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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXVII Cómo los indios de la fortaleza mataron a Juan Pizarro, y al fin los españoles la ganaron Después de cuatro días de cerco, visto por Vilaoma y Paucar Huamán cómo los apretaban los españoles en demasía, y que lo llevaban con tanta furia que era imposible escapar de sus manos, y que la comida para tanta gente como ellos eran les iba faltando y era dificultoso el metérsela ni socorro, porque los pasos estaban tomados por los españoles e indios amigos, determinaron de salirse de la fortaleza y salvarse como pudiesen, rompiendo por los enemigos. Así aguardaron cuando los españoles estuviesen más descuidados al parecer, y así una tarde, poco después de comer, casi a la hora de las vísperas, salieron con grande ímpetu de la fortaleza y embistiendo a sus enemigos rompiendo por ellos, se echaron con toda su gente por la cuesta abajo hacia Sapi y subieron a Carmenga. Aunque los españoles e indios amigos los siguieron, se escaparon y se fueron huyendo hacia Yucay, que hay cuatro leguas del Cuzco, donde estaba Manco Ynga, al cual dieron las nuevas de lo mal que les había sucedido en el cerro con los españoles y de las batallas y rencuentros que habían pasado entre ellos. Manco Ynga visto el desbarate y huida de los suyos recibió grandísimo pesar y enojo de ello, y los trató mal de palabra, deshonrándolos y afrentándolos, llamándolos de gallinas, cobardes, que de miedo de unos pocos españoles habían venido huyendo. Con el enojo tenía mandado luego matar algunos capitanes que supo habían huido al principio, y no habían peleado como debían con sus enemigos.
Algunos capitanes orejones, que se preciaban de valientes y bravos, con otros indios de valor y ánimo, se quedaron en la fortaleza sin querer salir della, aunque pudieron, por dar muestras de estimar en poco a los enemigos, y que no se entendiese temían a los españoles. Así se fortalecieron lo mejor que les fue posible, metiéndose en las torres principales, y allí con bravo ánimo y bizarría se defendieron de los españoles y de los demás indios, que los ayudaban valientemente. Visto por Hernando Pizarro que Vilaoma y los suyos se habían huido y que en la fortaleza había quedado muy poca cantidad de indios, que no serían más de hasta dos mil, juntándose todos los españoles e indios amigos, embistieron de un golpe a la fortaleza por todas partes, y los de dentro se defendieron por grandísimo rato, con temeraria obstinación, poniéndose a todo peligro sin temor de la muerte ni de los arcabuzazos que les tiraban. Mas, con todo eso los españoles a pura fuerza de brazos les ganaron dos cercas, las primeras, y una torre, y como aún todavía hiciesen instancia los indios en la defensa, sin querer desamparar los lugares que tenían ocupados, y durase gran rato la porfía, sin poder entrar más adentro los españoles, Juan Pizarro, hermano del Marqués Pizarro, como hombre valeroso y valiente capitán, tomó una escalera que allí tenían, y el primero de los compañeros subió por ella, para entrar en una torre, y al tiempo que quería entrar le dieron los della con una piedra grande en la cabeza, que le hicieron venir rodando a él y a la escalera.
Y entonces viendo la turbación de los españoles con el caso sucedido, no perdiendo tan buena ocasión como se les ofrecía, salieron los indios de la fortaleza con tanto coraje que desbarataron a los españoles y los echaron fuera de las cercas y torre de que se habían apoderado, tornando a ganárselas y mataron mucho número de indios amigos en los cuales hartaron su saña y rabia. Los españoles con mucha pena de lo sucedido a Juan Pizarro le tiraron como mejor pudieron y lo llevaron al Cuzco, abajo. Pero fue tal el golpe, que le habían hundido la cabeza, y así, sin que le bastasen remedios, murió dello con harto sentimiento de sus hermanos y de los amigos que tenía allí. Como los españoles se retiraron, los indios de la fortaleza echaron fuera los que habían quedado de los enemigos dentro, pero Pazca, general de los amigos, ordenó que les tomasen las puertas y las entradas y salidas de la fortaleza a mucho número de indios. Habiéndolas tomado de suerte que por ningún lado les podía entrar socorro ni bastimento, de que tenían mucha necesidad, y así estuvieron toda la noche. A la mañana tornaron los españoles con el ayuda de los enemigos a combatir la fortaleza, y lo hicieron con tanta determinación que al fin la entraron, venciendo a los enemigos y rindiéndolos y matando mucha cantidad dellos. Así se quedaron señores de la fortaleza y alegres y regocijados por el buen fin que habían tenido los trabajos y aprieto, en que los indios les habían puesto en aquel cerco tan porfiado, donde con verdad pueden decir que la poderosa mano del Señor los libró y sacó a salvo, porque fue grande la prisa que los indios les dieron, peleando todos los días y padecieron mucha necesidad de comida.
