España, auge y ocaso imperial

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El siglo XVI ve cómo España se sitúa a la cabeza de las naciones, crea en América el primer imperio colonial y se consolida en Europa como primera potencia. Las bases del Imperio se ponen durante el reinado de los Reyes Católicos. Pero será su nieto, Carlos I, quien se convierta en el monarca más poderoso del mundo, primero mediante herencia, luego por conquista. A la edad de 16 años el joven Carlos hereda de su abuelo Fernando el Católico los estados de la Corona de Aragón: Cataluña, Aragón, Valencia, Baleares y las posesiones italianas de Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Ese mismo año se corona rey de Castilla, tomando posesión de los territorios que ésta comprende: Castilla, Navarra, Granada, Canarias, colonias americanas y las plazas estratégicas de Melilla, Orán, Bugía y Trípoli. De su padre, Felipe el Hermoso, recibirá los Países Bajos y el Franco Condado. De su abuelo Maximiliano recibe la Corona Austriaca y la posibilidad de ser elegido emperador de Alemania, lo que sucederá en 1520. Carlos V siempre se tomó muy en serio sus responsabilidades como emperador. No es que pretendiera reinar en toda Europa, pero se consideraba el adalid de la Cristiandad frente a los avances turcos en la Europa Central y el Mediterráneo, y frente a la herejía luterana en el resto del continente. La Cristiandad, tal como la concebía el emperador, tenía un carácter marcadamente medieval.

Las posesiones de Carlos V eran inmensas. Sin embargo, el gobierno de reinos tan heterogéneos resultaba tremendamente difícil. La relación de la monarquía con diferentes estamentos, como las ciudades o los nobles, provocará conflictos internos de primer orden, como la Guerra de las Comunidades y la de las Germanías, así como reivindicaciones de tipo social y económico. Sin embargo, los mayores problemas provendrán del exterior. La Monarquía hispánica habrá de enfrentarse a numerosos frentes externos, siendo Francia, con su rey Francisco I a la cabeza, su principal rival. Entre 1521 y 1526 sucederá la primera guerra entre España y Francia. La causa: disputas territoriales sobre el Milanesado, Nápoles, Luxemburgo y, muy especialmente, Navarra. Francia, aliada con Venecia y con los suizos, es rechazada en un intento de ocupar Navarra. Por su parte Carlos V, aliado al rey inglés Enrique VIII y al papa León X, ocupa Lombardía. La gran batalla se producirá en 1525, en el sitio de Pavía. La población de Pavía se hallaba guarnecida por unos 8.000 españoles. Rodeando el lugar se encontraba el ejército francés, con su rey a la cabeza, combinando tropas de infantería, artillería y caballería. El 3 de febrero llega desde Alemania un ejército de 24.000 hombres para socorrer a los asediados, que se sitúa tras los franceses después de dejar a 1.000 infantes y la artillería el Campo Imperial.

A las 5 de la mañana del día 24 comienza el ataque español, tomando el Castel Mirabello. En respuesta, Francisco I ordena disparar a su artillería y, más tarde, lanza una carga de caballería por el ala derecha. El ataque logra hacer huir a parte del flanco español, pero la caballería francesa ha quedado aislada. A las 7,50 de la mañana los franceses se retiran hacia la Torre del Gallo, mientras la guarnición de Pavía lanza un ataque simultáneo. Los franceses no aguantan el embate imperial y son aislados en pequeños grupos, aniquilados unos tras otros. A las 8,30 de la mañana comienza la desbandada del ejército francés. La batalla ha terminado. La victoria en Pavía permite a Carlos V expulsar a los franceses del Milanesado. El mismo rey francés cae prisionero y es llevado a Madrid, en cuya Torre de los Lujanes permanecerá cautivo hasta la firma de la paz, en 1526. Reanudadas sin embargo las hostilidades, el episodio más dramático será el asalto y saqueo de Roma por las tropas imperiales. Además del francés, Carlos V tiene otros frentes abiertos. En 1529 el corsario Barbarroja toma Argel y amenaza las posesiones españolas en Italia. Carlos V envía una expedición contra Túnez, exitosa, y otra contra Argel, en 1541, que fracasará. El último campo de combate de Carlos V estará en Centroeuropa, donde la reforma protestante de Lutero amenaza la unidad religiosa y política del Imperio.

