Kangxi (r. 1662-1722 fue el primer emperador de la dinastía Qing que, como tal, ocupara el trono imperial en Beijing. Gran estratega, dotado de una capacidad de comprensión práctica de los problemas particulares, supo dotar a su reinado de una cohesión interna capaz de asentarlas bases de un nuevo período. Temiendo perder el control sobre sus súbditos invadidos, limitó estrictamente la capacidad de la población china desde los funcionarios a los campesinos. Como símbolo externo de sumisión dictó leyes prohibiendo el matrimonio mixto entre chinos y manchúes, así como el uso obligatorio de la coleta para los chinos.
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Tras la muerte de Alejandro Severo, en el año 235, el ejército proclamó emperador a Maximino el Tracio. Durante su reinado se prefigura lo que va a ser, con pocas excepciones, el eje común a todos los emperadores ilíricos: un cursus honorum rapidísimo, una capacidad militar que le permitió concluir con éxito la campaña contra los pueblos germanos del Rin iniciada por Alejandro Severo y unas relaciones con el Senado marcadas por la mutua hostilidad y la falta de entendimiento. Al desprecio que este tosco emperador con oscuros orígenes de pastor podía producir en el Senado, se sumaba el terror a la confiscación de los bienes de muchos de sus miembros, temor que se confirmó como cierto. Los objetivos militares eran prioritarios y requerían de las riquezas que poseían los senadores y que a veces éstos escamoteaban a los agentes fiscales, como de la eliminación de todo lo que pudiera afectar al éxito de sus empresas. En este contexto, debe enmarcarse la persecución que Valeriano desató contra los cristianos de Capadocia. Su desafección militar en la época anterior a Constantino es un hecho conocido; fue muy elevado el número de cristianos, considerados mártires o santos por la Iglesia, que recibieron ahora una condena por su deserción militar. En el año 238, terratenientes senatoriales alentaron la revuelta de sus colonos y campesinos. En un ambiente en el que las clases bajas estaban acosadas por los impuestos y los bajos salarios, la revuelta se extendió con rapidez por Italia y Africa. Los senadores confirieron al punto el poder al procónsul de la provincia de Africa, Gordiano y a su hijo, que fueron eliminados por Maximino como parte de la represión de la revuelta de Africa. El Senado hizo aún otros dos intentos frustrados de nombrar emperadores, pero el fracaso de Maximino en el asedio de Aquileya, convertida en bastión de la resistencia, propició que su propio ejército lo asesinara. El nuevo emperador, Gordiano III, tenía apenas 13 años y fue una simple marioneta en manos de las cohortes pretorianas, cuyos prefectos (Filipo y Timasiteo) fueron los auténticos jefes del imperio. Ambos propiciaron la incorporación de godos en las unidades de caballería del ejército e iniciaron una expedición contra los persas (año 242). Gordiano fue asesinado mientras duraba la campaña y el prefecto del Pretorio, Filipo, llamado el Árabe en razón de su origen, pasó a sustituir a Gordiano como emperador. La tradición cristiana considera que Filipo fue el primer emperador cristiano de Roma; si fue cierto, el hecho es irrelevante: Filipo nunca expresó públicamente sus convicciones ni tomó medidas en favor de la Iglesia. Sus convicciones, cristianas o no, permanecieron en el ámbito de lo privado, sin repercusiones públicas. La proclamación como emperador de Decio (año 249), legado de Mesia y Panonia y senador, no puede explicarse, por tanto, en función de un enfrentamiento religioso o de una reivindicación de la religión romana frente al cristianismo. Las razones permanecen confusas en este ambiente de anarquía; tal vez no sea ajeno a ellas la influencia senatorial y los éxitos militares cosechados por Decio en sus provincias luchando contra los bárbaros. La voluntad de Valeriano, romano tradicionalista, de propiciar el apoyo a los dioses del pueblo romano, asolado por las constantes invasiones y por la propagación de una epidemia de peste, llevó al emperador a impulsar a los ciudadanos a participar en los rituales tradicionales. En tales circunstancias, el rechazo de muchos cristianos a participar fue interpretado como un comportamiento de traición y deslealtad al Imperio y dio pie a la persecución desatada contra ellos. Cipriano, obispo de Cartago, fue una de