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El estudio regional de Hispanoamérica durante la última centuria colonial plantea infinitos problemas, el más notorio de los cuales es indudablemente el de la relación entre sus marcos socioeconómicos y político-administrativos. El hecho de que la Corona española organizara unas unidades administrativas y de que éstas se conformaran luego, al cabo de unos años, como naciones independientes, salvo raras excepciones, hace pensar que dicha Corona planificaba admirablemente tales regiones o que los gobiernos nacionales no fueron capaces de hallar otras mejores, quizá porque habían engendrado unos vínculos de interacción que resultaba imposible o peligroso destruir. Interpretaciones recientes sobre la historia regional, como la configuración de vastos espacios coloniales en torno a una producción dominante, orientados por el comercio exterior o por los grupos de demografía creciente, no han logrado resolver aún la cuestión, que sigue planteando serias incógnitas. Quizá la respuesta sea tan simple como la señalada por Bolívar a Sucre en su carta del 21 de febrero de 1825, cuando se refirió a la formación del Alto Perú como país: "ni Usted, ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia podemos violar la base del Derecho Público que tenernos reconocido en América. Esta base es la de que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos, capitanías generales o presidencias, corno la de Chile. El Alto Perú es una dependencia del virreinato de Buenos Aires; dependencia inmediata, como la de Quito de Santa Fe". Con todo, no deja de ser extraña. Mucho más en boca de un hombre que trató precisamente de romper el esquema administrativo colonial, ideando la Gran Colombia, integrando Guayaquil en Colombia y creando Bolivia. A comienzos del siglo XIX, Hispanoamérica estaba dividida en ocho grandes unidades administrativas (cuatro virreinatos y cuatro capitanías generales), más algunas intendencias caribeñas (Louisiana, Florida y Puerto Rico), vinculadas a la Nueva España pero dotadas de gran autonomía. Una quinta capitanía general era la de Filipinas, unida teóricamente al virreinato mexicano. La explotación económica de que eran objeto tales unidades y su supeditación a los intereses metropolitanos (cesión de Santo Domingo y Louisiana a Francia y posterior venta de la Florida) hacen imposible considerarlas reinos, como antaño, pues para el despotismo tenían la consideración de verdaderas colonias, aunque no, indudablemente, en el sentido posterior decimonónico. La división administrativa de las colonias sufrió una transformación. Los cuatro virreinatos fueron los dos antiguos del siglo XVI, el de Nueva España y Perú, y los dos nuevos del siglo XVIII, Santa Fe y el Río de la Plata. Las capitanías generales de Guatemala, Cuba, Venezuela, Chile, y Filipinas tuvieron una vida prácticamente independiente de los virreinatos y mucha dificultad para integrar sus zonas regionales, salvo quizá Cuba. Los enfrentamientos subregionales aflorarían junto con la emancipación política. Territorios dependientes del virreinato mexicano fueron otras zonas del Caribe, como las grandes Antillas y el arco septentrional del Golfo de México, donde se operó una progresiva decadencia durante el último medio siglo colonial, a excepción quizá de Puerto Rico. Santo Domingo, Louisiana y Florida marcharon inexorablemente a su ocupación por potencias extranjeras.
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Después de las primeras manifestaciones, el Neolítico alcanzó su desarrollo pleno entre el 5000 y el 1900 a.C. aproximadamente, a partir de las diferentes tradiciones locales y regionales, y como resultado de contactos más amplios entre todas las culturas. Hacia el 5000 a.C. se constata la presencia en todo el territorio chino de culturas neolíticas agrupadas en regiones bien definidas. Entre los focos regionales existentes, se pueden distinguir tres sistemas culturales principales: Yangshao, Hemudu y Dewenku y Baiyang cun que responden a modelos económicos distintos.
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A las cuatro de la madrugada del 21 de junio, los alemanes cruzaron el Niemen. Comenzaba su mayor aventura. Tres Ejércitos invadieron la URSS simultáneamente, uno por el norte (Von Leeb), otro en el centro (Von Bock) y otro hacia el sur (Von Runstedt). Al norte, el mariscal Von Leeb debía marchar sobre Leningrado mientras las tropas alemanas de Noruega atacaban el Ártico ruso y los aliados finlandeses, Carelia. El Ejército del centro tenía a Moscú por objetivo, a las órdenes de mariscal von Bock; mientras los soldados del sur avanzarían hacia Stalingrado, dirigidos por el mariscal Von Runstedt. Junto a los alemanes participaron en la campaña tropas rumanas, húngaras, eslovacas, italianas y finlandesas; más tarde se les unieron voluntarios belgas, franceses croatas y españoles. En dirección Bialystok-Minsk, sobre todo, los alemanes realizaron operaciones destinadas a encerrar al Ejército ruso en grandes bolsas. La maniobra fue siempre en dos direcciones sensiblemente paralelas, pero muy alejadas, con dos columnas encabezadas por formaciones blindadas. En un momento concreto los blindados rectificaron la dirección para marchar en líneas convergentes. Las tropas rusas de Bialystok quedaron encerradas y cayeron prisioneras. Después, se repitió la operación al oeste de Minsk y en Przemysl. Los rusos perdieron tropas en cantidades enormes, pero reconstruyeron el frente más al este. Los alemanes repitieron insistentemente su maniobra de cerco en Reval, Narva, al oeste del lago Peipus, y en Smolensko. Los rusos tenían escasas posibilidades militares, pero la soberbia enemiga fue un aliado inesperado que alentó algunas resistencias. Hitler dio la orden de asesinar a todos los comisarios políticos prisioneros. En consecuencia, y dispuestos a no dejarse coger con vida, los comisarios estimularon la resistencia a ultranza de oficiales y soldados. Los nacionalistas ucranianos y bálticos acogieron a los alemanes como