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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO III Parte Morgan de la isla Española y va a la de Santa Catalina, la cual toma Levantaron áncoras del cabo de Tiburón el día 16 de diciembre del año de 1670, y en cuatro jornadas llegaron a la vista de la isla de Santa Catalina, que estaba en posesión de españoles, como dijimos en la segunda parte de esta historia, y a la cual destierran a todos los malhechores de las Indias de España. Hállanse en ella grandes abundancias de palmas en ciertos tiempos del año y riéganla cuatro grandes arroyos, de los cuales (los) dos casi se secan en verano; no se hace comercio alguno en ella, ni los moradores toman el trabajo de plantarla de más frutos que los que les son necesarios a la vida, aunque el país sería suficiente para hacer muy buenos plantíos de tabaco, y con ventajosos réditos que de él podrían sacar. Luego que Morgan estuvo cerca de su flota, hizo adelantar uno de sus navíos, el más velero, para reconocer la entrada de la ribera, y ver si había algunos otros navíos de extranjeros que le quisiesen impedir el acercarse a la tierra firme, y temiendo no llevasen las nuevas de su llegada, por medio de que se pudiesen los españoles prevenir contra sus designios. El día siguiente cuando amanecía ancoró toda la flota cerca de dicha isla, en una bahía llamada Aguada Grande, sobre la cual los españoles habían hecho una batería con cuatro piezas de artillería. Morgan, con mil hombres poco más o menos, saltó en tierra y formó escuadrones, comenzando a marchar por los bosques, aunque no tenían otras guías que algunos de su propia gente, que habían estado otra vez, cuando Mansvelt tomó y arruinó dicha isla.
Llegaron el mismo día a un puesto donde el gobernador tenía otras veces su residencia ordinaria; hallaron una batería llamada la Plataforma de Santiago, dentro de la cual no hallaron persona; puesto que los españoles se habían retirado a la pequeña isla tan cercana de la grande que por medio de un corto puente pueden pasar de una a otra parte. Estaba fortificada dicha pequeña isla toda alrededor con baterías y fortalezas, de modo que parecía inconquistable; y así que los españoles vieron venir a los piratas, dispararon tan furiosamente sobre ellos, que no pudieron avanzar nada, con que les fue preciso retirarse un poco y echarse a dormir en camas verdes, debajo del cubierto de las estrellas, no extrañándolo, pues les sucede muy de ordinario. Lo que más les afligía era la hambre, porque en todo el día no habían comido cosa alguna. A la media noche, comenzó a llover tan fuertemente, que casi no podían resistir aquellos miserables piratas, que no tenían otra cobertura más que sola una camisa y calzoncillos sin medias ni zapatos; y como se hallaron a toda extremidad, derribaron algunas casillas para hacer fuego con sus maderas. Halláronse en tal estado, que si hubiesen venido 100 hombres razonablemente armados les podrían hacer a todos pedazos. Al alba del siguiente día cesó la lluvia, y limpiaron sus armas, que estaban todas mojadas, y prosiguieron la marcha; cuando en poco tiempo después volvió la lluvia, como si las nubes se hubiesen abierto más de lo ordinario; que fue causa de avanzar hacia las fortalezas, desde las cuales no dejaban continuadamente de disparar contra sus enemigos, que se acercaban.
