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Los Flavios se mantuvieron dentro de la política de Augusto de reducir los gastos militares. Vespasiano licencio a cuatro legiones tras la llegada al poder (IV Macedonica, XV Primigenia, XVI Gallica, I Germánica) para sustituirlas por sólo tres. Entre éstas se encontraba la reclutada personalmente por Galba en Hispania, que fue oficialmente reconocida como Legio VII Gemina y enviada al campamento donde permanecería hasta fines del Imperio, en el lugar de la actual ciudad de León. Para abaratar gastos militares, comenzó a ser más frecuente el reclutar soldados en áreas próximas a los campamentos; de esa medida se exceptuaban las poblaciones indígenas de la zona germana recientemente sublevada. En cambio, aunque no fuera más económico, las tropas pretorianas dejaron de proceder exclusivamente de Italia. En la política de búsqueda de rentabilidad, cuando los soldados no se encontraban enfrentados a conflictos bélicos, fueron empleados en la construcción de vías, puentes y otras obras públicas. La resistencia judaica había sido en gran parte domeñada por Vespasiano antes de ser emperador. Las operaciones militares romanas continuaron bajo las órdenes de Tito, quien recibió un ejército de unos 40.000 hombres. La toma de Jerusalén tuvo lugar el 70 después de un prolongado asedio, en el que los propios sitiados lucharon entre sí por defender o por entregar la ciudad a Roma. Si creemos a Flavio Josefo, judío y amigo de los Flavios, contra el deseo de Tito la ciudad fue sometida al saqueo y el Templo incendiado. Los prisioneros fueron llevados a Roma para la celebración del triunfo, sobre el que conocemos muchos detalles a través de las representaciones en bajorrelieve del arco de Tito. La legión X estableció su campamento en Jerusalén y muchos judíos pasaron a incrementar las comunidades que ya vivían dispersas por ciudades del Imperio. Si la toma de Jerusalén fue el símbolo del final de la resistencia judía, se mantuvo aún algún otro foco rebelde. Tito dejó el encargo de completar su obra a otros generales. El 73 era tomada Masada, la última plaza fuerte, con lo que se finalizaba el sometimiento total de este pueblo. La guerra judaica no hubiera tenido tanta importancia si se hubiera tratado del enfrentamiento con un pueblo simplemente nacionalista; la religión monoteísta dio fuerza al nacionalismo. Y los judíos del resto del Imperio siguieron siendo siempre vigilados por el poder romano. Como castigo e indemnización de guerra, los judíos se vieron obligados a pagar al Fisco el diezmo que destinaban anualmente al Templo. La guerra galo-romana será otro de los conflictos que se producirán en época flavia. La participación de las legiones germanas en la guerra civil del 68-69 trajo otras consecuencias. Julio Civil se levantó el 69 contra Vitelio, pero pronto se le unieron algunos pueblos galos y germanos, lo que dio un contenido nacionalista al ejército rebelde. Con tales apoyos, Julio Civil inició una abierta campaña contra las ciudades romanas o romanizadas así como contra el ejército romano, sobre el que tuvo algunos éxitos militares inicialmente. La situación llegó a ser grave hasta el punto de que Vespasiano tuvo que destinar ocho legiones para someter a los rebeldes. Al frente del ejército romano, Petilio Cerial terminó con la sublevación el año 70. El apoyo al levantamiento de algunos pueblos germanos dio el pretexto necesario para dirigir varias campañas en el área del Rin. Se inician el 73 y todavía el 92, Domiciano tiene que completar el sometimiento y la organización de estos territorios. Como consecuencia de estas campañas, Roma estuvo en condiciones de asentar fortificaciones en la margen derecha del Rin y de controlar los territorios situados entre éste y el Danubio, los Campos Decumates. El control conseguido finalmente por Domiciano fue tan eficaz que le permitió trasladar legiones del área renana para proteger mejor la frontera danubiana, sometida a incursiones frecuentes del rey dacio Decébalo. La guerra civil trajo también consecuencias graves para el dominio romano sobre Britania al encontrarse la isla desprotegida. Vespasiano nombró gobernador de Britania a uno de sus generales de confianza, Petilio Cerial, para que restableciera el orden en la isla. Con Petilio Cerial la revuelta fue temporalmente paralizada pero no se consiguió una estabilidad duradera hasta que Julio Agrícola fue nombrado gobernador. Este se mantuvo en el cargo desde el 77 al 84 y llevó a cabo no sólo el sometimiento de las tribus rebeldes sino la ampliación de los dominios romanos hacia el norte, hasta tierras bajas de Escocia.
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A lo largo de todo el reinado la política exterior fue quizás el objeto preferente de la atención del zar. Concurrían, en ese sentido, la misma formación militar del soberano y su fuerte sentido dinástico, que le llevaban a procurar el máximo prestigio de Rusia, a la vez que combatir toda amenaza a su concepto de autocracia, que se vería amenazado por cualquier peligro que se perfilase frente a su autoridad o la de cualquier soberano legítimo. De ahí su continuada voluntad de intervención en los asuntos de otros Estados, apenas mitigada por los consejos de su ministro de Asuntos Exteriores, Nesselrode.Para llevar a cabo esa activa política interior dispuso de un Ejército muy numeroso (en torno al millón de hombres), formado con soldados duramente adiestrados que tenían que cumplir veinticinco años de servicio.El Ejército estaba muy deficientemente entrenado y sólo parecían eficientes las armas de artillería e ingenieros. A ello había que sumar un alto grado de corrupción que aún lo hacía más vulnerable, aunque los rusos mantuviesen largo tiempo el convencimiento de que eran invencibles.Los primeros compases de la política exterior contribuyeron a fortalecer esa confianza ya que Nicolás I obtuvo los resultados apetecidos. Aún con reticencias por lo que tenía de atentatorio contra los principios del legitimismo, el zar trató de sacar partido de las debilidades del Imperio Otomano en su lucha contra los independentistas griegos. La Convención de Ackermann, en 1826, le permitió ejercer el protectorado sobre los territorios rumanos de Moldavia y Valaquia y, en alianza con Francia y el Reino Unido, derrotó a los turcos en la batalla naval de Navarino, en 1827. Los avances posteriores de los rusos en tierras danubianas y en la Transcaucasia se vieron consolidados en el Tratado de Adrianópolis (1829), en donde se reconoció la tutela rusa sobre los cristianos de los Balcanes y se reconoció el derecho de los barcos mercantes rusos a cruzar los estrechos del Bósforo y los Dardanelos.También fue victoriosa la intervención rusa en la crisis provocada por el afán independentista del egipcio Mohamed Alí. La intervención llevó a la detención de las tropas egipcias y, por el tratado de Unkiar-Skelessi, se estableció una alianza defensiva entre Rusia y el Imperio Otomano, a la vez que Rusia se aseguraba el cierre de los estrechos en el caso de conflicto bélico. El tratado marcó el punto culminante de la política balcánica rusa.Con todo, la atención política rusa estaba también dirigida a la Europa occidental, en donde Nicolás I recelaba siempre del rebrote de la revolución. Los estallidos de 1830 le hicieron concebir una intervención en Bélgica, en apoyo de la monarquía legítima, pero la concentración de tropas en Polonia provocó un levantamiento de los patriotas, en el que colaboraron antiguos colaboradores de Alejandro I, como el príncipe Czartoryski. La situación no se restableció hasta la toma de Varsovia por los rusos, en septiembre del año siguiente, que fue el inicio de una política de rusificación frente a la relativa autonomía disfrutada hasta entonces por los polacos.Las revoluciones de 1848 provocarían de nuevo la intervención de Nicolás I en apoyo de los gobernantes legítimos. Tropas rusas apoyarían a las imperiales austriacas frente a los húngaros, y a los otomanos en Rumania. Por otro lado, se acentuó la represión interna, como demostró la condena a muerte de 15 miembros del círculo de Petrachevski, entre los que se encontraba el novelista Dostoievski. Se trataba de un círculo de discusión de materias filosóficas y políticas, de orientación radical y fourierista. El indulto en el último momento pudo ser provocado por Nicolás con ánimo de dar ejemplo, pero dejó una sombría imagen de crueldad.
