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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO X Prosigue el suceso de la batalla naval hasta el fin de ella Venido el cuarto día, habiéndose hecho salva con los tiros y saludándose con palabras del un navío al otro, según costumbre de mareantes, volvieron españoles y franceses a la porfía de la batalla con el mismo ánimo y esfuerzo que los tres días pasados, aunque con menos fuerzas, porque andaban ya muy cansados y muchos de ellos mal heridos. Mas el deseo de la honra, que en los ánimos generosos puede mucho, les daba esfuerzo y vigor para sufrir y llevar tanto trabajo. Todo este día pelearon como los pasados, apartándose solamente para comer y descansar y curar los heridos, y luego volvían a la batalla, como de nuevo, hasta que la noche los puso en paz. Retirados que fueron, no faltaron de visitarse con sus presentes y regalos y buenas palabras. Que cierto son de notar los dos extremos tan contrarios, uno de enemistad y otro de comedimientos, que entre estos capitanes aquellos cuatro días pasaron; porque es verdad que la pelea de ellos era de enemigos mortales, ansiosos de quitarse las vidas y haciendas, y en cesando de ella, todo se les convertía en amistad de hermanos, deseos de hacerse todo el regalo posible, por mostrar que no eran menos corteses y afables en la paz que valientes y feroces en la guerra, y que no deseaban menos vencer de la una manera que de la otra. Volviendo a los de la batalla, el español que había sentido aquel día flaqueza en su enemigo, le envió entre sus condimentos y regalos a decir que en extremo deseaba que aquella batalla, que tanto había durado, no cesase hasta que el uno de los dos hubiese alcanzado la victoria; que le suplicaba le esperase el día siguiente, que él le prometía buenas albricias si así lo hiciese, y que por obligarle con las leyes militares a que no se fuese aquella noche, le desafiaba de nuevo para la batalla del día venidero y que confiaba no la rehusaría, pues en todo lo de atrás se había mostrado tan principal y valiente capitán.

El francés, haciendo grandes ostentaciones de regocijo por el nuevo desafío, respondió que lo aceptaba y que esperaría el día siguiente, y otros muchos que fuesen menester, para cumplir su deseo y fenecer aquella batalla cuyo fin no deseaba menos que su contrario; que de esto estuviese cierto y descuidadamente reposase toda la noche y tomase vigor y fuerzas para el día siguiente, y que le suplicaba no fuese aquel desafío fingido y con industria artificiosamente hecho para le asegurar e descuidar e irse a su salvo la noche venidera, sino que fuese cierto y verdadero, que así lo deseaba él por mostrar en su persona la valerosidad de su nación. Mas con todas estas bravatas, cuando vio tiempo acomodado, alzando las anclas, con todo el silencio que pudo, se hizo a la vela por no arrepentirse de haber cumplido palabra dada en perjuicio y daño propio, que no deja de ser muy gran simpleza la observancia de ella en tales casos, pues el mudar consejos es de sabios, principalmente en la guerra, por la inestabilidad que hay en los sucesos de ella, de lo cual carece la paz, y también porque el último fin que en ella se pretende es alcanzar la victoria. Las centinelas de la nao española, aunque sintieron algún ruido en la francesa, no tocaron arma ni dieron alerta, entendiendo que se aprestaban para la batalla venidera y no para huir. Venido el día, se hallaron burlados. Al capitán Diego Pérez le pesó mucho que sus enemigos se hubiesen ido, porque, según la flaqueza que el día antes les había sentido, tenía por muy cierta la victoria de su parte, y, con deseo de ella, tomando de la ciudad lo que había menester para los suyos, salió en busca de los contrarios.

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