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Desarrollo


Cómo se prendió Guatemuz Pues como Cortés vio que el trabuco no aprovechó cosa ninguna, antes hubo enojo con el soldado que le aconsejó que lo hiciese, y viendo que no quería paces ningunas Guatemuz y sus capitanes, mandó a Gonzalo de Sandoval que entrase con los bergantines en el sitio y rincón de la ciudad adonde estaban retraídos el Guatemuz con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles que en México había, y le mandó que no matase ni hiriese a ningunos indios, salvo si no le diesen guerra, e que aunque se la diesen, que solamente se defendiese, y no les hiciese otro mal, y que les derrocase las casas y muchas barbacanas que habían hecho en la laguna; y Cortés se subió luego en el cu mayor del Tatelulco para ver cómo entraba Sandoval con los bergantines, y le fueron acompañando Pedro de Alvarado y Luis Marín, y Francisco de Lugo y otros soldados; y como el Sandoval entró con los bergantines en aquel paraje donde estaban las casas del Guatemuz, cuando se vio cercado el Guatemuz, tuvo temor no le prendiesen o le matasen, y tenía aparejadas cincuenta grandes piraguas para si se viese en aprieto salvarse en ellas y meterse en unos carrizales, e ir desde allí a tierra, y esconderse en unos pueblos de sus amigos; y asimismo tenía mandado a los príncipes y gente de más cuenta que allí en aquel rincón tenía, y a sus capitanes, que hiciesen lo mismo; y como vieron que les entraban en las casas, se embarcaban en las canoas, e ya tenían metida su hacienda de oro y joyas y toda su familia, y se mete en ellas, y tira la laguna adelante, acompañado de muchos capitanes y como en aquel instante iba la laguna llena de canoas, y Sandoval luego tuvo noticia que Guatemuz con toda la gente principal se iba huyendo, mandó a los bergantines que dejasen de derrocar casas y siguiesen el alcance de las canoas, e que mirasen que tuviesen tino e ojo a qué parte iba el Guatemuz, y que no le ofendiesen ni le hiciesen enojo ninguno, sino que buenamente procurasen de le prender; y como un Garci-Holguín, que era capitán de un bergantín, amigo del Sandoval, y era muy gran velero su bergantín, y llevaba buenos remeros, le mandó que siguiese hacia la parte que le habían dicho que iba el Guatemuz y sus principales y las grandes piraguas, y le mandó que si le alcanzase, que no le hiciese mal ninguno más de prenderle, y el Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le acompañaban; e quiso Dios nuestro señor que el Garci-Holguín alcanzó a las canoas e grandes piraguas en que iba el Guatemuz, y en el arte de él y de los toldos e piraguas, y aderezo de la canoa, le conoció el Holguín, y supo que era el grande señor de México, y dijo por señas que aguardasen, y no querían, y él hizo como que les quería tirar con las escopetas y ballestas, y hubo el Guatemuz miedo de ver aquello, y dijo: "No me tiren, que yo soy el rey de México y desta tierra, y lo que te ruego es, que no me llegues a mi mujer ni a mis hijos, ni a ninguna mujer ni a ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me tomes a mí y me lleves a Malinche.

