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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XLI De cómo Pizarro salió de la nueva población que había hecho para salir a la sierra en demanda de Atabalipa Muy entendido era por los españoles cómo Atabalipa, potentísimo señor, estaba en Caxamalca con grandes compañías de gente. No les pesaba, con tales nuevas, mas quisiera tener en su ayuda más españoles y caballos; confiaban en Dios todopoderoso que sería con ellos. Los indios de los valles, como entendieron haber poblado en su tierra aquellas gentes, pesóles en gran manera porque holgaran de no tener tales vecinos. Hubo algunas pláticas secretas entre ellos para les mover guerra, mas no vino su propósito en efecto: Pizarro habló a muchos principales, amonestándoles no rompiesen la paz, y a los españoles mandó que los tratasen bien; y despachó en los navíos los recaudos que convino a Diego de Almagro, que ya le había venido título de mariscal. Salió de la ciudad de San Miguel con su gente, caminando por aquellos frescos valles, donde, como estaban enteros, hallaban grandes edificios, muchos depósitos con proveimientos de todas cosas; el camino hecho, como conté en mi Primera parte; los yuncas servíanles, proveyéndoles de lo necesario. Como tierra tan bella los españoles veían, loaban a Dios infinitas veces por ello. Habían recogido cantidad de oro, mas no mucho. En el valle de Collique hallaron cuatro orejones, criados de Atabalipa; quisieron aguardar a los cristianos para verlos, y así parecieron delante de Pizarro sin ningún pavor; recibiólos bien, tratándolos, como a hombres preminentes; rogóles que no tuviesen miedo ni se asustasen; prometió de no les enojar ni detener, antes recibir con su vista y avisos contentamiento.
Loaron la mansedumbre de Pizarro y su virtud, mas a cautela, porque no andaban por más que ver y oler lo que había, para con brevedad subir a dar aviso a Atabalipa, su señor. Mas no dijeron a Pizarro, que ellos eran criados de Atabalipa, y que estaban allí recogiendo los tributos a él debidos; de donde no quisieron salir hasta que llegase para le servir en lo que mandase. Pizarro, como vio que tenían tan buena razón, les preguntó por Atabalipa, y que por qué andaba dando guerra. Respondieron que en los años pasados había muerto Guaynacapa, gran señor, padre de Atabalipa y de Guascar, y que estos dos, sobre haber el mando entero del reino peleaban y se habían dado muchas batallas, de las cuales Atabalipa había salido vencedor. Preguntóles más Pizarro, que qué tanta gente tenía Atabalipa. Respondieron que mucha, y que si quisiese hacer llamamiento, que sería sin cuento. Como esto y otras cosas hubo de los orejones sabido, les dio licencia para que fuesen a reposar a sus casas. Como eran agudos, habían entendido de las lenguas lo que pudieron, y sabido cuántos caballos y cristianos eran los que allí estaban y habían quedado en Tangarara y fingiendo que se iban a sus posadas, se pusieron en camino y anduvieron hasta llegar a Caxamalca, donde contaron por extenso a Atabalipa lo que les había pasado con los cristianos, y como no eran más de ciento y setenta los que venían por la costa adelante. Atabalipa se espantaba de hombres tan pocos tener tanto animo; andaba jugando su fantasía con los pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación.
Envió a mandar a Chalacuchima, que pusiesen recaudo en Guascar, su hermano, y viniesen para él con el preso; créese que para, en su presencia, hacerle justicia. Fueron de los mitimaes algunos a recoger gente por las provincias para que se viniesen a juntar con Atabalipa. Es público entre muchos de los orejones, que un orejón, que fue el que había ido por mandado de Atabalipa a ver los cristianos, y como viese que quería prepararse y hacía llamamiento de gente, estando bien borracho, dijo con gran soberbia: que no temiese ciento y sesenta hombres cansados y despeados que viniesen contra él porque trajesen aquellos perros tan grandes (lo cual dijo por los caballos); y que le diesen a él cuatro o cinco mil hombres de guerra, que él se los traería a todos maniatados. Con esto con éste dijo; dicen más, que se alegraron riendo de gana, afirmando que habían de servir de anaconas (que es nombre de criado perpetuo o de cautivo) los cristianos a Atabalipa. Pizarro venía caminando y sabía las grandes compañías que estaban con Atabalipa; imploraban el favor divino, pues si faltaba tal ayuda, con puños de tierra los enterraran a ellos y a sus caballos. Esforzaba a sus compañeros, diciendo que confiasen en Dios, sin temer la potencia que decían que tenía Atabalipa; todos iban con buen ánimo; y así, habiendo pasado por los valles y llanos hasta llegar por do convino subir a la sierra, lo hicieron, llevando siempre guías, y teniendo aviso de lo de adelante, se iban acercando a Caxamalca. Algunos de los cristianos, como comenzaron a subir la sierra, murmuraban de Pizarro porque con tan poca gente se iba a meter en manos de los enemigos; que mejor hubiera sido aguardar en los llanos, que no andar por sierras, donde los caballos valen poco. Aunque Pizarro entendió algo de esto, disimulólo, sin hacer muestras que tal sabía.
