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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XXXV Salen de Mauvila los españoles y entran en Chicaza y hacen piraguas para pasar un río grande Volviendo al hilo de nuestra historia, es de saber que pasados veintitrés o veinticuatro días que los españoles habían estado en el alojamiento de Mauvila curándose las heridas y habiendo cobrado algún esfuerzo para pasar adelante en su descubrimiento, salieron de la provincia de Tascaluza y, al fin de tres jornadas que hubieron caminado por unas tierras apacibles, aunque no pobladas, entraron en otra llamada Chicaza. El primer pueblo de esta provincia donde los nuestros llegaron no era el principal de ella sino otro de los de su jurisdicción, el cual estaba asentado a la ribera de un gran río hondo y de barrancas muy altas. El pueblo estaba a la parte del río por donde los españoles iban. Los indios no quisieron recibir de paz al gobernador, antes, muy al descubierto, se mostraron enemigos, respondiendo a los mensajeros que les habían enviado que querían guerra a fuego y a sangre. Cuando los nuestros llegaron a dar vista al pueblo, vieron antes de él un escuadrón de más de mil y quinientos hombres de guerra, los cuales, luego que asomaron los castellanos, salieron a recibirlos y escaramuzaron con ellos, y, habiendo hecho poca defensa, se retiraron al río desamparando el pueblo, que lo tenían desocupado de sus haciendas, mujeres e hijos porque habían determinado no pelear con los españoles en batalla campal sino defenderles el paso del río, que, por ser de mucha agua y muy hondo y de grandes y altas barrancas, les parecía podrían estorbarles el camino y forzarles a que tomasen otro viaje.
Pues como los españoles arremetiesen a los indios con toda furia, ellos se arrojaron al agua y pasaron el río, de ellos en canoas, que las tenían muchas y muy buenas, y de ellos a nado como el temor dio la prisa. De la otra parte del río, frontero del pueblo tenían todo su ejército, donde había ocho mil hombres de guerra, los cuales habían protestado defender el paso del río, por cuya ribera tendían su alojamiento dos leguas en largo para que por todo aquel espacio no pudiesen pasar los castellanos. Sin esta defensa que los indios hacían en el río a los cristianos, los molestaban de noche con rebatos y armas que les daban, pasando el río en cuadrillas en sus canoas por diversas partes, acudiendo todos a una, con que daban mucha pesadumbre a los nuestros. Los cuales, para defenderse, usaron de un ardid muy bueno, y fue que en tres desembarcaderos que el río tenía en aquel espacio que los indios tenían ocupado, donde venían a desembarcar, hicieron de noche hoyos donde pudiesen encubrirse los ballesteros y arcabuceros, los cuales, cuando venían los indios, los dejaban saltar en tierra y alejarse de las canoas y luego arremetían con ellos y con las espadas les hacían mucho daño, porque no había por dónde los enemigos pudiesen huir. De esta manera los maltrataron tres veces, con que los indios escarmentaron de sus atrevimientos y no osaron más pasar por el río. Sólo atendían a defender el paso a los nuestros con mucho cuidado y diligencia. El gobernador y sus capitanes, viendo que por donde estaban les era imposible pasar el río por la mucha defensa que los enemigos hacían y que perdían tiempo en esperar descuido en ellos, dieron orden que cien hombres, los más diligentes, que entendían algo del arte, hiciesen dos barcas grandes, que por otro nombre les llaman piraguas y son casi llanas y capaces de mucha gente.
Y, para que los indios no sintiesen que las hacían, se metiesen en un monte que estaba legua y media el río arriba y una legua apartado de la ribera. Los cien españoles diputados para la obra se dieron tal prisa que en espacio de doce días acabaron las piraguas. Y para las llevar al río hicieron dos carros, conforme a ellas, y, con acémilas y caballos que los tiraban, y con los mismos castellanos que rempujaban los carros y en los pasos dificultosos llevaban a cuestas las barcas, dieron con ellas una mañana, antes que amaneciese, en el río, en un muy espacioso embarcadero que en él había, y de la otra parte había asimismo un buen desembarcadero. El gobernador se halló delante al echar de las barcas en el río, porque había mandado que para entonces le tuviesen avisado. El cual mandó que en cada barca entrasen diez caballeros y cuarenta infantes tiradores y que diesen prisa a pasar el río antes que los indios viniesen a defenderles el paso. Los infantes habían de remar y los de a caballo, dentro en las barcas, iban encima de sus caballos por no detenerse en subir en ellos de la otra parte. Por mucho silencio que los españoles quisieron guardar en echar las barcas al río y embarcarse en ellas, no pudieron excusar que no los sintiesen quinientos indios que servían de correr el río por aquella banda, los cuales acudieron al paso y, viendo las barcas y los españoles que querían pasar, dieron un grandísimo alarido avisando a los suyos y pidiéndoles socorro y luego se pusieron al desembarcadero a defender el paso.
