Cómo el Almirante salió de las islas de los Azores y llegó con temporal a Lisboa El domingo, a 24 de Febrero, el Almirante salió de la isla de Santa María para Castilla, con gran necesidad de lastre y leña, de cuyas cosas, por el mal tiempo, no se había podido proveer, y estando a distancia de cien leguas de la tierra más vecina, vino una golondrina al navío, la que, como se pensó, los malos tiempos habían empujado al mar, lo que se conoció luego con más claridad, porque, al día siguiente, que fue el 28 de febrero, llegaron otras muchas golondrinas y aves de tierra, y también vieron una ballena. A 3 de Marzo tuvieron tan gran tempestad que, pasada la media noche, les desgarró las velas, de modo que teniendo la vida en gran peligro, hicieron voto de enviar un peregrino a la Virgen de la Cinta, cuya venerada casa está en Huelva, adonde aquél debía ir descalzo y en camisa. Tocó también la suerte al Almirante, como si con tantos votos como le tocaban, Dios glorioso quisiera demostrar serle más gratas las promesas de él que las de los otros. A más de este voto, hubo también otros de muchos particulares. Corriendo sin un palmo de vela, con el mástil desnudo, con terrible mar, gran viento, y con espantosos truenos y relámpagos por todo el cielo, que cualquiera de estas cosas parecía que se iba a llevar la carabela por el aire, quiso Nuestro Señor mostrarles tierra, casi a media noche, de lo que no menor peligro les resultaba, de modo que, para no estrellarse, o dar en paraje donde no pudieran poder salvarse, que necesario que diesen un poco de vela, para sostenerse contra el temporal, hasta que quiso Dios que llegase el día, y amanecido, vieron que estaban cerca de la roca de Cintra, en los confines del reino de Portugal. Allí fue precisado a entrar, con miedo y asombro grande de la gente del país, y de los marineros de la tierra, los cuales corrían de todas partes a ver como cosa maravillosa un navío que escapaba de tan cruel tormenta, especialmente, habiendo recibido nuevas de muchos navíos que, hacia Flandes y en otros mares, habían perecido aquel día. Después, entrando en la ría de Lisboa, lunes, a 4 de Marzo, surgió junto al Rastello, y muy presto mandó un correo a los Reyes Católicos, con la nueva de su venida. También escribió al Rey de Portugal, pidiendo licencia de arribar junto a la ciudad, por no ser lugar seguro aquel donde se hallaba, contra quien le quisiera ofender con falso y cauteloso pretexto de que el mismo Rey lo ordenaba, creyendo que con hacerle daño podía impedir la victoria del Rey de Castilla.
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De cómo vinieron al Cuzco embajadores de los tiranos del Collao, nombrados Sinchi Cari y Capana, y de la salida de Viracocha Inca al Collao. Muchas historias y acaecimientos pasaron entre los naturales desta provincia en estos tiempos; mas, como yo tengo por costumbre de contar solamente lo que yo tengo por cierto según las opiniones de los hombres de acá y la relación que tomé en el Cuzco, dejo lo que inoro e muy claramente no entendí y trataré lo que alcance, como ya muchas veces he dicho. Y así, es público entre los orejones que en este tiempo vinieron al Cuzco embajadores de la provincia del Collao; porque cuentan que reinando Inca Viracocha, poseía el señorío de Hatun Collao un señor llamado Çapana, como otro que hobo deste nombre; y que como en el palude de Titicaca hobiese islas pobladas de gente, con grandes balsas entró en las islas, a donde peleó con los naturales dellas y se dieron entre ellos grandes batallas, de las cuales el Cari salió vencedor, mas, que no pretendía otro honor ni señorío más que robar y destruir los pueblos y, cargado con el despojo, sin querer traer cautivos, dio la vuelta a Chucuito, a donde había hecho su asiento y por su mandado se habían poblado los pueblos de Hilave, Julli, Cepita, Pumata y otros; y con la gente que pudo juntar, después de haber fecho grandes sacrificios a sus dioses o demonios, determinó de salir a la provincia de los Canas; los cuales, como lo supieron, apellidándose unos a otros salieron a encontrarse con él y se dieron batalla, en la cual fueron los Canas vencidos con muerte de muchos dellos. Habido esta victoria por Cari, determinó de pasar adelante y, haciéndolo así llegó hasta Lurocachi, a donde dicen que se dio otra batalla entre los mismos Canas y en la cual tuvieron la misma fortuna que en las pasadas. Con estas victorias estaba muy soberbio Cari y la nueva había corrido por todas partes; y como Çapana, el Señor de Hatum Collao, lo supiese, pesóle por el bien del otro y mandó juntar sus amigos y vasallos, para le salir al camino y quitarle el despojo; mas no se pudo hacer tan secreta la junta que Cari no entendiese el designio que Çapana tenía con buena orden se retiró a Chucuito por camino desviado, de manera que Çapana no le pudiese molestar, y, llegado a su tierra, mandó juntar los principales della para que estuviesen apercibidos para lo que Çapana intentase, teniendo propósito de procurar su destruición y que en el Collao uno sólo fuese el Señor; y este mesmo pensamiento tenía Çapana. Y como se divulgase por todo este reino el valor de los Incas y su gran poder y la valentía de Viracocha Inca, que reinaba en el Cuzco, cada uno destos, queriendo granjear su amistad, la procuraron con embajadores que le enviaron para que quisiese mostrarse su velador y ser contra su enemigo. Partidos estos mensajeros con grandes presentes llegaron al Cuzco al tiempo quel Inca venía de los palacios o tambos que para su pasatiempo había mandado hacer en Xaquixaguana; y entendido a lo que venían, los oyó mandando que los aposentasen en la ciudad y proveyesen de lo necesario; y tomando parescer con los orejones y ancianos de su consejo sobre lo que haría en lo tocante a las embajadas que habían venido del Collao, se acordó de pedir respuesta en los oráculos. Lo cual hacen delante de los ídolos los sacerdotes y, encojiendo sus hombros, meten la barba en los pechos y haciendo grandes papos que ellos mesmos parecen fieros diablos, comienzan a hablar con voz alta y entonada. Algunas veces, yo, por mis ojos, ciertamente he oído hablar a indios con el Demonio; y en la provincia de Cartagena, en un pueblo marítimo llamado Bahayre, oí responder al Demonio en silvo tenorio y con tales tenores que yo no se cómo lo diga, más de que un cripstiano que estaba en el mesmo pueblo más de media legua de donde yo estaba oyó el mesmo silvo y despanto estuvo algo mal dispuesto; y los indios dieron grandísima grita otro día por la mañana publicando la respuesta del Diablo. Y en algunas partes desta tierra, como los defuntos los tengan en hamacas, entran en los cuerpos los demonios algunas veces y responden. A un Aranda oí yo decir quen la isla de Cárex vio también hablar a uno destos muertos, y es para reir las niñerías y embustes que les dice. Pues como el Inca determinase de haber respuesta de los oráculos, envió los que solían ir a tales casos, y dicen que supo que le convenía ir al Collao y procurar el favor de Cari; y como esto hobo entendido, mandó parescer ante sí a los mensajeros de Çapana, a los cuales dijo que dijesen a su Señor que él saldría con brevedad del Cuzco para ver la tierra del Collao, a donde se verían y tratarían su amistad. A los que de parte de Cari vinieron, dijo que le dijesen cómo él se quedaba adrezando para ir en su ayuda y favor, que presto sería con él. Y como esto hobiese pasado, mandó el Inca hacer junta de gente para salir del Cuzco, dejando uno de los principales de su linaje por gobernador.