Estaban los piratas en grande aflicción y peligro de la vida por las inclemencias del tiempo, su desnudez y la hambre canina que padecían, para cuyo alivio vieron en la campaña un caballo viejo, flaco y lleno de mataduras, al cual degollaron y desollaron con agilidad perruna, repartiéndole entre los que pudieron un pedacico alcanzar, que recibían con muestras de agradecimiento y asaban o, por mejor decir, quemaban; y sin más salsa, ni sal ni pan, se lo engulleron, usurpando el tragadero, a modo de rebate, el oficio a los aguzados dientes. Aún la lluvia no cesaba y Morgan conoció que sus camaradas comenzaban a murmurar; oyendo decir que se querían volver a bordo de sus navíos. Con que, entre estas fatigas, mandó armar una canoa con grande prisa y levantar en ella el estandarte blanco; envióla al gobernador español, diciendo que si no se rendía con toda su gente voluntariamente en pocas horas, le juraba, y a todos los que con él estaban, los pasaría a cuchillo, sin conceder cuartel a nadie. Después del mediodía volvió la canoa, respondiendo que el gobernador pedía dos horas de tiempo para resolverse con todos sus oficiales en junta común y, que pasadas, daría positiva respuesta sobre lo propuesto. Terminadas dichas dos horas envió, dicho gobernador, dos canoas con estandartes blancos y dos personas para tratar con Morgan; mas antes que llegasen a tierra, pideron dos de los suyos, a los piratas, en rehenes para su seguridad; los cuales con grande puntualidad les fueron acordadas: envió dos capitanes piratas en recíproca amistad y los españoles llegaron y propusieron a Morgan como su gobernador había resuelto en junta de rendirse, no hallándose con bastantes fuerzas para resistir a una tal armada; pero que Morgan usaría de una estratagema de guerra; a saber, que llegaría por la noche con sus tropas cerca del puente que está entre la grande isla y la pequeña, y que atacarían la fortaleza de San Gerónimo; que todos los navíos de su flota vendrían hacia el castillo de Santa Teresa para darle un ataque y que, al mismo tiempo, pondrían algunas tropas en tierra cerca de la batería de San Mateo, los cuales cortarían el camino al gobernador cuando quisiera ir a la fortaleza de San Gerónimo, y que entonces le harían prisionero haciendo la formalidad de forzarle a rendir el dicho castillo, y que él conduciría a los ingleses dentro, debajo del engaño de que eran sus propias tropas; que de una parte y otra tirarían continuamente, pero sin balas o por lo menos al aire por no herir ni matar a persona.
Que así teniendo dos plazas no deberían ponerse en grande pena por el resto. Acordóles Morgan todo lo propuesto a condición que mantuviesen fielmente su palabra y promesas a pena de ser tratados con todo rigor; y así afirmaron ejecutarlo; con que se despidieron y fueron a dar cuenta al gobernador de su comisión. Al punto dio orden Morgan a su flota, para que entrase en el puerto, y a sus tropas se previniesen para que en aquella noche diesen avance al castillo San Gerónimo, como lo hicieron. De suerte que esta falsa batalla comenzó tirando de gruesa artillería desde los dos castillos contra los navíos, pero sin bala como dicho es, hasta que los piratas vinieron de noche a la isla pequeña y tomaron posesión de todas las fortalezas, haciendo huir, aparentemente, a todos los españoles a la iglesia. Tenía orden el gobernador Morgan que toda su gente la tuviese consigo, porque si hallaban los piratas a algún español en la calle le darían un mosquetazo. Después que el acuerdo se hizo con el gobernador y que todo se puso en orden, los piratas comenzaron a hacer la guerra contra las gallinas, terneras, ganado de cerda y semejantes cosas; no se ocupaba su espíritu más que en matar tales animales, asarlos y comerlos; y cuando no tenían leña que quemar derribaban las casas, cuyas maderas les servían para el fuego. Contaron el día siguiente a todos los prisioneros que hallaron sobre la isla, y numeraron 450 en todos; conviene (a) saber: 190 hombres de guarnición; 40 moradores casados; 43 criaturas; 34 esclavos de su Majestad, con 8 criaturas; 8 bandidos; 39 negros que pertenecían a particulares, con 22 criaturas; y 27 negras y 12 criaturas.
