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Desarrollo


Capítulo XL De cómo se tornó a dar batalla entre unos y otros, y Guascar salió del Cuzco y fue preso con engaño Huancanque, con los otros capitanes y gente que de la batalla escapó, se juntaron en un lugar que dicen llamarse Huarachaca, donde hicieron alto y avisaron con celeridad al Cuzco de lo pasado, al Inca; el cual recibió gran temor, no quiso burlarse más, hizo sacrificio conforme a gentilidad; mandó juntar los orejones y principales, que era la nobleza del Cuzco, y que viniesen los mitimaes con sus guarniciones y otra gente de Condesuyo y Collasuyo, para con su persona salir a procurar no perder la dignidad que le querían usurpar; y así, con mensajeros fieles, lo avisó a su capitán general exhortándolo a su amistad, poniendo su honra y estado en el favor de los dioses y sus brazos. También fue la nueva de este suceso a Caxamalca, donde Atabalipa se holgó y alegró tanto cuanto su hermano se entristeció. En el valle de Xauxa se hizo gran daño y lo robaron los de Atabalipa, y así hacían en otras tierras por do pasaban. Chalacuchima prosiguió su camino al Cuzco, y Guancanque había tornado a juntar gran ejército y quiso aguardar a sus enemigos y fue por su mal, porque dicen que teniendo batalla quedó vencido el desdichado con muerte de más de veinte mil hombres que murieron en ella. Guascar venía con grandes compañías sentado en andas ricas, que no es de afirmar lo que cuentan del oro y pedrería de que eran hechas. Traíanlo en hombros orejones de su linaje, mas tan triste, que hablaba poco y quería que le viesen en público, menos de lo que en aquel tiempo convenía.

Chalacuchima con su gente caminó victorioso; dicen que como supo que el inca había salido del Cuzco tan acompañado, que temió y que le envió mensajeros para con fingimiento procurar de le prender, y que los que fueron le mostraron tales rostros y se lo afirmaron con tales palabras que lo creyó, y que saliendo del río de Apurimac con parte de su gente a recibir en su poder el ejército de su enemigo, le tenían tal celada, que le prendieron. Otros cuentan que se dieron batalla y que en ella se hizo esta prisión y algunos tratan en que Chalacuchima y el Quizquiz entraron en el Cuzco, y que dentro de la ciudad prendieron a Guascar. Crea cada uno lo que quisiere, para mí tengo por cierto que fue preso en Apurimac, muy mentado en ese reino, por el paso que llaman de Cotabamba. Tratáronle inhumanamente, tanto, que es lástima contarlo, ultrajándolo con palabras de gran oprobio. Robaron su repuesto, deshonraron las mujeres principales suyas; mataron muchos inocentes que no pecaron; mandaron a los de Cuzco, que luego obedeciesen por señor a Atabalipa, y teniéndolo por inca le diesen la obediencia. Derramóse la nueva de caso tan extraño por todas partes. Con esto que pude entender a costa de mi trabajo y curiosidad, de estas controversias que tuvieron estos señores, quiero volver sobre lo que les pasaba a los españoles, que es ya tiempo que se haga; porque, como partieron de la Puná para Túmbez, fueron a Caxamalca a contar a Atabalipa de cuanto dáño habían hecho en todos ellos, cómo robaban cuanto hallaban y se lo tomaban, sirviéndose de ellos a su pesar, tomando sus mujeres para tenerlas por mancebas, y a sus hijos por cautivos; sin lo cual publicaban que habían de ganar toda la tierra y quitarla al que de ella era señor.

Contaban más: que se burlaban cuando oían que adoraban en el sol y en los otros dioses suyos, y así lo mostraban más claro cuando violaban sus huacas, teniéndolas como cosa de burla, y que todos ellos confesaban tener un dios, en quien adoraban, del cual afirmaban que era solo señor y hacienda del cielo y de la tierra, y obedecían a un rey muy grande. Esto súpolo más por extenso Atabalipa en este tiempo, que antes de él. Fue la causa los de Túmbez que lo avisaron, porque lo sabían muy bien, por dos razones: la una, porque entre ellos tuvieron a los cristianos que, cuando Pizarro descubría quisieron quedarse, de quien alcanzaron mucho; lo otro, porque anduvieron con Pizarro en la Puná muchos de ellos sin tener otro cuidado que robar a sus enemigos, y saber lo que los españoles pensaban y querían hacer; lo cualles decían las lenguas, porque habían estado en España y en Panamá, donde aprendieron y vieron mucho que contaban a sus naturales. Dijeron más los de Túmbez a Atabalipa de la grandeza y ligereza de los caballos, y de cómo los españoles eran valientes y peleaban con lanza, y espada y rodela. Oído esto, Atabalipa comenzó a pensar en el caso más que hasta allí; puesto que como le dijeron que no llegaban a doscientos hombres, mostraba que era desvarío pensar que había de ser parte para nada y por entonces no proveyó más de mandar a un orejón, su pariente, que fuese con disimulación al real de los cristianos y entendiese en el intento que traían y su manera, y volviese con brevedad a le avisar.

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