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CAPÍTULO XLI De los pacos y guanacos, y carneros del Pirú Ninguna cosa tiene el Pirú de mayor riqueza y ventaja que es el ganado de la tierra, que los nuestros llaman carneros de las Indias, y los indios, en lengua general, los llaman llama; porque bien mirado es el animal de mayores provechos y de menos gasto de cuantos se conocen. De este ganado sacan comida y vestido, como en Europa del ganado ovejuno; y sacan más el trajín y acarreto de cuanto han menester, pues les sirve de traer y llevar sus cargas. Y por otra parte no han menester gastar en herraje ni en silla o jalmas, ni tampoco en cebada, sino que de balde sirve a sus amos, conteniéndose con la yerba que halla en el campo. De manera que les proveyó Dios de ovejas y de jumentos en un mismo animal, y como a gente pobre, quiso que ninguna costa les hiciese, porque los pastos en la sierra son muchos, y otros gastos, no los pide ni los ha menester este género de ganado. Son estos carneros o llamas, en dos especies: unos son pacos o carneros lanudos; otros son rasos y de poca lana, y son mejores para carga; son mayores que carneros grandes y menores que becerros; tienen el cuello muy largo a semejanza de camello, y hanlo menester porque como son altos y levantados de cuerpo, para pacer requiere tener cuello luengo. Son de varias colores: unos blancos del todo; otros negros del todo; otros pardos; otros varios que llaman moromoro. Para los sacrificios tenían los indios grandes advertencias: de qué color habían de ser para diferentes tiempos y efectos. La carne de éstos es buena, aunque recia; la de sus corderos es de las cosas mejores y más regaladas que se comen; pero gástanse poco en esto, porque el principal fruto es la lana para hacer ropa, y el servicio de traer y llevar cargas. La lana labran los indios y hacen ropa de que se visten; una grosera y común que llaman hauasca; otra delicada y fina que llaman cumbi. De este cumbi labran sobremesas y cubiertas, y reposteros y otros paños de muy escogida labor, que dura mucho tiempo y tiene un lustre bueno cuasi de media seda, y lo que es particular de su modo de tejer lana. Labran a dos haces todas las labores que quieren, sin que se vea hilo ni cabo de él en toda una pieza. Tenía el Inga, rey del Pirú, grandes maestros de labrar esta ropa de cumbi, y los principales residían en el repartimiento de Capachica, junto a la laguna grande de Titicaca. Dan con yerbas diversas diversos colores y muy finos a esta lana, con que hacen varias labores. Y de labor basta y grosera, o de pulida y sutil, todos los indios e indias son oficiales en la sierra, teniendo sus telares en su casa, sin que hayan de ir a comprar ni a dar a hacer la ropa que han menester para su casa. De la carne de este ganado hacen cusharqui o cecina, que les dura largo tiempo, y se gasta por mucha cuenta; usan llevar manadas de estos carneros cargados como recua, y van en una recua de estas, trescientos o quinientos, y aún mil carneros, que trajinan vino, coca, maíz, chuño y azogue, y otra cualquier mercadería, y lo mejor de ella, que es la plata, porque las barras de plata las llevan el camino de Potosí a Arica, setenta leguas, y a Arequipa, otro tiempo solían ciento y cincuenta. Y es cosa que muchas veces me admiré de ver que iban estas manadas de carneros con mil y dos mil barras, y mucho más, que son más de trescientos mil ducados, sin otra guarda ni reparo más que unos pocos de indios para sólo guiar los carneros y cargallos, y cuando mucho algún español, y todas las noches dormían en medio del campo, sin más recato que el dicho. Y en tan largo camino y con tan poca guarda, jamás faltaba cosa entre tanta plata; tan grande es la seguridad con que se camina en el Pirú. La carga que lleva de ordinario un carnero de estos, será de cuatro o seis arrobas, y siendo viaje largo, no caminan sino dos o tres leguas, o cuatro a lo largo. Tienen sus paradas sabidas los carnereros, que llaman (que son los que llevan estas recuas) donde hay pasto, y agua allí descargan y arman sus toldos, y hacen fuego y comida, y no lo pasan mal, aunque es modo de caminar harto flemático. Cuando no es más de una jornada, bien lleva un carnero de estos ocho arrobas y más, y anda con su carga, jornada entera de ocho o diez leguas, como lo han usado soldados pobres que caminan por el Pirú. Es todo este ganado, amigo de temple frío, y por eso se da en la sierra y muere en los llanos con el calor. Acaece estar todo cubierto de escarcha y hielo este ganado, y con eso muy contento y sano. Los carneros rasos tienen un mirar muy donoso, porque se paran en el camino y alzan el cuello, y miran una persona muy atentos, y estanse así tanto rato sin moverse, ni hacer semblante de miedo ni de contento, que pone gana de reír ver su serenidad, aunque a veces se espantan súbito y corren con la carga hasta los más altos riscos, que acaece no pudiendo alcanzarlos porque no se pierdan las barras que llevan, tirarles con arcabuz y matallos. Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella sin remedio de hacerlos levantar; antes se dejarán hacer mil piezas que moverse, cuando les da este enojo. Por donde vino el refrán que usan en el Pirú, de decir de uno que se ha empacado, para significar que ha tomado tirria, o porfía o despecho, porque los pacos hacen este extremo cuando se enojan. El remedio que tienen los indios entonces, es parar y sentarse junto al paco, y hacerle muchas caricias, y regalalle hasta que se desenoja y se alza, y acaece esperarle bien dos o tres horas a que se desempaque y desenoje. Dales un mal como sarna, que llaman carache, de que suele morir este ganado. El remedio que los antiguos usaban era enterrar viva la res que tenía carache, porque no se pegase a las demás, como mal que es muy pegajoso. Un carnero o dos que tenga un indio, no lo tiene por pequeño caudal. Vale un carnero de estos de la tierra, seis y siete pesos ensayados, y más, según que son tiempos y lugares.
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De lo que pasó al capitán Pedro Fernández de Quirós en la corte de España, negociando licencia de Su Majestad para ir a descubrir y poblarlas partes australes; y cómo y en qué forma lo negoció, y su viaje hasta el Perú Habiendo hablado a Su Majestad, como he referido y puesto en sus manos el primer memorial, en que declaraba mi pretensión y la importancia de ella, me oyó con la clemencia y benignidad que acostumbra, y respondió que lo mandaría ver; y luego fui hablando a don Juan Idiaquez, y al Padre confesor, y a don Pedro Franqueza, y a las demás personas del Consejo de Estado y otras graves de la corte, que podían ayudar a mi intento y despacho: a los cuales fui dando las cartas que traía del virrey del Perú y del embajador de Roma, y mostré los breves de Su Santidad, y los demás papeles, mapas y derroteros de mi descubrimiento. Unos me admitieron bien, teniendo el negocio por grave y digno de ser favorecido. Otros hicieron poco caso de él y de mí, pareciéndoles que prometía más de lo que había de cumplir, y que para tan grande empresa era necesario persona de más partes y valor. Algunos hubo que me respondieron, que hartas tierras tenía descubiertas Su Majestad, y que lo que importaba era poblarlas y convertirlas, sin ir a buscar las que yo decía de nuevo, que estaban tan remotas y habían d¿ ser tan dificultosas y costosas de conservar, después que se hubiesen conquistado y poblado. Y no faltó quien pusiese duda en la justificación destas conquistas y en la utilidad dellas; con lo cual me fue forzoso ir haciendo más instancia con Su Majestad, dándole cada día nuevos memoriales, representando las razones que había en favor de mi empresa, y procurando satisfacer a las que se oponían en contrario. En este tiempo pasé mucho trabajo y necesidad en la corte, e hice un largo discurso de la vida que pasábamos los pretendientes en ella, y tuve diferentes respuestas, unas ásperas y otras apacibles de don Pedro Franqueza, y de otros señores del Consejo de Estado; y finalmente, el postrer día de Pascua de flores del año de mil seiscientos y tres fui llamado por don Pedro Franqueza, el cual me dijo que ya estaba despachado, y me puso con el secretario y oficial mayor suyo, llamado Matienzo, y les dijo que por su amor no me detuviesen un punto; y ansí, el sábado cinco de abril me entregaron unas cédulas de Su Majestad, en que se contenían mis despachos, las cuales se negociaron y libraron por el Consejo de Estado, y su tenor es como sigue. Copia de la cédula de Su Majestad en cuanto al despacho principal "Don Luis de Velasco, o el conde de Monterey mi pariente, mi visorey y capitán general en mis reinos y provincias del Perú, o cualquier otra persona que los gobernare en mi nombre al tiempo de la presentación desta. Ha venido aquí de Roma el capitán Pedro Fernández de Quirós, de nación portugués, y escrítome el duque de Sesa y de Baena, del mi Consejo de Estado y mi embajador en aquella corte, que el año Santo tuvo noticia fray Diego de Soria, Prior de Manila, de la orden de Santo Domingo, de que se hallaba en aquella corte el dicho capitán Quirós, que era un gran piloto muy plático del mar del Sur y del gran golfo que hay desde las costas de la Nueva España y del Perú al Japón e Islas Filipinas, habiendo sido piloto mayor del segundo descubrimiento que hizo el adelantado Álvaro de Mendaña; y que habiendo el dicho padre hecho instancia, en que convenía mucho al servicio de Dios y mío introducirle otra vez para que volviese a descubrir las dichas islas partes incógnitas, le hizo llamar a su casa con ocasión de preguntarle algunas cosas curiosas de su arte, y le entretuvo en ella cerca de diez y siete meses, y descubrió su ánimo, y vio muchas relaciones y papeles que tenía, y le hizo hacer otros de nuevo que comunico con el padre Clavio, y otros matemáticos y geógrafos insignes: y con las buenas pruebas y razones que hizo, todos han quedado persuadidos de que