Los españoles, temiendo no acudiesen más enemigos, pusieron toda la diligencia en embarcarse, y el gobernador quiso pasar en la primera barcada, mas los suyos se lo estorbaron por el mucho peligro que había en aquel primer viaje hasta tener libre de enemigos el desembarcadero. Con esta prisa dieron los nuestros a los remos y llegaron a la otra ribera todos heridos, porque los indios los flechaban de la barranca a todo su placer. La una de las barcas atinó bien al desembarcadero y la otra decayó en él, y, por las grandes barrancas del río, no pudo la gente saltar en tierra, por lo cual fue menester hacer mucha fuerza con los remos para arribar al desembarcadero. Los de la primera barca saltaron en tierra, y el primero que salió fue Diego García, hijo del alcaide de Villanueva de Barcarrota, un soldado valiente y en todo hecho de armas muy determinado, por lo cual todos sus compañeros le llamaban Diego García de Paredes, no porque le hubiese parentesco, aunque era hombre noble, sino porque le asemejaba en el ánimo, esfuerzo y valentía. El segundo de a caballo que saltó en tierra fue Gonzalo Silvestre. Los cuales dos arremetieron con los indios y los retiraron del desembarcadero más de doscientos pasos y volvieron a todo correr a los suyos por el mucho peligro que traían por ser dos solos y los enemigos tantos. De esta manera arremetieron con los indios y se retiraron de ellos cuatro veces sin haber tenido socorro de sus compañeros, porque unos a otros se habían embarazado y no se daban maña a saltar en tierra con los caballos.
A la quinta vez que acometieron a los enemigos, iban ya seis de a caballo, que pusieron más temor a los indios para que no volviesen con tanta furia a defender el paso. Los infantes que iban en la primera barca, luego que saltaron en tierra, se metieron en un pueblo pequeño, que estaba en la misma barranca del río, y no osaron salir de él porque eran pocos y todos heridos, porque habían llevado la mayor carga de las flechas. Los de la segunda piragua, como hallaron desocupado de enemigos el desembarcadero, saltaron en tierra con más facilidad y sin peligro alguno, y acudieron a socorrer los compañeros que andaban peleando en el llano. El gobernador pasó en la segunda barcada con otros setenta u ochenta españoles, y, como los indios viesen que los enemigos eran muchos y que no podían resistirles, se fueron retirando a un monte que estaba no lejos del pueblo y de allí se fueron a los suyos, que en el real estaban, los cuales, habiendo sentido la grita y alarido que los corredores habían dado, acudieron a mucha prisa a defender el paso, mas, encontrando con los corredores y sabiendo de ellos que muchos españoles habían pasado ya el río, se volvieron a su ejército, donde se hicieron fuertes. Los cristianos fueron sobre ellos con ánimo de pelear, mas los indios se estuvieron quedos fortaleciéndose con palizadas de madera y con las mismas ramadas que para su alojamiento tenían hechas. Algunos que se mostraron muy atrevidos salieron a escaramuzar, mas ellos pagaron su soberbia porque murieron alanceados, que la ligereza de ellos no igualaba con la de los caballos. De esta manera gastaron todo aquel día, y la noche siguiente se fueron los indios, que no pareció más alguno. Entretanto había pasado el río todo el ejército de los españoles.
Pues como los españoles arremetiesen a los indios con toda furia, ellos se arrojaron al agua y pasaron el río, de ellos en canoas, que las tenían muchas y muy buenas, y de ellos a nado como el temor dio la prisa. De la otra parte del río, frontero del pueblo tenían todo su ejército, donde había ocho mil hombres de guerra, los cuales habían protestado defender el paso del río, por cuya ribera tendían su alojamiento dos leguas en largo para que por todo aquel espacio no pudiesen pasar los castellanos. Sin esta defensa que los indios hacían en el río a los cristianos, los molestaban de noche con rebatos y armas que les daban, pasando el río en cuadrillas en sus canoas por diversas partes, acudiendo todos a una, con que daban mucha pesadumbre a los nuestros. Los cuales, para defenderse, usaron de un ardid muy bueno, y fue que en tres desembarcaderos que el río tenía en aquel espacio que los indios tenían ocupado, donde venían a desembarcar, hicieron de noche hoyos donde pudiesen encubrirse los ballesteros y arcabuceros, los cuales, cuando venían los indios, los dejaban saltar en tierra y alejarse de las canoas y luego arremetían con ellos y con las espadas les hacían mucho daño, porque no había por dónde los enemigos pudiesen huir. De esta manera los maltrataron tres veces, con que los indios escarmentaron de sus atrevimientos y no osaron más pasar por el río. Sólo atendían a defender el paso a los nuestros con mucho cuidado y diligencia. El gobernador y sus capitanes, viendo que por donde estaban les era imposible pasar el río por la mucha defensa que los enemigos hacían y que perdían tiempo en esperar descuido en ellos, dieron orden que cien hombres, los más diligentes, que entendían algo del arte, hiciesen dos barcas grandes, que por otro nombre les llaman piraguas y son casi llanas y capaces de mucha gente.
