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obra
Emma Dobigny era una modelo que vivía pobremente en Montmartre, ganándose la vida posando para los jóvenes pintores. Quizá sea la modelo empleada por Degas en Malhumorados, destacando en este espléndido retrato por su belleza intimista. La figura aparece en primer plano, casi de perfil - como era habitual en el Quattrocento - con la mirada ausente y perdida. El rostro está perfectamente dibujado, consiguiendo la tersura de la piel, mientras que el vestido o el cabello dan muestra de una mayor soltura. El color azul ilumina el sonrosado rostro en el que destaca la tonalidad rojiza de los labios.
contexto
Al comenzar la ofensiva alemana en el sector de Kursk, en Moscú se desató una gran tensión e incluso un sentimiento de miedo. La noticia del ataque apareció en un largo artículo de "Estrella Roja", un artículo lleno de retórica y de nacionalismo: "Nuestros padres y nuestros antepasados hicieron muchos sacrificios para salvar a Rusia, su Patria. Nuestro pueblo no olvidará nunca Minin y Pozarskij, Suvorov y Kutuzov y los partisanos de 1812. Nos sentimos orgullosos de que la sangre de nuestros antepasados corra por nuestras venas y seremos dignos de ellos...". La batalla que se libraba en Turgenev era sin duda importante: de su éxito dependían muchas cosas. Desde el primer día aparecieron con claridad dos hechos importantes: los alemanes habían comprometido fuerzas enormes en la batalla y estaban sufriendo pérdidas sin precedentes. El comunicado del primer día decía: "Desde la mañana nuestras tropas sostienen obstinados combates contra las grandes fuerzas enemigas de infantería y carros que avanzan en los sectores de Orel, Kursk y Bielgorod. Las fuerzas enemigas cuentan con el apoyo de gran cantidad de aviones. Todos los ataques han sido contestados con enormes perdidas para el enemigo; sólo en algún punto, pequeñas unidades alemanas han conseguido penetrar ligeramente en nuestras líneas de defensa. Los primeros informes indican que nuestras tropas (...) han inmovilizado y destruido 586 carros enemigos (...) 203 aviones enemigos han sido abatidos. Los combates continúan". Aquellos 586 carros fueron lo que más les impresionó: nunca se había visto nada igual en un solo día.
contexto
Los señores de palacios y suntuosos sepulcros invirtieron su haber en fundaciones piadosas, levantadas con arquitectura pobre y ricas decoraciones. Pero la gran oportunidad no le vino con el trabajo proporcionado por los nobles, quienes sólo con dificultad podían ver cumplidos sus deseos, sino de la distinguida orden del Císter, cuya famosa abadesa Isabel de Mendoza le contrata en Valladolid el retablo mayor de Las Huelgas en 1613, bajo la presión de que debe entregarlo terminado en el plazo de un año. Bien organizado debía tener el taller este maestro para firmar ante notario que, de no cumplir dicho plazo, se quedaría con la obra, y esto cuando el proyecto requería nada menos que seis estatuas de tamaño natural, varios relieves, dos grandes escenas y un Calvario. Con gran celo y sin descanso tuvo que trabajar en esta obra de tan depurado misticismo que suscitó un sinfín de elogios entre los clérigos de la ciudad. También la popularidad de los propios cistercienses y de su santo patrono se expandió desde que Gregorio plasmara de modo tan convincente el Abrazo de Cristo a San Bernardo, una de sus obras maestras inspirada en la pintura de Francisco Ribalta. En la composición, dos masas verticales, que son el fundador de la orden y el Crucifijo, se funden en la equilibrada diagonal de los brazos. El acento emocional está en la naturalidad de sus gestos y facciones. En la madurez, en las obras anteriores a 1616, su estilo desarrolla aspectos manieristas tal como vemos en el desnudo del citado San Gabriel, de una perfecta e idealizada belleza formal. Una etapa muy productiva es la de estos años, momento de grandes obras y con capacidad para mantener sus aspiraciones de perfección en el trabajo. Los ayudantes, buenos artesanos, se someten a la dirección del maestro para sacar obras que en conjunto respondan a una unidad estética. Esto se refleja bien en el retablo de la catedral de Miranda do Douro (1610-1614, Portugal). En general lo más frecuente es que sean dos o más talleres los que se comprometan, con sus bienes, a terminar una obra de esta envergadura. Para este trabajo se asocia Fernández con Cristóbal Velázquez y un amigo, Juan de Muniategui; este último debió de hacer el diseño, porque se corresponde con su estilo de estructurar todo el conjunto en torno a un solo cuerpo, casi en función del tablero central. La mayor parte de la escultura