaros o magiares, tras debatirse entre los dos imperios, lograran consolidar su posición como un nuevo Estado occidental, contribuyendo a la defensa de la civilización medieval ante la amenaza y preside de nuevos pueblos de las estepas asiáticas.
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En los confusos límites que separaban a Polonia-Lituania, el Imperio ruso, el otomano, los Estados Habsburgo, con territorios intermedios semiindependientes, como el Reino de Hungría o el kanato de Crimea, la inestabilidad política era permanente. Sin embargo, los problemas internos de cada uno de ellos les obligaron a abrir un paréntesis en sus confrontaciones. El Imperio otomano, en plena decadencia, a duras penas podía hacer frente a sus enfrentamientos con el Imperio persa y a las sublevaciones de Anatolia, Siria y Líbano como para aprovechar las dificultades del emperador antes y durante la guerra de los Treinta Años. De esta manera, tras haber conseguido de Rodolfo II las ciudades de Gran y Canisha, por el Tratado de Silva-Torok, fruto de su ayuda a la rebelión húngara, a cambio de reconocerle el título de emperador y de relevarle de la paga del tributo anual, hubo de abandonar por el momento toda política agresiva en la Europa danubiana.
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En los primeros tiempos de la Modernidad, Europa no podía identificarse sin más con las expansivas potencias occidentales ni con las grandes construcciones imperiales. Otra realidad también europea aparecía, aunque menos poderosa, en sus zonas septentrionales y orientales, donde bullían distintos tipos de regímenes políticos que tenían múltiples problemas en su organización estatal, estando allí más discutido el principio de la soberanía regia, mostrando por lo demás las fuerzas anticentralistas y opuestas a la unificación de poder todavía un gran empuje, con lo que incidían en gran manera sobre el nuevo aparato de gobierno regio que se pretendía montar. Polonia, Dinamarca, Suecia y Rusia serán esas otras realidades europeas.
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Si se intenta hacer un breve esquema de la situación de los países nórdicos y orientales europeos en el siglo XVII, observamos que se dan una serie de notas comunes a la mayoría de ellos que permiten agruparlos en un mismo bloque, aunque sus diferencias también resulten apreciables, así como su evolución y sus logros o fracasos en el transcurso de la centuria. Eran Estados que se extendían por territorios amplísimos, con densidades bajas de población y con fronteras poco definidas, continuamente amenazadas por la tendencia a la expansión de los otros gobiernos de la zona, lo que generaba de continuo conflictos y tensiones bélicas que se veían incentivados, por otra parte, por los problemas internos de cada uno de ellos, que provocaban, al amparo de la debilidad que esto suponía, el intervencionismo de los restantes. A pesar de los vaivenes que se dieron, algunas referencias más o menos generales pueden establecerse para explicar mejor aquel panorama político. El dominio del Báltico por parte de Suecia fue en incremento, hasta convertirse en la gran potencia de la zona; por contra, los fracasos de Dinamarca fueron evidentes, experimentando un cierto retroceso respecto a su destacado papel en la centuria anterior; Rusia empezó a dejar atrás el período de los disturbios que la habían relegado a una posición bastante secundaria en el conjunto internacional, reiniciando una etapa de consolidación y robustecimiento de su aparato estatal; Polonia mantendría, desgraciadamente para ella, su debilidad interna, lo que no haría más que acentuar su papel de víctima propicia ante los avances de los países vecinos. Los logros del absolutismo monárquico en buena parte de aquel ámbito tuvieron que ver mucho en la configuración de estas relaciones tan desfavorables para Polonia, que se mostró incapaz de articular un poder central fuerte y autoritario frente al que se estaba levantando en cada una de las demás entidades nacionales. Pero la marcha de las Monarquías hacia el poder absoluto en sus respectivos territorios no fue ni mucho menos un camino fácil y continuado, sino que estuvo plagado de dificultades y de retrocesos, especialmente ocasionados por el proceso paralelo de engrandecimiento nobiliario, puesto de manifiesto en el incremento del poder de la aristocracia tanto en el terreno político, como en el económico y en el social, hasta el punto de que se operó por todos lados una profunda refeudalización o, si se prefiere, una rotunda reseñorialización, que vino acompañada por un aumento de la presión sobre el campesinado que reafirmó el tránsito hacia la servidumbre. Mucho mejor, quizá, que en otras partes de Europa, por estas tierras se produjo la formación de ese complejo monárquico-señorial, sustentado en los intereses mutuos de la realeza y de la nobleza, al que se suele llamar absolutismo.
