La isla de Singapur, al sur de la península de Malaca, con sus 562 kilómetros cuadrados era en 1941 uno de los puntos clave, tanto en lo económico como en lo estratégico, del Imperio británico. Separada de Malasia por un brazo de mar, el estrecho de Johore, que en algunos puntos no tiene más de 700 metros de ancho, estaba unida al continente por un gran dique por el que cruzaba una carretera, un ferrocarril, un oleoducto y conducciones de agua. Por esa vía llegaban a Singapur y a su puerto, uno de los más activos de Asia en aquellos momentos, dos productos básicos para la industria bélica británica: el estaño y el caucho que se extraían de Malasia y que constituían casi la mitad de la producción mundial. Para proteger el comercio de tales materias primas y controlar el tráfico marítimo entre los océanos Indico y Pacífico a través de los estrechos de Malaca, Londres había hecho de Singapur su mayor complejo militar en Asia. La había dotado de una gran base naval, que costó 60 millones de libras esterlinas y 17 años de trabajo; de cuatro aeropuertos y de importantes baterías de costa (10 cañones de 381 mm. y dos docenas de 236 mm.) que teóricamente la convertían en inexpugnable. Su guarnición era de unos 60.000 hombres. La "Fortaleza alegre y confiada" que era Singapur el 6 de diciembre de 1941 comenzó a preocuparse cuando, en la madrugada del día 7, llegaron noticias de un desembarco japonés en Kota-Bahru, al noreste de Malasia. "Nuestros muchachos les echarán al sur en cuestión de horas", se comentó en los despachos oficiales. Pero la preocupación aumentó cuando la aviación japonesa se presentó horas después y bombardeó impunemente Singapur, causando un millar de víctimas y, más aún, cuando se enteraron de que la base norteamericana de Pearl Habor había sido bombardeada, con pérdidas tremendas para la escuadra USA.
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Algunos lo consideran como un retrato de la familia Boucher, pero más bien se trata de una escena de género indeterminada tan del gusto, por ejemplo, también de J. F. de Troy. Representa una pequeña habitación de una casa de la media burguesía parisina, con muebles y decoración rococó, de buen gusto pero no lujosos. Fíjense, por ejemplo, en la típica mesita de tocador. El recuerdo de los interiores holandeses del siglo XVII se ha afrancesado, ofreciendo una elocuente imagen de la vida cotidiana en el París del siglo XVIII. A pesar de sus diferencias con los otros temas de Boucher más conocidos, no deja de expresar el virtuosismo en la composición, la luminosidad de los colores y el nerviosismo de sus figuras menudas, tan lejos de la silenciosa concentración del Dejeuner de Chardin, pintado en el mismo año y también en el Louvre.
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Dos son los personajes que ocupan la escena: una joven secándose la nuca tras su baño y una mujer de más edad que porta en su mano derecha una taza de café. No existe ninguna comunicación entre ambas aunque el conjunto esta lleno de vitalidad. Las tonalidades verdes y moradas dominan la composición en la que una vez más destaca la iluminación solar que incide en parte del cuerpo de la joven, llenando de color blanco esa zona como hacían los maestros venecianos del Renacimiento.
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El Desayuno en la hierba fue presentado por Manet al Salón de París de 1863 con el título de El Baño. El jurado lo rechazó, considerando vencedor el Nacimiento de Venus de Cabanel. Manet pareció inspirarse en una jornada de baño en el Sena para realizar un desnudo en un paisaje. Empleó a su modelo favorita, Victorine Meurent, para la joven desnuda de primer plano, acompañada del escultor holandés Ferdinand Leenhoof. En la zona de la derecha se sitúa Gustave, el hermano del pintor. Al fondo observamos el Sena y otra joven que sale del baño. Victorine ha colocado sus vestidos a la izquierda, junto a una cesta de fruta. Por supuesto resulta chocante el contraste entre la desnudez de la joven y los dos hombres que la acompañan, siendo ésta la gran novedad de la imagen. Un fuerte foco de luz incide directamente sobre el grupo, sin apenas crear sombras, apreciándose aquí la influencia de la estampa japonesa. Al fondo Manet recurre al abocetado que caracteriza sus primeras escenas, quizá para marcar la sensación de profundidad y de aire, como hizo Velázquez, uno de sus pintores favoritos. Manet empleó como modelos en esta obra el Concierto campestre de Tiziano y las escenas galantes de Watteau. Resulta interesante mencionar el excelente dibujo del que siempre hará gala el artista, aprendido en el taller de Couture y en las largas sesiones del Louvre copiando a los clásicos.
