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Datos principales


Desarrollo


CAPITULO XII Pártese de las Islas de los Ladrones y llégase a las de Luzón o Filipinas por otro nombre: cuéntase las cosas particulari- dades de aquellas islas Desde estas Islas de los Ladrones caminando hacia el Oeste casi 200 leguas hasta la boca que llaman del Espíritu Santo, se entra luego en el Archipiélago, que son innumerables islas, casi todas pobladas de naturales y muchas conquistadas de los españoles, o por guerra o amistad. Al cabo de 50 leguas de él está la ciudad de Manila, que es en la isla de Luzón, donde vivía de ordinario el Gobernador de todas las dichas islas, y los oficiales de Su Majestad, y donde está el Obispo o Iglesia Catedral. Está esta ciudad en 14 grados y un cuarto, y alrededor de ella hay tantas islas, que hasta hoy ninguno las ha podido contar. Extiéndense todas de Nordueste a Sudueste y NorteSur, tanto que por una parte llegan al Estrecho de Sincapura (que está 25 leguas de Malaca) y por otra hasta los Malucos y otras islas donde se coge infinito clavo, pimienta y jengibre, de lo cual hay montes muy grandes. Los primeros que descubrieron estas islas fueron españoles que vinieron a ellas en compañía del famoso Magallanes, y no las conquistaron porque sabían más de navegar que de conquistar. Por cuya causa después de haber descubierto y pasado el Estrecho (hasta el día de hoy se llama de su sobrenombre) y llegados a la isla de Zubú, donde bautizaron algunos de los naturales, después en un convite los mesmos isleños le mataron a él, y a otros 40 compañeros, que fue causa que Sebastián de Guetaria, natural de Vizcaya, para escapar con la vida se metiese en una nao que había quedado del viaje, que después se llamó la Victoria, y con ella y muy poca gente que le ayudó con el favor de Dios llegó a Sevilla, habiendo dado vuelta a todo el mundo desde Oriente a Poniente, cosa que causó a todos gran admiración, y al Emperador Carlos Quinto nuestro Señor, de gloriosa memoria, más en particular: el cual después de haber hecho grandes mercedes al Sebastián de Guetaria, dio orden que se tornase a hacer nueva Armada y que volviesen en demanda de aquellas islas y a descubrir aquel nuevo mundo.

Y luego que fue puesta en orden para navegar, que se hizo con mucha brevedad, señaló por General de toda la Flota a un fulano de Villalobos, mandándole ir por la vía de Nueva España. Este Villalobos arribó a las islas Malucas y a las de Terrenate y a otras a ellas juntas, las cuales estaban empeñadas por el Emperador ya dicho a la Corona de Portugal. En estas islas tuvieron muchas guerras por respeto de los portugueses, y viéndose con poca resistencia y mal recado para proseguir la conquista, desistieron de ella, yéndose los más de ellos con los sobredichos portugueses a la India de Portugal, de donde después los enviaron medio presos al mesmo Rey de Portugal, como a hombres delincuentes y que habían entrado en sus islas sin su licencia. E1 cual no sólo no les hizo daño, pero los trató muy bien y invió a sus tierras a Castilla, dándoles lo necesario para el camino muy cumplidamente. De allí a algunos años el Rey D. Felipe nuestro Señor, queriendo que el descubrimiento que el Emperador su padre con tantas veras había procurado, se siguiese, invió a mandar a Dn. Luis de Velasco, que era su Virrey en la Nueva España, que hiciese Armada y gente para tornar a descubrir las dichas islas y que inviase en ellas por Gobernador de todo lo que se descubriese a Miguel López de Legazpi; que se cumplió todo como Su Majestad lo mandaba e hicieron el descubrimiento de la manera que en la primera relación de la entrada de los Padres Agustinos en la China largamente se ha contado.

Fueron estas islas antiguamente sujetas al Rey de la China hasta la dejación voluntaria que el hizo de todas ellas por las razones ya dichas en la primera parte de esta historia; y a esta causa, cuando los españoles llegaron a ella las hallaron si cabeza ni Señor a quien obedeciesen, mandando en cada una de ellas el que más poder y más gente tenía. Esto y el haber muchos de igual poder, era ocasión de que siempre tuviesen entre sí continuas guerras civiles sin respeto alguno ni a parentesco ni a otra obligación más que si fueran animales irracionales, despedazándose, matándose y cautivándose los unos a los otros, que fue lo que ayudó y favoreció a nuestros españoles para sujetar la tierra por Su Majestad tan fácilmente, poniéndoles por nombre Islas Filipinas por respecto de su nombre. Usaban entre ellos hacer cautivos y esclavos con grande facilidad en guerras ilícitas y por causas muy leves: lo cual remedió Dios con la ida de nuestros españoles. Iba un hombre con 40 ó 50 compañeros o criados y daba de repente en una aldea de gente pobre y desapercibida para semejante asalto, y atábanlos a todos llevándolos por esclavos, sin otra causa ni razón, y servíanse de ellos toda la vida, o vendíanlos en otras islas. Y si acaso uno prestaba a otro un cesto de arroz o dos que valían hasta un real, con condición que dentro de diez días se lo devolviese, si el deudor no pagaba el propio día o el siguiente, había de pagar doblado, y después iba doblando la deuda de día en día, hasta que venía a ser tan grande, que para pagarla le era forzado darse por esclavo.

A todos los que lo eran con estos títulos y otros semejantes, ha mandado la Majestad Católica del Rey nuestro Señor dar libertad, aunque no se cumple de todo punto este justo mandamiento, por ser los que lo han de ejecutar interesados en él. Todas estas islas eran de gentiles e idólatras: hay ya en ellas muchos millares de bautizados, con los cuales usó nuestro Señor de gran misericordia inviándoles el remedio para sus almas a tan buen tiempo, que si los españoles se detuvieran algunos años, fueran el día de hoy todos moros, porque habían ya venido algunos de los que hay de este secta en la isla de Burneo a enseñársela, y no estaban ya muy lejos de adonde el falso profeta Mahoma, cuya pérfida memoria fue con el Santo Evangelio de Cristo fácilmente extirpada. Adoraban en todas estas islas al sol y luna y otras segundas causas y algunas figuras de hombres y mujeres, a quien en su lengua llaman Maganito a cuyas fiestas, que las hacían muy suntuosas y con grandes ceremonias y supersticiones, llamaban Magaduras. Entre todos estos tenían en mayor veneración a un ídolo, cuyo nombre es Batala: la cual reverencia la habían tornado por tradición, y así no sabían decir en qué había sido mayor que los demás por donde mereciese mayor estima. En unas islas que estaban cerca llamadas de los Illocos, adoraban al diablo haciéndole muchos sacrificios en pago y agradecimiento de mucho oro que él les daba. Ya por la bondad de Dios y por la buena diligencia que han puesto los Padres Agustinos, que fueron los primeros que pasaron en aquellas partes y han trabajado y vivido loablemente, y por la de los Padres de San Francisco que fueron diez años después, todas estas islas, o las más de ellas, están bautizadas y debajo de la bandera de Jesucristo, y los que quedan han sido más por falta de Ministros y Predicadores que por repugnancia de parte suya. Ya han pasado allí los Padres jesuitas, que ayudarán para ello con su acostumbrado trabajo y celo, y agora van muchos Religiosos muy doctos y varones apostólicos de la Orden de Santo Domingo que trabajaron en aquella viña del Señor con tantas veras, como lo hacen donde quiera que está.

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