El último siglo de la historia protobizantina fue extremadamente convulso desde cualquier punto de vista, y muy especialmente desde el político y militar. Y sin embargo fue decisivo para la historia del Imperio, configurándose a lo largo de él las características esenciales del Bizancio altomedieval, tanto en lo que se refiere a su extensión territorial, como a su estructura político-administrativa y homogeneidad cultural helénica y cristiana ortodoxa. Para ello sería ciertamente decisiva la pérdida de las provincias orientales menos helénicas y ortodoxas ante el avance del Islam, cuyo desafío por un momento amenazó hasta la supervivencia del mismo Estado, y de todos modos le obligó a abandonar para siempre sus aspiraciones de restauración ecuménica, que habían caracterizado el periodo llamado protobizantino. Desde esta perspectiva, este siglo de transición admite una subdivisión esencial entre el reinado de Heraclio (610-641) y el de sus sucesores. El primero todavía estaría dominado por las problemáticas interiores y exteriores del Imperio protobizantino, aunque al final vería el comienzo del decisivo y letal desafío islámico. Los convulsos tiempos de sus sucesores Constante II (641-668), Constantino IV Pogonato (668-685), Justiniano II Rinotmeta (685-695 y 705-711), Leoncio (695-698) y Tiberio III (698-705)- verían la épica defensa del núcleo helénico y ortodoxo del Imperio ante la marea islámica y también eslava, de la que saldría un Imperio diferente, muy disminuido pero vivo, más homogéneo y mejor organizado para superar cualquier nuevo ataque externo. Cuando se produjo la usurpación victoriosa del trono por Heraclio la situación militar del Imperio era crítica, atacado en los Balcanes por los eslavos y ávaros, y en sus provincias orientales por los persas. Durante los primeros diez años de su reinado Heraclio bastante haría con resistir y mantener a salvo la capital. Mientras tanto las bandas eslavas y ávaras saqueaban a conciencia los Balcanes, llegando en sus correrías hasta Creta y las mismas puertas de Tesalónica y Constantinopla. De forma que sólo las zonas costeras permanecerían bajo control imperial, mientras en el interior comenzaba ya irrefrenable el asentamiento de grupos de campesinos eslavos. Más organizado, el ataque de los persas sasánidas representaba un desafío más convencional y peligroso para el Imperio. Contando con el apoyo de una parte de la población de las provincias orientales -de religión monofisita o cansados del desgobierno y presión fiscal imperiales-, muy especialmente de las comunidades judías fanatizadas por varias sucesivas expectativas mesiánicas apocalípticas, las tropas sasánidas se apoderarían de casi todas las provincias orientales del Imperio: en el 614 de las simbólicas Jerusalén y Palestina, en el 615 de una buena parte de Asia Menor, y en el 613 de Egipto, vital para el avituallamiento de Constantinopla. La reacción de Heraclio se demoraría hasta principios de la segunda década del siglo. Esencial para el contraataque bizantino fue la firma en el 619 de una paz con el jagán de los ávaros, que posteriormente sufrirían una derrota definitiva en el 626. Libre así de la presión militar balcánica, Heraclio pudo iniciar una arriesgada pero inteligentísima contraofensiva frente a los persas con lo mejor del ejército de maniobras. En lugar de proceder a una penosa reconquista provincia por provincia, Heraclio optó por atacar el mismo corazón del Imperio sasánida, viviendo sobre el suelo del enemigo y reclutando allí mismo nuevos soldados. Para ello procedió a construir un dominio inexpugnable en las altas tierras de Armenia, desde donde hostigar y realizar ataques en profundidad sobre el enemigo a partir del 627. Las sucesivas y muy severas derrotas del ejército de campaña sasánida producirían de inmediato disensiones en la Corte y en los generales sasánidas. En el 628 el hasta hacía poco victorioso shasansha Cosroes era asesinado, sucediéndole su joven hijo Kovrad en medio de la general descomposición del muy feudalizado Estado persa. El nuevo rey sasánida optaba así en el 630 por ponerse bajo la protección de Heraclio para salvar un resto de poder central, comprometiéndose a abandonar de inmediato todas las conquistas realizadas por su padre en las provincias orientales del Imperio bizantino. Un tan rápido cambio de la fortuna no dejó de crear perplejidad y extrañas expectativas entre los contemporáneos y protagonistas de la misma. La guerra persa desde muy pronto había asumido ciertas características religiosas y hasta apocalípticas en cierta propaganda tanto judaica como cristiana. A lo que contribuyó ciertamente tanto la toma de Jerusalén, el despojo de la Vera Cruz y la matanza de cristianos palestinos, como la posterior represión imperial y la solemne devolución del sagrado símbolo cristiano por un Heraclio triunfante el 21 de marzo del 630. La derrota final del secular enemigo, tras una guerra final angustiosa, culminaba una situación de hostilidad de hacía varios siglos. Por primera vez desde Alejandro Magno un soberano helénico dominaba toda la ecumene oriental, pero esta vez era un emperador cristiano. En estas circunstancias no resulta extraño que una persona dada a ciertas especulaciones astrológicas como era Heraclio no diera pábulo, y él mismo pudiera llegar a creerse, que encarnaba la final profecía escatológica del Emperador cristiano del Fin de los tiempos, que habría de preceder de inmediato al Anticristo y a la segunda venida de Jesucristo. Y bajo esta perspectiva ciertamente habrían de entenderse las dos decisiones tomadas por Heraclio en materia de religión. Bajo estos temores y esperanzas escatológicas debió decretarse hacia finales del 631 el bautismo forzoso de todos los judíos del Imperio. Medida que sabemos que se hizo efectiva para el norte de África el día de Pascua del 632. Decreto antijudío que tendría hondo impacto en otros Estados cristianos, como sería el caso del Reino franco, donde Dagoberto haría otro tanto hacia el 632-635. Naturalmente que si Heraclio deseaba la desaparición del judaísmo con mayor motivo tenía que buscar la unidad de todos los cristianos, acabando con el grave problema del Monofisismo. Para ello, como en tantos otros momentos de la secular querella cristológica, el poder político trató de buscar una vía intermedia entre ambas posturas extremas. Ésta se encontró en una nueva doctrina surgida en las provincias orientales que al tiempo que afirmaba la existencia de dos naturalezas en Cristo defendía la presencia de una sola voluntad, doctrina que contó con el entusiástico apoyo del patriarca de Constantinopla, Sergio. Sin embargo, al aparecer las primeras resistencias -personificadas en el campo de la ortodoxia por el monje y patriarca de Jerusalén, Sofronio- el emperador se vería obligado a usar la fuerza para imponer la nueva doctrina. Fruto de la cual sería el edicto que bajo el nombre de Echtesis trató de imponer en el 638 el Monotelismo en todo el Imperio. Sin embargo la forzada unidad sería rechazada por monofisitas y ortodoxos, encontrando finalmente la oposición del papa Honorio. El edicto de unión religiosa se habría ya tomado en una situación mucho menos halagüeña que el del bautismo forzoso de los judíos. Dos años antes, el 20 de agosto del 636, la batalla del río Yarmuk señaló el principio del fin del Imperio bizantino en tierras sirias ante la incontenible marea islámica. Dos años después el califa Omar entraba en la ciudad santa de Jerusalén, tras una resistencia encarnizada dirigida por el patriarca Sofronio, que se vio falto de ayuda imperial. Tras destruir lo que quedaba del Reino sasánida la ofensiva islámica sobre Bizancio se reanudaría al año siguiente, ocupando la Mesopotamia romana e invadiendo la estratégica Armenia. En 640 se iniciaba la conquista islámica de Egipto, donde el invasor Amrus encontraría si no el apoyo al menos la indiferencia de una población copta enemistada religiosa y fiscalmente con el Imperio y con sus odiados representantes. Alejandría, el símbolo del Egipto griego y ortodoxo, caía definitivamente en poder de los árabes en el verano del 646. Mientas que a partir del 647 se iniciaba la serie de campañas de saqueo árabes sobre las provincias centrales y occidentales anatólicas, la construcción de una armada árabe por el califa Moavia en el 649 permitía al Islam presentar también sobre el vital mar un desafío