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Cómo mandó Cortés adobar los caños de Chapultepeque, e otras muchas cosas La primera cosa que mandó Cortés a Guatemuz fue que adobasen los caños del agua de Chapultepeque, según y de la manera que solían estar antes de la guerra, e que luego fuese el agua por sus caños a entrar en aquella ciudad de México, e que luego con mucha diligencia limpiasen todas las calles de México de todas aquellas cabezas y cuerpos de muertos, que todas las enterrasen, para que quedasen limpias y sin que hubiese hedor ninguno en toda aquella ciudad; y que todas las calzadas y puentes que las tuviesen tan bien aderezadas como de antes estaban, y que los palacios y casas que las hiciesen nuevamente, y que dentro de dos meses se volviesen a vivir en ellas; y luego les señaló Cortés en qué parte habían de poblar, y la parte que habían de dejar desembarazada para en que poblásemos nosotros. Dejémonos ahora destos mandados y de otros que ya no me acuerdo, y digamos cómo el Guatemuz y todos sus capitanes dijeron a nuestro capitán Cortés que muchos capitanes y soldados que andaban en los bergantines, y de los que andábamos en las calzadas batallando, les habíamos tomado muchas hijas y mujeres de algunos principales; que. les pedían por merced que se las hiciese volver; y Cortés les respondió que serían muy malas de las haber de poder de los compañeros que las tenían, y puso alguna dificultad en ello; pero que las buscasen y trajesen ante él, e que vería si eran cristianas o si querían volver a casa de sus padres y de sus maridos, y que luego se las mandaría dar; y dióles licencia para que las buscasen en todos tres reales, e un mandamiento para que el soldado que las tuviese luego se las diese si las indias se querían volver de buena voluntad con ellos; y andaban muchos principales en busca dellas de casa en casa, y eran tan solícitos, que las hallaron, y las más dellas no quisieron ir con sus padres ni madres ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondían, y otras decían que no querían volver a idolatrar, y aun algunas dellas estaban ya preñadas; y desta manera, no llevaron sino tres, que Cortés mandó expresamente que las diesen.

Dejemos desto, y digamos que luego mandó hacer unas atarazanas y fortaleza en que estuviesen los bergantines, y nombró alcaide que estuviese en ellas, y paréceme que fue a Pedro de Alvarado, hasta que vino de Castilla un Salazar, que se decía de la Pedrada, Digamos de otra materia: como se recogió todo el oro y plata y joyas que se hubieron en México, e fue muy poco, según pareció, porque todo lo demás hubo fama que lo mandó echar Guatemuz en la laguna cuatro días antes que se prendiese; e que demás desto, que lo habían robado los tlascaltecas y los de Tezcuco y Guaxocingo y Cholula, y todos los demás de nuestros amigos que estaban en la guerra; y demás desto, que los que andaban en los bergantines robaron su parte; por manera que los oficiales del rey decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido, y Cortés holgaba dello de que no lo diese, por haberlo él todo para sí; y por estas causas acordaron de dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado; y ciertamente le pesó mucho a Cortés, porque a un señor como Guatemuz, rey de tal tierra, que es tres veces más que Castilla, le atormentasen por codicia del oro, que ya habían hecho pesquisas sobre ello, y todos los mayordomos de Guatemuz decían que no había más de lo que los oficiales del rey tenían en su poder, y eran hasta trescientos y ochenta mil pesos de oro, porque ya lo habían fundido y hecho barras; y de allí se sacó el real quinto, e otro quinto para Cortés; y como los conquistadores que no estaban bien con Cortés vieron tan poco oro, y al tesorero Julián de Alderete le decían algunos dellos que tenían sospecha que por quedarse Cortés con el oro no quería que prendiesen al Guatemuz ni le diesen tormento; y porque no le echasen a Cortés algo sobre ello, y no lo pudo excusar, le atormentaron, en que le quemaron los pies con aceite, y al señor de Tacuba; y lo que confesaron fue, que cuatro días antes que le prendiesen lo echaron en la laguna, así el oro como los tiros y escopetas y ballestas y otras muchas cosas de guerra que de nosotros tenían de cuando nos echaron de México y cuando desbarataron ahora a la postre a Cortés; y fueron a donde Guatemuz había señalado, y entraron buenos nadadores y no hallaron cosa ninguna; y lo que yo vi, que fuimos con el Guatemuz a las casas donde solía vivir, y estaba una como alberca grande de agua honda, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos hubo dado el gran Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor, que eran del mismo Guatemuz; y el señor de Tacuba dijo que él tenía en unas casas suyas grandes, que estaban de Tacuba obra de cuatro leguas, ciertas cosas de oro, e que le llevasen allá y diría adonde estaba enterrado, y lo diría; y fue Pedro de Alvarado y seis soldados con él, e yo fui en su compañía; y cuando allegamos dijo que por morirse en el camino había dicho aquello, e que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas; y así, nos volvimos sin ello, y así se quedó, que no hubimos más oro que fundir; verdad es que a la recámara del Montezuma, que después poseyó el Guatemuz, no se había allegado a muchas joyas y piezas de oro, que todo ello se tomó para que con ello sirviéramos a su majestad; y porque había muchas joyas de diversas hechuras y primas labores, y si me parase a escribir cada cosa y hechura dello por sí, sería y es gran prolijidad, lo dejaré de decir en esta relación; mas dijeron allí muchas personas, e yo digo de verdad, que valía dos veces más, que la que había sacado para repartir, el real quinto de su majestad; todo lo cual enviamos al emperador nuestro señor con Alonso de Ávila, que en aquel tiempo vino de la isla a Santo Domingo, y con Antonio de Quiñones; lo cual diré adelante cómo y dónde, en qué manera y cuándo fueron.

