Origen de Numancia y su evolución urbana
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Celtiberia
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Por Alfredo Jimeno Martínez y Carlos Tabernero Galán Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense. Ciudad Universitaria, s/n. 28040 Madrid. 1. INTRODUCCIÓN En la elección de este trabajo sobre la evolución urbana de Numancia , para el Homenaje a Manolo Fernández-Miranda, ha pesado no sólo su contenido arqueológico, sino también otro elemento en sintonía con una de sus líneas de trabajo esencial como fue el Patrimonio Histórico. Pretendemos realizar una aproximación a la evolución urbana de Numancia, más acorde con los datos arqueológicos conocidos actualmente, que la visión aportada por los trabajos realizados a principios de este siglo. La Comisión de Excavaciones Arqueológicas de Numancia realizó sus trabajos entre 1906 a 1922, descubrió más de la mitad de su superficie urbana y documentó la superposición de dos ciudades: una más antigua, relacionada con la ciudad celtibérica, destruida en el 133 a.C., y otra sobrepuesta, de época augustea, que se acomodaba al trazado de la ciudad infrapuesta, salvo ligeras modificaciones (Mélida 1922; Taracena 1941; Ortego 1967; Jimeno et alii 1990). Pero los trabajos, escasamente valorados, de González Simancas, miembro también de esta Comisión, que realizó trabajos en paralelo sobre la muralla, ponían en evidencia la mayor complejidad de la estratigrafía numantina. Esta información fue valorada posteriormente por F. Wattenberg (1963), al realizar nuevos cortes estratigráficos, que dieron lugar a una nueva interpretación estratigrafía y a una nueva ordenación cronológica y estilística de la cerámica numantina.
A su vez, como hemos apuntado anteriormente, este tema está relacionado con la recuperación y difusión de este yacimiento arqueológico, que se está llevando a cabo a través del Plan Director, patrocinado por la Dirección General de Patrimonio y Promoción Cultural de la Junta de Castilla y León, que tiene como finalidad la coordinación integrada de todas las actuaciones (conservación, investigación, difusión y gestión) para la conservación y puesta en valor de un elemento de nuestro Patrimonio Arqueológico tan significativo como es Numancia. 2. FUNDACIÓN DE NUMANCIA Y ORIGEN DEL URBANISMO EN LA CELTIBERIA En relación con el momento de la fundación de Numancia existen diferentes planteamientos; así Schulten y otros autores la situaron hacia el 300 a.C., con la ocupación del territorio por los iberos y la necesaria reorganización del poblado (Schulten 1945: 19; Salinas 1986: 84); esta fecha será rebajada algo por Taracena, ante la ausencia de determinadas armas (1941: 70); Wattenberg, por el contrario, era partidario de relacionar su fundación con los acontecimientos del 153 en relación con Segeda y el traslado de los segedenses a Numancia en busca de refugio (1960: 156). No contamos con noticias y documentación arqueológica precisa que nos permita señalar con exactitud el momento del surgimiento de las ciudades celtibéricas; sabemos de su existencia en los inicios de la conquista, pero desconocemos la antigüedad de su origen.
No obstante, la valoración de diferentes noticias sobre algunas ciudades nos llevan a admitir para el desarrollo del urbanismo un momento tardío y sólo ligeramente anterior al inicio de la conquista romana e incluso algunos aspectos de dinamización de este fenómeno, como la escritura y la moneda, tienen lugar ya bajo control romano. Las fuentes, en relación con la conquista de la Celtiberia, aportan algunos datos indicadores de la fundación de ciudades en ese momento. La noticia más antigua sobre la zona del Alto Duero se refiere a la incursión de Graco en el 195 que llegó al sur de la región hasta Segontia y, de creer a Aulo Celio, hasta la propia Numancia, lo que supondría admitir ya la existencia de Numancia, pero esta cita ha suscitado siempre serias dudas. Diodoro y Apiano se refieren, con motivo de las acciones de Fulvio Flaco en el 181, a la recién fundada y fortificada ciudad de Complega, que había crecido rápidamente, por haberse refugiado gentes que carecían de tierras. Con la firma del tratado de Graco, considerado modélico y de gran duración, después de la Batalla de Mons Chaunus en el 179, se limitaba a los indígenas la construcción de ciudades. Se atribuye ahora a Graco la fundación de Gracurris (Schulten 1957). Finalmente será el conocido episodio, en el 153, de la reestructuración de la ciudad bela de Segeda , que estaba congregando en la ciudad de grado o por la fuerza a los pobladores de los alrededores y entre ellos a los titos, y la ampliación del muro defensivo de 8 km de perímetro, el que provoque el enfrentamiento con Roma, por interpretar ésta que se alteraba así el tratado de Graco; por el contrario, los segedenses entendían que el tratado sólo afectaba a la fundación de nuevas ciudades pero no a la reestructuración de las existentes (Schulten 1957).
Los segedenses buscan refugio en Numancia, lo que nos lleva a entender que esta ciudad había sido fundada hacía poco y todavía estaba en pleno momento de incorporación de gentes y por supuesto dotada de buenas defensas, fue arrastrada así a la guerra de forma injustísima. En opinión de Floro, a pesar de haberse abstenido hasta entonces de participar en los combates, exigiéndoseles que entregasen las armas, que para los bárbaros era como si se les ordenase que se cortaran las manos. Sin tener que hacer coincidir necesariamente la fundación de Numancia con este episodio como opina Wattenberg (1960: 156), sí que hay que reconocer, que la fundación de esta ciudad y del resto de las ciudades de esta zona -como Uxama y Termes -, considerando los datos comentados, habría que situarla en la primera mitad del siglo II, y quizás en el primer tercio de este siglo o como mucho al final del III, sobre todo si valoramos la vigencia del tratado de Graco, que prohibía construir nuevas ciudades, y la presencia de núcleos como Uxama y Termes ya desarrollados y participando en las guerras celtibéricas a partir del 153 a.C. Posiblemente el desarrollo de las primeras ciudades en la zona del valle del Ebro fuera ligeramente anterior a la del Alto Duero. 3. ESTRATIGRAFÍA Y SUPERPOSICIÓN DE CIUDADES EN NUMANCIA Las investigaciones de Numancia estuvieron condicionadas por la visión transmitida por las Fuentes Clásicas de su gesta; desde el principio la investigación asumió que los restos estratigráficos, dejando a parte los dispersos de época prehistórica, correspondían únicamente a dos ciudades, una más antigua celtibérica, que no podía ser otra que la heroica Numancia, del 133 a.
C., sepultada por un "sudario" de incendio y destrucción, que la separaba de otra romana posterior, atribuida a Augusto, superpuesta y acomodada, en gran medida, el trazado de la anterior (W.AA. 1912; Mélida 1922; Mélida et al. 1924; Taracena 1941: 70-71). Los trabajos de la Comisión de Excavaciones del siglo XIX, dirigidos por Saavedra, ya hablaban de tres momentos de ocupación en el cerro de la Muela -celtibérico, romano, medieval-. La Comisión a principios de siglo observa la sucesión de tres poblaciones: la primera prehistórica "neolítica" (sólo reconocida en algunos lugares); la segunda "ibérica", que es la que documentaba la civilización arévaca (con restos celtibéricos y una potencia entre los 0.60 y 1,50 m. cubierta con la capa de tierra y adobes de color rojo del incendio de la ciudad); la tercera población "celtibero-romana" (con un espesor de unos 50 cm) (W.AA. 1912: 10). Pero el análisis de la superposición de muros y estructuras arquitectónicas en la ciudad ofrecen en los demás trabajos una mayor complejidad de estratigrafías y superposiciones arquitectónicas. Así, los trabajos de Schulten, realizados en la ciudad un año antes de los de la Comisión, diferenciarán dos momentos prehistóricos, uno con útiles neolíticos, y otro con vasos de época hallstáttica, y tres niveles más que denominó "ibérico", "iberorromano" y "romano", que identificó en estructuras superpuestas localizadas en la manzana IV, admitiendo una continuidad de ocupación a partir del 133 a.
C. y a lo largo del siglo I a.C. Se podría suponer pues que a partir del años 133 a.C., "o algunos iberos comarcanos, tal vez los que recibieron las tierras de los numantinos, les fue permitido establecerse en las ruinas". Este pequeño establecimiento desapareció luego al levantarse la ciudad romana (Schulten 1945: 255). Será, no obstante, González Simancas, que realizó trabajos paralelos a los de la Comisión, tratando de documentar el sistema defensivo de la ciudad, quien llama la atención sobre la existencia de más de un nivel de incendio. Distingue dos momentos prehistóricos (neolítico y hallstáttico) y en relación con la ciudad diferencia una muralla preescipiónica, dos ciudades incendiadas celtibéricas, una ciu-ad romana imperial y otra del Bajo Imperio; también alude a restos altomedievales (González 1926: 39), pero estas observaciones no serán tenidas en cuenta. Los trabajos de Wattenberg (1960, 1963 y 1965) recogerán lo apuntado por González Simancas, reinterpretando las estratigrafías proporcionadas por Koenen (arqueólogo que trabajó con Schulten), '"tendríamos un conjunto completo de niveles que nos llevarían desde las cerámicas célticas cordonadas hasta la invasión posterior a la invasión francoalemana" (Wattenberg 1963: 20). Wattenberg atenderá cuidadosamente y entresacará de los textos clásicos aquellos momentos en los que Numancia se vio involucrada en conflictos bélicos y sería destruida, relacionando los tres niveles de incendio que ofrecen estas estratigrafías con otros tantos momentos históricos, que relaciona con el 133 -el más potente-, un segundo que sitúa entre el 133 y el 75 a.
C. y el tercero entre este año y el 29 a.C., con el inicio de las campañas contra vacceos, cántabros y astures (1963: 20-22). Para Wattenberg, las dos plantas de ciudades -consideradas celtibérica y romana-, recogidas en el plano clásico de Taracena, serían posteriores al 133 y su urbanismo se explicaría por ser obra romana; trazado que se conservó y aprovechó posteriormente en época imperial (fig. 1). Los trabajos estratigráficos tienen dificultad para dar con el nivel del 133 a.C. Si aceptamos la estratigrafía de Wattenberg, la Numancia indígena nos es mucho mejor conocida a partir del 133. Por otro lado, las fechas más recientes, que resultan de esta interpretación estratigráfica para las cerámicas numantinas, son afirmadas por trabajos posteriores, que han establecido relaciones entre la iconografía numantina y las acuñaciones monetarias indígenas, manteniendo la idea de que la figura humana se incorpora al repertorio iconográfico numantino, al igual que algunos otros elementos, bajo la influencia romana e, incluso, prolongándose las polícromas a los inicios del Imperio (Romero 1976: 177-189). Pero a su vez este esquema tiene también algunos puntos débiles. En primer lugar, todas las conclusiones estratigráficas se deducen de cortes practicados en una superficie reducida de la ciudad; ofrece una visión de la ocupación de Numancia continuista, sin interrupciones, desde la base indígena más antigua hasta la época imperial romana; finalmente resulta evidente en esta interpretación el dirigismo que ejercen los acontecimientos bélicos, acaecidos en la Celtiberia, narrados en las Fuentes, y es problemático que éstos queden reflejados tan minuciosamente en una parte reducida de la Ciudad.
En el futuro habrá que conocer los datos estratigráficos del cerro en su totalidad, que posibiliten confeccionar una estratigrafía general, que nos permita valorar más atinadamente estos trabajos. 4. DATOS HISTÓRICOS Y ARQUEOLÓGICOS SOBRE EXTENSIÓN Y POBLACIÓN DE LA NUMANCIA DEL 133 A.C Apiano Alejandrino considera a Numancia "la ciudad más poderosa", calculando para el perímetro de la ciudad 24 estadios (Mélida 1922: 170). Paulo Orosio se expresa con cierta contradicción, pues escribe que Numancia "estaba comprendida en un muro de 3000 pasos de perímetro, aunque aseguran algunos que ocupaba reducido espacio y carecía de muralla". Los 24 estadios de Apiano, con la equivalencia de 185 metros por estadio, suponen un total de 4440 m de perímetro. Estos datos de Apiano y Orosio suponen una superficie para la ciudad de unas 150 ha, lo que no responde a la realidad de la topografía y la documentación arqueológica. La extensión de este perímetro, abarcaría desde el Duero hasta el Este del Campamento de Valdeborrón y desde la iglesia de Garray al caserío de Carrejo; pero teniendo en cuenta, que la longitud del eje este-oeste de la ciudad queda rigorosamente precisada en 310 metros por el hallazgo de dos tramos de muralla, todavía habría que suponer mayor el eje Norte-Sur (Taracena 1941: 71). Se pensó que la meseta que ocupa Numancia, de figura elíptica (500 m de norte a sur, y unos 260-310 m de este a oeste), más elevada hacia el centro, con declives en derredor y un mayor pronunciamiento hacia el Sur, correspondía sólo a la acrópolis, pero que la ciudad era más extensa.
