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Datos principales


Desarrollo


CAPITULO XI Pártese de fa ciudad de México y vase al Puerto de Acapul- co en la Mar del Sur, donde se embarcan para las Islas Filipinas. Pásase por la isla de los Ladrones y pónense las condiciones y riquezas de aquella gente De la ciudad de México se van a embarcar al puerto de Acapulco, que es en la Mar del Sur y está en 19 grados de elevación del Polo y 30 leguas de la ciudad de México, que todas ellas son pobladas de muchos lugares de indios y españoles. En este puerto se embarcan y caminan al Sudueste hasta bajar a 12 grados y medio por buscar vientos prósperos, que los hallan (los que llaman los marineros brisas) y son tan favorables y continuos, que, como sea en los meses de noviembre, diciembre y enero, por maravilla tienen necesidad de tocar a las velas, lo cual es causa de que naveguen por él con tanta facilidad, que por ella y por las pocas tormentas que en él hay, le han dado nombre de Mar de Damas. Corren por el Poniente siguiendo siempre al sol cuando se aparta de nuestro hemisferio. Por este Mar del Sur, caminando cuarenta días pocos más o menos sin ver tierra, al fin de ellos se topan las Islas de las velas, que por otro nombre son llamadas de los Ladrones, las cuales son siete u ocho: están puestas Norte Sur y son habitadas de mucha gente de la manera que luego diremos. Estas islas están en 12 grados, y hay opiniones diferentes de las leguas que hay desde el puerto de Acapulco hasta ellas porque hasta el día de hoy ninguno lo ha podido saber de cierto por navegar del Este a oeste, cuyos grados nunca ha habido quien los haya sabido mensurar.

Unos echan a este viaje 1.700 leguas, otros 1.800, pero la opinión de los primeros es tenida por más cierta. Todas estas islas están pobladas de gente blanca y de buenas facciones de rostro, semejantes en esto a las de Europa, aunque no en los cuerpos, porque son tan grandes como gigantes, y de tantas fuerzas que han acaecido a uno de ellos tomar dos españoles de buen cuerpo y estando en el suelo asir al uno de un pie con uña mano, y al otro de otra, y levantarlos con la facilidad que si fueran dos niños. Andan desnudos de pies a cabeza, así hombres como mujeres, aunque algunas de ellas suelen traer unos pedazos de cuero de venado atados por la cintura de hasta media vara de largo por honestidad; pero éstas son, muy pocas, respecto de las que no lo traen. Las armas que' usan son hondas y varas tostadas, que así en lo uno como en lo otro son muy diestros tiradores. Mantiénense de pescados que toman en la costa y de animales bravos que matan en las montañas alcanzándolos por pies. En estas islas hay una costumbre la más peregrina de cuantas se han visto y oído en el mundo, y es: que a los mancebos les tienen señalado tiempo limitado para casarse según su costumbre, y en todo él pueden entrar libremente en las casas de los casados y estar con sus mujeres sin ser por ello castigados, aunque lo vean los propios maridos; los cuales llevan una vara en la mano y cuando entran en las casas de los casados, la dejan a la puerta, de manera que los que llegan a ella la pueden ver fácilmente, y es señal para que aunque sea el propio marido no pueda entrar hasta que la haya quitado: lo cual se guarda con tanto rigor que si alguno fuere contra esta ley, le quitarían todos los demás luego la vida.