En 1547 el emperador derrota en Mühlberg a sus adversarios, aunque no logra evitar la división religiosa. La amargura del fracaso explica la abdicación de Carlos V, que se producirá en 1556. Felipe II, sucesor de Carlos V, heredará los territorios de éste, excepto el Imperio, aunque añadirá más tarde Portugal. Rey poderoso, hubo de enfrentarse sin embargo a numerosos problemas, tanto internos como externos. En el interior, el principal será la Guerra de las Alpujarras, entre 1568 y 1571. En el exterior, el Mediterráneo es un campo de batalla, pues los corsarios berberiscos atacan desde el norte de Africa a las poblaciones cristianas del levante español, Cerdeña y Sicilia. En respuesta, España, Venecia y los Estados Pontificios forman la Liga Santa, reuniendo en Messina un total de 80.000 hombres y más de 200 barcos de guerra, mandados por don Juan de Austria. La gran batalla contra el turco se producirá en 1571, en el golfo de Lepanto. Al amanecer del 7 de octubre la flota cristiana avistó a la turca y se dispuso en formación de combate. En el flanco derecho se situaron las naves venecianas; en el izquierdo, la flota papal capitaneada por Andrea Doria, mientras que en el centro quedó el grueso de la flota, con don Juan de Austria al frente. En la retaguardia se situó el marqués de Santa Cruz. Los turcos inicialmente se dispusieron en forma de media luna, separándose rápidamente en tres secciones.

Don Juan abrió la batalla disparando sus cañones contra las naves del centro turco, cayendo pronto al menos siete galeras turcas. En respuesta, los turcos hicieron avanzar su flanco central contra las naves de don Juan, produciéndose una encarnizada batalla. Tomada la nave capitana, el centro musulmán se rompió y batió en retirada. El flanco derecho turco, por su parte, rodeó a las galeras venecianas, aunque la ayuda de la retaguardia cristiana provocó la huída de los otomanos. La línea izquierda turca realizó una maniobra similar, abriéndose un hueco que le permitió llegar al corazón de la flota cristiana. Desde la retaguardia, Santa Cruz acudió en ayuda de los cristianos, obligando a los turcos a retirarse. Tras más de cuatro horas de batalla, la victoria cayó del lado cristiano, contándose al menos 25.000 muertos entre los turcos. Además, el control otomano sobre el Mediterráneo sufrió un grave daño, aunque no pasarán muchos años antes de recuperar su poderío naval. El imperialismo de Felipe II le llevó también a chocar con Inglaterra. Contra ella partirá de La Coruña en 1588 una gran armada, llamada más tarde Invencible de forma irónica, que resultará desastrosamente derrotada. Francia será vencida en las batallas de San Quintín y Gravelinas, acabando el conflicto en 1598 con la Paz de Vervins. Sin embargo, la revuelta independentista en los Países Bajos será el mayor problema de la política exterior de Felipe II.