Esta mayor extensión se apoyó en los restos de casas y calles halladas en la vertiente oriental y en la vertiente norte, junto a la ermita de los Mártires y, aún más abajo, al lado del actual cementerio de Garray. La consideración de estos hallazgos llevó a conjeturar un cálculo para la extensión de la ciudad de más de 1000 m de Norte a Sur, y de unos 800 de Este a Oeste, suponiendo que la vertiente occidental y sur, por sus características, no debieron permitir fácilmente la expansión del poblado; pero sí se valoran los restos, interpretados como cuadras, descubiertos al sudeste, en la vega del Merdancho. Schulten ajustándose al texto de Apiano imaginaba a Numancia sin defensa exterior, alcanzando hasta la confluencia del Duero y el Merdancho e incluyendo el arrabal de Saledilla, dedicando el terreno de las vertientes hasta un total de 93 hectáreas para acoger los pueblos refugiados y coronada por una acrópolis murada de 7,2 hectáreas (Schulten 1914-31, 1945). Esta interpretación fue compartida en general y así lo expresaba Mélida (1922: 173), cuando decía "es bien admisible la común opinión, fundada en esas mismas circunstancias, de que en la meseta debió vivir la parte principal de la población, y en las vertientes la población rural y el ejército" (fig. 2). Taracena planteó objeciones a esta explicación de Schulten por no encontrar contrastación arqueológica, ya que las exploraciones demostraron la esterilidad de toda la gran llanura meridional, y consideró que la ciudad compacta y murada era mucho mayor de 7,2 hectáreas.
Las exploraciones, según Taracena, demostraron que la ciudad por el Oeste y Sur no pasaba de la cumbre del cerro y por el norte y este llegaba a poco más de media ladera, con ejes de 310 y unos 720 metros respectivamente, y superficie intramuros de unas 22 hectáreas o 24 si se incluye el arrabal de Saledilla, siendo la mayor del territorio arévaco (Taracena 1941. 71) (fig. 2). Los cálculos actuales sobre la realidad arqueológica conocida distan mucho de alcanzar esta cifra. En cuanto al número de habitantes encontramos en las Fuentes Clásicas diferentes referencias (fig. 3). Así, Floro, Livio y Orosio, atribuyen a Numancia, para los años 143 y 133 a.C., 4.000 combatientes (o unos 16.000 habitantes); Apiano, 8.000 soldados antes de la guerra, y Veleyo indica que esta ciudad nunca armó más de 10.000 de sus propios hombres (Schulten 1957). En relación con la superficie de la ciudad y la producción del territorio, Schulten calcula que la población militar de Numancia en tiempo normal sería de unos 2.000 guerreros (8.000 habitantes), y se refiere a guerreros de la comarca, no de la ciudad (Schulten 1914-31, 1945); cálculo que, según Taracena, resulta acertado desde el punto de vista económico y también referido a la superficie de 22 hectáreas calculada por este autor (unos 100 metros cuadrados por vivienda familiar, descontadas las calles); pero es insuficiente en la superficie de 10,2 hectáreas en que Schulten totaliza la ciudad alta y Saledilla, pues las casas numantinas miden más de 50 metros cuadrados de planta (Taracena 1941: 71).
5. CARACTERÍSTICAS DE LAS PLANTAS URBANAS CONOCIDAS Los trabajos de la Comisión de Excavaciones documentaron dos ciudades superpuestas y cuyo trazado coincide en gran medida. La amplia superficie excavada muestra unas diecinueve calles y veinte manzanas, que permiten conocer su trazado y organización en torno a dos largas calles paralelas de ejes nordeste-sudoeste, cruzadas por otras once también paralelas de dirección Este-Oeste -mayor número de calles en esta dirección contraria al viento norte dominante-, formando una retícula uniforme, sin dejar espacios libres o plazas, pero los encuentros de las calles son escalonados para evitar las corrientes de aire. Esta cuadrícula, con el centro ligeramente desplazado hacia el Oeste de la meseta, queda envuelta al Occidente por una calle semicircular paralela a la muralla que por el sur dobla pronto, internándose en la ciudad, y tiene todavía en esta dirección otras tres calles paralelas que parecen formar nuevos anillos concéntricos exteriores (fig. 4). Un cerco murado se conoce en el cuadrante noroeste y en un pequeño tramo del Nordeste. Esta última zona es de sección trapecial de 3,40 m de anchura en la base, formada con cantos rodados sin carear, conservado con dos metros de altura, precedida de un pequeño antemuro con viviendas adosadas al interior, como en todos los poblados celtibéricos. En el Noroeste tiene los mismos materiales y sección, pero es de espesor muy desigual y va aislado por una estrecha calle de ronda.
Sólo se han descubierto hasta ahora dos puertas de acceso a la ciudad, ambas en el cuadrante Noroeste y formadas por una simple interrupción del muro. Las calles son de empedrado de canto irregular, con aceras de grandes cantos rodados y dotadas de piedras pasaderas a intervalos regulares para cruzar el arroyo. Las manzanas rectangulares y las viviendas yuxtapuestas, de múltiples formas, corresponden mayoritariamente a época imperial romana; no obstante, el trazado de la ciudad inferior, al que se ajusta la superior, queda evidente en los arroyos de las calles, descubiertos por debajo de los de la ciudad superpuesta, y en alguna zona de casas rectangulares de tipo celtibérico. Las casas de la ciudad infrapuesta son de zócalos de mampostería seca, de canto de rio sin carear y elevación de cestería de ramas manteada de barro; las divisiones interiores son generalmente de adobe y las cubiertas debieron ser de ramaje y tierra. Por lo general tienen bajo la habitación de entrada una cueva o bodega entre 1,50 a 2 m de profundidad, donde se guardaban los alimentos. Las casas de la ciudad romana superior son de piedra con cubierta vegetal y de mayores dimensiones y complejidad funcional, también con estancias subterráneas (Mélida 1922; Mélida et allí 1924; Taracena 1941; Ortego 1967; Jimeno et allí 1990). 6. LA HUELLA DE LAS SUCESIVAS CIUDADES SOBRE EL PLANO DE LA CIUDAD El análisis de esta planta visible de la ciudad, a través de los planos y fotografías aéreas disponibles, tanto antiguos como modernos, nos ha permitido diferenciar aquellas líneas e irregularidades que se apartan del trazado armónico de la urbanística conocida y que creemos que son huella de los sucesivos trazados urbanos que se sucedieron en el cerro de la Muela de Garray.
Al conocimiento de la urbanística y de la información aportada por las excavaciones hay que añadir los datos proporcionados por la foto-grafía aérea, a través de diferentes vuelos, antiguos y modernos, en blanco y negro, color e infrarrojos. El conjunto de toda esta información nos ha proporcionado referencias para determinar diferentes configuraciones urbanas que deben de corresponder a distintas ciudades y/o ampliaciones de recintos urbanos inicialmente más pequeños (fig. 5). La zona sur es la que ofrece una mayor información, a la hora de analizar los sucesivos planeamientos urbanísticos. Se observa uno interior, más antiguo, de forma semicircular, a partir del cual se ajustaron las diferentes ampliaciones y/o ciudades posteriores. La ordenación semicircular vendría impuesta tanto por las características de la pendiente, como por la existencia de un cierre murado con ese geometrismo en esta zona, ya desde la ciudad celtibérica más antigua. La elección de la ladera sur como zona de expansión urbanística resulta lógica en un cerro destacado sobre el río Duero y expuesto a una climatología dura, con predominio del viento norte dominante. Las primeras ocupaciones de la Muela, correspondientes al Calcolítico-Bronce Antiguo ya escogieron esta zona más protegida del viento y con mayor insolación que proporcionan a esta ladera unas condiciones más aceptables, sin desestimar su carácter defensivo (Fernández Moreno 1985). La zona Norte es zona poco apta para lugar de habitación por su situación climática desfavorable, mientras que las laderas Oeste y Este son las de mayor pendiente.
6.1. El trazado de la ciudad del 133 a.C. El núcleo urbano más antiguo, la ciudad del 133 a.C., está determinado por la alineación semicircular más interna de la zona sur, correspondiente al cierre de la muralla en este lado. Esta alineación más interior queda reflejada en el lado Oeste, por las adaptaciones constructivas posteriores que sufrió esta zona, al ser ampliado el espacio habitable hasta una nueva línea defensiva. Como consecuencia de esta adaptación, la zona más exterior de las manzanas en este lugar acusa una ligera flexión a la altura de la anterior alineación. Por la zona Este es la fotografía aérea y los restos de excavación los que permiten señalar, con alguna duda, la línea de este perímetro, que continúa hacia el Norte, por donde cierra en forma semicircular, situándose en su zona central otra de las puertas de entrada (fig. 6). El espacio habitado de la ciudad se debió reducir a esta zona alta, que ocupa una extensión de unas 7,6 ha (7,2 ha según Schulten); pero cabe pensar que esta línea defensiva no fue la única, ya que esta muralla superior deja sin controlar diferentes zonas de acceso, por lo que hay que admitir la existencia de otro u otros recintos murados en las laderas del cerro. La interpretación de más de un recinto murado está presente desde el primer plano que conocemos de Numancia, realizado por Loperraez, en el siglo XVIII; también Schulten reparó en diferentes alineaciones, visibles en las laderas del cerro, identificándolas con líneas de defensa.
La reanudación de los trabajos arqueológicos en Numancia, en el marco del Plan Director de la Junta de Castilla y León, conlleva la documentación del sistema defensivo de la ciudad, por lo que se están realizando cortes en la ladera Oeste del cerro para su localización. Estos trabajos han revelado la gran alteración que ha sufrido esta ladera por su acondicionamiento para cultivo por medio de bancales, pero a su vez han documentado un derrumbe, cuyas características permiten relacionarlo con uno de estos muros defensivos, aunque su confirmación necesita de nuevas comprobaciones y una más amplia información. Si esta línea defensiva se confirmara tendríamos que admitir zonas libres -desde el núcleo urbano superior hasta esta muralla- susceptibles de ocupación, en caso de necesidad, por las poblaciones del entorno o aquéllos que se incorporaran a la defensa de la ciudad (caso de los segedenses), pero que nunca superaría la extensión de 4 ha. La organización urbanística de esta ciudad es difícil de determinar, ya que poseemos escasos datos sobre ella, pero las referencias arqueológicas indican una disposición de los espacios habitados y de las casas de forma diferente a la urbanística conocida posteriormente. Esta diferencia se apoya en el análisis de la distribución de materiales arqueológicos, que de este momento hemos realizado sobre el plano de Numancia, pudiendo comprobar como estos restos (diferentes tipos de fíbulas), que podrían remontarse al 133 a.
C., no se insertan en las manzanas de casas conocidas, produciéndose su localización a lo largo de las calles, en las que se ha utilizado material echadizo anterior o se ha profundizado frecuentemente hasta el manto natural, descubriendo los restos de la ciudad más antigua; lo que nos hace sospechar que estos espacios pudieron estar destinados en un trazado inicial a casas, y estar indicando un plan urbanístico diferente del que ahora conocemos. Arqueológicamente encontramos bases para documentar la existencia de esta ciudad en los hallazgos numismáticos, ya que los ejemplares más antiguos se fechan desde el 195 al 133 a.C., destacando como más abundante el numerario romano republicano (22 ejemplares) y después el ibérico (destaca Secaisa con 5 ejemplares). La abundancia del numerario republicano hay que relacionarlo con la presencia de los ejércitos romanos en esta zona con motivo de las Guerras Celtibéricas (153 a 133 a.C.). Por otro lado, unas doscientas fíbulas de diferentes tipos: anulares, de pie vuelto con remate terminal, de La Téne I, de doble prolongación, de torrecilla, de disco, de La Téne U, de los tipos de caballito, toro o ave, aportan una mayor confluencia cronológica desde finales del siglo III al tercer cuarto del siglo II a.C. (Cuadrado 1972: 99; Cabré y Moran 1979: 5-26; Argente 1994: 215-252), lo que apoya el marco cronológico propuesto. A este momento deben de corresponder las escasas armas halladas en la ciudad, que se reducen a algunas empuñaduras de espadas, tres puñales biglobulares, algunas puntas de lanza y cuchillos curvos, que armonizan bien con los tipos hallados en las necrópolis celtibéricas de este momento (Lomo 1994: 236-242) y en la conocida de Numancia (Jimeno y Morales 1993, 1994).