libertadores del yugo ruso. Pero cuando comprobaron que los nazis les trataban como a una raza inferior, la invasión perdió sus apoyos. En cambio Stalin hizo resucitar todos los viejos mitos patrióticos y nacionalistas, superados por la revolución, para impulsar la resistencia popular. Rusia puso en marcha la táctica terrible empleada contra Napoleón: tierra calcinada. Nadie debía quedar en las inmensas llanuras para beneficiar al invasor. Las poblaciones, los ganados, los tractores, las fábricas, se replegaron hacia el Este, las granjas ardieron, se hundieron los puentes. Más allá de los Urales se formaron cien nuevas divisiones rusas. Entretanto, los alemanes avanzaban y sus Panzer III y IV penetraban profundamente en el territorio de la URSS. Ahora los carros no cruzaban, uno tras otro, pueblos franceses o belgas, pintados y confortables. En Rusia el ruido de los motores rebotaba, sólo de cuando en cuando, contra "isbas" miserables de madera techada con paja. Y casi siempre se perdía en el silencio despoblado. Los soldados se deprimían en la monotonía de las llanuras y los bosques inmensos. Atacar Rusia era abrazar a un gigante interminable, inasequible como los campesinos míseros que, a veces, miraban pasar a los blindados. Las maniobras alemanas eran espectaculares y brillantes. Embolsaban a los rusos fácilmente, pero la rendición sólo llegaba después de una resistencia empecinada. Así, el avance se frenó lentamente en un país que era un inacabable espacio vacío, cruzado por pocas carreteras. Las tropas de Guderian llegaron al río Beresina en sólo nueve días. Pero no se logró una batalla decisiva. Julio fue lluvioso. Entre Minsk y Moscú había una autopista recién construida, la única carretera asfaltada de la zona. Y las lluvias convirtieron el campo en una trampa de fango. Los camiones no podían moverse, los blindados sólo durante cierto tiempo. Pero los invasores no cedieron en su batalla contra el fango y la resistencia de numerosos destacamentos rusos que, aislados, y a menudo sin órdenes, no estaban dispuestos a rendirse. Los ríos, crecidos por las lluvias, carecían de pasos. Sólo la autopista tenía puentes para cargas pesadas; las restantes carreteras desembocaban en plataformas de madera que no aguantaban un tanque y, muchas veces, ya habían sido voladas. El Beresina, el histórico río que contuvo la retirada de Napoleón, era una maraña de brazos a través de un pasaje enfangado donde chapoteaban los soldados. Para la máquina militar alemana nada fue un obstáculo insalvable. Poco a poco, resolvió cada problema, pero en ese poco a poco estaba oculta la tragedia. Las tropas habían partido a la campaña sin equipo de invierno. La invasión de Rusia se consideraba casi como un ejercicio de maniobras. Los alemanes, que habían atacado en el frente norte, tenían como objetivo la toma de Leningrado y la protección del Ejército del centro. Inicialmente, el avance no tuvo grandes problemas y las unidades motorizadas ganaron terreno, con la intención de ocupar los puentes antes de que fueran volados por los rusos. A menudo, su prisa fue tanta que los prisioneros quedaron sin custodia, después de desarmados, y las vanguardias perdieron, durante días, el contacto con la infantería que las seguía penosamente. Los intentos rusos de contención fueron infructuosos, su aviación se empeñó duramente, pero los aparatos eran lentos y anticuados y no podían defenderse del fuego antiaéreo y cazas alemanes. En algún caso (Sebes, Luga) los rusos aprovecharon campos atrincherados para ofrecer mayor resistencia y causar muchas bajas a los atacantes que, sin embargo, acabaron arrollándolos. Cuando llegaron las lluvias del verano estaba en marcha una maniobra de envolvimiento muy amplia para dominar Leningrado; las condiciones climáticas y la falta de comunicaciones retrasaron el avance alemán, pero el 2 de septiembre, la ciudad estuvo a tiro de la artillería de campaña. El plan alemán era asaltar Leningrado, con una maniobra que la tomara desde el sur y, en agosto de 1942, el XI Ejército fue trasladado desde el frente de Crimea para unirse a las unidades encargadas del ataque. Este comenzó el 27 de agosto, pero los alemanes no lograron penetrar en la ciudad y la maniobra se convirtió en una batalla en la que el XVIII Ejército alemán resultó arrollado, mientras el XI Ejército contenía y fijaba a los rusos. Una reacción alemana, desde el sur, embolsó a parte del enemigo y destruyó el II Ejército soviético. Pero Leningrado no cayó. La ciudad se convirtió en un bastión donde cinco millones de personas soportaron el asedio. Los ataques aéreos, los bombardeos de artillería y las penalidades fueron tremendas; sólo el tifus mataba todos los días 2.000 personas y el hambre era la realidad cotidiana. A pesar de ello, la industria pesada de la ciudad (Altos Hornos Vorochilov, Metalargua 25 de Octubre, fábrica Kirow, entre otras) siguió en funcionamiento. El invierno de 1941-1942 fue en Rusia el más duro del siglo. En el frente de Leningrado se alcanzaron los 15 grados bajo cero el 12 de noviembre y los 40 bajo cero a principios de diciembre. La ciudad, completamente cercada, buscó seriamente la supervivencia. La única vía de abastecimiento era el lago Ladoga, completamente helado. Primeramente se pretendió tender una doble vía férrea sobre el hielo, que fracasó; después colocaron los raíles de tranvía de la ciudad, con igual resultado; al final se construyó una doble pista por la que pudieran circular camiones entre las ventiscas glaciales y las brumas. A esta empresa casi imposible llamó la propaganda el tren del hielo, aunque nunca circuló el ferrocarril. La resistencia de la ciudad inmovilizó la campaña alemana del norte y entretuvo numerosas tropas. Leningrado era un núcleo básico de comunicaciones, un centro de industria pesada que trabajaba para la guerra y en su base naval estaba concentrada la flota del Báltico, que en invierno quedaba aprisionada por los hielos. Los cañones de los buques colaboraron en el duelo artillero contra los alemanes durante los dos años que duró el asedio.
