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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XX Un perro derrengado. --Isla de Cozumel, conocida por los aborígenes con el nombre de Cuzamil. --Descubierta por Juan de Grijalva. --Extractos del itinerario de su viaje. --Torres vistas por los españoles. --Un antiguo juego indio. --Templos. --Idolos derribados por los conquistadores. --Actual estado de la isla. --Sumergida en una espesa floresta. --Terrazas y edificio. --Otro edificio. --Esos edificios fueron probablemente las torres vistas por los españoles. --Su semejanza con los de la tierra firme. --Ruinas de una iglesia cristiana. --Su historia es desconocida. --Vanidad de las esperanzas humanas. --Opinión de los antiguos escritores españoles. --Su creencia de que la cruz fue hallada entre los indios como el símbolo del culto cristiano. --La Cruz de Cozumel en Mérida. --Plataforma al frente de la iglesia. --Pilastras cuadradas. --Destinadas antiguamente a soportar las cruces. --Una de éstas era la "Cruz de Cozumel". --La cruz nunca fue reconocida por los indios como símbolo del culto. --Pájaros raros. --Una súbita tormenta. --La canoa en un estrecho. --Terribles aprensiones de nuestra parte A la mañana siguiente, mientras almorzábamos sobre la vieja escotilla, columbramos un perro que desde cierta distancia nos estaba acechando, como si hubiese deseado y temido a un mismo tiempo acercarse a donde estábamos. El pobre animal estaba derrengado, cojeaba miserablemente y uno de sus huesos humerales se hallaba destrozado de resultas, según decía el patrón, de alguna lucha con un jabalí.
Procuramos atraerlo con halagos; pero, después de estársenos mirando unos pocos momentos, se marchó al bosque y no volvimos a verle más. Sin duda era uno de los cinco que en la isla había dejado don Vicente Albino, y al verse abandonado llegó a perder su confianza en el hombre. Entre pocos años, si estos animales no son devorados por algunas bestias que les sean superiores en fuerza, esta isla desierta vendrá a quedar poblada de una raza de perros salvajes. La isla de Cozumel, según se le llama hoy, fue conocida por aborígenes con el nombre de Cuzamil, que en su idioma significa "la isla de las golondrinas". Desde antes de salir de mi país, había designado a esta isla como uno de los puntos que deberían ser visitados. Mi atención se había fijado en ella por los relatos históricos de su condición en la época en que fue conocida por los españoles. Descubriola accidentalmente en 1518 Juan de Grijalva, quien, al pretender seguir las huellas de Córdova, fue arrojado por la corriente hasta la altura de ella. El itinerario de su viaje era llevado, bajo su propia dirección, por el capellán mayor de la flotilla, y fue publicado por la primera vez en París en el año 1838, juntamente con una colección de relatos y memorias originales. El tal itinerario comienza así: "El sábado 1? de marzo del año de 1518, el comandante de dicha flotilla zarpó de la isla de Cuba. El 4 vimos sobre un promontorio una casa blanca. Toda la costa estaba cubierta de arrecifes y escollos.
Dirigíamonos a la costa opuesta cuando distinguimos la casa con mayor claridad. Tenía la forma de una torrecilla y aparecía ser de ocho palmos de largo, y como del alto de un estado de hombre. La flotilla fue a echar el ancla como a dos leguas de la costa: dos pequeñas embarcaciones llamadas "canoas", manejada cada una por tres indios, se acercaron a nosotros a tiro de cañón. Ni pudimos hablarles ni saber nada de ellos, excepto de que en la mañana próxima el cacique, idest, el jefe de aquel pueblo, vendría a bordo de nuestro buque. A la mañana siguiente pusímonos a la vela para reconocer un cabo que veíamos a distancia, y que el piloto nos dijo que era la isla de Yucatán. Entre él y la punta de Cucuniel, en donde nos hallábamos, descubrimos un golfo en el cual entramos y llegamos cerca de las playas de Cuzamil que íbamos costeando. Además de la una torre que habíamos visto, descubrimos otras catorce de la misma forma. Antes de dejar la primera, las dos canoas de indios volvieron: el cacique del pueblo estaba en una de ellas, y vino a bordo de la capitana y nos habló por medio de un intérprete (uno de los dos indios traídos de Yucatán en el primer viaje de Córdova) y suplicó al comandante que fuésemos a su pueblo, diciendo que en ello tendría y recibiría mucho honor". "Echámonos a la vela, siguiendo la costa a distancia de un tiro de piedra, porque el mar es muy cantiloso en aquellas costas. El país aparecía muy agradable, y contamos al dejar este punto catorce torres, de la forma indicada.
Al ponerse el sol, vimos una gran torre blanca, que parecía muy elevada: aproximámonos, y vimos cerca de ella una muchedumbre de indios, hombres y mujeres que estaban mirándonos, y permanecieron allí hasta que la flotilla se detuvo como a un tiro de ballesta de la torre. Los indios, que eran muy numerosos en esta isla, hicieron un gran ruido con sus timbales". "El viernes 6 de mayo, el comandante mandó se armasen cien hombres: embarcáronse éstos en las lanchas y fueron a tierra, acompañados de un sacerdote, y esperaron ser atacados por un gran número de indios. Preparándose para la defensa, se pusieron en buen orden y se encaminaron a la torre, en donde no hallaron a persona alguna, ni allí, ni en todos los alrededores. El comandante subió a la torre con el porta-estandarte, que le llevaba desplegado. Plantó este estandarte sobre una de las fachadas de la torre, tomó posesión de ella a nombre del rey delante de testigos, y levantó un acta de la dicha toma de posesión". "La subida a esta torre era por diez y ocho escalones: su base era muy sólida, y tenía ciento ochenta pies de circunferencia. En la parte superior se elevaba una torrecilla de la altura de dos hombres, puesto el uno sobre el otro. Dentro había figuras, huesos e ídolos que aquéllos adoraban, y por estos signos supusimos que eran idólatras. Mientras que el comandante estaba en la parte superior de la torre con algunos de los nuestros, un indio seguido de otros tres, que custodiaban las puertas, colocó en el interior un vaso con perfumes odoríferos, que parecían de estoraque.
