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Desarrollo


Cómo fue Gonzalo de Sandoval contra las provincias que venían a ayudar a Guatemuz Y para que esto se entienda bien, es menester volver algo atrás a decir, desde que a Cortés desbarataron y se llevaron a sacrificar sesenta y tantos soldados, y aun puedo decir sesenta y dos, porque tantos fueron, después que bien se contaron. Y también he dicho que Guatemuz envió las cabezas de los caballos y caras que habían desollado, y pies y manos de nuestros soldados que habían sacrificado, a muchos pueblos y a Mataltzingo y Malinalco, y les envió a hacer saber que ya había muerto la mitad de nuestras gentes, y que les rogaba que para que nos acabasen de matar, que le viniesen a ayudar, e que darían guerra en nuestros reales de día y de noche, y que por fuerza habíamos de pelear con ellos por defenderse; e que cuando estuviésemos peleando, saldrían ellos de México y nos darían guerra por otra parte, de manera que nos vencerían, y tenían que sacrificar muchos de nosotros a sus ídolos, y harían hartazga con nuestros cuerpos. De tal manera se lo envió a decir, que lo creyeron y tuvieron por cierto; y demás desto, en Mataltzingo, tenía el Guatemuz muchos parientes por parte de la madre, y como vieron las caras y cabezas que dicho tengo, y lo que les envió a decir, luego pusieron por la obra de se juntar con todos sus poderes que tenían, y de venir en socorro de México y de su pariente Guatemuz, y venían ya de hecho contra nosotros, y por el camino por donde pasaron estaban tres pueblos, y les comenzaron a dar guerra y robaron las estancias, y robaron niños para sacrificar; los cuales pueblos enviaron a se lo hacer saber a Cortés para que les enviase ayuda y socorro; y como lo supo, de presto mandó a Andrés de Tapia, y con veinte de a caballo y cien soldados y muchos amigos les socorrió muy bien y les hizo retraer a sus pueblos, con mucho daño que les hizo, y se volvió al real; de que Cortés hubo mucho placer y contentamiento; y después desto, en aquel instante vinieron mensajeros de los pueblos de Cuernabaca a demandar socorro, que los mismos de Mataltzingo, de Malinalco, y otras provincias venían sobre ellos, e que enviase socorro; y para ello envió a Gonzalo de Sandoval con veinte de a caballo y ochenta soldados, los más sanos que había en todos tres reales, y muchos amigos; y sabe Dios cuáles quedábamos con gran riesgo de nuestras personas, porque todos los más estábamos heridos muy malamente y no teníamos refrigerio ninguno.

Y porque hay mucho que decir en lo que Sandoval hizo en el desbarate de los contrarios, se dejará de decir, mas de que se vino muy de presto por socorrer a su real, y trajo dos principales de Mataltzingo consigo, y los dejó más de paz que de guerra; y fue muy provechosa aquella entrada que hizo, lo uno por evitar que a nuestros amigos no se les hiciese ni recibiesen más daño, y lo otro porque no viniesen a nuestros reales, como venían de hecho, y porque viese Guatemuz y sus capitanes que no tenían ya ayuda ni favor de aquellas provincias; y también cuando con ellos estábamos peleando nos decían que nos habían de matar con ayuda de Mataltzingo y de otras provincias, e que sus dioses se lo habían prometido así. Dejemos ya de decir de la ida y socorro que hizo Sandoval, y volvamos a decir de cómo Cortés envió a rogar a Guatemuz que viniese de paz e que le perdonaría todo lo pasado; y le envió a decir que el rey nuestro señor le envió a decir ahora nuevamente que no le destruyese más aquella ciudad y tierras, y que por esta causa los cinco días pasados no le había dado guerra ni entrado batallando; y que mire que ya no tienen bastimentos ni agua, y más de las dos partes de su ciudad por el suelo, e que de los socorros que esperaba de Mataltzingo, que se informe de aquellos dos principales que entonces les envió, y digan cómo les ha ido en su venida; y le envió a decir otras cosas de muchos ofrecimientos, que fueron con estos mensajeros los dos indios de Mataltzingo, y le dijeron lo que había pasado; y no les quiso responder cosa ninguna, sino solamente les mandó que se volviesen a sus pueblos, y luego les mandó salir de México.