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El nuevo escenario ecuménico del mundo helenístico favoreció el desarrollo de los cambios de largo alcance, no sólo por el hecho de que se controlaran nuevos territorios, sino también porque los límites entran en contacto con poblaciones como las de la India e incluso de la China, productoras de ricos objetos de lujo, atractivos para las nuevas clases dominantes. El poder político estaba en condiciones de controlar rutas por territorios exóticos para garantizar el acceso de los traficantes a esos lugares. También se desarrollaron los intercambios dentro del mundo mediterráneo, donde alguna ciudad adquiere en este campo un protagonismo específico, como Alejandría, convertida dentro de Egipto en una especie de isla, más comunicada por mar que por tierra. El caso más sobresaliente es el de Rodas, protegida por los grandes reinos como puerto libre de obstáculos, el mercado de esclavos más notable de la época. El desarrollo de los cambios a escala ecuménica favoreció la difusión e intensificación del uso de la moneda, apoyado en el renacimiento del sistema redistributivo basado en el evergetismo. Las grandes acumulaciones de capital se ven aliviadas por la labor de reyes y ricos en las ciudades, como distribuidores entre las poblaciones de parte de sus ganancias gracias al uso de la moneda, instrumento especialmente adecuado para ese momento. Paralelamente, el asentamiento de los ejércitos mercenarios favoreció al mismo tiempo el desarrollo de esa otra forma de distribución de las ganancias garantizadas con el esfuerzo de los soldados, a través de esa forma precapitalista de trabajo asalariado. La moneda fue asimismo el más eficaz instrumento de propaganda regia, por el que se transmitían las consignas del poder y se daba a conocer a las colectividades la personalidad de los gobernantes y su extremada capacidad para protegerlas. Las poblaciones de la ciudad reciben sin duda las repercusiones de todas estas transformaciones, pero los intercambios internos no dejaron de ser los mismos de antes, los que proporcionan el suministro a una población alejada de la producción de alimentos.
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El interés de los poderes públicos por conocer el volumen de la población fue constante durante la Edad Moderna, pero estuvo motivado más por preocupaciones fiscales o militares que por las puramente demográficas, teniendo como uno de sus resultados la habitual oposición, pasiva o activa, a los recuentos. Todavía en 1753, en Inglaterra, la Cámara de los Comunes rechazaba un proyecto de censo general, entre otras razones (las hubo diversas, religiosas incluidas), porque amenazaba las libertades inglesas. Sin que las preocupaciones fiscales y militares llegaran a desaparecer, durante el siglo XVIII se comienza a considerar la población como una variable de conocimiento necesario para planificar la acción política. Y poco a poco se fueron llevando a cabo los primeros censos con criterios modernos. Suecia introdujo, a partir de 1749, la periodización de los recuentos, que tardará cierto tiempo en imponerse de forma generalizada. En España los primeros censos modernos fueron los denominados Censos de Aranda (1768-1769), Floridablanca (1786-1787) y Godoy (1797), dándose un paso más, al publicarse los resultados de los dos últimos. Había en ello, como se reconoce en el prólogo de la edición del Censo de Floridablanca, una finalidad propagandística: hacia el interior, para que se apreciaran los beneficios derivados de la política gubernamental, y hacia el exterior, "para que vean los extranjeros que no está el reino tan desierto como creen ellos y sus escritores". Y es que desde mucho tiempo atrás, población abundante se identificaba con riqueza, potencia y eficacia política. Era una concepción derivada de los planteamientos mercantilistas y que, en líneas generales, se mantuvo durante este siglo, en el que se desarrollaron notablemente los estudios y reflexiones sobre la población. Entre ellos, Recherches et considérations sur la population de la France (1778), de J. B. Moheau, merece ser señalada como el primer auténtico tratado de demografía. En un ambiente mayoritariamente populacionista, el radical optimismo de que hacían gala muchos de los autores les llevaba a confiar en la -infinita, según Condorcet- perfectibilidad del hombre y la sociedad para resolver los delicados problemas derivados del equilibrio entre población y recursos. Algo que fue drásticamente cuestionado por el pastor inglés Robert Malthus en su Essay on the Principle of Population (1798). Malthus partía del diferente ritmo de crecimiento de la población, que en ausencia de control se multiplicaría siguiendo una progresión geométrica, y las subsistencias, que sólo lo harían en progresión aritmética. El desequilibrio, obviamente, terminaría por producirse y, para evitar que la pobreza, las calamidades y el vicio fueran los frenos positivos a un crecimiento desmesurado de la población, abogaba por su limitación mediante la puesta en práctica de la constricción moral, esto es, restringiendo el acceso al matrimonio a quienes pudieran mantener adecuadamente una familia y retrasándolo hasta el momento en que esto ocurriera. La obra, de repercusiones inmediatas, planteaba crudamente una polémica que ha seguido vigente hasta nuestros días.