6.2. La ciudad del siglo I a.C. Un segundo trazado semicircular en la zona sur, que señala un recinto murado existente, hay que relacionarlo con la ciudad del siglo I a.C. Parte de esta alineación queda cubierta por las casas con peristilos correspondientes a la ciudad imperial posterior, lo que explica la gran diferencia de desnivel entre los peristilos, dispuestos fuera y al pie de la muralla, de la zona de habitación más elevada por ocupar el aterrazamiento de la misma (fig. 7). Esta ampliación presenta casas rectangulares de tipo celtibérico apoyadas en la muralla, como las que documentó Schulten. Este autor, como ya hemos apuntado anteriormente, detectó en la manzana IV, por debajo de las casas de época imperial romana, dos niveles superpuestos de casas rectangulares, adosadas a las murallas, pero con diferencia en su orientación, atribuyendo las más inferiores a la ciudad del 133 a.C. y las intermedias a una ciudad del siglo I a.C. Pero cabe suponer que estos dos niveles de construcciones rectangulares, por debajo de la ciudad romana, correspondan a diferentes trazados del siglo I a.C. (fig. 8). Esta ampliación y semicírculo de casas adosadas a la muralla están separadas del semicírculo más antiguo por una calle de ronda. La conexión de esta calle de ronda más interior -en el resto de la ciudad discurre entre la muralla y las manzanas de casas- con la alineación más exterior de los lados oeste y este se realiza por un forzado ángulo, que deja en evidencia la disparidad en la ejecución de ambos tramos.
La superficie del espacio ocupado por esta ciudad alcanza algo más de 8 ha; es decir, aproximadamente ocuparía una hectárea más que la calculada para la ciudad anterior. La Comisión de Excavaciones Arqueológicas identificó, a principios de siglo, esta ciudad con la heroica Numancia del 133 a.C. "Como es sabido en el cerro hay restos de dos ciudades: la Numancia celtíbera, destruida por incendio intencionado de sus defensores por no rendirse a Escipión, y la romana, la cual fue levantada sobre la primera, habiendo utilizado sus escombros para el relleno al hacer la explanación" (Mélida et alii 1924). A esta ciudad corresponde la base del trazado reticular que conocemos en la urbanística de Numancia, al que se ajustará en gran medida la ciudad imperial posterior. Por otro lado, esta ciudad dispone en los lados este y oeste la línea de muralla algo más saliente, que se mantendrá en los trazados posteriores, así como una disposición más adelantada de la línea de muralla con su puerta en el lado norte. Las calles de esta ciudad presentan cierta irregularidad en su ejecución y trazado y están empedradas con cantos rodados de desigual tamaño. En el arroyo se disponen grandes piedras brutas sin ninguna regularidad, para utilizarlas como pasaderas de una acera a otra. Las plantas de las viviendas celtibéricas son rectangulares o trapezoidales, de unos 12 metros de largo por 3 a 6 metros de ancho, y su basamento estaba realizado con mampostería; el alzado de las paredes y los muros interiores, separadores de estancias, se construían con postes de madera y muros de adobe o tapial de unos 30 a 45 cm de grosor.
Los enlucidos eran de barro y cal y la techumbre se realizaba con armadura de madera y cubrimiento de ramaje. Estaban divididas en tres estancias; en la central aparecía un hogar, situado en medio, y en la de entrada había una trampilla por la que se accedía a una habitación subterránea o bodega, de estructura cuadrada. Las bodegas-cueva constituyen una dependencia típica de la casa celtibérica; al parecer cada casa poseía una, con una profundidad de 1,5 a 2 m. Tenían como finalidad general el almacenamiento y conservación de provisiones (figs. 9 y 10). No obstante, algunas estaban destinadas a una función no estrictamente doméstica sino artesanal. La identificación de esta ciudad con la celtibérica del 133 a.C. supuso admitir una urbanística más avanzada y diferente de los parámetros indígenas conocidos, que se plasma en la siguiente frase de Taracena (1941) "las once hectáreas de ruinas descubiertas (solamente reconocemos unas 6 ha) hacen de Numancia la ciudad indígena de la España antigua más extensamente excavada y acusan una regularidad de trazado de calles y una tan sabia distribución, que contrasta con la rusticidad de sus propias viviendas". Pero la cronología del siglo I a.C. de esta ciudad permite explicar la planta reticular de su trazado. No estamos en condiciones de precisar el tiempo que Numancia estuvo deshabitada después del 133 a.C., pero abundantes restos hallados indican una profusa ocupación a lo largo del siglo I a.
C. Es precisamente a esta fase de la vida de la ciudad a la que hay que atribuir los restos de cultura material más característicos, como sus producciones cerámicas monocromas y policromas, que como Wattenberg y trabajos posteriores han demostrado deben de ordenarse a lo largo del siglo I a.C., e incluso las especies polícromas alcanzarán los primeros momentos del Imperio (Wattenberg 1963; Romero 1976; Arlegui 1986). De las poco más de las 300 monedas ibéricas, autónomas y romanas republicanas (Domínguez 1979; Romero y Martín 1992; Vidal 1993), el mayor número se concentra entre el 133 y el 75 a.C., consecuencia del auge de las acuñaciones ibéricas, que conlleva un mayor número de monedas y diversidad de cecas; pero también estos datos reflejan el pulso y auge de la ciudad y por tanto la presencia de una ocupación importante en este momento del siglo I a. C., lo que indica una cierta continuidad de la ocupación de Numancia con posterioridad a su destrucción, negando el supuesto de que no se volvió a ocupar hasta época augustea. La ocupación prolongada a lo largo del siglo I a.C. se refleja en el incremento de monedas a partir del 27 a.C., procedentes de cecas del entorno del valle del Ebro más próximo a Numancia (Turiaso, Calagurrís y Bilbilis) (Jimeno y Martín 1995: 187). Hemos consultado los libros de registro del Museo Numantino (las fichas del Inventarío General y Catálogo sistemático del antiguo Museo Numantino no están lamentablemente disponibles) buscando información, inexistente en la memorias publicadas, sobre la situación topográfica de las monedas y su posición estratigrafía.
Los escasos datos disponibles se concretan en la Manzana I; así en la habitación 55, a 3,50 m de profundidad, se cita una moneda de Ilerda asociada a una fíbula de pie vuelto; en la habitación 57, a 3,10 m de profundidad, se halló una moneda de Celsa (por núm. de inventarío corresponde a un as de Aregoratas del primer tercio del s. I a.C.), copa de barro de pie corto (Wattenberg 725) y disco de plomo; en la habitación 73, a 3 m de profundidad, se recogió una fíbula de pie vuelto tangente al arco, otra terminada en cabeza de animal, brazalete de bronce con espirales de extensión, ases republicanos (10418 y 10419), anilla de bronce, fíbula de pie vuelto, husillo de barro moreno con incisiones; ya 3,75 m, ocho denarios de Bolsean (del 80 al 72 a.C.) y uno de Turiaso de fines del s. II o inicios del I a.C. (Jimeno y Martín 1995: 187-188). Estas asociaciones y referencias estratigráficas apoyan la existencia de la ocupación de Numancia a lo largo del s. I a.C. y sitúan en este momento la ciudad celtibérica inferior hallada por debajo de la ciudad romana, sin que podamos determinar con claridad, si como apuntó Wattenberg hubo dos destrucciones, una con motivo de las Guerras Sertorianas, en el 75 a.C., y otra con motivo de las Guerras Cántabras, en el 29 a.C. No hay datos suficientes que avalen la destrucción de Numancia en época de las Guerras Sertorianas, ya que las Fuentes no mencionan la participación de esta ciudad. Esta supuesta implicación deriva de la vinculación, realizada por Schulten, de los campamentos IV y V de la Gran Atalaya a Pompeyo, que destruyó Clunia en el 72 a.
C. y que según este autor había montado su campamento en la Gran Atalaya de Renieblas, cerca de Numancia, en el verano del 75 y en el 74 a.C. Pero la cronología mantenida por Schulten no coincide con los datos aportados por las monedas y otros restos arqueológicos, como las ánforas. Se conocen seis monedas ibéricas y nueve monedas romanas con una fecha no inferior al 135-130 a.C. (Hildebrant 1979: 268) y además se asocian con tipos anfóricos del tipo "campamentos numantinos", fechados con anterioridad al 133 a.C. (Sanmartí 1985: 150), que obligan a relacionar este campamento con las actividades de Escipión y el cerco de la ciudad en el 134 y 133 a.C. (Jimeno y Martín 1995: 186). Tampoco la destrucción del 29 a.C. está atestiguada por las Fuentes, aunque estratigráficamente sí se documenta, como hemos apuntado, una ciudad por debajo de la de época imperial romana. 6.3. La ciudad de época imperial romana Se ajusta en gran medida al planeamiento de la ciudad del siglo I a.C., ya que mantiene la misma alineación por los lados norte, este y oeste, pero se verá ampliada considerablemente por la zona sur. La primera de estas nuevas alineaciones se relaciona, como hemos dicho anteriormente, con las casas de los peristilos con columnas toscanas, que cabe situar en los primeros momentos del Imperio, y el resto de la ampliación, así como las mejoras en la urbanística, pueden relacionarse con los primeros siglos del Imperio, ya que Numancia alcanzará probablemente el rango de "municipium" con los Flavios (Espinosa 1984: 310).
Esta ampliación se ordena en torno a dos largas calles: una prolongación de la calle B, calle central que atraviesa la ciudad de Norte a Sur, y otra, que se cruza con aquélla, se acomoda al trazado semicircular en el lado sureste para continuar recta hacia el suroeste; entre los espacios de estas calles se disponen otras más estrechas en retícula, en sentido contrario al del resto de la ciudad (fig. 11). Para precisar el perímetro y ocupación de esta ciudad poseemos datos bastante precisos, pues se conoce bien su planta, manzanas y calles; más problemático resulta el desglose de casas (fig. 12). La superficie de esta ciudad, que se ajusta al trazado anterior, es de 8,73 ha (5,28 ha ocupadas por las manzanas de casas y el resto por las calles); a esta superficie hay que incrementarle la ampliación de unas dos hectáreas de la zona sur, lo que representa un total que se aproxima a las 11 ha -unas 6,48 ha (60%) corresponden al espacio construido y 4,52 ha (40%) a calles-, que es la máxima superficie construida en el cerro de la Muela. Habría que añadir algunos establecimientos artesanales, probablemente alfares, fuera del recinto murado y próximos al río Merdancho, con los que hay que relacionar el arrabal de Saledilla, todo ello de época imperial, proporcionando una superficie de unas 10 ha extramuros, pero con una ocupación poblacional difícil de evaluar. La superficie total de la ciudad podría aproximarse a las 22 ha propuestas por Taracena, aunque con la sensible diferencia de que este autor se refiere a una superficie intramuros de unas 22 ha y de 24 ha si se incluye Saledilla.
La manera de hacer romana dejará su huella solamente en la ejecución más regular de sus calles, en nuevos trazados parciales y en el trabajo de la piedra más cuidado; así como en una mayor complejidad del espacio habitado, que se plasma en una mayor compartimentación; pero no se acusa en su esquema general, ni en la construcción de grandes edificios públicos. Únicamente algunas casas con patio central porticado y peristilos con columnas toscanas se apartan ligeramente de su estructura rural indígena (fig. 13). La vida de Numancia decaerá a partir del siglo III, fechándose los últimos restos romanos (algunas sigillatas tardías y monedas) en el s. IV-V (Romero 1985: 308). González Simancas (1926) documentó la construcción de una muralla del Bajo Imperio, así como destrucciones y rellenos, fechados por una moneda en época de Claudio el Gótico (268-270), que serán las últimas actuaciones urbanísticas antes de ser definitivamente asolada (Wattenberg 1963: 13-14). 7. BREVE OCUPACIÓN HASTA LA EDAD MEDIA Algunos elementos constructivos y objetos de metal permiten hablar de un pequeño asentamiento visigodo, ya que en la excavación de la manzana XIII (Mélida 1918: 22) aparecieron restos arquitectónicos: un capitel de hojas esquemáticas, imitadas de las de acanto, y una basa con ligeras molduras y con parte de fuste de una pilastra; a estos restos solamente podemos añadir dos hebillas amigdaloides y una fíbula de bronce del siglo VI. Mélida se pregunta si estos restos no corresponderían a una primitiva ermita edificada en la meseta, con anterioridad a la románica, dispuesta en la ladera que desciende a Garray .