acepcion
Así se denominaba en la Grecia clásica a las asambleas que se celebraban en las ciudades. A ellas asistían varones adultos y nativos.
acepcion
Lugar donde se celebraban las asambleas de ciudadanos griegos, también denominadas ekklesia.
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Por José Ignacio de la Torre Echávarri Universidad Complutense de Madrid. INTRODUCCIÓN La imagen heroica de Numancia, la que ha llegado hasta nosotros a través del tiempo, es fruto de las numerosas interpretaciones que a lo largo de más de dos mil años nos han ido transmitiendo los innumerables autores que quisieron dejar constancia de lo que allí ocurrió; junto con las adaptaciones, unas con más acierto que otras, de aquellos otros que desearon rendir homenaje a los protagonistas de la gesta. No obstante, Numancia se transformó en mito casi paralelamente al desarrollo de los acontecimientos, ya que fueron los propios escritores greco-romanos los que engrandecieron, con sus comentarios, la historia de la ciudad celtibérica, provocando que en los siglos posteriores se fuese generando una imagen mítica, qué, derivando en parte de la legitimidad histórica, se distanció de la realidad arqueológica del olvidado yacimiento. Esto llevó a que Numancia alcanzase el reconocimiento y la admiración universal, haciendo que interesase, sobremanera, un relato al que se fueron incorporando determinados aspectos que acentuaron su dramatismo y su epopeya. De esta manera, se creó una historia en la que se destacó, no sólo lo trágico y lo heroico de su hazaña, o la resistencia y el amor a la libertad de los numantinos, sino, sobre todo, determinados "valores espirituales" que llegaron a extraerse de su gesta a modo de moraleja: lo que de victorioso puede llegar a tener tan trágico Final, la lucha del débil contra el fuerte, y la consideración de su pundorosa lucha, como veremos más adelante, con intenciones patrióticas características y definidoras del "espíritu español". Al mismo tiempo, esto llevó a no prestar atención, o incluso a reescribir, algunas noticias acerca de la realidad histórica, dependiendo de los autores y, sobre todo, del momento político en el que se reinterpretaron los datos. Así, difieren notablemente de unos escritores a otros determinados detalles como la duración de la contienda y del asedio, el número de combatientes, la existencia de murallas, o la presencia o no de supervivientes. Tanto en las crónicas y manuales de Historia de España, como en los libros de texto y cartillas escolares, Numancia siempre ha ocupado un lugar preeminente a la hora de narrar las grandezas de nuestra Historia Antigua. Ahora bien, no hay que creer que se trata de una invención o monopolio de las cartillas con las que se educaron nuestros mayores en la escuela nacionalcatólica, ni mucho menos, sino que un siglo antes, en pleno apogeo de los nacionalismos románticos, se dieron estos mismos parámetros, que a su vez fueron heredados de la reacción nacional contra la invasión napoleónica, y más aún, estaban enraizados con la tradición historiográfica anterior proveniente de los tiempos de la Ilustración. LAS ENSEÑANZAS DECIMONÓNICAS A comienzos del siglo XIX se va a producir la invasión napoleónica de España. Esto va a suponer una fuerte reacción nacional contra las tropas francesas. Los mensajes que hasta ese momento había aportado Numancia de heroísmo, resistencia y amor a la libertad, ya tratados durante la Ilustración española, se verán ahora incrementados con otros de tintes nacionalistas, sobre todo a nivel popular. Podemos rastrear el conocimiento que la población tenía de Numancia gracias a las coplillas y pintadas que en los pueblos españoles aparecían contra los franceses, y que fueron recogidas a mediados del siglo XIX por el Conde de Clonard: Escucha, Napoleón,/ Si como fiel aliado,/ Tus tropas has enviado,/ Hallarás en la nación/ Amistad y buena unión;/ Si otro objeto te guió,/ Humando no se rindió,/ Numantinos hallarás,/ En España reinarás,/ Pero sobre españoles, no. Numancia va a suponer una identificación por parte de la población, no sólo soriana, sino a nivel nacional, y los numantinos van a pasar a ser vistos como modelo paradigmático de heroísmo y resistencia. Pero además, va a verse aumentado el mito y el dramatismo que de por si tenía la historia, convirtiéndola en un hecho irrepetible en el tiempo e inalcanzable para la mayoría, ya que lo más admirable, a los ojos de la gente y de los autores de la época, es que otras páginas similares en la historia de España, como Gerona y Zaragoza, que también padecieron sitios, no pudieron emular el fin de la hazaña numantina. El numantinismo se convierte así en el "espíritu nacional", en el carácter propio de los españoles, lo que definía a una raza, y esto es lo que se va a transmitir durante generaciones en las escuelas. A partir de mediados del siglo XIX, en las Historias de España que van a escribirse, Numancia va a aparecer definida como "Inmortal", y cada vez se va a hacer más patente su consideración como "gloria nacional", "sepulcro de Roma", "segunda rival de Roma", y "Terror del Imperio", recalcando en la mayor parte de los casos el hecho de que "no se atreviese un romano a mirar cara á cara aun un numantino, y de no haber en Roma quien quisiera alistarse para hacer la guerra en España" (Manvelsales 1887), y es que "Numancia imponía tal respeto á sus enemigos que no se atrevían á nombrarla y nadie quería combatir contra un pueblo que había hecho frente a tantos y numerosos ejércitos (....) Roma vio humilladas sus águilas ante los muros de una pequeña ciudad de la Celtiberia... (Clonard, 1851). "De este modo sucumbió la inmortal Numancia, no vencida por sus enemigos, sino á manos de sus propios hijos, (...) quedando así su memoria para eterno baldón de Roma, y para gloria inmortal de los hijos de Iberia" (Calonge,1855). Estos rasgos que serán posteriormente recogidos por los libros de texto como mensajes para inculcar a los estudiantes en las escuelas sentimientos patrióticos, mediante la exaltación del pasado glorioso, abogando por un nacionalismo con base histórica. No hay que olvidar que la historia nació en el siglo XIX como una disciplina encaminada a la educación cívica, y en el caso de España, al igual que ocurrió en otros muchos países con la intención de emplear el pasado para apoyar el orden social establecido, así como para crear una conciencia nacional y una sensibilización patriótica. Por eso, desde época romántica fue asignatura