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A partir de 7600 a.C. la fase de transformaciones focalizada del periodo anterior va a conocer una fase de consolidación y de expansión en la zona del Levante mediterráneo. Esta fase se encuentra enmarcada en el horizonte cultural del Pre-Pottery Neolitic B (PNNB). Definida en los años 1930 en el yacimiento de Jericó (Palestina), por M. K. Kenyon, la denominación PPNB ha sido aceptada a lo largo de la historiografía a nivel terminológico, ampliando y modificando progresivamente su definición y ubicación crono-cultural. Actualmente se define como una koiné cultural o zona de interacción cultural, definida por unas características básicas generales que cubren la práctica globalidad del Levante mediterráneo, existiendo unas variaciones culturales y cronológicas, según su formación y las características particulares de cada zona geográfica: Siria, Palestina, Anatolia, Zagros. Cronológicamente, las dataciones radiométricas la han situado entre el 7600 y el 6000 a.C., con cierta extensión hasta el 5500 a.C. en zonas marginales, permitiendo reconocer una periodización (Early, Middle, Late y Final) de la evolución interna de la misma. Se trata de una cultura precerámica, pero con un verdadero conocimiento de la economía de producción, es decir, se produce la generalización de la agricultura y el inicio de la domesticación animal. La circulación de materias primas y, en general, los signos de intercambios se incrementan de manera acentuada. La unidad cultural de esta civilización ha sido definida por una serie de características que pueden resumirse de la siguiente manera. Los poblados adquieren una estructura compleja, tanto a nivel de una primaria ordenación del espacio como de las propias unidades habitacionales. Generalmente, éstas presentan una planta rectangular, a menudo pluricelular, cuya novedad reside en una extensa documentación del uso intenso de la cal y el yeso como materiales de construcción. Práctica de una economía agrícola, plenamente consolidada, muy a menudo acompañada de una ganadería de ovicápridos. Tecnológicamente, y a nivel de industria lítica, se produce el total abandono de la tendencia microlítica y el afianzamiento de la técnica de talla laminar, a partir de la explotación de núcleos con dos planos de percusión. Se aprecia un desarrollo de las técnicas de talla por presión, mientras que en el utillaje destacan las puntas de flecha, las cuales son ahora verdaderas puntas con pedúnculo y aletas. Finalmente, las prácticas funerarias, hasta este momento poco diferenciadas, se caracterizan por un tratamiento diferenciado del cráneo humano, que separado del resto del cadáver y recubierto con materia plástica -arcilla, yeso- y otros elementos minerales (obsidiana) reproducen las facciones del rostro, será depositado en el suelo de las habitaciones. El resto del cuerpo se entierra en fosas debajo del propio nivel de hábitat. Las diferenciaciones o facies geográficas distinguidas en la actualidad son las siguientes: Siria, Palestina y sureste de Anatolia.
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A partir del VI milenio, en las regiones de Oriente Próximo el registro indica una clara consolidación de las nuevas prácticas económicas de producción de subsistencia, con un incremento de la producción agrícola debido tanto al cambio en la distribución de los asentamientos, buscando los terrenos con una mayor fertilidad, como a la mayor y mejor variedad de semillas. La producción ganadera, plenamente consolidada, adquiere al mismo tiempo un rol complementario de gran importancia. A partir del V milenio, las primeras evidencias de la práctica de la irrigación (culturas de Samarra y Choga Mami) inician el proceso irreversible hacia la transformación socioeconómica que dará paso a la aparición de sociedades complejas. La evolución arquitectónica y de concepción del hábitat, en este contexto crono-cultural, muestra también este proceso de transformación con la aparición de unas construcciones complejas de planta rectangular (por ejemplo las de tipo Samarra o de tipo Obeid), cuya formulación necesita un plan preliminar del conjunto y no la simple yuxtaposición progresiva de habitaciones en torno a un núcleo o espacio primitivo, técnica observada en las fases anteriores. Por otra parte, se produce una ordenación de las mismas en verdaderos poblados urbanizados donde los espacios se rigen por una estructuración compleja del espacio colectivo con la aparición de espacios libres centrales, la diferenciación de construcciones excepcionales y la presencia de muros que cierran el conjunto de construcciones como ocurre, por ejemplo, en los asentamientos de Tell-es-Sawwan o Tell Abada. En la evolución del Neolítico europeo esta fase cubriría aproximadamente el V y el IV milenios. Se trata del periodo donde se produce la consolidación e intensificación de los poblados, a menudo cubriendo áreas periféricas que conocen por primera vez una ocupación agro-pastoril. En la Europa del sureste se observa un mayor tamaño de los asentamientos, algunos de ellos mostrando construcciones colectivas de tipo murallas, que producen recintos fortificados, por ejemplo en Grecia (Sesko, Dímini). Asimismo, en la zona de la cuenca baja del Danubio y sur de los Cárpatos el poblamiento se hace más estable. A nivel arquitectónico se observa la continuidad del hábitat danubiano con algunas mejoras para solucionar la resistencia al viento, como son la doble alineación de los postes que imprime una mayor robustez a las casas y la modificación de la planta rectangular hacia formas trapezoidales. Las construcciones son, a su vez, de mayores dimensiones e irá generalizándose progresivamente la protección del hábitat con un sistema de empalizada-foso-acumulación de tierra, si bien este tipo de construcción parece inicialmente destinado a la protección de los rebaños. En la zona de Europa central las estaciones litorales constituyen una mejor representación que en el periodo anterior. De idénticas características morfológicas y arquitectónicas, los asentamientos tienen ahora una mayor extensión, formados por una o dos líneas de construcciones situadas de manera paralela a la orilla y destacando la presencia de una empalizada que limita la extensión del poblado por el lado terrestre. En el Mediterráneo, los hábitats son poco característicos y no será hasta en las últimas fases del Neolítico cuando en el conjunto de las islas mediterráneas y en zonas del continente se desarrollará una arquitectura floreciente en piedra, que tendrá una continuidad y esplendor en épocas posteriores. En resumen, en Europa central y occidental se produce una progresiva intensificación de la ocupación en las regiones anteriormente ocupadas y expansión del poblamiento hacia una amplia variedad de territorio, situándose, por ejemplo, en las áreas de Europa central por primera vez más lejos del territorio del loess, en sectores más elevados, en zonas interfluviales de tierras altas.
