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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO IV Tomada del Castillo de San Lorenzo de Chagre, por cuatrocientos hombres enviados por Morgan a este fin desde la isla de Santa Catalina Eligió Morgan por vicealmirante de los cuatro navíos y una barca que envió a la ribera de Chagre a uno llamado Brodeli, el cual había estado largo tiempo en aquellos cuarteles haciendo grandes insolencias contra los españoles cuando Mansvelt estuvo en Santa Catalina. Llegó Brodeli con sus navíos a la vista del castillo San Lorenzo de Chagre en tres días, después que salió de la presencia de Morgan. Este tal castillo está fabricado sobre una alta montaña a la entrada de la ribera, el cual está rodeado por todas partes de fuertes palizadas bien terraplenadas. Lo superior de la montaña está como cortado en dos partes, y en medio hay un foso, cuya profundidad es de treinta pies; no tiene más que una sola entrada al castillo, y ésta por un puente levadizo; por el lado de la tierra tiene cuatro bastiones, y por el de la mar dos: la parte que mira al mediodía tiene la asperidad de la montaña, inaccesible e imposible a subir; la del norte ciñe la ribera, que es muy ancha; al pie de dicho castillo hay una fuerte torre con ocho piezas de artillería, para impedir la entrada del puerto; un poco más abajo están otras dos baterías, cada una con seis piezas de artillería para defender la ribera; a un lado del castillo están dos buenos almacenes que sirven para la provisión de municiones de guerra, y para depositar mercadurías, que traen del país alto; cerca de ellos, hay una escalera muy larga que fue hecha para subir hasta lo alto del castillo; al occidente de esta fortaleza se halla un pequeño puerto que no tiene más que seis u ocho brazadas de profundidad, bueno para pequeñas embarcaciones y muy seguro para las áncoras; hay, aún, delante de dicho castillo, a la entrada de la ribera, una roca que casi no se descubre encima de las aguas.
Desde el instante que los españoles vieron venir a los piratas, dispararon repetidas veces su artillería contra ellos, los cuales ancoraron en un pequeño puerto, una legua poco más del castillo. Por la mañana del siguiente día, saltaron a tierra y atravesaron el bosque, para hacer por aquella parte el ataque; la marcha les duró hasta las dos de la tarde, antes que pudiesen llegar a causa de la incomodidad del camino y sus lodazales y, aunque las guías que consigo llevaban les servían exactamente, no obstante, se acercaron de tal modo al castillo, que de los tiros que los españoles disparaban, los piratas perdieron muchos de los suyos, hallándose en parte rasa donde no podían encubrirse de cosa alguna. No sabían los piratas qué hacer; pues por aquella parte les era forzoso dar el ataque y siendo descubiertos desde la cabeza hasta los pies desde lo alto, se hallaban en grande riesgo si avanzaban; además, que el castillo, por su situación y fuerzas, les ponía en temores la empresa. Volverse no usaban, porque sus compañeros les escarnecerían. En fin, después de muchos debates resolvieron arriesgar el asalto (y) la vida desesperadamente, y avanzaron al castillo con sus alfanjes en mano y granadas de fuego aunque los españoles valerosamente se defendían y tiraban furiosa artillería y mosquetazos, gritando de lejos: Vengan los demás perros ingleses, enemigos de Dios y del rey. Vosotros no habéis de ir a Panamá. Después que los piratas hubieron hecho alguna prueba para subir al castillo, se vieron obligados a retirarse, quedándose en reposo hasta la noche, que volvieron para ver si, con el favor de sus granadas, podrían sobremontar el asalto y arrancar las palizadas; hicieron la prueba; cuando llegaron, un pirata fue herido con una flecha en sus espaldas que le atravesó de parte a parte y, al mismo instante, con gran valor, él mismo se la sacó por un lado del pecho y tomó un poco de algodón que tenía consigo, y lo ligó a dicha flecha que metió en su arcabuz, y disparó al castillo; que fue causa de poner en llama dos o tres casas que estaban dentro cubiertas de hojas de palma; lo cual, los españoles no advirtieron y, de este incendio, cayó fuego en una partida de pólvora que hizo grande ruina, causando notable consternación entre los españoles, que no lo habían podido remediar, por no haber visto al principio el incendio.
