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Aunque data de la I Guerra Mundial, esta Hanseatenkreutz concedida por la ciudad de Lübeck fue incorporada por el III Reich en 1937.
Personaje
Literato
Inició su carrera literaria como traductor de obras teatrales italianas y francesas, interesándose por los autos sacramentales de Calderón y cultivó la zarzuela, alcanzando importantes éxitos con "Los segadores de Vallecas" y "Los labradores de Murcia". Su fama se inicia con la publicación de sus sainetes, obras de carácter menor pero en los que se presenta la vida de personajes contemporáneos de manera cómica, empleando un lenguaje vulgar, característico de las calles de Madrid. Su producción de sainetes se extiende entre 1762-1792 y en ellos recoge todos los aspectos y tipos de la sociedad madrileña, tratados con fina ironía y un ligero fin moralizante. Interesado por el drama escribió "Manolo, tragedia para reír y sainete para llorar", donde mezclaba drama con comedia. Autor prolífico, en su haber tiene más de 500 obras -"La plaza Mayor por Navidad", "Inesilla la de Pinto", "La petimetra en el tocador" o "El Rastro por la mañana"- que gozaron de éxito en su tiempo, lo que le valió la protección de la condesa de Benavente y del duque de Alba.
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En 1864 el suizo Henri Dunand, horrorizado ante la visión de los sufrimientos de los heridos en la batalla de Solferino, decidió crear una organización que pudiese paliar los efectos de las guerras sobre los individuos, cuidándose de heridos, mutilados y enfermos. Su bandera, la bandera de Suiza con los colores invertidos, fue reconocida en la Primera Guerra Mundial (1914-18) como símbolo de los hospitales y el personal sanitario, siendo generalmente, como ocurrirá durante la Segunda Guerra, respetado. La organización tiene secciones en la mayoría de los países.En el mundo musulmán su símbolo es una media luna de color igualmente rojo. La mayoría de sus recursos provienen de la suscripción voluntaria de sus integrantes. Las secciones nacionales de cada país destinaron hospitales y personal médico y sanitario a todos los frentes; algunos equipos, también, se dedicaron a suministrar a los convalecientes bienes como tabaco, libros, papel para escribir cartas, etc. La acción más importante de la Cruz Roja durante la II Guerra fue la de interntar velar por la protección de los prisioneros de guerra. La Convención de Ginebra precisó algunos principios con el objetivo de garantizar la seguridad y el buen trato de los soldados capturados en combate, cuya supervisión fue llevada a cabo por miembros de la Cruz Roja, generalmente ciudadanos de la neutral Suiza. Las potencias beligerantes, excepto la URSS, debían notificar el nombre y número de registro de cada soldado apresado a la oficina central de la Cruz Roja en Suiza, información que ésta transmitía a sus países de origen. La operación duraba con frecuencia varios meses. No sólo los soldados, sino también los civiles internado en campos fueron acogidos, si ello era posible, bajo los cuidados de la Cruz Roja. El hecho de que la URSS no reconociese a esta organización jugó un papel muy negativo en contra de sus propios soldados y ciudadanos, seis millones de los cuales murieron en manos del enemigo. En el mismo sentido, este no reconocimiento hizo que las autoridades soviéticas pudieran disponer de los prisioneros del Eje a su antojo, sin dar cuentas a nadie. Tampoco pudieron beneficiarse de los servicios de la Cruz Roja los prisioneros de los campos de concentración, considerados por los nazis como un asunto interno de Alemania. Sólo a partir de comienzos de 1945 la organización internacional pudo hacerse cargo de algunos de los supervivientes, pudiendo trasladarles a países neutrales.
Personaje
Arquitecto
Entre los primeros artistas indígenas conocidos encontramos al arquitecto Sebastián de la Cruz. En sus trabajos se aprecia una excelente simbiosis entre el barroco hispano y los elementos decorativos precolombinos, creando el llamado estilo mestizo. Sus primeros trabajos se desarrollan en la iglesia de la Compañía de Jesús en Potosí para después continuar en la iglesia de San Francisco de la misma región. A su muerte los trabajos en la iglesia fueron continuados por los hermanos Arenas.