no puede dejar de haber gran pedazo de tierra firme, o cantidad de islas que se continúen desde el estrecho de Magallanes hasta la Nueva Guinea y la Java mayor y otras de aquel grande Archipiélago; y juzgan que gozando de lo mejor de las zonas tórrida y templada, por lo que se ha visto, ansí en las antiguas provincias del mundo como en las nuevamente descubiertas, que no puede dejar de hallarse en el dicho paraje mucha y muy buena tierra y muy rica, templada y por consiguiente habitada; y que tienen por muy conveniente no se pierda tiempo en descubrir aquella parte Austral incógnita hasta ahora, en que se hará gran servicio a Dios. "Y que demás del interés y provecho que esto promete, será más fácil este descubrimiento que falta de hacerse de la parte Austral, que no lo fue el de las indias Occidentales; y que el dicho capitán, cuando volvió de aquella larga navegación que con lo que se detuvo en diferentes partes le duró dos años, ofreció a don Luis de Velasco, mi visorey del Perú vuestro predecesor, que volvería, en el mismo navío en que había venido, a aquel descubrimiento, si lo proveía de lo necesario hasta dar en la Nueva Guinea, Islas Malucas, y volver al Perú por la navegación de las Filipinas, con entera relación de todo lo que hubiese descubierto; y aunque le pareció bien, no se resolvió: que le dio cartas para mí, y su Santidad le ha oído y hablado, y gustado de lo que le ha propuesto, de manera que le ha concedido muchas gracias espirituales para aquellas partes (si yo le mando hacer dicho viaje) por lo que le han satisfecho las razones del dicho capitán, de cuyas partes, buen juicio, prático en su profesión ser trabajador, quieto, desinteresado, de buena vida, celoso del servicio de Dios y mío, y del bien público, me ha hecho el duque muy buena relación; y que en cuanto a la teoría (según lo que los matemáticos que le trataron en Roma afirmaron), entienden que hay muy pocos pilotos que entiendan lo que él, que es hábil en hacer globos, y cartas de navegar, y las entiende muy bien, y los instrumentos necesarios para la navegación, y que ha mostrado allí dos de su invención, uno para conocer navegando la diferencia que la aguja hace del nordeste y noroestar, y otro para tomar la altura con más facilidad y certeza: y que ambos han sido alabados de los padres Clavio y Villalpando, de la Compañía de Jesús, de los dotores Toribio Pérez y Mesa, que en Salamanca han leído públicamente matemáticas, y de otros geógrafos insignes, y que el dicho capitán Quirós había ofrecido al duque que siendo yo servido de que él hiciese este viaje, le haría desde España por el estrecho de Magallanes y volvería por la India oriental, habiendo dado la vuelta al mundo; y usando en mar y tierra con atención de los instrumentos que ha hecho, podría traer muy grande claridad de las verdaderas diferencias que hace la dicha aguja de marear: cosa hasta agora muy obscura y en que hay muy diversas opiniones; y de hallar la verdad se siguiría gran provecho para la facilidad de la navegación, y venir en conocimiento de la verdadera longitud y latitud de los lugares, puertos y cabos descubiertos y que se fueron descubriendo en diversas navegaciones. "Y en esta misma conformidad me ha hecho, el dicho capitán Quirós, relación de todo lo susodicho, cerca de las navegaciones y descubrimientos; comprobando con escrituras y trazas que trae, las islas que descubrió, cuando fue por piloto mayor del dicho adelantado Álvaro de Mendaña, la diversidad de gentes que vio de diferentes colores, pero a su parecer dóciles, las islas fértiles y que prometían ser ricas; suplicándome que, teniendo consideración a su buen celo y que su fin y pretensión es el servicio de Dios y mío y la conversión a nuestra santa fe, bien de aquellas gentes, y el beneficio que pueda resultar deste descubrimiento (sin tratar de sus intereses): y demás desto facilitar la navegación de aquellos anchos mares, por la mucha plática y experiencia que tiene de ellos; fuese servido de mandarle dar un navío no muy grande, proveído de la gente, bastimentos, municiones y de las demás cosas necesarias para la dicha navegación y empresa, y que con esto confía que dispondrá las cosas de manera que se consiga lo que pretende. Y habiendo considerado su proposición, con la atención que tan grave negocio requiere, por el aumento de la fe y el beneficio de las almas de aquellas gentes remotas, anteponiendo el servicio de Dios a lo demás, como es razón, con consulta de mi Consejo de Estado, he resuelto: "Que el dicho capitán Quirós parta luego, a hacer el dicho descubrimiento, en la primera flota para el Perú. Y así, os ordeno y mando que llegado allá, le hagáis dar dos navíos muy buenos a su satisfación, que vayan muy en orden, con el número de gente conveniente, bien avituallados, municionados y artillados, como es menester para tan larga navegación, y le hagáis proveer de las cosas necesarias para rescatar con indios, si llegare a parte donde lo pueda hacer, conforme a las órdenes generales que vos y vuestros predecesores tenéis para semejantes descubrimientos, y lo que más os pareciere convenir a mi servicio; pagando el gasto y costa de su apresto, y de la gente que en ellos se embarcare, y las vituallas, municiones y vestidos y las demás cosas que hubieren menester para su viaje, de mi Hacienda Real, y de lo más pronto y bien parado de ella. Y ordenaréis que lleve algunos religiosos descalzos de la orden de San Francisco, ejemplares, de buena vida; y ternéis la mano en que la gente que se embarcare con él en los dichos navíos sea buena y útil, dándoles orden que obedezcan y respeten al dicho capitán, en su navegación de ida y vuelta, como a su cabo y superior, que yo lo nombro por tal desde agora, cumpliendo en todo y por todos sus órdenes. Y advertid que es mi precisa voluntad, que el dicho capitán Quirós haga luego viaje y descubrimiento sin que se difiera: y así torno a encargaros, y mandaros muy expresadamente, cumpláis con pronto efecto lo que aquí os ordeno, sin poner en ello duda ni dificultad, no obstante que esta orden no va despachada por el mi Consejo de Indias; que por ser el negocio de la dicha calidad que es, ha convenido, y yo he sido servido, que vaya por esta de mi Consejo de Estado, que en ello recibiré muy aceto servicio de vos: y con el primer navío de aviso me le daréis la llegada del dicho capitán Quirós, a esos mis reinos, y de como lo habéis despachado con los dichos navíos, bien proveídos de todo lo necesario (como se ha dicho); porque esperaré con mucho deseo nuevas del cumplimiento de ello. Y a cualesquier ministros o contadores míos, o a quien tocare tomar las cuentas de lo que en lo contenido de esta mi Real carta se gastare, ordeno y mando que reciba y pase en cuenta lo que para este efecto vos libráredes, o hiciéredes pagar de mi Real Hacienda con vuestras libranzas, o las cartas de pago y recaudos que en ellos acusáredes, sin pedir otro alguno, porque yo desde agora lo doy por bien gastado y pagado, y lo recibo y paso en cuenta. En Valladolid a treinta y uno de marzo de mil y seiscientos y tres." Copias de otras dos cédulas reales "Don Luis de Velasco, o el conde de Monterey mi pariente, mi visorey y capitán general en mis reinos y provincias del Perú, o cualquier otra persona que en mi nombre gobernare los dichos reinos al tiempo de la presentación desta. Aunque en otra carta aparte he mandado escribiros muy particularmente, las causas que me han movido a resolverme en mandar que el capitán Pedro Fernández de Quirós, de nación portugués, que os dará ésta, vaya con dos navíos bien proveídos de gentes, vituallas, municiones y artillería a hacer el descubrimiento de las islas y tierras Australes hasta la Nueva Guinea y Java Mayor; en ésta he querido tornar a ordenaros y mandatos, como lo hago muy expresamente, que sin reparar en dificultad o causas, que a vos se os presentasen por convenientes a mi servicio, despachéis con suma brevedad al dicho capitán Quirós con los dichos dos navíos; de manera que cumpla con gran presteza lo que le he mandado, como sé que él lo hará de su parte, y confío que lo haréis de la vuestra con darle los dichos dos navíos, como lo he ordenado. Pues demás de que conviene así a mi servicio, tengo particular inclinación y gusto al descubrimiento que ha de hacer, por el aumento que con él espero se ha de hacer de nuestra santa fe en aquellas remotas gentes, con gloria de Dios y beneficio público, que es el fin que pretendo; y así daréis aviso con el primer navío que despacháredes para acá, de lo que en ello hubiéredes hecho, pues le aguardaré con el deseo que podréis considerar. De Valladolid a treinta y uno de marzo de mil y seiscientos y tres años". "EL REY. Cualesquier mis visoreyes, gobernadores, lugarestenientes, y capitanes generales, adelantados, y almirantes de mis Reinos y Estados y de mis ejércitos y armadas de tierra y mar, de las Indias orientales y occidentales, islas de Filipinas y otras, y de las costas de África, y todos mis ministros de justicia y guerra de cualquier nombre, calidad, nación y condición que sean, a quien esta mi Real Cédula se presentare. Por tanto yo he mandado al capitán Pedro Fernández de Quirós, de nación portugués, que pase a la ciudad de Lima en el Perú, y con dos navíos bien proveídos de gente, vituallas y municiones de vivir y guerra bien artillados vaya desde allí a descubrir la Nueva Guinea y Java mayor, y otras islas y tierras australes, y venga por ellas, dando vuelta por aquella parte al mundo, a estos mis Reinos de España a hacerme relación de lo que viere y descubriere, y de las observaciones que hiciere en mar y tierra durante su navegación, conforme a las órdenes que le he dado: os ordeno y mando, que en cualquier parte de los dichos mis Reinos y Estados que el dicho capitán o los oficiales y marineros que con él fueren, llegaren con los dichos dos navíos o parte de ellos, o con otro cualquier género de bajel, recibáis, defendáis y amparéis al