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Desarrollo


CAPITULO X Prosigue del Nuevo México A la nueva de la riqueza dicha quiso acudir el dicho Capitán Antonio de Espejo; aunque eran de su parecer algunos de sus compañeros, la mayor parte y el religioso fue de contrario, diciendo era ya tiempo de volverse a la Nueva Vizcaya de donde habían salido, a dar cuenta de lo que habían visto, que lo pusieron por obra dentro de pocos días la mayor parte, dejando al Capitán con nueve compañeros que le quisieron seguir: el cual, después de haberse certificado muy por entero de la riqueza arriba dicha y de mucha abundancia de metales que en ella había muy buenos, salió con los dichos sus compañeros de esta Provincia y caminando hacia el propio Poniente, después de haber andado 28 leguas, hallaron otra muy grande, en la cual les pareció había más de cincuenta mil ánimas, cuyos moradores, como supiesen su llegada, los enviaron un recaudo diciendo: que si no querían que los matasen no se acercasen más a sus pueblos. A lo cual respondió el dicho Capitán que ellos no les iban a hacer mal, como lo verían, y que así les rogaban no se pusiesen en llevar adelante su intento, dando al mensajero algunas cosas de las que llevaba. El cual supo también (sic) abonar a los nuestros y allanar los pechos alborotados de los indios, que les dieron lugar de voluntad para que entrasen; que lo hicieron con 150 indios amigos, de la Provincia de Cibola ya dicha, y los tres indios mexicanos de quien queda hecha mención. Una legua antes que llegasen al primer pueblo; les salieron a recibir más de dos mil indios cargados de bastimentos, a quien el dicho Capitán dio algunas cosas de poco precio que a ellos les pareció ser de mucho y las estimaron más que si fueran de oro.

Llegando más cerca del pueblo, que se llamaba Zaguato, salió a recibirlos gran muchedumbre de indios, y entre ellos los caciques., haciendo tanta demostración de placer y regocijo, que echaban mucha harina de maíz por el suelo para que la pisasen los caballos. Con esta fiesta entraron en él y fueron muy bien hospedados y regalados, que se lo pagó en parte el Capitán con dar a todos los más principales sombreros y cuentas de vidrio y otras muchas cosas que llevaba para semejantes ofrecimientos. Despacharon luego los dichos caciques recado a todos los de aquella Provincia, dándoles noticia de la venida de los huéspedes y de cómo eran hombres muy corteses y no les hacían mal: lo cual fue bastante para hacerles venir a todos cargados de presentes para los nuestros, y de que los importunasen fuesen con ellos a holgarse a sus pueblos; que lo hicieron, aunque siempre con recato de lo que podía suceder. Por lo cual el dicho Capitán usó de una cautela, y fue decir a los caciques que, por cuanto los caballos eran muy bravos y les habían dicho que los querían matar, sería necesario hacer un Fuerte de cal y canto donde meterlos para evitar el daño que querían hacer en los indios. Creyéronlo los caciques tan de veras, que dentro de pocas horas juntaron tanta gente que hicieron el dicho Fuerte que los nuestros querían con una presteza increíble. De más de esto, diciendo el Capitán que se quería ir, le trajeron un presente de cuarenta mil mantas de algodón pintadas y blancas y mucha cantidad de paños de manos con borlas en las puntas y otras muchas cosas, y entre ellas metales ricos y que mostraban tener mucha plata.

Hallaron entre estos indios muy gran noticia de la laguna grande arriba dicha, y conformaron con los otros en lo tocante a las riquezas y mucha abundancia de oro. Fiado el Capitán de esta gente y de sus buenos ánimos, acordó a cabo de algunos días de dejar allí cinco de sus compañeros con los demás indios amigos para que volviesen a la Provincia de Zuny con el bagaje, y de irse él con los cuatro que quedaban a la ligera en descubrimiento de cierta noticia que tenía de unas minas muy ricas. Lo cual puesto por obra, se partió con las guías que llevaba; y como hubiese caminado hacia el propio Poniente 45 leguas, topó con las dichas minas y sacó con sus propias manos riquísimos metales, y de mucha plata; y las minas que eran de una veta muy ancha, estaban en una Sierra donde se podía subir con facilidad a causa de haber para ello camino abierto. Cerca de ellas había algunos pueblos de indios serranos que les hicieron amistad y les salieron a recibir con cruces en las cabezas y otras señales de paz. Aquí cerca toparon dos ríos razonables, a cuyas orillas había muchas parras de uvas muy buenas, y grandes noguerales, y mucho lino como de Castilla; y dijeron por señas que detrás de aquellas Sierras estaba uno que tenía mas de ocho leguas de ancho, pero no se pudo entender que tan cerca, aunque hicieron demostración que corría hacia la mar del Norte y que en las riberas de él de una y otra banda hay muchos pueblos tan grandes, que en su comparación aquellos en que estaban eran barrios.