contexto
La otra cara de la moneda de la política mediterránea fernandina la conformaban las operaciones destinadas a frenar el expansionismo otomano y la piratería berberisca. La conquista de los Balcanes y la ocupación de Otranto por los turcos en 1480 crearon una frontera de breve duración entre islamitas y cristianos. Los eslabones isleños de la cadena occidental que hacían posible mantener una comunicación relativamente segura con Levante y Palestina eran las posesiones venecianas de Candía y Chipre, la genovesa de Chíos y el bastión de los caballeros sanjuanistas en Rodas, que convertían a la Orden del Hospital en la avanzadilla cristiana en su lucha contra el Islam. Al otro lado de la línea de fuego, la armada otomana -con sus bases en el Egeo y los núcleos berberiscos en el Norte de África- era dueña y señora del mar y no cesaba de hostigar los intereses occidentales. En esta situación de permanente hostilidad, el siglo XVI se abrió con una reactivación de la guerra del corso -rodiotas, españoles, portugueses, franceses y malteses en el lado cristiano; frente a renegados albaneses, griegos y eslavos, berberiscos y turcos en el musulmán-, alentada por la reactivación de guerra santa tras la caída de Granada y por la rivalidad franco-española en Italia. En este escenario irrumpirá la figura legendaria de Aruch Barbarroja, cuyas riquezas y hazañas tuvieron un punto de inflexión en la captura de una nave española con soldados de elite del Gran Capitán, así como en su alianza con Muley Mauset, rey de Túnez, sentando las bases para su futura proclamación como señor indiscutible de Argel. El atrevimiento de Barbarroja precipitó la respuesta española en forma de intervención en el Magreb. El proyecto ya rondaba las mientes de los reyes. Así, en el testamento de Isabel la Católica se insistía en la necesidad de la ocupación de Berbería, y su viudo auspició en 1505 la expedición contra el enclave corsario de Mazalquivir, en el que, en palabras del cronista Andrés Bernáldez, "ca dioles Dios tal victoria y buena ventura, que os primeros tiros de artillería mataron al alcaide moro y otros muchos; los moros no se osaron más tener y diéronse a partido que fuesen libres con lo que pudiesen llevar...". Mas este éxito para las armas cristianas no hizo sino agudizar las incursiones piratas desde sus refugios norteafricanos, aprovechando el viaje a Nápoles de Fernando el Católico para asolar las playas andaluzas, con tanto atrevimiento que fray Prudencio de Sandoval sentencia que "no se podía navegar ni vivir en las costas de España". Aquella efervescencia corsaria culminó en 1509 con la conquista de Orán por una expedición diseñada por el cardenal Cisneros, financiada con las rentas del arzobispado de Toledo, donde el grado de componente mesiánico hizo creer a los españoles que esta victoria les llevaría en volandas hasta la mismísima recuperación de Tierra Santa. Sin embargo, el inmediato revés de Los Gelves o isla de Yerba hizo añicos estos sueños cruzados, dejando en manos de Carlos I y Solimán el Magnífico el dictado de nuevas reglas de juego en la política mediterránea.
contexto
La desaparición del dominio latino en Tierra Santa y las nuevas circunstancias de la Edad Media tardía disminuyeron el interés efectivo y la intensidad de los proyectos de cruzada, aunque la idea siguió viva, y provocaron la transformación de los que se referían a la misión evangelizadora entre musulmanes y paganos. La historia de esta última es interesante por las nuevas ideas y métodos que se ponen a punto, puesto que son el precedente de la gran expansión misional de los tiempos modernos. Los autores fundamentales en este campo escribieron en la segunda mitad del siglo XIII y a comienzos del siguiente: son los dominicos Humberto de Romans ("De officiis ordinis", 1260), Guillermo de Trípoli ("De Statu Sarracenorum", hacia 1280), Ricoldo de Montecroce ("Libellus ad nationes orientales", o "Improbatio Alcorán"), Guillermo Adam ("De modo saracenos extirpendi", 1318), y el franciscano mallorquín Ramón Llull, cuyas obras se suceden desde que fundó el convento de Miramar en 1274 ("Tractatus de modo convertendi infideles", 1292). Los intentos de unión de las Iglesias, que no incluye sólo a los griegos sino también a los armenios (proclamaciones unionistas de 1199, 1288 y 1307), se realizaban con la esperanza de que los cristianos orientales aportarían mayor capacidad de proselitismo y atracción, pero la obra misionera principal corrió a cargo de dominicos y franciscanos, desde finales del siglo XIII a comienzos del XV, tanto en el dominio de los iljanes como en el de la Horda de Oro, utilizando como puntos de partida Caffa y otros enclaves mercantiles cristianos, así como Trebisonda y Lajazzo. Llegó a haber obispados misioneros en Sultanieh, capital de