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Los países escandinavos apenas tienen una población, todos juntos, semejante a un Estado norteamericano. Carecen, asimismo, de instituciones que sean verdaderamente originales más allá del "ombudsman" -con remotos antecedentes en Suecia en el siglo XVIII, Dinamarca lo introdujo en 1953-. Pero, en cambio, están caracterizados por un fuerte sentido comunitario más que por el socialismo estatalista que les da una característica muy peculiar y que ha permitido decir que existe un "modelo sueco". Francia tiene más empresas estatales que esos países y en ellos el salario mínimo no se aplica por decisión del Gobierno central, como en Estados Unidos. No obstante, se ha podido identificar el modelo sueco con una vertiente del socialismo. Para entender en qué consiste es necesario remontarse al pasado. "Los pueblos del Norte han sido la fuente de la libertad en Europa o, lo que es lo mismo, de la libertad que hoy existe en el mundo", escribió Montesquieu a mediados del siglo XVIII. Esta afirmación se confirma desde el punto de vista social y cultural. Sólo en Dinamarca hubo feudalismo y allí la servidumbre fue abolida en 1788; en general los pueblos nórdicos se caracterizan por ser sociedades muy igualitarias en tiempos remotos. En ellas, el luteranismo ha supuesto secularización y, al mismo tiempo, una especie de caridad pública mientras que el calvinismo implicó, en las sociedades en que predominó, fundamentalismo y ausencia de esa protección social. El protestantismo, con su promoción de la lectura de la Biblia contribuyó a la educación: la obligatoria elemental fue establecida entre 1814 y 1842 en todos estos países. La afirmación de Montesquieu, que ya era cierta cuando fue emitida, se confirmó con el paso del tiempo. La supremacía del Parlamento sobre el rey quedó establecida en los países nórdicos a finales del XIX y principios del XX: en 1884, en Noruega, en 1901 en Dinamarca y en 1917, en Suecia. El sufragio universal también fue temprano y lo mismo cabe decir del femenino: todos los países lo introdujeron en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial o durante ésta. Entre 1909 y 1921, además, todos ellos aceptaron la representación proporcional, óptima garantía para evitar el fraude electoral. Los socialdemócratas dominaron el panorama político a partir de la Primera Posguerra Mundial: desde 1924 en Dinamarca y desde 1927 en Noruega, pero ya en Suecia desde 1921 y en Finlandia desde 1919. La influencia socialdemócrata se debió a una fuerte tradición de asociacionismo agrícola e industrial. Todos estos datos pueden hacer pensar en que los países nórdicos tuvieron un pasado idílico, pero esta impresión sería falsa. Sociedades campesinas con recursos escasos, su prosperidad exigió esfuerzos excepcionales. La conflictividad dominó la vida social hasta la Primera Guerra Mundial e incluso en tiempos posteriores. Después de 1945, Noruega condenó a 46.000 personas por colaboracionismo con el invasor alemán, para un total de dos millones de personas. Fue el país más duro en la represión de ese fenómeno. Durante el siglo XIX, el modelo liberal por excelencia había sido el británico. El modelo nórdico -o sueco, por identificado con la nación más importante- fue un producto de la visión de observadores extranjeros y de peculiaridades que derivaron de las instituciones pero también especialmente de la cooperación libre de la sociedad. Producto racional, pareció el producto de una acción consciente y capaz de ser trasladado a otros mundos distintos; en realidad fue la consecuencia de la Historia y no era tan fácil de imitar. Lo que lo distinguía de los países del Benelux fue la ausencia de "pilarización", es decir de reparto del poder en cuotas según los diversos grupos políticos. Por el contrario, los países nórdicos se caracterizaron por el consenso dando lugar a un modelo en que unos países y otros difirieron bastante, pero también resultaron parecidos en muchos aspectos. El "modelo sueco" se convirtió en un ejemplo a seguir para los países subdesarrollados o para las