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No cabía duda de que las resoluciones beneficiaban a los Habsburgo y perjudicaban a los Borbones españoles. Preocupados por el rechazo de Carlos VI al Tratado de Utrecht y las reivindicaciones dinásticas de Madrid, los aliados revisaron los pactos de 1713-1714 para acabar con las negativas de Viena al cambio de Cerdeña por Sicilia, de indiscutible valor económico y estratégico. Felipe V se opuso a tales componendas, sobre todo por los proyectos de la reina Isabel de conseguir los dominios de los Farnesio para sus hijos, enturbiados por la crisis sucesoria de Toscana. Cualquier incidente sin aparente trascendencia podría desencadenar la guerra por el complicado entramado de conveniencias que los diplomáticos no acertaban a dilucidar. El camino a seguir era el acercamiento a Carlos VI, ahora enfrascado con los turcos después de la denuncia de la tregua de 1699 y la victoria de los ejércitos del príncipe Eugenio en Petervarad, en 1716. En 1718 había tomado Belgrado y, gracias a la mediación de Gran Bretaña y las Provincias Unidas, que buscaban su amistad con desesperación, se firmó la Paz de Passarowitz, en julio de 1718, con la recuperación por los turcos de Morea y la obtención por Austria del banato de Temesvar, Serbia y Valaquia. Cuando, en junio de ese mismo año, los españoles pusieron en marcha la campaña de Sicilia, el emperador aceptó adherirse a la coalición y se constituyó la Cuádruple Alianza- Los términos del acuerdo no dejaban lugar a dudas: reconocía los derechos de Jorge I y del regente a sus tronos, renunciaba a la Corona española, aceptaba, bajo su soberanía, el traspaso a don Carlos de Borbón de los territorios de Parma y Florencia, y cambiaba a Saboya la isla de Sicilia por Cerdeña, con la promesa de su candidatura si se extinguiese la rama hispana. Frustrado el entramado de intrigas de Alberoni en todos los frentes, España quedó aislada y su escuadra fue destruida por la británica en la batalla de Passaro, en Mesina. Los Estuardo apenas intranquilizaban a los Hannover, los turcos estaban completamente derrotados, los embajadores de Londres consiguieron un pacto entre Rusia y Francia, Carlos XII había muerto y la conspiración contra el regente sólo sirvió para que París se decidiese a entrar en la guerra e invadiese Fuenterrabía y San Sebastián. Con la caída de Alberoni, en 1719, por considerarle el causante de todos los descalabros, Felipe V se propuso una aproximación a los Borbones franceses para que le apoyaran en la devolución de Gibraltar y en la autonomía de los ducados italianos, pero fracasó. En enero de 1720, por el Tratado de Madrid, España se unía a la Cuádruple Alianza con todas sus consecuencias: la retirada de los ejércitos enemigos de la Península le costó la renuncia a la Corona vecina, Sicilia quedaba en manos del emperador, Cerdeña en las de Saboya y don Carlos tendría Parma, Toscana y Piacenza, si bien bajo la tutela de Viena. Reunidos los plenipotenciarios en Cambray, tal como se estipulaba en Madrid, para dilucidar aspectos concretos necesarios en la ejecución del tratado, las conversaciones denunciaron los roces existentes entre los participantes con un desarrollo lento e infructuoso. España llevó a las mesas la reclamación de Gibraltar sin éxito, aunque sí consiguió el respaldo de Francia y la posibilidad de contactos particulares que llevaron a la firma de un pacto secreto en marzo de 1721, por el que, además, apoyaba las pretensiones italianas de la reina Isabel y quedaban fijados los matrimonios de la infanta española Mariana con Luis XV y de la hija del regente, Luisa Isabel, con el infante don Luis; lo cierto fue que el duque de Orleans se comprometió en asuntos internacionales sobre los que no tenía total autoridad. Al mismo tiempo, Felipe V manifestaba su preocupación por el retraso del permiso imperial a don Carlos para que tomara posesión de las tierras de los Farnesio, en especial cuando se conocían las peligrosas quejas del resto de los pretendientes. Viena también se sintió decepcionada en Cambray, aunque no planteó posturas discordantes, porque su verdadero interés se centraba en el reconocimiento internacional a la Pragmática Sanción. Ya contaba con el respaldo de sus territorios patrimoniales y de aquellos alemanes sobre los que tenia mayor influencia, pero faltaba el consenso de los principales Estados. Por otro lado, su dependencia de los subsidios aportados por las potencias marítimas habían obligado a la aceptación de compromisos intolerables, como era él intervencionismo en las finanzas imperiales. Para evadirse y aumentar sus ingresos, planeó