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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XXVI De lo que el gobernador pasó con los tres indios señores de vasallos y con el curaca Vitachuco Habiendo respondido los cuatro indios capitanes lo que en el capítulo pasado se ha dicho, el gobernador, no sin admiración de haber oído sus razones, volvió los ojos a los otros tres que estaban callando, que eran mozos de poca edad, que ninguno de ellos pasaba de los diez y ocho años y eran hijos de señores de vasallos de la comarca y vecindad de Vitachuco, sucesores de los estados de sus padres; y por oír lo que dirían, les dijo que por qué ellos, no siendo capitanes ni teniendo la obligación que aquellos cuatro, habían permanecido en la misma obstinación y pertinacia. Los mozos con un ánimo ajeno de prisioneros y con semblante grave, como si estuvieran libres, ayudándose uno a otro en sus razones, respondieron en su lenguaje las palabras siguientes que, interpretadas en la castellana, dicen así. "El principal intento que nos sacó de las casas de nuestros padres, cuyos hijos primogénitos somos y herederos que habíamos de ser de sus estados y señoríos, no fue derechamente el deseo de tu muerte, ni la destrucción de tus capitanes y ejércitos, aunque no se podía conseguir nuestra intención sin daño tuyo y de todos ellos. Tampoco nos movió el interés que en la guerra se suele dar a los que en ella militan, ni la ganancia de los sacos que en ella suele haber de los pueblos y ejércitos vencidos, ni salimos por servir a nuestros príncipes para que, agradados y obligados con nuestros servicios, adelante nos hiciesen mercedes conforme a nuestros méritos.

Todo esto faltó en nosotros, que nada de ello habíamos menester. "Salimos de nuestras casas con deseo de hallarnos en la batalla pasada sólo por codicia y ambición de honra y fama, por ser (como nuestros padres y maestros nos han enseñado) la que en las guerras se alcanza de mayor valor y estima que otra alguna de este mundo. Con ésta nos convidaron e incitaron nuestros vecinos y comarcanos, y por ella nos pusimos al trabajo y peligro en que ayer nos viste, del cual por tu clemencia y piedad nos sacaste, y por ella misma somos hoy tus esclavos. "Pues como la ventura nos quitase la victoria en la cual pensábamos alcanzar la gloria que pretendíamos y la diese a ti, como a quien la merecía mejor, y a nosotros, al contrario, nos sujetase a las desventuras y trabajos que los vencidos suelen padecer, parecionos que en estas mismas adversidades la podíamos ganar sufriéndolas con el propio ánimo y esfuerzo que traíamos para las prosperidades, porque, como nuestros mayores nos han dicho, no merece menos el vencido constante que pospone la vida por la honra de conservar la libertad de la patria y la suya que el vencedor victorioso que usa bien de la victoria. "De todas estas cosas, y otras muchas, veníamos doctrinados de nuestros padres y parientes, por lo cual, aunque no traíamos cargos ni oficios de guerra, nos parecía que no era nuestra obligación menor que la de estos cuatro capitanes, antes mayor y más obligatoria por habernos elegido la suerte para mayor preeminencia y estado, pues habíamos de ser señores de vasallos a los cuales queríamos dar a entender que pretendíamos suceder en los estados de nuestros padres y antecesores por los mismos pasos que ellos subieron a ser señores, que fueron por los de la fortaleza y constancia, y otras virtudes que tuvieron, con las cuales, sustentaron sus estados y señoríos.

Queríamos asimismo y con nuestra propia muerte consolar a nuestros padres y parientes muriendo por hacer el deber, mostrando ser sus deudos hijos. "Estas fueron las causas, invencible capitán, de habernos hallado en esta empresa, y también lo han sido de la rebeldía y pertinacia que dices que hemos tenido, si así se puede llamar el deseo de la honra y fama y el cumplimiento de nuestra obligación y deuda natural, la cual, conforme a la mayor calidad y estado, es mayor en los príncipes, señores y caballeros, que en la gente común. "Si basta esto para nuestro descargo, perdónanos, hijo del Sol, que nuestra obstinación no fue por desacatarte sino por lo que has oído. Y si no merecemos perdón, ves aquí nuestras gargantas. Hágase de nuestras vidas lo que más te agradare, que tuyos somos y al vencedor nada le es prohibido". Muchos de los españoles circunstantes, oyendo las últimas palabras, viendo mozos tan nobles y de tan poca edad puestos en tal aflicción y que acertasen a hablar de aquella suerte, no pudieron abstenerse de no mostrar compasión y ternura hasta descubrirla por los ojos. Y el gobernador, que asimismo era de ánimo piadoso, también se enterneció y, levantándose a ellos, como si fueran propios hijos los abrazó a todos tres juntos y después a cada uno de por sí, y, entre otras palabras de mucho amor, les dijo que en la fortaleza que en la guerra habían tenido y en la discreción que fuera de ella habían mostrado daban a entender muy claramente ser quien eran y que los tales hombres merecían ser señores de grandes estados; que se holgaba mucho de haberlos conocido y librado de la muerte, y holgaría asimismo ponerlos presto en libertad; que se alegrasen y perdiesen la pena que por su adversidad podían tener.

Dos días los tuvo el gobernador consigo después de esta plática haciéndoles todo regalo y caricia, sentándolos a comer a su mesa por atraer a sus padres a su amistad y devoción, la cual honra los mozos estimaron en mucho. Pasados los dos días, con dádivas de lienzos, paños, sedas y espejos, y otras cosas de España, que les dio para sus padres y madres, los envió a sus casas acompañados de algunos indios que entre los que había preso se hallaron suyos, y les mandó dijesen a sus padres cuán buen amigo les había sido y que también lo sería de ellos, si quisiesen su amistad. Los mozos, habiendo rendido las gracias al gobernador por haberles dado la vida y por las mercedes que de presente les hacía, se fueron muy contentos a sus tierras llevando bien que contar a ellas. A los cuatro capitanes mandó el gobernador retener en prisión para reprehenderlos juntamente con su cacique, y así, otro día después de la partida de los mozos, mandó llamar a todos cinco y con graves palabras les dijo cuán mal hecho había sido que debajo de paz y amistad hubiesen tratado de matar los castellanos sin haberles hecho agravio alguno, por lo cual eran dignos de muerte ejemplar que sonara por todo el mundo, mas que, por mostrar a los naturales de todo aquel gran reino que no quería vengarse de sus injurias sino tener paz y amistad con todos, les perdonaba el delito pasado, con que en lo por venir fuesen buenos amigos, y que, pues él de su parte mostraba que lo era, les rogaba y encargaba que, sin acordarse de lo pasado, tratasen de conservar sus vidas y haciendas y no pretendiesen hacer otra cosa, porque, si la intentasen, no les sucedería mejor que en lo pasado.

Y aparte dijo al curaca otras muchas cosas con palabras muy amorosas por mitigarle el odio y rencor que a los cristianos tenía, y mandó que volviese a comer a su mesa, que, hasta entonces, por castigo, lo había alejado y mandado que comiese en otra parte. Mas en Vitachuco, obstinado y ciego en su pasión, no solamente no hicieron buen efecto las razones, caricias y regalos, y otras muchas cosas que con muestra de amor el gobernador le hizo y dijo, mas antes lo incitaron a mayor locura y desatino, porque, avasallado de la furia y temeridad, estaba ya incapaz de consejo y de toda razón, ingrato y desconocido al perdón y beneficios por el gobernador hechos, y, como hombre perdido, gobernándose por su pasión, no paró hasta ver su destrucción y muerte y la de sus vasallos, como adelante veremos.

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