Dejemos a los mensajeros, que luego salieron los mexicanos por tres partes con la mayor furia que hasta allí habíamos visto, y se vienen a nosotros, y en todos tres reales nos dieron muy recia guerra; y puesto que les heríamos y matábamos muchos dellos, paréceme que deseaban morir peleando, y entonces cuando más recios andaban con nosotros pie con pie peleando, nos decían: "lenticoa rey Castilla, lenticoa"; que quiere decir en su lengua: "¿Qué dirá el rey de Castilla? ¿qué dirá ahora?" Y con estas palabras tirar vara y piedra y flecha, que cubrían el suelo y calzada. Dejemos esto, que ya les íbamos ganando gran parte de la ciudad, y en ellos sentíamos que, puesto que peleaban muy como varones, no se remudaban ya tantos escuadrones como solían, ni abrían zanjas ni calzadas; mas otra cosa tenían muy cierta, que al tiempo que nos retraíamos nos venían siguiendo hasta nos echar mano. Y también se nos había acabado ya la pólvora en todos tres reales, y en aquel instante había venido a la Villa-Rica un navío que era de una armada de un licenciado Lucas Vázquez de Aillón, que se perdió y desbarataron en las islas de la Florida, y el navío aportó a aquel puerto, como dicho tengo, y venían en él ciertos soldados y pólvora y ballestas y otras cosas; y el teniente que estaba en la Villa-Rica, que se decía Rodrigo Rangel, que tenía en guarda a Narváez, envió luego a Cortés pólvora y ballestas y soldados. Y volvamos a nuestra conquista, por abreviar: que mandó y acordó Cortés con todos los demás capitanes y soldados que les entrásemos todo cuanto pudiésemos hasta llegarles al Tatelulco, que es la plaza mayor, adonde estaban sus altos cues y adoratorios; y Cortés por su parte y Sandoval por la suya, y nosotros por la nuestra, les íbamos ganando puentes y albarradas, y Cortés les entró hasta una plazuela donde tenían otros adoratorios.

En aquellos cues estaban unas vigas, y en ellas muchas cabezas de nuestros soldados que habían muerto y desbaratado en las batallas pasadas, y tenían los cabellos y barbas muy crecidas, más que cuando eran vivos; y no lo había yo creído si no lo viera dende a tres días, que como fuimos ganando por nuestra parte dos aberturas y puentes, tuvimos lugar de las ver, e yo conocía tres soldados mis compañeros; y cuando las vimos de aquella manera se nos saltaron las lágrimas de los ojos; y en aquella sazón se quedaron allí donde estaban, mas desde a doce días se quitaron, y las pusimos aquellas y otras cabezas que tenían ofrecidas a otros ídolos, y las enterramos en una iglesia que se dice ahora los Mártires, que nosotros hicimos. Dejemos desto, y digamos cómo fuimos batallando por la parte de Pedro de Alvarado y llegamos al Tatelulco, y había tantos mexicanos en guarda de sus ídolos y altos cues, y tenían tantas albarradas, que estuvimos bien dos horas que no se lo pudimos tomar; y como podían ya correr caballos, puesto que les hirieron a los más; mas nos ayudaron muy bien y alancearon muchos mexicanos; y como había tantos contrarios en tres partes, fuimos las tres capitanías a batallar con ellos; y a la una capitanía, que era de un Gutierre de Badajoz, mandó Pedro de Alvarado que subiese en el alto cu de Huichilobos, y peleó muy bien con los contrarios y muchos papas que en las casas de los adoratorios estaban, y de tal manera le daban guerra los contrarios, que le hacían venir las gradas abajo; y luego Pedro de Alvarado nos mandó que le fuésemos a socorrer y dejásemos el combate en que estábamos; e yendo que íbamos, nos siguieron los escuadrones con quienes peleábamos, y todavía les subíamos sus gradas arriba.