dicho capitán, y a ellos en mis puertos y tierras, y le proveáis de lo que hubiere menester para acabar la dicha su navegación con mucha presteza y le asistiréis en todo lo que para ello os pidiere como a criado y capitán mío que va expresamente a ejecutar lo que le he mandado, y no le pongáis en ello impedimento ni estorbo alguno; antes le daréis favor y ayuda, como se ha dicho, por cuanto habéis cara mi gracia; porque así procede de mi voluntad y conviene mucho a mi Real servicio. En Valladolid a treinta y uno de marzo de mil seiscientos y tres años." A estas cédulas acompañaron muchas cartas, que en la corte me dieron algunos grandes señores, para el virrey del Perú: y habiendo acudido al real consejo de Indias con los breves de Su Majestad para refrendarlos, quiso el conde de Lemos, que era presidente de aquel consejo, y los demás señores de él, enterarse de mi intento y promesa, y me mandaron que llevase un mapa, y les fuese a dar cuenta de todo a un jardín del conde, donde se juntaron para este efecto; y habiéndome oído, mostraron quedar satisfechos y aun envidiosos de que mi despacho se hubiese encaminado por el consejo de Estado. Pero yo todavía no me tuve por contento, por ver que en las cédulas que había negociado no se había puesto cláusula particular, de que por falta o muerte mía, se pudiese nombrar otra persona que siguiese y llevase adelante este descubrimiento; y ansí hice instancia para que se me despachase cédula para esto, como en resolución, después de algunos lances, la vine a conseguir, y es del tenor siguiente: "EL REY. Don Luis de Velasco, o el conde de Monterey mi pariente, mi visorey y capitán general en mis Reinos y provincias del Perú, o cualquier otra persona que los gobernare en mi nombre al tiempo de la presentación de ésta. El capitán Pedro Fernández de Quirós, que por orden mía va a hacer el descubrimiento de la parte incógnita del Sur y otras (como más en particular se contiene en los despachos que para este efecto le he mandado dar), me ha suplicado que para asegurar el descubrimiento que ha ofrecido, y que si él faltase por muerte o enfermedad o accidente, no se pierda tan gran bien como se espera del dicho descubrimiento en servicio de Dios y de nuestra santa fe, sea servido mandaros que en el dicho caso nombréis vos persona tan hábil y suficiente cual convenga, para que con los dichos despachos y papeles y escritos que ha ofrecido dejar, de lo que ha visto y lo que espera descubrir, pueda la tal persona ir a hacer el dicho descubrimiento. Y por ser lo que pide testimonio de su celo en el servicio de Dios y mío y de la cristiandad, os encargo y mando precisamente, que si Nuestro Señor fuere servido de que el dicho capitán Quirós faltase, o no pudiese ir a ejecutar el dicho viaje, con los papeles y memorial que él dejare, para luz e inteligencia de lo que se pretende, nombréis persona en su lugar lo más suficiente que se hallare para que ejecute tan gran empresa; y al que en el dicho caso fuere, le daréis el favor y ayuda que hubiere menester, en la forma que se contiene en las dichas cédulas, que así procede de mi voluntad y conviene a mi servicio. En Aranjuez a nueve de mayo de mil seiscientos y tres." Con esto me puse en camino para Sevilla, y hallé la flota de la Nueva España presta ya para partirse. Procuré despacharme con toda brevedad por lo tocante a la casa de la contratación, en que hubo algunas dificultades, y la víspera de San Juan en la noche, en un bergantín me embarqué el río de Sevilla abajo; pero cuando llegué a la bahía de Cádiz, salía de ella la flota, que lo era de treinta velas, en que iba el marqués de Montes Claros proveído por virrey de la nueva España, y así como pude y la priesa dio lugar, me concerté y embarqué en una fragata de un capitán Diego Ramírez, que hacía su viaje a Tierra-firme en conserva de aquella flota. Con buen viaje, el primer día de agosto vimos la isla Marigalante, y el día siguiente, que era de la Porciúncula, tomamos puerto en la de Guadalupe, donde el virrey y virreina sé desembarcaron para oír misa, y por horas de comer los personajes de más cuenta se recogieron a las naos; quedando en tierra mucha gente a espaciarse y lavar la ropa y hacer agua, a los cuales cogieron descuidados los indios de aquella isla, que dando sobre ellos con grande alarido y rociada de flechas, se tiene por cierto que cautivaron, mataron e hirieron y fueron causa de que se ahogasen más de sesenta personas, y siete de ellos fueron frailes dominicos: lo cual causó grande pena y turbación en toda la flota y fue como pronóstico de lo que después había de suceder; porque aquella noche se turbó el cielo y se hizo Susudueste el viento, que era casi travesía, y como las naos estaban cerca de la costa y juntas unas con otras, corrieron todas grande peligro, especialmente la capitana, por haber arribado sobre ella otra nao llamada la Pandorga, con que entrambas se vinieron a perder, y fue forzoso que el virrey y virreina casi desnudos se pasasen a otras naos, dejando perdida mucha hacienda que en aquellas venía, las cuales se mandaron quemar porque no se aprovechasen de ellas los enemigos. Habiéndose las demás hecho a la mar lo mejor que pudieron, fueron prosiguiendo su viaje y nuestra fragata el suyo, en demanda de una isla que se dice Curazoa, la cual fue tan desgraciada, que la víspera de San Lorenzo se sentó e hizo pedazos en unos bajos que después entendimos ser lo que llaman isla de Aves; donde nos vimos en grande aprieto, aunque por la misericordia de Dios se salvó lo más de la gente, saliendo en la barca a ponerse sobre aquellas piedras. Con la misma barca se fue sacando lo que se pudo de la ropa y matalotage, con que nos entretuvimos, hasta que el diligente capitán mandó aserrar la barca por el medio y sobre ella armó un barco, que el postrero de agosto fue echado a la mar, y aprestado me dijo tenía determinado de enviarlo con todos los pasajeros, y a mí por cabo de él, para que fuésemos al puerto de Guaira de la ciudad de Caracas, y trujese bastimentos para los que quedaban, y algún barco o fragata en que pudiesen salir de aquel peligro y cárcel en que Dios los dejaba puestos; aunque no sé si era mayor el suyo que el que llevamos y padecimos los que íbamos en el barco. Pero con el favor de Dios, habiendo pasado grandes trabajos, llegué a Caracas, y dando cuenta del suceso al gobernador, me previne de lo necesario y volví con el refresco a mis tristes compañeros, que con penitencia y oraciones rogaban a Dios por mi vuelta, y comían a sólo dos onzas de pan, y a esta tasa sólo les quedaba para diez días. Habiéndoles entregado el socorro, dije al capitán que pues tenía bastimentos y casi hecha otra fragata, era justo siguiese yo mi derrota; y así me despedí y embarqué con ciertas personas, volviendo a Caracas, donde estuve ocho meses esperando pasaje, y noté, y escribí muy particularmente las cosas de aquella isla. Por gan ventura hallé en ella tres hijos de un hermano mío, de quien yo no había sabido en muchos años, y parece que se había casado allí y muerto, dejando viuda a su mujer con los hijos que he dicho. Y pareciéndome justo sacarlos de tan mala tierra y llevarlos en mi compañía, se los pedí a su abuela, porque también la mujer era muerta, y me envió los dos varones; quedándose con una niña. Llegó, en fin, el tiempo de mi deseada partida, y embarquéme para Cartagena en una fragata, y en Cartagena presenté al gobernador la cédula en que Su Majestad mandaba a todos sus ministros ayudasen mi viaje, aunque él hizo poco caso de ella y de mi socorro; pero como pude me volví a embarcar para Puerto-belo y llegué a Panamá tan pobre, que había más de ocho días que no tenía un real. Entré debiendo el alquiler o flete de las mulas y otras muchas cosas, por lo cual determiné de pedir a la Audiencia de aquella ciudad se me prestasen de la caja ducientos reales de a ocho, o se me buscasen a daño por vía de mercaderes, que yo los pagaría en Lima. Pero los oidores hicieron tan poco caso de mí, como de las cédulas de Su Majestad que les presenté; diciendo que mostrase algunas que hablasen con aquella caja, y que en lo demás no había lugar; y ansí me hube de retirar a mi pobre albergue, donde fui ejecutado por al arriero y otros acreedores. En medio de estos trabajos, un lunes treinta de agosto salió el Santísimo Sacramento de su casa al hospital, que es fabricado de madera vieja; y subiendo a lo alto, como fue mucho el peso de la gente se hundió una gran parte del sobrado, de alto de más de cinco estados, y caímos sesenta personas, y camas y enfermos, en que hubo diversos sucesos, y murieron allí luego un clérigo y un seglar, y otros salieron rotos brazos y piernas, y yo saqué de mi parte lo que me dieron, que fue un mal golpe en el costado izquierdo, una herida en el cornejal derecho, y una mano atravesada de un clavo, cuya cura me costó cuatro sangrías y dos meses y medio de cama, sin tener para todo esto un solo maravedí, y en un lugar tan costoso, donde por milagro hallé quien me acudiese ni se doliese de mí en tanta necesidad. Mal convalecido me hube de embarcar, como pude, en una nave que partía para el Perú sin un pan, ni un jarro de agua, y Dios la dio tan buen viaje que en veinte días surgimos en Paita, y con el chasque escribí luego al conde de Monterey, que había venido por virrey de aquel reino desde la Nueva España, y volviéndome a embarcar fue Dios servido que en diez y ocho días llegué al puerto del Callao, donde desembarqué a seis de marzo de mil seiscientos y cinco con deudas del pasaje y comida, y sin dinero. Para alquilar los caballos fióme un conocido de atrás, y entré en Lima de noche; corrí los mesones sin hallar ninguna posada, hasta que Dios me deparo un ollero, que con buena voluntad aquella y otras tres noches me hospedó entre sus ollas; por lo cual puedo decir con razón que llegué a Lima, a pesar de tantos trabajos viejos, a dar principio a los nuevos, en la manera que se verá en lo siguiente.