" Y como el Holguín le oyó, se gozó en gran manera y le abrazó, y le metió en el bergantín con mucho acato, a él, a su mujer y a veinte principales que con él iban, y les hizo asentar en la popa en unos petates y mantas, y les dio de lo que traía para comer, y a las canoas en que iba su hacienda no les tocó en cosa ninguna, sino que juntamente las llevó con su bergantín; y en aquella sazón el Gonzalo de Sandoval se puso a una parte para ver los bergantines, y mandó que todos se recogiesen a él, y luego supo que Garci-Holguín había prendido al Guatemuz, y que llevaba a Cortés; y como el Sandoval lo supo, mandó a los remeros que llevaba en su bergantín que remasen a la mayor priesa que pudiesen, y cuando alcanzó a Holguín le dijo que le diese el prisionero, y el Holguín no se lo quiso dar, porque dijo que él lo había prendido, y no el Sandoval; y el Sandoval dijo que así era verdad, y que él era general de los bergantines, y que el Holguín venía debajo de su dominio e mando, y que por ser su amigo se lo había mandado, y también porque era su bergantín muy ligero, más que los otros; e mandó que le siguiese y le prendiesen: y que al Sandoval, como a su general, le había de dar el prisionero; y el Holguín todavía porfiaba que no quería. Y en aquel instante fue otro bergantín a gran priesa a Cortés a demandarle albricias, que, como dicho tengo, estaba muy cerca, en el Tatelulco, mirando desde el cu mayor cómo entraba el Sandoval; y entonces le contaron la diferencia que traía Sandoval con el Holguín sobre tomarle el prisionero; y cuando Cortés lo supo, luego despachó al capitán Luis Martín y a Francisco de Lugo para que luego hiciesen venir al Gonzalo de Sandoval y al Holguín, sin mas debatir, e que trajese al Guatemuz y a la mujer y familia con mucho acato, porque él determinaría cúyo era el prisionero y a quién se había de dar la honra dello; y entre tanto que le fueron a llamar, hizo aderezar Cortés un estrado lo mejor que pudo con petates y mantas y otros asientos, y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí, y luego vino el Sandoval y Holguín con el Guatemuz, y le llevaron ante Cortés; y cuando se vio delante de él le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó y le mostró mucho amor a él y a sus capitanes; y entonces el Guatemuz dijo a Cortés: "Señor Malinche, ya yo he hecho lo que estaba obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma luego ese puñal que traes en la cintura y mátame luego con él.

" Y esto cuando se lo decía lloraba muchas lágrimas con sollozos, y también lloraban otros grandes señores que consigo traía; y Cortés le respondió con doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, y dijo muy amorosamente que por haber sido tan valiente y haber vuelto por su ciudad se lo tenía en mucho y tenía en más a su persona, y que no es digno de culpa, e que antes se lo ha de tener a bien que a mal; e que lo que Cortés quisiera, fue que, cuando iban de vencida, que porque no hubiera más destrucción ni muerte en sus mexicanos, que vinieran de paz y de su voluntad; e que pues ya es pasado lo uno y lo otro, y no hay remedio ni enmienda en ello, que descanse su corazón y de sus capitanes, e que mandará a México y a sus provincias como de antes lo solían hacer; y Guatemuz y sus capitanes dijeron que se lo tenían en merced; y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes señoras mujeres de otros capitanes, que le habían dicho que venían con Guatemuz; y el mismo Guatemuz respondió y dijo que había rogado a Gonzalo de Sandoval y a Garci-Holguín que les dejase estar en las canoas en que estaban, hasta ver lo que el Malinche ordenaba; y luego Cortés envió por ellas, y les mandó dar de comer de lo que había lo mejor que pudo en aquella sazón; y luego, porque era tarde y quería llover, mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que se fuese a Cuyoacan, y llevase consigo a Guatemuz y a su mujer y familia y a los principales que con él estaban; y luego mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí que cada uno se fuese a sus estancias y reales, y luego nosotros nos fuimos a Tacuba, y Sandoval dejó a Guatemuz en poder de Cortés en Cuyoacan, y se volvió a Tepeaquilla, que era su puesto y real.

Prendióse Guatemuz y sus capitanes en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén. Llovió y tronó y relampagueó aquella noche, y hasta media noche mucho más que otras veces. Y como se hubo preso Guatemuz, quedamos tan sordos todos los soldados, como si de antes estuviera uno puesto encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de las tañer; y esto digo al propósito, porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces e silbos unos capitanes mexicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en la calzada, e otros llamando las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en las puentes, y otros apercibiendo a los que habían de hincar palizadas y abrir y ahondar las calzadas y aberturas y puentes, y en hacer albarradas, y otros en aderezar piedra y vara y flecha, y las mujeres en hacer piedra rolliza para tirar con las hondas; pues desde los adoratorios y casas malditas de aquellos malditos ídolos, los atambores y cornetas, y el atambor grande y otras bocinas dolorosas, que de continuo no dejaban de se tocar; y desta manera, de noche y de día no dejábamos de tener gran ruido, y tal, que no nos oíamos los unos a los otros; y después de preso el Guatemuz cesaron las voces y el ruido, y por esta causa he dicho cómo si de antes estuviéramos en campanario.