las víctimas. Cuando Sapor I saqueó Antioquía (año 260), Valeriano se encontraba entre los prisioneros del rey persa, en cuyos anales se señala: "El César Valeriano vino contra nosotros con 70.000 hombres... peleamos contra él en una gran batalla y prendimos al César Valeriano con nuestras propias manos... abrasamos las provincias de Siria, Cilicia y Capadocia, las devastamos y conquistamos, llevándonos a sus pueblos como cautivos". Este acontecimiento insólito, agravado por el hecho de que el sucesor, Galieno, hijo de Valeriano, no pudiera rescatar al emperador cautivo, marca patéticamente la culminación de una crisis. Entonces se revela la necesidad de concentrar el mayor número de fuerzas y de medios en Oriente, con el riesgo de debilitar el limes occidental. Así, incursiones de francos y alemanes traspasaron la frontera occidental del Rin y del Danubio (año 262) y asolaron la parte occidental del Imperio, llegando a penetrar en Italia e Hispania. En esta situación, el sentimiento de supervivencia y defensa del Imperio propició la usurpación de Póstumo, general de Galieno, proclamado emperador por los ejércitos del Rin. Su objetivo inicial no fue el enfrentamiento con Galieno, sino la expulsión de los bárbaros del occidente del Imperio y la reorganización de las fronteras y de la vida de las Galias. Los reiterados éxitos de Póstumo hicieron realidad su objetivo. En ese momento, Póstumo decidió que tal reorganización adoptase la forma de un Estado autónomo, llegando incluso a constituir un Senado propio y a emitir moneda. Pero la pervivencia de ese nuevo Estado fue breve. Póstumo, logrado el objetivo militar, no fue secundado en sus nuevos planes por el ejército que lo asesinó. Las Galias permanecieron varios años en un estado de anarquía política tal que sólo la voluntad militar de rechazar al enemigo común y preservar su romanidad logró que esa provincia perviviera. Un caso parecido se planteó en Palmira. El cautiverio de Valeriano desató las energías locales de resistencia al invasor persa con los propios medios, situación que fue después aprovechada por los ambiciosos jefes locales. Odenato y su esposa Zenobia organizaron la resistencia armada de Palmira en alianza con Roma: no sólo lograron rechazar las temidas incursiones sino controlar las rutas comerciales desde su ciudad hasta el Golfo Pérsico. Pero preservada la paz y la prosperidad de Palmira, Odenato se autoproclamó rey de reyes y gobernó la ciudad con total autonomía hasta la época de Aureliano, cuando Zenobia estaba decidida a aumentar su control sobre otras provincias romanas de Oriente, entre ellas, Egipto. Galieno había logrado una derrota aplastante sobre los bárbaros en Iliria y en el norte de Italia, propiciando además una remodelación del ejército para conseguir una mayor eficacia: la legión fue dividida en pequeños destacamentos; a lo largo de las fronteras, tales destacamentos fueron reforzados con unidades de caballería pesada que actuaba como fuerza de choque. Aumentó también el número de soldados, llegando a existir un ejército de cerca de 600.000 hombres. El costo que conllevaba el mantenimiento de ese enorme ejército repercutió en la degradación económica de amplias capas sociales. Galieno, al igual que la mayoría de estos pragmáticos emperadores, no pudo por menos que llegar al enfrentamiento con el sector senatorial, alejado de los auténticos problemas del Imperio y, por lo mismo, defendiendo soluciones de dudoso patriotismo y absoluta falta de solidaridad. Galieno no sólo prescindió de cualquier posibilidad de entendimiento con ellos, sino que los excluyó de los altos mandos militares, al transferir tales responsabilidades a los caballeros, verdaderos artífices de la defensa del Imperio (año 260). De los emperadores que sucedieron a Galieno, merece ser destacado Claudio el Gótico, llamado así en recuerdo de una importante victoria sobre los godos (año 269). Igualmente, Aureliano expulsó a los persas de las provincias orientales (año 263). Aureliano consiguió, además, reunificar el Imperio con el sometimiento del imperium Galliarum y del reino de Palmira. Las importantes victorias sobre los bárbaros tanto de Aureliano como de sus sucesores, entre ellos Caro, Probo, y Numeriano, fueron acompañadas de medidas de defensa para el futuro. El propio Aureliano rodeó a su capital con una muralla defensiva nueva y mejoró las