Las exploraciones realizadas por Taracena en el entorno de Numancia, para la localización de la necrópolis celtibérica, pusieron al descubierto entre la ermita de Los Mártires, el Duero y el pueblo de Garray, una serie de pozos-silos con relleno de material del siglo XII, que corresponden al origen del poblamiento medieval del actual Garray, que aparece ya citado en la documentación medieval a partir del siglo X y del que han quedado como buen exponente la ermita románica de Los Mártires, que conserva la fecha de 1231 y en su interior una pila bautismal con arcos de herradura y figuras humanas, que se atribuye al arte mozárabe del siglo XI. A su vez, las excavaciones de Zozaya (1970 y 1971) detectaron restos de este poblamiento también en el cerro, ya que apareció en la base de uno de los muros un fragmento de jarra con vidriado morado en su interior, que se puede relacionar cronológicamente con otras cinco piezas completas, tres ollas y dos jarras (una de ellas decorada con manchas de color violáceo oscuro) halladas en torno a la ermita y que son muestra típica de las cerámicas cristianas de los siglos XI y XII (De la Casa 1992: 27). Con estos datos arqueológicos y arquitectónicos visibles podemos reconstruir aproximadamente la ubicación del poblamiento medieval del actual Garray. 8. CÁLCULOS DEMOGRÁFICOS Hemos aludido anteriormente a los datos de la población de Numancia, aportados por los autores clásicos, que resultaban excesivos incluso para Schulten y Taracena.
Schulten consideró un contingente, en tiempo normal, de unos 2.000 guerreros (contemplando una base familiar de cuatro miembros por guerrero calculó 8.000 habitantes). Taracena coincide con esta aproximación por entender que era acorde con las posibilidades económicas y con la superficie de unas 22 ha, con casas de 100 m2, que él calculó para la ciudad. Esta referencia poblacional servía para la ciudad del 133, pero Taracena contemplaba la superficie y las dimensiones de las casas por la información aportada por la ciudad superior, asumiendo la coincidencia de trazado y superficie ocupada por las dos ciudades superpuestas. Podemos hacer una aproximación al número de habitantes de esta ciudad, centrándonos en los datos que aporta la planta de época imperial romana, con unas 10,7 hectáreas de superficie total, de las que 6,48 ha corresponden a la superficie habitada, ya que 4,52 ha estarían destinadas a calles, lo que proporciona un número de unas 648 casas, de 100 m2, que multiplicado por 4 ocupantes, superan en poco los 2.500 habitantes; pero la superficie destinada a casas sería aún menor, ya que habría que valorar los espacios destinados a patios interiores dentro de las manzanas, así como las destinadas a edificios públicos, actividades artesanales o tiendas, lo que permite pensar en una cifra no muy superior a los 2.000 habitantes. Las ciudades anteriores dispondrían de una menor superficie, aunque es probable que unas estructuras habitacionales algo más pequeñas (entre casa y patio, algo más de 80 m2), pero quizá mayor superficie de espacios libres; así la ciudad del siglo I a.
C., admitiendo una estructura similar a la superior, pero en una superficie de 8,73 ha, de las que se habitan unas 5,28 ha, en las que caben 628 casas, de 84 m2, y 528, de 100 m2, que aportan un contingente entre 2.000 y 2.500 habitantes (probablemente con la valoración de espacios libres no alcanzaría los 2.000 habitantes); una cifra algo inferior en superficie construida de habitación (4,35 ha de las 7,2 ha totales), tiene la ciudad del 133 a.C., lo que supondría atendiendo a las referencias anteriores cifras inferiores a las comentadas. 9. CONCLUSIONES La importancia de Numancia como lugar idóneo para ser habitado a lo largo de las condiciones socio-políticas que se produjeron desde época celtibérica a la Edad Media, queda constatado por la sucesión del poblamiento en el cerro de La Muela a lo largo de tan dilatado periodo de tiempo. Esta continuidad poblacional se prolonga de hecho hasta el momento actual, aunque ya al pie de Numancia, en el actual Garray, continuador de su antecedente medieval. La continuidad poblacional en este punto hay que relacionarla con su posición estratégica en el vado del río Duero, justamente donde se juntan Duero y Tera, y donde confluyen todos los caminos radiales del circo montañoso de la Serranía Norte que permiten la alternancia ganadera de las zonas más bajas, más adecuadas para los pastos de invierno, con las de alta montaña, idóneas para los pastos de verano. A su vez, algunos de estos caminos permiten la comunicación con la zona Riojana y el valle del Ebro, como son los puertos de Piqueras y Oncala.
A estas vías de comunicación se unen las que desde la zona oriental comunican el valle del Ebro con la Meseta, sobre todo la del río Queiles, convertida en la conocida vía 27 del Itinerario de Antonino, que desde Caesaraugusta (Zaragoza) se dirigía a Asturica (Astorga), pasando al pie de Numancia y vadeando el rio en este punto. Los escasos datos arqueológicos que podemos manejar, así como las referencias de las Fuentes, permiten pensar en la fundación de Numancia hacia los inicios del s. II a.C. Pero la evolución urbanística de Numancia nos indica al menos cuatro fases de ocupación y/o ampliación, lo que se aproxima más a la estratigrafía referida por González Simancas (1926) y Wattenberg (1963), que demuestra ser más real, y acorde con la información arqueológica, que la difundida por la Comisión de Excavaciones Arqueológicas, que solamente diferenciaba dos ciudades, relacionando necesariamente la inferior con la del 133 a.C, sin reparar que las cerámicas monocromas y polícromas asociadas a ésta, así como la numismática nos está indicando un momento avanzado del s. I a.C. La ciudad del 133 a.C. es difícil de documentar urbanísticamente, pero todavía ofrece más confusión estratigráficamente, como ya apuntó Wattenberg (1963: 17-25). No obstante, existen restos de cultura material, como la numismática y los conjuntos de metales (fíbulas y algunas armas), que prueban su existencia; aunque tengamos un mayor conocimiento e información por las Fuentes Clásicas.
No obstante será la necrópolis celtibérica de este momento, en proceso de excavación, la que aportará un mejor conocimiento sobre aspectos socio-económicos de esta ciudad. No sabemos el tiempo que Numancia pudo estar desocupada después de la destrucción del 133 a. C.; pero todo indica que tuvo una intensa ocupación a lo largo del siglo I a.C., como lo prueba la numismática, con un incremento de las acuñaciones indígenas con anterioridad al 75 a.C., continuando a lo largo de este siglo, que indican relaciones con ciudades del valle del Ebro (Bilbilis, Turiasu, Caesaraugusta , Celsa, Calagurris) y del Noreste peninsular (Ilerda y Bolsean). Pero sobre todo destacan las colecciones cerámicas más singulares de este yacimiento como son las monocromas y polícromas. En gran medida esta amplia documentación arqueológica encuentra acomodo en la ciudad infrapuesta a la de época imperial, pero no es fácil documentar las destrucciones del 75 a.C. y del 29 a.C. planteadas por Wattenberg (1963), que además no aparecen citadas en la Fuentes. Una adecuada atribución urbanística, en la que se valore la traza de la ciudad y la cultura material, nos indica una proximidad en el tiempo de esta ciudad con la dispuesta encima de época imperial romana; es decir, la ciudad de época imperial parece resultado de replanteamientos y acondicionamientos a partir de aquélla. La ciudad de época imperial romana se ajusta en general al trazado de la ciudad anterior, apareciendo como el resultado de un progresivo acondicionamiento de los espacios habitados y de los edificios "públicos" a la manera de hacer romana, como se acusa en la casa de los peristilos del barrio sur.
También algunas calles y zonas sufrieron sensibles rectificaciones, reflejadas en la superposición de alineaciones y en la realización de desagües, pero en general esta ciudad careció de una planificación y actuación edilicia romana, mostrando una aspecto tan rural en su acondicionamiento y tratamiento de materiales como la anterior, mostrando un aspecto más próximo a un núcleo indígena poco o mal romanizado. Las cerámicas sigülatas están presentes desde un momento tardo-augusteo, primero con la cerámicas itálicas, después con las gálicas y posteriormente con las hispánicas, que llegarán a Numancia básicamente desde el alfar de Tricio (La Rioja), que abastecerá a la ciudad hasta sus momento finales, continuando así las relaciones con el valle del Ebro (Romero 1985: 308). Estas relaciones se verán también impulsadas por el paso de la vía 27 del Itinerario de Antonino, que vadeaba el Duero a los pies de Numancia y que estará vigente desde época augustea (Saavedra 1861). A partir del siglo III se acusa un decaimiento de la vida de la ciudad -a finales del siglo III se fecha la construcción de la muralla Bajo Imperial y las últimas remodelaciones constructivas (González Simancas 1926; Wattenberg 1963)-, reflejada en la reducción de las cerámicas sigülatas y de los hallazgos monetales (los últimos corresponden al siglo IV). Numancia no volverá ya a recuperarse, ya que a lo largo de los siglos IV y V se conocen escasos restos de sigillata tardía (Romero 1985: 308) y escasos son también los restos visigodos del siglo VI, lo que permite suponer la existencia de un reducido núcleo poblacional, que probablemente estuviera vigente aún en el siglo X, cuando se cita a Garrahe, origen medieval del actual Garray, que alcanzará mayor desarrollo en los siglos XII y XIII en torno a la ermita románica de Los Mártires.
Por otro lado, los datos aportados por las Fuentes (Apiano y Orosio) y los cálculos realizados en la bibliografía tradicional sobre la superficie ocupada por Numancia están lejos de ajustarse a la evidencia arqueológica, ya que ni la ciudad de época imperial romana alcanza las 22 ha, atribuidas a la celtibérica por Taracena, ni mucho menos las 150 ha, que se deducen del perímetro dado por las Fuentes. Los planteamientos de delimitación defendido para las diferentes ciudades proporcionan una valoración bastante diferente de aquélla; así la ciudad del 133 a. C. tendría una superficie de casi 8 ha (7,6 ha y 7,2 ha para Schulten); la del siglo I a.C. estaría próxima a las 9 ha y la romana imperial alcanzaría las 11 ha; aunque habría que añadir a la ciudad del 133 a.C., probablemente una zona no construida entre el muro defensivo localizado en la ladera y el núcleo urbano (nunca superior a las 4 ha) y a la ciudad imperial romana una superficie, de difícil valoración, ocupada por asentamientos artesanales y el arrabal de Saladilla, fuera del recinto murado, en la zona Este (no menos de 5 ha). A su vez, esta valoración incide también en la superficie excavada de la ciudad, que no supera las 6 ha, frente a las 11 ha mantenidas hasta ahora. Finalmente, los cálculos sobre la población de Numancia, realizados a partir del número de combatientes aportados por las Fuentes, distan mucho de los cálculos más ajustados, que proporcionan cifras por debajo de las 1.
500 o 2.000 personas, realizados atendiendo a la superficie habitada, descontando los espacios ocupados por calles y patios. Pero ello no impide admitir un mayor volumen de población, aunque no fija, por razones defensivas en los momentos de conflagración bélica. BIBLIOGRAFÍA ARGENTE, J. L. (1994): Las fíbulas de la Edad del Hierro en la Meseta Oriental. Valoración tipológica, cronológica y cultural. Excavaciones Arqueológicas en España, 168. Madrid. ARLEGUI, M. A. (1986): Las cerámicas monocromas de Numancia. Memoria de Licenciatura. Univeridad Complutense (inédita). CABRÉ, E.; MORAN, J. A. (1979): Ensayo tipológico de las fíbulas con esquema de La Téne en la Meseta Hispánica. Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, 11-12: 5-26. CABRÉ, E.; MORAN, J. A. (1982): Ensayo cronológico de las fíbulas con esquema de La Téne en la Meseta Hispánica. Boletín de la Asociación de Amigos de la Arqueología, 15: 4-27. CASA, C. DÉLA (1992): Las cerámicas medievales. Las cerámicas de Numancia (A. Jimeno, ed.), Arevacon, 17: 27. CUADRADO, E. (1972): Las fíbulas anulares de Numancia. Crónica del Coloquio Conmemorativo del XXI Centenario de la Epopeya Numantina, Zaragoza: 91-99. DOMÍNGUEZ, A. (1979): Cecas Ibéricas del Valle del Ebro. Zaragoza. ESPINOSA, U. (1984): Las ciudades de Arévacos y Pelendones en el Alto Imperio. Su integración jurídica. J" Symposium de Arqueología Soriana, Soria: 307-324. FERNÁNDEZ MORENO, J.