Loaron la mansedumbre de Pizarro y su virtud, mas a cautela, porque no andaban por más que ver y oler lo que había, para con brevedad subir a dar aviso a Atabalipa, su señor. Mas no dijeron a Pizarro, que ellos eran criados de Atabalipa, y que estaban allí recogiendo los tributos a él debidos; de donde no quisieron salir hasta que llegase para le servir en lo que mandase. Pizarro, como vio que tenían tan buena razón, les preguntó por Atabalipa, y que por qué andaba dando guerra. Respondieron que en los años pasados había muerto Guaynacapa, gran señor, padre de Atabalipa y de Guascar, y que estos dos, sobre haber el mando entero del reino peleaban y se habían dado muchas batallas, de las cuales Atabalipa había salido vencedor. Preguntóles más Pizarro, que qué tanta gente tenía Atabalipa. Respondieron que mucha, y que si quisiese hacer llamamiento, que sería sin cuento. Como esto y otras cosas hubo de los orejones sabido, les dio licencia para que fuesen a reposar a sus casas. Como eran agudos, habían entendido de las lenguas lo que pudieron, y sabido cuántos caballos y cristianos eran los que allí estaban y habían quedado en Tangarara y fingiendo que se iban a sus posadas, se pusieron en camino y anduvieron hasta llegar a Caxamalca, donde contaron por extenso a Atabalipa lo que les había pasado con los cristianos, y como no eran más de ciento y setenta los que venían por la costa adelante. Atabalipa se espantaba de hombres tan pocos tener tanto animo; andaba jugando su fantasía con los pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación.
Envió a mandar a Chalacuchima, que pusiesen recaudo en Guascar, su hermano, y viniesen para él con el preso; créese que para, en su presencia, hacerle justicia. Fueron de los mitimaes algunos a recoger gente por las provincias para que se viniesen a juntar con Atabalipa. Es público entre muchos de los orejones, que un orejón, que fue el que había ido por mandado de Atabalipa a ver los cristianos, y como viese que quería prepararse y hacía llamamiento de gente, estando bien borracho, dijo con gran soberbia: que no temiese ciento y sesenta hombres cansados y despeados que viniesen contra él porque trajesen aquellos perros tan grandes (lo cual dijo por los caballos); y que le diesen a él cuatro o cinco mil hombres de guerra, que él se los traería a todos maniatados. Con esto con éste dijo; dicen más, que se alegraron riendo de gana, afirmando que habían de servir de anaconas (que es nombre de criado perpetuo o de cautivo) los cristianos a Atabalipa. Pizarro venía caminando y sabía las grandes compañías que estaban con Atabalipa; imploraban el favor divino, pues si faltaba tal ayuda, con puños de tierra los enterraran a ellos y a sus caballos. Esforzaba a sus compañeros, diciendo que confiasen en Dios, sin temer la potencia que decían que tenía Atabalipa; todos iban con buen ánimo; y así, habiendo pasado por los valles y llanos hasta llegar por do convino subir a la sierra, lo hicieron, llevando siempre guías, y teniendo aviso de lo de adelante, se iban acercando a Caxamalca. Algunos de los cristianos, como comenzaron a subir la sierra, murmuraban de Pizarro porque con tan poca gente se iba a meter en manos de los enemigos; que mejor hubiera sido aguardar en los llanos, que no andar por sierras, donde los caballos valen poco. Aunque Pizarro entendió algo de esto, disimulólo, sin hacer muestras que tal sabía.