Y dejemos de hablar dello, y volvamos a decir que en la laguna, donde decía Guatemuz que había echado el oro, entré yo y otros soldados a zambullidas, y siempre sacábamos pecezuelos de poco precio, lo cual luego nos lo demandó Cortés y el tesorero Julián de Alderete; y ellos mismos fueron con nosotros a donde lo habíamos sacado, y llevaron consigo buenos nadadores, y sacaron obra de noventa o cien pesos de sartalejos de cuentas y ánades y perrillos y pinjantes y collarejos y otras cosas de nonada, que así se puede decir, según había la fama en la laguna del oro que de antes había echado. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo todos los capitanes y soldados estaban algo pensativos de ver el poco oro que parecía y las partecillas que dello nos daban; y el fraile de la Merced, y Alonso de Ávila, que entonces había vuelto de la isla de Santo Domingo de cuando le enviaron por procurador, y Pedro de Alvarado y otros caballeros y capitanes dijeron a Cortés que, pues que había poco oro, que las partes que habían de caber a todos que las diesen y repartiesen a los que quedaron mancos y cojos y ciegos y tuertos y sordos, y a otros que se habían quemado con pólvora, y a otros que estaban dolientes de dolor de costado; que aquellos les diese todo el oro, y que para aquellos sería bien dárselo, e que todos los demás que estábamos sanos lo habríamos por bien; y si esto le dijeron a Cortés, fue sobre cosa pensada, creyendo que nos darían más que las partes que nos venían, porque había mucha sorpresa que lo tenía escondido todo, y lo que respondió fue, que vería las partes que cabían, e que visto, en todo pondría remedio; y como todos los capitanes y soldados queríamos ver lo que nos cabía de parte, dábamos priesa para que se echase la cuenta y se declarase a qué tantos pesos salíamos; y después que lo hubieron tanteado, dijeron que cabían los de a caballo a cien pesos, y a los ballesteros y escopeteros y rodeleros qué no se me acuerda bien; y de que aquellas partes que nos señalaron, ningún soldado lo quiso tomar; y entonces murmuramos de Cortés y del tesorero Alderete, y el tesorero por descargarse decía que no podía haber más, porque Cortés sacaba otro quinto del montón, como el de su majestad, para él, y se pagaban muchas costas de los caballos que se habían muerto, y también dejaban de meter en el montón otras muchas piezas que habíamos de enviar a su majestad; y que riñésemos con Cortés, y no con él; y como en todos tres reales había soldados que habían sido amigos y paniaguados del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, de los que habían pasado con Narváez, que no estaban bien con Cortés, como vieron que no les daban las partes del oro que ellos quisieran, no lo quisieron recibir lo que les daban; y como Cortés estaba en Cuyoacan y posaba en unos grandes palacios que estaban blanqueados y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir con carbón y con otras tintas, amanecían cada mañana escritos motes, unos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, a manera como mase-pasquines e libelos; y unos decían que el sol y la luna y el cielo y estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, e que si algunas veces salen más de la inclinación para que fueron criados más de sus medidas, que vuelven a su ser, y que así había de ser la ambición de Cortés en el mandar; y otros decían que más conquistados nos traía que la misma conquista que dimos a México, y que no nos nombrásemos conquistadores de Nueva-España, sino conquistados de Hernando Cortés; y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro como general, sino tomar parte de quinto como rey, sin otros aprovechamientos que tenía; y otros decían: "¡Oh, qué triste está el anima mea hasta que la parte vea!" Otros decían que Diego Velázquez gastó su hacienda e descubrió toda la costa hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar; y decían otras cosas como estas, y aun decían palabras que no son para decir en esta relación.