Dejemos desto, y digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposición, así de cuerpo como de facciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos más parecían que cuando miraba que eran con gravedad y halagüeños, y no había falta en ellos, y era de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, y el color tiraba más a blanco que al color y matiz de esotros indios morenos, y decían que su mujer era sobrina de Montezuma, su tío, muy hermosa mujer y moza. Y antes que más pasemos adelante, digamos en que paró el pleito del Sandoval y del Garci-Holguín sobre la prisión de Guatemuz; y es, que Cortés le dijo que los romanos tuvieron otra contienda de la misma manera que esta, entre Mario y Lucio Cornelio Sila, y esto fue cuando Sila trajo preso a Yugurta, que estaba con su suegro el rey Ibocos; y cuando entraba en Roma triunfando de los hechos y hazañas heroicos, pareció ser que Sila metió en su triunfo a Yugurta con una cadena de hierro al pescuezo, y Mario dijo que no le había de meter Sila, sino él; e ya que le metía, que había de declarar que el Mario le dio aquella facultad y le envió por él para que en su nombre le llevase preso; y se le dio el rey Ibocos: pues que el Mario era capitán general y debajo de su mano y bandera militaba, y el Sila, como era de los patricios de Roma, tenía mucho favor; y como Mario era de una villa cerca de Roma, que se decía Arpino, y advenedizo, puesto que había sido siete veces cónsul, no tuvo el favor que el Sila, y sobre ello hubo las guerras civiles entre Mario y el Sila, y nunca se determinó a quien se había de dar la honra de la prisión de Yugurta.

Volvamos a nuestro propósito, y es, que Cortés dijo que haría relación dello a su majestad, y a quien fuese servido de hacer merced se le daría por armas, que de Castilla traerían sobre ello la determinación; y desde a dos años vino mandado por su majestad que Cortés tuviese por armas en sus reposteros ciertos reyes, que fueron Montezuma, gran señor de México; Cacamatzin, señor de Tezcuco, y los señores de Iztapalapa y de Cuyoacan y Tacuba, y otro gran señor que decían que era pariente muy cercano del gran Montezuma, a quien decían que de derecho le venía el reino y señoría de México, que era señor de Mataltzingo y de otras provincias; y a este Guatemuz, sobre que fue este pleito. Dejemos desto, y digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban en aquellas casas adonde se había retraído Guatemuz; y es verdad, y juro ¡amén!, que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba. Pues en las calles y en los mismos patios del Tatelulco no había otras cosas, y no podíamos andar, sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella hubo tanta mortandad como esta yo no lo sé; porque faltaron en esta ciudad gran multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos sujetos a México que allí se habían acogido, todos los más murieron; que, como he dicho, así, el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto, que no había hombre sufrirlo pudiese; y a esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada uno de los capitanes se fueron a sus reales, como dicho tengo, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en aquellos días que estuvo allí en el Tatelulco.