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Esta obra fue presentada por Manet al Salón de París de 1863 con el título de El Baño. El jurado elegido al efecto la rechazó, junto a otras 2.000 obras de diferentes artistas, considerando vencedora al Nacimiento de Venus de Cabanel. Pero, en un acto propagandístico de Napoleón III, se creó con estos cuadros el Salon des Refusés - de los Rechazados - precisamente para que el público pudiera dar fe de por qué habían sido defenestrados. Los críticos fueron muy tajantes con la escena de Manet, mientras que los jóvenes artistas - quienes, más tarde, conformarán el grupo impresionista - consideraron la obra como una muestra de vanguardismo, animando a Manet a crear imágenes de esas características y agrupándose en torno a él. Por lo tanto, El Baño se considera punto de ruptura con el arte académico y tradicional. El título de Desayuno en la hierba sustituyó al original cuatro años después. Manet pareció inspirarse en una jornada de baño en el Sena para realizar un desnudo en un paisaje, el sueño de todo pintor según el escritor Émile Zola. Para ello empleó a su modelo favorita, Victorine Meurent, junto al escultor holandés Ferdinand Leenhoof - hermano de Suzanne, su futura esposa - y a su propio hermano, Gustave. Los tres se sitúan entre los árboles, apreciándose el Sena al fondo y a otra joven que sale del baño; la mujer desnuda ha colocado sus vestidos a su izquierda, junto a una cesta de fruta. Por supuesto resulta chocante el contraste entre la desnudez de la joven y los dos hombres que la acompañan, siendo ésta la gran novedad de la imagen. Y es que Manet buscó su inspiración en las "fiestas galantes" del último Barroco francés - en las que también aparecían mujeres desnudas junto a hombres vestidos - empleando como modelos el Concierto campestre de Tiziano - atribuido por aquellas fechas a Giorgione - y un Juicio de París de Rafael, grabado por Raimondi. En estas fuentes clásicas aparecen asimismo las figuras femeninas desnudas pero no habían supuesto ningún escándalo. ¿Y por qué esta escena, aparentemente continuadora de la tradición clásica, sí motivó un fuerte escándalo en el Salón? Porque suponía una muestra de la modernidad, al ser una joven burguesa cualquiera la que posaba desnuda ante dos hombres. Manet ya había recurrido a emplear imágenes modernas junto a elementos clásicos en otras obras - Ninfa sorprendida o Muchacho con espada - pero nunca con tanta fuerza como en Desayuno en la hierba. Por lo tanto, sería rechazada por un jurado que, admitiendo desnudos en el Salón, no podía permitir que este canto a la vida moderna se exhibiera en las paredes del recinto oficial. En referencia a los tonos empleados, resulta sorprendente el contraste entre los negros trajes masculinos y la clara desnudez de la modelo, que elimina las tonalidades intermedias para marcar aún más ese contraste. El empleo del negro puro no era muy académico, por lo que las obras de Manet siempre eran censuradas por críticos y jurados oficiales. Al fondo recurre al abocetado que caracteriza sus primeras escenas, quizá para marcar la sensación de profundidad y de aire, como hizo Velázquez, uno de sus pintores favoritos. El fuerte foco de luz incide directamente sobre el grupo, sin apenas crear sombras, apreciándose aquí la influencia de la estampa japonesa. Resulta interesante mencionar el excelente dibujo del que siempre hará gala el artista, aprendido en el taller de Couture y en las largas sesiones del Louvre copiando a los clásicos, que sirvieron siempre de referencia al pintor.