democracias que empezaban a serlo a mediados de los setenta, pero el ejemplo no sólo hubiera debido inducirlos a ser capaces de aprovechar lo mejor posible sus materias primas, sino que incluía un alto grado de voluntad cooperativa, democracia estable y una intervención estatal relativamente modesta. Todo ello era mucho más difícil de imitar. Para entender la peculiaridad de este modelo hay que partir de una consideración de política internacional. Los países nórdicos a partir de la Segunda Guerra Mundial vivieron alejados del resto de la Europa democrática debida a razones diversas. Para Suecia, la integración económica significaba una rebaja considerable de su nivel de vida; Finlandia hubiera puesto en peligro sus compromisos con los soviéticos (por eso no aceptó el Plan Marshall y dejó vacante su puesto en el Consejo de Europa). Noruega, en cambio, tenía frontera con la URSS y eso le llevó a integrarse en la OTAN; Dinamarca también había participado de experiencias parecidas durante la Segunda Guerra Mundial. En todo caso, los países nórdicos no llegaron a obtener más del 3% de los préstamos del Plan Marshall, pero se vieron beneficiados por la evolución económica positiva de Europa. La forma de participación en los organismos de defensa occidental -de los países que se integraron en ella- fue siempre muy peculiar. Dinamarca, que no había participado en una alianza militar desde la época de Napoleón, nunca quiso que Turquía ingresara en la OTAN y tanto ella como Noruega no quisieron armas nucleares tácticas. Por su parte, Suecia fue partidaria de la neutralización de Alemania, coincidiendo en esto parcialmente con los soviéticos. Este país hubiera deseado lograr una unión aduanera y una política exterior común de los países nórdicos, pero no lo logró nunca. En cambio, con el paso del tiempo, la EFTA nació en Estocolmo pero pronto se percibió inviable. Los propios países nórdicos descubrieron que tenían intereses contradictorios. Dinamarca quería ser candidata a la CEE y Suecia quiso asociarse a ella sin peligro de su neutralidad. En 1968, hubo un intento de acuerdo nórdico que concluyó en un fracaso. Cuando llegó el momento de enfrentarse a la posibilidad de un ingreso en el Mercado Común la opinión se dividió aunque la integración finalmente se impuso. Noruega y Dinamarca presenciaron referéndums muy competidos, sobre todo en el primer país. En 1972 Suecia e Islandia llegaron a un acuerdo de asociación con la CEE y en 1973 hizo lo propio Noruega. Con el paso de tiempo la oposición en Noruega disminuyó (es un país que pesca para la exportación más que el resto de Europa junta) y, en cambio, creció en Dinamarca. Un caso muy especial desde el punto de vista de la política exterior ha sido el de Finlandia. A diferencia de los países del Este de Europa nunca fue ocupada por el Ejército soviético porque ella misma expulsó a los alemanes de los que había estado aliada. Una reforma agraria muy decidida permitió reubicar a la población procedente de las cesiones territoriales a los soviéticos. Pero Finlandia padeció las consecuencias de la derrota frente a la URSS. El 16% del presupuesto fue aplicado a pagar las reparaciones y la cantidad pagada supuso proporcionalmente más que para Alemania las reparaciones del período posterior a la Primera Guerra Mundial. En 1952 había satisfecho la totalidad de sus reparaciones y pudo celebrar las Olimpiadas; en estas fechas logró también que desaparecieran las bases soviéticas. Pero su política exterior fue mediatizada por el poderoso vecino. En 1948 fue obligada a firmar un tratado con la URSS pero cuando se produjeron los acontecimientos de Checoslovaquia su presidente se negó a viajar a Moscú. No hubo, pues, sumisión ni tampoco entraron en peligro las instituciones democráticas. El comercio con la URSS permitió duplicar la renta en 1960 y convertir a Finlandia en un país industrializado. Pero en la ONU Finlandia no condenó la invasión de Hungría y a menudo un ejecutivo fuerte -el presidente Kekkonen- se mostró mucho más proclive a cesiones ante la URSS que la postura de los ciudadanos