la conversión de Austria en una potencia marítima y comercial con base en los puertos mediterráneos y la reactivación económica de los Países Bajos y de sus centros de intercambio, por ejemplo, Amberes. Tales proyectos chocaron con la política británica, aquejada por una crisis financiera, resultado de la quiebra de las compañías monopolísticas ultramarinas. También en Francia los problemas hacendísticos habían impedido la puesta en práctica del sistema Law, a lo que se unía el pesimismo derivado de la desmembración del Imperio sueco en 1721 y el consiguiente retroceso de su influencia en el Norte. Todos estos hechos contribuyeron al enfriamiento de relaciones y a la existencia de una tensa calma que no mejoró con los cambios ministeriales. En Versalles entró en escena el duque de Borbón y en Londres el duque de Newcastle, caracterizado por su manifiesta hostilidad hacia los Habsburgo. Enemistad ahora reavivada con las reformas introducidas por Carlos VI, la fundación de la Compañía de Ostende en 1722, el enfrentamiento con las potencias marítimas y la descomposición de los sistemas laboriosamente trazados por Dubois y Stanhope. Había resucitado el terror de los holandeses por la reaparición de Amberes en los círculos financieros; tampoco ocultaba sus planes sobre los escenarios ultramarinos. No obstante, la expansión más inmediata estaba proyectada por el Mediterráneo con la instalación de Austria en Nápoles y Sicilia. El monopolio del comercio con Oriente, obtenido en Passarowitz, se entregó a una compañía monopolística, y Fiume y Trieste pasaron a centralizar los intercambios y a rivalizar con Génova y Liorna. Enterado el emperador de la futura propuesta de los holandeses relativa a la desaparición de la Compañía de Ostende en Cambray, bloqueó las negociaciones para que no se llevaran a cabo las propuestas económicas de los diferentes países y empezó a desconfiar de los coaligados. Para mayor confusión, Felipe V exigió el reconocimiento de los derechos de don Carlos, fijados en 1718, y la devolución de Gibraltar. Carlos VI quiso desviar la atención española y concedió cartas de investidura sin valor inicial para Toscana y Parma, pero no dio paso a la toma de posesión. Desoídas las quejas madrileñas por Francia y Gran Bretaña, Felipe V e Isabel decidieron el acercamiento a Viena como único medio de conseguir sus objetivos. El Congreso de Cambray fracasó ante la falta de consenso. Ripperdá fue el encargado de la embajada, favorecida por la crisis diplomática motivada por la devolución de la infanta española. El duque de Borbón aducía la imposibilidad de la espera porque la infanta era una niña, si bien, en realidad su enemistad con la familia Orleans le indujo al rápido matrimonio de Luis XV, pues si moría la Corona pasaría al hijo del anterior regente. El hecho precipitó la aproximación a Austria y, en abril de 1725, se firmaba el primer Tratado de Viena, que borraba el antagonismo de la década anterior. Madrid reconoció la Pragmática Sanción, Carlos VI se comprometió a intervenir para la devolución de Gibraltar, establecieron acuerdos comerciales para la Península y América y concertaron el matrimonio de un hijo de Felipe V con una archiduquesa. La política entre Borbones y Habsburgos resultaba anacrónica y dominada por preocupaciones personales. La reacción diplomática dirigida por Walpole cuajó en la Liga de Hannover, en septiembre de 1725, compuesta por Gran Bretaña, Francia, Dinamarca, Suecia, Holanda y Prusia. A la presencia de barcos británicos en el Báltico, América y el Mediterráneo, siguió la confiscación por España de sus navíos mercantes, y la consiguiente declaración de guerra. Carlos VI se mostró reacio de momento a mezclarse en un problema exclusivamente español y sólo llamó a su embajador en Londres. La política pacifista de Fleury logró que el conflicto no alcanzara mayores dimensiones, apenas unas escaramuzas en Gibraltar, y reunió un nuevo congreso en Soissons, desoyendo las opiniones de Chauvelen. También el duque de Holstein, Carlos Federico, empezó la reconquista de Schleswig, controlado por Dinamarca, y Versalles tuvo que mediar para que Rusia no se aprovechara del incidente con el fin de desacreditar a Federico I de Suecia y conseguir mayores ventajas en el Báltico. Sin embargo, la muerte de la zarina diluyó el problema por la falta de apoyo efectivo de la Corte rusa, lo que hizo reconsiderar su posición a Prusia, que abandonó la Liga para firmar un pacto de neutralidad con el zar y una alianza con Austria. Gran Bretaña, temerosa de la influencia imperial en el Norte, envió una escuadra que sólo sirvió para unir a sus enemigos.