Aquí había bien que decir en qué trabajo nos vimos los unos y los otros en ganarles aquellas fortalezas, que ya he dicho otras veces que eran muy altas; y en aquellas batallas nos tornaron a herir a todos muy malamente, y todavía les pusimos fuego a los ídolos, y levantamos nuestras banderas, y estuvimos batallando en lo llano, después de le haber puesto fuego, hasta la noche, que no nos podíamos valer con tanto guerrero. Dejemos de hablar en ello, y digamos que como Cortés y sus capitanes vinieron en aquella sazón desde sus barrios y calles donde andavan peleando en sus partes lejos del alto cu, y las llamaradas en que el cu mayor ardía, y nuestras banderas encima, se holgó, y se quisieran hallar en él; mas no podían, porque había un cuarto de legua de la una parte a la otra, y tenían muchas puentes y aberturas de agua por ganar, y por donde andaba le daban recia guerra, y no podían entrar tan presto como quisieran, en el cuerpo de la ciudad; mas dende a cuatro días se juntó con nosotros, así Cortés como Sandoval, e podíamos ir desde un real a otro por las calles y casas derrocadas y puentes y albarradas deshechas y aberturas de agua, todo ciego; y en este instante se iban retrayendo Guatemuz con todos sus guerreros en una parte de la ciudad dentro de la laguna, porque las casas y palacios en que vivía ya estaban por el suelo; y con todo esto, no dejaban cada día de salir a nos dar guerra, y al tiempo de retraer nos iban siguiendo muy mejor que de antes; e viendo esto Cortés, que se pasaban muchos días, y no venían de paz ni tal pensamiento tenían, acordó con todos nuestros capitanes que les echásemos celadas; y fue desta manera: que de todos tres reales se juntaron hasta treinta de a caballo y cien soldados los más sueltos y guerreros que conocía Cortés, y envió llamar de todos tres reales mil tlascaltecas, y los metieron en unas casas grandes que habían sido de un señor de México, y esto fue muy de mañana, y Cortés iba entrando con los demás de a caballo que le quedaban y sus soldados y ballesteros y escopeteros por las calles y calzadas como solía; y ya llegaba Cortés a una abertura y puente de agua, y entonces estaban peleando con él los escuadrones de mexicanos que para ello estaban aparejados, y aun muchos más que Guatemuz enviaba para guardar la puente; y como Cortés vio que había gran número de contrarios, hizo que se retraían y mandaba echar los amigos fuera de la calzada, porque creyesen que de hecho se iban retrayendo; y le iban siguiendo al principio poco a poco, y cuando vieron que de hecho hacía que iba huyendo, van tras él todos los poderes que en aquella calzada le daban guerra; y como Cortés vio que había pasado algo adelante de las casas adonde estaba la celada, tiraron dos tiros juntos, que era señal de cuándo habíamos de salir de la celada, y salen los de a caballo primero, y salimos todos los soldados y dimos en ellos a placer; pues luego volvió Cortés con los suyos y nuestros amigos los tlascaltecas, e hicieron gran matanza.

Por manera que se hirieron y mataron muchos, y desde allí adelante no nos seguían al tiempo del retraer; y también en el real de Pedro de Alvarado les echó una celada, mas no tan buena como esta; y en aquel día no me hallé yo en nuestro real con Pedro de Alvarado por causa que Cortés me mandó que para la celada quedase con él. Dejemos desto, y digamos cómo estábamos ya en el Tatelulco, y Cortés nos mandó que pasásemos todas las capitanías a estar en él, e que allí velásemos, por causa que veníamos más de media legua desde el real a batallar con los mexicanos; y estuvimos allí tres días sin hacer cosa que de contar sea, porque nos mandó que no les entrásemos más en la ciudad ni les derrocásemos más casas, porque les quería tornar a requerir con las paces; y en aquellos días que allí estuvimos en el Tatelulco envió Cortés a Guatemuz rogándole que se diese y no hubiese miedo, y con"grandes ofrecimientos: que le prometía que su persona sería muy acatada y honrada de él, y que mandaría a México y a todas sus tierras y ciudades como solía; y les envió bastimentos y regalos, que eran tortillas y gallinas y cerezas y tunas y caza, que no tenía otra cosa; y el Guatemuz entró en consejo con sus capitanes, y lo que le aconsejaron fue, que dijese que quería paz, e que aguardarían tres días, e que al cabo de los tres días se verían el Guatemuz y Cortés, y se darían los conciertos de las paces; y en aquellos tres días tenían tiempo de aderezar puentes y abrir calzadas y adobar piedra y vara y flecha y hacer albarradas: y envió Guatemuz cuatro mexicanos principales con aquella respuesta; e creíamos que eran verdaderas las paces, y Cortés les mandó dar muy bien de comer y beber, y les tornó a enviar a Guatemuz, y con ellos les envió más refresco como de antes; y el Guatemuz tornó a enviar a Cortés otros mensajeros, y con ellos dos mantas ricas, y dijeron que Guatemuz vendría para cuando estaba acordado; y por no gastar más razones sobre el caso, el nunca quiso venir, porque le aconsejaron que no creyese a Cortés, y poniéndole por delante el fin de su tío el gran Montezuma y sus parientes y la destrucción de todo el linaje noble de los mexicanos, e que dijese que estaba malo, e que saliesen todos de guerra, e que placería a sus dioses, que les darían victoria contra nosotros, pues tantas veces se la había prometido.