de acuerdo con los resultados electorales. Mientras tanto, había nacido ya un modelo nórdico muy definido para las relaciones sociales basado en acuerdos políticos. Se había esperado una larga depresión económica después de la Guerra Mundial pero no se produjo y en el período subsiguiente en los países nórdicos la intervención estatal fue sustituida por una cooperación que no fue tan sólo el producto de los planteamientos de los socialdemócratas sino que, con el tiempo, fue aceptada por todos los partidos. En Suecia, por ejemplo, el Pacto de Saltsjobaden fue una especie de tratado de paz precursor entre los sindicatos y la patronal que tuvo como consecuencia unos acuerdos de regulación de condiciones de trabajo que sustituyeron a la legislación laboral. Así, antes incluso del final de la guerra, se estableció un modo de concertación que fue parecido en todos los países. Lo que sucedió en el terreno político contribuyó a asentar este sistema. En general el ejecutivo estuvo en las manos de un partido minoritario -normalmente el sociademócrata- la mayor parte del tiempo a partir de 1945 (el 68% en Suecia y el 45% en Noruega). Eso facilitaba la propensión a buscar acuerdos. El igualitarismo lo facilitó. El estilo político de los países nórdicos suponía, por ejemplo, que las mujeres de los presidentes cocinaban para los visitantes de Estado y los ministros viajaban en transportes colectivos o vivían en pisos. Además, la existencia de sindicatos unitarios, muy vinculados a los partidos, era un aliciente para el acuerdo. El sistema de partidos, con partidos agrarios luego convertidos en centristas, dos bloques semejantes en fuerza pero más dividido el derechista y una izquierda de vocación eurocomunista, incluso antes de que se utilizara este término, establecía pocas diferencias de fondo en materias sociales. La posibilidad de recurrir al referéndum decisorio -del que se hizo uso muy frecuente en Dinamarca- también contribuyó a que se impusiera el consenso remitiendo al ciudadano las decisiones más conflictivas. A la hora de tratar de la evolución política de los países nórdicos, podemos tomar como ejemplo el caso del más poblado de ellos y el que da nombre al modelo. En Suecia durante el período 1945-51 fueron introducidas grandes reformas sociales; en 1946, por ejemplo, fue creado el seguro de enfermedad y en 1948 introducidas las vacaciones de tres semanas. Para financiar estas medidas, en 1947 se aprobó un fuerte incremento del impuesto de la renta. Entre 1951 y 1957 hubo una pausa en el proceso de reforma social pero en este último año hubo ya un amplio debate acerca de las pensiones. En 1958 las elecciones introdujeron un Parlamento dividido en dos bloques idénticos de 115 diputados, muy divergente respecto a estas cuestiones. La prosperidad económica de los sesenta supuso ya la posibilidad de introducir nuevas reformas y, por ejemplo, las vacaciones pasaron de tres a cuatro semanas. En los setenta hubo importantes reformas de carácter político. En 1970 la constitución fue modificada reduciendo el Parlamento a tan sólo una Cámara y cuatro años después se decidió que fuera el presidente del Parlamento y no el monarca quien decidiera acerca de la formación del Gobierno no restándole al rey otras funciones que las puramente ceremoniales. En 1973 el Parlamento se dividió en dos bloques de 175 diputados; por eso la reforma constitucional supuso también reducir el número de escaños a 349. Esa paridad indicaba una tendencia al cambio en la voluntad del electorado que se confirmó luego. En 1976 los no socialistas vencieron por 180 a 169 escaños y así concluyeron 44 años de Gobierno socialdemócrata. En 1979 tuvo una nueva victoria de los moderados y sólo en 1982 volvió el socialista Palme, momento en que se plantearon nuevas reformas sociales. Ya en los noventa la rotación de los bloques políticos ha sido más frecuente. Pero el consenso fundamental se ha mantenido. El pasado de Suecia, como de todos los países escandinavos, no se caracterizó por la prosperidad económica: de "los pobres suecos" hace mención el himno nacional y