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De cómo el gobernador socorrió a los que estaban con Gonzalo de Mendoza Vista esta segunda carta, y las demás querellas que daban los naturales, el gobernador tornó a comunicar con los religiosos, clérigos y oficiales, y con su parescer mandó que fuese el capitán Domingo de Irala a favorescer los indios amigos, y a poner en paz la guerra que se había comenzado, favoresciendo los naturales que recebían daño de los enemigos; y para ello envió cuatro bergantines, con ciento cincuenta hombres, demás de los que tenía el capitán Gonzalo de Mendoza allá; y mandó que Domingo de Irala con la gente que fuesen derechos a los lugares y puertos de Guazani y Tabere y les requiriese de parte de Su Majestad que dejasen la guerra y se apartasen de hacerla, y volviesen y diesen la obediencia a Su Majestad; que fuesen amigos de los españoles; y que cuando siendo así requeridos y amonestados una, y dos, y tres veces, y cuantas más debiesen y pudiesen, con el menor daño que pudiesen les hiciesen guerra, excusando muertes y robos y otros males, y los constriñesen apretándolos para que dejasen la guerra y tornasen a la paz y amistad que antes solían tener, y lo procurase por todas las vías que pudiese.
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De lo que se hizo sobre el rescate del oro, y de otras cosas que en el real pasaron Como vieron los amigos de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo a Cortés que para qué lo consentía, y que no lo envió Diego Velázquez para que los soldados llevasen todo el más oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante, sino fuese el mismo Cortés; y lo que hubiesen habido, que lo manifestasen para sacar el real quinto, e que se pusiese una persona que fuese conveniente para cargo de tesorero. Cortés a todo dijo que era bien lo que decían, y que la tal persona nombrasen ellos; y señalaron a un Gonzalo Mejía. Y después desto hecho, les dijo Cortés, no de buen semblante: "Mirad, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con qué se sustentar, y por esta causa habíamos de disimular, porque todos comiesen; cuanto más que es una miseria cuanto rescatan, que, mediante Dios, mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tiene su haz y envés; ya está pregonado que no rescaten más oro, como habéis querido; veremos de qué comeremos." Aquí es donde dice el cronista Gómara que lo hacía Cortés porque no creyese Montezuma que se nos daba nada por oro; y no le informaron bien, que desde lo de Grijalva en el río de Banderas lo sabía muy claramente; y además desto, cuando le enviamos a demandar el casco de oro en granos de las minas, y nos veían rescatar. Pues qué, ¡gente mexicana para no entenderlo! Y dejemos esto pues dice que por información lo sabe; y digamos cómo una mañana no amaneció indio ninguno de los que estaban en las chozas, que solían traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo; y la causa fue, según después alcanzamos a saber, que se lo envió a mandar Montezuma, que no aguardase más plásticas de Cortés ni de los que con él estábamos; porque parece ser cómo el Montezuma era muy devotos de sus ídolos, que se decían Tezcatepuca y Huichilobos; el uno decían que era dios de la guerra, y el Tezcatepuca el dios del infierno, y les sacrificaba cada día muchachos para que le diesen respuesta de lo que había de hacer de nosotros, porque ya el Montezuma tenía pensamiento que si no nos tornábamos a ir en los navíos, de nos haber todos a las manos para que hiciésemos generación, y también para tener que sacrificar; según después supimos, que la respuesta que le dieron sus ídolos fue que no curase de oír a Cortés, ni las palabras que le enviaba a decir que tuviese cruz; y la imagen de nuestra señora, que no la trajesen a su ciudad: y por esta causa se fueron sin hablar. Y como vimos tal novedad, creímos que siempre estaban de guerra, y estábamos muy más a punto apercibidos. Y un día estando yo y otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real, los dejamos allegar a nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencias a su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real; y lo dije a mi compañero que se quedase en el puesto, e yo iría con ellos, que en aquella sazón no me pesaban los pies como ahora, que soy viejo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron grande acato y le dijeron: "Lopelucio, lopelucio"; que quiere decir en la lengua totonaque, señor y gran señor; y traían unos grandes agujeros en los bezos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, en las orejas muy grandes agujeros, y en ellos puestas otras rodajas de oro y piedras, y muy diferente el traje y habla que traían a lo de los mexicanos que solían allí estar en los ranchos con nosotros, que envió el gran Montezuma; y como doña Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de lopelucio, no lo entendieron; dijo la doña Marina en la lengua mexicana que si había allí entre ellos nahuatlatos, que son intérpretes de la lengua mexicana; y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendían y hablarían; y dijeron luego en la lengua mexicana que somos bien venidos, e que su señor les enviaba a saber quién éramos, v que se holgaba servir a hombres tan esforzados, porque parece ser ya sabían lo de Tabasco y lo de Potonchan; y, más dijeron, que ya hubieran venido a vernos, si no fuera por temor de los de Culúa, que debían estar allí con nosotros; y Culúa entiéndese por mexicanos, que es como si dijésemos cordobeses o sevillanos; e que supieron que había tres días que se habían ido huyendo a sus tierras; y de plática en plática supo Cortés cómo tenía Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual se holgó; y con dádivas y halagos que les hizo, despidió aquellos cinco mensajeros, y les dijo que dijesen a su señor que él los iría a ver muy presto. A aquellos indios llamábamos desde ahí adelante "los lopelucios". Y dejarlos he ahora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos había siempre muchos mosquitos zancudos, como de los chicos que llaman xexenes, y son peores que los grandes, y no podíamos dormir dellos, y no había bastimentos, y el cazabe se apocaba, y muy mohoso y sucio de las fátulas, y algunos soldados de los que solían tener indios en la isla de Cuba suspirando continuamente por volverse a sus casas, y en especial los criados y amigos de Diego Velázquez. Y como Cortés así vio la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que había visto el Montejo y el piloto Alaminos que estaba en fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos estarían al abrigo del peñol por mi nombrado. Y como se ponía por la obra para nos ir, todos los amigos, deudos y criados del Diego Velázquez dijeron a Cortés que para qué quería hacer aquel viaje sin bastimentos, y que no tenía posibilidad para pasar más adelante, porque ya se había muerto en el real de heridas de lo de Tabasco y de dolencias y hambre sobre treinta y cinco soldados, y que la tierra era grande y las poblaciones de mucha gente, y que nos darían guerra un día que otro; y que sería mejor que nos volviésemos a Cuba a dar cuenta a Diego Velázquez del oro rescatado, pues era cantidad, y de los grandes presentes de Montezuma, que era el sol de oro y la luna de plata y el casco de oro menudo de minas, y de todas las joyas y ropa por mí referidas. Y Cortés les respondió que no era buen consejo volver sin ver por qué: que hasta entonces que no nos podíamos quejar de la fortuna, e que diésemos gracias a Dios, que en todo nos ayudaba; y que en cuanto a los que se han muerto, que en las guerras y trabajos suele acontecer; y que sería bien saber lo que había en la tierra, y que entre tanto del maíz que tenían los indios y pueblos cercanos comeríamos, o mal nos andarían las manos. Y con esta respuesta se sosegó algo la parcialidad del Diego Velázquez, aunque no mucho; que ya había corrillos dellos y pláticas en el real sobre la vuelta de Cuba. Y dejarlo he aquí, y diré lo que más avino.