La cuestión se convertirá en un verdadero quebradero de cabeza para el monarca y sus sucesores. A la muerte de Felipe II en 1598 le sucede su hijo, Felipe III, iniciando una etapa llamada de los Austrias Menores, con Felipe IV y Carlos II como últimos monarcas de esta dinastía. El nuevo soberano hereda un país empobrecido, aunque con inmensos dominios territoriales. Desde la corte de Madrid se gobierna sobre el resto de reinos peninsulares, además de los Países Bajos y el Franco Condado. En Italia, los Habsburgo dominan el Milanesado y los reinos de Nápoles y Sicilia. Orán, Melilla y las Canarias son las posesiones africanas. En el Nuevo Mundo se dominan extensos territorios, así como las islas Filipinas, en Asia. Desde 1581 y hasta 1640 el reino de Portugal se integra en la Monarquía Hispánica, lo que suma las posesiones del Brasil y numerosas e importantes escalas a lo largo de las rutas marítimas hacia Asia. Sin embargo, pese a tan vasto imperio, son éstos años de decadencia. Durante el siglo XVII se manifiesta en toda su crudeza el derrumbe de un Imperio forjado mediante conquistas y herencias. Francia e Inglaterra se muestran dispuestas a ocupar un lugar hegemónico que España abandona paso a paso. En 1635 Francia declara la guerra a España. Las tropas españolas amenazan París y vencen en Fuenterrabía. Pero en 1640 comienzan sendas rebeliones en Cataluña y en Portugal, apoyadas por Francia e Inglaterra.

Para aliviar la presión francesa sobre Cataluña, los españoles invaden el norte de Francia desde Flandes. El gran enfrentamiento se producirá en 1643, en los campos de Rocroi. El campo de batalla era una llanura, entre un bosque y un pantano. Allí los franceses situaron a sus 23.000 hombres, con la infantería en el centro y la caballería a los lados, apoyados por la potente artillería. Los españoles, por su parte, contaban con unos 22.000 efectivos. En el centro formaron los famosos tercios y la infantería, con las alas protegidas por la caballería. En primera línea, los cañones. Al amanecer del día 19 la caballería francesa ataca el flanco izquierdo español, pero es rechazada. Una segunda carga, sin embargo, cae sobre la caballería española del ala izquierda, que se rompe. Entre tanto, el flanco izquierdo francés realiza una nueva carga, rechazada por los españoles, que toman ventaja por ese lado. Sin embargo, la debilidad del ala izquierda española permite a la caballería francesa caer directamente sobre los tercios imperiales, que apenas pueden sino resistir. En una maniobra sorprendente, la caballería francesa ataca la retaguardia española, que se ve acosada por dos lados, pues la izquierda francesa se ha rehecho y ha conseguido lanzar su ataque. Rodeados, los tercios no tardan en caer. Las bajas entre los imperiales debieron cifrarse en unos cuatro mil muertos, la mayoría españoles, y entre 2.

000 y 2.500 prisioneros. En el bando francés fueron unos 2.500 muertos. La derrota en Rocroi puso de manifiesto la crisis del poderío militar español. Sin embargo, era éste un proceso que ya se venía gestando desde hacía tiempo y al que aún le quedan capítulos por escribir. La culminación de esta descomposición es el acto final de los Austrias: una Guerra de Sucesión, a la muerte de Carlos II, en la que España no tiene sino un papel pasivo. La guerra de Sucesión española dividió España entre los partidarios de Felipe V y del archiduque Carlos, ambos candidatos al trono. Francia, con su rey Luis XIV al frente apoyó al primero; Holanda, Inglaterra, Austria y Portugal se aliaron con el archiduque. En 1713 finalizó la guerra, con la firma del Tratado de Utrecht. La paz dio lugar a un nuevo mapa europeo, negociado por unas potencias entre las que ya no contaba España. Inglaterra consiguió Terranova, Gibraltar y Menorca. El Imperio austriaco se quedó con el Milanesado, Flandes, Nápoles y Cerdeña. A Saboya, por último, le corresponde una pequeña expansión en su frontera y la isla de Sicilia, que entregará a Austria a cambio de Cerdeña. El gran vencedor es el rey francés, Luis XIV, quien consigue a cambio que las potencias europeas reconozcan a su nieto, Felipe V, como rey de España, aunque en ningún caso las coronas de Francia y España podrán unirse en el futuro. Lejos queda ya el recuerdo de la casa de Austria y de un imperio español que se extendía por todo el orbe conocido, donde nunca se ponía el sol.

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