la mejor prueba de que ésa no era una expresión conmiserativa es la elevada emigración que se produjo durante el siglo XIX. Pero gracias a una revolución industrial en que la educación de la población contó más que los recursos, se consiguió el desarrollo en una economía volcada en un elevado porcentaje de la exportación. Noruega, Finlandia y Dinamarca lograron algo parecido gracias a sus recursos naturales. Con el paso del tiempo, en Suecia las industrias derivadas del hierro y la madera siguieron siendo esenciales pero también hubo otras muy especializadas y que necesitaban un elevado grado de formación del trabajador. El crecimiento de Suecia fue de un 3.3% anual en los años cincuenta y de un 4.6% en los sesenta, cifras importantes dado el punto de partida. El porcentaje de propiedad pública de las empresas no pasó del 10%. Lo más relevante fue, sin embargo, la definición de un modelo de relaciones sociales. Ya en 1932 los países nórdicos disponían de una amplia red de seguros sociales, nacida en Noruega. Su financiación ha sido facilitada por una fuerte imposición directa superior a la existente en el resto de Europa. La distancia entre sueldos más altos y más bajos en Francia es tres veces superior a la de los países nórdicos, lo que confirma su igualitarismo. También hubo una fuerte política contra el paro. Los sucesivos acuerdos de sindicatos y patronal supusieron la codeterminación en las decisiones -no tan sólo en las grandes empresas, como en Alemania-, una política salarial basada en la solidaridad y el igualitarismo e, incluso, inversiones colectivas organizadas a través de un fondo administrado por los sindicatos. Esta fórmula fue intentada en 1982 y hubiera supuesto el control de las empresas por parte de los sindicatos gracias a la reserva del 20% de los beneficios. La amplia discusión que se llevó a cabo limitó la disponibilidad sindical de esos beneficios y los dedicó a la innovación. Lo fundamental en este sistema de relaciones sociales ha sido siempre la negociación colectiva más que la legislación. La impone una fuerte sindicalización que en Suecia llegó a un 85% y que hace posible una negociación muy centralizada. De esta manera se evitó también la conflictividad. Suecia y Alemania son los países europeos con menos huelgas en fábricas de más de 1.000 trabajadores. A mediados de la década de los setenta y comienzos de los ochenta, probablemente en el momento en que su imagen tenía más prestigio, empezó a producirse el declinar del modelo sueco. En parte se explica por motivos económicos. La deuda pública de Suecia se duplicó de 1972 a 1976 pero en 1986 se había multiplicado por seis sobre la cifra de diez años antes. Además, la subida de los impuestos hizo que el ahorro se refugiara en excepciones a las reglas donde apenas podía llegar el Estado; de ahí el surgimiento de movimientos políticos contrarios a los impuestos. El escritor alemán Enzensberger comentó que los ciudadanos nórdicos habían llegado a la conclusión de que el buen pastor -el Estado benefactor- se había vuelto loco. La decadencia del modelo llegó antes en el caso de Noruega y Dinamarca, mientras en 1975 los propios socialdemócratas suecos parecían considerarse un ejemplo para el mundo. A partir de 1980 el modelo empezó a quebrar en su imagen externa porque se pensó con frecuencia que estos países habían perdido capacidad de innovación; además, la expansión de la Seguridad Social sirvió para fomentar la detención del crecimiento económico. Desde 1989 a 1993 el sector público sueco tuvo un resultado de un 5% positivo y a partir de 1993 de un -12%. Forzando la comparación por críticos de derecha suecos se dijo que en el pasado 11 grandes empresas multinacionales se crearon en Suecia a comienzos de siglo pero sólo 4 desde 1945. Suecia y Suiza fueron ambas neutrales en las Guerras Mundiales; la primera dotada de más recursos que la segunda, habrían partido de un grado de desarrollo semejante pero la moneda las separó: con el paso del tiempo la corona valía seis veces menos en el caso sueco. En realidad, el modelo siempre fue discutido pero, al