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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XXIV De las confecciones que estos indios usaban No se olvidó el demonio de procurar que, al modo que los christianos que guardamos la ley evangélica, según la verdad de la Iglesia Católica Romana, confesamos nuestros pecados a los verdaderos sacerdotes, a quien Cristo Nuestros Señor dejó potestad y llaves para abrir y cerrar el cielo y perdonar pecados, así a él le reverenciasen los indios, de quien tan aposesionado estaba, haciéndoles que confesasen sus pecados y los dijesen a los sacerdotes que ellos tenían, y por todos los caminos posibles se le diese a él honrra y tenerlos ciegos hasta el fin de sus miserables vidas. Tuvieron una opinión estos desdichados ignorantes, que todas las enfermedades, trabajos y persecuciones venían por pecados que hubiesen hecho. Negocio bien antiguo y aun guardado en los tiempos pasados, que creían que los trabajos y miserias, aun las naturales, venir y proceder de los pecados propios o de sus padres de quien los padecía, como consta de la pregunta del evangelio hecha a Christo por los discípulos acerca del ciego desde su nacimiento. Pero allí les desengañó Christo desta imaginación falsa, pues muchas veces para muestra y ostentación de las obras maravillosas de Dios, envía trabajos y persecuciones como también se vio en Job y Tobías. Para el remedio de las enfermedades usaban estos indios de sacrificios diferentes, acomodándolos a la calidad de ellas y también acostumbraron, casi en todas las provincias deste Reino, confesarse vocalmente y tuvieron, para este fin, confesores diputados mayores y menores, y pecados que eran reservados a confesarse al mayor sacerdote, y ellos les daban penitencias por ellos y algunas veces eran ásperas y rigurosas, atendiendo a la gravedad de los pecados, y esto se guardaba, especialmente si el indio que se confesaba era pobre, que no tenían alguna cosa que dar al confesor a quien acudía.
También tuvieron este oficio algunas mujeres. En la provincia del Collao fue más común y ordinario este uso de confesores y hechiceros, a quien ellos llaman ychuri, y tenían por opinión que es cosa y pecado muy grave y notable encubrir cuando se confesaban algún pecado y los confesores lo averiguaban, y por suertes, mirando la asadura de algún animal, si les encubren algún pecado y al que entendía no había dicho la verdad y callaba algo, lo castigaban con darle en las espaldas cantidad de golpes con una piedra, hasta que lo declarara todo y entonces le daban penitencia y hacían sacrificios por sus pecados. Desta confesión usaban también, cuando sus hijos y mujeres caían en alguna enfermedad, o sus caciques, o cuando les sucedían algunos trabajos grandes, y si el Ynga caía enfermo. Entonces todas las provincias se confesaban por él, especialmente los collas. Estos confesores, aunque bárbaros e ignorantes, tenían obligación de guardar el secreto de la confesión, aunque en esto había algunas limitaciones, que no parese sino que, en muchas cosas, adivinaban lo que había de venir a este Reyno y cómo habían de usar de la confesión vocal, para limpiarse mediante ella de sus pecados. Los pecados de que tenían mis cuenta y cuidado, y se acusaban principalmente eran éstos: matar a algún indio privadamente, fuera de las ocasiones de guerra; el segundo era tomar o quitar a otro su mujer, porque esto tenían por caso grave; el tercero era dar yerbas ponzoñosas y hechizos en comida o bebida, para matar a otro; el cuarto era hurtar o saltear, o quitar lo ajeno por fuerza.