total al Imperio. Tras la derrota de la flota bizantina en el 655 sólo las dificultades interiores del Califato permitieron un cierto respiro a Constantinopla, que se concretó en el tratado de paz del 659, en virtud del cual las deficitarias arcas imperiales se comprometían a pagar un tributo al Califa. La paz del 659 se había logrado también gracias a una cierta restauración de la situación en el interior de la Corte imperial. Los últimos años del reinado de Heraclio se habían visto también ensombrecidos por una querella dinástica y familiar, surgida de las ambiciones de su segunda esposa, su sobrina Martina, que deseaba ver suceder en el trono a su hijo Heracleonas, en detrimento del hijo mayor de Heraclio, Constantino III. La solución dada al conflicto por el anciano emperador tal vez fuera la peor: que le sucedieran ambos. Fallecido a los pocos meses Constantino III, la hostilidad de amplios sectores de la aristocracia y del ejército lograron en septiembre del 641 la destitución de Heracleonas y de su ambiciosa madre, siendo elegido emperador el adolescente Constante II, hijo de Constantino III, cerrando así la crisis sucesoria e inaugurando un periodo de estrecha colaboración entre emperador y aristocracia senatorial. El nuevo emperador pudo también beneficiarse de la sordina puesta a las discusiones religiosas por la pérdida de las provincias orientales, las más fieramente monofisitas, y por la desaparición del exarca africano Gregorio -que había apoyado su particularismo africano en la Ortodoxia radical- en una batalla contra el invasor islámico en el 647. En el 648 el gobierno imperial promulgaba un nuevo edicto religioso, conocido como Typos, por el que se prohibía cualquier discusión futura sobre las debatidas cuestiones cristológicas. Sin embargo, la suerte del nuevo intento cesaropapista no sería mucho mejor que la de sus congéneres anteriores. La resuelta oposición del papa Martín a todo compromiso (Sínodo de Letrán del 649) serviría para vehicular la rebelión autonomista de la Italia bizantina bajo el liderazgo del exarca Olimpio, contra un poder central muy debilitado, y que duraría hasta su muerte en el 652 y el destierro a Crimea del Papa (653). La rebelión de Olimpio y las graves pérdidas territoriales en Oriente -en el 663 se reanudaron las incursiones islámicas en Asia Menor- pondrían por un momento los problemas occidentales en un primer plano al gobierno de Constante II. En el 663 el emperador tomó la sorprendente decisión de trasladar su capital a Occidente, a la más segura Siracusa, en Sicilia. Decisión tal vez precipitada que no tenía del todo en cuenta el proceso de progresiva independencia de las posesiones imperiales en Italia, y del peso que para éstas suponía el sostenimiento de la Corte. El 15 de septiembre del 668 una intriga palaciega ponía fin a su vida. Los años del reinado de su hijo y sucesor Constantino IV resultarían decisivos para la suerte del ya Imperio Bizantino. En primer lugar la conflictiva cuestión religiosa fue definitivamente zanjada en el VI Concilio ecuménico de Constantinopla (7.11.680-16.9.681). En él se declaró como dogma la postura de los ortodoxos radicales, inmensamente mayoritarios en Occidente y en lo que quedaba de los Balcanes y el Asia Menor bizantinos. En segundo lugar, unos pocos años antes, en el 678, los bizantinos habían logrado su primera gran victoria sobre el Islam; al lograr rechazar, en parte gracias al descubrimiento del famoso fuego griego, un poderoso y anfibio ataque del califa Moavia sobre la misma Constantinopla, que se había iniciado en el 674. La derrota obligó al Califa a firmar una paz de 30 años, con el compromiso del pago de una indemnización anual. La detención del avance islámico permitiría así al Imperio asimilar nuevas pérdidas en los Balcanes, causadas por nuevas penetraciones eslavas al calor de la invasión trasdanubiana de un nuevo reino búlgaro. Lo que llevó a la formación definitiva de un Estado eslavo-búlgaro en el territorio de la antigua provincia de Mesia, entre el curso del Danubio y las cadenas montañosas balcánicas. Con ello se configuraba ya la situación política típica de los Balcanes de la alta Edad Media bizantina. La detención del avance islámico en Asia Menor y en el Egeo no parece que pueda separarse de la adopción por el Imperio en estos difíciles años de una nueva estructura administrativo-militar, que se conoce con el nombre de Reforma Temática. En líneas generales ésta consistió en romper definitivamente con la vieja separación entre gobierno civil y militar en la administración provincial, heredada de los tiempos de Diocleciano, continuando el camino marcado con los predecesores de Justiniano y de Mauricio. De esta forma las viejas provincias y sus funcionarios perderían casi todas sus atribuciones, subsumidas en unos nuevos poderes y circunscripciones de funcionalidad fundamentalmente militar: los Temas. Éstos recibían su nombre del cuerpo de ejército allí acuartelado, confiando a su comandante -que recibía el nombre de estratego- todos los resortes de poder fiscal y judicial necesario para el sostenimiento del ejército y la defensa en profundidad de la nueva circunscripción territorial a él confiada. Esta militarización y descentralización administrativas, a la par que nueva defensa en profundidad del Imperio, aparece ya configurada en sus líneas maestras en el 687; fecha para la que se testimonian ya los grandes Temas primitivos de Tracia (Balcanes), Opsiquion, Anatólicos y Armeniacos (Asia Menor), y de los Carabisinos (para los distritos marítimos del Egeo). Al mismo tiempo que esta reforma administrativa y militar se produciría otra fiscal, consistente en acabar con el carácter equiparable y adicionable del impuesto personal y del fundiario (capitatio-iugatio). Al desligar el primero del segundo se eliminó la causa principal de la sujeción del campesino a la gleba que trabajaba, permitiendo en el futuro el surgimiento de un campesinado libre, recreado en los Balcanes por las mismas penetraciones masivas de eslavos y con una activa política de traslado de poblaciones. Situación que en parte se pudo ya ver reflejada en la famosa Ley agraria (nomos georgikós), algunos de cuyos capítulos pudieron haberse redactado a finales del siglo VII. Desgraciadamente para el Imperio los últimos años del reinado de Constantino IV se vieron nuevamente ensombrecidos por una crisis familiar y dinástica, reflejada en su conflicto con la nobleza senatorial y militar que prefería un poder imperial compartido entre Constantino IV y sus hermanos Heraclio y Tiberio, que serian depuestos y castigados con el corte de la nariz. Esta peligrosa vía autocrática sería continuada por su ambicioso hijo y sucesor, Justiniano II. La negativa reapertura de la guerra con el Califato a partir del 691 y una clara política fiscal acabarían así con el estallido de una rebelión en Constantinopla en el 695, que llevó al trono al general Leoncio y al destierro a Justiniano II, al que se cortó la nariz. Entre tanto el emperador había incoado las raíces del distanciamiento entre la Iglesia griega y la latina con la celebración de un nuevo concilio ecuménico en el 691-692. Éste, que se conoce por el lugar en que se celebró como in Trullo, buscando la unificación disciplinar y litúrgica entre ambas iglesias consiguió lo contrario, al permitir el matrimonio de los presbíteros y prohibir por judaizante el tradicional ayuno romano. El rechazo de estas decisiones por el Papado contribuyó a la enajenación de buena parte de lo que restaba de la Italia bizantina respecto del gobierno imperial. El golpe de Estado del 695 rompió el equilibrio recientemente logrado en un Imperio reducido, pero homogeneizado territorialmente, permitiendo así la reanudación de la ofensiva militar islámica. La caída de Cartago en el 697 pudo ocasionar la rebelión de la importante flota militar bizantina, que llevó al trono al almirante Apsimar, que cambió su nombre por el de Tiberio II. Sin embargo, en el 705 el desterrado Justiniano II con el apoyo de un ejército bárbaro de búlgaro-eslavos y jázaros, conseguía reconquistar el poder. Durante seis años Constantinopla vería y padecería la venganza del emperador. Mientras se reanudaba un nuevo y peligrosísimo ataque árabe anfibio, que sólo terminaría en el 717 con la salvación definitiva de la capital del Imperio. El Bizancio medieval había comenzado.