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El Desayuno en la hierba fue presentado por Manet al Salón de París de 1863 con el título de El Baño. El jurado lo rechazó, considerando vencedor el Nacimiento de Venus de Cabanel. Manet pareció inspirarse en una jornada de baño en el Sena para realizar un desnudo en un paisaje. Empleó a su modelo favorita, Victorine Meurent, para la joven desnuda de primer plano, acompañada del escultor holandés Ferdinand Leenhoof. En la zona de la derecha se sitúa Gustave, el hermano del pintor. Al fondo observamos el Sena y otra joven que sale del baño. Victorine ha colocado sus vestidos a la izquierda, junto a una cesta de fruta. Por supuesto resulta chocante el contraste entre la desnudez de la joven y los dos hombres que la acompañan, siendo ésta la gran novedad de la imagen. Un fuerte foco de luz incide directamente sobre el grupo, sin apenas crear sombras, apreciándose aquí la influencia de la estampa japonesa. Al fondo Manet recurre al abocetado que caracteriza sus primeras escenas, quizá para marcar la sensación de profundidad y de aire, como hizo Velázquez, uno de sus pintores favoritos. Manet empleó como modelos en esta obra el Concierto campestre de Tiziano y las escenas galantes de Watteau. Resulta interesante mencionar el excelente dibujo del que siempre hará gala el artista, aprendido en el taller de Couture y en las largas sesiones del Louvre copiando a los clásicos.
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Para el Salón de 1866 Monet planteó un cuadro como reacción al Desayuno en la hierba de Manet. Se trataba de una gran representación en el que se recogiera una merienda al aire libre protagonizada por doce figuras. Si bien esta temática ya estaba siendo tratada por la pintura francesa, la novedad aportada por Monet sería tomar los modelos del natural, eliminando referencias al arte antiguo y siguiendo la vena realista de Courbet. Monet no llegó a concluir su obra y tuvo que dejar el lienzo en Argenteuil, donde se almacenó en un húmedo sótano en el que se pudrió la parte derecha. El maestro suprimió esa zona y dividió el lienzo en dos partes. Para esta zona de la izquierda que contemplamos realizó un estudio preparatorio protagonizado por su amigo Bazille y Camille, su futura esposa, encontrando algunos cambios en el trabajo definitivo al incluir una figura femenina de espaldas ante ambos. La luz solar ocupa un importante papel en la composición ya que estructura la escena al contrastar zonas claras y oscuras, dotando al conjunto de profundidad espacial. Si bien es cierto que buena parte del trabajo fue realizado al aire libre -tuvo que hacer un agujero en el jardín de Chailly donde lo pintó para poder introducir la parte de lienzo ya acabada y trabajar en las zonas superiores- está retocado en el taller, coincidiendo así con la tradición académica. El gran lienzo se trasladó al estudio de la rue Furstenberg donde se continuó hasta su traslado a la rue Pigalle. Monet allí abandonó el proyecto ya que no podía estar para la inauguración del Salón el primero de mayo.
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Monet se planteó realizar una representación a tamaño natural de un desayuno en la hierba, como reacción al cuadro del mismo título pintado por Manet en 1863, y con el objetivo de enviarlo al Salón de 1866. Monet quería tomar estudios del natural como punto de partida del cuadro con lo que pretendía dar una imagen realista, en sintonía con los trabajos de Courbet, prescindiendo de cualquier referencia al arte clásico. En este estudio preparatorio se han identificado a Sisley, Courbet, Bazille, Camille Doncieux -la posterior compañera de Monet- y Albert Labron. El conjunto se realizó en el taller, partiendo de estudios individuales realizados al aire libre. La principal dificultad con la que se encontró Monet será encuadrar las figuras en el paisaje, donde ya aparecen referencias lumínicas. Se trata de una obra espontánea y cargada de inmediatez y vivacidad en la que se renuncia al dibujo detallado, encontrándose con una nueva complicación cuando trate de pasarlo al lienzo definitivo.