Sosegados ya los españoles y habiendo descansado del trabajo y cuidado, Hernando Pizarro dio orden que se repartiesen los españoles en escuadras y, con muchos indios amigos, fuesen a reparar el daño que esperaban de la gente que se venía juntando de las provincias. Así unos fueron por el camino del Collao a pelear con los indios que de hacia allá caminaban hacia el Cuzco, y los desbarataron cogiéndolos descuidados. Otro número de españoles fue hacia Conde Suyo y tuvieron una gran batalla, donde vencieron a los indios que de aquellas provincias venían hacia el Cuzco, y deshechos se volvieron. Otros fueron al camino de Chinchay Suyo e hicieron lo mismo. Vueltos al Cuzco pareciéndoles que lo principal estaba por hacer, que era ir a Yucay, donde estaba Manco Ynga triste y desesperado de los malos sucesos que habían pasado por su gente, así en el cerco como en las demás partes, viendo que todo le sucedía tan al contrario de su deseo, y sus designios se le deshacían, trataron los españoles de ir a Yucay y haberle a las manos porque con esto se daba fin a la guerra, y se sosegarían los indios y las provincias viéndose sin cabeza y sin Ynga y en poder de los españoles. Así salieron del Cuzco muchos españoles, acompañados de indios y muy bien aderezados, y fueron a Yucay, pensando hallarle allí, pero él había sido avisado de su partida y del fin con que iban y habíase ido a Calca, y como no le hallasen, acordaron, sabiendo dónde era ido, seguirle. Partieron luego a gran prisa tras dél y le dieron una vista y apretándole casi le hubieran habido a las manos.
Pero diose Manco Ynga tan buena maña que se les escapó y la gente que con él iba, que era mucha, con piedras y galgas desde los altos se defendió tan valerosamente que desbarataron a los españoles y mataron muchos indios de los amigos. Viendo desbaratados sus enemigos Manco Ynga revolvió sobre ellos con ánimo valeroso, y animando a los suyos los cargó también, que los hizo huir más que de paso, como dicen, y les fue siguiendo el alcance dándoles tanta prisa que no pararon hasta el Cuzco. En toda una noche no les dejó descansar ni tomar resuello, yendo los indios sobre los españoles que no durmieron sueño. Viendo que no los podía acabar Manco Ynga se retiró con sus indios a Tambo, y allí juntando mucha gente se hizo fuerte por si los españoles fuesen sobre él.
Algunos capitanes orejones, que se preciaban de valientes y bravos, con otros indios de valor y ánimo, se quedaron en la fortaleza sin querer salir della, aunque pudieron, por dar muestras de estimar en poco a los enemigos, y que no se entendiese temían a los españoles. Así se fortalecieron lo mejor que les fue posible, metiéndose en las torres principales, y allí con bravo ánimo y bizarría se defendieron de los españoles y de los demás indios, que los ayudaban valientemente. Visto por Hernando Pizarro que Vilaoma y los suyos se habían huido y que en la fortaleza había quedado muy poca cantidad de indios, que no serían más de hasta dos mil, juntándose todos los españoles e indios amigos, embistieron de un golpe a la fortaleza por todas partes, y los de dentro se defendieron por grandísimo rato, con temeraria obstinación, poniéndose a todo peligro sin temor de la muerte ni de los arcabuzazos que les tiraban. Mas, con todo eso los españoles a pura fuerza de brazos les ganaron dos cercas, las primeras, y una torre, y como aún todavía hiciesen instancia los indios en la defensa, sin querer desamparar los lugares que tenían ocupados, y durase gran rato la porfía, sin poder entrar más adentro los españoles, Juan Pizarro, hermano del Marqués Pizarro, como hombre valeroso y valiente capitán, tomó una escalera que allí tenían, y el primero de los compañeros subió por ella, para entrar en una torre, y al tiempo que quería entrar le dieron los della con una piedra grande en la cabeza, que le hicieron venir rodando a él y a la escalera.