obligatoria en la educación mostrando lo que era patrimonio común y lo que había contribuido a configurar lo español. Con esta finanalidad aparecerán los primeros libros de texto que van a ejercer una importante labor pedagógica y van a contribuir a la difusión social de los hechos históricos que más interesan destacar. En el caso que nos ocupa, durante la época romántica se está empleando la historia de Numancia para divulgar las ideas políticas a través del arte, -esculturas, grabados y pinturas-, de la literatura y en las Historias de España; a partir de ahora también se hará a través de la enseñanza en los manuales escolares, seleccionando su historia para ilustrar los valores del presente y del futuro que se desea. En este sentido, los libros escolares de la época van a interesarse por presentar a Numancia como "el sepulcro de las legiones romanas" (Palluzie y Cantalozella 1886), y el libro de Callejo Fenández (1886) enseñaba que "Numancia se convirtió en una plaza de héroes: antes que los romanos lograran formalizar el cerco, fueron acuchillados y destrozados completamente por los valerosos numantinos". Y toda vez que la situación era ya irreversible "No quedaba a aquellos héroes más recurso que humillarse o morir, y prefirieron lo último, lanzándose al campo enemigo y sembrando la muerte al recibirla". Termina el relato de Numancia comparando su trágico final con el de Sagunto: "Imitando la conducta de los saguntinos, los habitantes de Numancia mataron a sus mujeres e hijos y dieron fuego a la ciudad, a los quince meses de sitio y muchos años de guerra." De esta forma, Numancia "hizo patriótico holocausto", rindiéndose "por fin al hambre después de ser teatro de la matanza de las mujeres y de los niños que sus defensores libraban así de la esclavitud" (Oliveira, 1894). Hay que reseñar, que es en estos momentos, cuando el pintor Alejo Vera realiza la obra "El último día de Numancia" (1881), -adquirido por la Corona y expuesto hoy en día en la Diputación Provincial de Soria-, que será la imagen que la sociedad tenga de Numancia, ya que será reproducido para ilustrar la mayor parte de libros de historia empleados en las escuelas como ejemplo histórico del amor patrio a la libertad y a la independencia. ANTE LA CRISIS DEL 98, NUMANTIMISMO. A finales del siglo XIX en España van a vivirse años de "desastre". Nos encontramos en las postrimerías del Imperio colonial español, provocado por la pérdida de las últimas posesiones en Ultramar. Para los intelectuales españoles de la época estábamos ante el culmen de la decadencia española, por eso, como respuesta a la grave crisis de identidad que se padecía en el país, van a levantarse voces regeneracionistas y tradicionalistas preocupadas por los problemas que se ciernen sobre España, abogando por la necesidad de reconstruir nuestra cultura. Este hecho, hizo que se diese el clima propicio para el cultivo de ideales patrióticos, máxime cuando, a partir del año 1902 accedió al trono Alfonso XIII, iniciándose con él el periodo de la Restauración monárquica, que hará imprescindible la necesidad de reforzar la idea de unidad nacional, de la grandeza de la patria y de reafirmar la resistencia contra todo lo exterior, que perdura como consecuencia de las reacciones derivadas de la crisis del 98. Los tradicionalismos reflejarán su preocupación por España mediante la exaltación de las glorias pasadas que pudiesen llevar a inspirar a la sociedad y a sacar al país de la situación de crisis en la que estaba sumida. Ahí entrará de nuevo en juego Numancia, junto con otras referencias nacionales que encarnaban valores patrios como Viríato, el Cid o el Quijote. Arambilet escribía en el año 1904 que: "En estas postrimerías de la decadencia española, la grandeza y el heroísmo de Numancia perduran, sirviendo de estímulo constante a los defensores de la integridad nacional, que no vacilan en derramar su sangre e inmolar sus vidas en el sacrosanto altar de la Patria, en holocausto de su libertad e independencia". En éste mismo sentido Joaquín Lillo se preguntaba en El Avisador Numantino (24 de Agosto de 1905) ¿Qué hay en Numancia que la hace invencible? ¡Ah! Una sola cosa: patriotismo ese gran pueblo, Numancia el santo y seña que guiará después a todos los redentores de pueblos, á todos los apóstoles de la idea, a todos los salvadores de razas". Pero se trataba sólo de un empleo de Numancia desde el punto de vista ideológico, ya que, al mismo tiempo, el yacimiento aparecía aletargado en el olvido. Esta situación de aban-dono será denunciada por Saavedra en varias ocasiones, en 1899 demandaba que: "Será muy oportuno que la Comisión de Monumentos comunique a la Academia lo que ocurre en Numancia (...), puntualizando si es posible, los desperfectos que se han originado..."; y dos años después volvía a insistir en la Academia de la Historia diciendo que "ya no quedaba nada de lo descubierto y que se estaba pagando un censo inútil; y que en todo caso convenía llamar la atención del Gobierno acerca del asunto...". Aún así, esto no restaba importancia a Numan-cia, antes tocio lo contrario, hacían meditar sobre la miseria de la situación en la que se encontraba el yacimiento y la grandeza de su significado, ya que al mismo tiempo se estaba empleando a Numancia como símbolo para reafirmar la nacionalidad española. Por ésta época se llevó a cabo la inauguración de uno de los monumentos conmemorativos en el yacimiento (1905), lo que fue empleado también para recordar lo que Numancia, con su gesta, "había aportado" a la historia nacional: "el monumento erigido en aquellas soledades está destinado a perpetuar el más sublime ejemplo de abnegación y sacrificio en aras de las ideas de independencia y Patria" (...)