Este indio era viejo: quemó varios perfumes en presencia de los ídolos que estaban en la torre, y cantó en alta voz un cántico que conservó siempre el mismo tono. Nosotros supusimos que estaba invocando a sus ídolos. Estos indios condujeron a nuestro comandante y a diez o doce españoles y les dieron de comer en una sala construida de piedras muy unidas y cubierta de paja. Delante de la sala había un gran pozo del cual bebían todos. Entonces nos dejaron solos y entraron en el pueblo, en donde las casas estaban hechas de piedra. Entre otras vimos cinco muy bien construidas y dominadas por torrecillas. La base de estos edificios es muy grande y maciza: el edificio es muy pequeño en la parte superior. Parece haber sido construido desde mucho tiempo antes; pero hay también algunos modernos". "Aquel pueblo o aldea estaba pavimentado de piedras cóncavas: las calles, elevadas de los lados, se inclinaban hacia el centro, el cual estaba enteramente empedrado de piedras grandes; los lados estaban ocupados por las casas de los habitantes, y estaban construidas de piedra desde los cimientos hasta la mitad de la altura de las paredes, y techadas de paja. A juzgar por los edificios y las casas, estos indios parecen muy hábiles, y, si no hubiésemos visto un gran número de fábricas recientes, habríamos creído que esos edificios eran obra de españoles. Esta isla me parece muy hermosa. Penetramos en número de diez hombres hasta tres o cuatro millas en el interior. Allí vimos edificios y habitaciones separadas unas de otras, y muy bien construidas".
"La armada de Cortés se dio cita para esta isla el día 10 de febrero de 1519. Bernal Díaz del Castillo era actor y espectador en la escena que describe de la manera siguiente: "Había en la isla de Cozumel un templo que encerraba algunos feísimos ídolos, y al cual acostumbraban ir frecuentemente en solemne procesión todos los indios de los distritos comarcanos. Una mañana, los patios de este templo estaban llenos de indios y habiendo llevado allí la curiosidad a algunos de los nuestros, encontramos que estaban quemando resinas olorosas, semejantes a nuestro incienso; y poco después un viejo envuelto en una manta suelta subió a la parte superior del templo, y por largo tiempo estuvo arengando o predicando a la muchedumbre. Cortés, que estaba presente, llamó al fin a Melchorejo, prisionero indio que había sido tomado en un viaje precedente a Yucatán, para hacerle preguntas respecto de las malas doctrinas que el viejo estaba exponiendo. Entonces notificó a todos los caciques y personas principales para que compareciesen ante él, y por signos e interpretaciones, como mejor pudo, les explicó que los ídolos que adoraban no eran dioses sino demonios que llevarían sus almas a los infiernos; y que si ellos, los indios, deseaban permanecer en buena amistad con nosotros, debían echarlos abajo y colocar en su lugar una imagen de Nuestro Señor Crucificado, con cuya protección conseguirían buenas cosechas y la salvación de sus ánimas, con otras buenas y santas razones que él les patentizó muy bien.
Los sacerdotes y principales del pueblo repusieron que ellos daban culto a aquellos dioses como sus antepasados lo habían hecho, porque eran muy buenos con ellos y que, si nosotros intentábamos perturbarlos, los dioses nos convencerían de su poder destruyéndonos en el mar. Cortés mandó entonces que los ídolos fuesen derribados, lo que verificamos inmediatamente haciéndoles rodar de la escalera abajo. En seguida envió a buscar cal, de que había abundancia en el lugar, y algunos albañiles indios, por medio de los cuales y bajo nuestra dirección se construyó un muy hermoso altar, en el que colocamos una imagen de la Santa Virgen; y, habiendo hecho los carpinteros un crucifijo, que se colocó en una capilla cerca del altar, celebró la misa el R. Padre Juan Díaz, y la oyeron los sacerdotes, principales, y demás nativos con la mayor atención"". Tales son los relatos que hacen los testigos oculares de lo que vieron en las primeras visitas de los españoles. Los historiadores de una época posterior son más explícitos y hablan de Cozumel como de un lugar que contenía muchos adoratorios o templos, y como del principal santuario o sitio de peregrinación, siendo para Yucatán lo mismo que Roma para el mundo católico. Gomara describe un templo, el cual "era lo mismo que una torre cuadrada, ancho en su base con escalones en los lados y en la parte superior una cámara cubierta de paja y decorada de cuatro puertas o ventanas y sus respectivos antepechos o corredores.
En el hueco, que era semejante a una capilla, colocaban o pintaban a sus dioses. Tal era el que se hallaba próximo a la orilla del mar". Estos relatos me indujeron a visitar la isla de Cozumel; y una noticia incidental que hallé en un viajero moderno, que habla de las ruinas existentes como si no fuesen otra cosa más que vestigios de antiguas obras españolas, me hizo sospechar que se había equivocado el carácter de las ruinas y que eran realmente vestigios de la primitiva población. Estando ya en el teatro mismo de ellas, nos preguntábamos en dónde las hallaríamos. En medio de todas las devastaciones que acompañaban al progreso de los españoles en los pueblos de América, ninguna ha sido más completa que la que ha sobrevenido a la isla de Cozumel. Cuando me resolví a visitarla, ignoraba que estuviese deshabitada, y como sabía que apenas tendría treinta millas de largo, supuse que podría hacerse una completa exploración sin mayor dificultad. Pero ya desde antes de desembarcar me persuadí de que esto sería imposible, y de que sería inútil intentarlo siquiera. Toda la isla está cubierta de una espesa floresta, y excepto el desmonte que estaba junto a la choza y a lo largo de la playa, del resto, para dondequiera que uno se moviese, era preciso abrirse paso. Sólo teníamos dos marineros, y si nos proponíamos abrir un camino siguiendo los puntos del compás por el interior de la isla, era probable que pasásemos a pocos pies de distancia de un edificio sin percibirlo.