Desarmaron los piratas a todos los españoles y enviaron los hombres a las plantaciones para que buscasen que comer, y las mujeres quedaron en la iglesia encomendándose a Dios. Hicieron la revista de todo el país y de sus fortalezas, de que hallaron nueve en todas, como son San Gerónimo, que está cerca del puente; tenía 8 piezas de artillería de 12, 8 y 6 libras de bala, y seis pipas de mosquetes, que cada una contenía 10; hallaron aún 60 mosquetes y pólvora bastante, con otras municiones de guerra. La segunda fortaleza, San Mateo, tenía 3 piezas de a ocho libras de bala. La tercera y más principal, llamada Santa Teresa, tenía 20 piezas de artillería de 18 hasta 12, 8, y 6 libras de bala, con 10 pipas de mosquetes, como los que dijimos, y 90 mosquetes con otras municiones de guerra; este castillo estaba fabricado de piedra y cal, murallas bien gruesas y un foso muy largo alrededor, de veinte pies de profundidad, y aunque estaba sin agua era difícil asaltar; no se podía entrar más que por una puerta que estaba a la mitad del castillo; dentro había una montaña casi inaccesible, con 4 piezas de cañón en la cumbre, desde la cual podían disparar derechamente al puerto; de la parte de la mar era inconquistable a causa de las rocas que le ciñen, y porque la mar furiosamente le bate; de la tierra está de tal modo situado sobre una montaña que la entrada no es más ancha que de tres o cuatro pasos. La cuarta batería, San Agustín, tenía 3 piezas de a 8 y 6 libras.
La quinta era la plataforma de la Concepción, con 2 piezas de a ocho libras. La sexta, San Salvador, con otras dos piezas. La octava, Santa Cruz, con tres piezas. La nona, llamada el fuerte de San Joseph, con seis piezas de a 12 y 8 libras de bala y dos pipas de mosquetes con municiones suficientísimas. Hallaron más de treinta mil libras de pólvora dentro del almacén con otras municiones, las cuales fueron transportadas a sus navíos; la artillería ataponada y clavada; todas las fortalezas arruinadas fuera la de San Gerónimo donde los piratas tenían su guardia y residencia. Informóse Morgan si había allí bandidos de Panamá o de Portobelo, de donde se hallaron tres que condujeron a su presencia, diciendo eran muy prácticos en aquellos cuarteles, donde pretendía saber las entradas y salidas. Propúsoles si querían servirle de guías y mostrarle los caminos de Panamá, a condición que participarían de todos los pillajes y robos, y después los pondría en libertad, llevándolos consigo cuando se volviera a Jamaica. Agradó a los bandidos la proposición y prometieron servirle en todo los propuesto; principalmente uno de los tres que era el mayor pícaro ladrón y asesino de entre ellos, que hubiera merecido antes que le rompiesen los brazos y piernas, todo vivo, que haber tenido en castigo de sus delitos una tan leve sentencia como es un presidio; tenía este tal grande poder e imperio sobre los otros dos, a quienes mandaba a zapatazos y hacía de ellos todo lo que quería. Hizo Morgan aprestar cuatro navíos y una barca para ir a tomar el castillo que está sobre la ribera de Chagre; no queriendo él ir con su flota, por no dar sospechas a los españoles. Pusieron cuatrocientos hombres sobre estas cinco embarcaciones, los cuales fueron a ejecutar el orden de su caudillo, que quedó en la isla con la otra gente esperando el suceso de sus enviados.
Llegaron el mismo día a un puesto donde el gobernador tenía otras veces su residencia ordinaria; hallaron una batería llamada la Plataforma de Santiago, dentro de la cual no hallaron persona; puesto que los españoles se habían retirado a la pequeña isla tan cercana de la grande que por medio de un corto puente pueden pasar de una a otra parte. Estaba fortificada dicha pequeña isla toda alrededor con baterías y fortalezas, de modo que parecía inconquistable; y así que los españoles vieron venir a los piratas, dispararon tan furiosamente sobre ellos, que no pudieron avanzar nada, con que les fue preciso retirarse un poco y echarse a dormir en camas verdes, debajo del cubierto de las estrellas, no extrañándolo, pues les sucede muy de ordinario. Lo que más les afligía era la hambre, porque en todo el día no habían comido cosa alguna. A la media noche, comenzó a llover tan fuertemente, que casi no podían resistir aquellos miserables piratas, que no tenían otra cobertura más que sola una camisa y calzoncillos sin medias ni zapatos; y como se hallaron a toda extremidad, derribaron algunas casillas para hacer fuego con sus maderas. Halláronse en tal estado, que si hubiesen venido 100 hombres razonablemente armados les podrían hacer a todos pedazos. Al alba del siguiente día cesó la lluvia, y limpiaron sus armas, que estaban todas mojadas, y prosiguieron la marcha; cuando en poco tiempo después volvió la lluvia, como si las nubes se hubiesen abierto más de lo ordinario; que fue causa de avanzar hacia las fortalezas, desde las cuales no dejaban continuadamente de disparar contra sus enemigos, que se acercaban.