Y entonces viendo la turbación de los españoles con el caso sucedido, no perdiendo tan buena ocasión como se les ofrecía, salieron los indios de la fortaleza con tanto coraje que desbarataron a los españoles y los echaron fuera de las cercas y torre de que se habían apoderado, tornando a ganárselas y mataron mucho número de indios amigos en los cuales hartaron su saña y rabia. Los españoles con mucha pena de lo sucedido a Juan Pizarro le tiraron como mejor pudieron y lo llevaron al Cuzco, abajo. Pero fue tal el golpe, que le habían hundido la cabeza, y así, sin que le bastasen remedios, murió dello con harto sentimiento de sus hermanos y de los amigos que tenía allí. Como los españoles se retiraron, los indios de la fortaleza echaron fuera los que habían quedado de los enemigos dentro, pero Pazca, general de los amigos, ordenó que les tomasen las puertas y las entradas y salidas de la fortaleza a mucho número de indios. Habiéndolas tomado de suerte que por ningún lado les podía entrar socorro ni bastimento, de que tenían mucha necesidad, y así estuvieron toda la noche. A la mañana tornaron los españoles con el ayuda de los enemigos a combatir la fortaleza, y lo hicieron con tanta determinación que al fin la entraron, venciendo a los enemigos y rindiéndolos y matando mucha cantidad dellos. Así se quedaron señores de la fortaleza y alegres y regocijados por el buen fin que habían tenido los trabajos y aprieto, en que los indios les habían puesto en aquel cerco tan porfiado, donde con verdad pueden decir que la poderosa mano del Señor los libró y sacó a salvo, porque fue grande la prisa que los indios les dieron, peleando todos los días y padecieron mucha necesidad de comida.
Sosegados ya los españoles y habiendo descansado del trabajo y cuidado, Hernando Pizarro dio orden que se repartiesen los españoles en escuadras y, con muchos indios amigos, fuesen a reparar el daño que esperaban de la gente que se venía juntando de las provincias. Así unos fueron por el camino del Collao a pelear con los indios que de hacia allá caminaban hacia el Cuzco, y los desbarataron cogiéndolos descuidados. Otro número de españoles fue hacia Conde Suyo y tuvieron una gran batalla, donde vencieron a los indios que de aquellas provincias venían hacia el Cuzco, y deshechos se volvieron. Otros fueron al camino de Chinchay Suyo e hicieron lo mismo. Vueltos al Cuzco pareciéndoles que lo principal estaba por hacer, que era ir a Yucay, donde estaba Manco Ynga triste y desesperado de los malos sucesos que habían pasado por su gente, así en el cerco como en las demás partes, viendo que todo le sucedía tan al contrario de su deseo, y sus designios se le deshacían, trataron los españoles de ir a Yucay y haberle a las manos porque con esto se daba fin a la guerra, y se sosegarían los indios y las provincias viéndose sin cabeza y sin Ynga y en poder de los españoles. Así salieron del Cuzco muchos españoles, acompañados de indios y muy bien aderezados, y fueron a Yucay, pensando hallarle allí, pero él había sido avisado de su partida y del fin con que iban y habíase ido a Calca, y como no le hallasen, acordaron, sabiendo dónde era ido, seguirle. Partieron luego a gran prisa tras dél y le dieron una vista y apretándole casi le hubieran habido a las manos.
Pero diose Manco Ynga tan buena maña que se les escapó y la gente que con él iba, que era mucha, con piedras y galgas desde los altos se defendió tan valerosamente que desbarataron a los españoles y mataron muchos indios de los amigos. Viendo desbaratados sus enemigos Manco Ynga revolvió sobre ellos con ánimo valeroso, y animando a los suyos los cargó también, que los hizo huir más que de paso, como dicen, y les fue siguiendo el alcance dándoles tanta prisa que no pararon hasta el Cuzco. En toda una noche no les dejó descansar ni tomar resuello, yendo los indios sobre los españoles que no durmieron sueño. Viendo que no los podía acabar Manco Ynga se retiró con sus indios a Tambo, y allí juntando mucha gente se hizo fuerte por si los españoles fuesen sobre él.