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Desarrollo


Capítulo XXV De los ritos que guardaban estos indios con los difuntos Tuvieron por cierto los indios que las ánimas vivían después desta vida, y que los buenos tenían descanso y holganza, y los malos dolor y pena, pero nunca llegó a su entendimiento este descanso y pena dónde había de ser, ni en qué lugar lo habían de tener, ni tampoco alcanzaron que los cuerpos hubiesen de resucitar con las almas, y a esta causa tuvieron grandísima diligencia en honrar los cuerpos de los difuntos y de guardarlos y honrarlos. El vulgo ignorante entendió que las comidas y bebidas, y ropas ricas que ponían a los difuntos, se aprovechaban de ellas en esotra vida y los sustentaba y libraba de trabajos, aunque los Yngas y algunos que alcanzaron más deste negocio, no creyeron esto. Tuvieron otro error, entendiendo comúnmente que a los que Dios en esta vida había dado prosperidades, riquezas y descanso los tenía por amigos y así en la otra vida también se los daba, y deste error y engaño procedió en ellos hacer tanta honra, y venerar con tanto cuidado, a los señores ricos y poderosos, aun después que habían muerto. Por el contrario, a los viejos, pobres y enfermos, teniéndolos por desechados de Dios, los despreciaban y no hacían caudal de ellos. En el día de hoy dura, de manera que aunque sea curaca e indio principal, si es pobre, viejo o enfermo no lo respetan, antes lo desechan. A los cuerpos de los difuntos tuvieron siempre, sus descendientes, hijos y nietos y los demás, suma veneración y respeto y ponían mucha diligencia en que se conservase, y para esto les ponían ropa y comidas y hacían sacrificios.

Especialmente a los señores e Yngas ponían una infinita suma de ministros, criados y sirvientes, los cuales sólo entendían en sus sacrificios y honrra. Todos los Yngas, en su vida, tenían cuidado en hacer una estatua suya, que representaba su persona, llamada huaoqui, a la cual los indios ordenaban grandes fiestas. El día que el Ynga moría, ninguna cosa de sus tesoros e riquezas, vajilla, cántaros de oro y plata y ropa, heredaba su hijo, el que le sucedía en su Reyno, pero todo se aplicaba, y daba desde luego, para los sacrificios, servicio y sustento de sus criados. El día que moría mataban las mujeres a quien él había tenido cuando vivía más afición y amor, y los criados o oficiales con quien más familiarmente había tratado, para que éstos le fuesen a la otra vida, a servir y asistir cerca de su persona. Refieren que cuando murió Huaina Capac, penúltimo Ynga deste Reino, mataron más de mil personas para este efecto. Primero que las matasen comían y bebían y cantaban y bailaban. Los cuerpos destos Yngas, y de sus mujeres, embalsamaban enteros, de suerte que duraban sin corromperse doscientos años y más. Sacrificábanles mil diferencias de cosas, particularmente niños, y de su sangre, hacían una raya de oreja a oreja en el rostro del difunto. Esta superstición ha cesado después que se descubrieron los cuerpos de estos difuntos, pero no del todo el procurarles comida y bebidas y vestidos, aunque poco a poco se va olvidando. Los entierros de la gente común se hacían por la mayor parte en el campo, en lugares altos y donde corriese aire.

Cuando los enterraban solían a muchos ponerles en las manos, en la boca, en el seno y otras partes, oro y plata y vestirles las ropas nuevas y, dentro, otras dobladas y chuspas calzado y llautos, y en las endechas y cantos referían las cosas que hicieron notables, y las de sus antepasados. Acostumbraban dar de comer y beber al tiempo del entierro de los difuntos, y el beber era con un canto triste y lamentable, y en estas ceremonias de las exequias gastaban algunos días. Tenían otro error, que las ánimas andaban vagas y solitarias y padecían hambre, sed, y frío y cansancio, y que las cabezas de los difuntos, o sus fantasmas, andaban visitando sus hijos y parientes y otras personas conocidas, en señal que han de morir presto o les ha de suceder algún mal. Por esta causa ofrecían en las sepulturas cosas de comer y beber, y vestidos, y los hechiceros solían, y aún ahora lo hacen, aunque con grandísimo secreto, sacar los difuntos los dientes y cortarles los cabellos y las uñas, para hacer con ellas diversas hechicerías, como en España y otras partes lo acostumbran hacer las viejas hechiceras. Aun en los principios que se iba plantando la fe y religión christiana entre ellos, aunque traían los difuntos a enterrar en las iglesias y cementerios, después de noche volvían y los desenterraban secretamente, sin que llegase a noticia e sus curas, y los llevaban a sus huacas, o a los cerros y pampas donde estaban sus antepasados y en las sepulturas antiguas, o en las casas de los difuntos, y allí los guardaban para darles a su tiempo de comer y beber; y entonces, haciendo juntas de sus parientes y amigos, bailaban y danzaban con gran fiesta y borrachera. Pero estas ceremonias y ritos, como los curas y ministros reales han tenido cuidado de castigarlas, y las han inquirido, han cesado del todo y cada día se van desarraigando de ellos y poniéndolas en olvido, y asentándose en sus corazones las ceremonias saludables, y verdaderas de que usa la Santa madre Iglesia Romana, y van frecuentando por sus difuntos los sufragios con que les dan verdaderas ayudas a los que están en las penas del purgatorio.

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