la hizo Gregorio Fernández, de ella destaca el relieve de la Asunción de la Virgen, en presencia de los Apóstoles, donde es tan monumental la figura divina que su tamaño representa un valor por sí mismo. Otra parroquia, la de los Santos Juanes en Valladolid, le pide la escultura del retablo mayor, que había de trazar nada menos que Francisco de Mora. Es excepcional el proyecto porque entre los relieves no se intercala ninguna escultura. El trabajo fue tal que le debió ocupar alrededor de tres años, de 1613 a 1615. El cuerpo central, siempre el más importante, es el que parece haber esculpido el maestro y, en cambio, los laterales tienen una calidad bastante desigual. Mora basa el diseño arquitectónico en el orden y la claridad, en un equilibrio exquisito para conseguir la máxima armonía entre la escultura y la arquitectura. Una belleza rara de encontrar y que en los posteriores retablos de Gregorio Fernández no estará presente porque dominará, y con mucho, la escultura. En el mismo año de 1613 talla una serie de reliquias de busto para los jesuitas de San Ignacio en Valladolid, quienes después, hasta 1616, le pidieron hacer otras, para componer no un relicario -como habían pensado inicialmente- sino dos. Son santos agradables, singulares y cercanos a nosotros, en el sentido de que comienzan a plasmar rasgos naturalistas. Ya conocido entre los jesuitas, los de Vergara (San Sebastián) le encargan un San Ignacio (1614), la primera obra que hace para el País Vasco, y con ella inicia una serie de este santo hasta 1622, en que realiza uno para la iglesia de San Miguel de Valladolid. La humanidad de este visionario es sorprendente; de complexión menuda, algo bajo, seduce por la profunda tristeza de su mirada. Parece estar tomado de una descripción de alguna de sus biografías. La evolución del arte de Fernández se dirige hacia el efectismo: las telas son tratadas como finas láminas de madera, para conseguir un fuerte contraste de claroscuro y este recurso técnico de los pliegues será copiado por toda una pléyade de escultores del siglo XVII.
Personaje Literato Político
Empédocles será uno de los humanistas más importantes de la antigüedad. Su interés por la filosofía, la física o la poesía le llevaron a gozar de la estima de la mayoría de los estadistas de su tiempo, que le solicitaron ayuda en algunas ocasiones. Su habilidad retórica será muy estimada, viajando por la mayoría de las ciudades griegas exponiendo sus planteamientos. Para Empédocles existen cuatro principios fundamentales: agua, aire, fuego y tierra. Dos fuerzas contrarias y eternas son las responsables de la unión o la separación de los elementos: el Amor y el Odio. Gracias al Amor se tiende a la unidad mientras que el Odio generaría la acción contraria. El nacimiento y la muerte no existen ya que son los objetos los que surgen o acaban; los elementos primarios son eternos.
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Durante el siglo VI los dípticos de marfil estuvieron muy en boga para conmemorar algún acontecimiento destacado o resaltar la imagen imperial. Este es uno de los primeros ejemplares que conservamos del arte bizantino que durante mucho tiempo, perteneció a la familia Barberini, y de ahí que sea conocido como Díptico Barberini. Con un lenguaje cercano al helenismo, aparece representado un emperador a caballo -tal vez Anastasio o Justiniano, aunque las últimas teorías señalan a Zenón- con un claro intento de imitar la realidad. Bajo la figura ecuestre, aparece una figura alegórica ofreciendo frutos que representa a la Tierra, mientra que en la parte superior, una victoria alada porta la palma. Por último, tras la lanza imperial, se oculta un bárbaro ataviado al modo escita y ya vencido.
obra
Entre la obra más representativa del escultor figuran las estatuas de dos emperadores romanos, Honorio y Teodosio, realizadas para formar pareja con las figuras de Trajano y Arcadio ejecutadas por Felipe de Castro, todas ellas con destino a los pilares de la entrada principal del nuevo palacio de Madrid. Olivieri, que se había constituido en pilar angular de la fundación de la Academia de San Fernando, sentó las bases de un arte de horizontes amplios, sustentado en su formación italiana con G. Rusconi y la influencia francesa vivida en la escuela cortesana española. Su obra es la permanente constatación de una línea barroca atemperada realizada con habilidad virtuosa y un vínculo puntual a la modelística algardiana. A la categoría de monumentalidad se suma en esta obra la facultad inventiva individual del artista que sabe fundir en un cuerpo las excelencias de otros en un eclecticismo espontáneo e instintivo.