Como los piratas viesen el buen efecto de la flecha y el principio de desgracia de los españoles, y que estaban notablemente ocupados en apagar el fuego, por cuya causa había grande desorden en el castillo, pues no tenían dentro bastante agua para extinguirle, procuraron aprovechar de la ocasión, poniendo también fuego a las palizadas; y así se vio el incendio en un mismo tiempo por diversas partes, cuya empresa les sirvió de mucha ventaja, porque entraron por las brechas que el fuego hizo en dichas estacadas, donde hallaron que se habían caído en los fosos muchos montones de tierra, sobre los cuales subieron dentro de los mismos fosos, y a donde algunos españoles, que no estaban empleados en el incendio, echaron sobre los piratas muchos pucheros llenos de pólvora, y de hedores con mechas encendidas, todo lo cual hizo perder muchos enemigos ingleses. No obstante la furiosa resistencia que los españoles hicieron, no pudieron impedir que todas las palizadas dejasen de abrasarse enteramente antes de la media noche; y aunque el fuego era grande, los piratas no dejaron de persistir en su pretensión, echándose a gatas, y caminaban de este modo hasta cerca de las llamas, por entre las cuales disparaban muchos mosquetazos contra los españoles, que columbraban y los hacían caer de las murallas abajo. Cuando el alba envió sus crepúsculos, vieron que toda la tierra levadiza, intermedia de las estacas, había caído (y) desmoronándose, en cantidad excesiva, dentro de los fosos; de tal modo era, que los del castillo estaban ya, para los de fuera, a cuerpo descubierto y tiraron contra ellos fieramente; de donde resultó, que mataron grande número de españoles, pues el gobernador les había dado orden de no retirarse de aquellos puestos que correspondían a los montones de tierra caídos y de transportar la artillería a las brechas.
Tenía aún el fuego en el castillo su curso y los piratas desde afuera hacían lo posible para atajar su progreso, cuanto les era factible. Una parte de piratas estaban ocupados en esto y otra observaban los movimientos de los afligidos españoles; con que, cerca del mediodía los ingleses ganaron una brecha donde el gobernador estaba con veinte y cinco soldados para defenderla, después de una valerosa resistencia que los españoles hicieron con mosquetes, picas, piedras y espadas pasaron los piratas y finalmente ganaron el castillo. Los españoles que quedaron aún en vida saltaron del dicho castillo al agua, estimando más morir precipitados por sí mismos (porque pocos vivieron del asalto), que pedir cuartel. Retiróse el gobernador a un cuerpo de guardia, delante del cual había dos piezas de artillería, y pretendiendo aún defenderse, sin querer pedir cuartel; le mataron de un balazo que le dispararon a la cabeza. Hallaron aún cosa de treinta hombres dentro, de los cuales no había diez sanos; dijeron a los piratas que ocho o nueve soldados desertaron de entre ellos y se fueron a Panamá para llevar las nuevas de su llegada e invasión. No quedaron más que estos treinta hombres de trescientos catorce con que el castillo estaba guarnecido, entre cuyo primer número, no hallaron oficial alguno en vida. Hiciéronlos a todos prisioneros y los forzaron a decir todo lo que sabían acerca de sus empresas y, entre otras cosas, declararon cómo el gobernador de Panamá tenía noticias de Cartagena tres semanas había; cómo los ingleses armaban una flota en la isla Española, para venir a tomar dicha ciudad; y que esto se había sabido por una persona que se salió de entre los piratas en el río de la Hacha, donde proveyeron su flota de vituallas; y que con estas nuevas, dicho gobernador, envió ciento sesenta y cuatro hombres de socorro a aquel castillo, con muchos víveres y municiones de guerra.