Dejemos desto, y pasemos adelante, y digamos cómo los soldados que andaban en los bergantines fueron los mejor librados e hubieron buen despojo, a causa que podían ir a ciertas casas que estaban en los barrios de la laguna, que sentían que habría oro, ropa y otras riquezas, y también lo iban a buscar a los carrizales, donde lo iban a esconder los indios mexicanos cuando les ganábamos algún barrio y casa; y también porque, so color que iban a dar caza a las canoas que metían bastimentos y agua, si topaban algunas en que iban algunos principales huyendo a tierra firme para se ir entre los otomíes, que estaban comarcanos, les despojaban de lo que llevaban. Quiero decir que nosotros los soldados que militábamos en las calzadas y por tierra firme no podíamos haber provecho ninguno, sino muchos flechazos y lanzadas y heridas de vara y piedra, a causa que cuando íbamos ganando alguna casa o casas, ya los moradores dellas habían salido y sacado toda la hacienda que tenían, y no podíamos ir por agua sin que primero cegásemos las aberturas y puentes; y a esta causa he dicho en el capítulo que dello habla, que cuando Cortés buscaba los marineros que habían de andar en los bergantines, que fueron mejor librados que no los que batallábamos por tierra; y así pareció claro, porque los capitanes mexicanos, y aun el Guatemuz, dijeron a Cortés, cuando les demandaba el tesoro del gran Montezuma, que los que andaban en los bergantines habían robado mucha parte dello.

Dejemos de hablar más en esto hasta más adelante, y digamos que, como había tanta hedentina en aquella ciudad, que Guatemuz le rogó a Cortés que diese licencia para que se saliese todo el poder de México a aquellos pueblos comarcanos, y luego les mandó que así lo hiciesen. Digo que en tres días con sus noches iban todas tres calzadas llenas de indios e indias y muchachos, llenos de bote en bote, que nunca dejaban de salir, y tan flacos y sucios e amarillos e hediondos, que era lástima de los ver; y después que la hubieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y estaba, como dicho tengo, todas las casas llenas de indios muertos, y aun algunos pobres mexicanos entre ellos, que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy flacos que no comen sino yerba; y hallóse toda la ciudad arada, y sacadas las raíces de las yerbas que habían comido cocidas: hasta las cortezas de los árboles también las habían comido. De manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus mexicanos, sino eran de los enemigos tlascaltecas y las nuestras que apañaban; y no se ha hallado generación en el mundo que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como ésta. Dejemos de hablar en esto, y pasemos adelante: que mandó Cortés que todos los bergantines se juntasen en unas atarazanas que después se hicieron. Volvamos a nuestras pláticas: que después que se ganó esta grande y populosa ciudad, y tan nombrada en el universo, después de haber dado muchas gracias a nuestro señor y a su bendita madre, ofreciendo ciertas promesas a Dios nuestro señor, Cortés mandó hacer un banquete en Cuyoacan, en señal de alegrías de la haber ganado, y para ello tenían ya mucho vino de un navío que había venido al puerto de la Villa-Rica, y tenía puercos que le trajeron de Cuba; y para hacer la fiesta mandó convidar a todos los capitanes y soldados que le pareció que era bien tener cuenta con ellos en todos tres reales; y cuando fuimos al banquete no había mesas puestas, ni aun asientos, para la tercia parte de los capitanes y soldados que fuimos, y hubo mucho desconcierto, y valiera más que no se hiciera, por muchas cosas no muy buenas que en él acaecieron, y también porque esta planta de Noé hizo a algunos hacer desatinos, y hombres hubo en él que no acertaban a salir al patio; otros decían que habían de comprar caballos con sillas de oro, y ballesteros hubo que decían que todas las saetas que tuviesen en su aliaba que habían de ser de oro, de las partes que les habían de dar; y otros iban por las gradas abajo rodando.