Después de haber tomado toda esta relación, se partió el dicho Capitán para la Provincia de Zuny, adonde había mandado ir a los dichos compañeros. Y como llegase a ella con salud habiendo ido por muy buen camino, halló con ella a sus cinco compañeros y al dicho Padre Fray Bernardino con los soldados, que se habían determinado de volver, como ya dijimos, que aún no se había partido por ciertas ocasiones, a los cuales los naturales habían hecho muy buen tratamiento y dádoles todo lo necesario muy cumplidamente, haciendo después lo mesmo con el Capitán y los que con él venían, a quien salieron a recibir con demostración de alegría y dieron muchos bastimentos para la jornada que habían de hacer, rogándoles que volviesen con brevedad y trajesen muchos Castillas, que así llaman a los españoles, y que a todos les darían de comer; por lo cual para poderlo hacer con comodidad, habían sembrado aquel año más trigo y semillas que en todos los pasados. En este tiempo se ratificaron en su primera determinación el dicho Religioso y soldados arriba dichos, y acordaron de volverse a la Provincia de donde habían salido con el designio que queda dicho, a quien se juntó Gregorio Hernández, que había sido Alférez en la jornada: los cuales partidos, quedando el Capitán con solos ocho soldados, se resolvió de seguir lo comenzado y correr por el río Norte arriba, que lo puso por obra. Y habiendo caminado como sesenta leguas hacia la provincia de los Quires ya dicha, doce leguas de allí hacia la parte del Oriente hallaron una Provincia que se llamaba los Hubates, donde los indios los recibieron de paz y les dieron muchos mantenimientos y noticia de que cerca de allí había unas minas muy ricas, que hallaron y sacaron de ellas metales relucientes y buenos, con los cuales se volvieron al pueblo de donde habían salido.

Juzgaron esta Provincia por de hasta veinte y cinco mil ánimas, todos muy bien vestidos de mantas de algodón pintadas y gamuzas muy bien aderezadas. Tienen muchos montes de pinares y cedros, y las casas de los pueblos son de a cuatro y cinco altos. Aquí tuvieron noticia de otra Provincia que estaba una jornada de allí, que se llamaba de los Tamos, en que había más de cuarenta mil ánimas, donde coro llegaron no les quisieron dar de comer los moradores de ella ni admitirlos en sus pueblos. Por lo cual y el peligro en que estaban y estar algunos soldados enfermos y ser tan pocos como babemos dicho, se determinaron de irse saliendo para tierra de Cristiandad y lo pusieron en ejecución a principio de julio del año de 83 guiados por un indio que se fue con ellos y los llevó por camino diferente del que a la venida habían traído, por un río abajo a quien llamaron de las vacas por haber gran muchedumbre de ellas en toda su ribera; por donde caminaron ciento y treinta leguas, topándolas ordinariamente. De aquí salieron al río de las Conchas, por donde habían entrado, y. de él al valle de San Bartolomé de donde habían salido para dar principio al descubrimiento. Y ya cuando llegaron hallaron que el dicho Fray Bernardino Beltrán y su compañero habían llegado a salvamento al dicho pueblo muchos días había, y que de allí se habían ido a la villa de Guadiana. Hizo en este pueblo el dicho Capitán Antonio de Espejo información muy cierta de todo lo arriba dicho, la cual invió luego al Conde de Coruña, Virrey de aquel Reino, y él a Su Majestad y a los señores de su Real Consejo de las Indias para que ordenasen lo que fuesen servidos, que lo han ya hecho con mucho cuidado.

Nuestro Señor se sirva de ayudar este negocio de modo que tantas almas redimidas con su sangre no se condenen, de cuyos buenos ingenios en que exceden a los de México y Perú según se entendió de los que los trataron, se puede presumir abrazarán con facilidad la ley evangélica, dejando la idolatría que agora la mayor parte de ellos tiene. Que lo haga Dios como puede para honra y gloria suya y aumento de la santa fe católica romana. Heme detenido en esta relación más de lo que para Itinerario se requería, y helo hecho de intento por ser cosa nueva y poco sabida y parecerme no sería disgusto para el Lector. Tras esto, me parece será bien volver a lo comenzado y proseguir el viaje y descripción del Nuevo Mundo comenzado, volviendo a la ciudad de México de donde hice la digresión para contar el descubrimiento de el Nuevo Méjico.

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