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Capítulo XLI De cómo Pizarro salió de la nueva población que había hecho para salir a la sierra en demanda de Atabalipa Muy entendido era por los españoles cómo Atabalipa, potentísimo señor, estaba en Caxamalca con grandes compañías de gente. No les pesaba, con tales nuevas, mas quisiera tener en su ayuda más españoles y caballos; confiaban en Dios todopoderoso que sería con ellos. Los indios de los valles, como entendieron haber poblado en su tierra aquellas gentes, pesóles en gran manera porque holgaran de no tener tales vecinos. Hubo algunas pláticas secretas entre ellos para les mover guerra, mas no vino su propósito en efecto: Pizarro habló a muchos principales, amonestándoles no rompiesen la paz, y a los españoles mandó que los tratasen bien; y despachó en los navíos los recaudos que convino a Diego de Almagro, que ya le había venido título de mariscal. Salió de la ciudad de San Miguel con su gente, caminando por aquellos frescos valles, donde, como estaban enteros, hallaban grandes edificios, muchos depósitos con proveimientos de todas cosas; el camino hecho, como conté en mi Primera parte; los yuncas servíanles, proveyéndoles de lo necesario. Como tierra tan bella los españoles veían, loaban a Dios infinitas veces por ello. Habían recogido cantidad de oro, mas no mucho. En el valle de Collique hallaron cuatro orejones, criados de Atabalipa; quisieron aguardar a los cristianos para verlos, y así parecieron delante de Pizarro sin ningún pavor; recibiólos bien, tratándolos, como a hombres preminentes; rogóles que no tuviesen miedo ni se asustasen; prometió de no les enojar ni detener, antes recibir con su vista y avisos contentamiento. Loaron la mansedumbre de Pizarro y su virtud, mas a cautela, porque no andaban por más que ver y oler lo que había, para con brevedad subir a dar aviso a Atabalipa, su señor. Mas no dijeron a Pizarro, que ellos eran criados de Atabalipa, y que estaban allí recogiendo los tributos a él debidos; de donde no quisieron salir hasta que llegase para le servir en lo que mandase. Pizarro, como vio que tenían tan buena razón, les preguntó por Atabalipa, y que por qué andaba dando guerra. Respondieron que en los años pasados había muerto Guaynacapa, gran señor, padre de Atabalipa y de Guascar, y que estos dos, sobre haber el mando entero del reino peleaban y se habían dado muchas batallas, de las cuales Atabalipa había salido vencedor. Preguntóles más Pizarro, que qué tanta gente tenía Atabalipa. Respondieron que mucha, y que si quisiese hacer llamamiento, que sería sin cuento. Como esto y otras cosas hubo de los orejones sabido, les dio licencia para que fuesen a reposar a sus casas. Como eran agudos, habían entendido de las lenguas lo que pudieron, y sabido cuántos caballos y cristianos eran los que allí estaban y habían quedado en Tangarara y fingiendo que se iban a sus posadas, se pusieron en camino y anduvieron hasta llegar a Caxamalca, donde contaron por extenso a Atabalipa lo que les había pasado con los cristianos, y como no eran más de ciento y setenta los que venían por la costa adelante. Atabalipa se espantaba de hombres tan pocos tener tanto animo; andaba jugando su fantasía con los pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación. Envió a mandar a Chalacuchima, que pusiesen recaudo en Guascar, su hermano, y viniesen para él con el preso; créese que para, en su presencia, hacerle justicia. Fueron de los mitimaes algunos a recoger gente por las provincias para que se viniesen a juntar con Atabalipa. Es público entre muchos de los orejones, que un orejón, que fue el que había ido por mandado de Atabalipa a ver los cristianos, y como viese que quería prepararse y hacía llamamiento de gente, estando bien borracho, dijo con gran soberbia: que no temiese ciento y sesenta hombres cansados y despeados que viniesen contra él porque trajesen aquellos perros tan grandes (lo cual dijo por los caballos); y que le diesen a él cuatro o cinco mil hombres de guerra, que él se los traería a todos maniatados. Con esto con éste dijo; dicen más, que se alegraron riendo de gana, afirmando que habían de servir de anaconas (que es nombre de criado perpetuo o de cautivo) los cristianos a Atabalipa. Pizarro venía caminando y sabía las grandes compañías que estaban con Atabalipa; imploraban el favor divino, pues si faltaba tal ayuda, con puños de tierra los enterraran a ellos y a sus caballos. Esforzaba a sus compañeros, diciendo que confiasen en Dios, sin temer la potencia que decían que tenía Atabalipa; todos iban con buen ánimo; y así, habiendo pasado por los valles y llanos hasta llegar por do convino subir a la sierra, lo hicieron, llevando siempre guías, y teniendo aviso de lo de adelante, se iban acercando a Caxamalca. Algunos de los cristianos, como comenzaron a subir la sierra, murmuraban de Pizarro porque con tan poca gente se iba a meter en manos de los enemigos; que mejor hubiera sido aguardar en los llanos, que no andar por sierras, donde los caballos valen poco. Aunque Pizarro entendió algo de esto, disimulólo, sin hacer muestras que tal sabía.
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Capítulo XLI Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia para reparo de su gente y bastimentos hizo una casa fuerte y de cómo despachó al Pirú por tierra a traer socorro Viendo el general la gran osadía de los indios y la poca posibilidad que los cristianos tenían, porque estaban con gran congoja. Si tornaban a hacer otra junta, les arrancarían las sementeras y les tornarían a quemar la ciudad, y haciendo esto les podían poner en mayor necesidad que la pasada. Representándosele los daños que se le podían recrecer, otros demás de los dichos, acordó por poner su gente en recaudo y los bastimentos en cobro, elegir los de a caballo que saliesen a correr el campo dos compañías, y el general con la demás gente española y yanaconas que hiciesen adobes. E hicieron mucha cantidad, de los cuales hicieron un cercado que tomó cuatro solares, que es una cuadra, y teníala cercada en alto dos estados y de dos adobes y medio de grueso, y cada adobe, media vara de medir de largo. Tenía las esquinas de la cuadra una pequeña torre baja con sus troneras, porque aquélla bastaba para defensa de aquellas gentes. Hecha esta fuerza, tuvo el general y sus españoles el ánimo reposado y el espíritu seguro. Con esto cuando había grita de indios, recogíanse en el fuerte y todo el servicio allí estaban seguros, y tenían sus bastimentos allí encerrados y guardados. Y teniendo esto a recaudo, salían con todo ánimo los españoles a correr la campaña y usar la guerra, y guardaban sus sementeras. Viendo el general que con estos buenos ardides y buen recaudo no le faltaban graves trabajos, acordó enviar por socorro al Pirú y envió a su teniente Alonso de Monrroy. Lo uno, porque serían en más cantidad, lo otro, viendo los indios que venían más cristianos, entenderían que era seña que no se irían los que estaban, y costreñirles ya la necesidad y ocasión a venir de paz y servir. Y para esto envió a su teniente, como he dicho, con cinco compañeros en los mejores caballos que había, y que de todo diesen relación al marqués don Francisco Pizarro del suceso que acá les había sucedido y que proveyese de gente y socorro, y le diesen la embajada y despachos. Acordado esto, mandó hacer de las herraduras viejas que había entre todos y de los estribos de los seis caballos y de los pomos y guarniciones de las espadas, hicieron herrajes y clavos. Y dio a cada uno siete mil pesos y seis herraduras y cien clavos, y de este oro hicieron estribos y pomos y guarniciones de las espadas y colleras a los cuellos. Junto con esto les dio la orden que habían de llevar para se gobernar por el camino, y que fuesen a noche y mesón, porque eran pocos, y los indios de los valles de Copiapó y los demás, traidores y cautelosos carniceros, estaban de guerra, y había ciento y tantas leguas de despoblado, y mirasen no se descuidasen. Y con esta plática los despidió y envió, encargándoles lo dicho y la buena diligencia que en aquello pusiesen y en volver breve, y que mirasen la necesidad y trabajo en que quedaban. Esto encargó mucho a su teniente Alonso de Monrroy y a sus compañeros. Y salieron de la ciudad de Santiago para el Pirú por tierra, a veinte y seis de diciembre del año de nuestra salud de mil y quinientos e cuarenta e un años.
