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Capítulo XXXVIII De cómo Pizarro salió de Túmbez y llegó a Solana, donde Soto y Belalcázar salieron con gente a la sierra, y de cómo se fundó la ciudad de San Miguel Habíanle dado a Pizarro grandes nuevas del Cuzco, de Bilcas, de Pachacama, donde decían que había grandes edificios de los reyes, muchos de los cuales estaban chapados con oro y plata; así lo decía a los suyos para que se esforzasen anduvieron hasta que llegaron a una casa real con yerba y oficiales reales con los más que se dijo; y anduvo por aquellos llanos con asaz trabajo, por la mucha arena que fatigaba a los que iban a pie; y como no había sombra y el sol fuese mucho y agua no otra que la que llevaban en algunas calabazas, encalmábanse y pasaban mucha fatiga. De esta manera anduvieron hasta que llegaron a una casa real con yerba y agua, que los consoló mucho y se refrescaron ellos y los caballos. Partieron de allí poco trecho, vieron el río y el valle muy hermoso y alegre, y por él pasar el ancho camino de los incas. De estos caminos y edificios mucho tengo escrito en mi Primera parte; por eso no reiteraré nada de ello, porque es fastidioso para el que escribe y más para el que lee. Los naturales del valle habían tenido nueva de lo que había pasado por los españoles, y cuán mal les iba a los que se querían oponer contra ellos. Temiendo sus caballos y el cortar de las espadas, determinaron que sería para ellos más seguro tomarlos por amigos, aunque fuese con fingimiento, que no aguardar a que los cautiven o roben; y así como lo determinaron lo pusieron por obra, saliendo los principales a hablar a Pizarro, el cual los trató honradamente; mandó, con pena que tenía puesta, que ninguno fuese osado de hacer molestia ni enojo a los que, saliendo de paz, hiciesen con ellos alianza, y a los naturales rogó, que por evitar que los cristianos no saliesen a destruir los sembrados ni robarles las tierras, que proveyesen de mantenimiento.

Holgaron de lo hacer, y sin mostrar que de ello recibían ninguna pesadumbre, los proveían de lo que tenían. Visto por Pizarro haber buen aparejo en aquel valle para estara algunos días habiéndose aconsejado con su hermano Hernando Pizarro, y con los otros capitanes, determinó de que saliese Soto con algunos caballos y rodeleros a descubrir a la parte de levante lo que había; porque le afirmaban los indios la grandeza de los pueblos ser en la sierra. Soto salió con los que con él fueron, llevando guías que sabían la tierra; anduvieron hasta llegar a lo que llaman Casas, provincias de la sierra; vieron grandes edificios, muchas manadas de ovejas y carneros, hallaron tejuelos de oro fino, con que más se holgaron; mantenimiento había tanto, que se espantaron. Los serranos, como supieron que los cristianos habían entrado en su tierra, decían que eran locos, pues andaban unos por una parte y otros por otra. Había derramado la fama grandes cosas de ellos, afeaban que eran crueles, soberbios, lujuriosos, haraganes y otras cosas que ellos pintaban. Andaban en los reales de Atabalipa los mitimaes, con muchos de los naturales; entre los que había platicaron de los matar, y así salieron a Soto buen golpe de éstos llevando cordeles recios, pareciéndoles que eran algunos pacos que ligeramente se habían de dejar prender (paco, llaman, a cierto linaje de sus carneros). Soto, con los cuales estaban con él vinieron a las manos con los indios, de los cuales mataron muchos; hirieron a un cristiano llamado Ximénez, el que lo hizo, pagólo, porque con golpes de espada lo hicieron pedazos.

Los indios, espantados, se mostraron tan tímidos que, faltándoles el brío con que entraron en la batalla o guazabara, volviendo las espaldas, comenzaron a huir; algunos fueron presos; y Soto, con los cristianos, después de haber robado todo lo que pudieron, dieron la vuelta adonde habían dejado a Pizarro; que ya había enviado por los españoles que habían quedado en Túmbez. Vio Soto el camino real, que llamaban de Guaynacapa, que atraviesa por la sierra, de que se espantó, contemplando el modo con que iba hecho. Como se juntasen con los españoles dieron cuenta al gobernador de lo que habían visto; los indios presos contaron mucho de las guerras que había entre Guascar y Atabalipa; decían que iba caminando la vuelta de Caxamalca. Con estas nuevas y con lo que habían visto, los nuestros estaban bien alegres; creían más de lo que los indios decían, Pizarro, como vio que ya se comenzaba a dar en la buena tierra, y que los indios contaban, de las grandes ciudades y provincias de adelante, mucho; determinó de fundar alguna nueva población de cristianos, y que sería bueno entre aquellos valles dejar asentada alguna villa; y como se hubiese andado hasta el valle de Tangara, fundó en él la ciudad de San Miguel, haciendo repartimiento por vía de depósito de la comarca que convino que allí sirviese. En el libro de las fundaciones tengo escrito largo de esta ciudad, donde remito al lector, si no lo ha visto, que lo vea, si quisiere. Quedaron aquí por vecinos los españoles, los que estaban más flacos y oficiales del rey; por teniente de gobernador quedó el contador Navarro. Con la resta de la gente, que serían ciento y setenta españoles, determinó pasar adelante.

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