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Desarrollo


Capítulo XXXIX De cómo los capitanes de Guascar, recogida la gente que escapó de la batalla, hicieron más llamamientos, y se dio la tercera batalla en el valle de Xauxa, la cual fue muy sangrienta, y cómo Atabalipa se quedó en Caxamalca Bien me acuerdo que concluí, en la segunda parte, donde trato de los incas, en la batalla que Atabalipa dio a los capitanes de Guascar, su hermano, en la provincia de los Paltas, donde fue vencedor Atabalipa, con muerte de muchos hombres; y ahora en el tiempo que vamos entrando, que Pizarro con los suyos venían a Túmbez, iba Atabalipa en seguimiento de sus enemigos, gozando del trofeo de su victoria; sabía por días, y aun por horas, todo lo que había pasado en los españoles en la guerra que tuvieron en la Puná. Admirábase cómo podían prevalecer siendo tan pocos contra tantos como les impedían la andada en la tierra. Echábalo a la flojedad de los suyos y no al esfuerzo de los nuestros; no quiso dejar su demanda por volver contra ellos; negoció guiado por Dios, pues su entendimiento se cegó en lo que más le iba. Enviaba a mandar que no les diesen cabida en sus pueblos; y él, con su gente, pasó de los Paltas. Guancanque, Inca Roca, Urco Guaranga, con los otros capitanes del rey Guascar como huyeron de la batalla, diéronse risa a salir de entre el enemigo; y aun muchos de los que escaparon les fueron a buscar, juntándose, con ellos, para con lealtad morir en el servicio de Guascar, inca verdadero, y no consentir que el bastardo quedase con tal dignidad.

Ceguedad de unos y otros, porque por permisión y ordenación divina su señorío se acababa y ninguno, de los que ellos pensaban, había de reinar, sino gente tan extraña y apartada de sus memorias como lo estaba España del Perú y el Perú de España, hoy ha cincuenta años. Al Cuzco fue la nueva de la batalla y sabido por Guascar cómo su enemigo había salido vencedor, tanto enojo recibió, que me contaron indios viejos que con él estaban, que estuvo determinado de se ahorcar y que hizo grandes exclamaciones a sus dioses. Sus consejeros le amonestaron, que se dejase de lloros y mandase hacer nuevo llamamiento de gente, para procurar la destrucción de Atabalipa. Así lo hizo, volando la fama hasta Chile. De los cristianos también se contaba lo que habían hecho desde que entraron en Cuaque hasta que salieron de la Puná. No trataban resistencia a ellos ni lo tomaban por cosa dificultosa, porque de Atabalipa era de quien temían y a quien desamaban; el cual, muy alegre por las victorias pasadas, cobró tal estimación, que le acudieron muchos que no lo pensaron; él se mostraba muy arrogante y que le parecía ser poco reino el Perú todo para él; fingía mil desvaríos, afirmándolos por verdad: que el sol le favorecía, y así hablaba. No faltaba quien lo creía, sustentando con porfías que decía verdad. Fue caminando hacia el Cuzco, poniendo debajo de su señorío las provincias por donde pasaba, donde dejaba de su mano puestos delegados y gobernadores. Cuentan que usó de gran crueldad y desafueros, matando a muchos con quien tenía odio porque seguían la parte de Guascar.

Así anduvo hasta que llegó a Caxamalca, adonde le llegó nueva de cómo Pizarro pasó a Túmbez, y que se juntaban con él cada día cristianos y caballos que venían por la mar. En esta provincia cuentan que tomó su parecer con los principales capitanes y mandones que con él venían que sería bueno hacer; y que después de bien pensado, se resumieron en que Atabalipa quedase en Caxamalca, sin pasar su persona adelante, por dos razones: la principal, porque los de Tomebamba y muchos de los comarcanos a Quito, y otras tierras de los chachapoyas, guancachupachos, yuncas de "los llanos" se mostraban amigos, de temor y no de amor; los cuales tenían gran fe con Guascar, y como le viesen cerca del Cuzco, todos se juntarían y darían en él por las espaldas, conque se vería en trabajo de muerte o de perdición; la otra, que se decía cómo aquellos barbados haraganes que, por no sembrar andaban de tierra en tierra comiendo y robando lo que hallaban, eran tan esforzados que, siendo tan pocos, con los caballos que traían, habían bastado a hacer lo que habían hecho; que podían entrar en la sierra y ocupar alguna provincia de ella o hacer alguna alianza con su enemigo por donde se viese en mayor peligro. Para remedio de lo uno y de lo otro era necesario quedarse en Caxamalca con fuerza de gente para hallarse poderoso para lo que sucediese, y que Chalacuchima y el Quizquiz con otros de sus capitanes fuesen la vuelta del Cuzco y procurasen acabar la guerra con la muerte de Guascar.