Pues ya que habían alzado las mesas, salieron a danzar las damas que había, con los galanes cargados con sus armas, que era para reír, y fueron las damas que aquí nombraré, que no había otras en todos los reales ni en la Nueva-España; primeramente la vieja María de Estrada, que después casó con Pedro Sánchez Farfán, y Francisca de Ordaz, que se casó con un hidalgo que se decía Juan González de León; la Bermuda, que se casó con Olmos de Portillo, el de México; otra señora mujer del capitán Portillo, que murió en los bergantines, y ésta por estar viuda, no la sacaron a la fiesta; e una fulana Gómez, mujer que fue de Benito de Vegel; y otra señora hermosa que se casó con un Hernán Martín, que vino a vivir a Oaxaca; y otra vieja que se decía Isabel Rodríguez, mujer que en aquella sazón era de un fulano de Guadalupe; y otra mujer algo anciana que se decía Mari Hernández, mujer que fue de Juan de Cáceres, el rico; de otras ya no me acuerdo que las hubiese en la Nueva España. Dejemos el banquete y bailes y danzas, que para otro día hubo sátira, e asimismo valiera más que no la hubiera, sino que todo se empleara en cosas santas y buenas. Y dejemos de más hablar en esto, y quiero decir otras cosas que pasaron que se me olvidaba, y aunque no vengan ahora dichas sino algo atrás, sin propósito; y es, que nuestros amigos Chichimecatecle y los dos mancebos Xicotengas, hijos de don Lorenzo de Vargas, que se solía llamar Xicotenga "el viejo y ciego" guerrearon muy valientemente contra el poder de México, y nos ayudaron muy esforzada y extraordinariamente de bien; y asimismo un hermano del señor de Tezcuco don Hernando, que se decía Estesuchel, que después se llamó don Carlos; este hizo cosas de muy esforzado y valiente varón; y otro capitán natural de una ciudad de la laguna, que no se me acuerda su propio nombre; también hacían maravillas, y otros muchos capitanes de pueblos que nos ayudaban, todos guerreaban muy poderosamente; y Cortés les habló y les dio muchas gracias y loores porque nos habían ayudado, con muchas buenas palabras y promesas de que el tiempo andando les daría tierras y vasallos y les haría grandes señores, y les despidió; y como estaban ricos de ropa de algodón y oro, otras muchas cosas ricas de despojos, se fueron alegres a sus tierras, y aun llevaron hartas cargas de tasajos cecinados de indios mexicanos, que repartieron entre sus parientes y amigos, y como cosas de sus enemigos, la comieron por fiestas Ahora, que estoy fuera de los recios combates y batallas de los mexicanos, que con nosotros, y nosotros con ellos teníamos de noche y de día, porque doy muchas gracias a Dios, que dellas me libro; quiero contar una cosa muy temeraria que me acaeció, y es, que después que vi abrir por los pechos y sacar los corazones y sacrificar a aquellos sesenta y dos soldados que dicho tengo que llevaron vivos de los de Cortés y ofrecerles los corazones a los ídolos, y esto que ahora diré, les parece a algunas personas que es por falta de no tener muy grande ánimo; y si bien lo consideran, es por el demasiado ánimo con que en aquellos días habla de poner mi persona en lo más recio de las batallas, porque en aquella sazón presumía de buen soldado y era tenido en esta reputación, y había de hacer lo que los más osados y atrevidos soldados suelen hacer, y en aquella sazón yo hacía delante de mis capitanes; y como de cada día veía llevar a nuestros compañeros a sacrificar, y había visto, como dicho tengo, que les aserraban por los pechos y sacarles los corazones bullendo, y cortarles pies y brazos y se los comieron a los sesenta y dos que dicho tengo; temía yo que un día que otro habían de hacer de mí lo mismo, porque ya me habían llevado asido dos veces, y quiso Dios que me escapé; y acordóseme de aquellas feísimas muertes, y como dice el refrán que "cantarillo que muchas veces va a la fuente", etc.