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El hecho más relevante de la historia política de los países europeos occidentales, durante las tres últimas décadas del siglo XIX, fue el progresivo reconocimiento de los principios democráticos en sus estructuras legales. Con criterios de fines del siglo XX, muchos de estos avances pueden parecer casi insignificantes. Por ejemplo, en su momento de máxima extensión durante este período, los electores franceses eran el 29 por 100 de la población total, los españoles el 24 por 100, los suizos el 22 por 100, los ingleses el 16 por 100, y los italianos el 9,1 por 100. Pero no lo entendieron así los contemporáneos, quienes consideraron que se estaba llevando a cabo una verdadera revolución en el sistema de gobierno y expresaron su satisfacción o su temor ante la extensión del poder concedido al hombre común. Los principales objetivos de éste punto son exponer los principales cambios que tuvieron lugar, tratar de explicar porqué se produjeron, considerar en qué medida eran realmente democráticos los sistemas políticos, tanto desde un punto de vista teórico -respecto a un modelo ideal de democracia- como práctico, y establecer las consecuencias que los cambios institucionales tuvieron en la actividad pública. Para ello, describiremos las instituciones y trataremos de explicar el proceso político. Posteriormente analizaremos el significado social de las nuevas estructuras, en relación con los dirigentes y con los participantes en las mismas y la naturaleza de los cambios que tuvieron lugar en la acción del Estado. En la mayor parte de los países el avance democrático se produjo mediante la transformación de los anteriores sistemas liberales; en dos de los más importantes, sin embargo, Alemania y Francia, los elementos democráticos fueron un distintivo inicial de las nuevas instituciones creadas en 1871.
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En la Alemania contemporánea la situación es distinta a la de Francia, aunque de gran interés. Son las ciudades de la Hansa, las grandes obispales, etc., las que capitalizan los mejores encargos. Por tanto, pasamos del libro ilustrado al retablo pintado sobre la tabla. El Jardín del Paraíso (Museo de Franckfort) es una obra significativa de lo mejor que produjo Alemania; es una trasposición del lenguaje cortesano al ámbito de la alegoría para un público más amplio: Un "locus amoenus" y también un "hortus conclusus" artificioso es el marco en el que se despliegan personajes y grupos con un evidente carácter de lectura simbólica. Cuando se llega a esto (hacia 1410-1420), la pintura alemana ha hecho un amplio recorrido.El Maestro Bertram está en el comienzo, activo especialmente en Hamburgo, donde morirá hacia 1414-1415. El retablo de San Pedro de Hamburgo (Museo de la Ciudad) se hace entre 1379-1383, y presenta esos personajes típicos, cortos de talla, grandes de cabeza, de gesto repetido, en un ambiente casi inexistente, animado por los fondos de oro.En la época plena sucede a Bertram en Hamburgo el Maestro Francke, pintor mucho más dotado, pero heredero indudable de su forma de hacer. El retablo de Santa Bárbara (Museo de Helsinki) podría haber estado en Finlandia desde tiempos muy antiguos, muestra de las líneas artísticas que promueve el comercio. Se fecha a comienzos del siglo XV, mientras el de Santo Tomás (Museo de Hamburgo) sería posterior.En Dortmund, potente ciudad hanseática, vive Conrado de Soest, al menos desde 1394. Hacia 1403-1404 realiza su gran retablo de Wildungen, aún in situ. Como todos los maestros alemanes concede una gran importancia al oro, pero sin que por ello deje de crear un cierto ambiente por el que transitan los personajes. En ellos obtiene una síntesis entre el lujo y la elegancia del internacional y una cierta corpulenta monumentalidad servida por un excelente oficio.La ciudad de Colonia es una de las que tiene un papel preponderante en Alemania desde época otoniana. En ella coincide un obispado poderoso con una burguesía mercantil importante. La pintura que se lleva a cabo se ha calificado de conservadora y abunda en épocas anteriores. Varios pintores de delicado oficio se definen por su agrupación estilística. El Maestro de la Verónica trabaja hacia 1400 y su nombre se debe a una bella tabla en la que este apócrifo personaje sostiene el lienzo con la cabeza de Cristo, ante una multitud de menudos ángeles (Pinacoteca de Munich).En cierto modo, el heredero del Maestro de la Verónica y de la tradición de Colonia es Esteban Lochner, cuya actividad y forma de hacer lo sitúan como figura puente con el pasado y anuncio del arte posterior. Los documentos lo citan entre 1442 y 1451, año en que muere. Seguramente debió comenzar mucho antes y, aunque originalmente viene de fuera, adapta el lenguaje aprendido a lo propio de Colonia. Su Virgen de los Rosales (Museo Wallraf-Richartz, Colonia) fue considerada como un paradigma de la antigua pintura alemana. No sabemos exactamente su fecha, pero es claro que el artista recreó conscientemente un clima que corresponde al internacional de Colonia. En su Juicio Final, que se dice pintado hacia 1435, sin embargo, se hace eco de los cambios, haciendo uso de su excelente oficio. El Retablo de los Patronos de Colonia (catedral de Colonia) es un encargo con carga religiosa, pero también social. Es uno de sus trabajos más importantes, que contemplado por Durero en su visita a la ciudad, nos dejó su impresión sobre él.Inglaterra tiene un arte del color relativamente irrelevante si recordamos el brillante pasado anterior a la Peste Negra. No obstante, al comienzo del internacional y a lo largo de varios años se van produciendo algunos manuscritos interesantes. Por ejemplo, el "Liber Regalis" (Abadía de Westminter) se ha fechado algo después de 1382, suponiendo que su ilustrador fue un bohemio. Las razones que se aducen son las siguientes: el rey Ricardo II se casa con Ana de Bohemia y con ella llegan miniaturistas. Además, estilísticamente se asemeja a obras de aquella procedencia. Aunque ambos casos son ciertos, no lo es tanto que necesariamente sea un bohemio el artista, sino que refleja influencias bohemias fácilmente explicables.Es de destacar que en Inglaterra se pueden identificar varios miniaturistas que firman obras. Así, podemos comprobar que sigue existiendo el clérigo que vive de la ilustración del libro, cuando sabemos que John Siferwas era dominico y autor parcial del Misal de Sherbone (Ainwick Castle), manuscrito suntuoso en su ornamentación marginal. Para algunos, no obstante, es mejor Herman Scheerre, que colabora en otro gran proyecto, el "Salterio" y "Libro de Horas del duque de Bedford" (British Library). Su promotor es aquel gobernador en París que encarga a un taller parisino un Libro de Horas que da nombre al artista directo.Con todo, la pieza maestra, misteriosa, sin precedentes y difícil de clasificar, es el "Díptico Wilton" (National Gallery, Londres) donde hacia 1395 se ve a Ricardo II presentado por sus santos patronos, los reyes Edmundo y Eduardo el Confesor y el Bautista, y a la Virgen rodeada de ángeles. Está pintada por el reverso con un ciervo y señales heráldicas. Es de una sutil delicadeza, realzada por una refinada paleta. No se sabe quién la pintó y hasta se duda que sea inglés. No existe una escuela o grupo de pinturas semejantes, pero lo cierto que los intentos de hacer francés al pintor no han dado resultado.
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La abadía de Montier-en-Der fue consagrada en el 998, sufriendo importantes transformaciones en torno al año 1040. El aspecto actual corresponde a una radical restauración llevada a cabo después de la segunda guerra mundial. El edificio, conservador, siguiendo un prototipo de tradición renana, de amplia nave central con cubierta de madera y macizo occidental a los pies. Lo novedoso residía en la tribuna que corría sobre las naves colaterales. La vecina iglesia de San Esteban de Vignory manifiesta iguales conservadurismos en la nave central, y en su cubierta. Como en Montier, la novedad reside en la articulación de la superficie paramental, que se desarrolla entre el intercolumnio y las ventanas superiores; aquí se disponen unos arcos biforos que no se corresponden con el espacio de una tribuna, sino que su función es simplemente decorativa. Entre 1050 y 1057, se construyó la parte oriental prolongando las naves tres tramos, ligeramente más anchos, con unos grandes pilares que debieron soportar un cimborrio. Se cerraba el templo con una girola a la que se abrían tres absidiolas. La ordenación de los muros, con su falsa tribuna, y la utilización del deambulatorio son experiencias balbucientes de lo que será la definición tópica de las mal llamadas iglesias de peregrinación. La escultura de sus capiteles, con decoración geométrica y zoomórfica, denota más un arte tosco y rudo que impericia experimental. Un vasto edificio, de casi cien metros de longitud, se levanta, entre 1005 y 1049, sobre la tumba de San Remigio de Reims, sustituyendo a otro anterior carolingio. La consagración que puso fin a las obras tuvo lugar en 1049. Una extensa nave con colaterales y tribunas era cortada en su parte oriental por un crucero de igual estructura, pero casi de la mitad de anchura. A este transepto se abrían tres absidiolas en cada brazo y un presbiterio de tramo recto y hemiciclo. Pese a la monumentalidad de la parte oriental, su máxima importancia artística reside en los casi doscientos capiteles estucados, aunque hayan sufrido los rigores de una restauración excesiva. Una temática icónica muy variada cubre las caras de sus cestas: vegetales, animales, figuras de atlantes o escenas de la vida de Sansón. No se puede negar que el deseo de reproducir capiteles historiados esté en la línea de gestación del capitel románico; sin embargo, aquí la libertad de sus formas con respecto al marco arquitectónico en nada anuncian la principal característica de la obra románica que pretende todo lo contrario. Un paso más decisivo en la configuración del capitel románico se dará en la iglesia de Saint-Germain-des-Prés. Es un edificio de cronología discutida, que debe considerarse, en términos latos, no antes de 1050. Su forma reproduce tres naves con intercolumnios de pilares compuestos, una sola nave de crucero con los extremos en hemiciclo. Al transepto se abren cinco ábsides semicirculares escalonados. El aspecto tan románico de esta planimetría hace dudar de una cronología temprana. Los capiteles historiados de la nave -temas bíblicos, zodíaco, etc.-, conservados en el Museo Cluny -en el templo han sido reemplazados por malas copias -, muestran unas formas románicas precoces, donde el escultor ha tratado de someter, al esquema compositivo del capitel, una vieja iconografía de lejanos ecos merovingios o galorromanos.