No hay en todas estas islas Rey ni Señor conocido a quien los demás estén sujetos, y así vive cada uno como quiere. Entre los de las unas islas y otras suele haber guerra cuando se ofrece ocasión, como acaeció estando en el puerto de dicha Isla Española a donde como llegasen cantidad de 300 barquillos en que venían muchos de los naturales a vender a los de las naos gallinas, cocos, batatas y otras cosas de las que hay en aquellas islas, y a comprar otras de las que los nuestros llevaban, y especial hierro a que son muy aficionados y cosas de cristal y de poco momento, sobre cuáles habían de llegar a la nao con la canoa primero los de una isla o los de la otra, hubo entre ellos una gran contienda hasta llegar a las manos y herirse malamente como bestias, de lo cual murieron muchos en presencia de los nuestros, y no cesó la cuestión hasta que por bien de paz hicieron concierto entre ellos con infinitas voces: que los de una isla comprasen por la parte de babor del navío y los de la otra por la de estribor, con lo cual se apaciguaron y compraron y vendieron lo que pretendían. Luego en pago de la buena contratación, al despedirse de los nuestros les arrojaron en la nao varas tostadas con que hirieron algunos de los que estaban en la cubierta, pero no se fueron alabando, que los nuestros les pagaron el atrevimiento de contado con algunos arcabuzazos. Estima esta gente el hierro más que la plata y que el oro, por el cual daban frutas, ñames, batatas, pescado, arroz, jengibre y gallinas y muchas esteras galanas y bien labradas, y todo ello casi de balde.

Son estas islas muy sanas y fértiles, y serían muy fáciles de conquistar a la fe de Cristo, si cuando pasan las naos a Manila, se quedasen allí algunos Religiosos con soldados que les guardasen hasta el año siguiente, que sería a poca costa. No se sabe hasta agora qué ritos ni ceremonias tengan, porque ninguno entiende su lengua ni ha estado en estas islas sino de paso, y a esta causa no se ha podido entender. La lengua que usan es fácil de aprender, al parecer, porque se pronuncia muy claramente. Al gengibre llaman asno y para decir quitá allá el arcabuz, dicen arrepeque. Ningún vocablo pronuncian por las narices, ni dentro de la garganta. Entiéndese que son todos gentiles por algunas señales que los nuestros les han visto hacer, y que adoran a los ídolos y al demonio, a quien sacrifican lo que prenden en guerra de sus comarcanos. Créese que descienden de los Tártaros por algunas particularidades que entre ellos se hallan que tienen símbolo con las de allá. Están estas islas Norte Sur de la tierra del Labrador, que está cerca de Terranova, y no distan mucho de la isla de Japón. Tiénese por muy cierto contratan con los Tártaros y que compran el hierro para vendérselo a ellos. Pusiéronles a estas islas los españoles que por ellas pasan isla de Ladrones, porque realmente lo son todos ellos y muy atrevidos y sutiles en el hurtar, en la cual facultad pueden leer cátedra a los Gitanos que andan en Europa. Para verificación de esto contaré una cosa que acaeció en presencia de muchos españoles, que les causó hasta admiración, y fue: que como un marinero estuviese a la banda de babor del navío puesto por el Capitán para que no dejase entrar ninguno en él y se embebeciese mirando algunas canoas de los isleños (que son unas barquillas en que ellos navegan hechas todas de una pieza) con su espada en la mano, uno de ellos se zambulló debajo del agua hasta llegar adonde estaba él, bien descuidado de cosa semejante, y sin verlo le arrebató la espada de las manos y se tornó a zambullir con ella; y como el marinero diese voces declarando la bellaquería que el isleño le había hecho, se pusieron algunos soldados con sus arcabuces para tirarle cuando saliese debajo del agua.

El isleño que lo vio, salió encima del agua mostrando las manos y haciendo señas que no llevaba nada en ellas, que fue causa de que no le tirasen los que estaban a punto de hacerlo. Dentro de poco espacio (en el cual estuvo descansando) se tornó a zambullir y nadó debajo del agua tanto que no podía ya llegar la bala del arcabuz a hacerle daño, y pareciéndole que estaba seguro, sacó la espada de entre las piernas, donde la llevaba escondida, y comenzó a esgrimir con ella mofando de los nuestros a quien tan fácilmente había engañado. Este hurto, y otros muchos muy sutiles que han hecho, les ha dado nombre de Ladrones, y ha sido causa que a todas las islas donde ellos viven denominan de ellos, que lo perdonarían fácilmente por hallar de ordinario donde ejecutar su buena inclinación.

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