Como la guarnición ordinaria consistía en ciento y cincuenta hombres, haciendo juntos el número sobredicho de trescientos catorce, todos bien armados. Dijeron también a los piratas como dicho gobernador ordenó diversas emboscadas a todo lo largo de la ribera, y que aguardaban con tres mil y seiscientos hombres en las campañas de Panamá, que ellos llegasen. Costóles excesiva pena a los piratas ganar el castillo; mucha más que la entrada y reducción de la isla de Santa Catalina y su adyacente, porque contando su gente, hallaron haber perdido más de cien hombres, además de los heridos, que pasaban de setenta. Mandaron a los prisioneros españoles que echasen de lo alto de la montaña a la ribera todos los cuerpos muertos de los suyos y que después los enterrasen. Los heridos llevaron a la iglesia, en la cual las mujeres estaban encerradas y donde hicieron hospital, y lugar de prostitución, violentando las afligidas viudas con insolentes amenazas. No quedó largo tiempo Morgan en la isla de Santa Catalina, y antes de salir de ella hizo embarcar todas las vituallas que halló con el maíz y cazabe en cantidad, ordenando que transportasen cuantos víveres fuese posible a la guarnición de los del castillo de Chagre, de cualquiera parte que los pudiesen hallar. Echaron al agua, en parte conocida, toda la artillería de la dicha isla, con ánimo de volver, y dejarla guarnecida en posesión perpetua de piratas; no obstante, hizo poner fuego a todas las casas, excepto al castillo de Santa Teresa que le parecía el más capaz y seguro para hacerse fuerte a su vuelta de Panamá.
Llevó consigo todos los prisioneros y, finalmente, partió para el río de Chagre, donde llegó en ocho días y, viendo el estandarte inglés levantado sobre el castillo, fue tanto el regocijo que tuvieron, que no advirtieron la entrada de la ribera, en la cual perdió el mismo navío en que iba y otros tres de su flota, siendo tan afortunados, que toda la gente se salvó con todos sus bienes; y hubieran, también, preservado los navíos si un grande viento de norte no se levantara en aquella ocasión, que los hizo dar contra una roca que está a la entrada de dicha ribera. Subió Morgan al castillo con grande triunfo y regocijo de todos los piratas que en él estaban y venían y, habiendo oído del modo que las cosas pasaron en la conquista, mandó al punto que todos los prisioneros comenzasen a trabajar a las reparaciones necesarias; principalmente en hincar nuevas palizadas alrededor de todos los fuertes dependientes. Hallábanse en la ribera algunos barcos de españoles, que ellos llaman chaten, los cuales sirven para transportar mercadurías por el río, como también para ir a Portobelo y Nicaragua; ármanlos, de ordinario, con dos piezas grandes de artillería de hierro y cuatro pequeñas de bronce; tomáronlos todos, y otros pequeños navichuelos, y todas sus canoas, y dejaron quinientos hombres de guarnición en el castillo; ciento y cincuenta en sus navíos dentro de la ribera; y partió Morgan hacia Panamá con mil y doscientos hombres, no proveyéndose de vituallas, más que en pequeña cantidad, con la esperanza de hallar bastantes entre los españoles que estaban emboscados en diversas partes del camino.