los iljanes desde 1307, aunque éstos ya se habían convertido al Islam; en Vospro, dedicado a la misión entre los alanos; Sarai del Volga, Matrazan en el Caucaso, etc., todo ello al amparo de la tolerancia de los tártaros y a pesar de las reticencias de la Iglesia ortodoxa. Pero los resultados eran escasos cuando el cambio de circunstancias, a finales del siglo XIV, produjo la extinción de aquellas misiones. En los territorios propiamente musulmanes, la capacidad de misión fue mucho menor pues los latinos sólo consiguieron enclaves religiosos para su propio servicio, como el que mantenían los franciscanos en Jerusalén, o los que acompañaban a los grupos de mercenarios cristianos y a los "funduk" de mercaderes en las principales plazas. La existencia de un obispado misionero de Marruecos residente en Toledo y, después, en Sevilla, no era más que la manifestación de un deseo, y la presencia de frailes en tierra musulmana se toleraba sólo a efectos de rescate de cautivos, como el que llevaban a cabo mercedarios y trinitarios en Granada y el Magreb. Era general la idea de que una conquista o presión militar, mediante la cruzada, sería inevitable y previa para abrir paso a la Misión, aunque ésta se atuviera a los procedimientos recomendados por los autores del siglo XIII: uso del árabe y de otras lenguas vernáculas en la predicación y el rezo, adaptación a las costumbres locales, formación de misioneros nativos, etc. Pero las posibilidades de cruzada fueron escasas en los siglos bajomedievales, aunque inspiraron algunas acciones principales y muchos actos de corso marítimo y razzias o cabalgadas -como se las conocía en Castilla- contra plazas y territorios litorales de países musulmanes, y aunque, también, la idea de recuperar la Casa Santa de Jerusalén operase como una especie de mito político-religioso utilizado en diversas circunstancias, desde los tiempos de Carlos de Anjou hasta los de Fernando el Católico. El empeño principal en el Próximo Oriente fue mantener la presencia político-militar latina en algunos enclaves, perturbando lo menos posible la práctica de las relaciones mercantiles, pero la víctima principal fue, una vez más, Bizancio: el Imperio había perdido Chipre en 1198 a manos de los cruzados, y en la isla se instaló el rey de Jerusalén unos decenios después; Rodas, donde estableció la Orden de San Juan su base principal desde 1306-1310, y Quíos, a manos de los genoveses, en 1304 y, de nuevo, desde 1346. Por lo demás, las iniciativas de cruzada fueron muy pocas y de nulo resultado: la tome de Esmirna en 1344 por los caballeros sanjuanistas, con ayuda genovesa y veneciana, permitió tener un enclave en la costa anatólica hasta 1402. En cambio, el saqueo de Alejandría por Pedro I de Chipre, en 1365, sólo produjo destrucción y represalias contra los mercaderes cristianos. En el espacio balcánico, los intentos de cruzada contra los otomanos terminaron en fracasos sangrientos: Nicópolis (1396), Varna (1444). Por el contrario, el espíritu de cruzada contribuiría a la obtención de resultados muy distintos en el occidente mediterráneo: la incorporación total de Granada a la Corona de Castilla y la conquista de plazas costeras del Magreb fueron sus resultados más importantes. No eran una mera réplica al avance turco en Oriente sino el resultado de situaciones y herencias históricas peculiares pero, sin duda, contribuyeron tanto como aquel a plantear sobre bases nuevas las relaciones que musulmanes y cristianos mantuvieron en el ámbito mediterráneo desde el siglo XVI.
contexto
En torno a las cruzadas se tejen leyendas como las que unen mágica y caballerescamente al hada Melusina y al rey León V de Armenia, personaje descendiente de los cruzados que, tras perder su reino, se refugió en Occidente y recibió de Juan I de Castilla los lugares de Madrid, Ciudad Real y Andújar y los derechos que tenía en ellos el monarca. La historia de Melusina, narrada por Jean de Arras, librero del duque de Berry, tiene como objetivo último justificar los derechos del duque sobre el castillo de Lusignan y se inicia con el relato del encuentro entre el rey Elinas de Albión y el hada Presina, que accedió a casarse con el rey siempre que éste jurase que "si tenemos hijos no intentaréis verme durante el parto y mientras los críe". Hombre, al fin y al cabo, Elinas incumplió su promesa y Presina huyó del reino y se refugió con sus tres hijas Melusina, Melior y Palestina en la Isla Perdida, donde sus lágrimas recordaron durante años los tiempos felices de su matrimonio; juzgando culpable al padre, las hijas utilizaron sus poderes para encerrar a Elinas, para siempre, en la montaña de Brumbloremlión, en Northumberland. Lejos de agradecer el gesto, Presina lamentó la desgracia del marido y castigó a las hijas: "Melusina, te convertirás todos los