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A su vez, como hemos apuntado anteriormente, este tema está relacionado con la recuperación y difusión de este yacimiento arqueológico, que se está llevando a cabo a través del Plan Director, patrocinado por la Dirección General de Patrimonio y Promoción Cultural de la Junta de Castilla y León, que tiene como finalidad la coordinación integrada de todas las actuaciones (conservación, investigación, difusión y gestión) para la conservación y puesta en valor de un elemento de nuestro Patrimonio Arqueológico tan significativo como es Numancia. 2. FUNDACIÓN DE NUMANCIA Y ORIGEN DEL URBANISMO EN LA CELTIBERIA En relación con el momento de la fundación de Numancia existen diferentes planteamientos; así Schulten y otros autores la situaron hacia el 300 a.C., con la ocupación del territorio por los iberos y la necesaria reorganización del poblado (Schulten 1945: 19; Salinas 1986: 84); esta fecha será rebajada algo por Taracena, ante la ausencia de determinadas armas (1941: 70); Wattenberg, por el contrario, era partidario de relacionar su fundación con los acontecimientos del 153 en relación con Segeda y el traslado de los segedenses a Numancia en busca de refugio (1960: 156). No contamos con noticias y documentación arqueológica precisa que nos permita señalar con exactitud el momento del surgimiento de las ciudades celtibéricas; sabemos de su existencia en los inicios de la conquista, pero desconocemos la antigüedad de su origen.
No obstante, la valoración de diferentes noticias sobre algunas ciudades nos llevan a admitir para el desarrollo del urbanismo un momento tardío y sólo ligeramente anterior al inicio de la conquista romana e incluso algunos aspectos de dinamización de este fenómeno, como la escritura y la moneda, tienen lugar ya bajo control romano. Las fuentes, en relación con la conquista de la Celtiberia, aportan algunos datos indicadores de la fundación de ciudades en ese momento. La noticia más antigua sobre la zona del Alto Duero se refiere a la incursión de Graco en el 195 que llegó al sur de la región hasta Segontia y, de creer a Aulo Celio, hasta la propia Numancia, lo que supondría admitir ya la existencia de Numancia, pero esta cita ha suscitado siempre serias dudas. Diodoro y Apiano se refieren, con motivo de las acciones de Fulvio Flaco en el 181, a la recién fundada y fortificada ciudad de Complega, que había crecido rápidamente, por haberse refugiado gentes que carecían de tierras. Con la firma del tratado de Graco, considerado modélico y de gran duración, después de la Batalla de Mons Chaunus en el 179, se limitaba a los indígenas la construcción de ciudades. Se atribuye ahora a Graco la fundación de Gracurris (Schulten 1957). Finalmente será el conocido episodio, en el 153, de la reestructuración de la ciudad bela de Segeda , que estaba congregando en la ciudad de grado o por la fuerza a los pobladores de los alrededores y entre ellos a los titos, y la ampliación del muro defensivo de 8 km de perímetro, el que provoque el enfrentamiento con Roma, por interpretar ésta que se alteraba así el tratado de Graco; por el contrario, los segedenses entendían que el tratado sólo afectaba a la fundación de nuevas ciudades pero no a la reestructuración de las existentes (Schulten 1957).
Los segedenses buscan refugio en Numancia, lo que nos lleva a entender que esta ciudad había sido fundada hacía poco y todavía estaba en pleno momento de incorporación de gentes y por supuesto dotada de buenas defensas, fue arrastrada así a la guerra de forma injustísima. En opinión de Floro, a pesar de haberse abstenido hasta entonces de participar en los combates, exigiéndoseles que entregasen las armas, que para los bárbaros era como si se les ordenase que se cortaran las manos. Sin tener que hacer coincidir necesariamente la fundación de Numancia con este episodio como opina Wattenberg (1960: 156), sí que hay que reconocer, que la fundación de esta ciudad y del resto de las ciudades de esta zona -como Uxama y Termes -, considerando los datos comentados, habría que situarla en la primera mitad del siglo II, y quizás en el primer tercio de este siglo o como mucho al final del III, sobre todo si valoramos la vigencia del tratado de Graco, que prohibía construir nuevas ciudades, y la presencia de núcleos como Uxama y Termes ya desarrollados y participando en las guerras celtibéricas a partir del 153 a.C. Posiblemente el desarrollo de las primeras ciudades en la zona del valle del Ebro fuera ligeramente anterior a la del Alto Duero. 3. ESTRATIGRAFÍA Y SUPERPOSICIÓN DE CIUDADES EN NUMANCIA Las investigaciones de Numancia estuvieron condicionadas por la visión transmitida por las Fuentes Clásicas de su gesta; desde el principio la investigación asumió que los restos estratigráficos, dejando a parte los dispersos de época prehistórica, correspondían únicamente a dos ciudades, una más antigua celtibérica, que no podía ser otra que la heroica Numancia, del 133 a.
C., sepultada por un "sudario" de incendio y destrucción, que la separaba de otra romana posterior, atribuida a Augusto, superpuesta y acomodada, en gran medida, el trazado de la anterior (W.AA. 1912; Mélida 1922; Mélida et al. 1924; Taracena 1941: 70-71). Los trabajos de la Comisión de Excavaciones del siglo XIX, dirigidos por Saavedra, ya hablaban de tres momentos de ocupación en el cerro de la Muela -celtibérico, romano, medieval-. La Comisión a principios de siglo observa la sucesión de tres poblaciones: la primera prehistórica "neolítica" (sólo reconocida en algunos lugares); la segunda "ibérica", que es la que documentaba la civilización arévaca (con restos celtibéricos y una potencia entre los 0.60 y 1,50 m. cubierta con la capa de tierra y adobes de color rojo del incendio de la ciudad); la tercera población "celtibero-romana" (con un espesor de unos 50 cm) (W.AA. 1912: 10). Pero el análisis de la superposición de muros y estructuras arquitectónicas en la ciudad ofrecen en los demás trabajos una mayor complejidad de estratigrafías y superposiciones arquitectónicas. Así, los trabajos de Schulten, realizados en la ciudad un año antes de los de la Comisión, diferenciarán dos momentos prehistóricos, uno con útiles neolíticos, y otro con vasos de época hallstáttica, y tres niveles más que denominó "ibérico", "iberorromano" y "romano", que identificó en estructuras superpuestas localizadas en la manzana IV, admitiendo una continuidad de ocupación a partir del 133 a.
C. y a lo largo del siglo I a.C. Se podría suponer pues que a partir del años 133 a.C., "o algunos iberos comarcanos, tal vez los que recibieron las tierras de los numantinos, les fue permitido establecerse en las ruinas". Este pequeño establecimiento desapareció luego al levantarse la ciudad romana (Schulten 1945: 255). Será, no obstante, González Simancas, que realizó trabajos paralelos a los de la Comisión, tratando de documentar el sistema defensivo de la ciudad, quien llama la atención sobre la existencia de más de un nivel de incendio. Distingue dos momentos prehistóricos (neolítico y hallstáttico) y en relación con la ciudad diferencia una muralla preescipiónica, dos ciudades incendiadas celtibéricas, una ciu-ad romana imperial y otra del Bajo Imperio; también alude a restos altomedievales (González 1926: 39), pero estas observaciones no serán tenidas en cuenta. Los trabajos de Wattenberg (1960, 1963 y 1965) recogerán lo apuntado por González Simancas, reinterpretando las estratigrafías proporcionadas por Koenen (arqueólogo que trabajó con Schulten), '"tendríamos un conjunto completo de niveles que nos llevarían desde las cerámicas célticas cordonadas hasta la invasión posterior a la invasión francoalemana" (Wattenberg 1963: 20). Wattenberg atenderá cuidadosamente y entresacará de los textos clásicos aquellos momentos en los que Numancia se vio involucrada en conflictos bélicos y sería destruida, relacionando los tres niveles de incendio que ofrecen estas estratigrafías con otros tantos momentos históricos, que relaciona con el 133 -el más potente-, un segundo que sitúa entre el 133 y el 75 a.
C. y el tercero entre este año y el 29 a.C., con el inicio de las campañas contra vacceos, cántabros y astures (1963: 20-22). Para Wattenberg, las dos plantas de ciudades -consideradas celtibérica y romana-, recogidas en el plano clásico de Taracena, serían posteriores al 133 y su urbanismo se explicaría por ser obra romana; trazado que se conservó y aprovechó posteriormente en época imperial (fig. 1). Los trabajos estratigráficos tienen dificultad para dar con el nivel del 133 a.C. Si aceptamos la estratigrafía de Wattenberg, la Numancia indígena nos es mucho mejor conocida a partir del 133. Por otro lado, las fechas más recientes, que resultan de esta interpretación estratigráfica para las cerámicas numantinas, son afirmadas por trabajos posteriores, que han establecido relaciones entre la iconografía numantina y las acuñaciones monetarias indígenas, manteniendo la idea de que la figura humana se incorpora al repertorio iconográfico numantino, al igual que algunos otros elementos, bajo la influencia romana e, incluso, prolongándose las polícromas a los inicios del Imperio (Romero 1976: 177-189). Pero a su vez este esquema tiene también algunos puntos débiles. En primer lugar, todas las conclusiones estratigráficas se deducen de cortes practicados en una superficie reducida de la ciudad; ofrece una visión de la ocupación de Numancia continuista, sin interrupciones, desde la base indígena más antigua hasta la época imperial romana; finalmente resulta evidente en esta interpretación el dirigismo que ejercen los acontecimientos bélicos, acaecidos en la Celtiberia, narrados en las Fuentes, y es problemático que éstos queden reflejados tan minuciosamente en una parte reducida de la Ciudad.
En el futuro habrá que conocer los datos estratigráficos del cerro en su totalidad, que posibiliten confeccionar una estratigrafía general, que nos permita valorar más atinadamente estos trabajos. 4. DATOS HISTÓRICOS Y ARQUEOLÓGICOS SOBRE EXTENSIÓN Y POBLACIÓN DE LA NUMANCIA DEL 133 A.C Apiano Alejandrino considera a Numancia "la ciudad más poderosa", calculando para el perímetro de la ciudad 24 estadios (Mélida 1922: 170). Paulo Orosio se expresa con cierta contradicción, pues escribe que Numancia "estaba comprendida en un muro de 3000 pasos de perímetro, aunque aseguran algunos que ocupaba reducido espacio y carecía de muralla". Los 24 estadios de Apiano, con la equivalencia de 185 metros por estadio, suponen un total de 4440 m de perímetro. Estos datos de Apiano y Orosio suponen una superficie para la ciudad de unas 150 ha, lo que no responde a la realidad de la topografía y la documentación arqueológica. La extensión de este perímetro, abarcaría desde el Duero hasta el Este del Campamento de Valdeborrón y desde la iglesia de Garray al caserío de Carrejo; pero teniendo en cuenta, que la longitud del eje este-oeste de la ciudad queda rigorosamente precisada en 310 metros por el hallazgo de dos tramos de muralla, todavía habría que suponer mayor el eje Norte-Sur (Taracena 1941: 71). Se pensó que la meseta que ocupa Numancia, de figura elíptica (500 m de norte a sur, y unos 260-310 m de este a oeste), más elevada hacia el centro, con declives en derredor y un mayor pronunciamiento hacia el Sur, correspondía sólo a la acrópolis, pero que la ciudad era más extensa.