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Para avanzar en el complejo mundo cuántico se hacían necesarios aceleradores más potentes que los ciclotrones de Lawrence. En 1945, MacMillan en Estados Unidos y Veksler en la Unión Soviética propusieron el principio de estabilidad de fase para construir aceleradores más potentes, surgieron así el sincrociclotón y el sincrotón; además, merced a los trabajos de Alvarez, Hansen y Panfosky, se construyeron aceleradores lineales capaces de alcanzar los 900 MeV, como el de Stanford. En 1943 Oliphant proponía un nuevo tipo de acelerador en forma de anillo, en el que la aceleración se lograría por la variación simultánea del campo magnético y la frecuencia de la tensión aplicada, principio que fue desarrollado en 1952 por Courant, Livingston, Snyder y Cristofilos, que desembocó en la construcción en Ginebra del sincrotón del CERN en 1959, que alcanzaba los 28,5 GeV. Entre tanto, la radiación cósmica vino en ayuda de los físicos. De esta forma, fueron identificados los piones y los muones mediante la interpretación de las trazas dejadas en placas fotográficas por los rayos cósmicos.Microcosmos y macrocosmos aparecían ligados entre sí. La estructura de la materia y del Universo debían de mantener una fuerte interrelación. De alguna manera la relatividad y la mecánica cuántica deberían estar relacionadas. De hecho, esa ligadura ya se había puesto de manifiesto con el "principio de exclusión de Pauli" y la ecuación de Dirac, desarrollada en 1928, que le llevó a postular la existencia del positrón, dando entrada al concepto de antimateria, esto es, la existencia de pares de partículas iguales con carga distinta. En 1950 en Berkeley se identificaba un nuevo pión, el pión neutro. A partir de entonces han ido apareciendo nuevas partículas, como los mesones K y los hyperiones. El modelo propuesto por Yukawa para explicar el comportamiento de la interacción fuerte, responsable de la estabilidad del núcleo atómico, fue sustituida en los años setenta por la cromodinámica cuántica (QDC) debido a la creciente complejidad del mundo atómico con la aparición de los quarks. Las partículas que interaccionan fuertemente se denominan hadrones, que a su vez están integrados por dos familias de partículas los mesones y los bariones.Las características y propiedades de los bariones ha dado lugar al establecimiento de la ley de conservación del número bariónico, por la que el número de bariones y antibariones se conserva y explica la estabilidad del protón, que es un miembro de la familia de los bariones, y con ella de la estabilidad de la materia. Además de los hadrones, existen los leptones, constituidos por el electrón, el neutrino y los muones. A su vez los hadrones están formados por quarks; éstos fueron propuestos en 1964 por Murray Gell-Mann y George Zweig. Los mesones están constituidos por un par quark-antiquark, mientras los bariones tienen tres quarks. Según la cromodinámica cuántica, los quarks nunca pueden aparecer bajo la forma de partículas libres. En los años setenta ha sido posible determinar las cargas de los quarks en el interior del protón, gracias al SLAC (Stanford Linear Accelerator Center). Junto con los quarks, en el interior de los hadrones se encuentran los gluones, responsables de la unión de los nucleones, observados en 1979 por el acelerador PETRA de Hamburgo. Como consecuencia del descubrimiento en la radiación cósmica de una nueva partícula neutra, llamada hyperión lambda, y del mesón K a ella asociado, se descubrió un nuevo número cuántico, al que se denominó extrañeza, que aparece asociado a un nuevo quark, el quark "s". La desintegración de las partículas con extrañeza responden, como la desintegración, a la interacción débil. La combinación de los quarks "d", "u" y "s" explican la existencia de los hyperiones epsilon, descubiertos a principios de los años cincuenta, los hyperiones forman la familia de las partículas delta.En 1964 se descubrió una nueva partícula con extrañeza, la omega (?) predicha con anterioridad por la teoría de Gell-Mann y Ne'eman, con ella podían interpretarse satisfactoriamente los sistemas de hadrones constituidos por los quarks "d", "u" y "s". Sin embargo, en la segunda mitad de los años sesenta los físicos predijeron una nueva interacción, la interacción de la corriente neutra que fue observada en el CERN en 1973, asociada a un nuevo quark: el quark "c", predicho en 1970 por Sheldon Glashow. En 1974 se descubrió en el laboratorio Brookhaven, por Sam Ting, y en el SLAC, por Burton Richter, una nueva partícula, la "psi", que Richard Feynman y Harald Fritzsch atribuyeron a un nuevo número cuántico al que denominaron "encanto". En 1979 se encontraron evidencias de la existencia del número cuántico "encanto" en los bariones, que se añadían así a los "mesones encantados". En 1970 Gell-Mann y Fritzsch postularon la existencia de un nuevo número cuántico al que llamaron "color", para explicar por qué el estado de la partícula delta es antisimétrico como exige el principio de exclusión de Pauli. De esta forma, los quarks podían ser rojos, verdes y azules -los colores son exclusivamente denominaciones-, con el número cuántico "color" se desarrolló la cromodinámica cuántica (CDQ), que ha venido ha completar a la electrodinámica cuántica (QED) que se ocupa de la interacción electromagnética a escala cuántica, para explicar la estructura y comportamiento de la materia.La física de las partículas elementales ha permitido avanzar en el conocimiento de la estructura del Universo. De esta forma, relatividad general y física cuántica se revelan como dos teorías fundamentales para comprender el macrocosmos. La razón de ello estriba en el hecho de que las partículas elementales requieren altísimas energías para su producción, capaces de romper las fuerzas de ligadura del núcleo atómico. Estos procesos sólo se producen en el interior de las estrellas o en la explosión de las mismas en sus variadas formas, en función de su masa: supernovas y gigantes rojas, que dan lugar a estrellas de neutrones, agujeros negros, enanas blancas y enanas negras; o en las primeras etapas del "big bang". El "big bang" se considera la singularidad inicial de la que parte nuestro actual Universo. La teoría del "big bang"forma parte del modelo estándar surgido de la relatividad general, que además se ajusta con bastante precisión a los resultados de la física cuántica en el mundo de las partículas elementales. En 1948, George Gamow predijo que debería existir un rastro en el Universo de la explosión inicial o "big bang", dicho rastro fue observado en 1965 por Penzias y Wilson, era la "radiación de fondo de cuerpo negro", radiación térmica de 2,7 grados Kelvin residuo del "big bang".En los instantes posteriores al "big bang" el Universo estaba extremadamente caliente y condensado, en aquellos momentos las leyes de la física no operaban y las partículas elementales de la materia no eran viables. Steven Weinberg ha descrito lo que sucedió en el lapso de tiempo comprendido entre una diezmilésima de segundo después del "big bang" y los tres primeros minutos del Universo actual, lapso en el que el Universo inició su expansión y enfriamiento, haciendo posible las fuerzas de ligadura que regulan las leyes de la física. Una hora y cuarto después del "big bang" la temperatura ha descendido a algo menos de una décima parte, unos 300 millones de grados Kelvin; en ese momento las partículas elementales se encuentran ligadas en núcleos de helio o en protones libres, además de la existencia de electrones. Alrededor de 700.000 años después del "big bang" la expansión y el enfriamiento del Universo permitió la formación de núcleos y átomos estables, el desacoplamiento de la materia y la radiación posibilitaría el inicio del proceso de formación de galaxias y estrellas.El modelo actual del Universo incluye la "flecha del tiempo", que en el ámbito de la física había sido introducida por Ludwig Boltzmann con la segunda ley de la termodinámica en el último tercio del siglo XIX. La segunda ley de la termodinámica afirma que la entropía de un sistema aislado aumenta con el tiempo. En términos generales, la entropía de un sistema es una medida de su desorden manifiesto. La segunda ley de la termodinámica introduce la asimetría temporal, o "flecha del tiempo". El Universo es por definición un sistema aislado, además el modelo actual del Universo dinámico y en expansión se ajusta a la existencia de una "flecha del tiempo", cuya dirección discurriría desde el "big bang" hacia el futuro. El problema se plantea a la hora de hacer compatible la entropía del Universo, regida por la segunda ley de la termodinámica, y las ecuaciones de la relatividad general y de la mecánica cuántica que son simétricas en el tiempo, especialmente las primeras, en tanto en cuanto la reducción del paquete de ondas dentro del formalismo mecanocuántico es asimétrica temporalmente. En la actualidad se piensa que la solución a este problema vendrá de la mano de la construcción de una "teoría de la gravitación cuántica", una teoría cuántica de la estructura del espacio-tiempo, para lo que el estudio de los "agujeros negros" se revela como el camino más factible. Los trabajos, de Roger Penrose y Stephen Hawking van en esta dirección. La revolución científica del siglo XX ha dado lugar a una nueva representación del Universo y de la Naturaleza. Del Universo infinito y estático característico de la época moderna, surgido de la revolución newtoniana, se ha pasado al universo dinámico y en expansión de las revoluciones relativista y cuántica. De la Naturaleza regida por leyes deterministas, derivadas del carácter universal de la Ley natural de la causalidad, se ha pasado a una concepción de la Naturaleza articulada sobre la base de los procesos complejos, en los que el carácter probabilístico de los fenómenos cuánticos afecta no sólo al ámbito de la física del microcosmos y del macrocosmos sino también a los propios procesos biológicos, como consecuencia de la trascendencia de los procesos bioquímicos en los organismos vivos.La representación determinista característica de la racionalidad de la civilización occidental en la época moderna, que se articulaba en tres grandes postulados, espacio y tiempo absolutos y principio de causalidad estricto, tiene que ser reemplazada por una nueva racionalidad. Una nueva racionalidad que, desde el paradigma de la complejidad, sea capaz de integrar de forma coherente y consistente "azar y necesidad".