A todo esto, Guancanque, con los otros capitanes habían andado hasta que llegaron al valle de Xauxa, a donde hallaron mandado de Guascar, para que tornasen a dar batalla a Atabalipa, y estaban juntos muchos de los huancas, de los yauyos, chancas, yuncas, chachapoyas, guancachupachos con otras naciones, porque como a cosa hecha y que convenía poner remedio, se juntó potente ejército de gente, todos con sus armas; deseando que la fortuna les fuese más favorable que hasta allí, para castigar a Atabalipa y a los que le seguían. Concuerdan que la gente que se juntó de parte de Guascar eran ciento y treinta mil hombres. Pues, como también dije atrás, partió de Caxamalca Chalacuchima y el Quizquiz con los otros capitanes y gentes, que afirman los que de esto me informaron (que fueron señores capitanes que lo vieron todo por sus ojos y se hallaron en las batallas y por la cuenta que de ello tan grande tienen, saben los que son, mejor que por listas) que venían ciento cuarenta mil hombres de guerra, sin los que venían subiendo y trayendo el bagaje; porque veáis la gran calamidad de todo aquel tiempo en el Perú y cuán claro se conocía permitir Dios la entrada de los españoles en este tiempo tan revuelto: cual nunca tuvieron nacidos en él; la enemistad entre estos indios ya era grande, no se guardaba amistad, ni feudo ninguno, ni estimaban la religión para guardar la fe debida a su rey con lealtad, como estaba por sus antepasados ordenado; ni querían hacer caso de los que, naciendo más cerca del Tajo que de Apurima, les estaban a las espaldas para haber el señorío supremo de sus provincias, y que la dignidad real quedase en don Carlos, emperador quinto de los romanos.

Pasados algunos acaecimientos entre una hueste y otra, se acercaron unos a otros, estando inflamados en ira, para la pelea, tanto que llegaron a vista en el mismo valle adonde cada capitán esperaba su gente, y luego comenzaron entre ellos gran grita y alarido, porque usan mucho los de acá despender muchas voces al viento, y tocaron muchos atabales y bocinas, con otros instrumentos que ellos tienen. Deshonrábanse con palabras, que bien lo saben hacer: decían los de Guascar, que por qué seguían a un tirado hijo de una mujer baja. Respondían al tono que Atabalipa era rey verdadero y Guascar no era digno de serlo, pues tanto deleite tenía en el Cuzco, cercado de mujeres y mancebas. Todos estaban en escuadrones; y al tiempo ordenado, pelearon unos con otros sin dejar el zumbido de sus bocas, que bastaba a atronar a más que ellos eran. El suelo estaba lleno de muertos y la tierra vuelta de color de sangre. Chalacuchima era sesudo y muy cursado en la guerra, peleó con Avante, capitán de Guascar, y lo prendió; y tal maña se dio, que después de haberse muerto y herido muchos, los guascareños, por algún secreto divino, fueron vencidos y huyeron a toda prisa. Siguióse el alcance que fue causa de mayor daño, por lo que murieron y prendieron; los muertos de ambas partes fueron, a lo que ellos dicen, más de cuarenta mil hombres, y algunos afirman pasar este número de setenta; pero yo siempre digo lo más cierto, que sería, a mi creer, lo primero; heridos, a razón, quedaron muchos. También cuentan que con el regocijo de la victoria hubo descuido en la persona de Avante y que huyó y se juntó con los demás que escaparon de la batalla, que llaman de Xauxa.

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