Por fortuna, en los confines del desmonte existían los vestigios de una antigua población, y, siguiendo las direcciones que nos había dado don Vicente Albino, no tuvimos dificultad en encontrarlos. Uno de esos edificios, que puede verse desde la copa de un árbol elevado y también desde el mástil de un buque al pasar a la altura de la costa, se encuentra en una terraza con escalones por sus cuatro costados. El edificio mide dieciséis pies cuadrados, tiene cuatro puertas que dan a los cuatro puntos cardinales, y es de muy poca elevación. La parte exterior es de piedra llana; pero, por algunos vestigios que aún permanecen, se conoce que antiguamente estuvo dada de estuco y pintada. Las puertas dan frente a un estrecho corredor de sólo veinte pulgadas de ancho, que abraza o encierra un cuarto pequeño de ocho pies y seis pulgadas de largo, y cinco pies de ancho, con una puerta que corresponde al centro. Al S. S. E. de este edificio, y como a quinientos o seiscientos pies de la orilla del mar, aparece otro erigido también sobre una terraza y consiste en un solo departamento de veinte pies de frente y seis pies y diez pulgadas de profundidad, con dos puertas y una pared posterior de siete pies de espesor. La altura es de diez pies, la bóveda es triangular y en las paredes existen vestigios de pinturas. Éstos eran los únicos edificios existentes en el desmonte; y, aunque es indudable que hay otros muchos sepultados en la espesura de la floresta, estos solos están llenos de instrucción.
El primero de ellos, que se encuentra junto a la orilla del mar, corresponde en todos sus rasgos característicos a la descripción de las torres vistas por Grijalva y sus compañeros, mientras navegaban a la altura de aquellas costas. La subida era por medio de escalones, la base es muy maciza, tiene la altura como de dos hombres, puesto el uno sobre el otro, y desde ese día podíamos decir, como dijeron los antiguos españoles, que, a juzgar por aquellos edificios, estos indios aparecían ser muy hábiles. Además, es un hecho muy interesante el que no solamente nuestro patrón y los marineros llamasen torre a este edificio, sino que también es indicado con el mismo nombre de torre en un moderno artículo publicado en las Transacciones de la real sociedad geográfica de Londres y que lleva el título: "Bosquejo de la costa oriental de Centro-América, formado de las notas del capitán Ricardo Owen y de los oficiales de la fragata de S. M. Thunder y la goleta Lark". Hasta donde es posible trazar con certidumbre el derrotero de Grijalva, existen muy fuertes razones para creer que los españoles desembarcaron por la primera vez en la bahía misma en cuyas playas se encuentra este edificio; y no hay violencia ninguna en suponer que el tal edificio es la propia torre en que los españoles presenciaron los ritos y ceremonias del culto idolátrico, y tal vez es el mismo templo del cual arrojaron los ídolos Bernal Díaz y sus compañeros, haciéndolos rodar por las escaleras.
Y más que esto todavía, en lo cual venía a quedar establecido el gran resultado que yo me proponía al visitar esta isla, los tales edificios eran idénticamente de la propia forma de los de la tierra firme, y, si hubiésemos visto centenares de ellos, no por eso nos habríamos convencido más, de que todos fueron erigidos y ocupados por un mismo pueblo, y, si además no hubiese existido ninguna circunstancia que lo comprobase, estos solos edificios probarían suficientemente que las ciudades arruinadas del continente, cuya fabricación se ha atribuido a razas perdidas, destruidas o desconocidas, estaban habitadas por los mismos indios que ocupaban el país al tiempo de la conquista. Detrás del último edificio, y tan sepultado en la espesura de la floresta que si no hubiese sido por nuestro patrón nunca lo habríamos encontrado, existe otro monumento, igual acaso en interés a cuanto hoy queda en la isla de Cozumel. Son las ruinas de una iglesia española de sesenta o setenta pies de frente y como de doscientos de profundidad. La pared del frontispicio ha caído casi en lo absoluto; pero las paredes laterales se hallan en pie todavía, y a lo largo de la base hay varios adornos de pintura; el interior está escombrado completamente con las ruinas del techo desplomado, y cubierto de maleza; un árbol crece en el sitio mismo en que estuvo el altar mayor, y el conjunto presenta un espectáculo de la más completa destrucción, sin esperanza de restauración ninguna.
La historia de esta iglesia es tan oscura como la de los templos arruinados en que se daba un culto diferente del que en ella se sustituyó. Cuándo fue construida, o cuándo fue abandonada, pero ni aun de su positiva existencia, los habitantes de toda la Nueva España no tienen conocimiento ninguno. No hay memoria ni tradición respecto de ella, y sin duda sería inútil cualquiera tentativa que hoy se hiciese para investigar su historia. En la profunda oscuridad que ahora la rodea leímos una nueva lección, sobre la vanidad de las esperanzas humanas, que muestra la ignorancia de los conquistadores respecto de lo que valían los países recién descubiertos de América. Benito Pérez, un clérigo que iba en la expedición de Grijalva, solicitó el obispado de esta isla. Al mismo tiempo, otro eclesiástico más distinguido solicitaba el de la isla de Cuba. El rey elevó a éste al alto honor de la mitra de Cozumel, mientras que a Benito Pérez se le contentó con el obispado de Culhua, que se consideraba comparativamente insignificante. Cozumel es ahora una isla desierta, y Culhua o México es el obispado más rico de la Nueva España. Pero hay otra razón particular para presentar a la consideración del lector esta iglesia arruinada. Es doctrina común, o más bien es un principio reconocido y aceptado por todos los antiguos escritores españoles, el de que en los primeros tiempos el cristianismo se predicó y enseñó a los indios; y, juntamente con ésta, existe la creencia de que los primeros conquistadores hallaron en Yucatán la cruz, como un símbolo de culto cristiano.