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En el año 628 los bizantinos habían arrebatado Egipto a los persas; el gobierno de Constantinopla se hizo a través del patriarca ortodoxo de Alejandría, circunstancia que provocó conflictos ya que la población, aunque de lengua griega y cristiana, era copta y por tanto ajena a la línea religiosa de Bizancio; los árabes, a cuyos ejércitos ya se habían ido incorporando otras etnias y distintas religiones, iniciaron la conquista de Egipto en diciembre del 639 y, en sólo dos años, ya había capitulado Alejandría que cayó en sus manos en noviembre del 641; tal velocidad pudo ser alcanzada gracias a la momentánea debilidad militar bizantina y el desapego que la población sentía por sus representantes: los recaudadores de impuestos y los clérigos ortodoxos.La ocupación del país, como en Iraq, vino propiciada por la fundación de un misr, Fustat, que significa campamento, y que pasó a ser la capital de la nueva provincia; las primeras manifestaciones artísticas de los musulmanes en Egipto fueron tan precarias como en el resto del Islam, pues aunque pronto se dio una cierta islamización, siguió siendo durante tiempo un país ocupado, en el que la población copta hablaba y escribía griego, y sostenía, con sus impuestos en especie y servicios, a los gobernadores enviados por Damasco y Bagdad; es interesante recordar que fueron artesanos egipcios algunos de los que se desplazaron a Siria, para colaborar en la construcción de los más emblemáticos edificios omeyas.Uno de aquellos gobernadores fue el turco Ahmad Ibn Tulum quien, a cambio del reconocimiento formal de la autoridad central bagdadí, aplicó en Egipto los impuestos recaudados, dando origen a un interesante desarrollo artístico, muy atento a las novedades iraquíes. Tras un periodo de anarquía, a raíz de su muerte en el 884, tomó el poder otro aventurero turco, que inició la dinastía ijsidí, que vio su fin en el año 969.En Egipto tenemos, pues, una situación muy diferente ya que la cultura islámica fue un objeto de importación, sin raigambre nacional alguna, sustentada por unos militares asiáticos, a la que no faltaron aportaciones posteriores, tanto orientales como africanas e incluso andaluzas. Egipto fue, durante casi toda la historia islámica, un pasillo de pueblos y el solar propicio para que alcanzasen fortuna diversos aventureros, como había venido sucediendo desde los tiempos de Alejandro Magno que, no obstante, dejaron un patrimonio artístico impresionante.Más allá de Egipto, el proceso se repitió de nuevo; desde época fenicia el actual Túnez y la parte oriental de Argelia constituían un territorio diferenciado, una isla fértil rodeada por el desierto, el mar y las montañas del Atlas. Solar de cartagineses y provincia próspera del Imperio romano, Africa por antonomasia, sufrió crisis religiosas, el asentamiento del reino vándalo y la reconquista bizantina.Su aislamiento no le libró de correrías musulmanas en fechas tan tempranas como el 647, pero su conquista definitiva no ocurrió hasta el 670, cuando Uqba ibn Nafi fundó Qayrawan capital de la provincia más occidental del imperio omeya durante el resto del siglo VII Ifriqiya, a la que fueron agregando durante el VII el resto de las conquistas musulmanas hasta los Pirineos. La provincia fue gobernada por enviados de la corte califal; un descendiente de uno de ellos, Ibrahin ibn Aglab consiguió hacer hereditaria su autoridad, organizando una copia a escala del gobierno de Bagdad bajo la autoridad de su familia, los aglabíes, que siempre se mantuvieron como súbditos del califa abbasí. Fue una etapa de prosperidad gracias a la paz y a la buena gestión de los impuestos recaudados entre la población indígena, beréberes islamizados, pero poco integrados en el Imperio omeya; la seguridad de Ifriquiya fue tal que incluso tomaron la iniciativa de la conquista de Sicilia. Sus realizaciones arquitectónicas presentaron unos visos de originalidad que serían decisivos para el futuro de esta materia en todo el Occidente musulmán, singularmente en Al-Andalus, por más que en la misma Ifriqiya quedasen encapsulados.Más al Oeste la conquista definitiva, lograda poco antes del salto a Europa a través de Hispania, fue conseguida a duras penas a costa de las tribus beréberes, entre las que se daban las cristianas, las judaizantes y las paganas. El resultado, a la larga, fue una serie de Estados .cuyas tendencias políticas y religiosas fueron las de los misioneros, gobernadores o simples aventureros que iniciaron o consolidaron el dominio del Islam en las comarcas o ciudades más significativas. Así, en 787 en Tahert se consolidó el Estado jariyí de los rustamíes, fundado por un persa; otro Estado jariyí fue el de Siyilmasa, al Sur del actual Marruecos; un tercero fue el de Fez, con la dinastía idrisi, descendientes del califa Ali, que fue fundado en el 788.Este mosaico fue unificado por los fatimíes, de historia bastante compleja a su vez; resulta que los ismailíes, rama revolucionaria de los siíes, es decir de los heterodoxos adeptos del califa Ali, sólo reconocían como tales a los descendientes de aquel, lo que provocó, desde la inicial contienda con Muawiya, que sufrieran la encarnizada persecución de los abbasíes. Esto les obligó a una política secreta, en la que fue piedra angular la doctrina de la sucesión oculta de Ali; ni que decir tiene que la solución final del secreto, el desvelamiento, se produciría por la aparición pública y triunfal del Mahdi, el enviado, concepto mesiánico que no fue privativo de los ismailíes.La extensión de esta tendencia se debió, entre otros factores, a sus activos misioneros; uno de ellos, llegó hacia el año 893 a Ifriqiya para ampliar la predicación entre los beréberes; el éxito fue completo y ya en 910 pudo un supuesto descendiente de Ali proclamarse califa en Ifriqiya iniciando la rápida conquista de toda Africa del Norte, desde Egipto al Atlántico, destacando su labor de fundaciones urbanas: Mahdiya primera creación de una urbe marítima por parte del Islam, Mansuriya, en Túnez, y una ampliación de Fustat, el actual El Cairo, en Egipto, donde permanecerían hasta el 1171, tras haberse apoderado incluso de Siria en el año 978. Su dominio efectivo se concentró, durante los siglos X y XI en Egipto, que sustituyó durante este tiempo al decadente Iraq de los abbasíes. Aunque los fatimíes alcanzaron el dominio del Valle del Nilo durante esta etapa de formación del arte islámico, no es menos cierto que su desarrollo ocurrió durante el siglo XI y por ello representan, dentro del convulso mundo musulmán de dicha centuria, una isla de cierta estabilidad política.Bajo la titularidad fatimí se desarrollaron en los actuales países magrebíes una nueva serie de dominios, centrados en ciudades concretas y detentados por dinastías de gobernadores o usurpadores locales. Así en Ifriqiya tuvieron amplia autonomía los ziríes, que eran beréberes y dominaron en Mahdiyya desde la fundación de El Cairo en el año 969, mientras otra rama beréber, los hammadíes desde la ciudad de la Qalat Bani Hammad domina el Magreb central; la diferenciación entre ambos dominios se produjo a causa de que los hammadíes sí reconocieron al califato abbasí, prolongándose su dominio hasta fecha tan tardía como 1152.También los ziríes acabarían reconociendo a los abbasíes y ello provocó, en 1051, que los fatimíes propiciaran la emigración de los Banu Hilal, beduinos nómadas que, procedentes de la zona norte de la Península Arábiga, estaban asentados entre el Nilo y el Mar Rojo. Estas qabail devastaron toda Ifriqiya reproduciendo el nomadismo que en aquellas tierras era sólo un fenómeno periférico e introduciendo la población arabófona que en la actualidad caracteriza a los países del Norte de Africa por oposición a los de lengua y raza beréber. De esta compleja historia lo que más nos interesa es la potencia y arcaísmo de su arquitectura, radicada casi toda ella en el actual Túnez y que, como anunciamos anteriormente, sería un ingrediente de la espléndida floración del arte andalusí.