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A las influencias ideológicas se añadieron también circunstancias políticas, económicas y sociales que discriminaron a las mujeres y favorecieron la revuelta feminista. Las contradicciones de la filosofía ilustrada -que desarrollaba los conceptos modernos de naturaleza y derechos humanos, mientras consagraba simultáneamente el sometimiento de la mujer al varón y la división radical de funciones- y el modelo de desarrollo de la Modernidad -que excluía a las mujeres de la política, la ciencia y la nueva economía- iban a provocar fuertes tensiones. Las mujeres, los obreros y los pueblos del sur serán los grandes marginados de la sociedad moderna, y los tres protagonizarán sucesivas revoluciones para exigir sus derechos. En el s. XIX las mujeres sufrían discriminaciones de tipo político (no podían votar ni presentarse a elecciones o cargos públicos, etc), económico (respecto a la posibilidad de tener propiedades, realizar negocios, pedir créditos, ejercer profesiones, etc.), educativo (analfabetismo por la escasez de escuelas de niñas, no poder hacer estudios superiores, etc.), y jurídico (limitaciones del código civil y penal: consideradas como menores ante la ley, dependientes del padre o el marido). Mary Beard dirá que la llegada de la industrialización y una clase media burguesa fuerte hizo crecer una virulenta forma de poder masculino, por el cual las mujeres pasaron a ser posesión del marido. Gráfico Esto no quiere decir que las mujeres no influyeran de otra forma, y mucho, en occidente, en el s. XIX. Como señala Julián Marías, el "dominio" natural de muchas mujeres fue la familia, donde ejercieron una influencia importante. La mujer era depositaria de la vida privada y sus formas, influía decisivamente en la vida y costumbres de todos, conservaba y transmitía los valores religiosos, culturales y normas sociales, educaba a los hijos, desarrollaba con frecuencia múltiples servicios asistenciales y a veces trabajaba también en tareas del campo y diversos oficios junto al marido, para la subsistencia familiar. Su aportación a la sociedad fue por lo tanto decisiva, favoreciendo un mundo más humano que aliviaba las tensiones políticas, económicas y sociales, y que aseguró la supervivencia de muchos pueblos. Los movimientos feministas que más se extendieron en el s. XIX fueron el liberal y el socialista. El feminismo liberal, que actuará en Gran Bretaña y USA principalmente, es un feminismo reformista, muy influído por el liberalismo y Stuart Mill. El feminismo socialista se desarrolló en círculos del socialismo utópico en Francia y Gran Bretaña, y consideraba que sólo el socialismo y no el movimiento burgués de igualdad de derechos podría mejorar la vida de las mujeres. Feministas liberales y socialistas tuvieron frecuentes discusiones y choques en Europa, por motivos ideológicos y religiosos. Muchas feministas liberales procedían del protestantismo liberal individualista. El feminismo católico, que se extendió a finales del XIX y el XX sobre todo en Francia y Alemania, fue más solidario, proponiendo reformas a favor de las mujeres en la vida personal, familiar y social, sin contraponer espacios privados y públicos: avances feministas y atención de la maternidad y la familia debían ser compatibles. Como es sabido, los derechos políticos -especialmente el voto- fue una de las principales peticiones del primer feminismo y dio nombre al "sufragismo" anglosajón, mientras otros grupos socialistas retrasaron esa exigencia por temor al voto "conservador" de las mujeres (cfr. fechas de obtención del voto en anexo 1). El acceso a la educación secundaria y superior fue otra de las peticiones, y a finales del s. XIX entrarán las mujeres en las Universidades de USA y luego en Europa. Otras exigencias serán de tipo profesional. Respecto a la familia y la sexualidad habrá diferencias en los grupos: el feminismo liberal anglosajón se centró en el "derecho" al divorcio y el control de natalidad; el socialista y anarquista en el ataque a la familia y la defensa del amor libre; el católico en la ayuda a la maternidad y el rechazo a la irresponsabilidad sexual, el divorcio y el malthusianismo o la anticoncepción. Se extenderán también en el mundo angloamericano iniciativas filantrópicas de reforma sexual, regeneracionismos sociales centrados en la maternidad y proyectos de lucha contra la prostitución. A finales del s. XIX los grupos feministas iban consolidando sus posiciones, y sus programas y actividades eran cada vez más numerosas y conocidas en Europa y América, gracias a la prensa, revistas, congresos, asociaciones, conferencias, libros, debates polícitos y manifestaciones callejeras. En España no existió en el siglo XIX un movimiento feminista organizado. Algunas escritoras e intelectuales defendieron sin embargo la enseñanza y otros derechos de las mujeres, junto con asociaciones y entidades públicas, y sobre todo privadas. En relación con las escritoras, podríamos señalar tres grupos: las "literatas" famosas (Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Avellaneda...), las intelectuales (institutrices, maestas, profesoras de comercio, etc.), y las escritoras o colaboradoras de revistas (Angela Gassi, Faustina Sáenz de Melgar, Pilar de Sinués, Joaquina Balmaceda, etc.). Proliferaron también en España movimientos e iniciativas católicas educativas, culturales y sociales para la mujer. Igual que en Francia, en España hubo un elevado número de Fundadoras de Ordenes religiosas y Congregaciones femeninas nuevas dedicadas a la enseñanza, la sanidad y la protección social, que educaron a muchas mujeres. Los krausistas e intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) promovieron diversas iniciativas educativas para la enseñanza de mujeres y niñas, desde la Asociación para la Enseñanza de la Mujer de Madrid, Las Sociedades de Amigos del País y otras asociaciones similares. La polémica feminista y la educación de las mujeres estuvo presente en debates políticos, reuniones literarias, periódicos, etc. Eran frecuentes las discusiones sobre la misión de la mujer, su capacidad intelectual, los riesgos de una enseñanza similar a los hombres, la imposibilidad de realizar todos los trabajos, etc. La sociedad participó con interés en esta polémica, y surgieron iniciativas nuevas.