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Que trata de la hambre y mortandad que hubo en esta tierra y por qué causa se comenzaron las guerras de Tlaxcalan, Huexotzinco y Cholulan contra el imperio Estando las cosas del imperio en grande prosperidad por la abundancia de mantenimientos y máquina grande de gentes (que era de tal manera que hasta los montes y sierras fragosas las tenían ocupadas con sembrados y otros aprovechamientos y el menor pueblo de aquellos tiempos tenía más gente que la mejor ciudad que el día de hoy hay en la Nueva España según parece por los padrones reales de aquellos tiempos), como las cosas de esta vida tienen mil mudanzas y nunca faltan calamidades (como las que en esta sazón acontecieron y fueron las primeras), en el año de 1450 que llaman matlactli tochtli fue tan excesiva la nieve que cayó en toda la tierra que subió en las más partes estado y medio, con que se arruinaron y cayeron muchas casas y se destruyeron todas las arboledas y plantas, resfrió de tal manera la tierra que hubo un catarro pestilencial con que murieron muchas gentes y en especial la gente mayor; y los tres años siguientes se perdieron todas las sementeras y frutos de la tierra, en tal conformidad que pereció la mayor parte de la gente y en el siguiente de 1454 a los principios de él hubo un eclipse muy grande de sol, luego se aumentó más la enfermedad y moría tanta gente que parecía que no había de quedar persona alguna, según era la calamidad que sobre esta tierra había venido y la hambre tan excesiva que muchos vendieron a sus hijos a trueque de maíz en las provincias de Totonapan, en donde no corrió esta calamidad; y los de aquellas provincias, como eran tan grandes idólatras, todos los esclavos que compraban los sacrificaban a sus dioses, pareciéndoles que los tenían propicios para que no corriese la misma calamidad en su tierra. Y aunque Nezahualcoyotzin en su tierra y reino, Motecuhzomatzin y Totoquihuatzin en los suyos, hicieron todo lo posible por socorrer a sus súbditos y vasallos (porque además de haberles alzado los tributos por seis años que fue el tiempo que duraron estas calamidades, les dieron y repartieron todas las rentas de maíz que tenían en las trojes guardades y reservadas de a diez, doce años y más tiempo), viendo que no cesaba la calamidad se juntaron todos tres con la señoría de Tlaxcalan a tratar el remedio más conveniente para este efecto: los sacerdotes y sátrapas de los templos de México dijeron, que los dioses estaban indignados contra el imperio y que para aplacarlos convenía sacrificar muchos hombres y que esto se había de hacer ordinariamente, para que los tuviesen siempre propicios. Nezahualcoyotzin que era muy contrato a esta opinión, después de haber hecho muchas contradicciones, dijo que bastaba que les sacrificasen los cautivos en guerra, que así como así habían de morir en batalla, se perdía poco, además de que sería muy grande hazaña de los soldados haber vivos a sus enemigos, con lo cual, a más de que serían premiados, harían este sacrificio a los dioses: replicaron los sacerdotes, que las guerras que se hacían eran muy remotas y no ordinarias, que vendrían muy a espacio y debilitados los cautivos que se habían de sacrificar a los dioses, habiendo de ser muy de ordinario y la gente reciente y dispuesta para el sacrificio de los dioses, como lo solían hacer con sus hijos y esclavos. Xicoténcatl uno de los señores de Tlaxcalan fue de opinión, que desde aquel tiempo en adelante se estableciese que hubiesen guerras contra la señoría de Tlaxcalan y la de Tetzcuco con sus acompañados y que se señalase un campo donde de ordinario se hiciesen estas batallas y que los que fuesen presos y cautivos en ellas se sacrificasen a sus dioses, que sería muy acepto a ellos pues como manjar suyo sería caliente y reciente, sacándolos de este campo; además de que sería lugar donde se ejercitasen los hijos de los señores, que saldrían de allí famosos capitanes y que esto se había de entender sin exceder los límites del campo que para el efecto se señalase, ni pretender ganarse las tierras y señoríos y asimismo había de ser con calidad que cuando tuviesen algún trabajo o calamidad en la una u otra parte habían de cesar las dichas guerras y favorecerse unos a otros, como de antes estaba capitulado con la señoría de Tlaxcalan. A todos pareció muy bien lo que había dicho Xicoténcatl y como interesados y muy religiosos en el servicio de sus falsos dioses, apretaron en el negocio para que se efectuase y así Nezahualcoyotzin señaló el campo que fue entre Quauhtépec y Ocelotépec, y por tres las cabezas del imperio, señaló para el efecto otras tres provincias, que fueron la de Tlaxcalan referida, la de Huexotzinco y Cholulan, que llamaron "los enemigos de casa", con calidad que peleasen tantos a tantos yendo los de las tres cabezas juntos y que diesen su batalla los primeros días de sus meses, comenzando por Tlaxcalan la primera vez y luego de ahí a otro mes que fue la segunda en el campo que estaba señalado de Huexotzinco y la tercera en el campo de Cholula, cuyos defensores eran los de Atlixco; y luego comenzaba otra vez la tanda por Tlaxcalan: con que hubieron suficiente recaudo los sacerdotes de los templos de Texcatlipoca, Huitzilopochtli, Tláoc y los demás que eran ídolos de los mexicanos, los de los contrarios Cumaxtle, Matlalcueie y Quetzalcóatl . Así se comenzaron estas guerras y abominables sacrificios de los dioses (o para mejor decir) demonios, hasta que vino el invictísimo don Fernando Cortés primer marqués del Valle a plantar la santa fe católica: asimismo quedó por ley que ninguno de los naturales de las tres provincias referidas pudiesen pasar a estas partes, ni los de acá ir allá, con pena de ser sacrificados a los dioses falsos. En el año se hacían dieciocho fiestas principales a los dioses fingidos, que era a los primeros días de sus dieciocho meses con que repartían su año solar, en los cuales sacrificaban los nombres cautivos en las guerras referidas y en otras fiestas que tenían movibles.
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De los pueblos que hay salidos del Quito hasta llegar a los reales palacios de Tumebamba, y de algunas costumbres que tienen los naturales dellos Desde la ciudad de San Francisco de Quito hasta los palacios de Tumebamba hay cincuenta y tres leguas. Luego que salen della, por el camino ya dicho se va a un pueblo llamado Panzaleo. Los naturales dél difieren en algo a los comarcanos, especialmente en la ligadura de la cabeza; porque por ella son conocidos las linajes de los indios y las provincias donde son naturales. Estas y todos los deste reino, en más de mil y docientas leguas, hablaban la lengua general de los ingas, que es la que se usaba en el Cuzco. Y hablábase esta lengua generalmente porque los señores ingas lo mandaban y era ley en todo su reino, y castigaban a los padres y era ley en todo su reino, y castigaban a los padres si la dejaban de mostrar a sus hijos en la niñez. Mas, no embargante que hablaban la lengua del Cuzco (como digo), todos se tenían sus lenguas, las que usaron sus antepasados. Y así, estos de Panzaleo tenían otra lengua que los de Carangue y Otabalo. Son del cuerpo y disposición como los que declaré en el capítulo pasado. Andan vestidos con sus camisetas sin mangas ni colar, no más que abiertas por los lados, por donde sacan los brazos, y por arriba, por donde asimismo sacan la cabeza, y con sus mantas largas de lana y algunas de algodón. Y desta ropa, la de los señores era muy prima y con colores muchas y muy perfectas. Por zapatos traen unas ojotas de una raíz o hierba que llaman cabuyá, que echa unas pencas grandes, de las cuales salen unas hebras blancas, como de cáñamo, muy recias y provechosas, y destas hacen sus ojotas o albarcas, que les sirven por zapatos, y por la cabeza traen puestos sus ramales. Las mujeres, algunas andan vestidas a uso del Cuzco, muy galanas, con una manta larga que las cubre desde el cuello hasta los pies, sin sacar más de los brazos, y por la cintura se la atan con uno que llaman chumbe, a manera de una reata galana y muy prima y algo más ancha. Con éstas se atan y aprietan la cintura, y luego se ponen otra manta delgada, llamada líquida, que les cae por encima de los hombros y desciende hasta cubrir los pies. Tienen, para prender estas mantas, unos alfileres de plata o de oro grandes, y al cabo algo anchos, que llaman topos. Por la cabeza se ponen también una cinta no poca galana, que nombran vincha, y con sus ojotas en los pies andan. En fin, el uso de vestir de las señoras del Cuzco ha sido el mejor y más galano y rico que hasta agora se ha visto en todas estas Indias. Los cabellos tienen gran cuidado de se los peinar, y tráenlos muy largos. En otra parte trataré más largamente este traje de las pallas o señoras del Cuzco. Entre este pueblo de Panzaleo y la ciudad del Quito hay algunas poblaciones a una parte y a otra en unos montes. A la parte del poniente está el valle de Uchillo y Langazi, adonde se dan, por ser la tierra muy templada, muchas cosas de las que escrebí en el capítulo de la fundación de Quito, y los naturales son amigos y confederados. Por estas tierras no se comen los unos a otros ni son tan malos como algunos de los naturales de las provincias que en lo de atrás tengo escripto. Antiguamente solían tener grandes adoratorios a diversos dioses, según publica la fama dellos mismos. Después que fueron