condiciones de vida de la plebe de Roma. Y muchas ciudades provinciales, ante todo las de las fronteras, reforzaron igualmente su sistema defensivo. Las medidas tendentes a incentiva el cultivo de los agri deserti, tierras abandonadas, la abolición ocasional de deudas fiscales o las disposiciones adoptadas para sanear las finanzas del Estado, aunque tuvieran aplicaciones coyunturales, propiciaron las condiciones sobre las que se asentarán las reformas del brillante y decisivo emperador Diocleciano. Con los emperadores ilíricos se había alcanzado el culmen del poder militar, que había servido para garantizar la continuidad del imperio. Algunos historiadores modernos han llegado a preguntarse cómo fue posible que el Imperio no sucumbiese ante tantas dificultades. Tal vez la respuesta se encuentre en las palabras de un oficial de esta época: "He servido durante 27 años, nunca he comparecido ante un consejo de guerra por pillaje o camorrista. He pasado por siete guerras. Nunca me he quedado rezagado tras ninguno y jamás he estado en segunda fila en la lucha. Mi jefe jamás me vio titubear".
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Prud'hon, que dio muestras de su gran fuerza expresiva y del dominio de una viva plasticidad en sus cuadros alegóricos, escondía un talento lírico y una sensibilidad ingenua, en la línea del sentimentalismo romántico, que aflora en sus retratos. La emperatriz encarna aquí el candor y la melancolía de la mujer que no era. Está ausente la penetración psicológica en esta ambientación poética de la retratada, sentada en actitud meditabunda junto a un arroyo en un jardín paisajista. No en vano, Prud'hon fue el pintor favorito de Josefina.
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En el número 350 de Fifth Avenue, entre las calles 33 y 34, encontramos uno de los edificios emblemáticos de Manhattan: el Empire State Building, con una altura total de 443,2 metros -incluyendo los 62 metros de antena- y 102 pisos, a los que se accede por 1.860 escalones, aunque es más cómodo emplear alguno de 72 ascensores que nos permiten acceder a sus excelentes miradores de las plantas 86 y 102. En 1887 la familia Astor compra el terreno donde se emplaza el edificio y levanta el Hotel Waldorf Astoria. En 1929 el lujoso hotel era demolido; en medio de la Gran Depresión, Walter Chrysler (propietario de la Chrysler Corp.) y John Jakob Raskob (fundador de General Motors) se enzarzan en la carrera por levantar el edificio más alto del mundo. Una vez finalizado el Chrysler Building en 1930, Raskob eligió al arquitecto William Lamb, del gabinete de Shreve, Lamb & Harmon, para superar a su rival, diseñando un edificio en el estilo perpendicular de Eliel Saarinen, padre del también arquitecto Eero Saarinen. La excavación comenzó el 22 de enero de 1930 y el Empire State Building se inauguró el 1 de mayo de 1931, convirtiéndose durante 40 años en el edificio más alto del mundo, hasta la finalización de las Torres Gemelas. Fue todo un record de construcción ya que se empezó a erigir el 17 de marzo de 1930, levantándose 4 pisos y medio a la semana, por lo que se completó en un año y 45 días, en total, 7.000.000 de horas de trabajo, con un coste de 40.948.900 dólares (incluido el solar). Se utilizaron 60.000 toneladas de acero para la estructura, 930 metros cuadrados de mármol Rose Famosa y Estrallante para la decoración exterior y 27.900 m2 de mármol Hauteville y Rocheron para los vestíbulos de los ascensores y los corredores en las plantas de oficinas. El edificio tiene nada menos que 6.500 ventanas. El mástil para dirigibles del edificio (ahora base de la torre de TV) fue diseñado originalmente como torre de amarre para dirigibles (desgraciadamente, debido a varios intentos fallidos y a las condiciones del viento a 411 metros, la idea hubo de ser finalmente abandonada). En 1945 un bombardero B-25 chocó contra el piso 79 en medio de una densa niebla. En 1951, el edificio es vendido por los herederos de John J. Raskob por 34 millones de dólares al grupo dirigido por Roger I. Stevens. Al mismo tiempo, la compañía de seguros Prudential Insurance Company of America compra el edificio por 17 millones de dólares y firma un contrato de arrendamiento a largo plazo con los propietarios. En 1954, un grupo de Chicago dirigido por el Coronel Henry J. Crown compra el edificio por 51,5 millones de dólares.