Esta mayor extensión se apoyó en los restos de casas y calles halladas en la vertiente oriental y en la vertiente norte, junto a la ermita de los Mártires y, aún más abajo, al lado del actual cementerio de Garray. La consideración de estos hallazgos llevó a conjeturar un cálculo para la extensión de la ciudad de más de 1000 m de Norte a Sur, y de unos 800 de Este a Oeste, suponiendo que la vertiente occidental y sur, por sus características, no debieron permitir fácilmente la expansión del poblado; pero sí se valoran los restos, interpretados como cuadras, descubiertos al sudeste, en la vega del Merdancho. Schulten ajustándose al texto de Apiano imaginaba a Numancia sin defensa exterior, alcanzando hasta la confluencia del Duero y el Merdancho e incluyendo el arrabal de Saledilla, dedicando el terreno de las vertientes hasta un total de 93 hectáreas para acoger los pueblos refugiados y coronada por una acrópolis murada de 7,2 hectáreas (Schulten 1914-31, 1945). Esta interpretación fue compartida en general y así lo expresaba Mélida (1922: 173), cuando decía "es bien admisible la común opinión, fundada en esas mismas circunstancias, de que en la meseta debió vivir la parte principal de la población, y en las vertientes la población rural y el ejército" (fig. 2). Taracena planteó objeciones a esta explicación de Schulten por no encontrar contrastación arqueológica, ya que las exploraciones demostraron la esterilidad de toda la gran llanura meridional, y consideró que la ciudad compacta y murada era mucho mayor de 7,2 hectáreas.
Las exploraciones, según Taracena, demostraron que la ciudad por el Oeste y Sur no pasaba de la cumbre del cerro y por el norte y este llegaba a poco más de media ladera, con ejes de 310 y unos 720 metros respectivamente, y superficie intramuros de unas 22 hectáreas o 24 si se incluye el arrabal de Saledilla, siendo la mayor del territorio arévaco (Taracena 1941. 71) (fig. 2). Los cálculos actuales sobre la realidad arqueológica conocida distan mucho de alcanzar esta cifra. En cuanto al número de habitantes encontramos en las Fuentes Clásicas diferentes referencias (fig. 3). Así, Floro, Livio y Orosio, atribuyen a Numancia, para los años 143 y 133 a.C., 4.000 combatientes (o unos 16.000 habitantes); Apiano, 8.000 soldados antes de la guerra, y Veleyo indica que esta ciudad nunca armó más de 10.000 de sus propios hombres (Schulten 1957). En relación con la superficie de la ciudad y la producción del territorio, Schulten calcula que la población militar de Numancia en tiempo normal sería de unos 2.000 guerreros (8.000 habitantes), y se refiere a guerreros de la comarca, no de la ciudad (Schulten 1914-31, 1945); cálculo que, según Taracena, resulta acertado desde el punto de vista económico y también referido a la superficie de 22 hectáreas calculada por este autor (unos 100 metros cuadrados por vivienda familiar, descontadas las calles); pero es insuficiente en la superficie de 10,2 hectáreas en que Schulten totaliza la ciudad alta y Saledilla, pues las casas numantinas miden más de 50 metros cuadrados de planta (Taracena 1941: 71).
5. CARACTERÍSTICAS DE LAS PLANTAS URBANAS CONOCIDAS Los trabajos de la Comisión de Excavaciones documentaron dos ciudades superpuestas y cuyo trazado coincide en gran medida. La amplia superficie excavada muestra unas diecinueve calles y veinte manzanas, que permiten conocer su trazado y organización en torno a dos largas calles paralelas de ejes nordeste-sudoeste, cruzadas por otras once también paralelas de dirección Este-Oeste -mayor número de calles en esta dirección contraria al viento norte dominante-, formando una retícula uniforme, sin dejar espacios libres o plazas, pero los encuentros de las calles son escalonados para evitar las corrientes de aire. Esta cuadrícula, con el centro ligeramente desplazado hacia el Oeste de la meseta, queda envuelta al Occidente por una calle semicircular paralela a la muralla que por el sur dobla pronto, internándose en la ciudad, y tiene todavía en esta dirección otras tres calles paralelas que parecen formar nuevos anillos concéntricos exteriores (fig. 4). Un cerco murado se conoce en el cuadrante noroeste y en un pequeño tramo del Nordeste. Esta última zona es de sección trapecial de 3,40 m de anchura en la base, formada con cantos rodados sin carear, conservado con dos metros de altura, precedida de un pequeño antemuro con viviendas adosadas al interior, como en todos los poblados celtibéricos. En el Noroeste tiene los mismos materiales y sección, pero es de espesor muy desigual y va aislado por una estrecha calle de ronda.
Sólo se han descubierto hasta ahora dos puertas de acceso a la ciudad, ambas en el cuadrante Noroeste y formadas por una simple interrupción del muro. Las calles son de empedrado de canto irregular, con aceras de grandes cantos rodados y dotadas de piedras pasaderas a intervalos regulares para cruzar el arroyo. Las manzanas rectangulares y las viviendas yuxtapuestas, de múltiples formas, corresponden mayoritariamente a época imperial romana; no obstante, el trazado de la ciudad inferior, al que se ajusta la superior, queda evidente en los arroyos de las calles, descubiertos por debajo de los de la ciudad superpuesta, y en alguna zona de casas rectangulares de tipo celtibérico. Las casas de la ciudad infrapuesta son de zócalos de mampostería seca, de canto de rio sin carear y elevación de cestería de ramas manteada de barro; las divisiones interiores son generalmente de adobe y las cubiertas debieron ser de ramaje y tierra. Por lo general tienen bajo la habitación de entrada una cueva o bodega entre 1,50 a 2 m de profundidad, donde se guardaban los alimentos. Las casas de la ciudad romana superior son de piedra con cubierta vegetal y de mayores dimensiones y complejidad funcional, también con estancias subterráneas (Mélida 1922; Mélida et allí 1924; Taracena 1941; Ortego 1967; Jimeno et allí 1990). 6. LA HUELLA DE LAS SUCESIVAS CIUDADES SOBRE EL PLANO DE LA CIUDAD El análisis de esta planta visible de la ciudad, a través de los planos y fotografías aéreas disponibles, tanto antiguos como modernos, nos ha permitido diferenciar aquellas líneas e irregularidades que se apartan del trazado armónico de la urbanística conocida y que creemos que son huella de los sucesivos trazados urbanos que se sucedieron en el cerro de la Muela de Garray.
Al conocimiento de la urbanística y de la información aportada por las excavaciones hay que añadir los datos proporcionados por la foto-grafía aérea, a través de diferentes vuelos, antiguos y modernos, en blanco y negro, color e infrarrojos. El conjunto de toda esta información nos ha proporcionado referencias para determinar diferentes configuraciones urbanas que deben de corresponder a distintas ciudades y/o ampliaciones de recintos urbanos inicialmente más pequeños (fig. 5). La zona sur es la que ofrece una mayor información, a la hora de analizar los sucesivos planeamientos urbanísticos. Se observa uno interior, más antiguo, de forma semicircular, a partir del cual se ajustaron las diferentes ampliaciones y/o ciudades posteriores. La ordenación semicircular vendría impuesta tanto por las características de la pendiente, como por la existencia de un cierre murado con ese geometrismo en esta zona, ya desde la ciudad celtibérica más antigua. La elección de la ladera sur como zona de expansión urbanística resulta lógica en un cerro destacado sobre el río Duero y expuesto a una climatología dura, con predominio del viento norte dominante. Las primeras ocupaciones de la Muela, correspondientes al Calcolítico-Bronce Antiguo ya escogieron esta zona más protegida del viento y con mayor insolación que proporcionan a esta ladera unas condiciones más aceptables, sin desestimar su carácter defensivo (Fernández Moreno 1985). La zona Norte es zona poco apta para lugar de habitación por su situación climática desfavorable, mientras que las laderas Oeste y Este son las de mayor pendiente.
6.1. El trazado de la ciudad del 133 a.C. El núcleo urbano más antiguo, la ciudad del 133 a.C., está determinado por la alineación semicircular más interna de la zona sur, correspondiente al cierre de la muralla en este lado. Esta alineación más interior queda reflejada en el lado Oeste, por las adaptaciones constructivas posteriores que sufrió esta zona, al ser ampliado el espacio habitable hasta una nueva línea defensiva. Como consecuencia de esta adaptación, la zona más exterior de las manzanas en este lugar acusa una ligera flexión a la altura de la anterior alineación. Por la zona Este es la fotografía aérea y los restos de excavación los que permiten señalar, con alguna duda, la línea de este perímetro, que continúa hacia el Norte, por donde cierra en forma semicircular, situándose en su zona central otra de las puertas de entrada (fig. 6). El espacio habitado de la ciudad se debió reducir a esta zona alta, que ocupa una extensión de unas 7,6 ha (7,2 ha según Schulten); pero cabe pensar que esta línea defensiva no fue la única, ya que esta muralla superior deja sin controlar diferentes zonas de acceso, por lo que hay que admitir la existencia de otro u otros recintos murados en las laderas del cerro. La interpretación de más de un recinto murado está presente desde el primer plano que conocemos de Numancia, realizado por Loperraez, en el siglo XVIII; también Schulten reparó en diferentes alineaciones, visibles en las laderas del cerro, identificándolas con líneas de defensa.
La reanudación de los trabajos arqueológicos en Numancia, en el marco del Plan Director de la Junta de Castilla y León, conlleva la documentación del sistema defensivo de la ciudad, por lo que se están realizando cortes en la ladera Oeste del cerro para su localización. Estos trabajos han revelado la gran alteración que ha sufrido esta ladera por su acondicionamiento para cultivo por medio de bancales, pero a su vez han documentado un derrumbe, cuyas características permiten relacionarlo con uno de estos muros defensivos, aunque su confirmación necesita de nuevas comprobaciones y una más amplia información. Si esta línea defensiva se confirmara tendríamos que admitir zonas libres -desde el núcleo urbano superior hasta esta muralla- susceptibles de ocupación, en caso de necesidad, por las poblaciones del entorno o aquéllos que se incorporaran a la defensa de la ciudad (caso de los segedenses), pero que nunca superaría la extensión de 4 ha. La organización urbanística de esta ciudad es difícil de determinar, ya que poseemos escasos datos sobre ella, pero las referencias arqueológicas indican una disposición de los espacios habitados y de las casas de forma diferente a la urbanística conocida posteriormente. Esta diferencia se apoya en el análisis de la distribución de materiales arqueológicos, que de este momento hemos realizado sobre el plano de Numancia, pudiendo comprobar como estos restos (diferentes tipos de fíbulas), que podrían remontarse al 133 a.
C., no se insertan en las manzanas de casas conocidas, produciéndose su localización a lo largo de las calles, en las que se ha utilizado material echadizo anterior o se ha profundizado frecuentemente hasta el manto natural, descubriendo los restos de la ciudad más antigua; lo que nos hace sospechar que estos espacios pudieron estar destinados en un trazado inicial a casas, y estar indicando un plan urbanístico diferente del que ahora conocemos. Arqueológicamente encontramos bases para documentar la existencia de esta ciudad en los hallazgos numismáticos, ya que los ejemplares más antiguos se fechan desde el 195 al 133 a.C., destacando como más abundante el numerario romano republicano (22 ejemplares) y después el ibérico (destaca Secaisa con 5 ejemplares). La abundancia del numerario republicano hay que relacionarlo con la presencia de los ejércitos romanos en esta zona con motivo de las Guerras Celtibéricas (153 a 133 a.C.). Por otro lado, unas doscientas fíbulas de diferentes tipos: anulares, de pie vuelto con remate terminal, de La Téne I, de doble prolongación, de torrecilla, de disco, de La Téne U, de los tipos de caballito, toro o ave, aportan una mayor confluencia cronológica desde finales del siglo III al tercer cuarto del siglo II a.C. (Cuadrado 1972: 99; Cabré y Moran 1979: 5-26; Argente 1994: 215-252), lo que apoya el marco cronológico propuesto. A este momento deben de corresponder las escasas armas halladas en la ciudad, que se reducen a algunas empuñaduras de espadas, tres puñales biglobulares, algunas puntas de lanza y cuchillos curvos, que armonizan bien con los tipos hallados en las necrópolis celtibéricas de este momento (Lomo 1994: 236-242) y en la conocida de Numancia (Jimeno y Morales 1993, 1994).