Desde el instante que los españoles vieron venir a los piratas, dispararon repetidas veces su artillería contra ellos, los cuales ancoraron en un pequeño puerto, una legua poco más del castillo. Por la mañana del siguiente día, saltaron a tierra y atravesaron el bosque, para hacer por aquella parte el ataque; la marcha les duró hasta las dos de la tarde, antes que pudiesen llegar a causa de la incomodidad del camino y sus lodazales y, aunque las guías que consigo llevaban les servían exactamente, no obstante, se acercaron de tal modo al castillo, que de los tiros que los españoles disparaban, los piratas perdieron muchos de los suyos, hallándose en parte rasa donde no podían encubrirse de cosa alguna. No sabían los piratas qué hacer; pues por aquella parte les era forzoso dar el ataque y siendo descubiertos desde la cabeza hasta los pies desde lo alto, se hallaban en grande riesgo si avanzaban; además, que el castillo, por su situación y fuerzas, les ponía en temores la empresa. Volverse no usaban, porque sus compañeros les escarnecerían. En fin, después de muchos debates resolvieron arriesgar el asalto (y) la vida desesperadamente, y avanzaron al castillo con sus alfanjes en mano y granadas de fuego aunque los españoles valerosamente se defendían y tiraban furiosa artillería y mosquetazos, gritando de lejos: Vengan los demás perros ingleses, enemigos de Dios y del rey. Vosotros no habéis de ir a Panamá. Después que los piratas hubieron hecho alguna prueba para subir al castillo, se vieron obligados a retirarse, quedándose en reposo hasta la noche, que volvieron para ver si, con el favor de sus granadas, podrían sobremontar el asalto y arrancar las palizadas; hicieron la prueba; cuando llegaron, un pirata fue herido con una flecha en sus espaldas que le atravesó de parte a parte y, al mismo instante, con gran valor, él mismo se la sacó por un lado del pecho y tomó un poco de algodón que tenía consigo, y lo ligó a dicha flecha que metió en su arcabuz, y disparó al castillo; que fue causa de poner en llama dos o tres casas que estaban dentro cubiertas de hojas de palma; lo cual, los españoles no advirtieron y, de este incendio, cayó fuego en una partida de pólvora que hizo grande ruina, causando notable consternación entre los españoles, que no lo habían podido remediar, por no haber visto al principio el incendio.
Como los piratas viesen el buen efecto de la flecha y el principio de desgracia de los españoles, y que estaban notablemente ocupados en apagar el fuego, por cuya causa había grande desorden en el castillo, pues no tenían dentro bastante agua para extinguirle, procuraron aprovechar de la ocasión, poniendo también fuego a las palizadas; y así se vio el incendio en un mismo tiempo por diversas partes, cuya empresa les sirvió de mucha ventaja, porque entraron por las brechas que el fuego hizo en dichas estacadas, donde hallaron que se habían caído en los fosos muchos montones de tierra, sobre los cuales subieron dentro de los mismos fosos, y a donde algunos españoles, que no estaban empleados en el incendio, echaron sobre los piratas muchos pucheros llenos de pólvora, y de hedores con mechas encendidas, todo lo cual hizo perder muchos enemigos ingleses. No obstante la furiosa resistencia que los españoles hicieron, no pudieron impedir que todas las palizadas dejasen de abrasarse enteramente antes de la media noche; y aunque el fuego era grande, los piratas no dejaron de persistir en su pretensión, echándose a gatas, y caminaban de este modo hasta cerca de las llamas, por entre las cuales disparaban muchos mosquetazos contra los españoles, que columbraban y los hacían caer de las murallas abajo. Cuando el alba envió sus crepúsculos, vieron que toda la tierra levadiza, intermedia de las estacas, había caído (y) desmoronándose, en cantidad excesiva, dentro de los fosos; de tal modo era, que los del castillo estaban ya, para los de fuera, a cuerpo descubierto y tiraron contra ellos fieramente; de donde resultó, que mataron grande número de españoles, pues el gobernador les había dado orden de no retirarse de aquellos puestos que correspondían a los montones de tierra caídos y de transportar la artillería a las brechas.
Tenía aún el fuego en el castillo su curso y los piratas desde afuera hacían lo posible para atajar su progreso, cuanto les era factible. Una parte de piratas estaban ocupados en esto y otra observaban los movimientos de los afligidos españoles; con que, cerca del mediodía los ingleses ganaron una brecha donde el gobernador estaba con veinte y cinco soldados para defenderla, después de una valerosa resistencia que los españoles hicieron con mosquetes, picas, piedras y espadas pasaron los piratas y finalmente ganaron el castillo. Los españoles que quedaron aún en vida saltaron del dicho castillo al agua, estimando más morir precipitados por sí mismos (porque pocos vivieron del asalto), que pedir cuartel. Retiróse el gobernador a un cuerpo de guardia, delante del cual había dos piezas de artillería, y pretendiendo aún defenderse, sin querer pedir cuartel; le mataron de un balazo que le dispararon a la cabeza. Hallaron aún cosa de treinta hombres dentro, de los cuales no había diez sanos; dijeron a los piratas que ocho o nueve soldados desertaron de entre ellos y se fueron a Panamá para llevar las nuevas de su llegada e invasión. No quedaron más que estos treinta hombres de trescientos catorce con que el castillo estaba guarnecido, entre cuyo primer número, no hallaron oficial alguno en vida. Hiciéronlos a todos prisioneros y los forzaron a decir todo lo que sabían acerca de sus empresas y, entre otras cosas, declararon cómo el gobernador de Panamá tenía noticias de Cartagena tres semanas había; cómo los ingleses armaban una flota en la isla Española, para venir a tomar dicha ciudad; y que esto se había sabido por una persona que se salió de entre los piratas en el río de la Hacha, donde proveyeron su flota de vituallas; y que con estas nuevas, dicho gobernador, envió ciento sesenta y cuatro hombres de socorro a aquel castillo, con muchos víveres y municiones de guerra.