Estaban los piratas en grande aflicción y peligro de la vida por las inclemencias del tiempo, su desnudez y la hambre canina que padecían, para cuyo alivio vieron en la campaña un caballo viejo, flaco y lleno de mataduras, al cual degollaron y desollaron con agilidad perruna, repartiéndole entre los que pudieron un pedacico alcanzar, que recibían con muestras de agradecimiento y asaban o, por mejor decir, quemaban; y sin más salsa, ni sal ni pan, se lo engulleron, usurpando el tragadero, a modo de rebate, el oficio a los aguzados dientes. Aún la lluvia no cesaba y Morgan conoció que sus camaradas comenzaban a murmurar; oyendo decir que se querían volver a bordo de sus navíos. Con que, entre estas fatigas, mandó armar una canoa con grande prisa y levantar en ella el estandarte blanco; envióla al gobernador español, diciendo que si no se rendía con toda su gente voluntariamente en pocas horas, le juraba, y a todos los que con él estaban, los pasaría a cuchillo, sin conceder cuartel a nadie. Después del mediodía volvió la canoa, respondiendo que el gobernador pedía dos horas de tiempo para resolverse con todos sus oficiales en junta común y, que pasadas, daría positiva respuesta sobre lo propuesto. Terminadas dichas dos horas envió, dicho gobernador, dos canoas con estandartes blancos y dos personas para tratar con Morgan; mas antes que llegasen a tierra, pideron dos de los suyos, a los piratas, en rehenes para su seguridad; los cuales con grande puntualidad les fueron acordadas: envió dos capitanes piratas en recíproca amistad y los españoles llegaron y propusieron a Morgan como su gobernador había resuelto en junta de rendirse, no hallándose con bastantes fuerzas para resistir a una tal armada; pero que Morgan usaría de una estratagema de guerra; a saber, que llegaría por la noche con sus tropas cerca del puente que está entre la grande isla y la pequeña, y que atacarían la fortaleza de San Gerónimo; que todos los navíos de su flota vendrían hacia el castillo de Santa Teresa para darle un ataque y que, al mismo tiempo, pondrían algunas tropas en tierra cerca de la batería de San Mateo, los cuales cortarían el camino al gobernador cuando quisiera ir a la fortaleza de San Gerónimo, y que entonces le harían prisionero haciendo la formalidad de forzarle a rendir el dicho castillo, y que él conduciría a los ingleses dentro, debajo del engaño de que eran sus propias tropas; que de una parte y otra tirarían continuamente, pero sin balas o por lo menos al aire por no herir ni matar a persona.
Que así teniendo dos plazas no deberían ponerse en grande pena por el resto. Acordóles Morgan todo lo propuesto a condición que mantuviesen fielmente su palabra y promesas a pena de ser tratados con todo rigor; y así afirmaron ejecutarlo; con que se despidieron y fueron a dar cuenta al gobernador de su comisión. Al punto dio orden Morgan a su flota, para que entrase en el puerto, y a sus tropas se previniesen para que en aquella noche diesen avance al castillo San Gerónimo, como lo hicieron. De suerte que esta falsa batalla comenzó tirando de gruesa artillería desde los dos castillos contra los navíos, pero sin bala como dicho es, hasta que los piratas vinieron de noche a la isla pequeña y tomaron posesión de todas las fortalezas, haciendo huir, aparentemente, a todos los españoles a la iglesia. Tenía orden el gobernador Morgan que toda su gente la tuviese consigo, porque si hallaban los piratas a algún español en la calle le darían un mosquetazo. Después que el acuerdo se hizo con el gobernador y que todo se puso en orden, los piratas comenzaron a hacer la guerra contra las gallinas, terneras, ganado de cerda y semejantes cosas; no se ocupaba su espíritu más que en matar tales animales, asarlos y comerlos; y cuando no tenían leña que quemar derribaban las casas, cuyas maderas les servían para el fuego. Contaron el día siguiente a todos los prisioneros que hallaron sobre la isla, y numeraron 450 en todos; conviene (a) saber: 190 hombres de guarnición; 40 moradores casados; 43 criaturas; 34 esclavos de su Majestad, con 8 criaturas; 8 bandidos; 39 negros que pertenecían a particulares, con 22 criaturas; y 27 negras y 12 criaturas.