6.2. La ciudad del siglo I a.C. Un segundo trazado semicircular en la zona sur, que señala un recinto murado existente, hay que relacionarlo con la ciudad del siglo I a.C. Parte de esta alineación queda cubierta por las casas con peristilos correspondientes a la ciudad imperial posterior, lo que explica la gran diferencia de desnivel entre los peristilos, dispuestos fuera y al pie de la muralla, de la zona de habitación más elevada por ocupar el aterrazamiento de la misma (fig. 7). Esta ampliación presenta casas rectangulares de tipo celtibérico apoyadas en la muralla, como las que documentó Schulten. Este autor, como ya hemos apuntado anteriormente, detectó en la manzana IV, por debajo de las casas de época imperial romana, dos niveles superpuestos de casas rectangulares, adosadas a las murallas, pero con diferencia en su orientación, atribuyendo las más inferiores a la ciudad del 133 a.C. y las intermedias a una ciudad del siglo I a.C. Pero cabe suponer que estos dos niveles de construcciones rectangulares, por debajo de la ciudad romana, correspondan a diferentes trazados del siglo I a.C. (fig. 8). Esta ampliación y semicírculo de casas adosadas a la muralla están separadas del semicírculo más antiguo por una calle de ronda. La conexión de esta calle de ronda más interior -en el resto de la ciudad discurre entre la muralla y las manzanas de casas- con la alineación más exterior de los lados oeste y este se realiza por un forzado ángulo, que deja en evidencia la disparidad en la ejecución de ambos tramos.
La superficie del espacio ocupado por esta ciudad alcanza algo más de 8 ha; es decir, aproximadamente ocuparía una hectárea más que la calculada para la ciudad anterior. La Comisión de Excavaciones Arqueológicas identificó, a principios de siglo, esta ciudad con la heroica Numancia del 133 a.C. "Como es sabido en el cerro hay restos de dos ciudades: la Numancia celtíbera, destruida por incendio intencionado de sus defensores por no rendirse a Escipión, y la romana, la cual fue levantada sobre la primera, habiendo utilizado sus escombros para el relleno al hacer la explanación" (Mélida et alii 1924). A esta ciudad corresponde la base del trazado reticular que conocemos en la urbanística de Numancia, al que se ajustará en gran medida la ciudad imperial posterior. Por otro lado, esta ciudad dispone en los lados este y oeste la línea de muralla algo más saliente, que se mantendrá en los trazados posteriores, así como una disposición más adelantada de la línea de muralla con su puerta en el lado norte. Las calles de esta ciudad presentan cierta irregularidad en su ejecución y trazado y están empedradas con cantos rodados de desigual tamaño. En el arroyo se disponen grandes piedras brutas sin ninguna regularidad, para utilizarlas como pasaderas de una acera a otra. Las plantas de las viviendas celtibéricas son rectangulares o trapezoidales, de unos 12 metros de largo por 3 a 6 metros de ancho, y su basamento estaba realizado con mampostería; el alzado de las paredes y los muros interiores, separadores de estancias, se construían con postes de madera y muros de adobe o tapial de unos 30 a 45 cm de grosor.
Los enlucidos eran de barro y cal y la techumbre se realizaba con armadura de madera y cubrimiento de ramaje. Estaban divididas en tres estancias; en la central aparecía un hogar, situado en medio, y en la de entrada había una trampilla por la que se accedía a una habitación subterránea o bodega, de estructura cuadrada. Las bodegas-cueva constituyen una dependencia típica de la casa celtibérica; al parecer cada casa poseía una, con una profundidad de 1,5 a 2 m. Tenían como finalidad general el almacenamiento y conservación de provisiones (figs. 9 y 10). No obstante, algunas estaban destinadas a una función no estrictamente doméstica sino artesanal. La identificación de esta ciudad con la celtibérica del 133 a.C. supuso admitir una urbanística más avanzada y diferente de los parámetros indígenas conocidos, que se plasma en la siguiente frase de Taracena (1941) "las once hectáreas de ruinas descubiertas (solamente reconocemos unas 6 ha) hacen de Numancia la ciudad indígena de la España antigua más extensamente excavada y acusan una regularidad de trazado de calles y una tan sabia distribución, que contrasta con la rusticidad de sus propias viviendas". Pero la cronología del siglo I a.C. de esta ciudad permite explicar la planta reticular de su trazado. No estamos en condiciones de precisar el tiempo que Numancia estuvo deshabitada después del 133 a.C., pero abundantes restos hallados indican una profusa ocupación a lo largo del siglo I a.
C. Es precisamente a esta fase de la vida de la ciudad a la que hay que atribuir los restos de cultura material más característicos, como sus producciones cerámicas monocromas y policromas, que como Wattenberg y trabajos posteriores han demostrado deben de ordenarse a lo largo del siglo I a.C., e incluso las especies polícromas alcanzarán los primeros momentos del Imperio (Wattenberg 1963; Romero 1976; Arlegui 1986). De las poco más de las 300 monedas ibéricas, autónomas y romanas republicanas (Domínguez 1979; Romero y Martín 1992; Vidal 1993), el mayor número se concentra entre el 133 y el 75 a.C., consecuencia del auge de las acuñaciones ibéricas, que conlleva un mayor número de monedas y diversidad de cecas; pero también estos datos reflejan el pulso y auge de la ciudad y por tanto la presencia de una ocupación importante en este momento del siglo I a. C., lo que indica una cierta continuidad de la ocupación de Numancia con posterioridad a su destrucción, negando el supuesto de que no se volvió a ocupar hasta época augustea. La ocupación prolongada a lo largo del siglo I a.C. se refleja en el incremento de monedas a partir del 27 a.C., procedentes de cecas del entorno del valle del Ebro más próximo a Numancia (Turiaso, Calagurrís y Bilbilis) (Jimeno y Martín 1995: 187). Hemos consultado los libros de registro del Museo Numantino (las fichas del Inventarío General y Catálogo sistemático del antiguo Museo Numantino no están lamentablemente disponibles) buscando información, inexistente en la memorias publicadas, sobre la situación topográfica de las monedas y su posición estratigrafía.
Los escasos datos disponibles se concretan en la Manzana I; así en la habitación 55, a 3,50 m de profundidad, se cita una moneda de Ilerda asociada a una fíbula de pie vuelto; en la habitación 57, a 3,10 m de profundidad, se halló una moneda de Celsa (por núm. de inventarío corresponde a un as de Aregoratas del primer tercio del s. I a.C.), copa de barro de pie corto (Wattenberg 725) y disco de plomo; en la habitación 73, a 3 m de profundidad, se recogió una fíbula de pie vuelto tangente al arco, otra terminada en cabeza de animal, brazalete de bronce con espirales de extensión, ases republicanos (10418 y 10419), anilla de bronce, fíbula de pie vuelto, husillo de barro moreno con incisiones; ya 3,75 m, ocho denarios de Bolsean (del 80 al 72 a.C.) y uno de Turiaso de fines del s. II o inicios del I a.C. (Jimeno y Martín 1995: 187-188). Estas asociaciones y referencias estratigráficas apoyan la existencia de la ocupación de Numancia a lo largo del s. I a.C. y sitúan en este momento la ciudad celtibérica inferior hallada por debajo de la ciudad romana, sin que podamos determinar con claridad, si como apuntó Wattenberg hubo dos destrucciones, una con motivo de las Guerras Sertorianas, en el 75 a.C., y otra con motivo de las Guerras Cántabras, en el 29 a.C. No hay datos suficientes que avalen la destrucción de Numancia en época de las Guerras Sertorianas, ya que las Fuentes no mencionan la participación de esta ciudad. Esta supuesta implicación deriva de la vinculación, realizada por Schulten, de los campamentos IV y V de la Gran Atalaya a Pompeyo, que destruyó Clunia en el 72 a.
C. y que según este autor había montado su campamento en la Gran Atalaya de Renieblas, cerca de Numancia, en el verano del 75 y en el 74 a.C. Pero la cronología mantenida por Schulten no coincide con los datos aportados por las monedas y otros restos arqueológicos, como las ánforas. Se conocen seis monedas ibéricas y nueve monedas romanas con una fecha no inferior al 135-130 a.C. (Hildebrant 1979: 268) y además se asocian con tipos anfóricos del tipo "campamentos numantinos", fechados con anterioridad al 133 a.C. (Sanmartí 1985: 150), que obligan a relacionar este campamento con las actividades de Escipión y el cerco de la ciudad en el 134 y 133 a.C. (Jimeno y Martín 1995: 186). Tampoco la destrucción del 29 a.C. está atestiguada por las Fuentes, aunque estratigráficamente sí se documenta, como hemos apuntado, una ciudad por debajo de la de época imperial romana. 6.3. La ciudad de época imperial romana Se ajusta en gran medida al planeamiento de la ciudad del siglo I a.C., ya que mantiene la misma alineación por los lados norte, este y oeste, pero se verá ampliada considerablemente por la zona sur. La primera de estas nuevas alineaciones se relaciona, como hemos dicho anteriormente, con las casas de los peristilos con columnas toscanas, que cabe situar en los primeros momentos del Imperio, y el resto de la ampliación, así como las mejoras en la urbanística, pueden relacionarse con los primeros siglos del Imperio, ya que Numancia alcanzará probablemente el rango de "municipium" con los Flavios (Espinosa 1984: 310).
Esta ampliación se ordena en torno a dos largas calles: una prolongación de la calle B, calle central que atraviesa la ciudad de Norte a Sur, y otra, que se cruza con aquélla, se acomoda al trazado semicircular en el lado sureste para continuar recta hacia el suroeste; entre los espacios de estas calles se disponen otras más estrechas en retícula, en sentido contrario al del resto de la ciudad (fig. 11). Para precisar el perímetro y ocupación de esta ciudad poseemos datos bastante precisos, pues se conoce bien su planta, manzanas y calles; más problemático resulta el desglose de casas (fig. 12). La superficie de esta ciudad, que se ajusta al trazado anterior, es de 8,73 ha (5,28 ha ocupadas por las manzanas de casas y el resto por las calles); a esta superficie hay que incrementarle la ampliación de unas dos hectáreas de la zona sur, lo que representa un total que se aproxima a las 11 ha -unas 6,48 ha (60%) corresponden al espacio construido y 4,52 ha (40%) a calles-, que es la máxima superficie construida en el cerro de la Muela. Habría que añadir algunos establecimientos artesanales, probablemente alfares, fuera del recinto murado y próximos al río Merdancho, con los que hay que relacionar el arrabal de Saledilla, todo ello de época imperial, proporcionando una superficie de unas 10 ha extramuros, pero con una ocupación poblacional difícil de evaluar. La superficie total de la ciudad podría aproximarse a las 22 ha propuestas por Taracena, aunque con la sensible diferencia de que este autor se refiere a una superficie intramuros de unas 22 ha y de 24 ha si se incluye Saledilla.
La manera de hacer romana dejará su huella solamente en la ejecución más regular de sus calles, en nuevos trazados parciales y en el trabajo de la piedra más cuidado; así como en una mayor complejidad del espacio habitado, que se plasma en una mayor compartimentación; pero no se acusa en su esquema general, ni en la construcción de grandes edificios públicos. Únicamente algunas casas con patio central porticado y peristilos con columnas toscanas se apartan ligeramente de su estructura rural indígena (fig. 13). La vida de Numancia decaerá a partir del siglo III, fechándose los últimos restos romanos (algunas sigillatas tardías y monedas) en el s. IV-V (Romero 1985: 308). González Simancas (1926) documentó la construcción de una muralla del Bajo Imperio, así como destrucciones y rellenos, fechados por una moneda en época de Claudio el Gótico (268-270), que serán las últimas actuaciones urbanísticas antes de ser definitivamente asolada (Wattenberg 1963: 13-14). 7. BREVE OCUPACIÓN HASTA LA EDAD MEDIA Algunos elementos constructivos y objetos de metal permiten hablar de un pequeño asentamiento visigodo, ya que en la excavación de la manzana XIII (Mélida 1918: 22) aparecieron restos arquitectónicos: un capitel de hojas esquemáticas, imitadas de las de acanto, y una basa con ligeras molduras y con parte de fuste de una pilastra; a estos restos solamente podemos añadir dos hebillas amigdaloides y una fíbula de bronce del siglo VI. Mélida se pregunta si estos restos no corresponderían a una primitiva ermita edificada en la meseta, con anterioridad a la románica, dispuesta en la ladera que desciende a Garray .