Y como Cortés salía cada mañana y lo leía, y como estaban unas chanzonetas en prosa y otras en metro, y por muy gentil estilo y consonancia cada mote y copla a lo que iba inclinada y a fin que tiraba su dicho, y no como yo aquí lo digo; y como Cortés era algo poeta, y se preciaba de dar res, puestas inclinadas a loas de sus heroicos hechos, y deshaciendo los del Diego Velázquez y Grijalba y Narváez, respondía también por buenos consonantes y muy a propósito en todo lo que escribía; y de cada día iban más desvergonzados los metros, hasta que Cortés escribió: "Pared blanca, papel de necios." Y amanecía más adelante: "Y aun de sabios y verdades." Y aun bien supo Cortés quién lo escribía, y fue un fulano Tirado, amigo de Diego Velázquez, yerno que fue de Ramírez "el viejo" que vivía en la Puebla, y un Villalobos, que fue a Castilla, y otro que se decía Mansilla, y otros que ayudaban de buena para que Cortés sintiese a los puntos que le tiraban. Y Cortés se enojó y dijo públicamente que no pusiesen malicias, que castigaría a los ruines desvergonzados. Dejemos desto, y digamos que, como había muchas deudas entre nosotros, que debíamos de ballestas a cuarenta y a cincuenta pesos, y de una escopeta ciento, y de un caballo ochocientos, y mil, y a veces más, y una espada cincuenta, y desta manera eran tan caras las cosas que hablamos comprado; pues un cirujano que se llamaba maestre Juan, que curaba algunas malas heridas y se igualaba por la cura a excesivos precios, y también un médico que se decía Murcia, que era.

boticario y barbero, también curaba; y otras treinta trampas y zarrabusterías que debíamos, demandaban que les pagásemos de las partes que nos daban; y el remedio que Cortés dio fue, que puso dos personas de buena conciencia, y que sabían de mercaderías, que apreciasen qué podrían valer las mercaderías y cosas de las que habíamos tomado fiado, y que lo apreciasen; llamábanse los apreciadores el uno Santa Clara, persona muy honrada, y el otro se decía fulano de Llerena; y se mandó que todo aquello que aquellos apreciadores dijesen que valía cada cosa de las que nos habían vendido, y las curas que nos habían hecho los cirujanos que pasasen por ello; e que si no teníamos dineros, que aguardasen por ello tiempo de dos años. Otra cosa también se hizo: que todo el oro que se fundió echaron tres quilates más de lo que tenía de ley, porque ayudasen a las pagas, y también porque en aquel tiempo habían venido mercaderes y navíos a la Villa-Rica y creyendo, que en echarle los tres quilates más, que ayudasen a la tierra y a los conquistadores; y no nos ayudó en cosa alguna, antes fue en nuestro perjuicio; porque los mercaderes, porque aquellos tres quilates saliesen a la cabal de sus ganancias, cargaban en las mercaderías y cosas que vendían cinco quilates, y así anduvo el oro de tres quilates más, cinco o seis años, y a este respecto se nombraba el oro de quilates tepuzque, que quiere decir en la lengua de indios cobre; y así ahora tenemos aquel modo de hablar, que nombramos a algunas personas que son preeminentes y de merecimiento el señor don fulano de tal nombre, Juan o Martín o Alonso, y otras personas que no son de tanta calidad les decimos no más de su nombre; y por haber diferencia de los unos a los otros, decimos a fulano de tal nombre "tepuzque".