."A medida que fue afirmándose y agrandándose la nacionalidad española, se afirmó y creció la significación de la epopeya numantina" (Vera 1906); y ayudó a que resurgiese la idea de reanudar las excavaciones en Numancia: "Numancia tiene ya su monumento; pero los restos de la dudad insigne yacen aún, casi en su totalidad, sepultados bajo la capa de tierra que el obrar de los siglos las vicisitudes y hasta la incuria de los hombres han hecho que se acumularan allí", y el rescatar estos restos constituía para Gómez Santa Cruz (1914) una "aspiración nacional", ya que "la gloria de Numancia, que es la gloria de esta Patria, que siempre fue grande y a la que todos nos debemos". (Joaquín de Cirio, 1905). Este patriotismo, del que se hicieron eco tanto la opinión pública como los investigadores de inicios del presente siglo, también tendrá reflejo en los manuales empleados en las escuelas españolas. Por ésta época se enseñaba que "De rodillas deberíamos invocar los nombres de Sagunto y de Numancia", ya que "los numantinos pelearon como leones", siendo Numancia durante años "el cementerio de Roma". Concluyendo al final que "los numantinos murieron ó se mataron" para que de ésta forma ninguno fuese "cogido vivo para ser esclavo" (Benejam 1914),y todo debido a que el carácter de "nuestros heroicos antepasados", "heroicos patriotas hispanos" u "honorables hispanos" que habitaban en "el corazón de España en lucha contra el Imperio latino" ó en "esa Castilla que debía ser centro del mayor Imperio de la tierra quedaba un núcleo de audaces y valientes guerreros dispuestos a morir antes que ser esclavos de Roma" (Marull "Sagunto y Numancia). La finalidad de estas lecturas históricas de Numancia estaba en dejar constancia de que "Así acabó la heroica Numancia, con igual Honor y abnegación que Sagunto; Roma dominó a España, pero el patriotismo y la heroicidad de los españoles no quedaron extintos", para de éste modo poder hacer proyección histórica del hecho y extraer una moraleja patriótica que era lo que se buscaba: "la Historia de España ha registrado, con posterioridad a la gesta de Numancia, otros muchos hechos de análoga grandeza. Dios quiera que nuestro pueblo jamás pierda esas características; ello será garantía de que nuestra España perdure en la Historia como ejemplo de los pueblos, y sus hijos puedan sentir el noble orgullo patriótico que supone el inapreciable título de españoles", y así termina el relato de una de las "grandes gestas de nuestra raza" (Marull: "Sagunto y Humando"). Vemos incluso como el afán de patriotismo lleva incluso a criticar los conceptos y alusiones que los propios autores clásicos hacían de los numantinos acerca del grado de barbarie de los mismos, dejando claro que lo que subyace la idea de enaltecer lo hispano. Así, aunque sólo hubiese sido por demostrar el hecho de "cuan injustificado estaba el nombre de bárbaros con que los romanos designaban a los celtíberos", para Gómez Santa Cruz (1914: 83) hubiesen sido necesarias las excavaciones en Numancia. En este mismo sentido, la Comisión Española de Excavaciones llegó a decir que era imposible que fuesen unos bárbaros los que pudieron comer en las lujosas vajillas numantinas. No obstante, casi al mismo tiempo se alzaron voces regeneracionistas que se mostraron contrarias a que las jóvenes recibiesen en las escuelas una idea idílica de nuestra historia. Paladín de esta posición fue el regeneracionista Joaquín Costa, quién llegó a decir: "Deshinchemos esos grandes nombres: Sagunto, Numancia, Otimba, Lepanto, con que se envenena nuestra juventud en las escuelas, y pasémosles una esponja", cansado ya de una historia reconstruida a partir de intereses ideológicos particulares, quedando el verdadero trasfondo histórico en la base. Hemos visto como los libros de texto habían sido empleados para concienciar y pre-parar a los estudiantes para el futuro a través de una serie de lecciones útiles tomadas del pasado de España. A partir de la Dictadura de Primo de Ribera (1923), y posteriormente, con el Régimen Franquista, esto se acentuará, haciendo que las interpretaciones que se hicieron del hecho histórico de Numancia lo fuesen a partir de una serie de intereses ideológicos concretos. Durante la Dictadura de Primo de Ribera, Ruiz Romero (1926) escribió el libro de texto La raza, en el que calificaba ésta como constituyente del factor espiritual más importante en toda civilización, y junto con el suelo y el clima, se hallaba representada en España por un conjunto de pueblos de los que, cada uno, dejó, indeleble, en la tierra hispana sus caracteres peculiarísimos, de tal modo, que en el pueblo español se ven reflejados, en forma patente, aquellos rasgos más salientes por los cuales se distinguieron. Dentro de éstos rasgos convenía resaltar el "amor a la patria" que habían demostrado los numantinos, además de hacer hincapié en los escolares en la definición de Numancia como "el terror de la República" (Asensi, 1929). En el siguiente periodo histórico, la II República, las enseñanzas transmitidas son ahora menos pasionales, sin aludir al patriotismo en la acción de los numantinos: "antes de entregarse, tomaron la resolución horrorosa por lo sublime, de incendiar la ciudad y darse la muerte en presencia de romanos, para quitarles la gloria del triunfo" (Solana: 1933), conocimientos que pueden resumirse en estos dos versos de el Padre Isla también recogidos por los libros de la época: Numancia. Horror de Roma fementida, más quiso ser quemada que vencida. No ocurrirá lo mismo durante la Guerra Civil española, ya que durante la contienda la de un España Republicana si que abogará por hacer uso de Numancia, si bien no como ideal del patriotismo español, sí como ejemplo de resistencia heroica de un pueblo ante "la amenaza poder imperial". De ésta forma Alberti rescató la obra de la "Destrucción de Numancia" de Cervantes, realizando en 1937 una versión de la misma en el teatro de la Zarzuela, utilizando el tema numantino para animar a todos los que defendían la España republicana mientras las tropas de Franco cercaban Madrid. Numancia, con su resistencia, se convierte en algo más que un símbolo, con claros tintes políticos, ideológicos y psicológicos, es el mejor ejemplo del no pasarán, convirtiendo el drama de Cervantes en un instrumento movilizador de masas, aunque no se correspondería con las bases mismas sobre las que la obra fue construida por su autor. NUMANCIA EN LAS ENSEÑANZAS FRANQUISTAS La interpretación de la Historia en época franquista no es en algunos casos radicalmente distinta de la idea de historia del siglo XIX, ya que muchos de sus postulados fueron construidos sobre fundamentos basados en la tradición historiográfica decimonónica. No obstante, no cabe duda de que las enseñanzas nacionalcatólicas exageraron y manipularon los hechos históricos en su propio interés, con un nacionalismo extremo, surgiendo historias distorsionadas, y en ocasiones enriquecidas, con la intención de mostrar mensajes de patrióticos a las juventudes. De hecho, en los primeros años de la etapa franquista, Luis Ortiz Muñoz (1940) advertía sobre la necesidad de controlar la educación en las escuelas como forma de transmitir los conceptos patrióticos a las generaciones futuras, y como único modo de