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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XXVII Donde responde a una objeción Antes que pase adelante en nuestra historia, será bien responder a una objeción que se nos podría poner, diciendo que en otras historias de las Indias Occidentales no se hallan cosas hechas ni dichas por los indios como aquí las escribimos, porque comúnmente son tenidos por gente simple, sin razón ni entendimiento, y que en paz y en guerra sean poco más que bestias, y que conforme a esto, no pudieron hacer ni decir cosas dignas de memoria y encarecimiento, como algunas que hasta aquí parece que se han dicho, y adelante, con el favor del Cielo, diremos; y que lo hacemos o por presumir de componer, o por loar nuestra nación, que, aunque las regiones y tierras estén tan distantes, parece que todas son Indias. A esto se responde primeramente que la opinión que de los indios se tiene es incierta y en todo contraria a la que se debe tener, como lo nota, arguye y prueba muy bien el muy venerable padre Josef de Acosta en el primer capítulo del sexto libro de la Historia Natural y Moral del Nuevo Orbe, donde remito al que lo quisiere ver, donde sin esto hallará cosas admirables, escritas como de tan insigne maestro. Y en lo que toca al particular de nuestros indios y a la verdad de nuestra historia, como dije al principio, yo escribo de relación ajena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como se iba escribiendo, los iba corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltaba o sobraba de lo que él había dicho, que ni una palabra ajena por otra de las suyas nunca las consintió, de manera que yo no puse más de la pluma, como escribiente.
Por lo cual, con verdad podré negar que sea ficción mía, porque toda mi vida (sacada la buena poesía) fui enemigo de ficciones como son libros de caballería y otras semejantes. Las gracias de esto debo dar al ilustre caballero Pedro Mejía de Sevilla, porque con una reprehensión, que en Heroica obra de los Césares hace a los que se ocupan en leer y componer los tales libros, me quitó el amor que como muchacho les podía tener y me hizo aborrecerlos para siempre. Pues decir que escribo encarecidamente por loar la nación porque soy indio, cierto es engaño, porque, con mucha vergüenza mía, confieso la verdad: que antes me hallo con falta de palabras necesarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con abundancia de ellas para encarecer las que no pasaron. Y esta falta causó la infelicidad del tiempo de mis niñeces, que faltaron escuelas de letras y sobraron las de las armas, así las de a pie como las de a caballo, particularmente las de la jineta, en la cual, por ser la silla con que nuestra tierra se ganó, mis condiscípulos y yo nos ejercitamos dende muy muchachos, tanto que muchos de ellos, o todos, salieron famosos hombres de a caballo, y esto fue habiendo aprendido poco más de los nominativos, de que ahora me doy por infelicísimo, aunque la culpa no fue nuestra ni de nuestros padres, sino de nuestra ventura, que no tuvo entonces más que darnos por ser la tierra tan recién ganada, y por las guerras civiles que luego sucedieron de los Pizarros y Almagros hasta las de Francisco Hernández Girón.
Con las cuales faltaron los maestros de las ciencias y sobraron los de las armas. Ya en estos tiempos, por la misericordia de Dios, es al contrario, que los padres de la Santa Compañía de Jesús sembraron tantas escuelas de todas ciencias que no hacen falta las universidades de España. Volviendo a nuestro primer propósito, que es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado, y con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo porvenir, diré lo que en este paso me pasó con el que me daba la relación, al cual, si no lo tuviera por tan hijodalgo y fidedigno, como lo es y como adelante en otros pasos diremos de su reputación, no presumiera yo que escribía tanta verdad, como la presumo y certifico por tal. Digo, pues, llegando a la respuesta que hemos dicho que los cuatro indios capitanes dieron al gobernador y luego a la de los tres mozos hijos de señores de vasallos, pareciéndome que las razones (conforme a la común opinión que de los indios se tiene), eran más que de indios bárbaros, le dije: "Según la reputación universal en que los indios están, no han de creer que son suyas estas razones." Respondióme: "Bien sabéis que la opinión es falsa y no hay que hacer caso de ella; antes será justo deshacerla con decir la verdad de lo que en ello hay, porque, como vos mismo lo habéis visto y conocido, hay indios de muy buen entendimiento que en paz y en guerra, en tiempos adversos y prósperos, saben hablar como cualquier otra nación de mucha doctrina.
"Lo que os he dicho respondieron los indios en substancia, sin otras muchas lindezas que ni me acuerdo de ellas, ni que me acordase las sabría decir como ellos las dijeron, tanto que el gobernador y los que con él estábamos nos admiramos de sus palabras y razones más que no de la hazaña de haberse dejado estar nadando en el agua casi treinta horas. Y muchos españoles leídos en historias, cuando los oyeron, dijeron que parecían haber militado los capitanes entre los más famosos de Roma cuando ella imperaba el mundo con las armas, y que los mozos señores de vasallos parecían haber estudiado en Atenas cuando ella florecía en letras morales. Por lo cual, luego que respondieron y el gobernador los hubo abrazado, no quedó capitán ni soldado, de cuenta que con grandísima fiesta no los abrazase, aficionados de haberles oído. "Por ende, escribid con todo el encarecimiento que pudiéredes lo que os he dicho, que yo os prometo que, por mucho que en loor de las generosidades y excelencias de Mucozo y del esfuerzo, constancia y discreción de estos siete indios capitanes y señores de vasallos os afiléis y adelgacéis la pluma, y, por más y más que en las bravosidades y terriblezas de Vitachuco y de otros principales que adelante hallaremos os alarguéis, no lleguéis donde ellos estaban en sus grandezas y hazañas. "Por todo lo cual, escribid sin escrúpulo alguno lo que os digo, créanlo o no lo crean, que con haber dicho verdad de lo que sucedió cumplimos con nuestra obligación, y hacer otra cosa sería hacer agravio a las partes". Todo esto, como lo he dicho, me pasó con mi autor, y yo lo pongo aquí para que se entienda y crea que presumimos escribir verdad antes con falta de elegancia y retórica necesaria para poner las hazañas en su punto que con sobra de encarecimiento porque no lo alcanzo y porque adelante, en otras cosas tan grandes y mayores que veremos, será necesario reforzar la reputación de nuestro crédito, no diré ahora más sino que volvamos a nuestra historia.