Las exploraciones realizadas por Taracena en el entorno de Numancia, para la localización de la necrópolis celtibérica, pusieron al descubierto entre la ermita de Los Mártires, el Duero y el pueblo de Garray, una serie de pozos-silos con relleno de material del siglo XII, que corresponden al origen del poblamiento medieval del actual Garray, que aparece ya citado en la documentación medieval a partir del siglo X y del que han quedado como buen exponente la ermita románica de Los Mártires, que conserva la fecha de 1231 y en su interior una pila bautismal con arcos de herradura y figuras humanas, que se atribuye al arte mozárabe del siglo XI. A su vez, las excavaciones de Zozaya (1970 y 1971) detectaron restos de este poblamiento también en el cerro, ya que apareció en la base de uno de los muros un fragmento de jarra con vidriado morado en su interior, que se puede relacionar cronológicamente con otras cinco piezas completas, tres ollas y dos jarras (una de ellas decorada con manchas de color violáceo oscuro) halladas en torno a la ermita y que son muestra típica de las cerámicas cristianas de los siglos XI y XII (De la Casa 1992: 27). Con estos datos arqueológicos y arquitectónicos visibles podemos reconstruir aproximadamente la ubicación del poblamiento medieval del actual Garray. 8. CÁLCULOS DEMOGRÁFICOS Hemos aludido anteriormente a los datos de la población de Numancia, aportados por los autores clásicos, que resultaban excesivos incluso para Schulten y Taracena.
Schulten consideró un contingente, en tiempo normal, de unos 2.000 guerreros (contemplando una base familiar de cuatro miembros por guerrero calculó 8.000 habitantes). Taracena coincide con esta aproximación por entender que era acorde con las posibilidades económicas y con la superficie de unas 22 ha, con casas de 100 m2, que él calculó para la ciudad. Esta referencia poblacional servía para la ciudad del 133, pero Taracena contemplaba la superficie y las dimensiones de las casas por la información aportada por la ciudad superior, asumiendo la coincidencia de trazado y superficie ocupada por las dos ciudades superpuestas. Podemos hacer una aproximación al número de habitantes de esta ciudad, centrándonos en los datos que aporta la planta de época imperial romana, con unas 10,7 hectáreas de superficie total, de las que 6,48 ha corresponden a la superficie habitada, ya que 4,52 ha estarían destinadas a calles, lo que proporciona un número de unas 648 casas, de 100 m2, que multiplicado por 4 ocupantes, superan en poco los 2.500 habitantes; pero la superficie destinada a casas sería aún menor, ya que habría que valorar los espacios destinados a patios interiores dentro de las manzanas, así como las destinadas a edificios públicos, actividades artesanales o tiendas, lo que permite pensar en una cifra no muy superior a los 2.000 habitantes. Las ciudades anteriores dispondrían de una menor superficie, aunque es probable que unas estructuras habitacionales algo más pequeñas (entre casa y patio, algo más de 80 m2), pero quizá mayor superficie de espacios libres; así la ciudad del siglo I a.
C., admitiendo una estructura similar a la superior, pero en una superficie de 8,73 ha, de las que se habitan unas 5,28 ha, en las que caben 628 casas, de 84 m2, y 528, de 100 m2, que aportan un contingente entre 2.000 y 2.500 habitantes (probablemente con la valoración de espacios libres no alcanzaría los 2.000 habitantes); una cifra algo inferior en superficie construida de habitación (4,35 ha de las 7,2 ha totales), tiene la ciudad del 133 a.C., lo que supondría atendiendo a las referencias anteriores cifras inferiores a las comentadas. 9. CONCLUSIONES La importancia de Numancia como lugar idóneo para ser habitado a lo largo de las condiciones socio-políticas que se produjeron desde época celtibérica a la Edad Media, queda constatado por la sucesión del poblamiento en el cerro de La Muela a lo largo de tan dilatado periodo de tiempo. Esta continuidad poblacional se prolonga de hecho hasta el momento actual, aunque ya al pie de Numancia, en el actual Garray, continuador de su antecedente medieval. La continuidad poblacional en este punto hay que relacionarla con su posición estratégica en el vado del río Duero, justamente donde se juntan Duero y Tera, y donde confluyen todos los caminos radiales del circo montañoso de la Serranía Norte que permiten la alternancia ganadera de las zonas más bajas, más adecuadas para los pastos de invierno, con las de alta montaña, idóneas para los pastos de verano. A su vez, algunos de estos caminos permiten la comunicación con la zona Riojana y el valle del Ebro, como son los puertos de Piqueras y Oncala.
A estas vías de comunicación se unen las que desde la zona oriental comunican el valle del Ebro con la Meseta, sobre todo la del río Queiles, convertida en la conocida vía 27 del Itinerario de Antonino, que desde Caesaraugusta (Zaragoza) se dirigía a Asturica (Astorga), pasando al pie de Numancia y vadeando el rio en este punto. Los escasos datos arqueológicos que podemos manejar, así como las referencias de las Fuentes, permiten pensar en la fundación de Numancia hacia los inicios del s. II a.C. Pero la evolución urbanística de Numancia nos indica al menos cuatro fases de ocupación y/o ampliación, lo que se aproxima más a la estratigrafía referida por González Simancas (1926) y Wattenberg (1963), que demuestra ser más real, y acorde con la información arqueológica, que la difundida por la Comisión de Excavaciones Arqueológicas, que solamente diferenciaba dos ciudades, relacionando necesariamente la inferior con la del 133 a.C, sin reparar que las cerámicas monocromas y polícromas asociadas a ésta, así como la numismática nos está indicando un momento avanzado del s. I a.C. La ciudad del 133 a.C. es difícil de documentar urbanísticamente, pero todavía ofrece más confusión estratigráficamente, como ya apuntó Wattenberg (1963: 17-25). No obstante, existen restos de cultura material, como la numismática y los conjuntos de metales (fíbulas y algunas armas), que prueban su existencia; aunque tengamos un mayor conocimiento e información por las Fuentes Clásicas.
No obstante será la necrópolis celtibérica de este momento, en proceso de excavación, la que aportará un mejor conocimiento sobre aspectos socio-económicos de esta ciudad. No sabemos el tiempo que Numancia pudo estar desocupada después de la destrucción del 133 a. C.; pero todo indica que tuvo una intensa ocupación a lo largo del siglo I a.C., como lo prueba la numismática, con un incremento de las acuñaciones indígenas con anterioridad al 75 a.C., continuando a lo largo de este siglo, que indican relaciones con ciudades del valle del Ebro (Bilbilis, Turiasu, Caesaraugusta , Celsa, Calagurris) y del Noreste peninsular (Ilerda y Bolsean). Pero sobre todo destacan las colecciones cerámicas más singulares de este yacimiento como son las monocromas y polícromas. En gran medida esta amplia documentación arqueológica encuentra acomodo en la ciudad infrapuesta a la de época imperial, pero no es fácil documentar las destrucciones del 75 a.C. y del 29 a.C. planteadas por Wattenberg (1963), que además no aparecen citadas en la Fuentes. Una adecuada atribución urbanística, en la que se valore la traza de la ciudad y la cultura material, nos indica una proximidad en el tiempo de esta ciudad con la dispuesta encima de época imperial romana; es decir, la ciudad de época imperial parece resultado de replanteamientos y acondicionamientos a partir de aquélla. La ciudad de época imperial romana se ajusta en general al trazado de la ciudad anterior, apareciendo como el resultado de un progresivo acondicionamiento de los espacios habitados y de los edificios "públicos" a la manera de hacer romana, como se acusa en la casa de los peristilos del barrio sur.
También algunas calles y zonas sufrieron sensibles rectificaciones, reflejadas en la superposición de alineaciones y en la realización de desagües, pero en general esta ciudad careció de una planificación y actuación edilicia romana, mostrando una aspecto tan rural en su acondicionamiento y tratamiento de materiales como la anterior, mostrando un aspecto más próximo a un núcleo indígena poco o mal romanizado. Las cerámicas sigülatas están presentes desde un momento tardo-augusteo, primero con la cerámicas itálicas, después con las gálicas y posteriormente con las hispánicas, que llegarán a Numancia básicamente desde el alfar de Tricio (La Rioja), que abastecerá a la ciudad hasta sus momento finales, continuando así las relaciones con el valle del Ebro (Romero 1985: 308). Estas relaciones se verán también impulsadas por el paso de la vía 27 del Itinerario de Antonino, que vadeaba el Duero a los pies de Numancia y que estará vigente desde época augustea (Saavedra 1861). A partir del siglo III se acusa un decaimiento de la vida de la ciudad -a finales del siglo III se fecha la construcción de la muralla Bajo Imperial y las últimas remodelaciones constructivas (González Simancas 1926; Wattenberg 1963)-, reflejada en la reducción de las cerámicas sigülatas y de los hallazgos monetales (los últimos corresponden al siglo IV). Numancia no volverá ya a recuperarse, ya que a lo largo de los siglos IV y V se conocen escasos restos de sigillata tardía (Romero 1985: 308) y escasos son también los restos visigodos del siglo VI, lo que permite suponer la existencia de un reducido núcleo poblacional, que probablemente estuviera vigente aún en el siglo X, cuando se cita a Garrahe, origen medieval del actual Garray, que alcanzará mayor desarrollo en los siglos XII y XIII en torno a la ermita románica de Los Mártires.
Por otro lado, los datos aportados por las Fuentes (Apiano y Orosio) y los cálculos realizados en la bibliografía tradicional sobre la superficie ocupada por Numancia están lejos de ajustarse a la evidencia arqueológica, ya que ni la ciudad de época imperial romana alcanza las 22 ha, atribuidas a la celtibérica por Taracena, ni mucho menos las 150 ha, que se deducen del perímetro dado por las Fuentes. Los planteamientos de delimitación defendido para las diferentes ciudades proporcionan una valoración bastante diferente de aquélla; así la ciudad del 133 a. C. tendría una superficie de casi 8 ha (7,6 ha y 7,2 ha para Schulten); la del siglo I a.C. estaría próxima a las 9 ha y la romana imperial alcanzaría las 11 ha; aunque habría que añadir a la ciudad del 133 a.C., probablemente una zona no construida entre el muro defensivo localizado en la ladera y el núcleo urbano (nunca superior a las 4 ha) y a la ciudad imperial romana una superficie, de difícil valoración, ocupada por asentamientos artesanales y el arrabal de Saladilla, fuera del recinto murado, en la zona Este (no menos de 5 ha). A su vez, esta valoración incide también en la superficie excavada de la ciudad, que no supera las 6 ha, frente a las 11 ha mantenidas hasta ahora. Finalmente, los cálculos sobre la población de Numancia, realizados a partir del número de combatientes aportados por las Fuentes, distan mucho de los cálculos más ajustados, que proporcionan cifras por debajo de las 1.
500 o 2.000 personas, realizados atendiendo a la superficie habitada, descontando los espacios ocupados por calles y patios. Pero ello no impide admitir un mayor volumen de población, aunque no fija, por razones defensivas en los momentos de conflagración bélica. BIBLIOGRAFÍA ARGENTE, J. L. (1994): Las fíbulas de la Edad del Hierro en la Meseta Oriental. Valoración tipológica, cronológica y cultural. Excavaciones Arqueológicas en España, 168. Madrid. ARLEGUI, M. A. (1986): Las cerámicas monocromas de Numancia. Memoria de Licenciatura. Univeridad Complutense (inédita). CABRÉ, E.; MORAN, J. A. (1979): Ensayo tipológico de las fíbulas con esquema de La Téne en la Meseta Hispánica. Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, 11-12: 5-26. CABRÉ, E.; MORAN, J. A. (1982): Ensayo cronológico de las fíbulas con esquema de La Téne en la Meseta Hispánica. Boletín de la Asociación de Amigos de la Arqueología, 15: 4-27. CASA, C. DÉLA (1992): Las cerámicas medievales. Las cerámicas de Numancia (A. Jimeno, ed.), Arevacon, 17: 27. CUADRADO, E. (1972): Las fíbulas anulares de Numancia. Crónica del Coloquio Conmemorativo del XXI Centenario de la Epopeya Numantina, Zaragoza: 91-99. DOMÍNGUEZ, A. (1979): Cecas Ibéricas del Valle del Ebro. Zaragoza. ESPINOSA, U. (1984): Las ciudades de Arévacos y Pelendones en el Alto Imperio. Su integración jurídica. J" Symposium de Arqueología Soriana, Soria: 307-324. FERNÁNDEZ MORENO, J.
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