contrarrestar las enseñanzas transmitidas por la educación laica de la época republicana: "(...) no triunfará la nueva España si no conquista la Escuela". De este modo, los libros de texto son escritos "para que las almas infantiles se eduquen ya, siempre, en el amor noble y puro a la gran Patria española". "El valor de la historia en la formación del espíritu del niño. Sobre todo desde el punto de vista patriótico y moral". El resultado del planteamiento expuesto anteriormente queda reflejado en los libros escolares, aunque ya un poco antes, durante la Guerra Civil, Pemán (1938) escribiría un libro que iba a ser, según él; "texto oficial para las escuelas públicas de la Nación", y en el que se daban las consignas que habían de ser seguidas por los maestros para hacer "que los niños futuros tomen definitivamente partido por España". Procurando con esto "sobreexcitar y utilizar esa gran fuerza infantil, hasta ahora tan desaprovechada en España, que es el entusiasmo y la facilidad para "tomar partido...". Entre los hechos gloriosos y contagiosos que debían enseñarse a los niños estaba la historia de Numancia: "Tocarla (aludiendo a las campañas romanas en la Meseta, en la Castilla de después) era como tocarle a España el corazón"; y se resaltaba el lado dramático: "En Numancia, el hambre era tal, que los defensores llegaron en algún momento a comer la carne de sus compañeros muertos"; mientras se dejaba de lado la realidad histórica que parecía no tener tanta importancia, produciéndose errores e imprecisiones en los datos históricos, como por ejemplo en algo que podría parecer tan sencillo como la duración de la contienda: 9, 10, 11, 12 y hasta 14 ó 18 años duró la guerra Numantina, así como la duración del asedio de la ciudad que para García Tolsa (1954) llegó a durar hasta cuatro años, poniendo de manifiesto que de lo que se trataba era de resaltar en los libros el valor, el coraje, la resistencia de los numantinos, el amor a la libertad y a la Patria, y el destacar que los antiguos españoles, personificados en los numantinos, no podían ser considerados ni "brutos ni salvajes", o es que "acaso aquellos héroes de Numancia, hicieron su comida de carne humana, en una vajilla pintada artísticamente con pájaros y flores", palabras que recuerdan totalmente a las empleadas por la Comisión Española de Excavaciones treinta años antes. Ahora bien, seguía siendo más importante dejar constancia de que Numancia, con su ejemplo, había servido de estímulo para las tropas nacionales durante la Guerra Civil: "El germen de heroísmo empleado por nuestros soldados en Oviedo, Belchite, el Alcázar de Toledo, etc., hay que buscarlo en Numancia. Entonces, como ahora, el español no se asustó por el número y armamento de sus enemigos" (Trillo 1942), acompañando ésta lectura con el recordatorio de que tanto antes (siglo II a. C.), como ahora (en la época franquista), ¿España, grande! ¡España, Libre! (Serrano del Amo, 1950). Y hasta tal punto se reconocía lo que Numancia había aportado a la patria con su gesta, que en la letra del himno a España realizado por Eduardo Maquina, en su tercera estrofa se decía: ¡Viva España! La Patria con Numancia / decidió morir / ¡y España es inmortal!... En ésta misma línea, otros libros de texto explicaban que: "Sí alguna vez el temperamento de una raza se ha demostrado hasta extremos aparentemente sobrehumanos, esta fue la lucha de los numantinos por defender sus ideales de independencia con bravura sin precedentes" (Ballesteros, 1942); por que "los celtíberos fueron gente noble y amante de la libertad... Para ellos, como para todos los españoles buenos patriotas, el morir luchando por la patria era un honor" (Martí Alpera, 1955J.Y en el texto de Maíllo (1942) se indicaba que: "cuando entraron en la ciudad las tropas romanas, sólo hallaron en ella ruinas, cenizas y cadáveres, muestras preciadas del estoico valor y el amor a la independencia de la noble raza española, que prefiere la muerte a perder la libertad y el honor. Los escombros y restos gloriosos de Numancia son un monumento imperecedero al heroísmo y bravura de las gentes de España". Al mismo tiempo, en algunos de estos libros se recordaba también, ¡unto al patriotismo, lo mucho que la provincia de Soria debía a Numancia, ya que: "Soria, en suma, es una reliquia, viviente por un milagro histórico, que inspira el respeto de las cosas venerables del pasado. Porque Soria es también la heredera de la histórica Numancia y el mismo Duero, que lame los muros de la vieja ciudad, fue testigo del sacrificio sublime e insuperable de los numantinos en aras de la lealtad, del patriotismo y de la independencia sacrosanta de la Patria (Ventanal de España, 1949); y en el resto de esos libros escolares, destinados a anunciar las maravillas que guardaban las distintas provincias españolas, siempre, al hablar de Soria, la protagonista era Numancia y su gesta, e inclusive en la obra Viajando por España (1943) se formulaba la siguiente pregunta: "Y ¿no se les pegó a los sorianos algo del espíritu rebelde y enterizo de los numantinos?, a la que se contestaba: / Ya lo creo!", por qué, según el Libro de España de Edelvives (1954), en la provincia de Soria se protagonizó "una de las mayores glorias de la Patria". "Allí estuvo la ciudad heroica, espanto de la poderosa república romana"(....) dando su postrer aliento por la independencia de la patria. Ved aquí un ejemplo inaudito de valor, de fiereza, de tenacidad y de amor a la patria". Por último, indicar que, toda esta historia que acabamos de narrar, la historia del mito, la historia de la ciudad, la historia de su símbolo ideológico, la historia de los trabajos de investigación; en suma, la Historia de Numancia, ocurrió, como todos ustedes conocen: "cerco de Soria, junto al padre Duero, que arrulló con el murmullo de sus aguas el nacimiento y desarrollo de Castilla, en dónde se alza una colina, sobre cuya cima un sencillo obelisco proclama que allí estuvo emplazada la ciudad de Numancia" (Maillo 1942). A MODO DE CONCLUSIÓN A la vista de todo lo expuesto, parece claro que Numancia ha sido considerada siempre como algo más que un yacimiento arqueológico, o que una simple ciudad celtibérica que opuso tenaz resistencia a las pretensiones romanas de conquista, ya que el mito que nació tras su destrucción, en el 133 a.C, lo hizo siguiendo ya entonces un camino diferente del que pudiéramos pensar como puramente histórico. También hemos podido observar como el contenido de esta Historia de Numancia