Pues como estábamos aguardando al Guatemuz, y no venía, vimos luego la burla que de nosotros hacía; y en aquel instante salían tantos batallones de mexicanos con sus divisas, y dan a Cortés tanta guerra, que no se podía valer; y otro tanto fue por nuestra parte de nuestro real; pues en el de Sandoval lo mismo; y era de tal manera, que parecía que entonces comenzaban de nuevo a batallar; y como estábamos algo descuidados, creyendo que estaban ya de paz, hirieron a muchos de nuestros soldados, y tres fueron heridos muy malamente, y el uno dellos murió, y mataron dos caballos y hirieron otros más; e ellos no se fueron mucho alabando, que muy bien lo pagaron. Y como esto vio Cortés, mandó que luego les tornásemos a dar guerra y les entrásemos en su ciudad a la parte donde se habían recogido; y cómo vieron que les íbamos ganando toda la ciudad, envió Guatemuz a decir a Cortés que quería hablar con él desde una gran abertura de agua, y había de ser Cortés de la una parte y el Guatemuz de la otra, y señalaron el tiempo para otro día de mañana; y fue Cortés para hablar con él, y no quiso Guatemuz venir al puesto, sino envió a muchos principales, los cuales dijeron que su señor Guatemuz no osaba venir por temor que cuando estuviese hablando le tirarían escopetas y ballestas y le matarían; y entonces Cortés les prometió con juramento que no les enojaría en cosa ninguna, y no aprovechó, que no le creyeron. En aquella sazón dos principales de los que hablaban con Cortés sacaron de un fardalejo que traían tortillas e una pierna de gallina y cerezas, y sentáronse muy de espacio a comer, porque Cortés los viese y entendiese que no tenían hambre; y desde allí le envió a decir a Guatemuz, que pues no quería venir, que no se le daba nada y que presto les entraría en todas sus casas, y vería si tenía maíz, cuanto más gallinas; y desta manera se estuvieron otros cuatro o cinco días que no les dábamos guerra; y en este instante se salían de noche muchos pobres indios que no tenían qué comer, y se venían al real de Cortés y al nuestro, como aburridos de hambre; y cuando aquello vio Cortés, mandó que en bueno ni en malo no les diésemos guerra, e que quizá se les mudaría la voluntad para venir de paz, y no venían.

Y en el real de Cortés estaba un soldado que decía él mismo que él había estado en Italia en compañía del Gran Capitán, y se halló en la chirinola de Garellano y en otras grandes batallas, y se decía muchas cosas de ingenios de la guerra, e que haría un trabuco en el Tatelulco, con que en dos días que con él tirase a la parte y casas de la ciudad adonde el Guatemuz se había retraído, que les haría que luego se diesen de paz; y tantas cosas dijo a Cortés sobre ello, que luego puso en obra hacer el trabuco, y trajeron piedra, cal y madera de la que él demandó, y carpinteros y clavazón, y todo lo perteneciente para hacer el trabuco, e hicieron dos hondas de recias sogas, y trajeron grandes piedras, y mayores que botijas de arroba; e ya que estaba armado el trabuco según y de la manera que el soldado dio la orden, y dijo que estaba bueno para tirar, y pusieron en la honda una piedra hechiza, lo que con ella se hizo es, que no pasó adelante del trabuco, porque fue por alto y luego cayó allí donde estaba armado. Y desque aquello vio Cortés hubo mucho enojo del soldado que le dio la orden para que lo hiciese, y tenía pesar en sí mismo, porque él creído tenía que no era para en la guerra ni para en cosa de afrenta, y no era más de hablar que se había hallado de la manera que he dicho; y según el mismo soldado decía: que se decía fulano de Sotelo, natural de Sevilla; y luego Cortés mandó deshacer el trabuco. Dejemos desto, y digamos que como vio que el trabuco era cosa de burla, acordó que con todos doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de Sandoval por capitán general y entrase en el rincón de la ciudad adonde se había retraído Guatemuz, el cual estaba en parte que no podían entrar en sus palacios y casas sino por el agua; y luego Sandoval apercibió a todos los capitanes de los bergantines; y lo que hizo diré adelante cómo y de qué manera pasó.

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