sábados en serpiente del ombligo para abajo; si encuentras a un hombre que te quiera tomar por esposa, debe prometerte que no te verá ningún sábado, y si te descubre, que no lo revelará a nadie..." A Melior se le concede un castillo hermoso y rico en Gran Armenia; "en él custodiarás un gavilán hasta que vuelva el Alto Dueño. Todos los caballeros que vayan allá a velar la antevíspera, la víspera y el día veinticinco de junio, si no se duermen un instante, recibirán un regalo tuyo...; pero si piden tu cuerpo o tu amor, para casarse contigo o para cualquier otra unión natural, serán desgraciados hasta la novena generación y perderán sus riquezas..." Palestina, serás encerrada en la montaña de Canigón hasta que un caballero de tu estirpe llegue allí... y te libere". Melusina cumplió su destino, encontró un hombre con el que fue feliz hasta que el marido la vio un sábado mientras se bañaba: hasta el ombligo tenía forma de mujer y del ombligo para abajo era como la cola de una serpiente, "del grosor de un tonel donde se ponen arenques..." entonces Melusina saltó desde una de las ventanas de la habitación y lo hizo tan ligeramente como si volara y tuviese alas... Melusina, en forma de serpiente alada, se fue hacia Lusignan volando por el aire... como tal la presenta la leyenda, dedicada en su mayor parte a narrar la vida "humana" del hada, que actúa como cualquier esposa y madre de la nobleza europea del momento. Mientras duró su felicidad tuvo, entre otros hijos, a Urién y Guyón, valientes caballeros que acudieron a las cruzadas tras recibir los consejos de Melusina, coincidentes con lo que se espera y se recomienda a un caballero medieval: "Defended a nuestra santa Madre Iglesia, y sed verdaderos combatientes contra todos sus enemigos. Ayudad a las viudas y a los huérfanos, honrad a todas las damas, auxiliad a las doncellas a las que se quiera desheredar injustamente..." Como premio a sus virtudes guerreras, Urién casará con la hija del rey de Chipre y Guyón con Florida, hija del rey de Armenia. Años más tarde, uno de los sucesores de Guyón supo que en la Gran Armenia había un castillo habitado por una bella dama dueña de un gavilán: a todo caballero de noble linaje que lo velaba durante tres días y tres noches sin dormir se le aparecía la dama, que le daba al caballero el don que pidiera, si eran bienes temporales y no deseaba pecar con su cuerpo o tocarla carnalmente. El rey veló la antevíspera, víspera y día de San Juan y cuando llegó el momento de pedir los bienes a los que se había hecho acreedor renunció a todo y sólo pidió acostarse con la dama-gavilán y recibió como respuesta la historia de su familia y una amenaza para el futuro: "Loco rey, tú desciendes del rey Guyón, hijo de Melusina, que era hermana mía... Sufrirás por tu atrevimiento. Tú y tus herederos perderéis poco a poco la tierra, el haber, el honor y la heredad, hasta que llegue el noveno sucesor legítimo, que por tu culpa perderá el reino que tú tienes. Este rey tendrá nombre de animal salvaje..." Aunque el relato pudo formar parte de la antigua leyenda, no sería extraña su invención por Juan de Arras, que tuvo ocasión de conocer o de oír hablar de León de Armenia, muerto en París en 1391, dos años antes de que se escribiera la historia de los señores de Lusignan, descendientes del hada Melusina y, lateralmente, de León V, del que hablan las crónicas castellanas por primera vez en 1380: prisionero del sultán turco, León pide ayuda a los reyes cristianos para que lo liberen del cautiverio, no tanto pagando el rescate cuanto suplicando al sultán, rico que no quiere oro y riquezas, y sólo pide joyas de las que no había en su tierra. Los embajadores de León de Armenia pasaron por Castilla y Juan I los envió al sultán con gran cantidad de joyas oro y plata; embarcaron en Barcelona en una galera del rey de Aragón donde viajaba un caballero enviado por Pedro el Ceremonioso para pedir la libertad del rey de Armenia. Liberado, León acudió, primero, a Aviñón a postrarse ante el papa y pasó luego por Castilla para agradecer el interés de Juan I, que le dio, además de joyas y otros bienes el señorío de Madrid, Ciudad Real y Andújar. Así se cruzan mágica y caballerescamente las historias de Melusina y del rey madrileño presentado por Pero López de Ayala con las siguientes palabras: "Era de los reyes de Chipre, de un linaje muy alto que decían Lusiñano, e venía de Babilonia, do estoviera preso en poder del soldán, e se librara de la prisión por ruego del rey don Juan Castilla y del rey don Pedro de Aragón, cuyos mensajeros fueron juntos hasta Babilonia aunque "los mensajeros del rey de Aragón -apostilla López Ayala- no llevaban joyas para el soldán, salvo cartas de ruego", suficientes para que recuperase la libertad el último heredero de Guyón, hijo del hada Melusina.