Desarmaron los piratas a todos los españoles y enviaron los hombres a las plantaciones para que buscasen que comer, y las mujeres quedaron en la iglesia encomendándose a Dios. Hicieron la revista de todo el país y de sus fortalezas, de que hallaron nueve en todas, como son San Gerónimo, que está cerca del puente; tenía 8 piezas de artillería de 12, 8 y 6 libras de bala, y seis pipas de mosquetes, que cada una contenía 10; hallaron aún 60 mosquetes y pólvora bastante, con otras municiones de guerra. La segunda fortaleza, San Mateo, tenía 3 piezas de a ocho libras de bala. La tercera y más principal, llamada Santa Teresa, tenía 20 piezas de artillería de 18 hasta 12, 8, y 6 libras de bala, con 10 pipas de mosquetes, como los que dijimos, y 90 mosquetes con otras municiones de guerra; este castillo estaba fabricado de piedra y cal, murallas bien gruesas y un foso muy largo alrededor, de veinte pies de profundidad, y aunque estaba sin agua era difícil asaltar; no se podía entrar más que por una puerta que estaba a la mitad del castillo; dentro había una montaña casi inaccesible, con 4 piezas de cañón en la cumbre, desde la cual podían disparar derechamente al puerto; de la parte de la mar era inconquistable a causa de las rocas que le ciñen, y porque la mar furiosamente le bate; de la tierra está de tal modo situado sobre una montaña que la entrada no es más ancha que de tres o cuatro pasos. La cuarta batería, San Agustín, tenía 3 piezas de a 8 y 6 libras.
La quinta era la plataforma de la Concepción, con 2 piezas de a ocho libras. La sexta, San Salvador, con otras dos piezas. La octava, Santa Cruz, con tres piezas. La nona, llamada el fuerte de San Joseph, con seis piezas de a 12 y 8 libras de bala y dos pipas de mosquetes con municiones suficientísimas. Hallaron más de treinta mil libras de pólvora dentro del almacén con otras municiones, las cuales fueron transportadas a sus navíos; la artillería ataponada y clavada; todas las fortalezas arruinadas fuera la de San Gerónimo donde los piratas tenían su guardia y residencia. Informóse Morgan si había allí bandidos de Panamá o de Portobelo, de donde se hallaron tres que condujeron a su presencia, diciendo eran muy prácticos en aquellos cuarteles, donde pretendía saber las entradas y salidas. Propúsoles si querían servirle de guías y mostrarle los caminos de Panamá, a condición que participarían de todos los pillajes y robos, y después los pondría en libertad, llevándolos consigo cuando se volviera a Jamaica. Agradó a los bandidos la proposición y prometieron servirle en todo los propuesto; principalmente uno de los tres que era el mayor pícaro ladrón y asesino de entre ellos, que hubiera merecido antes que le rompiesen los brazos y piernas, todo vivo, que haber tenido en castigo de sus delitos una tan leve sentencia como es un presidio; tenía este tal grande poder e imperio sobre los otros dos, a quienes mandaba a zapatazos y hacía de ellos todo lo que quería. Hizo Morgan aprestar cuatro navíos y una barca para ir a tomar el castillo que está sobre la ribera de Chagre; no queriendo él ir con su flota, por no dar sospechas a los españoles. Pusieron cuatrocientos hombres sobre estas cinco embarcaciones, los cuales fueron a ejecutar el orden de su caudillo, que quedó en la isla con la otra gente esperando el suceso de sus enviados.