Como la guarnición ordinaria consistía en ciento y cincuenta hombres, haciendo juntos el número sobredicho de trescientos catorce, todos bien armados. Dijeron también a los piratas como dicho gobernador ordenó diversas emboscadas a todo lo largo de la ribera, y que aguardaban con tres mil y seiscientos hombres en las campañas de Panamá, que ellos llegasen. Costóles excesiva pena a los piratas ganar el castillo; mucha más que la entrada y reducción de la isla de Santa Catalina y su adyacente, porque contando su gente, hallaron haber perdido más de cien hombres, además de los heridos, que pasaban de setenta. Mandaron a los prisioneros españoles que echasen de lo alto de la montaña a la ribera todos los cuerpos muertos de los suyos y que después los enterrasen. Los heridos llevaron a la iglesia, en la cual las mujeres estaban encerradas y donde hicieron hospital, y lugar de prostitución, violentando las afligidas viudas con insolentes amenazas. No quedó largo tiempo Morgan en la isla de Santa Catalina, y antes de salir de ella hizo embarcar todas las vituallas que halló con el maíz y cazabe en cantidad, ordenando que transportasen cuantos víveres fuese posible a la guarnición de los del castillo de Chagre, de cualquiera parte que los pudiesen hallar. Echaron al agua, en parte conocida, toda la artillería de la dicha isla, con ánimo de volver, y dejarla guarnecida en posesión perpetua de piratas; no obstante, hizo poner fuego a todas las casas, excepto al castillo de Santa Teresa que le parecía el más capaz y seguro para hacerse fuerte a su vuelta de Panamá.
Llevó consigo todos los prisioneros y, finalmente, partió para el río de Chagre, donde llegó en ocho días y, viendo el estandarte inglés levantado sobre el castillo, fue tanto el regocijo que tuvieron, que no advirtieron la entrada de la ribera, en la cual perdió el mismo navío en que iba y otros tres de su flota, siendo tan afortunados, que toda la gente se salvó con todos sus bienes; y hubieran, también, preservado los navíos si un grande viento de norte no se levantara en aquella ocasión, que los hizo dar contra una roca que está a la entrada de dicha ribera. Subió Morgan al castillo con grande triunfo y regocijo de todos los piratas que en él estaban y venían y, habiendo oído del modo que las cosas pasaron en la conquista, mandó al punto que todos los prisioneros comenzasen a trabajar a las reparaciones necesarias; principalmente en hincar nuevas palizadas alrededor de todos los fuertes dependientes. Hallábanse en la ribera algunos barcos de españoles, que ellos llaman chaten, los cuales sirven para transportar mercadurías por el río, como también para ir a Portobelo y Nicaragua; ármanlos, de ordinario, con dos piezas grandes de artillería de hierro y cuatro pequeñas de bronce; tomáronlos todos, y otros pequeños navichuelos, y todas sus canoas, y dejaron quinientos hombres de guarnición en el castillo; ciento y cincuenta en sus navíos dentro de la ribera; y partió Morgan hacia Panamá con mil y doscientos hombres, no proveyéndose de vituallas, más que en pequeña cantidad, con la esperanza de hallar bastantes entre los españoles que estaban emboscados en diversas partes del camino.