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Las arquitecturas de jardín o las diferentes formas de apropiación de las ruinas parecían recorrer, durante los años centrales del siglo XVIII, los límites inquietantes de la teoría y de la práctica arquitectónicas, contribuyendo, sin duda, a dinamizar los debates y polémicas sobre los modelos de la disciplina. Pero también se ha podido comprobar cómo el núcleo de las controversias se establecía en una permanente indecisión a la hora de encontrar correspondencias estrictas entre propuestas teóricas y arquitecturas construidas. En los márgenes del debate, pero con unas consecuencias decisivas a la hora de enfrentar el proyecto de arquitectura, quedaban las fantasías de papel, el experimentalismo tipológico, la crisis figurativa y conceptual de los lenguajes tradicionales.Podría incluso afirmarse que muchas de estas propuestas no nacen exclusivamente de los choques entre el racionalismo y el clasicismo o el barroco, sino que aprovechando las fisuras abiertas en el edificio canónico de la teoría clasicista se incorpora todo un nuevo repertorio de imágenes que no son sino figuras de la arquitectura, meditaciones que aspiran a la construcción y que, a través de los modelos arqueológicos, romanos o griegos, del racionalismo estructural y compositivo y de una nueva lectura de la tradición clasicista inaugurada en el Renacimiento, van a permitir la formulación de una nueva arquitectura.En Inglaterra las propuestas realizadas contemplan casi todas las posibilidades. Si el palladianismo del círculo de Lord Burlington podía entenderse como una arquitectura de mediación entre el modelo de la Antigüedad y su aplicación histórica, el fenómeno pronto entraría en la rutina del orden de los libros de patrones. Es decir, lo que había nacido como alternativa rigurosa y erudita se convirtió en arquitectura de representación. De ahí a los repertorios de tipologías atentos a satisfacer una demanda creciente de soluciones prácticas sólo había un paso, el de la geometrización de los diseños. En ese proceso un arquitecto como Robert Morris cumplió un papel fundamental. El análisis tipológico atendía a reglas seguras y fáciles de reproducir. Sin embargo, junto a este peculiar fenómeno, que afectaba sobre todo al problema de la vivienda, la arquitectura inglesa abría diferentes frentes que contestaban esa tradición inmediata.Por un lado, las teorías del pintoresquismo y las diferentes poéticas del jardín paisajístico introducían en el ámbito de los debates la idea de asociar sentimientos a las formas y volúmenes arquitectónicos. De esta forma, las diferentes tradiciones del clasicismo se enfrentaban a una disolución de sus principios fundamentales que afectaban tanto a la jerarquía de las partes de un edificio coma a su carácter simétrico y unitario. Lo que nace como un problema perceptivo acabará convirtiéndose en una nueva idea del proyecto arquitectónico.Pensemos, por ejemplo, y con independencia de los lenguajes utilizados, en la recuperación del desorden y la arbitrariedad del gótico, tan distinta de la lectura racionalista y constructiva de la arquitectura francesa, que propusiera a Horace Wapole en su villa de Strawberry Hill (Middlesex), comenzada en 1750. Pero el gótico no sólo fue interpretado en un sentido, pintoresco y asimétrico en Inglaterra, sino que incluso se le intentó dotar de una racionalidad numérica y geométrica que, derivada de la tradición clasicista, imponía un violento gesto a un lenguaje arquitectónico con el afán de dotarle de las mismas características proporcionales que el sistema de los órdenes clásicos, como de hecho propusiera Batty Langley en su "Gothic Architecture, lmproved by Rules and Proportions", publicado en 1742, también con una intención nacionalista.Si con Strawberry Hill, un lenguaje arquitectónico como el gótico servía para plantear toda una nueva concepción del proyecto y de la composición arquitectónicas, con Langley, el mismo lenguaje servía para confirmar la validez de una concepción tradicional de ambos. Y es aquí donde se encierra el verdadero problema de la modernidad de la nueva arquitectura y no tanto en sus apariencias estilísticas o formales. En el mismo sentido cabe interpretar la atención a la arquitectura gótica en Francia, no tanto como un revival cuanto como una propuesta racionalista teórica y constructiva.Sin embargo, en muchas ocasiones lo que se ha considerado más representativo de la segunda mitad del siglo XVIII, es decir, la nueva valoración y admiración por los modelos de la Antigüedad grecorromana encierra menos aspectos innovadores de lo habitualmente afirmado. Un ejemplo elocuente lo proporciona el arquitecto James Stuart (1713-1788), apodado El Ateniense. Stuart, junto con N. Revett, realizó uno de los viajes arqueológicos más célebres del siglo XVIII, cuyo destino era estudiar la arquitectura griega en Atenas. La obra, con dibujos de edificios tan célebres como el Partenón, causó profunda impresión en Europa, sobre todo por la multitud de imágenes ornamentales que acabarían reproduciéndose por todas partes, aplicadas fundamentalmente a la decoración arquitectónica. Las "Antiquities of Athens" (1762) no afectaron al proyecto ni a la idea de la arquitectura, sino a su apariencia. No es extraño que el éxito mayor de Stuart fuera como decorador de interiores antes que como arquitecto, como puede comprobarse en su Spencer House (1758), en Londres, o incluso en una arquitectura de jardín cómo el templete dórico, inspirado en el Theseion de Atenas, de Hagley Park, en Worcestershire, también de 1758.El dórico griego, de cuyo contenido emblemático y polémico ya se ha hablado, adquiere en Inglaterra una diferente interpretación, no como objeto de debate sino como elemento de decoración, arquitectura de una nueva moda, la del gusto griego. La noble sencillez y serena grandeza que Winckelmann atribuía al arte griego acabó por aplicarse con un sentido ornamental, como ocurre en algunos edificios de James Wyatt (1746-1813). Wyatt, sin embargo, se mostró inesperadamente original en su Pantheon de Oxford Street, de 1769, en el que el modelo no es el de Roma, sino una versión de la iglesia bizantina de Santa Sofía en Constantinopla. Pero en esta época es posible que ningún arquitecto represente con más exactitud el tímido equilibrio alcanzado por las nuevas ideas como William Chambers (1723-1796). Discípulo de Blondel, se relacionó en Roma con Piranesi y con el grupo de los piranesianos franceses ya mencionados. Pero su arquitectura, lejos de asumir los nuevos planteamientos, los tradujo a un convencional y académico palladianismo de fácil y rápido éxito, como ocurre con obras como el Casino de Marino, cerca de Dublín, de 1758, o con la Somerset House, construida en Londres entre 1776 y 1786. Chambers escribió además uno de los tratados de arquitecturas más importantes de la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra, su "Treatise on Civil Architecture", publicado en 1759. Un tratado que es a la vez síntesis del clasicismo francés y de la tradición normativa del Renacimiento.