mismo tiempo, siempre ha sido también prestigioso: incluso en la URSS poscomunista lo apoyaba en los años noventa un 30% de la población. La crítica al modelo tuvo como consecuencia la aparición de nuevos partidos pero los propios socialdemócratas a partir de 1982 contribuyeron a rectificarlo al margen de turnarse con la derecha en el poder. En los años noventa los resultados fueron mejores. De lo que no cabe la menor duda es de que, al margen de los problemas que pueda tener, el "modelo sueco" sigue vigente en muchos aspectos. La idea de consenso, por ejemplo, ha seguido estando presente en materias relativas a las cuestiones sociales. Pero, además, el carácter de precursor que ha tenido el modelo nórdico desde el punto de vista histórico y cultural se ha continuado apreciando con posterioridad. En cierto modo puede decirse de él que en varios aspectos ha contribuido a la aparición de una nueva civilización. El ejemplo más manifiesto se refiere a la igualdad de la mujer. Dinamarca y Suecia introdujeron la sucesión femenina en la Corona a partir de 1979 mediante reformas constitucionales. En Suecia se introdujo ya en 1965 el delito de violación dentro del matrimonio; en 1991 se aprobaron leyes contra el acoso sexual y en 1995 fueron agravadas las penas. En caso de divorcio el Estado paga los alimentos del cónyuge que debe hacerse cargo de los hijos. Esta legislación ha contribuido a cambios en los comportamientos sociales: el seguro parental relativo al nacimiento de hijos es utilizado por el 10% de lo cónyuges varones. También en la aceptación de la multiculturalidad Suecia, con un 18% de inmigrantes y un periódico para inmigrantes redactado en 9 idiomas, presagia la civilización del futuro. De esta manera puede decirse que el modelo sueco (o nórdico) sigue existiendo aunque ya no sea exactamente igual al del pasado.
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La Europa central ofrece un buen ejemplo de un crecimiento poblacional que, para la época identificada con la cerámica decorada con cuerdas, finales del cuarto milenio y comienzos del tercero, lleva a la multiplicación de los asentamientos sin que ello reporte una concentración del poblamiento en unidades mayores, fenómeno que afectará, en el mismo sentido, a otras zonas de la Europa septentrional o a las islas Británicas. Esta situación se mantendrá a lo largo de casi todo el tercer milenio, ocupándose no sólo los terrenos más aptos para la agricultura, sino también nuevos terrenos ganados al bosque o en zonas marginales, en un fenómeno considerado como de colonización agrícola de nuevos y más variados medios. En contraste con este proceder, encontraremos cómo en el sudeste de Europa existe una tendencia a una cierta concentración de la población en algunos de los centros ya ocupados con anterioridad, de modo que se comienza a asistir al crecimiento de algunos asentamientos, mientras son abandonados otros muchos. Éste es el caso de la zona de Bohemia o Bulgaria, donde en el grupo de Baden y Vucedol se pueden encontrar yacimientos, como el propio Vucedol, donde se aprecia un desplazamiento del hábitat hacia colinas elevadas, altas terrazas fluviales, elevadas sobre el cauce de los ríos y mesetas, con el mantenimiento de algunos tells de ocupación anterior, al mismo tiempo que se siguen detectando pequeñas aldeas dispersas. Este cambio de ubicación de muchos poblados hacia zonas más elevadas es común a otras zonas de Europa oriental, como el sur de Polonia, donde también se evidencia una disparidad de tamaños entre yacimientos mayores y menores. Este fenómeno de diferenciación apreciable en los tamaños suele coincidir, en las zonas donde ello se produce, con la aparición de sistemas de fortificación a base de empalizadas y fosos, caso de Vucedol o Ezero. Este hecho se ha relacionado con la existencia de niveles de inseguridad, por un lado, y, por otro, como consecuencia de una jerarquización del asentamiento, lo que supondría la aparición de algunos centros mayores que, además de las murallas, muestran una cierta especialización en la elaboración de