Se hace mención de ciertas profecías que demuestran un conocimiento tradicional de su antigua existencia, prediciendo que del oriente vendría una raza blanca y barbada, que elevaría en alto el signo de la Cruz, a la cual no podrían alcanzar sus dioses, y en cuya presencia éstos habían de huir, Esta misma idea vaga existe hasta hoy, y en general, cuando los clérigos prestan alguna atención a las antigüedades del país, siempre están predispuestos a descubrir alguna identidad real o imaginaria con la cruz. Preséntase como una fuerte prueba de esta creencia la "Cruz de Cozumel" existente en Mérida y hallada en aquella isla, suponiéndose, en tiempo de Cogolludo lo mismo que hasta hoy, que la tal cruz era un objeto de reverencia entre los indios antes de su conversión al catolicismo. Hasta la destrucción del edificio, la cruz estuvo colocada en un pedestal en el patio del convento de San Francisco; y según se nos dijo, mientras estuvo allí ningún rayo cayó en el edificio, como ha sucedido frecuentemente después de su remoción. Ahora existe en la iglesia de la Mejorada, y habiendo ido a verla allí, Mr. Catherwood y yo fuimos invitados para la celda de un religioso octogenario que yacía en su hamaca, hallándose imposibilitado desde muchos años atrás de salir de las puertas de su celda; pero que sin embargo se hallaba en pleno uso de sus potencias mentales. Díjonos este religioso en un tono que parecía indicar que lo que en particular había hecho le procuraría la remisión de sus muchos pecados que él mismo había extraído la cruz entre las ruinas, y hecho colocarla en el sitio en que a la sazón se hallaba.
Está en la pared de la primera capilla a la izquierda, y es casi el primer objeto que fija la vista del que entra en la iglesia. Es de piedra, tiene la apariencia de una venerable antigüedad, y una imagen del Salvador crucificado, hecha de yeso y en forma de relieve, sobresale de la superficie. A primera vista quedamos convencidos de que, cualquiera que sea la verdad supuesto de su primitiva historia, a lo menos su forma actual la debía a la dirección de los frailes. Y, aunque en aquel tiempo no esperábamos saber nada más en el particular, las ruinas de la iglesia nos aclararon todo el misterio posible, que estaba en conexión con su existencia. Enfrente del edificio hay una plataforma de mezcla, rota y desbaratada ya por las raíces de los árboles, pero que conserva aún su primitiva forma. Sobre ella existen dos postes o pilastras cuadradas, que supimos hubiesen sido destinadas para soportar cruces; y en el momento llegamos a creer que una de las que faltaban era la llamada "Cruz de Cozumel", que habría sido probablemente removida por algún fraile piadoso, cuando la iglesia comenzó a arruinarse y la isla a despoblarse. Por lo que a mí hace, el hecho es indubitable, y lo considero importante, porque aun cuando se hubiesen hallado cruces en Yucatán, la conexión de la "Cruz de Cozumel" con la iglesia arruinada de la isla completamente echa por tierra la mayor prueba que hoy se presenta de que la cruz fue tenida por los indios como símbolo de culto. A la tarde ya habíamos concluido de hacer cuanto teníamos en que ocuparnos; pero había tal encanto en nuestro absoluto dominio sobre esta isla desolada, que nos causaba un verdadero pesar el no hallar otra cosa en que ejercitarnos allí.
El doctor Cabot descubrió un rico campo para sus investigaciones ornitológicas, pero en este punto fue desgraciado. Dos muestras de pájaros raros que había preparado y puesto a secarse fueron devoradas por las hormigas. En el desmonte había un árbol seco y en una de sus ramas superiores estaba el nido de un halcón de especie muy rara, y cuyos huevos no conocían los naturalistas. Pero el tan nido parecía haberse construido bajo la aprensión de nuestra próxima visita: las ramas secas apenas podían sostenerlo, y evidentemente era imposible que sostuviesen un aumento de peso. El patrón y los marineros echaron abajo el árbol y los huevos se hicieron pedazos, conservándose únicamente los fragmentos. A la caída de la tarde nos entretuvimos en dar un paseo por la costa para recoger conchas, y hacia el anochecer nos dimos otro baño. Mientras estábamos en el agua, unos nubarrones negros comenzaron a acumularse sobre nuestras cabezas, apareció el brillo de los relámpagos, se escuchó el estampido del trueno, y los pájaros marinos comenzaron a revolotear a bandadas. En pos, descargó un aguacero, y recogiendo nuestros vestidos corrimos a refugiarnos en la cabaña. Al echar hacia atrás una rápida mirada, vimos a nuestra canoa en movimiento, llevando desplegada como una vara de la vela mayor, apareciendo como un gran pájaro que huía volando a flor de agua. Al descabezar la punta de la isla y desaparecer detrás de ella, suscitáronse nuestros temores. Con haber experimentado a bordo de ella un ligero mal tiempo, nos parecía imposible que pudiera salvarse a través de una tempestad tan súbita y molesta; y nuestro propio sentimiento de gratitud por no hallarnos a bordo en aquel momento nos hacía más sensible el peligro de los que allí se encontraban.
El patrón no era práctico en aquella costa, y no había en ella sino un solo sitio en que pudiese guarecerse, un estrecho pasadizo difícil en su entrada aun con la luz del día, mientras que ya la noche estaba encima. Mr. Catherwood había marcado el momento preciso en que la canoa remontó la punta, y por la cuenta era imposible que pudiese llegar al abrigo sino después de ser profunda la oscuridad de la noche, y por tanto tendría que correr la tempestad, y acaso ser arrojada al mar. Formidable era el pensamiento del peligro que podía correr el patrón y los pobres marineros, pero a este temor también iba acompañada alguna inquietud de parte nuestra sobre lo que podía sobrevenirnos.
Procuramos atraerlo con halagos; pero, después de estársenos mirando unos pocos momentos, se marchó al bosque y no volvimos a verle más. Sin duda era uno de los cinco que en la isla había dejado don Vicente Albino, y al verse abandonado llegó a perder su confianza en el hombre. Entre pocos años, si estos animales no son devorados por algunas bestias que les sean superiores en fuerza, esta isla desierta vendrá a quedar poblada de una raza de perros salvajes. La isla de Cozumel, según se le llama hoy, fue conocida por aborígenes con el nombre de Cuzamil, que en su idioma significa "la isla de las golondrinas". Desde antes de salir de mi país, había designado a esta isla como uno de los puntos que deberían ser visitados. Mi atención se había fijado en ella por los relatos históricos de su condición en la época en que fue conocida por los españoles. Descubriola accidentalmente en 1518 Juan de Grijalva, quien, al pretender seguir las huellas de Córdova, fue arrojado por la corriente hasta la altura de ella. El itinerario de su viaje era llevado, bajo su propia dirección, por el capellán mayor de la flotilla, y fue publicado por la primera vez en París en el año 1838, juntamente con una colección de relatos y memorias originales. El tal itinerario comienza así: "El sábado 1? de marzo del año de 1518, el comandante de dicha flotilla zarpó de la isla de Cuba. El 4 vimos sobre un promontorio una casa blanca. Toda la costa estaba cubierta de arrecifes y escollos.
Dirigíamonos a la costa opuesta cuando distinguimos la casa con mayor claridad. Tenía la forma de una torrecilla y aparecía ser de ocho palmos de largo, y como del alto de un estado de hombre. La flotilla fue a echar el ancla como a dos leguas de la costa: dos pequeñas embarcaciones llamadas "canoas", manejada cada una por tres indios, se acercaron a nosotros a tiro de cañón. Ni pudimos hablarles ni saber nada de ellos, excepto de que en la mañana próxima el cacique, idest, el jefe de aquel pueblo, vendría a bordo de nuestro buque. A la mañana siguiente pusímonos a la vela para reconocer un cabo que veíamos a distancia, y que el piloto nos dijo que era la isla de Yucatán. Entre él y la punta de Cucuniel, en donde nos hallábamos, descubrimos un golfo en el cual entramos y llegamos cerca de las playas de Cuzamil que íbamos costeando. Además de la una torre que habíamos visto, descubrimos otras catorce de la misma forma. Antes de dejar la primera, las dos canoas de indios volvieron: el cacique del pueblo estaba en una de ellas, y vino a bordo de la capitana y nos habló por medio de un intérprete (uno de los dos indios traídos de Yucatán en el primer viaje de Córdova) y suplicó al comandante que fuésemos a su pueblo, diciendo que en ello tendría y recibiría mucho honor". "Echámonos a la vela, siguiendo la costa a distancia de un tiro de piedra, porque el mar es muy cantiloso en aquellas costas. El país aparecía muy agradable, y contamos al dejar este punto catorce torres, de la forma indicada.
Al ponerse el sol, vimos una gran torre blanca, que parecía muy elevada: aproximámonos, y vimos cerca de ella una muchedumbre de indios, hombres y mujeres que estaban mirándonos, y permanecieron allí hasta que la flotilla se detuvo como a un tiro de ballesta de la torre. Los indios, que eran muy numerosos en esta isla, hicieron un gran ruido con sus timbales". "El viernes 6 de mayo, el comandante mandó se armasen cien hombres: embarcáronse éstos en las lanchas y fueron a tierra, acompañados de un sacerdote, y esperaron ser atacados por un gran número de indios. Preparándose para la defensa, se pusieron en buen orden y se encaminaron a la torre, en donde no hallaron a persona alguna, ni allí, ni en todos los alrededores. El comandante subió a la torre con el porta-estandarte, que le llevaba desplegado. Plantó este estandarte sobre una de las fachadas de la torre, tomó posesión de ella a nombre del rey delante de testigos, y levantó un acta de la dicha toma de posesión". "La subida a esta torre era por diez y ocho escalones: su base era muy sólida, y tenía ciento ochenta pies de circunferencia. En la parte superior se elevaba una torrecilla de la altura de dos hombres, puesto el uno sobre el otro. Dentro había figuras, huesos e ídolos que aquéllos adoraban, y por estos signos supusimos que eran idólatras. Mientras que el comandante estaba en la parte superior de la torre con algunos de los nuestros, un indio seguido de otros tres, que custodiaban las puertas, colocó en el interior un vaso con perfumes odoríferos, que parecían de estoraque.