; y a este efecto siempre desde entonces temía la muerte más que nunca. Y, esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos, y encomendábame a Dios y a su bendita madre nuestra señora, y entrar en las batallas, todo era uno, y luego se me quitaba aquel temor. Y también quiero decir qué cosa tan nueva era ahora tener yo aquel temor no acostumbrado, habiéndome hallado en muchos reencuentros muy peligrosos, ya había de estar curtido el corazón y esfuerzo y ánimo en mi persona ahora a la postre más arraigado que nunca; porque, si bien lo sé contar y traer a la memoria, desde que vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba y con Grijalva, y volví con Cortés, y me hallé en lo de la punta de Cotoche y en lo de Lázaro, que por otro nombre se dice Campeche, y en Potonchan y en la Florida, según que más largamente lo tengo escrito cuando vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba. Dejemos desto, y volvamos a hablar en lo de Grijalva y en la misma de Potonchan, y con Cortés en lo de Tabasco y la de Cingapacinga, y en todas las guerras y reencuentros de Tlascala y en lo de Cholula, y cuando desbaratamos a Narváez me señalaron para que les fuésemos a tomar la artillería, que eran dieciocho tiros que tenían cebados y cargados con sus pelotas de piedra, los cuales les tomamos, y este trance fue de mucho peligro; y me hallé en el primer desbarate cuando los mexicanos nos echaron de México, o por mejor decir, salimos huyendo: cuando nos mataron en obra de ocho días ochocientos y cincuenta soldados; y me hallé en las entradas de Tepeaca y Cachula y sus rededores, y en otros reencuentros que tuvimos con los mexicanos cuando estábamos en Tezcuco sobre coger las milpas de maíz, y en lo de Iztapalapa cuando nos quisieron anegar, y me hallé cuando subimos en los peñoles, y ahora los llaman "las fuerzas o fortaleza que ganó Cortés"; y en lo de Suchimilco, e otros muchos reencuentros; y entré con Pedro de Alvarado con los primeros a poner cerco a México, y les quebramos el agua de Chapultepeque, y en la primera entrada que entramos en la calzada con el mismo Pedro de Alvarado; y después desto, cuando desbaratamos por la misma nuestra parte y llevaron seis soldados vivos, y a mí me llevaban, e ya se hacía cuenta que eran siete conmigo, según me llevaban engarrafado a sacrificar; y me hallé en todas las demás batallas ya por mí memoradas, que cada día y de noche teníamos, hasta que vi, como dicho tengo, las crueles muertes que dieron delante de mis ojos a aquellos sesenta y dos soldados nuestros compañeros; ya he dicho que ahora que por mí habían pasado todas estas batallas y peligros de muerte, que no lo había de temer como lo temía ahora a la postre.

Digan ahora todos aquellos caballeros que desto del militar entienden, y se han hallado en trances peligrosos de muerte, a qué fin echarán mi temor, si es a mucha flaqueza de ánimo o a mucho esfuerzo; porque, como he dicho, sentía yo en mi pensamiento que habla de poner mi persona, batallando, en parte que por fuerza había temer la muerte más que otras veces, y por esto me temblaba el corazón y temía la muerte; y todas aquestas batallas que aquí he dicho donde me había hallado, verán en mi relación en qué tiempo y cómo y cuándo y dónde y de qué manera. Otras muchas entradas y reencuentros tuvo Cortés y muchos de nuestros capitanes, sin estos que aquí tengo dichos que no me hallé yo en ellos, porque eran de cada día tantos, que aunque fuera de hierro mi cuerpo, no lo pudiera sufrir, en especial que siempre andaba herido y pocas veces estaba sano, por esta causa no podía ir a todas las entradas; pues aun no han sido nada los trabajos y peligros y reencuentros de muerte que de mi persona he recontado, que después que ganamos esta fuerte y gran ciudad pasé otros muchos, como adelante verán cuando venga a coyuntura. Y dejemos ya, y diré y declararé por qué he dicho en todas estas guerras mexicanas cuando nos mataron nuestros compañeros, digo "lleváronlos", y no digo "matáronlos", y la causa es esta: porque los guerreros que con nosotros peleaban, aunque pudieran matar luego a los que llevaban vivos de nuestros soldados, no los mataban luego, sino dábanles heridas peligrosas porque no se defendiesen, y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos, y aun primero les hacían bailar delante de Huichilobos que era su ídolo de la guerra; y esta es la causa por qué he dicho: "los llevaron". Y dejemos esta materia, y digamos lo que Cortés hizo después de ganado México.

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