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La llegada de los romanos a Emporion en el 218 a.C. supuso un cambio radical para la antigua colonia focea, la cual, a pesar de haber gozado con toda probabilidad de un estatuto de ciudad federada -lo que equivalía a detentar una teórica libertad de iure, que le permitió transformar su muralla a mediados del siglo II-, no es menos cierto que, de facto, la colonia focea hubo de aceptar con seguridad recortes a su soberanía, siendo sin embargo su mayor ventaja la de no estar sometida a tributación alguna. Por otra parte, al poseer la ciudad el único puerto de esta parte del Mediterráneo, pronto convertido en base naval por parte de la república romana, se transformó aquélla en el gran centro receptor y redistribuidor de los productos itálicos que el comercio romano vehiculaba hacia la Península, sobre todo durante el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra Púnica y la elevación de Tarraco al rango de capital de la Hispania Tarraconensis. Esta situación trajo de forma ineluctable la necesidad de establecer junto a la ciudad griega una implantación militar romana permanente, hecho éste que tuvo lugar con ocasión de la presencia en Emporion del ejército romano que al mando del cónsul M. Porcio Catón fue mandado a Iberia el año 195 con la finalidad de sofocar la gran rebelión indígena de la Citerior iniciada dos años antes. Este praesidium o propugnaculum, del que conocemos unos pocos restos de su pretorio, tales como un tramo de su muralla, las cisternas que le aseguraban el suministro de agua potable y una parte del empedrado intramuros, no sólo garantizó la paz y el dominio de Roma en este punto estratégico, el primero que los romanos poseían con seguridad en el extremo meridional del golfo de León, sino que se convirtió en un factor de romanización hasta el extremo de dar origen a una ciudad doble, de planta campamental -es decir, un rectángulo de unos 300 x 700 m de lado- poblada por itálicos e indígenas ibéricos, respectivamente, físicamente divididos por un muro, cuya eclosión tuvo lugar en los años que giran en torno al 100 a. C. Durante el siglo I y hasta la época de Augusto, Emporion y la nueva dípolis italo-indígena vivieron independientes la una de la otra, hasta que durante el reinado de aquél, ambas ciudades -tras conseguir, primero los indígenas y luego los griegos, la ciudadanía romana- se fusionaron en un único municipio, denominado a partir de entonces Emporiae, e integrado por gentes de estirpe itálica, ibérica y griega. A partir del siglo I d. C., tras la entera conquista de Iberia por Roma y la extinción del anteriormente floreciente comercio itálico, motivado por el hecho de que las provincias dejaron de ser importadoras-consumidoras para convertirse en productoras-exportadoras, Emporiae dejó de contar entre las ciudades más dinámicas de esta parte de la Citerior, de forma que, suplantada por otras ciudades emergentes, principalmente Tarraco, la capital provincial, pero también por Barcino, pronto empezó a languidecer en la mediocridad. A fines del siglo III, la decadencia llegó a tal punto que el municipio, demográficamente disminuido e incapaz de subvenir a los gastos de conservación de una ciudad tan extensa, desertó de su pomerium trasladándose sus ciudadanos a la antigua sede de la Paleopolis, lugar donde la vida municipal continuó inalterada hasta la desaparición del imperio, e incluso después, gracias a la eclosión de una sede episcopal que garantizó en épocas visigótica y alto medieval la continuidad histórica de la Civitas Impuritana, fórmula bajo la que aparece citada en los documentos conciliares de la época.