contexto
El número de artesanos de algunas ciudades latinoamericanas había ido adquiriendo una cierta entidad a lo largo de estas décadas, sí bien la población seguía siendo mayoritariamente rural. En México, de acuerdo con los datos del censo de 1910, había 873.436 artesanos y obreros, lo que representaba cerca del 16 por ciento de la población activa. En la última década del siglo XIX y en la primera del XX se produjo el surgimiento del movimiento obrero (urbano) en aquellos lugares donde se había producido un cierto desarrollo artesanal o manufacturero, aunque habrá que esperar a décadas posteriores para poder hablar con entera propiedad de la existencia de un proletariado, vinculado a un sector fabril importante. México, Buenos Aires y Santiago de Chile fueron algunas de las ciudades que conocieron el desarrollo de un sindicalismo temprano. En México, los obreros industriales pasaron de 45.806 en 1895 a 58.838 en 1910. En Brasil, sobre una población total de 30 millones de habitantes, había en 1920 más de 275.000 trabajadores fabriles, siendo la media de trabajadores por establecimiento de veintiuno. El promedio era inferior en Argentina, diez, ya que en 1914 había 242.138 personas que trabajaban en el sector industrial (incluyendo al personal administrativo) y 24.203 establecimientos catalogados como industriales. Dada la escasez relativa de trabajadores manuales en relación con los sectores medios, especialmente en los centros urbanos, las tempranas movilizaciones sociales del proletariado fueron mínimas, lo que era posible comprobar por la escasa incidencia que tenían las huelgas sobre la vida cotidiana de la población. La fuerza sindical se hacía notar básicamente en aquellos sectores vinculados directamente con la actividad exportadora, como la minería o los transportes. Algunos gremios del sector llegaron a adquirir un poder de presión o negociación considerable, como los ferroviarios o los mineros del salitre chileno, pero casi ninguna los que estaban fuera de él, dada la facilidad para importar los productos que podían ser afectados por el movimiento huelguístico. Los sindicatos debían desarrollar sus actividades en un contexto bastante hostil, caracterizado por la intransigencia de los industriales a la hora de negociar en todo lo referente a las condiciones de trabajo y los salarios. La actitud del Estado en los enfrentamientos entre el capital y el trabajo era ambigua y contradictoria y es imposible hablar de una tendencia general. La historia del movimiento obrero latinoamericano está jalonada de hechos caracterizados por la dureza represiva de los gobiernos, facilitada por el carácter extranjero de buena parte de los militantes sindicales, que eran deportados cuando se podía. Algunos militantes sindicales, especialmente los de filiación anarquista, eran partidarios de la acción directa y del terrorismo. En 1909, el jefe de la policía de Buenos Aires fue asesinado por una bomba arrojada por un militante anarquista y el gobierno respondió con la sanción de la ley de Residencia, que permitía expulsar del país a aquellos extranjeros considerados agitadores. Sin embargo, las referencias a la actitud mediadora de las autoridades en los conflictos gremiales son bastante menores, si bien se trata de un punto que merece una atención mayor por parte de los investigadores a fin de poder definir el papel del Estado en este terreno. En Chile, algunas huelgas y manifestaciones obreras terminaron duramente reprimidas, como ocurrió en Valparaíso (1903), Santiago (1905) y Antofagasta (1906), aunque el suceso más conocido es el de la matanza del centro salitrero de Iquique en 1907. En el México de Porfirio Díaz la represión estatal también se hizo sentir, siendo uno de los hechos más notables la masacre contra los huelguistas textiles de Río Blanco, en 1907. La movilización proletaria sólo llegaría a adquirir tonos épicos en México y únicamente a partir del estallido de la Revolución. Se suele vincular el desarrollo del movimiento obrero con ideologías de izquierda, anarquista o socialista, pero es necesario no perder de vista la implantación de los sindicatos católicos, reforzados con la formulación de la doctrina social de la iglesia, especialmente a partir de 1891, con la encíclica Rerum Novarum. Los primeros sindicatos que se formaban en las ciudades solían ser de tipógrafos y linotipistas, obreros de la construcción, panaderos y otros oficios vinculados con la producción de alimentos. También fueron importantes los sastres, zapateros y sombrereros, así como diversos artesanos, dedicados a trabajar el vidrio, el metal u otros materiales. La importante presencia de artesanos en las ciudades y la inmigración de militantes sindicales de origen español e italiano favoreció el surgimiento de movimientos anarquistas y anarco-sindicalistas en Brasil, Argentina y Uruguay, muchos de los cuales terminaron nucleándose en torno a las Federaciones Obreras Regionales. En México, en la década de 1870, comenzó a actuar el Gran Círculo de Obreros, una coordinadora de varios grupos dominado inicialmente por los anarquistas, aunque luego comenzó a recibir subsidios del gobierno. El primer grupo marxista de América Latina fue el club Vorwärts, de Buenos Aires, que había sido fundado en 1882 por inmigrantes alemanes y estuvo representado oficialmente en la Primera Internacional. La llegada de nuevos grupos de refugiados provenientes de la Comuna de París y de otros levantamientos europeos reforzó la presencia de la Primera Internacional en algunos países de la región. En la medida en que el tejido industrial se iba extendiendo, el movimiento sindical se iba haciendo más fuerte y esto repercutiría no sólo en la fundación y organización de sindicatos obreros, sino también en la articulación de partidos políticos que se autoproclamaban defensores de los derechos de los trabajadores. En México se creó uno de los primeros partidos socialistas latinoamericanos, gracias a la labor de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, inicialmente nucleados en el Partido Liberal Mexicano. La revista Regeneración, fundada en 1901 y editada en los Estados Unidos se convirtió en el principal vocero de sus reivindicaciones. En Argentina también se desarrolló a partir de 1896 un fuerte Partido Socialista bajo el impulso de Juan B. Justo, con una implantación fundamentalmente urbana y de un carácter marcadamente parlamentario. Menos reformista sería el Partido Obrero Socialista de Chile, fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren.