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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XVI Del orden que tenían los demás indios en sus casamientos y bodas Pues hemos ya dicho el modo con que el Ynga se casaba con la mujer principal que tenía, y cómo solemnizaban las fiestas y bodas, vendrá muy bien referir qué orden. tenían los demás indios, principales y comunes, en tomar mujeres. Lo primero, a ninguno se consentía casar ni que tuviese mujer si no era de edad bastante para ello y la que tenía el Ynga señalada para los casamientos, que era veinte y cinco cumplidos y de ahí arriba, y entonces podían tomar mujer los principales y curacas, y la gente común, precediendo la licencia del Ynga, y lo que después diremos. Cuando ya tenían tratado y concertado el casamiento, con la mujer que había escogido cada uno, conforme su calidad y gusto, llevaban una pieza de ropa y algunas ovejas y otras cosas, conforme su posible, y atambores. Los curacas con palotes de oro o plata; y para la desposada unos topos de plata, con su tipquí de oro y plata con chicha, y cada uno como más podía y tenía. Con sus parientes y criados, iban en casa de su suegro, padre de la desposada, y, le rogaban le diesen la hija por mujer, y ellos se la concedían y con ella le daban los ricos de lo que tenían. Los demás indios llevaban sus chipanas de oro o plata, y si la alcanzaban, y leña de unas raíces que llaman Urutne y, si no hallaban desta, de aliso, hechas rajas, y el que no la tenía de suyo, la pedía a su cacique. Y llevaban cuyes, charquí y coca y un haz de paja y algunos, que eran ricos, ropa conforme su posible y con ello, como está dicho, iban a casa de la novia a los padres, o parientes de ella, y se lo presentaban y pedían a su hija por mujer, y ellos se la daban y, concertado, hacían su acatamiento y derramaban paja por la casa, donde se sentaban todos; y de la leña que llevaban encendían fuego y comían y bebían la chicha que habían traído.
Estas bodas de ordinario se hacían de medio día para abajo y estando en ellas luego que acababan de comer y beber. El suegro, padre de la moza, o su hermano o deudos, si no tenían padres, públicamente hacían junta de su familia, parientes y mujeres y los ponía junto a sí y, estando en pie, llamaba al yerno y puesto delante de él, en pie, hacía que la desposada se pusiese junto al marido y, sobre todo, le encargaba el servicio del Ynga, pues él lo había casado y dado a su hija por mujer, y le rogaba la tratase bien y no la aporrease, y a ella que sirviese bien a su marido y le tejiese ropa, para sus vestidos. Acabada la plática el yerno, con toda parentela, le daban gracias al suegro, prometiéndole que su hija sería muy bien tratada y amada y, con esto, le hacía una gran humillación, en reconocimiento de ello, y tomaba a su mujer de la mano, y la pasaba consigo al puesto donde estaba asentado, y la madre y padre y parientes de el desposado la abrazaban, haciendo la mocha que dicen, y embijaban la cara con una bija colorada, que sacaban para éste efecto que llamaban canchuncay, y sobre esto tornaban de nuevo a beber y brindarse los unos a los otros. Concluido, llevaban todos juntos los deudos a la novia a casa de su marido, cantando y bailando con grande regocijo y placer donde volvían a beber y brindarse. Al otro día el yerno convidaba al suegro a su casa a comer y mataban, los que tenían ganado, ovejas y corderos y comían los menudos deste ganado, y el padre del desposado y la madre, mostraban al suegro toda la casa y lo que en ella había, y las trojes de maíz y de otras semillas y le ofrecían lo que tenían y él se lo agradecía y, con esto, se acababan las bodas.
Para los días que en ellas entendían estaban reservados el desposado y sus parientes y los de su mujer, pero en acabando bolvían a sus oficios y trabajos. También refieren que si entre los padres y madres concertaban algún casamiento sin que dél diesen parte a sus hijos era hecho, aunque los hijos no quisiesen, y este abuso aún dura hasta e día de hoy entre ellos, que si hablan al padre o madre, o le traen algún presente de leña, paja o chicha y la recibe y bebe y se calienta con la leña, aunque la hija no quiera consentir en el matrimonio, los padres dicen que ya recibió el presente y que no ha de rehusarlos y el marido la persigue donde quiera que va, diciéndole que ya sus padres se la dieron, y que es su mujer aunque no quiera, y así se las cogen en lugar oculto, las fuerzan contra su voluntad, diciendo que ya son suyas y que su padre recibió la leña y presente y, por grado o contra él, las hacen consentir en ello, y aun muchas veces lo suelen pedir casi por justicia ante los sacerdotes y curas. Otras veces el Ynga daba, por merced y favor que quería hacer, a algún curaca y principal mujer de su linaje, o de las recogidas que él tenía, y si acaso tenía otra principal, eran ambas iguales y las llamaban Mama Huarmis por ser ñustas o Mamaconas de las escogidas. Si rehusaba recibir otra mujer decía que la que tenía sería en lugar de la que le daba el Ynga, y así se quedaba con la que tenía antes, cuyos hijos eran habidos por legítimos. Otro modo había de casamientos entre ellos y era que, cuando venían indios que en la guerra se señalaban, y habían estado en las fronteras y pasado trabajos en servicio del Ynga, daba comisión el Ynga al toc-ri-cuc-apu de la provincia, que era como su teniente, que les diese mujeres las que él escogiese, y así iban todos los indios y sacaban las indias casaderas de los lugares y casas donde estaban recogidas, como después diremos, y se ponían los indios enfrente de ellas y el toc-ri-cuc les mandaba que, por su orden, escogiesen la mujer que querían, prefiriendo luego los principales y que más hechos famosos tenían en la guerra, e íbanse a la que les parecía y tomábala de la mano y traíasela a su puesto, y poníala a las espaldas, y si quedaban algunos indios que no escogiesen mujeres, se les preguntaba la causa y respondían que por haberse juntado con alguna de las que había caído a otro en suerte y, averiguándolo, le tomaban a ella el consentimiento y se la daban, y al otro que escogiese y después dábaseles indias de servicio, conforme hubiesen peleado en las guerras.
Algunos, antes que llegasen a estas juntas, estaban concertados con los padres y madres de las indias de darse sus hijas los unos a los otros, y levantábanse con unas bolsas llenas de coca y, llegando a los padres y madres de las mujeres que deseaban, y dábanles coca y luego brindábanle, y en tomando la coca y mascándola, era visto aceptar, y quedaba hecho el casamiento. Después de haber escogido todos los indios mujeres a su gusto en presencia del tocricuc, y que bebían y se holgaban, el tocricuc y otro, que tenía comisión del Ynga, con el cada uno de por sí, hacían a los indios un parlamento, comenzando de la comisión y decían a toda la gente, que ya el Ynga les había dado mujeres y hecho mercedes, y que lo tuviesen en memoria para servirlo, y quisiesen bien a sus mujeres y no las maltratasen, y ellas tuviesen mucho respeto a sus maridos, y que ninguno solicitase ni quitase la mujer otro, so pena de ser castigado con rigor, y que no anduviesen ociosos, sino que trabajasen en sus chácaras y usasen sus oficios, y no fuesen ladrones. Luego el gobernador empezaba a hacerles otra plática, encargándoles lo mismo y el Ynga, y el Sol su padre, les galardonaría lo bien que hiciesen y, si no, los castigaría gravísimamente. Así se estaban dos o tres horas y, acabado, las mujeres que quedaban se volvían a sus casas de recogimiento y entraban otras, por orden, en lugar de las que habían salido.
Estas bodas de ordinario se hacían de medio día para abajo y estando en ellas luego que acababan de comer y beber. El suegro, padre de la moza, o su hermano o deudos, si no tenían padres, públicamente hacían junta de su familia, parientes y mujeres y los ponía junto a sí y, estando en pie, llamaba al yerno y puesto delante de él, en pie, hacía que la desposada se pusiese junto al marido y, sobre todo, le encargaba el servicio del Ynga, pues él lo había casado y dado a su hija por mujer, y le rogaba la tratase bien y no la aporrease, y a ella que sirviese bien a su marido y le tejiese ropa, para sus vestidos. Acabada la plática el yerno, con toda parentela, le daban gracias al suegro, prometiéndole que su hija sería muy bien tratada y amada y, con esto, le hacía una gran humillación, en reconocimiento de ello, y tomaba a su mujer de la mano, y la pasaba consigo al puesto donde estaba asentado, y la madre y padre y parientes de el desposado la abrazaban, haciendo la mocha que dicen, y embijaban la cara con una bija colorada, que sacaban para éste efecto que llamaban canchuncay, y sobre esto tornaban de nuevo a beber y brindarse los unos a los otros. Concluido, llevaban todos juntos los deudos a la novia a casa de su marido, cantando y bailando con grande regocijo y placer donde volvían a beber y brindarse. Al otro día el yerno convidaba al suegro a su casa a comer y mataban, los que tenían ganado, ovejas y corderos y comían los menudos deste ganado, y el padre del desposado y la madre, mostraban al suegro toda la casa y lo que en ella había, y las trojes de maíz y de otras semillas y le ofrecían lo que tenían y él se lo agradecía y, con esto, se acababan las bodas.
Para los días que en ellas entendían estaban reservados el desposado y sus parientes y los de su mujer, pero en acabando bolvían a sus oficios y trabajos. También refieren que si entre los padres y madres concertaban algún casamiento sin que dél diesen parte a sus hijos era hecho, aunque los hijos no quisiesen, y este abuso aún dura hasta e día de hoy entre ellos, que si hablan al padre o madre, o le traen algún presente de leña, paja o chicha y la recibe y bebe y se calienta con la leña, aunque la hija no quiera consentir en el matrimonio, los padres dicen que ya recibió el presente y que no ha de rehusarlos y el marido la persigue donde quiera que va, diciéndole que ya sus padres se la dieron, y que es su mujer aunque no quiera, y así se las cogen en lugar oculto, las fuerzan contra su voluntad, diciendo que ya son suyas y que su padre recibió la leña y presente y, por grado o contra él, las hacen consentir en ello, y aun muchas veces lo suelen pedir casi por justicia ante los sacerdotes y curas. Otras veces el Ynga daba, por merced y favor que quería hacer, a algún curaca y principal mujer de su linaje, o de las recogidas que él tenía, y si acaso tenía otra principal, eran ambas iguales y las llamaban Mama Huarmis por ser ñustas o Mamaconas de las escogidas. Si rehusaba recibir otra mujer decía que la que tenía sería en lugar de la que le daba el Ynga, y así se quedaba con la que tenía antes, cuyos hijos eran habidos por legítimos. Otro modo había de casamientos entre ellos y era que, cuando venían indios que en la guerra se señalaban, y habían estado en las fronteras y pasado trabajos en servicio del Ynga, daba comisión el Ynga al toc-ri-cuc-apu de la provincia, que era como su teniente, que les diese mujeres las que él escogiese, y así iban todos los indios y sacaban las indias casaderas de los lugares y casas donde estaban recogidas, como después diremos, y se ponían los indios enfrente de ellas y el toc-ri-cuc les mandaba que, por su orden, escogiesen la mujer que querían, prefiriendo luego los principales y que más hechos famosos tenían en la guerra, e íbanse a la que les parecía y tomábala de la mano y traíasela a su puesto, y poníala a las espaldas, y si quedaban algunos indios que no escogiesen mujeres, se les preguntaba la causa y respondían que por haberse juntado con alguna de las que había caído a otro en suerte y, averiguándolo, le tomaban a ella el consentimiento y se la daban, y al otro que escogiese y después dábaseles indias de servicio, conforme hubiesen peleado en las guerras.
Algunos, antes que llegasen a estas juntas, estaban concertados con los padres y madres de las indias de darse sus hijas los unos a los otros, y levantábanse con unas bolsas llenas de coca y, llegando a los padres y madres de las mujeres que deseaban, y dábanles coca y luego brindábanle, y en tomando la coca y mascándola, era visto aceptar, y quedaba hecho el casamiento. Después de haber escogido todos los indios mujeres a su gusto en presencia del tocricuc, y que bebían y se holgaban, el tocricuc y otro, que tenía comisión del Ynga, con el cada uno de por sí, hacían a los indios un parlamento, comenzando de la comisión y decían a toda la gente, que ya el Ynga les había dado mujeres y hecho mercedes, y que lo tuviesen en memoria para servirlo, y quisiesen bien a sus mujeres y no las maltratasen, y ellas tuviesen mucho respeto a sus maridos, y que ninguno solicitase ni quitase la mujer otro, so pena de ser castigado con rigor, y que no anduviesen ociosos, sino que trabajasen en sus chácaras y usasen sus oficios, y no fuesen ladrones. Luego el gobernador empezaba a hacerles otra plática, encargándoles lo mismo y el Ynga, y el Sol su padre, les galardonaría lo bien que hiciesen y, si no, los castigaría gravísimamente. Así se estaban dos o tres horas y, acabado, las mujeres que quedaban se volvían a sus casas de recogimiento y entraban otras, por orden, en lugar de las que habían salido.