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Aunque no ha sido posible determinar la fecha de llegada de los primeros seres humanos al continente americano, y no existe consenso entre arqueólogos e historiadores, parece que los cálculos menos arriesgados sitúan el arribo de los primeros pobladores hace aproximadamente veinte mil años. La llegada se hizo de manera escalonada, y no por una única vía. Los aportes más numerosos de población llegaron procedentes de Siberia, y atravesaron el Estrecho de Bering cuando los hielos construyeron un largo pasillo transitable a pie entre el continente asiático y el norte de América. A partir de esa primera entrada, de tribus esteparias formadas por cazadores y recolectores, se inició un lento poblamiento de América, con asentamientos en pueblos que fueron evolucionando desde sociedades primitivas, en bandas y tribus, hasta llegar a constituir las primeras sociedades urbanas, ya en el espacio mesoamericano. Este origen de los pobladores no debió ser el único. Con bastante probabilidad se habla de otras vías de acceso, en este caso a base de navegación por el Pacífico. Hay elementos arqueológicos que permiten establecer ciertas semejanzas entre pueblos asentados en Sudamérica con otros del este asiático. Gráfico En cualquier caso, estos pueblos se organizan con típicas estructuras tribales, que permiten suponer en sus habitantes un reparto de trabajos, enfocados a la subsistencia y, por tanto, con gran dedicación tanto femenina como masculina a las tareas de recolección, caza, y en determinados lugares, con un complemento de pesca.
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La victoria de Enrique IV se reveló pronto como ilusoria para los propósitos del emperador. Los veinte años que sobrevivió a su viejo rival fueron para él de continuada desazón política. A las dificultades para mantener a su cuestionado antipapa Clemente III se unieron las rebeliones de sus súbditos nunca del todo sofocadas. Los príncipes alemanes levantaron contra el soberano a dos de sus presuntos herederos: a Conrado, muerto en 1101, y a Enrique, que le sucedería -Enrique V -a su muerte en Lieja en agosto de 1106. A lo largo de estos años, los Papas legítimos no desaprovecharon las oportunidades Urbano II (1088-1099), mucho más flexible y político que Gregorio VII, aplicó con más discreción los decretos sobre simonía, nicolaísmo e investidura laica. Los logros parciales que pudo conseguir Enrique IV fueron debidamente contrarrestados. A Urbano se le conoce, fundamentalmente, por haber presidido lejos de Roma (ciudad en la que difícilmente podía mantenerse frente al antipapa) un importante concilio: el de Clermont de 1095. En él promulgó una serie de medidas y pronunció el famoso sermón que puso en marcha la primera gran operación colectiva del Occidente Medieval: la Cruzada. La excomunión que pesaba sobre Enrique IV y sobre Felipe I de Francia -simoniaco y adúltero pertinaz- convirtieron al Pontífice en la auténtica cabeza de una empresa que, si tuvo unos orígenes puramente accidentales, despertó luego un extraordinario entusiasmo Con Urbano II, el sistema de legados experimentó un nuevo impulso que aceleró el proceso de centralización pontificia. El avance de la Cristiandad latina en la Península Ibérica y en el Mediodía de Italia aumentó considerablemente el área de influencia pontificia. En octubre de 1088, Urbano II enviaba el pallium arzobispal a Bernardo de Toledo. Se reconocían así, formalmente, los derechos primaciales de la Iglesia toledana como heredera de la vieja supremacía eclesiástica visigótica. A la muerte de Urbano II, la reforma paracía bien encarrilada. Así lo entendió su sucesor Pascual II (1099-1118) cuyo primer acto de gobierno fue reiterar, sin ningún tipo de contemplaciones, la condenación de los viejos vicios eclesiásticos tan tenazmente combatidos por sus predecesores. El panorama político alemán paracía también relativamente propicio. En efecto, en 1107, el monarca germano Enrique V parecía dispuesto a un comportamiento más transaccional con la Santa Sede que el mantenido por su padre. Tras arduas negociaciones se llegó a un acuerdo: el tratado de Sutri de 1111. El monarca se comprometía a renunciar a toda investidura de cargos eclesiásticos. Como contrapartida, los obispos entregarían al soberano todos los bienes feudales renunciando a cualquier tipo de regalías. En el futuro, los dignatarios eclesiásticos vivirían de sus bienes no feudales y de las ofrendas de los fieles. La formula era auténticamente revolucionaria ya que ponía a la Iglesia fuera del poder laico, y subvertía, consiguientemente, toda la estructura social y eclesiástica del Occidente... Demasiado utópico todo para el cúmulo de intereses que se había tejido a lo largo de varios siglos. Ni el episcopado -especialmente el alemán- estaba dispuesto a abandonar de buena gana sus beneficios ni el emperador paració actuar de buena fe en la operación. Por tanto, presionado por Enrique V, Pascual hubo de dar marcha atrás y reconocer a su oponente ciertos derechos de investidura. El monarca alemán fue solemnemente coronado pero una fuerte corriente de opinión reprochó al Pontífice su debilidad. El conflicto renació: Enrique V fue excomulgado y Pascual II renovó los viejos decretos contra la simonía y la investidura laica. El alemán promovió un antipapa en la figura del arzobispo Burdino de Braga que tomó el nombre de Gregorio VIII. En 1119, el conjunto de Occidente paracía hastiado de la polémica entre Papa y emperador, más aun cuando en 1104 con Francia y en 1107 con Inglaterra (concordato de Westminster) el pontificado había llegado a acuerdos honorables en el tema de las investiduras. Una nueva generación -la del nuevo papa Calixto II, la del abad Poncio de Cluny o la del canonista Ivo de Chartres- tomaba el relevo y se disponía a poner en juego soluciones pragmáticas frente a una situación que amenazaba pudrirse. Ivo, obispo de Chartres, fue un reputado canonista autor de tres importantes recopilaciones que no llegaron a tener carácter oficial pero que prepararon el terreno para otras decisivas sistematizaciones posteriores. Su fama viene, con todo, de haber elaborado una fórmula que, lejos de la visceralidad y la rigidez ideológica, fue capaz de zanjar el espinoso tema de las investiduras. Como buen reformador, Ivo era intransigente respecto a las condiciones en las que el candidato debía ser elegido. Sin embargo, introducía un matiz al separar episcopium de feodum. Dicho con otras palabras: una cosa era la ordenación, que tenía un sentido sacramental; otra la investidura, que no tenía este carácter y -siempre y cuando no se pretendiera con ella conferir algo espiritual- podía ser concedida por el rey. Un espíritu paracido respiraba Calixto II (1119-1124). Emparantado con distintos príncipes y hombre de espíritu conciliador, era la persona que las circunstancias requerían. Uno de sus primeros actos de su gobierno fue la celebración de un concilio en Reims que gozó de una nutrida asistencia aunque los efectos de sus disposiciones reformadoras fueran muy limitados. Hubo que esperar algún tiempo para que la paz llegara a convertirse en una realidad. Con ayuda de los normandos, el Pontífice logró deponer en abril de 1121 al antipapa Gregorio VIII. Las diferencias con Enrique V fueron limándose hasta que, por mediación del metropolitano Adalberto de Maguncia, el Papa y el monarca alemán llegaron a un acuerdo siguiendo el modelo aplicado para Inglaterra desde 1107: fue el llamado Concordato de Worms de 23 de septiembre de 1122. Por él, Enrique V admitía la libre elección y consagración del elegido canónicamente. Se comprometía, igualmente, a restituir a la Iglesia de Roma los bienes que le habían sido arrebatados en tiempos de la discordia y a ayudar al Papa cuando fuera requerido para ello. A cambio, Calixto II otorgaba a Enrique que estuviera presente en las elecciones que se celebraran en los obispados del reino alemán para vigilar la limpieza del proceso. Cualquier conflicto sería solucionado por el metropolitano y demás obispos de la provincia. Antes de la consagración del elegido, el rey le entregaría las regalías correspondientes. Por ellas, el obispo contraía las acostumbradas obligaciones de fidelidad feudal para con el soberano. En Italia y en Borgoña, las regalías serían entregadas a los seis meses de la consagración. El Concordato de Worms era un punto medio entre las tesis extremas del gregorianismo y las costumbres más puramente feudales. La interpretación del texto no estaba libre de equívocos ya que algunos llegaron a pensar que se trataba de un acuerdo estrictamente personal entre un Papa y un emperador, sin ningún valor para el futuro. Calixto II, sin embargo, lo interpretó como un éxito que trató de solemnizar en una magna reunión conciliar en su palacio de San Juan de Letrán. El escenario había sido familiar para las reuniones de obispos en la era gregoriana. Pese a que algunas habían tenido una nutrida asistencia, la tradición eclesiástica no las ha otorgado el carácter de ecuménicas. La presidida por Calixto II (1123) sí que adquiriría este título y crearía una imagen: la universalidad de los concilios se había trasladado de Oriente (Constantinopla, fundamentalmente) a Occidente. Un éxito más de la política teocrática y centralizadora de los Papas. El considerado I Concilio de Letrán duró apenas doce días y conoció la presencia -según el abad Suger de Saint Denis- de "trescientos más obispos". De hecho, los asistentes se limitaron a ratificar las disposiciones del Concordato de Worms. Sin embargo, su efecto multiplicador fue extraordinario: entre 1125 y 1129, distintos concilios de ámbito local (Westminster, Rouen, Arrás, Troyes, París, Barcelona, Palencia...) lograron una más amplia y eficaz penetración de las medidas reformadoras. Nadie mejor que el sucesor de Calixto II, el papa Honorio II, para continuar esta tarea. A lo largo de su pontificado (1124-1130) logró mantener buenas relaciones con los distintos poderes del Occidente: con Luis VI de Francia, con Enrique I de Inglaterra, con Alfonso VII de Castilla y León y, sobre todo, con el soberano alemán Lotario III de Suplimburgo. En él encontraría un sincero colaborador en materia de elecciones episcopales y uno de los pocos emperadores germánicos que tuvo verdadero interés por la expansión hacia el Este.