algunas artesanías o en el control de algunas rutas de intercambio, detectadas por la aparición de determinadas materias primas. Sin embargo, aunque algunos datos hayan podido venir a sustentar estas interpretaciones, como la organización interna del yacimiento de Vucedol, donde algún edificio tiene estructuras singulares y en cuyo interior se han encontrado tumbas con niveles de riqueza especiales en sus ajuares, no puede decirse que estemos ante un modelo extendido y concentrado poblacional y jerarquización de los asentamientos, expresado en especial por la aparición de murallas, puesto que también se han documentado yacimientos pequeños amurallados, o tumbas ricas en otras estaciones, donde también se reflejan netas diferencias entre ajuares. No podemos, con los datos disponibles, desarrollar un cuadro coherente de los sistemas de articulación territorial hasta época más avanzadas en el tiempo, pero parece evidente que algo está cambiando con respecto al modelo de los milenios precedentes. Los trabajos de Renfrew sobre las sociedades del Egeo en el tercer milenio a.C. permiten una mejor evaluación de esta variable. En primer lugar, el tipo de asentamiento dominante a lo largo del milenio puede considerarse pequeño, con una inmensa mayoría que no sobrepasaba las dos hectáreas y densidades variables que van de los cuatro asentamientos por 1.000 kilómetros cuadrados en Macedonia a más de 20 en las Cícladas, con cifras medias de 15 para Creta o Eubea, lo que arrojaría densidades de población estimadas de algo más de 200 hab/1.000 km2 para Macedonia mientras que Creta alcanzaría los 800 y las Cícladas los 1.500. Estos parámetros son sensiblemente más bajos que los estimados por el propio Renfrew para la isla de Malta. No obstante, cabría resaltar que entre estos asentamientos sobresalen algunos debidos a diferentes factores; por un lado, el de Cnosos presenta un tamaño muy superior al resto de los asentamientos del tercer milenio de la isla de Creta, y, por otro, el de Vasiliki posee un edificio de características singulares que recuerda la planta de los posteriores palacios minoicos. En el continente, Lerna tiene otro edificio en el interior de un espacio amurallado parecido al de Vasiliki, donde ha aparecido un importante lote de sellos de arcilla con motivos geométricos impresos, o Chalandrianí, en la isla de Siros, que posee una muralla bastionada que fue tomada por la investigación como el prototipo de las aparecidas en el Mediterráneo occidental durante el tercer milenio. En este mismo asentamiento, sus necrópolis han deparado considerables desigualdades en los niveles de riqueza de sus ajuares, con tumbas muy ricas, consideradas principescas y otras muy pobres. Algo similar encontramos en la mítica Troya II, donde Schliemann, en el siglo pasado, pudo excavar tumbas de gran riqueza, sin olvidar sus grandes edificaciones y sistemas de murallas, ya presentes en Troya I. En Anatolia pueden encontrarse otras ciudades amuralladas, como la fortaleza de Kultepe. Este registro ha permitido especular sobre una cierta jerarquización entre los asentamientos, que podrían convertirse en centros regionales o locales y ser el reflejo de un nivel de jerarquización social. El panorama del tercer milenio se modifica sustancialmente durante el segundo, incluso ya desde sus comienzos. En diferentes lugares de Europa, Balcanes, Cárpatos, Europa central, de Rumanía a Alemania Occidental, se asiste al nacimiento de lugares fortificados (Varsand o Barca), con fosos y murallas y la continuidad de otros anteriores, Toszeg y Monteoru, en los Balcanes, que en las áreas mejor conocidas como Eslovaquia se constituyen en centros de un conjunto de asentamientos más pequeños, no fortificados, conjuntos situados en zonas bien definidas por la topografía. Este modelo habla con claridad de una jerarquización entre asentamientos que proyectan sobre el territorio las características organizativas de la sociedad, que también quedan reflejadas en la distribución y complejidad de las necrópolis. Aunque este sistema no está documentado de manera generalizada, se