Por lo cual, con verdad podré negar que sea ficción mía, porque toda mi vida (sacada la buena poesía) fui enemigo de ficciones como son libros de caballería y otras semejantes. Las gracias de esto debo dar al ilustre caballero Pedro Mejía de Sevilla, porque con una reprehensión, que en Heroica obra de los Césares hace a los que se ocupan en leer y componer los tales libros, me quitó el amor que como muchacho les podía tener y me hizo aborrecerlos para siempre. Pues decir que escribo encarecidamente por loar la nación porque soy indio, cierto es engaño, porque, con mucha vergüenza mía, confieso la verdad: que antes me hallo con falta de palabras necesarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con abundancia de ellas para encarecer las que no pasaron. Y esta falta causó la infelicidad del tiempo de mis niñeces, que faltaron escuelas de letras y sobraron las de las armas, así las de a pie como las de a caballo, particularmente las de la jineta, en la cual, por ser la silla con que nuestra tierra se ganó, mis condiscípulos y yo nos ejercitamos dende muy muchachos, tanto que muchos de ellos, o todos, salieron famosos hombres de a caballo, y esto fue habiendo aprendido poco más de los nominativos, de que ahora me doy por infelicísimo, aunque la culpa no fue nuestra ni de nuestros padres, sino de nuestra ventura, que no tuvo entonces más que darnos por ser la tierra tan recién ganada, y por las guerras civiles que luego sucedieron de los Pizarros y Almagros hasta las de Francisco Hernández Girón.
Con las cuales faltaron los maestros de las ciencias y sobraron los de las armas. Ya en estos tiempos, por la misericordia de Dios, es al contrario, que los padres de la Santa Compañía de Jesús sembraron tantas escuelas de todas ciencias que no hacen falta las universidades de España. Volviendo a nuestro primer propósito, que es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado, y con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo porvenir, diré lo que en este paso me pasó con el que me daba la relación, al cual, si no lo tuviera por tan hijodalgo y fidedigno, como lo es y como adelante en otros pasos diremos de su reputación, no presumiera yo que escribía tanta verdad, como la presumo y certifico por tal. Digo, pues, llegando a la respuesta que hemos dicho que los cuatro indios capitanes dieron al gobernador y luego a la de los tres mozos hijos de señores de vasallos, pareciéndome que las razones (conforme a la común opinión que de los indios se tiene), eran más que de indios bárbaros, le dije: "Según la reputación universal en que los indios están, no han de creer que son suyas estas razones." Respondióme: "Bien sabéis que la opinión es falsa y no hay que hacer caso de ella; antes será justo deshacerla con decir la verdad de lo que en ello hay, porque, como vos mismo lo habéis visto y conocido, hay indios de muy buen entendimiento que en paz y en guerra, en tiempos adversos y prósperos, saben hablar como cualquier otra nación de mucha doctrina.
"Lo que os he dicho respondieron los indios en substancia, sin otras muchas lindezas que ni me acuerdo de ellas, ni que me acordase las sabría decir como ellos las dijeron, tanto que el gobernador y los que con él estábamos nos admiramos de sus palabras y razones más que no de la hazaña de haberse dejado estar nadando en el agua casi treinta horas. Y muchos españoles leídos en historias, cuando los oyeron, dijeron que parecían haber militado los capitanes entre los más famosos de Roma cuando ella imperaba el mundo con las armas, y que los mozos señores de vasallos parecían haber estudiado en Atenas cuando ella florecía en letras morales. Por lo cual, luego que respondieron y el gobernador los hubo abrazado, no quedó capitán ni soldado, de cuenta que con grandísima fiesta no los abrazase, aficionados de haberles oído. "Por ende, escribid con todo el encarecimiento que pudiéredes lo que os he dicho, que yo os prometo que, por mucho que en loor de las generosidades y excelencias de Mucozo y del esfuerzo, constancia y discreción de estos siete indios capitanes y señores de vasallos os afiléis y adelgacéis la pluma, y, por más y más que en las bravosidades y terriblezas de Vitachuco y de otros principales que adelante hallaremos os alarguéis, no lleguéis donde ellos estaban en sus grandezas y hazañas. "Por todo lo cual, escribid sin escrúpulo alguno lo que os digo, créanlo o no lo crean, que con haber dicho verdad de lo que sucedió cumplimos con nuestra obligación, y hacer otra cosa sería hacer agravio a las partes". Todo esto, como lo he dicho, me pasó con mi autor, y yo lo pongo aquí para que se entienda y crea que presumimos escribir verdad antes con falta de elegancia y retórica necesaria para poner las hazañas en su punto que con sobra de encarecimiento porque no lo alcanzo y porque adelante, en otras cosas tan grandes y mayores que veremos, será necesario reforzar la reputación de nuestro crédito, no diré ahora más sino que volvamos a nuestra historia.