Este indio era viejo: quemó varios perfumes en presencia de los ídolos que estaban en la torre, y cantó en alta voz un cántico que conservó siempre el mismo tono. Nosotros supusimos que estaba invocando a sus ídolos. Estos indios condujeron a nuestro comandante y a diez o doce españoles y les dieron de comer en una sala construida de piedras muy unidas y cubierta de paja. Delante de la sala había un gran pozo del cual bebían todos. Entonces nos dejaron solos y entraron en el pueblo, en donde las casas estaban hechas de piedra. Entre otras vimos cinco muy bien construidas y dominadas por torrecillas. La base de estos edificios es muy grande y maciza: el edificio es muy pequeño en la parte superior. Parece haber sido construido desde mucho tiempo antes; pero hay también algunos modernos". "Aquel pueblo o aldea estaba pavimentado de piedras cóncavas: las calles, elevadas de los lados, se inclinaban hacia el centro, el cual estaba enteramente empedrado de piedras grandes; los lados estaban ocupados por las casas de los habitantes, y estaban construidas de piedra desde los cimientos hasta la mitad de la altura de las paredes, y techadas de paja. A juzgar por los edificios y las casas, estos indios parecen muy hábiles, y, si no hubiésemos visto un gran número de fábricas recientes, habríamos creído que esos edificios eran obra de españoles. Esta isla me parece muy hermosa. Penetramos en número de diez hombres hasta tres o cuatro millas en el interior. Allí vimos edificios y habitaciones separadas unas de otras, y muy bien construidas".
"La armada de Cortés se dio cita para esta isla el día 10 de febrero de 1519. Bernal Díaz del Castillo era actor y espectador en la escena que describe de la manera siguiente: "Había en la isla de Cozumel un templo que encerraba algunos feísimos ídolos, y al cual acostumbraban ir frecuentemente en solemne procesión todos los indios de los distritos comarcanos. Una mañana, los patios de este templo estaban llenos de indios y habiendo llevado allí la curiosidad a algunos de los nuestros, encontramos que estaban quemando resinas olorosas, semejantes a nuestro incienso; y poco después un viejo envuelto en una manta suelta subió a la parte superior del templo, y por largo tiempo estuvo arengando o predicando a la muchedumbre. Cortés, que estaba presente, llamó al fin a Melchorejo, prisionero indio que había sido tomado en un viaje precedente a Yucatán, para hacerle preguntas respecto de las malas doctrinas que el viejo estaba exponiendo. Entonces notificó a todos los caciques y personas principales para que compareciesen ante él, y por signos e interpretaciones, como mejor pudo, les explicó que los ídolos que adoraban no eran dioses sino demonios que llevarían sus almas a los infiernos; y que si ellos, los indios, deseaban permanecer en buena amistad con nosotros, debían echarlos abajo y colocar en su lugar una imagen de Nuestro Señor Crucificado, con cuya protección conseguirían buenas cosechas y la salvación de sus ánimas, con otras buenas y santas razones que él les patentizó muy bien.
Los sacerdotes y principales del pueblo repusieron que ellos daban culto a aquellos dioses como sus antepasados lo habían hecho, porque eran muy buenos con ellos y que, si nosotros intentábamos perturbarlos, los dioses nos convencerían de su poder destruyéndonos en el mar. Cortés mandó entonces que los ídolos fuesen derribados, lo que verificamos inmediatamente haciéndoles rodar de la escalera abajo. En seguida envió a buscar cal, de que había abundancia en el lugar, y algunos albañiles indios, por medio de los cuales y bajo nuestra dirección se construyó un muy hermoso altar, en el que colocamos una imagen de la Santa Virgen; y, habiendo hecho los carpinteros un crucifijo, que se colocó en una capilla cerca del altar, celebró la misa el R. Padre Juan Díaz, y la oyeron los sacerdotes, principales, y demás nativos con la mayor atención"". Tales son los relatos que hacen los testigos oculares de lo que vieron en las primeras visitas de los españoles. Los historiadores de una época posterior son más explícitos y hablan de Cozumel como de un lugar que contenía muchos adoratorios o templos, y como del principal santuario o sitio de peregrinación, siendo para Yucatán lo mismo que Roma para el mundo católico. Gomara describe un templo, el cual "era lo mismo que una torre cuadrada, ancho en su base con escalones en los lados y en la parte superior una cámara cubierta de paja y decorada de cuatro puertas o ventanas y sus respectivos antepechos o corredores.
En el hueco, que era semejante a una capilla, colocaban o pintaban a sus dioses. Tal era el que se hallaba próximo a la orilla del mar". Estos relatos me indujeron a visitar la isla de Cozumel; y una noticia incidental que hallé en un viajero moderno, que habla de las ruinas existentes como si no fuesen otra cosa más que vestigios de antiguas obras españolas, me hizo sospechar que se había equivocado el carácter de las ruinas y que eran realmente vestigios de la primitiva población. Estando ya en el teatro mismo de ellas, nos preguntábamos en dónde las hallaríamos. En medio de todas las devastaciones que acompañaban al progreso de los españoles en los pueblos de América, ninguna ha sido más completa que la que ha sobrevenido a la isla de Cozumel. Cuando me resolví a visitarla, ignoraba que estuviese deshabitada, y como sabía que apenas tendría treinta millas de largo, supuse que podría hacerse una completa exploración sin mayor dificultad. Pero ya desde antes de desembarcar me persuadí de que esto sería imposible, y de que sería inútil intentarlo siquiera. Toda la isla está cubierta de una espesa floresta, y excepto el desmonte que estaba junto a la choza y a lo largo de la playa, del resto, para dondequiera que uno se moviese, era preciso abrirse paso. Sólo teníamos dos marineros, y si nos proponíamos abrir un camino siguiendo los puntos del compás por el interior de la isla, era probable que pasásemos a pocos pies de distancia de un edificio sin percibirlo.