ha supuesto, a partir de los casos conocidos, que un sistema de centros regionales, casi siempre fortificados, se debió extender por todo el solar del grupo Unetice y Túmulos, de la primera mitad y segunda del segundo milenio, respectivamente. Entre estos centros pueden citarse a Veselé, Spyseky, Sturtok u Homolka, recogidos por Champion, Gamble, Shennan y Whittle, a los que se les ha dado una explicación en relación con la complejidad social de los grupos que los habitaron, con un extendido recurso a la guerra que caracterizó todo el segundo milenio en Europa, deducido del alto nivel de armamento en bronce que se ha encontrado en las tumbas y la frecuencia del uso de fortificaciones. En Europa occidental, atlántica y mediterránea, la situación es desigual. Los conocimientos que se poseen sobre los hábitats correspondientes al segundo milenio, y, por tanto, de los grupos Wessex, Túmulos Armoricanos o Países Bajos, es prácticamente nulo, por lo que es imposible esbozar una aproximación al sistema de ocupación y explotación de estos territorios; la espectacularidad de sus enterramientos bajo túmulos, con ajuares de gran riqueza metálica que tienden a ir empobreciéndose a la vez que se sustituye el ritual de inhumación por la incineración, sugieren una ocupación que refleja una estructura social derivada de los sistemas funerarios, con el mantenimiento de los anteriores centros considerados ceremoniales, entre ellos las últimas fases de Stonehenge.
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Al iniciarse el siglo XVII, las relaciones internacionales seguirán manteniendo las mismas coordenadas que en el Quinientos. La Casa de Habsburgo, aunque separada en dos ramas, mantendrá una presencia hegemónica en todo el Continente, en cada uno de cuyos frentes tendrá intereses que defender. En el imperio continuaba la discusión sobre si el camino hacia un Estado fuerte y centralizado se realizaría en el marco imperial, con el emperador como soberano absoluto, o en el seno de cada uno de los Estados alemanes, quedando el emperador como mero título simbólico. Francia no perderá de vista el principal objetivo de su política exterior, la ruptura del cerco de los territorios de los Habsburgo, que le llevará a una serie de enfrentamientos directos o indirectos contra sus rivales. Las Provincias Unidas continuarán la búsqueda de su independencia, tanto de España como del Imperio. Inglaterra perseguirá convertirse en una gran potencia económica y comercial. En el área nórdica, Dinamarca y Suecia se disputarán la hegemonía en la zona con éxito para la segunda, sin que ni Brandeburgo ni Rusia puedan optar a una presencia relevante. En la Europa oriental, Polonia-Lituania mantendrá una presencia dominante, pese a todos los síntomas de decadencia, del mismo modo que el Imperio otomano, en plena crisis interior, continuará siendo el gran peligro por el Sur.
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A la edad de 16 años el joven Carlos hereda de su abuelo Fernando el Católico los estados de la Corona de Aragón: Cataluña, Aragón, Valencia, Baleares y las posesiones italianas de Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Ese mismo año se corona rey de Castilla, con lo que toma posesión de los territorios que ésta comprende: Castilla, Navarra, Granada, Canarias, colonias americanas y las plazas estratégicas de Melilla, Orán, Bugía y Trípoli. De su padre Felipe el Hermoso recibirá los Países Bajos y el Franco Condado. La herencia de su abuelo Maximiliano comprende la Corona Austriaca y la posibilidad de ser elegido emperador de Alemania, lo que sucederá en 1520. Frente al gran poder acumulado por Carlos se sitúan los reinos de Portugal, Francia e Inglaterra. Los Estados Pontificios y la república de Venecia supondrán un freno a su expansión por Italia. En el oriente europeo encontramos el reino Noruega y Dinamarca, el reino de Suecia, el de Polonia, el Gran Ducado de Lituania y el Imperio Ruso. El conflicto por el dominio en el Mediterráneo le enfrentará al Imperio otomano y a los reinos berberiscos del norte de Africa.