señoreados por los reyes ingas hacían sus sacrificios al sol, al cual adoraban por Dios. De aquí se toma un camino que va a los montes de Yumbo, en los cuales están unas poblaciones, donde los naturales dellas son de no tan buen servicio como los comarcanos a Quito, ni tan domables, antes son más viciosos y soberbios; lo cual hace vivir en tierra tan áspera y tener en ella, por ser cálida y fértil, mucho regalo. Adoran también al sol, y parécenee en las costumbres y afectos a sus comarcanos; porque fueron, como ellos, sojuzgados por el gran Topainga Yupangue y por Guaynacapa, su hijo. Otro camino sale hacia el nacimiento del sol, que va a otras poblaciones llamadas Quixo, pobladas de indios de la manera y costumbres destos. Adelante de Panzaleo tres leguas están los aposentos y pueblo de Mulahalo, que, aunque agora es pueblo pequeño, por haberse apocado los naturales, antiguamente tenía aposentos para cuando los ingas o sus capitanes pasaban por allí, con grandes depósitos para proveimientos de la gente de guerra. Está a la mano derecha deste pueblo de Mulahalo un volcán o boca de fuego, del cual dicen los indios que antiguamente reventó y echó de sí gran cantidad de piedras y ceniza; tanto, que destruyó mucha parte de los pueblos donde alcanzó aquella tormenta. Quieren decir algunos que antes que reventase se veían visiones infernales y se oían algunas voces temerosas. Y parece ser cierto lo que cuentan estos indios deste volcán, porque al tiempo que el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, entró en el Perú, con su armada, viniendo a salir a estas provincias de Quito, les pareció que llovió ceniza algunos días, y así lo afirman los españoles que venían con él. Y era que debió de reventar alguna boca de fuego destas, de las cuales hay muchas en aquellas sierras, por los grandes mineros que debe de haber de piedra de azufre. Poco más adelante de Mulahalo está el pueblo y grandes aposentos llamados de la Tacunga, que eran tan principales como los de Quito. Y en los edificios, aunque están ruinados, se parece la grandeza dellos, porque en algunas paredes destos aposentos se ve bien claro dónde estaban encajadas las ovejas de oro y otras grandezas que esculpían en las paredes. Especialmente había esta riqueza en el aposento que estaba señalado para los reyes ingas, y en el templo del sol, donde se hacían los sacrificios y supersticiones, que es donde también estaban cantidad de vírgenes dedicadas para el servicio del templo, a las cuales (como ya otras veces he dicho) llamaban mamaconas. No embargante que en los pueblos pasados que he dicho hubiese aposentos y depósitos, no había en tiempo de los ingas casa real ni templo principal, como aquí ni en otros pueblos más adelante, hasta llegar a Tumebamba, como en esta historia iré relatando. En este pueblo tenían los señores ingas puesto mayordomo mayor, que tenía cargo de coger los tributos de las provincias comarcanas y recogerlos allí, adonde asimismo había gran cantidad de mitimaes. Esto es, que, visto por los ingas que la cabeza de su imperio era la ciudad del Cuzco, de donde se daban las leyes y salían los capitanes a seguir la guerra, el cual estaba de Quito más de seiscientas leguas y de Chile otro mayor camino; considerando ser toda esta longura de tierra poblada de gentes bárbaras, y algunas muy belicosas, para con más facilidad tener seguro y quieto su señorío tenían esta orden desde el tiempo del rey inga Yupangue, padre del gran Topainga Yupangue y abuelo de Guaynacapa: que luego que conquistaban una provincia destas grandes mandaban salir o pasar de allí diez o doce mil hombres con sus mujeres, o seis mil, o la cantidad que querían. Los cuales se pasaban a otro pueblo o provincia que fuese del temple y manera del de donde salían; porque si eran de tierra fría eran llevados a tierra fría, y si de caliente, a caliente, y estos tales eran llamados mitimaes, que quiere significar indios venidos de una tierra a otra. A los cuales se les daban heredades en los campos y tierras para sus labores y sitio para hacer sus casas. Y a estos mitimaes mandaban los ingas que estuviesen siempre obedientes a lo que sus gobernadores y capitanes les mandasen; de tal manera, que si los naturales se rebelasen, siendo ellos de parte del gobernador, eran luego castigados y reducidos al servicio de los ingas. Y por consiguiente, si los mitimaes buscaban algún alboroto eran apremiados por los naturales; y con esta industria tenían estos señores su imperio seguro que no se les rebelase, y las provincias bien proveídas de mantenimiento, porque la mayor parte de la gente dellas estaban, como digo, los de unas tierras en otras. Y tuvieron otro aviso para no ser aborrecidos de los naturales: que nunca quitaron el señorío de ser caciques a los que les venía de herencia y eran naturales. Y si por ventura alguno cometía delicto o se hallaba culpado en tal manera que mereciese ser privado del señorío que tenía, daban y encomendaban el cacicazgo a sus hijos o hermanos y mandaban que fuesen obedecidos por todos. En el libro de los ingas trato más largamente esta cuenta de los mitimaes, que se entiende lo que tengo dicho. Y volviendo a la materia, digo que en estos aposentos tan principales de la Tacunga había destos indios a quien llaman mitimaes, que tenían cargo de hacer lo que por el mayordomo del Inga les era mandado. Alrededor destos aposentos a una parte y a otra hay las poblaciones y estancias de los caciques y principales, que no están poco proveídos de mantenimientos. Cuando se dio la última batalla en el Perú (que fue en el valle de Xaquizaguana, donde Gonzalo Pizarro fue muerto), salimos de la gobernación de Popayán con el adelantado don Sebastián de Belalcázar poco menos de doscientos españoles, para hallarnos de la parte de su majestad contra los tiranos; y por cierto que llegamos algunos de nosotros a este pueblo, porque no caminábamos todos juntos, y que nos proveían de bastimento y de las demás cosas necesarias con tanta razón y tan cumplidamente que no sé adónde mejor se pudiera hacer. Porque en una parte tenían gran cantidad de conejos y en otra de puercos y en otra de gallinas, y por el consiguiente, de ovejas y corderos y carneros, y otras aves; y así, proveían a todos los que por allí pasaban. Andan todos vestidos con sus mantas y camisetas, ricas y galanas, y más bastas; cada uno como tiene la posibilidad. Las mujeres andan tan bien vestidas como dije que andaban las de Mulahalo, y son casi de la habla dellos. Las casas que tienen todas son de piedra y cubiertas con paja; unas dellas son grandes y otras pequeñas, como es la persona y tiene el aparejo. Los señores y capitanes tienen muchas mujeres; pero la una dellas ha de ser la principal y legítima de la sucesión, de la cual se hereda el señorío. Adoran al sol, y cuando se mueren los señores les hacen sepulturas grandes en los cerros o campos, adonde los meten con sus joyas de oro y plata y armas, ropa y mujeres vivas, y no las más feas, y mucho mantenimiento. Y esta costumbre de enterrar así los muertos en toda la mayor parte destas Indias se usa por consejo del demonio, que les hace entender que de aquella suerte han de ir al reino que él les tiene aparejado; hacen muy grandes lloros por los difuntos, y las mujeres que andan sin se matar, con las demás sirvientas, se tresquilan y están muchos días en lloros continuos; y después de llorar la mayor parte del día y la noche en que mueren, un año arreo lo lloran. Usan el beber ni más ni menos que los pasados, y tienen por costumbre de comer luego por la mañana, y comen en el suelo, sin se dar mucho por manteles ni por otros paños; y después que han comido su maíz y carne o pescado, todo el día gastan en beber su chicha o vino que hacen del maíz, trayendo siempre el vaso en la mano. Tienen gran cuidado de hacer sus areitos o cantares ordenadamente, asidos hombres y mujeres de las manos y andando a la redonda a son de un atambor, recontando en sus cantares y endechas las cosas pasadas y siempre bebiendo hasta quedar muy embriagados; y como están sin sentido, algunos toman las mujeres que quieren, y llevadas a alguna casa, usan con ellas sus lujurias, sin tenerlo por cosa fea, porque ni entienden el don que está debajo de la vergüenza ni miran mucho en la honra ni tienen mucha cuenta con el mundo, porque no procuran más de comer lo que cogen con el trabajo de sus manos. Creen la inmortalidad del ánima, a lo que entendemos dellos, y conocen que hay Hacedor de todas las cosas del mundo; en tal manera, que contemplando la grandeza del cielo y el movimiento del sol y de la luna y de las otras maravillas tienen poder, puesto que muchos dellos, viendo sus maldades y que nunca dice verdad ni la trata, lo aborrecen, y más le obedecen por temor que por creer que en él haya deidad. Al sol hacen grandes reverencias y le tienen por dios; los sacerdotes usaban de gran santimonia, y son reverenciados por todos y tenidos en mucho, donde los hay. Otras costumbres y cosas tenía que decir destos indios; y pues casi las guardan y tienen generalmente, yendo caminando por las provincias iré tratando de todas, y concluyo en este capítulo con decir que estos de la Tacunga usan por armas para pelear lanzas de palma y tiraderas y dardos y hondas. Son morenos como los ya dichos; las mujeres, muy amorosas, y algunas hermosas. Hay todavía muchos mitimaes de los que había en el tiempo que los ingas señoreaban las provincias de su reino.