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Durante el último tercio del siglo XI, un grupo de edificios que se construyen en Francia y en España aparecen caracterizados por unas formas que responden a un nuevo concepto de la arquitectura. Se puede decir que, tras una serie de experiencias, ha cristalizado el estilo románico. Ahora sí será un estilo que se pueda generalizar a la totalidad de las artes. El nuevo lenguaje plástico acabará con los núcleos de resistencia que otras formas artísticas oponían para perpetuarse en sus propias tradiciones locales. Los reinos hispánicos occidentales que habían permanecido impermeables al primer románico, se sumarán ahora a puestos de vanguardia del nuevo estilo. La arquitectura anglosajona desaparecerá ante la superioridad de los edificios que levantaban los invasores normandos siguiendo las formas del románico continental. La excelente tradición pictórica inglesa facilitará una rápida identificación con las formas de la nueva pintura románica, llegando a convertirse pronto en verdaderos impulsores de un arte románico que ejercerá gran influencia en el devenir del estilo. Las tierras del Imperio, con una importante tradición, se mostrarán reacias a la adopción de las nuevas fórmulas, pero lentamente, a lo largo del XII, irán asimilándolas. Desde el territorio renano se expandirá el estilo hacia el Este y hacia el Norte. Aquí, a las naciones escandinavas, también llegarán los influjos del arte románico anglonormando. Italia participará pronto del lenguaje generalizado del pleno románico, incluso en el campo de la pintura jugará un papel protagonista fundamental en la difusión de formas bizantinas de gran trascendencia en la definición de la evolución del estilo. Con los caballeros cruzados el románico traspasará el mar y llegará a Tierra Santa. Desde el tercio final del XI hasta mediados del XII, toda la Europa cristiana del momento adopta un lenguaje plástico común, de Lisboa a Tierra Santa, de Escandinavia a la España cristiana. ¿Cómo se explica esta unidad de las formas en una geografía que se ha consolidado con unas fronteras que definen los territorios, no ya sólo de Estados, sino de un amplio mosaico de señoríos feudales? Aunque sería necesario una respuesta compleja a esta pregunta, sí podemos indicar tres factores que fueron determinantes: la actuación de monjes pertenecientes a movimientos reformadores, la reforma gregoriana y los caminos como constantes vías de comunicación. Desde la segunda mitad del X, en distintos monasterios se produce un afán reformador de las viejas reglas monásticas. Entre todas ellas serán los cluniacenses y los gorcienses los que desarrollarán un amplio proyecto de expansión por Europa con numerosas fundaciones. Ya en el siglo XII la influencia de los cistercienses fue también considerable. Estos nuevos monasterios se constituirán en centros de difusión de la cultura material e intelectual de su casa de origen. La nueva fundación propiciará la aparición de un taller de construcción que lleva a cabo la edificación de la iglesia y de las dependencias monásticas. Estas obras transmitirán formas nuevas, así como un determinado mensaje ideológico a través de las decoraciones pictóricas y escultóricas. El escritorio no sólo se dedicará a ilustrar libros, sino también documentos importantes que servirán de difusores de un renovado mensaje iconográfico. La misma renovación apreciaremos en todas las obras relacionadas con la orfebrería. El pontificado, apoyado en la actividad de algunos de estos movimientos monásticos, inició una labor de reforma del clero secular, haciendo prevalecer la autoridad del Papa de Roma. La coronación pontificia de León IX, el 12 de febrero de 1049, marcó el comienzo efectivo de la reforma pontificia. Con Gregorio VII (1073-1085) se dio el impulso definitivo. De esta manera se comenzará a renovar las sedes episcopales, estableciéndose en ellas una actividad similar a la que existía en los monasterios. De hecho, muchos de los obispos reformadores correspondían al estamento monacal. Las reformas monástica y pontificia contribuyeron a acabar definitivamente con las liturgias nacionales que todavía sobrevivían. En los territorios hispanos, la vieja liturgia visigoda y sus tradicionales reglas monásticas fueron sustituidas por la romana y los monjes negros de Cluny. La sustitución se produjo escalonadamente: primero, desde el último tercio del X, en los condados catalanes; un siglo después se producirá el cambio en los reinos occidentales. De la importancia de este factor como difusor del románico el ejemplo hispano es bastante elocuente: la cronología de la reforma litúrgico-monástica coincide exactamente con la introducción del nuevo estilo. Para el Este y Norte de Europa tuvo una considerable importancia la labor evangelizadora de las órdenes misioneras. La conversión al cristianismo de estos territorios supuso su entrada en la cultura occidental de raíz romana. Desde finales del XI se produce una enorme campaña constructora de templos y monasterios que establecen el organigrama de la estructura religiosa. Como la tradición local era incapaz de realizar estas obras en piedra, no sólo se importaron las ideas, sino que hubo que llevar mano de obra foránea. La movilidad de los grupos humanos durante los siglos del románico fue considerable. Con este movimiento de las gentes se consiguió una mayor internacionalización del mundo de las ideas. Los francos pasaban los Pirineos en busca de nuevas tierras en los reinos hispanos, que, a su vez, ampliaban su territorio sobre el Islam. Normandos y anglosajones cruzaban continuamente el canal favorecidos por una corona común. Renanos y mosanos veían en el Norte y en el Centro de Europa la posibilidad de ejercer más lucrativamente sus oficios. Los peregrinos de todas las condiciones sociales recorrían los caminos que conducían a Tierra Santa, Roma o Santiago de Compostela. El clero regular y los monjes acudían a sínodos generales en diferentes lugares. A mediados del siglo XII surgió en Francia una nueva forma de construir los edificios y una tendencia naturalista de representar las imágenes; se manifestaban así las primeras creaciones del gótico. A partir de este momento se iniciará un muy lento proceso de difusión del mismo. Hasta el siglo XII no se emprenderá la realización de importantes edificios con el nuevo estilo fuera del territorio de Francia. Durante un cierto tiempo se yuxtapondrán formas góticas sobre estructuras románicas; es una etapa de transición en la que los elementos puramente arquitectónicos se diferencian claramente, no así los elementos figurativos que se emplean como complemento monumental, que adoptan formas confusas de difícil catalogación estilística. Este arte figurativo que responde a varios influjos, el arte antiguo como modelo directo, una corriente bizantinizante emanada de las creaciones de los Comnenos e inclusive una cierta factura manierista, convive con la pervivencia inercial y arcaizante del románico pleno. La manera de denominar correctamente esta etapa es tremendamente complicada, pues, en estricto sentido, cada una de estas creaciones tiene una explicación plástica e ideológica diferente, lo que hace que no se acepte unánimemente una determinada adjetivación. Expresiones como estilo 1200, período de transición, manierismo románico, primer Gótico son, entre muchas, las más utilizadas por los especialistas. Todas ellas tienen sus pros y sus contras, sin embargo, creo que la menos comprometida para calificar estas obras, si es que no se pueden clasificar como góticas, es el de tardorrománico.