Y, para que los indios no sintiesen que las hacían, se metiesen en un monte que estaba legua y media el río arriba y una legua apartado de la ribera. Los cien españoles diputados para la obra se dieron tal prisa que en espacio de doce días acabaron las piraguas. Y para las llevar al río hicieron dos carros, conforme a ellas, y, con acémilas y caballos que los tiraban, y con los mismos castellanos que rempujaban los carros y en los pasos dificultosos llevaban a cuestas las barcas, dieron con ellas una mañana, antes que amaneciese, en el río, en un muy espacioso embarcadero que en él había, y de la otra parte había asimismo un buen desembarcadero. El gobernador se halló delante al echar de las barcas en el río, porque había mandado que para entonces le tuviesen avisado. El cual mandó que en cada barca entrasen diez caballeros y cuarenta infantes tiradores y que diesen prisa a pasar el río antes que los indios viniesen a defenderles el paso. Los infantes habían de remar y los de a caballo, dentro en las barcas, iban encima de sus caballos por no detenerse en subir en ellos de la otra parte. Por mucho silencio que los españoles quisieron guardar en echar las barcas al río y embarcarse en ellas, no pudieron excusar que no los sintiesen quinientos indios que servían de correr el río por aquella banda, los cuales acudieron al paso y, viendo las barcas y los españoles que querían pasar, dieron un grandísimo alarido avisando a los suyos y pidiéndoles socorro y luego se pusieron al desembarcadero a defender el paso.
Los españoles, temiendo no acudiesen más enemigos, pusieron toda la diligencia en embarcarse, y el gobernador quiso pasar en la primera barcada, mas los suyos se lo estorbaron por el mucho peligro que había en aquel primer viaje hasta tener libre de enemigos el desembarcadero. Con esta prisa dieron los nuestros a los remos y llegaron a la otra ribera todos heridos, porque los indios los flechaban de la barranca a todo su placer. La una de las barcas atinó bien al desembarcadero y la otra decayó en él, y, por las grandes barrancas del río, no pudo la gente saltar en tierra, por lo cual fue menester hacer mucha fuerza con los remos para arribar al desembarcadero. Los de la primera barca saltaron en tierra, y el primero que salió fue Diego García, hijo del alcaide de Villanueva de Barcarrota, un soldado valiente y en todo hecho de armas muy determinado, por lo cual todos sus compañeros le llamaban Diego García de Paredes, no porque le hubiese parentesco, aunque era hombre noble, sino porque le asemejaba en el ánimo, esfuerzo y valentía. El segundo de a caballo que saltó en tierra fue Gonzalo Silvestre. Los cuales dos arremetieron con los indios y los retiraron del desembarcadero más de doscientos pasos y volvieron a todo correr a los suyos por el mucho peligro que traían por ser dos solos y los enemigos tantos. De esta manera arremetieron con los indios y se retiraron de ellos cuatro veces sin haber tenido socorro de sus compañeros, porque unos a otros se habían embarazado y no se daban maña a saltar en tierra con los caballos.
A la quinta vez que acometieron a los enemigos, iban ya seis de a caballo, que pusieron más temor a los indios para que no volviesen con tanta furia a defender el paso. Los infantes que iban en la primera barca, luego que saltaron en tierra, se metieron en un pueblo pequeño, que estaba en la misma barranca del río, y no osaron salir de él porque eran pocos y todos heridos, porque habían llevado la mayor carga de las flechas. Los de la segunda piragua, como hallaron desocupado de enemigos el desembarcadero, saltaron en tierra con más facilidad y sin peligro alguno, y acudieron a socorrer los compañeros que andaban peleando en el llano. El gobernador pasó en la segunda barcada con otros setenta u ochenta españoles, y, como los indios viesen que los enemigos eran muchos y que no podían resistirles, se fueron retirando a un monte que estaba no lejos del pueblo y de allí se fueron a los suyos, que en el real estaban, los cuales, habiendo sentido la grita y alarido que los corredores habían dado, acudieron a mucha prisa a defender el paso, mas, encontrando con los corredores y sabiendo de ellos que muchos españoles habían pasado ya el río, se volvieron a su ejército, donde se hicieron fuertes. Los cristianos fueron sobre ellos con ánimo de pelear, mas los indios se estuvieron quedos fortaleciéndose con palizadas de madera y con las mismas ramadas que para su alojamiento tenían hechas. Algunos que se mostraron muy atrevidos salieron a escaramuzar, mas ellos pagaron su soberbia porque murieron alanceados, que la ligereza de ellos no igualaba con la de los caballos. De esta manera gastaron todo aquel día, y la noche siguiente se fueron los indios, que no pareció más alguno. Entretanto había pasado el río todo el ejército de los españoles.