ha sido casi siempre selectivo, así, se ha tendido a magnificar la gesta en favor de numerosos intereses ideológicos, políticos y sociales, que llegaron a convertir a Numancia en un símbolo nacional y transformaron su nombre en un mito. Por eso, no es de extrañar que la lucha de Numancia haya venido empleándose durante los últimos dos milenios como si su intención hubiese ido más allá de la defensa de su propia independencia ante la romanización, como si su existencia hubiese sido también necesaria para definir, desde el siglo XIX, los ideales románticos de unidad e identidad nacional, e incluso diversos nacionalismos; a la vez que ha servido para rastrear la "esencia" castellana y española en el "inicio de los tiempos históricos", desde las perspectivas ideologías más variadas. De esta forma, vascoiberistas, liberales, tradicionalistas, regeneracionistas, republicanos, monárquicos y franquistas, entre otros, se valieron de las "enseñanzas numantinas" para sus propios propósitos aleccionadores. BIBLIOGRAFÍA ASENSI, P.F. (1929): Compendio de Historia de España, Valencia. BENEJAN, J. (1914): España. Sobre su Historia. Imp. y Lib. Vda. de S. Fabregues, Barcelona. CASTRO, F. 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Los orfebres otonianos continuaron manteniendo las formas principales de su arte tal como habían sido realizadas en la tradición carolingia. Cruces de pedrerías, cajas relicario con figuras, encuadernaciones de libros y todo tipo de objetos litúrgicos siguen adoptando los mismos modelos. Sin embargo, un número reducido de obras, adoptando otras experiencias plásticas sobre materias, presentan un deseo de búsqueda de formas de un arte que pretende la monumentalidad. Entre éstas, ocupa un lugar de honor el gran Antependium de Basilea, actualmente conservado en el Museo Cluny.Este frontal de altar recuerda por su composición el que donó Carlos el Calvo a Saint-Denis, que conocemos por representaciones pictóricas. Es una obra de oro, realizada hacia 1020, entregada por Enrique II a la catedral de Basilea. Bajo cinco arcadas, la central más ancha y alta, se representa a Cristo entre tres arcángeles y San Benito. A los pies de Cristo, la pareja imperial, insignificantes en su tamaño ante la grandeza de Dios, siguiendo fórmulas iconográficas de cierta significación feudal que ya hemos referido. Las figuras sobresalen del fondo en un enérgico relieve que resalta la plenitud de sus volúmenes. Como se ha indicado reiteradas veces, nos encontramos aquí con un sentido de la monumentalidad que debe considerarse plenamente románica. Juntamente con la Pala de oro y una Cubierta de evangeliario, de Aquisgrán, constituyen un grupo de obras afines, de las que se tienen muchas dudas sobre su lugar de fabricación, barajándose entre otros nombres, Fulda y Maguncia.
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Engelbert Dollfuss, que había nacido en Texing, en la Baja Austria en 1892, en una familia campesina católica, había realizado estudios de Derecho, hizo la guerra como oficial de las tropas alpinas y fue más tarde secretario de la federación campesina de su región de nacimiento. Esta especialización suya y su militancia en el partido católico le llevaron en 1931 a la cartera de Agricultura y, tras la crisis de mayo de 1932, sucedió al canciller Burech al frente del Gabinete ministerial. Tanto las encíclicas del Papa León XIII como el ejemplo fascista eran la base de su pensamiento y de su práctica política. Dos acontecimientos vinieron a precipitar entre los años 1932 y 1933 este específico austrofascismo, bautizado más adelante como Estado corporativo cristiano: la imposibilidad de una acción parlamentaria a consecuencia del enfrentamiento y ataque de partidos enemigos y la expansión del nacionalsocialismo en el campo austriaco. Cuando se hizo imposible la coalición entre socialdemócratas y socialcristianos, y a falta de una opinión pública autónoma debidamente informada y formada, al canciller no le quedó otro camino o solución que el Gobierno autoritario, a partir de su propio partido, que intentó renovar mediante la creación de ciertas formaciones militantes, como las Cuadrillas de Acción Austriaca o la misma Guardia Patriótica, muy útiles en la lucha contra el nacionalsocialismo interno y exterior, pero también muy convencidas de un antimarxismo tan radical que implicaba la aniquilación de la misma socialdemocracia. El austrofascismo, por tanto, a partir de estos cuadros provenientes del partido socialcristiano y de las guardias patrióticas que simpatizaban y apelaban al fascismo y a Mussolini, se constituía como una alianza entre el catolicismo autoritario y una forma de poder duro y eficaz opuesto tanto al nacional-socialismo como a una práctica antimarxista radical. Y estas características se mantendrán hasta 1938. A principios de 1933 el triunfo de Hitler en Alemania repercutió notablemente en la política austriaca, puesto que a la inicial dificultad para formarse y actuar como nación independiente se unía ahora la lucha contra una Alemania anexionista más allá de cuanto Austria podía necesitar. Este fue el reto y el drama del canciller: pese a su convencimiento y decisión primeros en favor de la unidad, debió luchar contra la unidad que amenazaba con imponerse, la de la anexión con pérdida o reducción al menos de la soberanía austriaca. Toda la política de Dollfuss a lo largo de 1933 fue un esfuerzo titánico por evitar la presencia anuladora de Alemania, sin dejar de reconocer, como acaba de indicarse, la base alemana, tanto racial como lingüística, del reciente Estado austriaco. De esta forma la aspiración de gran parte de Austria de unirse a Alemania sólo pudo evitarse en la práctica mediante procedimientos dictatoriales. En marzo de este año, tras la dimisión del Gabinete ante el presidente Miklas, Dollfuss se convirtió en el dictador de la nación. Restringió libertades, prohibió reuniones públicas, gobernó mediante decretos-leyes, redujo la oposición de los socialistas mediante la fuerza y, más en concreto, disolvió la Schutzbund socialista de Viena. En el mes de abril, y después de frecuentes entrevistas con Benito Mussolini, la dictadura austriaca incrementó o potenció sus matices resueltamente fascistas: aplicó los procedimientos políticos del Duce, proclamó la amistad italiana y la del Duce en particular; defendió en un discurso frente al Congreso regional de los socialcristianos la unidad e independencia de Austria. Impuso a los funcionarios del Estado