Por fortuna, en los confines del desmonte existían los vestigios de una antigua población, y, siguiendo las direcciones que nos había dado don Vicente Albino, no tuvimos dificultad en encontrarlos. Uno de esos edificios, que puede verse desde la copa de un árbol elevado y también desde el mástil de un buque al pasar a la altura de la costa, se encuentra en una terraza con escalones por sus cuatro costados. El edificio mide dieciséis pies cuadrados, tiene cuatro puertas que dan a los cuatro puntos cardinales, y es de muy poca elevación. La parte exterior es de piedra llana; pero, por algunos vestigios que aún permanecen, se conoce que antiguamente estuvo dada de estuco y pintada. Las puertas dan frente a un estrecho corredor de sólo veinte pulgadas de ancho, que abraza o encierra un cuarto pequeño de ocho pies y seis pulgadas de largo, y cinco pies de ancho, con una puerta que corresponde al centro. Al S. S. E. de este edificio, y como a quinientos o seiscientos pies de la orilla del mar, aparece otro erigido también sobre una terraza y consiste en un solo departamento de veinte pies de frente y seis pies y diez pulgadas de profundidad, con dos puertas y una pared posterior de siete pies de espesor. La altura es de diez pies, la bóveda es triangular y en las paredes existen vestigios de pinturas. Éstos eran los únicos edificios existentes en el desmonte; y, aunque es indudable que hay otros muchos sepultados en la espesura de la floresta, estos solos están llenos de instrucción.
El primero de ellos, que se encuentra junto a la orilla del mar, corresponde en todos sus rasgos característicos a la descripción de las torres vistas por Grijalva y sus compañeros, mientras navegaban a la altura de aquellas costas. La subida era por medio de escalones, la base es muy maciza, tiene la altura como de dos hombres, puesto el uno sobre el otro, y desde ese día podíamos decir, como dijeron los antiguos españoles, que, a juzgar por aquellos edificios, estos indios aparecían ser muy hábiles. Además, es un hecho muy interesante el que no solamente nuestro patrón y los marineros llamasen torre a este edificio, sino que también es indicado con el mismo nombre de torre en un moderno artículo publicado en las Transacciones de la real sociedad geográfica de Londres y que lleva el título: "Bosquejo de la costa oriental de Centro-América, formado de las notas del capitán Ricardo Owen y de los oficiales de la fragata de S. M. Thunder y la goleta Lark". Hasta donde es posible trazar con certidumbre el derrotero de Grijalva, existen muy fuertes razones para creer que los españoles desembarcaron por la primera vez en la bahía misma en cuyas playas se encuentra este edificio; y no hay violencia ninguna en suponer que el tal edificio es la propia torre en que los españoles presenciaron los ritos y ceremonias del culto idolátrico, y tal vez es el mismo templo del cual arrojaron los ídolos Bernal Díaz y sus compañeros, haciéndolos rodar por las escaleras.
Y más que esto todavía, en lo cual venía a quedar establecido el gran resultado que yo me proponía al visitar esta isla, los tales edificios eran idénticamente de la propia forma de los de la tierra firme, y, si hubiésemos visto centenares de ellos, no por eso nos habríamos convencido más, de que todos fueron erigidos y ocupados por un mismo pueblo, y, si además no hubiese existido ninguna circunstancia que lo comprobase, estos solos edificios probarían suficientemente que las ciudades arruinadas del continente, cuya fabricación se ha atribuido a razas perdidas, destruidas o desconocidas, estaban habitadas por los mismos indios que ocupaban el país al tiempo de la conquista. Detrás del último edificio, y tan sepultado en la espesura de la floresta que si no hubiese sido por nuestro patrón nunca lo habríamos encontrado, existe otro monumento, igual acaso en interés a cuanto hoy queda en la isla de Cozumel. Son las ruinas de una iglesia española de sesenta o setenta pies de frente y como de doscientos de profundidad. La pared del frontispicio ha caído casi en lo absoluto; pero las paredes laterales se hallan en pie todavía, y a lo largo de la base hay varios adornos de pintura; el interior está escombrado completamente con las ruinas del techo desplomado, y cubierto de maleza; un árbol crece en el sitio mismo en que estuvo el altar mayor, y el conjunto presenta un espectáculo de la más completa destrucción, sin esperanza de restauración ninguna.
La historia de esta iglesia es tan oscura como la de los templos arruinados en que se daba un culto diferente del que en ella se sustituyó. Cuándo fue construida, o cuándo fue abandonada, pero ni aun de su positiva existencia, los habitantes de toda la Nueva España no tienen conocimiento ninguno. No hay memoria ni tradición respecto de ella, y sin duda sería inútil cualquiera tentativa que hoy se hiciese para investigar su historia. En la profunda oscuridad que ahora la rodea leímos una nueva lección, sobre la vanidad de las esperanzas humanas, que muestra la ignorancia de los conquistadores respecto de lo que valían los países recién descubiertos de América. Benito Pérez, un clérigo que iba en la expedición de Grijalva, solicitó el obispado de esta isla. Al mismo tiempo, otro eclesiástico más distinguido solicitaba el de la isla de Cuba. El rey elevó a éste al alto honor de la mitra de Cozumel, mientras que a Benito Pérez se le contentó con el obispado de Culhua, que se consideraba comparativamente insignificante. Cozumel es ahora una isla desierta, y Culhua o México es el obispado más rico de la Nueva España. Pero hay otra razón particular para presentar a la consideración del lector esta iglesia arruinada. Es doctrina común, o más bien es un principio reconocido y aceptado por todos los antiguos escritores españoles, el de que en los primeros tiempos el cristianismo se predicó y enseñó a los indios; y, juntamente con ésta, existe la creencia de que los primeros conquistadores hallaron en Yucatán la cruz, como un símbolo de culto cristiano.