Tenían por pecado gravísimo descuidarse o menospreciar la veneración de sus huacas e ídolos, el quebrantar las fiestas solemnes, que ellos guardaban por mandato del Ynga, y con esto el decir y tratar mal de la persona del Ynga y, cuando él mandaba alguna cosa, no cumplirle obedeciéndole con puntualidad. Estas eran las cosas de que se acusaban confesándose más especialmente, sin curar ni hacer caudal de actos y pecados interiores y de pensamientos. Era exento desta obligación de confesarse el Ynga, el cual a ninguna persona confesaba sus pecados, sino sólo al Sol, su padre, para que él los dijese al Hacedor y se los perdonase. Cuando el Ynga había confesado sus culpas delante de la imagen del Sol, hacía cierto lavatorio a su modo, con lo cual decían que del todo quedaba purificado y se acababa de limpiar de sus culpas. Era de desta forma: poníase en un río que corriese mucho y decía esstas palabras: "yo he dicho mis pecados al Sol mi padre, tu, río, con tus corrientes, llévalos velozmente al mar, donde nunca más parezcan" y con esto concluía. También los demás indios usaban destos lavatorios con las mismas, o casi, ceremonias, llamábanlos opacuna, y si se acertaban a morirse los hijos de alguno, le tenían por gran pecador y decían que por sus pecados le sucedía al revés, que los hijos muriesen primero que el padre, y a estos tales, después de haberse confesado y hecho los lavatorios referidos, les había de azotar con ciertas ortigas, que picaban mucho, un indio que fuese corcovado o contrahecho de su nacimiento, o tuviese alguna mostruosidad y defecto notable.
También tuvieron este oficio algunas mujeres. En la provincia del Collao fue más común y ordinario este uso de confesores y hechiceros, a quien ellos llaman ychuri, y tenían por opinión que es cosa y pecado muy grave y notable encubrir cuando se confesaban algún pecado y los confesores lo averiguaban, y por suertes, mirando la asadura de algún animal, si les encubren algún pecado y al que entendía no había dicho la verdad y callaba algo, lo castigaban con darle en las espaldas cantidad de golpes con una piedra, hasta que lo declarara todo y entonces le daban penitencia y hacían sacrificios por sus pecados. Desta confesión usaban también, cuando sus hijos y mujeres caían en alguna enfermedad, o sus caciques, o cuando les sucedían algunos trabajos grandes, y si el Ynga caía enfermo. Entonces todas las provincias se confesaban por él, especialmente los collas. Estos confesores, aunque bárbaros e ignorantes, tenían obligación de guardar el secreto de la confesión, aunque en esto había algunas limitaciones, que no parese sino que, en muchas cosas, adivinaban lo que había de venir a este Reyno y cómo habían de usar de la confesión vocal, para limpiarse mediante ella de sus pecados. Los pecados de que tenían mis cuenta y cuidado, y se acusaban principalmente eran éstos: matar a algún indio privadamente, fuera de las ocasiones de guerra; el segundo era tomar o quitar a otro su mujer, porque esto tenían por caso grave; el tercero era dar yerbas ponzoñosas y hechizos en comida o bebida, para matar a otro; el cuarto era hurtar o saltear, o quitar lo ajeno por fuerza.
Tenían por pecado gravísimo descuidarse o menospreciar la veneración de sus huacas e ídolos, el quebrantar las fiestas solemnes, que ellos guardaban por mandato del Ynga, y con esto el decir y tratar mal de la persona del Ynga y, cuando él mandaba alguna cosa, no cumplirle obedeciéndole con puntualidad. Estas eran las cosas de que se acusaban confesándose más especialmente, sin curar ni hacer caudal de actos y pecados interiores y de pensamientos. Era exento desta obligación de confesarse el Ynga, el cual a ninguna persona confesaba sus pecados, sino sólo al Sol, su padre, para que él los dijese al Hacedor y se los perdonase. Cuando el Ynga había confesado sus culpas delante de la imagen del Sol, hacía cierto lavatorio a su modo, con lo cual decían que del todo quedaba purificado y se acababa de limpiar de sus culpas. Era de desta forma: poníase en un río que corriese mucho y decía esstas palabras: "yo he dicho mis pecados al Sol mi padre, tu, río, con tus corrientes, llévalos velozmente al mar, donde nunca más parezcan" y con esto concluía. También los demás indios usaban destos lavatorios con las mismas, o casi, ceremonias, llamábanlos opacuna, y si se acertaban a morirse los hijos de alguno, le tenían por gran pecador y decían que por sus pecados le sucedía al revés, que los hijos muriesen primero que el padre, y a estos tales, después de haberse confesado y hecho los lavatorios referidos, les había de azotar con ciertas ortigas, que picaban mucho, un indio que fuese corcovado o contrahecho de su nacimiento, o tuviese alguna mostruosidad y defecto notable.