un juramento de fidelidad a las leyes de la República donde explícitamente se juraba la no pertenencia a "sociedad alguna extranjera de finalidades políticas" (clara referencia o condena de las tesis hitlerianas); atacó durísimamente a los nazis exagerando, entre otras cosas, su protestantismo; trabajó, finalmente, en pro de un Concordato con la Santa Sede, que fue redactado con extraordinaria rapidez y firmado el día 5 de junio por el cardenal Pacelli, más adelante Pío XII. La lucha y la preocupación más duras desde el primer momento fueron contra el nazismo. Este fue declarado ilegal y prohibido como faccioso en toda Austria, y sus formaciones serían disueltas siempre que se manifestaran en público. Pero como el nacionalsocialismo alemán tenía sus intereses en Austria y alentaba el movimiento de las más variadas formas desde fuera y en el interior, Dollfuss optó por recurrir a la colaboración de potencias europeas al mismo tiempo amigas de Austria y opuestas o preocupadas por el auge del nazismo dentro y fuera de las fronteras alemanas. Por ello creyó conveniente envíar sendas notas a los Gobiernos de Inglaterra, Francia e Italia anunciándoles la creación de un cuerpo auxiliar de defensa, que fue aceptado por todos con la sola condición de no contravenir las cláusulas del tratado de Saint Germain. Al mismo tiempo el Gobierno tomó medidas para proteger las fronteras con Alemania precisamente cuando el territorio austriaco era habitualmente sobrevolado por aviones alemanes que sembraban propaganda hostil a Dollfuss, complementaria de la difundida de continuo desde la radio de Munich. Toda esta acción antinazi quedó coronada con la visita de Dollfuss a Mussolini, en Riccione, en agosto de 1933. Aquí, y pese a la progresiva identificación práctica entre los regímenes fascista y hitleriano, Mussolini reafirmó ante Dollfuss su "identidad de criterios" con el canciller austriaco; se repitió y ensalzó el papel importante a desempeñar por una Austria independiente en el corazón de Europa central; y se dedujo finalmente la pretensión italiana de utilizar en favor de su política e influencia los intereses austriacos pretendidos y defendidos por Dollfuss. Todo quedó así rubricado con el ofrecimiento formal de Benito Mussolini de apoyar incondicionalmente a Austria. De vuelta en Viena, el canciller quiso hacer el recuento de sus fuerzas conforme a los típicos formalismos autoritarios. Y así, con motivo del Congreso Católico, reunió en la capital de la República a 40.000 partidarios de su política. Días más tarde se repitió otra concentración de 80.000 personas, ante las que pronunció un discurso político revelador; aparte de repetir que había pasado el momento del liberalismo y del marxismo, dijo que su política contaba con un fin y con un objetivo más amplio y glorioso: "Lo que nosotros queremos es el Estado alemán de Austria, cristiano y social, sobre la base de un sistema corporativo y bajo la dirección de un Gobierno autoritario, pero no arbitrario. Nosotros somos alemanes, pero queremos conservar nuestras particularidades de austriacos". El nuevo paso en la reafirmación de su política y en la destrucción de cualquier objeción socialista a su sistema, aparte el incremento de poder de las heimwehren, nombrando al general Fey vicecanciller, y la entrega al príncipe de Starhemberg de la dirección del frente patriótico, fue la idea de reformar la Constitución como la vía más segura en la reafirmación de su poder dictatorial. De momento, sin embargo, optó por retrasar su planteamiento. De esta manera, a fines de 1933, Austria se debatía por la defensa de su independencia y por el logro de su estabilidad interna; y en medio de una situación económica aún muy difícil y complicada, el canciller actuaba dictatorialmente, aunque mostraba sus debilidades transigiendo con las exigencias de las heimwehren, la hostilidad nazi y las intemperancias socialistas. La desaparición, en 1934, del Partido Socialista austriaco, el tercero de Europa por el número de afiliados y el primero, según afirmación de J. Droz, por la reputación europea de sus líderes, fue uno de los sucesos más dolorosos para el mundo democrático occidental. En ningún país del mundo, como sigue confesando Droz, el socialismo había llevado a cabo una obra tan profundamente humana y educadora como lo había hecho en Viena. Destacó básicamente por su pujante ideología y por la fuerza práctica con que colaboró a la transformación de Viena entre 1919 y 1934. Su personalidad más representativa fue O. Bauer, no sólo por su oposición constructiva y eficaz a la política de monseñor Seipel, sino también, y sobre todo, por su radical realismo en la aplicación de las tesis marxistas a las nuevas realidades. Aunque era un convencido de la imposibilidad de conquistar el poder por medios democráticos y parlamentarios, temía igualmente la corrupción aneja a la participación en el poder y la confusión entre victoria revolucionaria y armonía de clases. En el Congreso celebrado por la Socialdemocracia en Linz, en 1926, recusó la dictadura del proletariado; pero a la vez afirmó categóricamente que un posible atentado por parte burguesa contra las conquistas del mundo obrero debería ser aniquilado mediante la fuerza, dando así legitimidad al carácter defensivo de la violencia. Su tesis, pues, no era otra que la oposición igualmente clara al bolchevismo y al aburguesamiento de los socialismos de Occidente. Como ya quedó afirmado, los socialistas dominaban fundamentalmente en la ciudad de Viena, la Viena roja, la ciudad más progresista de Europa, frente al apogeo provinciano y rural de los socialcristianos. En Viena tuvo lugar la realización de una política social, en el campo de la vivienda, la escuela, la cultura en general, mediante la creación de bibliotecas, lugares para reunión y conciertos, universidades populares, etc., que, aunque pudieron desembocar en cierto aburguesamiento, contribuían igualmente a un despertar de conciencias, a una formación de actitudes capaces de chocar, como de hecho ocurrió, con las pretensiones y las prácticas dictatoriales, con las formaciones paramilitares de las heimwehren. A partir de 1927, con la quema del Palacio de Justicia se precipitó el enfrentamiento con las fuerzas de la derecha; y la decisión de Dollfuss de crear un Estado corporativo y cristiano conforme al modelo preconizado en la encíclica Quadragessimo Anno de Pío XI, significó la imposibilidad de una actuación parlamentaria y el inicio de pérdida de cualquier