Se hace mención de ciertas profecías que demuestran un conocimiento tradicional de su antigua existencia, prediciendo que del oriente vendría una raza blanca y barbada, que elevaría en alto el signo de la Cruz, a la cual no podrían alcanzar sus dioses, y en cuya presencia éstos habían de huir, Esta misma idea vaga existe hasta hoy, y en general, cuando los clérigos prestan alguna atención a las antigüedades del país, siempre están predispuestos a descubrir alguna identidad real o imaginaria con la cruz. Preséntase como una fuerte prueba de esta creencia la "Cruz de Cozumel" existente en Mérida y hallada en aquella isla, suponiéndose, en tiempo de Cogolludo lo mismo que hasta hoy, que la tal cruz era un objeto de reverencia entre los indios antes de su conversión al catolicismo. Hasta la destrucción del edificio, la cruz estuvo colocada en un pedestal en el patio del convento de San Francisco; y según se nos dijo, mientras estuvo allí ningún rayo cayó en el edificio, como ha sucedido frecuentemente después de su remoción. Ahora existe en la iglesia de la Mejorada, y habiendo ido a verla allí, Mr. Catherwood y yo fuimos invitados para la celda de un religioso octogenario que yacía en su hamaca, hallándose imposibilitado desde muchos años atrás de salir de las puertas de su celda; pero que sin embargo se hallaba en pleno uso de sus potencias mentales. Díjonos este religioso en un tono que parecía indicar que lo que en particular había hecho le procuraría la remisión de sus muchos pecados que él mismo había extraído la cruz entre las ruinas, y hecho colocarla en el sitio en que a la sazón se hallaba.
Está en la pared de la primera capilla a la izquierda, y es casi el primer objeto que fija la vista del que entra en la iglesia. Es de piedra, tiene la apariencia de una venerable antigüedad, y una imagen del Salvador crucificado, hecha de yeso y en forma de relieve, sobresale de la superficie. A primera vista quedamos convencidos de que, cualquiera que sea la verdad supuesto de su primitiva historia, a lo menos su forma actual la debía a la dirección de los frailes. Y, aunque en aquel tiempo no esperábamos saber nada más en el particular, las ruinas de la iglesia nos aclararon todo el misterio posible, que estaba en conexión con su existencia. Enfrente del edificio hay una plataforma de mezcla, rota y desbaratada ya por las raíces de los árboles, pero que conserva aún su primitiva forma. Sobre ella existen dos postes o pilastras cuadradas, que supimos hubiesen sido destinadas para soportar cruces; y en el momento llegamos a creer que una de las que faltaban era la llamada "Cruz de Cozumel", que habría sido probablemente removida por algún fraile piadoso, cuando la iglesia comenzó a arruinarse y la isla a despoblarse. Por lo que a mí hace, el hecho es indubitable, y lo considero importante, porque aun cuando se hubiesen hallado cruces en Yucatán, la conexión de la "Cruz de Cozumel" con la iglesia arruinada de la isla completamente echa por tierra la mayor prueba que hoy se presenta de que la cruz fue tenida por los indios como símbolo de culto. A la tarde ya habíamos concluido de hacer cuanto teníamos en que ocuparnos; pero había tal encanto en nuestro absoluto dominio sobre esta isla desolada, que nos causaba un verdadero pesar el no hallar otra cosa en que ejercitarnos allí.
El doctor Cabot descubrió un rico campo para sus investigaciones ornitológicas, pero en este punto fue desgraciado. Dos muestras de pájaros raros que había preparado y puesto a secarse fueron devoradas por las hormigas. En el desmonte había un árbol seco y en una de sus ramas superiores estaba el nido de un halcón de especie muy rara, y cuyos huevos no conocían los naturalistas. Pero el tan nido parecía haberse construido bajo la aprensión de nuestra próxima visita: las ramas secas apenas podían sostenerlo, y evidentemente era imposible que sostuviesen un aumento de peso. El patrón y los marineros echaron abajo el árbol y los huevos se hicieron pedazos, conservándose únicamente los fragmentos. A la caída de la tarde nos entretuvimos en dar un paseo por la costa para recoger conchas, y hacia el anochecer nos dimos otro baño. Mientras estábamos en el agua, unos nubarrones negros comenzaron a acumularse sobre nuestras cabezas, apareció el brillo de los relámpagos, se escuchó el estampido del trueno, y los pájaros marinos comenzaron a revolotear a bandadas. En pos, descargó un aguacero, y recogiendo nuestros vestidos corrimos a refugiarnos en la cabaña. Al echar hacia atrás una rápida mirada, vimos a nuestra canoa en movimiento, llevando desplegada como una vara de la vela mayor, apareciendo como un gran pájaro que huía volando a flor de agua. Al descabezar la punta de la isla y desaparecer detrás de ella, suscitáronse nuestros temores. Con haber experimentado a bordo de ella un ligero mal tiempo, nos parecía imposible que pudiera salvarse a través de una tempestad tan súbita y molesta; y nuestro propio sentimiento de gratitud por no hallarnos a bordo en aquel momento nos hacía más sensible el peligro de los que allí se encontraban.
El patrón no era práctico en aquella costa, y no había en ella sino un solo sitio en que pudiese guarecerse, un estrecho pasadizo difícil en su entrada aun con la luz del día, mientras que ya la noche estaba encima. Mr. Catherwood había marcado el momento preciso en que la canoa remontó la punta, y por la cuenta era imposible que pudiese llegar al abrigo sino después de ser profunda la oscuridad de la noche, y por tanto tendría que correr la tempestad, y acaso ser arrojada al mar. Formidable era el pensamiento del peligro que podía correr el patrón y los pobres marineros, pero a este temor también iba acompañada alguna inquietud de parte nuestra sobre lo que podía sobrevenirnos.