Volvamos a nuestra plática: que viendo que no era justo que el oro anduviese de aquella manera, se envió a hacer saber a su majestad para que se quitase y no anduviese en la Nueva-España, y su majestad fue servido mandar que no anduviese más, e que todo lo que se le hubiese de pagar en almojarifazgo y penas de cámara que se le pagase de aquel oro malo hasta que se acabase y no hubiese memoria dello, y desta manera se llevó todo a Castilla. Y quiero decir que en aquella sazón que esto pasó ahorcaron dos plateros que falseaban las marcas y las echaban a cobre puro. Mucho me he detenido en contar cosas viejas y salir fuera de mi relación. Volvamos a ella, y diré que, como Cortés vio que muchos soldados se le desvergonzaban y le pedían más partes, y le decían que se lo tomaba todo para sí, y le pedían prestados dineros, acordó de quitar de sobre sí aquel dominio y de enviar a poblar a todas las provincias que le pareció que convenía que se poblasen. A Gonzalo de Sandoval mandó que fuese a poblar a Tustepeque, e que castigase unas guarniciones mexicanas que mataron cuando salimos de México sesenta personas, y entre ellas seis mujeres de Castilla que allí habían quedado de los de Narváez, e que poblase Medellín; e que pasase a Guazacualco e que poblase aquel puerto; y también mandó que fuesen a conquistar la provincia de Pánuco; y a Rodrigo Rangel que se estuviese en la Villa-Rica, y en su compañía Pedro de Ircio; y Juan Velázquez Chico mandó que fuese a Colima, y a un Villa-Fuerte a Zacatula, y a Cristóbal de Olí que fuese a Michoacán: ya en este tiempo se había casado Cristóbal de Olí con una señora portuguesa, que se decía doña Filipa de Araujo; y envió a Francisco de Horozco a poblar a Guaxaca.

Porque en aquellos días que habíamos ganado a México, como lo supieron en todas estas provincias, que he nombrado, que México estaba destruida, no lo podían creer los caciques y señores dellas, como estaban lejos, y enviaban principales a dar a Cortés el parabién de las victorias, y a darse y ofrecerse por vasallos de su majestad, y a ver cosa tan temida como dellos fue México si era verdad que estaba por el suelo; y todos traían consigo a sus hijos pequeños, y les mostraban a México, y como solemos decir: "Aquí fue Troya"; y se lo declaraban. Dejemos desto, y digamos una plática que es bien que se declare; porque me dicen muchos curiosos lectores que ¿qué es la causa que los verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva-España y la grande y fuerte ciudad de México, por qué no nos quedamos en ella a poblar y nos veníamos a otras provincias? Tienen razón de lo preguntar; quiero decir la causa por qué, y es esto que diré. En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de qué parte le traían el oro, y dónde había minas y cacao y ropa de mantas; y de aquellas partes que veíamos en los libros que traían los tributos del oro para el gran Montezuma, queríamos ir allá, en especial viendo que salían de México un capitán principal y amigo de Cortés, como era Sandoval; y también como veíamos que en todos los pueblos de la redonda de México no tenían minas de oro ni algodón ni cacao, sino mucho maíz y magüeyales, de donde sacaban el vino, y a esta causa la teníamos por tierra pobre, y nos fuimos a otras provincias a poblar, y en todas fuimos muy engañados.

Acuérdome que fui a hablar a Cortés que me diese licencia para que fuese con Sandoval, y me dijo: "En mi conciencia, hermano Bernal Díaz del Castillo, que vivís engañado; que yo quisiera que quedárais aquí conmigo; mas si es vuestra voluntad ir con vuestro amigo Gonzalo de Sandoval, id en buena hora, e yo tendré siempre cuidado de lo que se ofreciere; mas bien sé que os arrepentiréis por me dejar." Volvamos a decir de las partes del oro, que todo se quedó en poder de los oficiales del rey, por las esclavas que habíamos sacado en las almonedas. No quiero poner aquí por memoria qué tantos de a caballo ni ballesteros, ni escopeteros, ni soldados, ni en cuántos días de tal mes despachó Cortés a los capitanes para que fuesen a poblar las provincias por mí arriba dichas, porque sería larga relación; basta que diga pocos días después de ganado México e preso Guatemuz, e de ahí a otros dos meses envió a otro capitán a otras provincias. Dejemos ahora de hablar de Cortés, y diré que en aquel instante vino al puerto de la Villa-Rica, con dos navíos, un Cristóbal de Tapia, veedor de las fundiciones que se hacían en Santo Domingo, y otros decían que era alcaide de aquella fortaleza que está en la isla de Santo Domingo, y traía provisiones y cartas misivas de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, e se nombraba arzobispo de Rosano, para que le diésemos la gobernación de Nueva-España al Tapia; e lo que sobre ello pasó diré adelante.

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