libertad pública. El canciller, ofuscado con la persecución organizada del hitlerismo contra su Gobierno y desconfiado ante la posible colaboración o coalición con los socialistas, cuyo marxismo también aparecía condenado por la doctrina de la Iglesia, ignoraba o no atisbaba que la desaparición de la socialdemocracia implicaba la rápida marcha hacia el triunfo nazi en Austria. El momento álgido fue en febrero de 1934. El día 12 precisamente surgió una colisión trágica entre la heimwehr, cada vez más decidida por una solución fascista definitiva, y los socialistas, organizados en Schutzbund. Esta organización había sido declarada ilegal, y la policía intentó incautarse de los depósitos de armas de los socialistas. Estos rechazaron violentamente a la policía; y a partir de aquí comenzó una verdadera y brutal guerra entre socialistas y miembros de la heimwehr, en la que llegaron a tomar parte todas las fuerzas del Estado. El Gobierno proclamó la ley marcial en toda Austria, y los socialistas declararon la huelga general. La lucha fue brutal, al menos en los tres primeros días, sobre todo en Viena, donde las barricadas y alambradas callejeras daban la brutal imagen de una ciudad tomada férreamente, Eggenberg, Gratz, etcétera. Se luchó con una furia indescriptible. Dollfuss y las heimwehren, que actuaban como policía oficial, acabaron no sólo con los socialistas y su poder, sino con el mismo partido. El día 15 de febrero, tras la enorme tempestad provocada y con el resultado de varios cientos de muertos y la destrucción de importantes edificios donde los rebeldes se habían hecho fuertes, el partido obrero austriaco desaparecía. El día 16 fueron ejecutados varios jefes del movimiento subversivo; y el 18 el canciller se dirigió a la nación en un discurso a la vez duro y paternalista en el que, conforme al principio ético cristiano, pretendía aunar justicia con clemencia: "En estos días de desgracia nacional no se trataba de una lucha de las masas obreras contra el Gobierno, y sí únicamente de la lucha de un pequeño grupo de extremistas contra el Estado. Ahora nuestra principal preocupación es ayudar a las familias de las víctimas, incluso a las de los insurgentes". Hoy puede verse con cierta claridad la importancia que tuvieron en la crisis de febrero la crisis económica y el paro, las múltiples provocaciones de las heimwehren, el desorden en la toma de las armas por parte obrera y el fracaso de la huelga general, sobre todo por parte de los ferroviarios, que no la secundaron. La represión, dirigida por el mayor Fey, fue brutal; los jefes del Schutzbund fueron ahorcados en condiciones atroces; y los mismos embajadores de Gran Bretaña y Francia debieron intervenir para que la matanza no fuese más brutal y extensa. En Linz primero y más tarde en los barrios de Viena, la resistencia socialista fue indescriptible. Se hizo necesaria la acción militar del Gobierno manzana por manzana y casa por casa, lo que sin duda incrementó la barbarie señalada. El resultado final fue la liquidación de la socialdemocracia austriaca y, con ella, el fin del régimen democrático. El aislamiento real y psicológico a que la socialdemocracia venía siendo sometida en un país juzgado y muy indulgentemente desde las democracias de Occidente, más interesadas por los problemas alemanes o italianos, tuvo también su parte de culpa en esta derrota y en esta aniquilación a la que el propio canciller trató de quitar importancia. A partir de ahora la preponderancia de las heimwehren fue en aumento, de modo que sólo unos días más tarde, concretamente el 19, el ministro de la Constitución afirmaba en un discurso que la única expresión política austriaca era la representada por el Frente Único. En el mes de marzo la influencia de las heimwehren en el Gobierno y el protagonismo del príncipe de Starhemberg eran ciertamente decisivos e incontestables. A primeros de marzo se hizo realidad la nueva Constitución de tipo fascista. Fue una decisión rápida que obedeció a una idea y a una confección concluyentemente madura. El Consejo la aprobaba el día 7; y organizaba una sociedad conforme a criterios profesionales que se organizaban en seis categorías. El Estado reconocía el derecho de obreros y empleados a sindicarse, pero formando una federación entre cuyos objetivos se situaban la defensa de los obreros, la confección de contratos colectivos, la educación moral y profesional de los afiliados y la creación de lugares de recreo y ocio: la encarnación ideal del corporativismo defendido en la encíclica Quadragessimo Anno. Austria seguía siendo un Estado federal, con un presidente de la República, investido de grandes poderes y encargado de nombrar los miembros del Gobierno. Existían además cuatro consejos consultivos: un consejo de Estado (con 40 ó 50 miembros nombrados por el presidente); un consejo federal de cultura (integrado por las grandes eminencias de la literatura, la ciencia, el arte y la Iglesia); un consejo económico, constituido por los prohombres de los negocios; y un consejo de las ocho provincias (dos por cada una y otros dos por Viena). El presidente sólo disfrutaba del derecho de iniciativa; y el Bundestag, la asamblea legislativa compuesta por los delegados de los ocho consejos federales, aceptaría o rechazaría las propuestas presentadas. Si el Gobierno interpretaba que un proyecto rechazado continuaba siendo necesario, podría recurrir al referéndum popular. La justificación inmediata de esta Constitución estaba en la necesidad de sacar al país del marasmo económico y en la urgencia de consolidar el patriotismo austriaco. Persistía, no obstante, el odio a la dictadura desde sectores de la sociedad simpatizantes de la causa socialista y, sobre todo, desde las filas nacionalsocialistas. Pese a cierta esperanza de alivio en la gestión del Duce ante Hitler, tendente a limar los desmanes nazis en Austria, la situación sociopolítica del país no mejoró, en parte por la situación socioeconómica, pero sobre todo porque la gestión de Mussolini no tuvo resultado alguno y dentro del país se interpretaba la amistad de Dollfuss con cierto atisbo de sumisión. Tampoco nació la calma tras los sucesos de Alemania en la primavera del 35 y la dura represión empleada; de modo que Dollfuss se vio en la necesidad de reformar en junio su Gabinete, reservándose cuatro carteras, entre ellas las de Seguridad y Defensa nacional. Según su personal declaración, pretendía de esta manera "limpiar el país del último vestigio del movimiento traidor".